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Intersecciones de la ambivalencia: Derivaciones psicoanalíticas y psicodinámicas
Intersecciones de la ambivalencia: Derivaciones psicoanalíticas y psicodinámicas
Intersecciones de la ambivalencia: Derivaciones psicoanalíticas y psicodinámicas
Libro electrónico444 páginas6 horas

Intersecciones de la ambivalencia: Derivaciones psicoanalíticas y psicodinámicas

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La ambivalencia es una de las tramas más controvertidas dentro de las vivencias humanas, un vestigio de todo lo que implica la dualidad, contrariedad, paradoja, antinomia, ambigüedad, volubilidad; un detonante de incertidumbre, confusión, irresolución, o simplemente una espera, un recurso para sopesar las circunstancias de los opuestos que se debaten. Una balanza psíquica.
Desde su categorización en el marco de la esquizofrenia propuesta por Eugen Bleuler (Siglos XIX – XX), se ha ido abriendo la brecha que ha visibilizado la ambivalencia en otras condiciones mentales y emocionales, pero también como una circunstancia más de la vida cotidiana, nadie es realmente ajeno a la ambivalencia, lo que puede variar es su nivel de marcación o intensidad.
Estas líneas presentan un recorrido de la ambivalencia teorizada psicoanalítica y psicodinámicamente. Originalmente, pretende dilucidar las relaciones de oposición y/o, complemento de ambas perspectivas. Finalmente presenta una propuesta que inserta las bases de una amplia comprensión de la ambivalencia, reivindicándola en el campo de lo psíquico, y enriqueciéndola a través de semblanzas literarias, clínicas, musicales y cinemáticas.
IdiomaEspañol
EditorialPalibrio
Fecha de lanzamiento17 oct 2023
ISBN9781506551463
Intersecciones de la ambivalencia: Derivaciones psicoanalíticas y psicodinámicas
Autor

Valentina Parra Ocampo

Valentina Parra Ocampo, (Manizales, Colombia, 1985) es psicóloga y especialista en desarrollo del pensamiento científico por la Universidad Santo Tomás, Bogotá, Colombia. Maestra en terapia guestalt por INTEGRO, Guadalajara, México. Certificada en fundamentos de la clínica psicoanalítica por 17, Instituto de estudios críticos, Ciudad de Mexico. Doctora en psicoterapia con una mención en psicología clínica, por la Universidad Bonagens, Aguascalientes, México y realizó una estancia en teoría crítica. Se ha desempeñado como docente, colaborando con universidades e instituciones de México en Guadalajara y Aguascalientes. Cuenta con más 15 años de práctica psicoterapéutica en intervención clínica. Enfocada en la investigación con el desarrollo de distintas líneas, se ha especializado en la perspectiva relacional de la acción humana y la ambivalencia. Ha realizado distintas publicaciones en revistas indexadas, arbitradas y en una editorial académica.

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    Intersecciones de la ambivalencia - Valentina Parra Ocampo

    Copyright © 2023 por Valentina Parra Ocampo.

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    incluyendo fotocopia, grabación, o por cualquier sistema de almacenamiento y

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    Las opiniones expresadas en este trabajo son exclusivas del autor y no reflejan

    necesariamente las opiniones del editor. La editorial se exime de cualquier

    responsabilidad derivada de las mismas.

    Diseñadora de portada y contraportada: Veronica Aguirre Samudio

    Fotografia de autor por: Brizia Hernández

    Fecha de revisión: 12/10/2023

    Palibrio

    1663 Liberty Drive

    Suite 200

    Bloomington, IN 47403

    855862

    A Paulo, con él la relación más ambivalente y también la más

    trascendida en admiración, compasión y plenitud…

    AGRADECIMIENTOS

    A Odeth por ser testigo y acompañarme durante largas horas de escritura.

    A Gloria por haberme enseñado a leer y a escribir a tan corta edad.

    A Alex por haberme dado la música.

    A la Mtra. Katiuska Vera, por develarme y confrontarme con

    mi propia ambivalencia, fraguándose así, el principio de un

    proyecto profesional y central en el marco de mi vida.

    A la Lic. Carmen Vera, por su invaluable asistencia en el

    rastreo teórico de la ambivalencia psicodinámica.

    Mi especial y profunda gratitud al Doctor Alfonso Herrera, por su apertura,

    pasión y templanza en la enseñanza del psicoanálisis; su valoración de mis

    comprensiones; quien creyó y asesoró oficialmente esta propuesta, que, aunque

    esencialmente psicológica, ansiaba introducirse en el psicoanálisis. En sus

    propias palabras, "un conocimiento que se cierra a otras inmersiones, en vez

    de defender su propuesta, se acerca a su caducidad, de eso se trata la crítica".

    ÍNDICE

    Prólogo de Alfonso Herrera

    Introducción

    PRIMERA PARTE

    Capítulo I    Preámbulo para llegar a la ambivalencia

    Implicaciones psicoanalíticas

    Entre la metapsicología y el psicoanálisis

    Pilares

    Algunas consideraciones actuales

    Oposiciones: psicoanálisis y psicología

    Entre Daniel y Lagache

    Entre Lacan y Lagache

    Entre psicoanálisis y psicoterapia

    Implicaciones psicodinámicas

    La incidencia de la escuela inglesa.

    ¿Parapsicoanálisis o psicodinámica?

    Capítulo II   La aparición de la ambivalencia y su intervención psicoanalítica

    La ambivalencia desde Eugen Bleuler

    La ambivalencia psicoanalítica

    La ambivalencia desde Sigmund Freud

    Pulsión, la frontera entre lo anímico y lo somático

    Lo primordial y lo actual

    Lo sagrado y lo ominoso

    Los contenidos del amor y el amar

    El narcisismo: me amo y te corresponde amarme

    La madre y el Padre

    Complejo de Edipo en el niño

    Complejo de Edipo en la niña

    La neurosis obsesiva, un amor que es odio y un odio que es amor

    La histeria quiero y no quiero

    Lo paranoide, entre lo histérico y lo obsesivo

    La melancolía yo, contra ti y mí mismo

    La ambivalencia desde Karl Abraham

    Implicaciones de la ambivalencia en la formación del carácter

    La presencia de la ambivalencia en las neurosis

    La ambivalencia desde Jacques Lacan

    Entre la enunciación y la comprensión

    Entre el objeto y el deseo

    La transferencia, entre el tener y el carecer

    La demanda, entre el tener y el no tener

    Entre el sujeto y el Otro

    Entre el Otro y el Superyó

    Las dualidades del fantasma

    El fantasma Inconsciente

    La bifurcación

    Capítulo III  La Ambivalencia Psicodinámica

    La ambivalencia desde Melanie Klein

    La ambivalencia desde Donald Winnicott

    La ambivalencia desde John Bowlby

    La ambivalencia en los niños

    La ambivalencia de los padres

    SEGUNDA PARTE

    Capítulo IV  Intersecciones para la Ambivalencia

    Delimitación de la ambivalencia

    La ambivalencia constitucional

    Mezcla pulsional

    La ambivalencia objetal

    Oralidad – mamar y destetar.

    Complejo de Edipo – ¿Mamá o papá?

    Ambivalencia Neurótica

    Renovación de la ambivalencia

    Neurosis obsesiva

    Histeria

    Paranoide

    ¡Oh! Melancolía

    Semblanza amorodio

    Semblanzas lacerantes

    Eva y Kevin. La semblanza Katchadourian

    Kasia e Ignacio. La semblanza común

    Mortal y Vital. La semblanza musical

    Spielrein y Jung. La semblanza transferencial

    Earnshaw y Linton. La semblanza cumbre

    Regulación de la ambivalencia

    ¿Se sublima o se crea?

    La acción y la ambivalencia

    Invisibilizar e identificar

    ¿Se tratará de llenar el vacío?

    Bibliografía

    PRÓLOGO

    Si la ambivalencia define el converger de lo antitético, el sujeto con el que el psicoanálisis trabaja es –por definición y de modo irreductible– ambivalente. Escindido entre el querer y el desear, atenazado tanto por el deseo como por el goce, condicionado por el enunciado no menos que por la enunciación, confinado en un cuerpo diseñado para preservar la vida pero programado para la muerte, el sujeto de lo inconsciente confirma la tesis de María Zambrano: no se muere de esto o de aquello, sino de no poder vivir más.

    Menosprecio y orgullo, culpabilidad y justificación, tentación y angustia, y –por sobre todas las cosas– odio y amor, irrumpen en paralelo evidenciando la complementariedad de lo fronterizo y no la contradicción de los opuestos (como se empeñan en afirmar los textos canónicos sobre la ambivalencia).

    Acuñado en 1911, el término ambivalencia se asocia a la esquizofrenia que describe la disociación de ciertas funciones psíquicas. Pero la disociación remite a la separación de lo que antes estaba unido (a la fragmentación, a la discontinuidad entre lo que una persona esquizofrénica piensa y hace, por ejemplo). En cambio, la ambivalencia muestra que la unidad entre las funciones psíquicas –aparentemente disuelta por la esquicia–, se preserva.

    Dicho de otra manera: la disyunción de los componentes psíquicos que acontece en la esquizofrenia no impide que esas entidades sigan siendo convergentes en la ambivalencia. Se trata de funciones psíquicas diversas mas no opuestas ni excluyentes. Es eso lo que permitió a Lacan proponer un neologismo (infortunado desde la estética verbal pero claro en lo que comunica): odioenamoramiento (hainamoration), que bien podría apocoparse en amodio.

    Lo que aquí busca enfatizarse es que la ambivalencia define un hecho indisolublemente simultáneo, no consecutivo: no se ama para después odiar o viceversa; se odia al mismo tiempo que se ama (siendo cierto también lo contrario). Porque te amo, te mutilo dice Lacan, remarcando el tiempo presente de ambos verbos.

    Es así que la canónica tripartición de Paul Eugen Bleuler (volitiva, intelectual, afectiva) no apunta a una fluctuación de los contrarios sino a su coexistencia en un solo movimiento hacia uno y el mismo objeto: se trata del asentimiento al servicio de la resistencia, de la pasividad como la disposición más activa.

    ¿Son incompatibles los deseos, pensamientos o afectos que en la ambivalencia emergen? No lo serán tanto si surgen sin anularse. Las formaciones de compromiso posibilitan que las antípodas acontezcan en un área común. Los fundamentos de lo subjetivo son siempre duales (Freud llama a esto dualismo fundamental).

    Esto deriva en la contraposición pulsional que todo proceso psicoanalítico somete a reevaluación. En efecto: al psicoanalizarnos pretendemos gestionar la pulsión de muerte manteniéndola a la mayor distancia posible de lo libidinal (es decir, tratamos de matizar la inherente ambivalencia que nos yugula). Lacan incidió en este ideal de la manera más profunda al demostrar que libido y pulsión de muerte se anudan en lo que llamó goce. Que la libido sea monovalente no impide (por el contrario, favorece) una ambivalencia intrínseca al goce, que aglutina el dualismo pulsional.

    En su momento –como no podía ser de otra manera en el caso de Lacan–, el término ambivalencia precisó de una puesta al día para caracterizar al fantasma (término que a su vez actualizaba el concepto freudiano de fantasía). Lacan propuso amboceptor para explicar que el fantasma es engarce y captura para dos; a saber: satisfacción y lenguaje. Para decirlo de otro modo: el fantasma es axioma pero también artefacto del goce, como ha sintetizado magistralmente Jacques-Alain Miller. No es casual que el adjetivo amboceptor aparezca en Kant con Sade, el gran uróboros teórico de Lacan.

    En el libro que aquí se presenta Valentina Parra Ocampo explora todas las aristas y los matices de un concepto que mueve a reflexión desde hace más de un siglo. Como todo trabajo de investigación verdadero, la meticulosidad de la exposición cronológica se complementa con la contrastación de las perspectivas, y el cruce de las ópticas conceptuales abunda en deslindes nosográficos. La dificultad mayor –que el trabajo en su conjunto sortea de la mejor manera– estriba en ordenar los ejes teóricos que de la ambivalencia se desprenden: la disociación, por ejemplo, obliga a su descripción como mecanismo de defensa tanto como la precisión de los elementos que ahí se desconectan sólo el tiempo necesario para reacoplarse de otro modo; al mismo tiempo, la defensa mencionada atañe tanto a la elisión de lo que traumatiza como a su memoria indeleble (lo que lleva a que el olvido en psicoanálisis sólo defina la memoria más pertinaz).

    De este modo, una categoría (disociación, por caso) puede reptar por comarcas clínicas diversas forzando a la autora a un marcaje conceptual muy preciso porque de Bleuler a Freud, de Jung a Abraham, de Bowlby a Melanie Klein y de cualquiera de los anteriores a Lacan, la misma palabra ya no alude a lo mismo: de ahí las escuderías del llamado campo psi y sus innumerables parroquias, escuelas y asociaciones que indefectiblemente derivan en deslindes teóricos, rupturas epistemológicas y disensiones institucionales.

    Así, el estudio de la ambivalencia deriva en argumentaciones que no pueden dejar de reflejar las paradojas inherentes a los fenómenos que se están analizando, al modo que no se puede escribir sobre el silencio si no es contraviniendo la naturaleza misma de lo reflexionado. En el campo clínico-filosófico tenemos la celebérrima disputa entre Michel Foucault y Jacques Derrida acerca de la sinrazón: el primero escribió la historia de la locura en la edad clásica, y el segundo denunció que el título mismo (no digamos ya el cuerpo del estudio) denunciaba una contradicción flagrante porque de la locura sólo podría hablarse desde la locura misma, nunca desde la razón. De lo que se infiere que una disertación ambivalente es conditio sine qua non en una obra versada en ambivalencia por la naturaleza misma de los elementos expositivos implicados. Intersecciones de la ambivalencia es, por tanto, un título más que atinado, pudiéndose transitar en sus páginas de Lionel Shriver (We Must Talk About Kevin) a la versión cinematográfica de Lynne Ramsay, y de ésta a la zarzuela para arribar a la no por única menos monumental novela de Emily Brontë.

    En un tiempo en que los postulados teóricos canónicos ya no se piensan de modo crítico, es de agradecer que un trabajo no se limite a lo recopilatorio sino que aventure intuiciones, conjeturas, elucubraciones y columbramientos basados en la experiencia clínica y vital de la autora. Es este el único modo de que la metapsicología no se enquiste en lo esotérico que sólo sería legible para una diezmada comunidad endogámica. Acaso así se restaure el filo cortante de la verdad que tanta falta hace.

    Alfonso Herrera.

    INTRODUCCIÓN

    Se podría pensar que la dualidad es una de nuestras más notorias particularidades como humanidad, sin embargo, la dualidad es hasta cierto punto una condición misma de la naturaleza y con ella del universo. Tan simple como la existencia del sol y la luna, el día y la noche, lo tierno y lo marchito, la gravedad y la órbita. En medio de la dualidad pueden nombrarse un sin número de opuestos y sus respectivos complementos, si se toma en cuenta que las oposiciones existentes entre las dualidades son finalmente la iluminación, la condición misma que hace notoria su presencia, existencia, abstracción o materialización, en lo que pareciera una reconciliable e irreconciliable relación, con la cual intercambian mutuamente la posibilidad de hacer figura, siendo distinguidas cada una a su manera para no pasar desapercibidas.

    Entre las innumerables posibilidades de funcionar y existir, los seres humanos frecuentemente nos sometemos a estímulos enmarcados en un querer tener, donde nos inventamos necesidades. Hay una marcada tendencia a la incitación: se aspira a lo que se puede tener en términos materiales, intelectuales, posicionales o relacionales.

    Es evidente que desde este marco cada vez existen más debatimientos, pues se quisiera poder abarcar todo aquello que llama la atención, aunque la consigna sea en sí misma utópica, puesto que –en el mejor de los casos– tenerlo todo no garantiza ni causa una satisfacción duradera; lo más real es que continuamente necesitemos tomar una decisión; esto es: tomar algo y dejar esto y/o aquello. El esto y el aquello tal vez pueden ser aplazados temporalmente con el riesgo de que puedan perder vigencia, esto es, caducar.

    Conjuntamente, en ese marco del querer tener, la comparación suele estar latente. Hay objetos, ambientes, materiales, personas, títulos, etc., que aunque en principio no llaman la atención, representan lo aspiracional para una mayoría. Es el caso de aquellos que someten su criterio y sus necesidades al propósito de encajar socialmente.

    Algunas veces, el éxito de alguien puede causar una combinación de congratulación y desagrado, que confronta con el propio fracaso, o la incapacidad, o la falta de recursos o la visión para pretender algo similar. En contraste, la comparación puede transitar más sanamente hacia una admiración potenciadora que inspira nuevas creaciones, nuevas relaciones, nuevos anhelos que otorguen una satisfacción y una sensación de logro más auténtico.

    Respecto a cualquier marco relacional, comúnmente estamos ante dos o más tentativas: desde los diferentes sentimientos o los sentimientos dobles que pueden causarnos las personas más allegadas de nuestra familia, así como las amistades, hasta la duplicidad en algunos mensajes emitidos, los dobles vínculos, las paradojas y contradicciones determinan nuestros modos de amar y nuestras formas de relacionarnos.

    Una madre puede tener la disposición de cuidar a su bebé, pero puede irritarse cuando el agotamiento de sus cuidados es inevitable, tomando una actitud en su vinculación que no se parece al amor. Un cuidador que esmeradamente acompaña y atiende a su ser querido, inevitablemente y por momentos llega a desear su muerte, no sólo por el descanso del enfermo sino también por su propio descanso como cuidador. Un padre puede ser un hombre violento con sus hijos e igualmente brindarles los abrazos más cálidos.

    Algunas parejas pactan su relación desde un patrón dependiente, en el cual no toleran su convivencia y no resisten su separación. Hay situaciones en la vida, que evocan en un mismo instante pensamientos, sentimientos, actitudes y acciones encontradas, a veces insoportables, acrecentando la incertidumbre y/o generando que su gestión resulte algo insostenible o inmanejable de un modo funcional, al grado de transitar a estados alienantes.

    Particularmente, la conciencia sobre la ambivalencia, se ha presentado en mi vida personal, intelectual y profesional como un camino y una circunstancia no contemplada, que por haberla vislumbrado específicamente en el plano personal, ha dado pie a la apertura de posibilidades, comprensiones y figuras que me han ido volviendo sensible ante ella.

    Tengo muy presente el comentario que en el año 2006 hizo una paciente, no sé por qué, pero me doy cuenta que me obsesiono con los hombres que me suben y me bajan: en una ocasión me hacen sentir tan especial y después, en una siguiente ocasión, me tratan casi como desconocida. Esa incómoda y atrayente situación la hacía lanzarse hasta las últimas consecuencias, hasta sentir que había hecho todo lo que podía hacer por conquistarlo. Se vaciaba todo lo que tenía y también hacía uso de lo que no tenía, inventando, conteniendo lo que le diera una mejor apariencia mental, emocional y física: eso que en su imaginario haría que él finalmente se quedara con ella. Durante su vida acumuló el mismo fantasma con distintos rostros, en una constante pena. Lo ambivalente, lo ambiguo, lo contradictorio, lo voluble y lo paradójico, la atormentaba y al mismo tiempo le daba sentido, la destruía y le daba vida. Eso mismo que se representaba en su metáfora con la comida: amarla y odiarla, esa comida que necesitaba para vivir y que simultáneamente, también la estaba matando.

    Para Zigmunt Bauman¹, una de las más grandes paradojas en los objetivos del auge de la globalización para la sociedad, es la de otorgar mayores certezas y limar la ambigüedad en pro del orden. No obstante, entre más instrumentos o medios existen para otorgar certidumbres y claridades, más aumenta la ambivalencia.² En el caso de las relaciones humanas, cada vez más, las personas manifiestan necesitar con desesperación un punto de referencia estable y confiable, que pueda mantenerse en medio de las dificultades. Ese punto de referencia tiende a buscarse, por ejemplo, en las personas más cercanas, de las cuales se espera lealtad. Pero, por otro lado, entre más cercano y entrañable sea un vínculo, mayor es la sensación paralela de promesa y amenaza, de bendición y maldición. La lealtad implícita en algunos vínculos tiene fecha de caducidad; así, al enfrentar el cambio se está dividido entre deseo y miedo, entre anticipación e incertidumbre; solamente la falta de certeza, la ambivalencia misma, es lo que está claro.³

    Las sintomatologías que emergen de la cotidianidad, más conocidas como ansiedad, depresión, bipolaridad, problemas de alimentación, dismorfopercepciones, alteración de la percepción de la realidad y de la llamada personalidad, son la investidura y lo evidente a situaciones más complejas de fantasmas casi imperceptibles. Hay historias que se tergiversaron hasta conllevar el desarrollo de dichos síntomas: un entramado de relaciones, imágenes particulares de una o de diversas escenas primarias, vivencias claves en el transcurso del desarrollo psicosexual, pugnas entre el ello y el superyó, un duelo latente que se estanca en melancolía, una necesidad de control, una sensación constante de estar siendo amenazado…

    En medio de la trama fantasmal y su investidura sintomatológica, se atraviesa la ambivalencia, esa presencia simultánea, en relación con un mismo objeto⁴ de dos o hasta más opuestos, de pensamientos, sentimientos, acciones, actitudes y tendencias. Ésa que en el medio se expresa en el anhelo y al mismo tiempo el temor por lo que puede pasar. En la pérdida de motivación por lo habitual y en la motivación al desánimo; en la distancia que existe entre la depresión y la manía; en establecer la comida como lo más placentero y culposo; en un cuerpo que muestra una división estética, que se observa casi siempre como mitad niña, mitad mujer; en una misma mano que acaricia y golpea; y en la misma persona que hace unas horas dijo estar dispuesta a hacer una vida juntos y ahora se retracta.

    Esta es una parte de los contextos y los dramas en los cuales se encuentra envuelta la ambivalencia. La pandemia del SARS coronavirus – COVID 19, aumentó las sintomatologías por las convivencias familiares constantes, la cercanía con la cocina, el aumento de horas en actividades digitales de estudio, trabajo y esparcimiento, los encierros (y por ende la imposibilidad de escapar a estar consigo en una incómoda intimidad personal y familiar, que de algún modo hicieron emerger lo inevitable e inaplazable), la incapacidad y la intolerancia de soportarse, de escucharse, de estar en contacto y en compañía de las relaciones más cercanas o allegadas.

    Dependiendo de las tendencias de cada sujeto, entre el pánico por el contagio y las secuelas de llegar a padecer COVID 19, los confinamientos, el cambio de rutinas y estilo de vida, así como por las diversas incertidumbres que llegó a enmarcar y hasta la carencia misma, fueron asentándose las condiciones que conllevaron el aumento de diversos padecimientos psicológicos. Aún más si se toma en cuenta que una buena parte de las consecuencias de la pandemia llegaron para quedarse en algunas de las nuevas dinámicas del funcionamiento socioeconómico actual, develando casi como profecía kafkiana la poética dualidad latente entre el canto y el silencio de las sirenas, pues más letal que su canto puede llegar a ser el arma de su silencio.

    Esta investigación refleja más de diez años de investigación sobre el fenómeno de la ambivalencia. Buscó rastrear las piezas que posibiliten la visibilización de las figuras de la ambivalencia, para aportar comprensión y posibles resoluciones de este dilema humano. Una ambivalencia puede salir de las sombras de la intimidad de una persona (secreto celosamente guardado) para ser confrontado y alcanzar su grado máximo de utilidad y trascendencia.

    En el tiempo que llevo enfocada en investigar el tema, surgió la imperante necesidad de transitar la ambivalencia esbozada en el psicoanálisis. La metapsicología le dio dirección, perspectiva y puntuación a una buena parte de la conformación teórica de algunos enfoques, modelos psicológicos y terapéuticos, conformando una vertiente de la comprensión sociológica y teórica crítica de la realidad. Asimismo, el psicoanálisis es una de las principales fuentes de referencia de una ambivalencia, que –aunque esbozada al interior de esta perspectiva– no ha gozado de una visibilidad teórica y categórica formal.

    Como psicóloga, reconozco un interés por las denominadas posturas psicodinámicas, que son las que más han teorizado esta categoría al interior de la psicología. Una necesidad histórica hace necesario evidenciar la tremenda influencia epistemológica, práctica y política que ha tenido el psicoanálisis para la psicodinámica; asimismo considero que la teorización psicodinámica de la ambivalencia, siempre estaría huérfana sin el reconocimiento de los planteamientos psicoanalíticos.

    Las páginas siguientes están estructuradas en dos partes: la primera introduce una contextualización psicoanalítica y psicodinámica, planteando incluso algunas diferencias entre el psicoanálisis y la psicología, para después sustentar la constitución de la ambivalencia en los marcos teóricos de la perspectiva psicoanalítica y la perspectiva psicodinámica. La segunda parte, traza una integración conceptual de la ambivalencia desde ambas perspectivas, dilucidando discrepancias, semejanzas y alcances, así como determinando nuevas categorías en la composición misma de la ambivalencia.

    Se destaca particularmente el estatus de la ambivalencia como condición psíquica crucial, para la comprensión de diversas disposiciones de lo humano, abarcando su constitucionalidad y su alteración, mitificándose hacia al final con la ejemplificación de situaciones con matices ambivalentes que destaca la literatura, la música popular y la práctica terapéutica.

    †††††††††††

    Apreciado lector, me gustaría que tuviera presente, que aunque las dos partes de este texto son suplementarias, cada una está constituida de una forma muy distinta, la primera es esencialmente teórica e histórica, brindando todo el contexto de la ambivalencia en los marcos en los cuales aquí se inscriben. La segunda parte es posiblemente más dinámica, representativa, anecdótica e ilustrativa. Algunos podrían pensar que cada parte pareciera un texto diferente e individual. Si bien cada quien hace su lectura del modo que le es más útil y funcional, quiero sentar el precedente de que aún sin habérmelo propuesto, este texto y sus dos partes obedecen a una réplica de lo dual, que al enfrentarse mutuamente cada una destaca y recalca sus particularidades e indudablemente se confluyen.

    PRIMERA PARTE

    CAPÍTULO I

    Preámbulo para llegar

    a la ambivalencia

    En esta primera figura interseccional, se contextualizan las características del psicoanálisis y de la psicodinámica para entender la emergencia de ambas perspectivas. Como intermedio, se generará una discusión entre el psicoanálisis y la psicología que permita distinguir la especificidad de cada una. Es común que popularmente se asuma una igualdad disciplinar y es difícil entender cómo es que son separadas, aunque sin negar la implicación que las convoca.

    Implicaciones psicoanalíticas

    "Dicho metapsicológicamente: ni el remordimiento ni la culpa (miedo

    al superyó) pueden existir donde no hay amor. Algunos perversos

    confirman que sin amor no hay miedo, pues sin amor no hay nada

    con valor que pueda perderse: su estructura psíquica sugiere que su

    deseo no es un deseo del deseo del otro, sino un deseo del miedo y el

    dolor del otro"

    El surgimiento del psicoanálisis se da en medio de tres fuertes influencias: la medicina, el pensamiento científico y la filosofía conciencialista.⁷ La sobrevaloración de estas influencias ha llevado a asumirlas y reconocerlas como fuentes autorizadas de conocimiento. Incluso me atrevería a decir que esa sobrevaloración ha derivado en la anulación, subestimación, devaluación y el desconocimiento de otros saberes.

    El psicoanálisis por lo tanto se constituyó primariamente como un intento por darle voz o importancia al decir de pacientes desahuciados, no por el hecho de que se encontraran al borde de la muerte, sino porque su caso, su síntoma, su malestar no tenía como tal una explicación orgánica, médica y por ende empírica; por lo tanto, aspirar a una cura era imposible. Más alarmante aún: a la sazón se consideraba que las quejas de los pacientes eran infundadas. Esto fue lo que inspiró a Sigmund Freud para la conformación teórica y clínica de su práctica. No obstante, desde los inicios de la conformación de su perspectiva, estuvo sometido a todo tipo de críticas, cuestionamientos, confrontaciones y descalificaciones. Asimismo, tomó y configuró diversos métodos para la práctica; algunos los fue dejando por el camino al medir sus consecuencias y fue perfilando otros. En la medida que el psicoanálisis fue llamando la atención de otros pensadores, y en especial de médicos psiquiatras, fue ganando adeptos, pero también críticos, desertores con propuestas que para Freud fue muy difícil hacer congeniar. Podría decirse que la incursión de Jacques Lacan con su lectura del psicoanálisis y su llamado retorno a Freud fue crucial para trazar con mayor determinación la delimitación del psicoanálisis, las críticas al interior del corpus, los replanteamientos de todas las categorías, el abandono de conceptos que se fueron quedando atrás y la propuesta de otros nuevos.

    Entre la metapsicología y el psicoanálisis

    A grandes rasgos, la metapsicología es el sustento teórico que dio inicio al psicoanálisis. No obstante, es inseparable de la práctica clínica; esto es: el psicoanálisis en acto. A lo largo de su conformación, Freud no dejó de estar inmerso en la praxis; esto es, de observar y tratar personas en un contexto clínico; y al mismo tiempo no dejaba de reflexionar y escribir de manera formal (académica) e informal (en cartas) sus experiencias clínicas. Asimismo, a lo largo de su historia académica, constantemente mantuvo contacto con diversos personajes clave para sus discusiones y comprensiones, tales como Joseph Breuer, Wilhelm Fliess, Jean-Martin Charcot, Carl Jung, por nombrar algunos. En el fondo la metapsicología tuvo el apoyo de una comunidad, una tribu de clínicos de la psique.

    Posiblemente, uno de los primeros postulados es el de una anatomía psíquica,⁸ mismo que sirvió para explicar en su momento que en el caso de la histeria (la cual marcó no sólo los inicios, sino que llegó a convertirse hasta en un símbolo del psicoanálisis), más allá de que no fuera palpable orgánica y/o anatómicamente; no ignoraba la estructura del sistema nervioso, era la neurología la que no podía (y no puede) explicar el mecanismo psíquico eficaz en una afección que se manifestaba en el organismo pero tenía origen en un registro ajeno al de la localización anatómica.⁹ En este punto se traza una frontera epistemológica que delimita el terreno de lo que la medicina puede y no puede explicar, puede y no puede intervenir, dando lugar a la metapsicología para ocuparse precisamente de lo que escapa a una anatomía tangible. Entonces, si los fluidos corporales, el olor, la composición, la coloración de la piel y hoy en día las pruebas hemáticas de laboratorio, no pueden precisar qué le sucede al sujeto ni guiar qué se debe hacer, lo que queda es la voz, el decir, el análisis de los discursos del sujeto, que es con lo que se cuenta para la comprensión de lo psíquico. Así se establecieron los cimientos del psicoanálisis.

    Para Freud fue inevitable tomar distancia con la medicina en una lucha entre el sentido y el sinsentido, puesto que lo que médicamente era un sinsentido, representaba para él un discurso articulado¹⁰ rebosante de sentido, trazándose así el camino que daría pie a la concepción del inconsciente. Igualmente, en su época, lo más cercano al estudio de la psique era todo lo que tenía una connotación patológica, -podríamos decir que casos con un alto deterioro psíquico–; de allí se derivaban la neuropatología y la psicopatología. Empero, si bien las afecciones psíquicas aquejan a un sujeto, hay dolor en él e incluso causan algún desbalance para su vida, es cierto que no todas las afecciones psíquicas conllevaban la postración, paralización e incapacidad del sujeto para funcionar en la cotidianidad. Lo que implicaba que a casos de menor alcance no se les diera ninguna importancia neurológica o psicológica inicialmente, lo que podría dar pie a un inevitable deterioro e intensificación de la condición con el paso del tiempo. Asimismo, lo que tenían para ofrecer en la lectura y la intervención de casos de mayor gravedad, como la psicosis misma, poco o nada tenían de resolución con sus métodos: o se fallaba en la búsqueda de disfunciones neurológicas o se erraba en las descripciones fenomenológicas.¹¹

    Ubicando esos casos de línea media menos atendidos, que causaron un interés particular en Freud, la metapsicología tuvo su lugar de exposición¹² ocupándose de los mismos, llevándolos a la teorización de la concepción de la neurosis y con ésta a una resignificación del síntoma, pasando de ser una cuestión típicamente fallida, disfuncional, anómala y patológica (que precisamente en medio de estas connotaciones podría hasta intensificarse), a ser considerada metapsicológicamente como una configuración diferente de lo real, otra normatividad.¹³ En este mismo sentido, la cura es una nueva configuración de lo real, otro orden, la inserción de otra normatividad. Y en cualquier caso de nueva configuración e inserción de otra normatividad (esto es, tanto en la aparición sintomatológica, como en la desaparición sintomatológica a través de la cura), siempre acontecen pérdidas esenciales.

    Sanar también duele (todo implica un precio: cuando se obtiene algo inevitablemente se deja algo). De tal manera que las sintomatologías son recursos a veces con menor o mayor precio en la búsqueda de un equilibrio en base a los recursos con los que se cuenta.

    En algún momento, Freud dejaría atrás la enunciación de metapsicología, ese más allá de la psicología clásica que en su momento le sirvió no sólo para sentar las bases, sino también para ocuparse de lo que estaba rezagado, negado o que seguía permaneciendo oculto para la medicina y los métodos empíricos de la psicología clásica. Así, después de la psicología, emergen las manifestaciones clínicas del objeto metapsicológico por excelencia: lo inconsciente;¹⁴ de esta forma para Freud la psicología debía orientarse al estudio de los procesos psíquicos inconscientes. Sin embargo, sería más adecuado seguirla considerando una metapsicología, pues reorientar toda la psicología al estudio del inconsciente sería casi una tarea imposible, si se toma en cuenta que la psicología estaba teniendo otros desarrollos, pero basados en procesos conscientes, observables, medibles, verificables y por ende casi palpables.

    Ante tal encrucijada, posiblemente hasta la denominación metapsicológica podría resultar indisoluble de la psicología misma. Era necesario enfatizar que la metapsicología se estaba haciendo cargo de procesos claves en la comprensión de lo humano que habían sido descuidados por la psicología. La nominación psicoanálisis no sólo representaba una diferenciación en sí, de lo que ocupaba a la metapsicología y no ocupaba a la psicología, sino que al mismo tiempo se desenvolvía como una postura crítica hacia la psicología.¹⁵

    La

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