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Exijo ser un héroe: La historia de Los Prisioneros
Exijo ser un héroe: La historia de Los Prisioneros
Exijo ser un héroe: La historia de Los Prisioneros
Libro electrónico243 páginas3 horas

Exijo ser un héroe: La historia de Los Prisioneros

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Información de este libro electrónico

Este libro se empezó a escribir cuando el autor aún era un adolescente y el trío de San Miguel daba sus primeros pasos. A medio camino entre el montaje de escenas documentales y el periodismo en primera persona, Osses reconstruye la historia de Los Prisioneros con entrevistas exclusivas a los integrantes del grupo y su círculo más cercano. Publicado por primera vez en 2002, esta versión actualizada reafirma su estatus de libro de culto sostenido en la sinceridad brutal de su relato y en el archivo de imágenes, recortes de prensa y material gráfico que lo acompañan, complementado por reseñas musicológicas de la discografía completa de la banda, que hacen de esta la edición definitiva de la biografía del grupo más importante del rock chileno cuando se cumplen cuatro décadas de su nacimiento.
IdiomaEspañol
EditorialEdiciones UC
Fecha de lanzamiento16 oct 2023
ISBN9789561431737
Exijo ser un héroe: La historia de Los Prisioneros

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    Vista previa del libro

    Exijo ser un héroe - Julio Osses Muñoz

    EDICIONES UNIVERSIDAD CATÓLICA DE CHILE

    Vicerrectoría de Comunicaciones y Extensión Cultural

    Av. Libertador Bernardo O’Higgins 390, Santiago, Chile

    editorialedicionesuc@uc.cl

    www.ediciones.uc.cl

    EXIJO SER UN HÉROE

    La historia de Los Prisioneros

    Julio Osses

    © Inscripción N° 2023-A-9496

    Derechos reservados

    Septiembre 2023

    ISBN 978-956-14-3172-0

    ISBN digital 978-956-14-3173-7

    Diseño de interior y tapas: Salvador Verdejo Vicencio

    Diagramación: versión productora gráfica SpA

    Agradecimientos a quienes ayudaron en la recopilación de fotografías, recortes de prensa y material gráfico para la realización de este libro: Luis Ortega (losprisioneros.com); Víctor Sepúlveda; Claudio Gutiérrez; fanáticos de Perú, Colombia y Ecuador; y diversos locatarios del Persa Franklin que durante los últimos 25 años colaboraron en la búsqueda de revistas de la época y carátulas de singles. También a las decenas de fotógrafos, fotógrafas, diseñadores y periodistas que en algún momento hicieron su aporte en la carrera de Los Prisioneros. Su trabajo narra una historia visual mágica y paralela, de la que esta edición pretende tomar constancia.

    CIP – Pontificia Universidad Católica de Chile

    Osses, Julio, autor.

    Exijo ser un héroe : la historia de Los Prisioneros / Julio Osses

    Los Prisioneros (Grupo Musical : Chile).

    Música rock - Chile - Historia.

    Músicos de rock - Chile – Biografías.

    t.

    Osses, Julio, autor.

    2023 780.920983 + DDC23 RDA

    La reproducción total o parcial de esta obra está prohibida por ley. Gracias por comprar una edición autorizada de este libro y respetar el derecho de autor.

    Diagramación digital: ebooks Patagonia

    www.ebookspatagonia.com

    info@ebookspatagonia.com

    Prefiero que la gente me odie por ser quien soy

    a que me ame por lo que no soy.

    Kurt Cobain

    Índice

    PRIMERA PARTE

    Jorge

    Miguel

    SEGUNDA PARTE

    Los Prisioneros en sus propias palabras (1983-1986)

    Los Prisioneros en sus propias palabras (1987-1990)

    TERCERA PARTE

    Los Prisioneros, abril de 1998: la entrevista

    Claudio

    CUARTA PARTE

    Los Prisioneros: reseñas

    Jorge

    —Los buenos músicos son aburridos.

    Los Prisioneros en un titular de revista Wikén

    de El Mercurio. 19 de abril de 1985.

    —Cuando tenía 11, intenté hacer una canción con un amigo del colegio. Me quedó horrible. Pero al tiempo después, empecé a componer con Miguel. Yo hacía la música y el hacía letras. Con Claudio hacíamos canciones cómicas, y también el hacía parte de las letras y yo la música. Pero llegó un momento en que yo empecé a escribir letras y me quedaron súper buenas. O sea, al comienzo escribíamos entre todos. Pero las canciones que yo hacía solo me quedaban mejor. Y ahí quedé yo como el compositor.

    De mi primera entrevista con Jorge González,

    en la casa de Federico Froebel.

    ¿A qué se debe que tus textos sean tan directos?

    —A que no soy poeta, a que soy una persona de la calle, a que tengo educación de liceo fiscal.

    Jorge González en entrevista

    con revista La Bicicleta.

    Abril de 1998

    No hay histeria por Jorge González. Los saludos que le tocan son cálidos y tímidos. Estamos en Chile, país insignia del grito a mansalva. La mayor cantidad de transeúntes se limita a apuntarlo de lejos, con cara de asombro. ¡Prisionero!, ¡Prisionero!, grande Jorge… grita un oficinista con maletín de junior desde la ventana de una micro, en la demostración más efusiva de esta tarde de sol caliente, caminando por el corazón comercial de Providencia. He acompañado a Jorge en trámites menores, toda la tarde, después de almorzar tallarines verdes con salsa de champiñones en mi casa de San Miguel. La idea es aprovechar al máximo el tiempo para las entrevistas. Nos subimos al auto y enciendo la grabadora. Me habla del estilo Señourrita, con que define We are sudamerican rockers, que no es otra cosa que la manera en que los gringos ven la música hecha en Latinoamérica. En este caso, una mezcla de rockabilly a-la-chicano y hip-hop.

    Al finalizar la tarde, me pasa a dejar a la casa en su Fiat azul. En esa época aún usábamos contestadores automáticos y en el mío hay un mensaje de Claudio Narea. Quiere ver qué puedo hacer para que Jorge le pague una plata que le debe. Lo llamo de vuelta. Me dice que habló con Marco, el hermano de Jorge y guardián de este tipo de asuntos, pero que no ha tenido resultados. Pienso que me está poniendo en una situación difícil pero no lo digo en voz alta. Claudio es mi amigo y le digo que veré lo que puedo hacer, dentro de mi escaso diámetro de influencia. Corto el teléfono y me quedo pensando. Estoy metido hasta el cuello en la historia de Los Prisioneros.

    Enero de 1999

    Ha sido una tarde muy calurosa. Ya es de noche. El departamento sin cortinas que Jorge González ocupa junto a su novia en la calle Arzobispo Donoso acusa restos del aire caliente veraniego. Luego de varias semanas de interrupción, a causa de la apretada agenda de actuaciones de Los Dioses —el tour project post Prisioneros de González, Tapia y Argenis Brito, a finales de los años noventa—, Jorge ha decidido retomar las sesiones de entrevistas para este libro. En el televisor, La Red pasa la actuación grabada de Los Dioses en el Festival de Arica.

    Estuve conversando con Miguel… y yo cacho que es bueno que se me caiga el casete no más dice para empezar la conversación. No queremos herir a nadie. Yo menos. Pero lo que me importa es que lo que se diga (lo que se escriba), sea la verdad. Por eso lo cuento, concluye.

    Esa noche, en el departamento del Vaticano chico, durante varias horas, Jorge González habla sin filtro de la vorágine de hechos que rodearon a la separación de Los Prisioneros, en 1990. La falta de plata, las desavenencias artísticas. Y el famoso lío sentimental.

    —Hasta La cultura de la basura, no sabíamos lo que era un fracaso. Pero se había ensalzado mucho mi figura como compositor… y entonces Claudio y Miguel decidieron que también querían componer. Yo no tengo buenos recuerdos de ese disco, porque creo que había mucha autoindulgencia alrededor. No estoy satisfecho porque creo que mis letras no estaban muy buenas. Hay gente que piensa que es el mejor. No estoy de acuerdo. Yo me siento una persona que tiene la onda de hacer canciones pop que pegan… y ese disco no fue tan popular… no me dejó satisfecho. Claro que en pinta y en los shows, fue nuestra mejor época. Y me distancié de los muchachos por una cosa natural. Estaba creciendo. Estaba abriendo mi mente. Y ellos estaban pegados.

    En ese momento yo era una persona que estaba haciendo lo que le gustaba hacer, a su pinta. Y más encima tenía éxito. Pero creo que en el caso de esta chica, habría sido mejor si hubiéramos seguido siendo amigos. No era necesario que nos acostaremos. Pero yo en esa época no tenía mucha moral.

    —¿Tuviste en algún momento la intención de conversar con Claudio?

    —No, nunca. Siempre sentí que él y Miguel estaban muy lejanos de mí.

    —¿Pero cachabas que eso podía separar a Los Prisioneros?

    —No, no caché en ese momento. Yo creía que la cosa no iba pasar a mayores. Porque tenía muchas amigas con las que me había acostado una vez y nunca más. Pensé que con ella iba a ser así. No me imaginé que nos íbamos a enganchar de tal forma. Cuando uno es joven piensa que es necesario el sexo para relacionarse. Después ya te das cuenta que no. En todo caso yo no me arrepiento, porque aprendí ene. Hice parte de mis más bellas canciones por esa situación.

    El ambiente se ha vuelto espeso. El fantasma de una certeza terrible flota en el aire. Se corporiza.

    —Fue súper penca pa nosotros enfrentarnos. Porque yo lo quería ene. Y él me quería ene a mi… Yo me siento… y me he sentido súper culpable por eso. De hecho, cuando quedó la cagá, y el Claudio se volvió medio loco y nos pusimos súper mal… en el paso del 89 al 90… yo tomé la triste decisión de meterme en la tina y cortarme las venas… porque pensaba que me esperaban unos años bien difíciles. Y era verdad. Pensaba que había perdido la inocencia…

    Jorge González cierra los ojos.

    Había algún vinilo ochentero puesto en una tornamesa Technics 1200 con plato de cuarzo. Pero hace rato dejó de sonar.

    —Me quedé dormido en el agua…

    La voz de Jorge se ha vuelto quebradiza. Casi cantarina. El zumbido del ventilador es un murmullo gordo y aterciopelado, las palabras reverberan mullidas en un colchón invisible.

    —Y no me morí. Cuando me estaba desvaneciendo… sentí que me estaba yendo a un lugar nada que ver. Onda retrocede cinco puntos. Y no me morí… Yo lo quería ene al Claudio… Y él me quería ene a mí… Yo me equivoqué en lo que hice. Pero desgraciadamente… era mi destino.

    Hace una pausa larga.

    —El poder y el éxito son dos cosas súper fuertes.

    —¿Cuándo te diste cuenta de que las cosas estaban fuera de control?

    —Las cosas nunca han estado bajo control, Julio —responde Jorge, con tono severo, casi enojado—. Yo soy lo que soy porque me dejé llevar por mi destino. Después de mi romance con esta niña, volver, separarnos, pelearnos, toda esa onda… nosotros seguíamos ensayando. Teníamos disco nuevo. Yo había hecho todas esas canciones, y entre medio fui a Los Ángeles, a grabar Corazones.

    Hace otra pausa. En ningún momento respira hondo. Su color de voz es templado y profundo, como declamando.

    —¿Cuánto alcanzó a ir Claudio [a los ensayos]?

    —Como tres ensayos… salían súper bien con él… pero le dio lata y no fue más. Con Miguel encontramos que estaba bien. El Claudio, yo creo, encontraba que esas canciones eran buenas, pero… le dolían. Nos llamó un día para avisar que no iba a ir al ensayo. Otra mañana… estábamos en la casa de mi mamá, esperándolo… y no llegó. El apoyo de Miguel en esa época fue tan importante… porque a él se le desarmó la banda sin tener ni arte ni parte… de repente vio que todo se desintegraba y quedaba la cagá. Él fue súper importante, porque apechugó con todo. Al comienzo me odió…pero después me quiso. Cuando comprendió que yo estaba enamorado de verdad… me entendió.

    —Pero igual con Miguel se distanciaron un poco…

    —Un rato sí…pero después nos acercamos más. El hecho de que Corazones haya sido un disco exitoso, se debe en gran parte a Miguel, porque le puso el hombro y empujó la promoción… yo no tenía valor pa ná.

    Mientras habla, pienso que este es un Jorge distinto al que aparece en los medios de comunicación. Más vulnerable, crudamente sincero, más parecido al personaje que asoma en sus discos. Dice que no es su interés volver atrás, pero que también siente que, en esas horas de verano en los noventa, cargadas de tensión premilenio, reunido con Miguel, tocando en la ruta, está empezando de nuevo.

    —Siento que la música que seguí haciendo después [de Los Prisioneros] fue una evolución. Pero también creo que los dos discos [solistas] que hice [en los noventa] pecaron de unidimensionales porque me faltaba una banda. No eran tan buenos como los con Los Prisioneros. A pesar de que las ideas detrás eran buenas.

    Hace un silencio largo. Fija la vista en la grabadora. Respira hondo por primera vez desde las últimas horas de la tarde.

    —Nunca pienso en volver atrás. Prefiero pensar que nunca he estado mejor que ahora.

    —Si tuvieras que elegir el mejor momento de los tres, el de mayor comunión, cuando sentiste estar en el triángulo perfecto…

    —Yo creo que en La voz de los ‘80. Nuestro momento peak fue cuando grabamos ese disco. Porque ya para Pateando piedras el que siempre me acompañaba en la grabación era Miguel. El Claudio estaba pololeando, entonces casi siempre se iba más temprano. Además, en Pateando piedras yo tenía el concepto súper claro. Siempre he sido una persona que puede manejar muy bien lo abstracto. Imaginarme las pistas que iban… los arreglos sin hacerlos. Realmente me estaba disparando de los demás… cosa que a Miguel nunca le pareció mal. Pero a Claudio le empezó a producir un poco de incomodidad.

    —Viéndolo desde adentro, ¿es posible tomar consciencia de lo que Los Prisioneros hicieron por la música chilena?

    —Yo te voy a explicar cómo es la cosa. Yo siento que nosotros estamos conscientes de lo importante que fue lo que hicimos. Pero creo que los discos no quedaron tan buenos como hubiéramos querido. Al grabarlos, o al tocarlos, sentíamos eso. Creo que todavía no hemos hecho el disco que hubiéramos querido. Igual me llama la atención el hecho de que cuando nosotros estábamos haciendo todo eso, era por una hueá súper honesta, por hacer el bien, ¿cachai? Por hacer algo que fuera de verdad. Y resultó. Con eso desmentimos toda una movida que había de que para ser famosos y te fuera bien había que venderse y ser falso. Eso no es así. En Chile la única forma de pasar a la posteridad y que la gente se enamore de ti es ser honesto, como pasó con Violeta Parra. O con Víctor Jara.

    —¿Te da lata que Los Prisioneros hayan terminado así? ¿Te hubiera gustado otro final?

    —Encuentro alucinantemente romántico que nos hayamos separado por un lío de faldas… lo encuentro súper bello.

    Agosto de 1999

    —Aquí no figura ningún Jorge González…, ¿sabe el otro apellido?

    —Mmm… Ríos, creo —le contesto, y pienso en lo bizarro de la situación.

    La encargada de la ventanilla de Urgencias del Hospital Barros Luco hace su mejor esfuerzo, buscando con calma en los libros de registros a un paciente ingresado bajo ese nombre por intento de suicidio.

    Me confirma que nadie de esas características figura en el libro. El Mercurio me ha encargado investigar la información que aparece ese mismo día sobre Jorge en Las Últimas Noticias, que aparte del intento suicida lo pinta desquiciado, saliendo a la calle en pijama, chocando su Mazda y haciendo escándalos nocturnos.

    Lo que, personalmente, más me interesa confirmar o desmentir es lo del intento. Tomo un taxi a la casa de Beauchef. No tiene timbre, y la reja está cerrada con candado. Toco la puerta en la casa del lado. Hablo con varios vecinos, pero el único que acepta tocar el tema me dice que está preocupado por Jorge, que cree que está un poco enfermo, por su aspecto.

    De vuelta en el diario, llamo a Marco González, el hermano menor de Jorge. No resulta una buena experiencia. Le pregunto su opinión, pero me responde que no tiene nada que hablar, que los periodistas son una peste, que le dan pena, que lo único que quieren es vender diarios a costa de su hermano, que es la carrera que siguen los que han sido sapos en el colegio y que su hermano está recibiendo el pago de Chile. Me repite varias veces que no quiere aprovecharse de la fama de su hermano para que su nombre aparezca en los diarios, que

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