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De las luchas estudiantiles a las filas de la revolución. Chiloé y Cautín 1968-1973
De las luchas estudiantiles a las filas de la revolución. Chiloé y Cautín 1968-1973
De las luchas estudiantiles a las filas de la revolución. Chiloé y Cautín 1968-1973
Libro electrónico304 páginas4 horas

De las luchas estudiantiles a las filas de la revolución. Chiloé y Cautín 1968-1973

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Relato conmovedor que combina elementos autobiográficos, con otros testimonios de distinta naturaleza (entrevistas, recuerdos de otras personas, documentos y libros), para presentar la vida de un niño chilote criado en una pequeña localidad de la isla, en el seno de un hogar formado por dos profesores militantes del Partido Socialista, y varios hermanos. A los 16 años, siendo estudiante del Liceo de Castro, se inicia en el mundo político integrándose al Movimiento de Izquierda Revolucionaria, MIR.
IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento5 oct 2020
ISBN9789560935267
De las luchas estudiantiles a las filas de la revolución. Chiloé y Cautín 1968-1973

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    De las luchas estudiantiles a las filas de la revolución. Chiloé y Cautín 1968-1973 - Alonso Azócar Avendaño

    Créditos

    Azócar Avendaño, Alonso

    De las luchas estudiantiles a las filas de la revolución. Chiloé y Cautín 1968-1973

    DobleAEditores

    Santiago de Chile, 2020

    ISBN libro impreso 978-956-09352-1-2

    ISBN e-book 978-956-09352-6-7

    Memoria crítica, Historia

    Diseño de cubierta: Cristina Azócar Weisser

    Diagramación y maquetación: Mariana Baeza Ceballos

    @ Alonso Azócar Avendaño, 2020

    @DobleAEditores, 2020

    dobleaeditores.cl

    contacto@dobleaeditores.cl

    Prohibida la reproducción parcial o total sin permiso expreso de la editorial. Todos los derechos reservados

    Alonso Azócar Avendaño

    De las luchas estudiantiles a las filas de la revolución

    Chiloé y Cautín 1968-1973

    pequeno

    Índice de contenido

    Prólogo

    Introducción

    Las difíciles relaciones interculturales. Sufriendo en el Liceo de Puerto Montt

    La huelga del magisterio del año 68 y el nacimiento del MIR en Chiloé

    Nuestra primera Escuela de Cuadros en Concepción

    El MIR crece y aumenta su influencia en el movimiento estudiantil

    Debut y despedida como profesional del partido en el trabajo poblacional en Puerto Montt

    El Pato Arellano renuncia al partido

    De las salas liceanas a las aulas universitarias

    Los hogares de Temuco y su importancia para la cultura mirista de Cautín

    El trabajo político estudiantil del MIR en Temuco

    Mañío Manzanal, Luis Quinchavil y la primera corrida de cerco en Cautín

    Verano del 71 en Casas Viejas

    Miguel Enríquez en el Acto en homenaje a Moisés Huentelaf en Temuco

    Kika, mi compañera de toda la vida

    Año Nuevo en las dunas de Moncul

    Chico Hippie… ¡cuánto nos duele tu ausencia!

    De militar infiltrado a revolucionario ejemplar. Detención, cárcel, tortura y asesinato de 

    Rubén Morales Jara

    El 11 de septiembre en Temuco

    Acompáñeme a la guardia...se va en libertad

    Palabras finales

    A todas y todos quienes participaron del proyecto mirista de conquistar el poder junto a los trabajadores de la ciudad y el campo e instaurar en Chile un gobierno revolucionario, para construir una sociedad más justa, más democrática, más humana; y a los y las jóvenes de hoy que, como nosotros ayer, intentan construir un mundo mejor.

    Prólogo

    Lo primero que tendría que escribir del libro que tengo el honor de prologar es que se trata de un relato conmovedor. Combina una suerte de autografía, con otros testimonios de distintas naturaleza (entrevistas, recuerdos de otras personas, documentos y libros), para presentar la vida de un niño chilote criado en una pequeña localidad de la isla, en el seno de un hogar formado por dos profesores militantes del Partido Socialista, y varios hermanos. A los 16 años, siendo estudiante del Liceo de Castro, se inicia en el mundo político integrándose al Movimiento de Izquierda Revolucionaria, MIR. Cuando en 1970 ingresa como estudiante a la Universidad de Chile, sede Temuco, continuó con su compromiso político militante y se entregó en cuerpo y alma, junto a su compañera, y aún esposa, Bernardita Weisser (Kika) a una causa que buscaba conseguir un país más democrático, justo y que mejoraría las condiciones de vida de sus trabajadores, en un Chile donde la riqueza estaba en manos de unos pocos y de empresas extranjeras que se apropiaron de nuestros recursos.

    Este proceso de maduración se produjo a fines de los 60, cuando en Chile pareció cerrarse la posibilidad de lograr los cambios que la sociedad requería por las vías tradicionales. El fracaso de las candidaturas de Salvador Allende y los escasos avances logrados durante el gobierno de Eduardo Frei Montalva, llevó a muchos jóvenes a pensar que el único camino era la lucha armada. Inspirados en la Revolución Cubana y otros movimientos surgidos en el continente, sumados a los aportes de los anarco-sindicalistas y de Troski, que permeó a militantes de las juventudes radicales, comunistas y socialistas, dieron por resultado la fundación del MIR (Movimiento de Izquierda Revolucionara) en marzo de 1965, en la Sede de la Federación del Cuero y del Calzado de Santiago, facilitado por uno de sus dirigentes, el anarquista Ernesto Miranda. Aunque su primer Secretario General fue el médico pediatra, anarquista también, Enrique Sepúlveda, el papel jugado por jóvenes de Concepción, entre los que figuraban Miguel Enríquez, su hermano Marco Antonio, Bautista van Schouwen y Marcello Ferrada de Noli (jefe del denominado Núcleo Espartaco), fue fundamental. 

    El paso desde la escuela primaria a la secundaria fue difícil para este adolescente chilote, pasando por momentos muy ingratos en el Liceo de Puerto Montt por causa de la discriminación de sus compañeros por su procedencia de la isla y por el lenguaje que usan los campesinos de las zonas rurales. En el Liceo de Castro la situación fue diferente. No le costó nada integrarse al resto de sus compañeros, entre los cuales gozaba de cierta admiración por proceder del Liceo de Puerto Montt y por sus cualidades de líder que tempranamente empezó a demostrar. Un par de años más tarde, Alonso decidió ingresar al MIR, en calidad de simpatizante. 

    Durante la huelga del Magisterio de 1968 su figura sobresalió. Ya militante del MIR participó activamente en el movimiento de sus profesores, a quienes apoyaron en su calidad de estudiantes. Empezó también a contactarse con los dirigentes de Concepción y a participar en las escuelas de cuadros que se dictaban en la Universidad donde se incubó el MIR. La formación teórica y práctica que requerían los militantes de un partido que propiciaba la lucha armada eran fundamentales. 

    Estos contactos fueron claves para ampliar la presencia del MIR en las demás ciudades del sur y en sus zonas rurales, tareas a las que dedicó buena parte de su tiempo. Por aquellos años intentó dedicarse a tiempo completo al Movimiento, proponiéndole a sus compañeros de Concepción que lo profesionalizaran para servir mejor a la causa, a pesar de las recomendaciones que le hicieran que volviera al Liceo de Castro a concluir su sexto de humanidades, dar la Prueba de Aptitud Académica e ingresar a la Universidad. 

    A pesar de esta resistencia logró que lo enviaran a Puerto Montt a trabajar con los pobladores de Pampa Irigoin, poco después de la matanza que se había producido en ese lugar en marzo de 1969 y de la cual se acusó a Edmundo Pérez Zujovic. Dos semanas le duró esa experiencia, pero fue suficiente para convencerlo que no debía renunciar a sus ideales.

    Terminados sus estudios secundarios Alonso se incorporó a la Sede de la Universidad de Chile, en Temuco, a estudiar Pedagogía en Educación Básica. Empiezan en ese momento sus años de mayores compromisos con el MIR, a los que muy pronto se uniría su compañera Bernardita, de la Carrera de Trabajo Social. Fue, precisamente, cumpliendo una labor política que descubrieron sentimientos que los unieron como pareja primero y como esposos más tarde, hasta el día de hoy. Es la parte más conmovedora de este primer tomo de crónicas escrito por Alonso Azócar. Todo se postergaba ante las tareas que debían cumplir en su condición de Militantes, las 24 horas del día y los 365 días del año. No había vacaciones ni festividades que lo impidieran. 

    De alguna manera yo había vivido una experiencia parecida, aunque en otras en circunstancias muy diferentes. También provenía de un hogar socialista, formad por un empleado público, una profesora, una hermana y cinco hermanos. Desde pequeño acompañé varias veces a mi padre a los locales del Partido a reuniones, primero en Tocopilla, más tarde en Antofagasta. De entre mis hermanos creo haber sido el primero o el segundo que definió su posición política. Ocho años antes que Alonso ingresé a la Universidad de Chile, sede Valparaíso, sin conocer la ciudad. Me acompañó mi padre que algo conocía el Puerto. Por cierto me pareció una ciudad enorme, aún recuerdo lo que me costaba cruzar la Avenida Pedro Montt, ancha y con un tráfico que no había visto en Antofagasta y La Serena, ciudades que conocía bien. 

    Como provenía de Antofagasta, luego de matricularme en la carrera de Pedagogía en Historia, Geografía y Educación Cívica, nos dimos a la tarea de buscar una pensión. Mientras me matriculaba un funcionario de la Universidad nos informó de la existencia de un Pensionado Universitario al que podían aspirar los estudiantes provincianos. Conforme a la dirección que nos dieron fuimos a conversar con la Asistente Social, encargada del hogar. Recuerdo su nombre, Alicia Honorato. Por aquella época era un muchacho de 17 años recién cumplidos, delgado, algo desgarbado y tímido, que venía desde muy lejos. Sentí que algo le había impresionado y que haría lo posible por darme un cupo. 

    El lunes 2 de abril de 1962 se iniciaban las clases. Ese día muy temprano llegué por casualidad al Pedagógico. Estábamos alojados cerca de la Estación Puerto y en la calle Serrano tomé un trole que me dejó justo en la calle Colón, casi frente al lugar al cual iba. Me sentía como pollo en corral ajeno; así y todo me acerqué a un compañero que parecía estar ingresando a la Universidad. Le conté que buscaba pensión y que había postulado al Pensionado. Por esas casualidades del destino, conocía a un estudiante que residía en el hogar. Me contacto con él y le di mi nombre. Fuiste seleccionado, me dijo, y puedes llegar hoy mismo. Avisé a mi padre y mi primer almuerzo fue allí.

    En este punto empiezan las diferencias con Alonso. La Universidad de Chile de Valparaíso tenía una tradición y recursos que seguramente no tenía la Sede de Temuco. El Pensionado era muy pequeño, apenas recibía 20 alumnos de todas las carreras, menos de Derecho, que tenía su propia residencia. Relativamente barato, era un verdadero lujo, con cuatro comidas diarias, amoblado completamente, y excelentemente atendido por las señoras Adela y Margarita, que se encargaban del aseo y de cocinar. Viví los cinco años de estudiante en el mismo lugar, Higuera 118 y luego del terremoto del 65, en la casa del lado tanto o mejor que el primero. En este sentido la Universidad se portaba muy bien.

    Las reglas del Hogar las imponíamos nosotros mismos. Por acuerdo unánime, el que repetía curso tenía que irse. Los llamábamos viciados y el riesgo que nos viciara a los demás lo veíamos como evidente. No había hora de llegada y para cuando no llegamos a la comida, quedaba servida sin que nadie la tocara. Teníamos sí que lavar nuestra ropa y plancharla en tiempos en que acudíamos a la Universidad con corbata. Margarita cumplía a veces esa labor, cobrándonos una suma muy pequeña. Era evertoniana y como a mí me gustaba el mismo equipo desde mi infancia en Antofagasta, me tenía un especial afecto, aunque sabía que cuando perdía el Everton era preferible no hablarle.

    La actividad política era muy intensa. La revolución Cubana caló profundamente. Inmediatamente ingresé la Federación de Estudiantes Socialistas (FJS) y al MUI (Movimiento Universitario de Izquierda). Al año siguiente logré ser elegido Presidente del Departamento de Cultura del Centro de Alumnos y, como tal miembro, de la directiva del Centro de Estudiantes del Pedagógico, compuesto por nueve miembros. Por tanto, mi voto era decisivo. Fue mi única experiencia política. Cautivado por la Historia pensé que podía servir mejor al Partido en mi condición de historiador. De todas maneras, seguía participando en las actividades de FJS, particularmente en los Jueves Socialista que celebrábamos en el local de Partido de la calle Chacabuco y algunos rayados que hacíamos en la noche.

    No recuerdo de estudiantes que se hayan dedicado como Alonso y Bernardita a sus compromisos políticos con tanta intensidad. En primer año, un compañero, Wladimir Laguna, militante del Partido Socialista, era más activo. Había viajado a Cuba y lo percibíamos como el de más experiencia. Era muy cercano a otro compañero, el mejor alumno del curso, que llamábamos cariñosamente el Chico Monterríos. Este último, ya en tercero se pasó del PS a Espartaco y a un movimiento inspirado en la Revolución China. Se casó con otra compañera del curso y sus actividades pudieron haber sido similares a las de Alonso y Bernardita.  Al final, le costó su matrimonio. De los dos no tuve noticias más adelante. El Perro Rivera, un poco mayor que nosotros era un eterno estudiante de Castellano. Creo que él era funcionario del Partido Comunista. Cuando fui Presidente del Departamento de Cultura, verlo y escapar era una reacción que no podía evitar. Cada vez que me veía me pedía cuenta de lo que hacía, convencido de que desde ese Departamento se podían conquistar los votos en las elecciones del Centro de Alumnos. Suelo verlo en Villa Alemana, cargado de años como yo. Nunca nos hemos hablado, pero tengo la impresión de que ambos nos reconocimos. Patricio Cerda, mi mejor amigo hasta el día de hoy, era otro estudiante muy comprometido con el PS, pero estaba lejos de lo que hacían los militantes del MIR, que en Valparaíso no tuvo por aquellos años una presencia significativa.

    He relatado mi propia experiencia para explicar por qué este libro me parece conmovedor. Seguir de cerca las tareas que asumieron Alonso y Bernardita y sus enormes sacrificios que el amor suavizaba en parte importante, no me dejaron impávido. Sufrieron más tarde la tortura y la prisión, el largo exilio y un retorno incierto a la patria lejana. En ese momento conocí a Alonso. Reintegrado a la Universidad tuvo que hacer algunos cursos para recibir su título de profesor. Le correspondió seguir uno conmigo. En las tardes de los miércoles o jueves nos reuníamos en una pequeña oficina de Ediciones Universidad de La Frontera, que yo coordinaba o dirigía. Junto con él, otra compañera acudió al curso, aunque no el mismo año. Con ella tuve una vinculación más cercana. Lamentablemente falleció al poco tiempo.

    Alonso era ya un profesional formado, con una experiencia poco corriente y un liderazgo que conservaba plenamente. Convertido muy pronto en profesor de la Universidad, hemos cultivado desde entonces una relación de colegas y amistad que me ha permitido valorar su constancia y lealtad con los principios que asumió en su juventud. El aprecio que observo en sus alumnos es una prueba más de aquello.

    Sin embargo, de este libro tendría que decir algo más. Aunque recuerda episodios vividos hace 60 y 50 años, tiene en el Chile de hoy una vigencia que no imaginé cuando Alonso me habló por primera vez de su interés por publicarlo. Cruzado nuestro país por movilizaciones sociales desde el 18 de octubre recién pasado, sin precedentes en su historia, las experiencias de los años 60 debieran hacernos reflexionar.

    Comparto con Alonso la idea de que toda nueva generación tiene el derecho a luchar por el futuro que quiere para ella y sus hijos. Fue lo que ocurrió con la nuestra cuando lo fuimos, fue también la que impulsó la lucha contra la dictadura y es la que ahora está en las calles para poner fin a un sistema económico que olvidó a la población. Es un sistema consagrado en una Constitución que lo resguarda y que confunde el progreso con indicadores puramente económicos, postergando los sentimientos, anhelos y necesidades de quienes se han visto empobrecidos y sin defensa alguna por parte de un Estado que sostenemos entre todos. ¿Cuál es el destino de estos sueños? Este es un asunto crucial que nos permite a los viejos transmitir a los más jóvenes nuestras experiencias que, tal vez, podrían serles útiles.

    Creo, y en esto puedo equivocarme, que analizar la viabilidad de nuestros sueños es una clave muy importante. No hacerlo, se convierten en utopías, como dice Galeano, inalcanzables, pero que sirven para avanzar y si el avanzar lo hacemos aprovechando las lecciones del pasado podríamos hacerlo con más seguridad de no volver a cometer los mismos errores. ¿Hasta dónde tenían destino nuestras aspiraciones de los años 60? A mi juicio, ese fue un error que costó muy caro. No fuimos capaces de evaluar las condiciones objetivas y subjetivas para profundizar la revolución. Pensamos en la lucha de clases como una herramienta que operaría sólo en favor de los explotados, sin tener en cuenta que los sectores más privilegiados y conservadores recurrirían a lo mismo para mantener lo que tenían. No nos dimos cuenta de la fuerza que tenía la alianza de esos grupos con las fuerzas armadas que se aliaron para derrocar a Allende e imponer un modelo mucho más opresor.

    El Patria o Muerte. Venceremos y el Avanzar sin Transar fueron consignas que abrazamos con toda la alegría y, en el caso de los miristas, el compromiso que requerían aquellos tiempos.  La respuesta fue brutal. Aquella mañana del 11 septiembre de 1973, la noche más triste y tenebrosa oscureció la naciente primavera por muchos años. Se cerraron las grandes alamedas por donde transitaba el hombre libre, que se abrieron recién gracias a la nueva generación de jóvenes de los 80. Y eso es lo que debemos pensar en los momentos que vive hoy nuestro país. No se trata de frenar la lucha por construir un mundo mejor, más democrático, justo, plurinacional, que resguarde nuestros recursos naturales y digno para todos quienes habitamos este país, sino de las reales posibilidades de concretar nuestros sueños, sin renunciar a ellos y seguir luchando por lograrlos con la mente fría y no apoyados simplemente en el voluntarismo.

    Por último, Alonso pone de relieve la memoria como una fuente válida para estudiar el tiempo presente en momentos en que los cientistas sociales, y los historiadores en particular, experimentamos un cambio respecto de la visión que teníamos sobre la objetividad que con tanta cautela resguardaron nuestros maestros hasta los años 50 o 60 del siglo pasado. Hoy más que nunca cobran vigencia las viejas lecciones que aprendimos de Lucien Fevbre en sus Combates por la Historia. Los testimonios personales como las de Alonso contribuyen a recrear nuestro pasado con la perspectiva de los vencidos, legitimándolos como protagonistas de la Historia. Es precisamente lo que estamos estudiando en la Universidad de La Frontera a través de nuestros proyectos de investigación dirigidos por el profesor Juan Manuel Fierro gracias al apoyo de la Comisión Nacional de Investigación Científica y Tecnológica (Proyecto Conicyt La construcción socio-imaginaria del Estado y de la Democracia en el discurso de las memorias personales de actores políticos, militares y religiosos en Chile, Proyecto Nº 1161253), que se enriquece con las reflexiones que surgen del aporte de  De las luchas estudiantiles a las filas de la revolución… que no fue. Crónicas de un chilote mirista. Chiloé y Cautín 1968-1973.

    Concluyo estas líneas señalando que los lectores que sigan estas páginas no sólo estarán frente a un libro conmovedor y vigente, sino también hermoso. Te felicito Alonso, aunque tengo la certeza de que en algunos puntos no estaremos de acuerdo, y te transmito mi admiración por tu trayectoria ejemplar contraída junto a Bernardita cuando apenas eran unos muchachos. 

    Cómo suelen decir los prologuistas, buena lectura.

    Jorge Pinto Rodríguez

    Algarrobito del Valle de Elqui, noviembre de 2019.

    Introducción

    A mediados de enero de 1991, sentado en la escalera de entrada a nuestra casa en Pauldeo, cerca de Ancud, sintiendo el cansancio físico y el stress que provoca un traslado de ciudad, mientras colocaba hielo en la mordida de una araña de rincón que empezaba a inflamar una de mis piernas, trataba de convencerme a mí mismo que la decisión de establecernos en Temuco era lo mejor para los cuatro. Kika y yo intentaríamos terminar nuestros estudios universitarios, suspendidos en septiembre del 73 cuando fuimos expulsados de la universidad y encarcelados. Y nuestras hijas Cristina y Javiera, de 14 y 10 años respectivamente, nacidas en el exilio en Suecia, tendrían mejores posibilidades de estudio. Especialmente si más tarde quisieran ingresar a la universidad, ya que en Chiloé no existía ninguna. 

    Me costaba resignarme a dejar la casa que con mucho esfuerzo habíamos construido un año y medio antes, después de llegar del exilio. Era la segunda vez que junto a Kika intentábamos establecernos en Chiloé, y nuevamente la vida nos negaba la posibilidad de realizar nuestros sueños en la isla que me vio nacer en marzo de 1952.  Nuestras hijas Cristina y Javiera, como siempre confiando en nuestras decisiones, ayudaban con entusiasmo, opinando de esto y de lo de más allá y hasta dándonos consejos, como si fuesen adultas.   La voz de Cristina me volvió a la realidad, recordándome que, antes de cargar la camioneta, debía ir hasta el vivero de Estudios Agrarios Ancud, a dejar a Eclipse, uno de nuestros perros, pues a Temuco solo podríamos llevarnos a Estrella, la más chica y a la que más querían nuestras hijas.  

    Rubén Cárdenas, uno de los directores de esta ONG dedicada al trabajo con pequeños campesinos, había aceptado darle trabajo a Eclipse, como cuidador del Vivero que ellos tenían en San Juan, a unos 12 kilómetros de Ancud, en el camino que lleva a Chacao.   Me produjo risa pensar en que mi perro encontraba trabajo en la misma ONG en la que, a partir de enero de 1990, yo estaba empleado a medio tiempo, cumpliendo tareas vinculadas a proyectos de desarrollo local y de comunicación.  

    El viaje a la casa de Rubén Cárdenas y después al vivero me permitió terminar de planificar mentalmente mi trabajo para Estudios Agrarios Ancud, institución con la que seguiría vinculado por unos meses más para coordinar el proyecto de Crianza de Gansos, que durante los años 1991 y 1992 beneficiaría a pequeñas campesinas de la comuna de Quemchi.  

    Por la tarde, cargamos la camioneta con los muebles, heredados de mis suegros Ema y José. También nuestros utensilios de cocina, nuestros libros, nuestra ropa, etc., así a la mañana siguiente podríamos partir muy temprano hacia Puerto Montt, para continuar a Temuco.   

    Por la noche fue difícil conciliar el sueño pensando en ¿Cómo nos irá en Temuco? ¿Encontraremos trabajo?  Allí estuvimos presos casi tres años, víctimas de la dictadura y seguramente quedan muchos civiles y militares que nos conocieron como militantes del MIR y dirigentes universitarios… ¿Se habrán superado los prejuicios?  ¿Será una buena decisión trasladarnos a vivir allí?

    Casi no dormí. Miles de imágenes se agolpaban atropelladamente unas sobre otras mostrando, de manera desordenada, los casi cuarenta años de mi vida:  los primeros, siendo un niño, en Apeche cerca de Queilen; el difícil periodo  como estudiante de Primer Año de Humanidades en el Liceo de Puerto Montt; los años como alumno del Liceo de Castro, mi rol de dirigente estudiantil cuando me detuvieron el 68 durante la huelga de profesores; mis compañeros del MIR en Castro y nuestros viajes a Concepción para recibir educación política; mis años, junto a Kika, en Temuco, primero como estudiantes y después como presos políticos; nuestros años de exilio en Suecia y Ecuador; nuestros deseos de retornar a Chile. Y una y otra vez, interrumpiendo los recuerdos que no me dejaban dormir, volvía a aparecer la preocupación por nuestro futuro en la ciudad del Cautín.  Lo último que recordé fue nuestro anterior viaje desde Chiloé a Temuco a fines de octubre de 1973 en un vehículo de Investigaciones, cuando Kika, Rolando¹ y yo lo hicimos en calidad de detenidos, y esposados, terminando abrupta y trágicamente nuestros planes de vivir en Chiloé. 

    Hoy casi treinta años después, pienso que es importante hacer un intento por recordar, y escribir, esas diversas experiencias personales. No como autobiografía, sino más bien como información sobre hechos y procesos vividos, sobre personas con las cuales compartí como estudiante, como chilote, como mirista. Pienso que es un deber ineludible el aportar con algunas gotas a este rio de creación de memoria histórica, sobre lo acontecido en las últimas décadas del siglo XX en nuestro país, desde la perspectiva de quienes queríamos construir una sociedad mejor.  Si no lo hacemos, las interpretaciones del pasado seguirán siendo elaboradas por los grupos de la sociedad que controlan el poder. Y serán esas interpretaciones las que seguirán siendo consideradas como saber histórico, convertidas en lo que Isabel Piper denomina la versión oficial sobre el pasado, en historia². La existencia de una

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