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Redimida por la gracia
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Libro electrónico201 páginas2 horas

Redimida por la gracia

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Información de este libro electrónico

A los ocho años de edad, Ramona Treviño se trepó a un techo y allí le rogó a Dios que le diera una prueba de su existencia. Cuando recibió una señal, hizo un pacto consigo misma de seguirle siempre. Pero las dificultadas familiares y sufrimientos le hicieron difícil permanecer en ese camino.

Cuando tenía 16 años quedó embarazada, dejó la secundaria y se casó con un hombre abusador, de quien finalmente se divorció. Su afán de querer ayudar a muchachas que pasaban por situaciones parecidas, la llevó a aceptar un trabajo como gerente de una sucursal de Planned Parenthood. Con el tiempo, sin embargo, Ramona comenzó plantearse la idea de si en realidad estaba dañando más a las mujeres que ayudándolas y decidió emprender un camino hacia la verdad—llevara donde la llevara.

Realizando que no podía seguir remitiendo mujeres a abortar o brindarles falsas garantías sobre sexo libre-de-riesgo, Ramona, en un acto de fe, renunció a su empleo dejando atrás su seguridad económica. Su conversión definitiva culminó con su regreso a la fe Católica de su infancia y con su nuevo papel de conferencista y defensora pro-vida.

Esta impactante historia cuanta la lucha de Ramona por conciliar su identidad como hija de Dios con un mundo lleno de mensajes conflictivos acerca de la fuente de nuestra dignidad y felicidad. Es la franca y sentida narración de una mujer que, con la ayuda de la gracia, luchó por sanar sus heridas del pasado mientras se convertía en agente de sanación para otros.

IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento11 feb 2015
ISBN9781681496467
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    Redimida por la gracia - Ramona Treviño

    Prólogo

    Díos siempre escribe las mejores historias. Lo sé bien, justamente por haber tenido el privilegio de participar, aunque en menor grado, de una de sus mejores historias, la de mi querida amiga y exgerente de Planned Parenthood, Ramona Treviño.

    El 23 de abril del 2011, mi marido Peter y yo asistíamos a la Vigilia Pascual en la Iglesia de San Marcos en Plano, Texas, y yo estaba particularmente emocionada debido a las noticias que recientemente había recibido sobre Ramona.

    Las lecturas de la Vigilia Pascual nos llevan al principio de todos los tiempos, cuando Dios crea el día y la noche, la tierra, el agua y los campos, las plantas y los animales y, finalmente, al hombre y a la mujer. Las lecturas continúan con relatos sobre la historia de la salvación en el Antiguo Testamento y la intercalación del canto de salmos, mientras la iglesia permanece a oscuras y todos tienen velas en sus manos como si dijeran: Estamos a la espera de que llegue la luz.

    Cuando las lecturas pasan a la llegada de nuestro Señor y Salvador, Jesucristo, que se narra en el Nuevo Testamento, de repente se encienden las luces y el coro irrumpe con el cántico ‘Gloria a Dios en el cielo’ y uno no puede dejar de sentir que todo cambia. Es en este momento que los ojos se me llenan de lágrimas. Sí, todo es diferente porque Cristo ha venido al mundo.

    El cambio de la oscuridad a la luz estrujó mi corazón esa noche de un modo especial. Apenas unos meses antes, había aceptado el cargo de estratega para la campaña nacional de 40 Días por la Vida. Mi función consistía en sugerir el modelo para nuestras campañas en Norteamérica. Y tal como es de esperar en una joven abogada que adora trabajar a favor de la vida a nivel popular, me fascinó aceptar un cargo que me permitiría usar toda mi educación, capacitación y experiencia para servir a aquellos que rezan frente a los centros de aborto, o dicho de otro modo, que están en la línea del frente de la batalla.

    En mi nuevo cargo, ofrecí mis plegarias, apoyo y consejo a los líderes de la campaña de primavera de 40 días, del 9 de marzo al 17 de abril, al tiempo que mi sorpresa fue constante al ver todas las cosas maravillosas que ocurrían por medio de la gracia de Dios: desde bebés salvados, hasta locales que cerraban, hasta empleados que abandonaban el negocio del aborto para acercarse a Jesús. Pero nada me habría preparado para la hermosa historia que iba a desarrollarse en la vida de una empleada de Planned Parenthood encargada de hacer remisiones de pacientes para realizarse abortos, Ramona Treviño.

    El 17 de abril, el último día de la campaña de primavera, Gerry Brundage, director de los 40 Días por la Vida en Sherman, Texas, me invitó a hablar para celebrar el cierre de un centro. Como Sherman queda a tan solo cuarenta y cinco minutos desde mi casa en Dallas, había desarrollado una amistad telefónica con Gerry durante la campaña y me entusiasmaba la idea de unirme a su grupo.

    Cuando llegué a la agencia Planned Parenthood que remitía pacientes para abortar en Sherman, me saludó este hombre increíblemente amable, afectuoso y pragmático que estrechó mi mano y nos dio la bienvenida a mí y a mi marido. Antes de comenzar el evento, Gerry nos habló de las muchas bendiciones de esa campaña. Ah, y además, agregó, la gerente de esta agencia y su colaboradora piensan abandonar la institución y nos han pedido que recemos por ellas.

    Un momento. . . ¿cómo? Esto no ocurre todos los días. Si las dos mujeres se iban, entonces toda la agencia de Planned Parenthood tendría que cerrar. Me maravilló que Gerry me transmitiera esta noticia con tanta seguridad y convencimiento como si me dijera: Bien, rezamos; y por supuesto que esto ocurriría. Sin embargo, yo sabía que esto era algo especial. Estaba tan entusiasmada y esperanzada que después de la celebración inmediatamente texteé la buena noticia a nuestro director nacional, David Bereit y al director de la campaña, Shawn Carney.

    En los días siguientes Gerry y yo conversamos sobre la manera en que yo podría ayudarlos. Me envió los currículos de las dos empleadas, que luego difundí entre los integrantes de un pequeño círculo pro vida, que eran de mi confianza. Confieso que estaba un poco nerviosa pues sabía que una directora de Planned Parenthood, Abby Johnson había sufrido en su éxodo de la institución, tal como detalla en su libro Unplanned. Me vinieron a la mente imágenes de un juicio.

    Luego de varios días de hacer circular los curriculos de las dos empleadas, no veíamos ningún trabajo posible para ofrecerles. Recé y esperé escuchar la guía del Señor para saber cómo seguir.

    Su palabra llegó el sábado siguiente, durante la noche de la Vigilia Pascual, cuando la Iglesia pasa de la oscuridad a la luz. En ese momento de iluminación escuché su mensaje con mucha claridad, un mensaje que nadie podría ignorar: ¿Qué es lo que temes? Lauren, espero más de ti.

    Reconocí la voz de Dios en mi corazón y le contesté con toda serenidad: "Está bien, Señor. Te prometo mi total acción. Pero sólo te pido una cosa: por favor, protégeme. Sentí la protección del Señor y, suponiendo que las dos empleadas estaban listas me comprometí a hacer lo que pudiera para ayudarles a salir de Planned Parenthood.

    Unos días después le pregunté a Gerry: Gerry, ¿qué te parece si llamo a ambas mujeres para ver si puedo ayudarlas? ¿Te parece bien? Me contestó que había estado rezando para decidir cómo seguir adelante, sin respuesta, hasta ese momento. Con su aprobación, inmediatamente consulté a mi amigo y colaborador Shawn Carney. Después de todo, él había ayudado a Abby Johnson y sabría cómo proceder.

    Nos concentramos en la directora, Ramona, que parecía más motivada en abandonar la agencia que su subordinada. El consejo de Shawn fue simple pero clave: Déjenla hablar. Insistió en que escuchara cuidadosamente para determinar si ella realmente quería hacer ese cambio.

    Al cabo de unos pocos días, hablé con Ramona por teléfono. Por milagro, y con la gracia de Dios, decidió abandonar Planned Parenthood una semana y media después. El Señor había estado obrando en Ramona, por lo que no le llevó mucho tiempo aceptar su inspiración. Mi función consistió en apoyarla mientras el Señor la impulsaba a abandonar Planned Parenthood para vivir la nueva vida de abundancia que le esperaba.

    Gracias a la decisión de Ramona de abandonar Planned Parenthood y a la oportuna cancelación de fondos del estado de Texas, la agencia tuvo que cerrar unos tres meses después. Las plegarias de 40 Días por la Vida en Sherman tuvieron un eco que nadie se habría atrevido a imaginar.

    En los meses que siguieron, vi cómo Ramona buscó su verdadero camino, a veces con dificultades, para finalmente encontrarlo en el movimiento pro vida. Al permitirme ser una pequeña parte de su inspirador recorrido, Ramona se transformó en una hermana y amiga.

    Ramona Treviño, eres más que una exgerente de Planned Parenthood. Eres esposa, hermana, madre, amiga y una hija adorada de Dios. Gracias por el coraje que tienes al difundir tus experiencias no sólo conmigo sino con el resto del mundo.

    Sé que te han costado las páginas que has escrito, pero lo hiciste con la gran esperanza de llegar a quienes podrían estar preguntándose si algo mejor les espera también. Sin duda, muchos de los que lean tu historia adquirirán nuevas perspectivas. Y al final, me siento orgullosa por el hecho de que has hecho todo esto por la gloria de Dios. Espero ver qué será lo que el Señor va a hacer a continuación en tu vida.

    Estimado lector, cualquiera sea tu trasfondo de fe, te invitamos a que junto a Ramona vivas los altibajos de su historia: la confusión, las preguntas, el conflicto y la desesperación y, finalmente, la esperanza. Para aquéllos que comparten con Ramona la fe católica, ruego para que por medio de esta historia lleguen a enamorarse más de Cristo y de la Iglesia Católica. Para los cristianos que no son católicos, ruego que celebren la diversidad de maneras que celebren las muchas cosas que tienen en común con esta hermana suya en Cristo y que aprecien la manera ese camino singular y esas profundas perspectivas que el Señor le ha dado a ella.

    Mientras se preparan para iniciar este camino con Ramona, los invito a encontrar un lugar tranquilo, a abrir el corazón y ver lo que el Señor tiene que decirles.

    Lauren Muzyka

    Directora Ejecutiva, Sidewalk Advocates for Life

    Ex-estratega de la Campaña Nacional 40 Días por la Vida

    1

    Un alma intranquila

    Abril del 2011

    Algo no estaba bien. Lo supe en el momento en que quité la mano de la radio sin encenderla. Casi nunca, al salir del trabajo, conducía a casa sin escuchar música o algún programa que me fuera distendiendo para adaptarme a mi mundo después del trabajo. Eran sólo las siete de la tarde de un martes, pero ese era mi lunes, mi primer día de la semana laboral como gerente de la clínica Planned Parenthood de planificación familiar en Sherman, Texas. Durante los últimos tres años, había dejado que la radio me acompañara a casa, pero ahora todo lo que quería era silencio.

    ¿Qué te pasa, Mona?, me dije, viéndome en el espejo retrovisor. Dios, ayúdame a comprender. ¿Por qué no me mostraste el camino de salida?

    Los últimos meses me había sentido intranquila en mi trabajo, especialmente ahora que Dios me había estado revelando tantas verdades. El único momento en el que me sentía en paz era los fines de semana. Me iba a casa y me restablecía, pero todas las mañanas de martes enfrentaba un terror que iba en aumento.

    Cuando llegué a casa, en Trenton, paré el auto y me quedé en el asiento. No podía entrar, al menos no todavía. Con el motor aún en marcha, encendí la radio. Quise escuchar nuevamente la estación de radio católica que había descubierto tan sólo cuatro meses antes. La programación me atraía y me desafiaba a la vez. Por un lado, las discusiones que presentaban parecían resonar con la verdad, y esto me cautivaba; pero por el otro, me confundían. No estaba segura si estaba preparada para enfrentar la posibilidad de reconocer que había dado algunos pasos equivocados.

    Después de todo, yo era la gerente de una clínica que entregaba anticonceptivos y enviaba pacientes a otras clínicas para abortar. Durante tres años traté de convencerme de que mi trabajo no tenía nada que ver con abortos—o al menos no me consideraba directamente responsable de ellos—pese a los centenares de muchachas que había dirigido todos los años a otros centros para interrumpir sus embarazos.

    Algo que había escuchado varias veces en la radio católica me perseguía: El control de la natalidad es la antesala del aborto. La afirmación me molestaba, no solo por mis propias acciones, sino también porque me había entregado tanto a un lugar que consideraba que la anticoncepción era absolutamente necesaria para la libertad.

    Bueno, aquí vamos, dije suspirando mientras sintonizaba el dial en 910 AM, Guadalupe Radio Network, para caer en medio de un programa que ya conocía, El Buen Combate cuya conductora era Barbara McGuigan.

    Barbara le hablaba con su habitual voz tranquilizadora a un hombre que había llamado, un caballero mayor cuya cálida voz me recordaba la de mi abuelo Lupe. El comentaba lo que hacía en el movimiento pro vida, cómo había estado luchando por tantos años para generar cambios y lo importante que era para él.

    Si hubiera sabido lo que se venía, habría apagado la radio; pero como una parte de mí era curiosa, esperé ansiosamente la respuesta de Barbara. Después de todo, siempre que el tema tenía que ver con el aborto, yo era toda oídos, especialmente desde que 40 Días por la Vida se había presentado en nuestra clínica durante la Cuaresma.

    Barbara empezó: Como saben, un día todos nos presentaremos ante Dios y creo que él nos dirá: ‘Y tú, ¿qué hiciste?’ 

    Empecé a sentir cómo se tensaba mi cuerpo.

    Primero, dirá: ‘¿Conocías el movimiento pro vida? ¿Sabías que cada día más de 3.000 bebés eran arrancados vivos de la matriz de sus madres, pedazo por pedazo?’ 

    Me estremecí. En ese momento, era como si Dios que me hablara a través de Barbara, y me vi ahora de pie frente a Dios. Ya no era Barbara, sino Dios quien hablaba, y no a un oyente cualquiera, sino a mí.

    Y si dices: ‘Sí, Señor, lo sabía’, creo que dirá: ‘¿Y qué hiciste?’ 

    ¿Qué hiciste, Ramona?

    Oh, Dios, dije sin aliento, oh, mi Dios. Me aferré al volante como si el vehículo estuviera todavía en movimiento o como si me fuera a desmayar ante la catarata de emociones que me invadía.

    Todos esos meses escuchando esta radio, buscando una respuesta a la pregunta que había estado guardando en lo más profundo de mi ser sin compartirla con nadie, ni siquiera con mi marido, Eugene, me sobrecogieron de repente en un solo susurro clarísimo de verdad:

    Nada; esa es la respuesta, Ramona. No has hecho nada para detenerlo. Por el contrario, has hecho muchas cosas para que fuera posible. Si, tú. . . tú has conducido bebés junto a sus madres a sus muertes, si bien no del cuerpo, del alma. Eres culpable.

    No, dije en voz alta, negándolo, aunque sabía que era cierto. Ayúdame.

    Las caras de esas jóvenes que yo había ayudado en estos tres años—muchachas bonitas, muchachas tristes, muchachas asustadas—se aparecieron rápidamente ante mí. Habían venido a nuestra clínica en busca de respuestas, en busca de alguien que les diera esperanza. Pero no les di esa esperanza. Por el contrario, con una sonrisa en mi rostro, les entregué folletos sobre sexo seguro y un paquete con pastillas antes de mandarlas de regreso al mundo, vulnerables y destinadas a repetir la misma conducta destructiva que las había llevado a mí en primer lugar. No las había ayudado. Sólo empeoré la situación de cada una de esas preciosas jovencitas.

    Empecé a sentirme mal, y en ese horrible momento, fue como si el techo del auto se abriera de repente como la tapa de una lata de sardinas. Me quedé allí sentada, indefensa, culpable y completamente al descubierto.

    Toda mi vida, cada vez que me sentía desesperada me convertía nuevamente en una niñita que se arrodillaba ante Dios, aunque fuera solo en mi imaginación. Las plegarias que pronunciaba en esos momentos no eran elocuentes,

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