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Entre el Amor y la Guerra
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Entre el Amor y la Guerra
Libro electrónico410 páginas5 horas

Entre el Amor y la Guerra

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Marcada por fuertes emociones y permeada por una constante atmósfera de tensión, la historia "Entre el Amor y la Guerra" se desarrolla en Alemania y Francia, en medio de los horrores de la Segunda Guerra Mundial.Dictada por el espíritu Lucius, la obra trae al presente el drama de Denizarth Lefreve, un sol

IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento29 jul 2023
ISBN9781088235669
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    Entre el Amor y la Guerra - Zibia Gasparetto

    ENTRE EL AMOR

    Y

    LA GUERRA

    Zibia Gasparetto

    Por el Espíritu Lucius

    Traducción al Español:

    J.Thomas Saldias, MSc.

    Hallandale, Florida 1994

    Revisión Julio, 2019

    Título original en portugués:

    "Entre o Amor e a Guerra"

    © Zibia Gasparetto, 1975

    Revisión:

    Zabeli Canchari Tello

    Mirian Acosta Romero

    World Spiritist Institute      

    Houston, Texas, USA      

    E–mail: contact@worldspiritistinstitute.org

    Índice

    PRÓLOGO

    La Organización Socorrista

    El Campo de Batalla

    El Diario de Denizarth

    El Hogar de Ludwig

    El Falso Kurt Miller

    Las Bodas

    La Prisión

    Tortura y Liberación

    Inicio del Regreso

    La Resistencia

    El Disfraz

    Finalmente El Hogar

    La Doctrina Consoladora

    La Revelación

    El Atentado

    La Rendición Alemana en París

    La Recompensa

    La Decepción

    El Camino de Damasco

    Dos Almas se encuentran

    ¿Una Esperanza?

    Mensaje de Paz

    En el Camino

    La Adopción

    El Regalo de Fin de Año

    Fanatismo Ciego

    Frau Eva

    La Tragedia

    Fin del Diario de Denizarth

    El Amparo del Plano Espiritual

    El Sublime Perdón

    PRÓLOGO

    Pese a la dedicación y el amor de los espíritus iluminados dedicados abnegadamente a las tareas sacrificadas a favor del progreso espiritual de la humanidad, no se ha conseguido evitar la consumación de la tragedia y del dolor, en las manifestaciones de las necesidades humanas expandiéndose a través de sus experiencias en la conquista ardua de los valores morales y reales de la vida.

    Desde hace siglos el señor viene derramando bendiciones y revelaciones consoladoras buscando así, orientar y educar a los hombres para conducirlos a la felicidad y a la paz.

    Mientras tanto, en los entrechoques del egoísmo y de la ambición, del orgullo y la vanidad, ellos vienen confrontándose mutuamente. Guerras, luchas, crímenes sociales, políticos estableciendo toda suerte de consecuencias reparadoras y diligentes en la reconquista del equilibrio.

    ¡Bendito el dolor que despierta al individuo!

    ¡Bendita la lucha que crea condiciones de reajuste y de progreso! ¡Ideal sublime que nos hace pensar en un mundo sin dolor ni guerra, donde todos se ayuden y se amen!

    Donde el respeto y la amistad, la dedicación y el amor establezcan patrones de igualdad de derechos y todas las clases sociales puedan convivir sin confrontarse, con prejuicios recíprocos. ¡Donde todos se estimen y las fronteras entre las razas y los países sean abiertas, sin armas o barreras!

    Donde la política sea utilizada teniendo como objetivo el bien de todos en el sagrado ministerio del progreso!

    ¡Utopía...! dirán muchos. Me parece ver la sonrisa incrédula de la mayoría, pero respondo: meta obligatoria del futuro, destino para el cual fuimos creados. ¡Evolución!

    Sin embargo nada parece más distante del panorama actual de la Tierra que esa conquista.

    El mundo atormentado, gime envuelto en crisis y guerras, protestas y terror, cataclismos y sufrimientos.

    La moral parece haber desaparecido y el materialismo irrumpe nuevamente, estableciendo conflicto, ovacionando el vicio.

    Sin embargo, la obra de redención continúa inexorable. Las Leyes de la Justicia Divina, inmutables, dan a cada uno según sus obras y el tiempo, amigo constante, se encarga de restaurar la verdad en la intimidad del ser

    La humanidad se encuentra divida en dos grandes grupos: los que saben y los que ignoran. Los que ya entendieran y los que están ciegos.

    Nosotros deseamos cerrar filas con aquellos que creen en el futuro del espíritu, en el progreso de la humanidad terrena y trabajan para acelerarlo, en la convicción de que Dios nos facilita la alegría de colaborar en su obra; no obstante, estemos conscientes de nuestra inferioridad y de nuestro débito delante de las Leyes Divinas.

    Y, justamente por haber sido tantas veces soldados de la violencia, nos decidimos a luchar por la paz.

    Así, nosotros, Espíritus deseosos de hacer el bien nos reunimos alrededor de instructores abnegados y nos dispusimos al trabajo, cada uno dentro de las actividades que nos competen.

    De esta forma atendiendo a las disposiciones de nuestro trabajo, nos reunimos en asamblea en el plano espiritual. Nuestra arma, el amor; nuestro objetivo, el esclarecimiento; nuestro deseo, la conquista de la paz y la liberación del hombre.

    QUE JESÚS NOS BENDIGA

    Lucius

    São Paulo, 30 de marzo, 1974

    CAPÍTULO I

    La Organización Socorrista

    El cielo estaba estrellado y la noche agradable. En el inmenso y acogedor salón, nos reunimos como de costumbre en los últimos días, realizando nuestra preparación para el ingreso en el grupo de trabajadores que en nuestra colonia espiritual se disponía a colaborar a favor de la paz.

    Campos de la Paz, agrupamiento espiritual de recibimiento y socorro a la humanidad terrestre, dedicaba enorme contingente de auxiliares y benefactores a esa tarea, no solo procurando restablecer la paz en la Tierra, sino también recogiendo, asistiendo y encaminando a las víctimas de las guerras y de las violencias en el mundo.

    La Fraternidad de las Enfermeras Internacionales, dirigida por el abnegado espíritu Florence Nightingale, dedicaba los mayores esfuerzos en ese campo, desvelándose en todos los sectores.

    Era con profundo respeto que mirábamos sus figuras diligentes, trabajando sin cesar en una demostración innegable de dedicación y renuncia

    Fue con emoción que escuchamos la oración de la enfermera Rose, iniciando la reunión y después, las palabras firmes de la enfermera Lee, incentivándonos a la tarea.

    Nos describió lo que pasaba en el mundo, el horror que la amenaza constante de la nueva guerra despertaba en cada corazón.

    Conocíamos los problemas de las muertes en los campos de batalla. Conocíamos en parte, lo que el arrastre de las pasiones pueden conducir al hombre presionado por el odio y por la guerra.

    Una profunda emoción nos invadió cuando ella concluyó:

    – ¡Compañeros! ¡Unámonos para luchar por la paz! Nuestra lucha es de amor y alegría, de esperanza y de luz.

    Sabemos que las casas de socorro de nuestro plano albergan todavía espíritus enloquecidos por la lucha sangrienta. Sabemos de los rescates dolorosos que muchos necesitan enfrentar aun en la restauración de la paz que destruyeran.

    Sabemos que los hombres necesitan aprender a amar y a sentir a Jesús en el corazón. La humanidad carece hoy más que nunca del conocimiento de la vida espiritual, de la creencia en la reencarnación y en la eficacia de la justicia divina, ¡que nadie jamás consiguió engaña!

    Es necesario que los hombres sepan que todo rompimiento de la paz representa denodado esfuerzo en la restauración del bien eterno.

    ¡Compañeros! Es eso lo que necesitamos hablar a los hombres, a cada corazón, a cada hogar, a cada Espíritu.

    Por eso nos reunimos aquí. Vamos a servir a Jesús unidos y confiados, sin miedo de las falanges de la oscuridad que se mueven incesantemente envolviendo a los hombres en la hora difícil que pasa. Dios es alegría y paz. Jesús es la victoria del bien. Trabajemos y ciertamente unidos podremos realizar con alegría y valor nuevos semilleros de amor.

    Yo estaba conmovido. Un entusiasmo enorme fortaleció, en mi corazón, el deseo de luchar.

    Después de la sencilla y conmovida oración, se dio por concluida la reunión y esperé a la instructora que iría a designarme la tarea.

    La enfermera Lee se me acercó esbozando una amplia sonrisa.

    – Estoy muy contenta de poder contar contigo.

    Le apreté la mano que me extendía con cariño

    – Me siento muy feliz de estar aquí, espero con alegría el momento en que iniciaremos nuestra tarea.

    – Sí. Hemos seguido al grupo con el que colaboras en la Tierra y hemos estado con ellos en el intercambio amigo. Llegó la hora de continuar. Sé que estás buscando material para un nuevo libro dirigido a nuestros hermanos terrestres y creo que tenemos un caso especial.

    Me interesé:

    – Ya lo consiguió?

    – Sí, ven conmigo.

    La acompañé. Atravesamos el parque armonioso y bello que rodeaba el lugar de las reuniones y caminamos algunas cuadras. Alcanzamos un edificio claro de líneas rectas entramos, atravesamos el hall e ingresamos en el pequeño salón donde una pareja de aspecto joven conversaba en voz baja, al lado de un niño que parecía de unos nueve años.

    A pesar de estar tranquilos, ellos estaban un poco pálidos, demostrando que estaban en convalecencia. El niño; no obstante, en mejores condiciones espirituales, pues su cabeza estaban aureolada de luz, parecía preocupado y un poco impaciente.

    Viéndonos, corrió a nuestro encuentro y abrazando a la enfermera dijo:

    – ¡Viniste! ¡Te esperaba con impaciencia! Necesitamos ayudarlo. ¡Yo lo quiero tanto! ¡Necesitamos hacer algo por él!

    – Desde luego, hijo mío – respondió ella con firmeza – confiemos en Jesús que no nos desampara.

    La pareja se levantó y se nos acercó saludándonos:

    – Hemos hecho de todo pero él no habla de otra cosa.

    – El niño miró ansioso hacia la enfermera y explicó:

    – He sentido sus pensamientos de angustia y de dolor, piensa en mí con frecuencia, aun no encontró la paz. Es necesario que sepa que no sufrí. Él no lo sabe. ¡Él no lo sabe, se martiriza recordando mi muerte! Ha sufrido mucho. Deseo ayudarlo. ¡Yo le debo tanto, pero ahora no puedo hacer nada solo Dios y ustedes pueden ayudarme!

    La enfermera le alisó los cabellos rubios y con serenidad respondió:

    – ¿Tendrías la suficiente calma para verlo? ¿Podrías contenerte?

    – Sí – respondió él tranquilamente – comprendo que mi tarea en la Tierra era corta en esta encarnación y me siento bien. Pero no puedo pensar en mí, mientras él sufre.

    La joven señora nos miró con emoción y pidió:

    – Yo también quisiera hacer algo por él. Hemos orado pero su dolor es muy grande. ¡Todos le debemos tanto!

    – Naturalmente. La gratitud es un sentimiento noble y justo. Apreciamos sus oraciones a favor de nuestro amigo y de ellas necesitamos.

    Sonriendo miró hacia mí diciendo:

    – Éste es nuestro amigo Lucius que integra el grupo de trabajo que deberá participar del auxilio a nuestro tutelado.

    Sonreí conmovido cuando los tres me miraron con esperanza. Ella continuó:

    – Muy bien mañana vendremos a buscarlos para iniciar nuestras acciones a su favor. Hay un grupo que presta auxilios en la Tierra e iremos con ellos –. Dirigiéndose al niño agregó:

    – Tú vendrás con nosotros.

    El rostro del pequeño se iluminó.

    – En cuanto a ustedes, todavía es muy pronto para ver nuevamente el paisaje terrestre. Desde aquí podrán orar enviándonos pensamientos buenos y optimistas.

    Los dos recordaran inmediatamente.

    El rostro expresivo del niño atraía mi simpatía y su vibración amorosa nos transmitía una gran sensación de paz.

    Conversamos algún tiempo más y cuando salimos no pude contener la curiosidad:

    – ¿Este niño desencarnó hace poco tiempo?

    – Sí, hace poco más de seis meses. Sé lo que piensas. ¿Con tanta luz, por aquí todavía se detiene en esta casa de tratamiento? Es un Espíritu abnegado y bueno. Podría haber ido para planos más elevados, desarrollar su forma física, tomar inclusive la apariencia de la encarnación anterior, pero no quiere hacerlo porque desea ayudar a las personas que ama.

    – ¿La pareja que lo acompaña?

    – Si, fueron sus padres en la Tierra. Pero no tienen todavía su comprensión y la presencia del hijo les causa enorme bienestar. Desencarnaron violentamente durante la Segunda Guerra Mundial, dejando al hijo huérfano en la Tierra y pasaron largos años de sufrimientos y de rebeldía, de preocupación y de desequilibrio. La presencia del niño les devolvió la alegría y él viene con amor y cariño trabajando sus corazones, preparándolos para las revelaciones de la vida superior. También, como viste, hay alguien en la Tierra que él ama mucho y desea ayudar.

    – ¿Es el caso del que me habló?

    – Sí, pero no deseo influenciar tus impresiones dando mi opinión. Mañana iremos hasta allá y tú mismo tomarás contacto con la realidad.

    A pesar de la curiosidad no quise preguntar nada llegamos al edificio donde la enfermera Lee vivía. Al despedirnos ella sonrío diciendo .

    – Mañana a las 20 horas.

    – Está bien – respondí –. Hasta mañana.

    Fue con cierta impaciencia que esperé al día siguiente. A la hora exacta nos reunimos. El niño nos esperaba tranquilo; no obstante, el brillo en su mirada denunciase alegría.

    Nos juntamos al grupo de enfermeras asistentes que acompañarían a algunos médicos que se dedicaban al auxilio de la humanidad sufridora.

    Después de conmovedora y delicada oración, partimos rumbo al orbe terreno.

    Siempre me emocionaba volver a ver París.

    Los recuerdos, a pesar de los años y de los siglos transcurridos despiertan en nuestros espíritus sentimientos dulces y tiernos. Olvidamos los sufrimientos y las luchas, para conservar solamente la suave nostalgia de un lugar donde vivimos, amamos y aprendimos.

    Era noche de verano. Nuestro grupo se repartiera quedando solamente el niño, la enfermera Lee, una asistente y yo.

    Nos dirigimos a una casa no muy distante del centro. Su aspecto era bien cuidado. Entramos a pesar del trato, el ambiente era muy triste y pesado. Se reunían para la cena. Una pareja de edad, una joven señora y un niño, sentados alrededor de la mesa comían en silencio y sin apetito. Había tristeza en cada semblante.

    Denizarth necesita alimentarse, nuevamente está sin cenar.

    Fue el comentario que oí de la vieja señora, pero acompañé al grupo que parecía familiarizado en la casa y se dirigieron hacia el cuarto.

    Sentado en un sillón con la cabeza entre las manos, un hombre todavía joven, parecía inmerso en tristes pensamientos. Nos acercamos a él, pero no sintió nuestra presencia. A un gesto de Miss Lee, dirigí mi atención al cerebro de nuestro amigo, que estaba envuelto por una gruesa capa de fluido ceniciento oscuro que descendiendo por el epigastrio alcanzaba también el plexo solar. Era natural que no sintiese hambre con las funciones biológicas paralizadas y en las glándulas gustativas imposibilitadas de activar el flujo de la mucosa estomacal.

    – Observa su mente – me dijo la enfermera.

    Fijé mi atención en su frontal y pude, admirado, localizar una escena brutal.

    – Es solo en eso que piensa – observó conmovido el niño acariciándole la cabeza con extremado cariño.

    – Sí. Es un caso de cristalización mental. Lo hemos observado desde hace algún tiempo y ahora nuestros mayores determinaran el auxilio directo y objetivo. Nuestro hermano es acreedor de gran estima en el plano espiritual.

    La miré curioso.

    – Ven conmigo un momento. Voy a darte lo que necesitas.

    En un rincón del aposento había un pequeño escritorio y dentro de la gaveta un cuaderno manuscrito.

    – Es el diario de Denizarth. Léelo. Es la historia que estás buscando.

    – ¿Ahora?

    – Sí. Tienes tiempo suficiente. La atención de nuestro amigo va a detenernos aquí algunas horas. Siéntete en casa.

    Me acerqué bien al mueble y concentré firme el pensamiento en las páginas del cuaderno que permanecía cerrado dentro de la gaveta.

    Con respeto y cariño, debido a los secretos de ese corazón, la historia iba a comenzar...

    CAPÍTULO II

    El Campo de Batalla

    El Diario de Denizarth

    Bajo un cerco odioso nos aglomerábamos como un bando de famélicos y sedientos individuos, en la trinchera obscura.

    La noche interminable rugía a nuestro alrededor, pactando con el enemigo implacable, escondiéndolo de nuestros fusiles apuntados y de nuestros ojos extremadamente abiertos, queriendo penetrar las sombras tenebrosas.

    Respiración contenida, todos los sentidos canalizados en el olfato y en la audición. Las manos nerviosas crispadas en la culata del rifle. Una sensación de malestar y de terror. Sabíamos que estábamos perdidos. El enemigo nos acorralaba en un asedio peligroso. Caváramos la trinchera y sabíamos que nos iría a servir de tumba. Un terrible sabor de sangre nos subía por la boca

    Éramos un poco más de veinte, pero estábamos dispuestos de vender caro la vida.

    – Los minutos transcurrían lentamente. Aquel silencio horrible, aquella espera, aquella tensión.

    – ¿Por qué no vienen esos miserables? – gritó alguien siendo luego agarrado por el capitán que nos comandaba.

    – Todos estamos nerviosos, cállese. No vamos a precipitar los acontecimientos.

    Apretó al soldado contra su pecho apagándole la voz. El muchacho sollozaba en crisis. El ambiente a cada minuto, más y más se hacía irrespirable.

    ¿Por dónde vendrían primero? ¿Cuándo atacarían?

    Aun cuando fuésemos atacados, nuestros víveres se habían reducido drásticamente. No nos quedaba casi nada de alimentos y el agua iba escaseando.

    Algunos compañeros descansaban mientras estábamos de guardia y despertaran de la modorra en la que se habían envuelto para pseudo–reposo. Vinieran a relevar la guardia y a nuestro turno nos lanzamos al fondo de la trinchera para tratar de descansar.

    Imposible dormir. A pesar de que estábamos en ese infierno no hacía poco tiempo, desde que habíamos enfrentado muchos peligros, pero jamás habíamos vivido momentos tan dramáticos. La violencia y lo inesperado del ataque alemán, nuestras líneas, desmanteladas, vencidas, no sabíamos ni siquiera lo que sucedería con nuestra guarnición.

    No sé cuánto tiempo transcurrió, si descansé o dormí, solo me acuerdo que de repente las ametralladoras comenzaban a funcionar. De un salto agarré el fusil y apreté el gatillo.

    Las granadas explotaban cerca y algunos de los nuestros, alcanzados, rodaban entre gritos de dolor y chorros de sangre.

    A la orden de salir y tratar el cuerpo al cuerpo, obedecimos inmediatamente. La noche ya se debilitaba a las primeras claridades de la aurora, transformada en luz, al ruido incesante de la batalla, enfrentamos a los enemigos consiguiendo reconocerlos por el uniforme donde la esvástica brillaba terriblemente.

    En ese instante, el brillo de una lámina me alcanzó la mirada: en un segundo, comprendí el peligro inminente. Me desvié rápido y la bayoneta me raspó el brazo donde la sangre brotó abundante. Me enfrasqué con el atacante en un supremo esfuerzo por defender la vida.

    Rodamos ambos por un barranco y nuestra lucha era de vida o muerte.

    A cierta altura, mi antagonista se golpeó la cabeza en una piedra atontándose por un segundo, lo que me dio tiempo para eliminarlo a golpes de revólver que saqué rápidamente.

    En ese preciso momento vi una intensa claridad, mientras que sintiendo un agudo dolor en hombro derecho, perdí los sentidos.

    Cuando desperté, ya había amanecido completamente. Creí estar soñando, me sentía muy débil. A mi lado, el alemán que yo derribara se extendía muerto.

    El piso estaba sucio de sangre y las moscas enjambraban sobre los cuerpos extendidos. Vi a diversos compañeros cerca. Todos muertos.

    No conseguí levantarme. Me senté con mucho esfuerzo. Estaba mareado. Pude ver, a pesar de eso, que estábamos en pleno barranco. No nos habían visto; estábamos en terreno cubierto. Recuperara bien el equilibrio cuando oí el ruido del motor. Al mismo tiempo las voces hablaban alemán.

    Me sentí aterrado. Ellos todavía estaban en los alrededores. Si me vieran, seguro me matarían. No acostumbraban recoger enemigos heridos. Solamente tomaban prisioneros a los que podían seguir hacia los campos de concentración y trabajos forzados.

    No nos habían visto porque estábamos en terreno bajo. Había árboles altos que nos cubrían.

    Por otro lado si yo me quedase por allí, herido y sin víveres me condenaba a una muerte lenta y sin esperanzas de socorro.

    Fue cuando se me ocurrió una idea audaz. Rápidamente, comencé a retirar la ropa empapada de sangre del soldado enemigo que derribara. La tarea fue difícil porque me encontraba sin fuerzas, herido; el cuerpo del alemán era pesado y comenzaba ya a ponerse rígido.

    Lo desvestí y gasté cierto tiempo para vestirlo con mis ropas y vestirme con las suyas. Para mis planes necesitaba hasta de sus ropas íntimas.

    De uno de los bolsillos cayó un retrato y el rostro de una inocente adolescente que me dio una extraña sensación de temor.

    Me parecía estar viviendo en otro mundo, en terrible pesadilla. Guardé el retrato en su bolsillo y cuando sentí que estaba listo, comencé a gemir a toda voz.

    Por el ruido, percibí que libres de nuestra presencia, habían acampado cerca, se alimentaban y cuidaban de los heridos.

    Después de mucho gemir, fingiendo estar mal, percibí que dos camilleros, dando conmigo vinieran hasta donde yo estaba y tranquilos, me colocaran en la camilla.

    No obstante receloso, cerré los ojos fingiendo estar sin sentido. El plan diera resultado.

    No deseaba mucho, solamente una oportunidad para vivir. Si fuese descubierto cuando estuviese mejor, tal vez me tomaran como prisionero por algún tiempo o si tenía suerte, hasta que la guerra terminase.

    Contaba con engañarlos por algún tiempo. De mi madre eslava y mi padre francés heredara una acentuada semejanza con el tipo ario.

    Solo la muerte inminente, el instinto de conservación, me pudo dar la calma, principalmente por saber que aquella era mi única salida, si quisiese sobrevivir.

    Me colocaron al lado de otra camilla, sobre un camión. Un enfermero, viéndome gemir, me dio agua y bebí ávido. Me conservaba callado. No podía hablar sin delatarme. Lo peor era que no entendía nada de lo que me decían.

    Decidí guardar silencio, tenía mucha hambre y extremada debilidad. Perdiera mucha sangre.

    El camión se puso en movimiento. Mientras viajábamos percibí que el enfermero, cansado, se recostaba para dormir. Los otros tres heridos estaban en peores condiciones, durmiendo o inconscientes.

    Levanté la cabeza y vi un pedazo de pan en la mochila que estaba al lado de la camilla. Lo agarré como quien toma el bien más preciado del mundo. Estaba duro y enmohecido, me lo comí así mismo. Me sentí reconfortado.

    ¿Hacía donde iríamos? No lo sabía. Me dormí vencido por el cansancio, a pesar del dolor agudo que sentía en el hombro y de la situación peligrosa y especialísima en la que me había envuelto.

    Cuando desperté, al principio, no recordaba bien los últimos acontecimientos. Sobresaltado, de repente, recordé todo. Pasé la mirada por el cuarto y vi que me encontraba en una contigua casa soleada, transformada en hospital.

    El salón, donde seguramente se habían realizado muchas recepciones alegres, era escenario ahora de traumas de guerra.

    Algunas camas, dispuestas a manera de aprovechar mejor el espacio existente, y camillas formaban la enfermería en la que me encontraba.

    Algunos conversaban con cierta animación mientras que otros gemían en postración y sufrimiento.

    Una enfermera, viéndome abrir los ojos, acudió apresuradamente. Era de fisonomía agradable, a pesar de la imposibilidad de entender sus palabras. Verificando el esfuerzo que hacía para provocar una respuesta, traté de demostrar completa desorientación.

    Tomé, en aquel momento crítico, la decisión de simular un trauma psíquico.

    Ella trató con voz cariñosa de provocar una reacción de mi parte. Sin embargo conservé un mutismo obstinado.

    Ante su insistencia fingí un ataque de terror, abriendo mucho los ojos, mirando a un punto distante, demostrando miedo y sufrimiento. Con un gesto cariñoso, trató de calmarme. Se dirigió enseguida a un hombre que recién entrara en el salón, con mandil blanco y de rostro cansado.

    Conversaran, percibí que hablaban de mí. Se acercaran. Él me tomó el pulso, me dio unas palmaditas amigables en el hombro, que estaba herido, enseguida se volteó dio algunas instrucciones a la enfermera, retirándose enseguida.

    Respiré aliviado. Me parecía que no había peligro inmediato. Lo más cruel era no comprender lo que decían. Saber si no habían desconfiado de mí. Así, transcurrieron algunos días.

    ¿Hasta cuándo podría llevar adelante esta farsa? Estar en convivencia directa con el enemigo me enojaba. Ellos eran los asesinos de mis compañeros. Criaturas que yo aprendiera a temer y a odiar. Sin embargo, era mi vida la que estaba en juego.

    Me mantenía en constante vigilancia, a fin de que no viniese a fracasar demostrando mi verdadera identidad.

    Sabía que el enemigo era astuto, pero el deseo de vivir me mantenía callado. Por lo menos, estaba a salvo de los combates, mi herida siendo atendida y con una alimentación razonable.

    A veces, aislado, en el silencio forzado, aislado a la soledad por la barrera de un idioma extraño, centraba mi atención en mí mismo, recordando el pasado feliz. La Universidad que no llegara a terminar, las alegrías del hogar, entre una hermana querida, una madre amorosa y un padre elegante, sobrio pero principalmente delicado, cortés, correcto y digno.

    Cerraba los ojos y los recuerdos venían a mi mente, tan nítidas que al abrirlos de nuevo, al principio me costaba reintegrarme a la dura realidad, en la triste pesadilla que todos vivíamos.

    Muchos se preguntaban el porqué de la guerra. Algunos optan por ella, otros la planean en el juego desmedido de las ambiciones. Yo, sin embargo, ni la planeara, ni tuviera ambición política, ni siquiera pudiera escoger. Viera a mi patria y no tuviera otra alternativa sino la de salir para defender nuestros hogares en peligro.

    Jamás tuviera vocación para las armas de fuego, ni para matar; no obstante, me viera en la necesidad de violentar mis principios, para defender mi propia vida y la de mis compañeros. La amistad, el trabajo de equipo, eso yo ya lo conocía. Fue lo que me ayudó a enfrentar la dureza de las batallas sin enloquecer.

    No sentía odio, pero con el paso del tiempo, viendo amigos caer desangrados, viendo ciudades y villas subyugadas, mujeres violadas, niños muertos, mi corazón comenzó a endurecerse y a pensar que el enemigo también mataba sin remordimientos ni tristezas. No sé qué habría sido de mí en aquellos días sin el recuerdo de mi felicidad perdida en la convivencia con los míos.

    Los días que pasaron comencé a mejorar físicamente con mucha rapidez. La herida en el hombro ya estaba bien y ya casi ni me dolía.

    Cierto día, noté que había regocijo en el ambiente. No pudiendo comprender sus palabras, aprendiera a leer los sentimientos en las expresiones faciales. Sabía cuándo estaban alegres e imaginaba que estaban consiguiendo nuevas victorias.

    El médico entró en nuestra enfermería anotando en las papeletas de cada uno, dando las instrucciones y la enfermera lo acompañaba.

    Llegando a mi lecho, se detuvo y conversaron naturalmente sobre mí. Me parecía que decidían sobre mi destino porque, estando en perfectas condiciones físicas, no podía permanecer en el hospital. Sin embargo, no podía regresar al frente porque no estaba en completo dominio de mi salud mental.

    Controlando la ansiedad, los miraba indiferente, tratando de mostrar una completa desubicación.

    En verdad, aquella convivencia estrecha con ellos hiciera que algunas palabras se hicieran familiares a mis oídos e intuitivamente comenzaba ya a comprenderlos. Escuché perfectamente cuando él dijo

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