Descubre millones de libros electrónicos, audiolibros y mucho más con una prueba gratuita

Solo $11.99/mes después de la prueba. Puedes cancelar en cualquier momento.

MIDNIGHT CITY
MIDNIGHT CITY
MIDNIGHT CITY
Libro electrónico347 páginas3 horas

MIDNIGHT CITY

Calificación: 0 de 5 estrellas

()

Leer la vista previa

Información de este libro electrónico

Es una novela que describe la vida de una joven
perteneciente a una de las familias más dineradas con NY, con los conflictos,
decepciones y retos de jóvenes de esa edad y posición, así como resolver una
serie de asesinatos alrededor de ellos.
IdiomaEspañol
EditorialBV
Fecha de lanzamiento6 jul 2022
ISBN9786079894344
MIDNIGHT CITY
Autor

Paola López

Autora mexicana que le gusta leer, viajar y descubrir nuevas culturas. Completó su primer obra durante la pandemia del COVID-19.

Relacionado con MIDNIGHT CITY

Libros electrónicos relacionados

Cómics y novelas gráficas para usted

Ver más

Artículos relacionados

Comentarios para MIDNIGHT CITY

Calificación: 0 de 5 estrellas
0 calificaciones

0 clasificaciones0 comentarios

¿Qué te pareció?

Toca para calificar

Los comentarios deben tener al menos 10 palabras

    Vista previa del libro

    MIDNIGHT CITY - Paola López

    ©Midnight City

    Reservados todos los derechos.

    Queda rigurosamente prohibida, sin autorización escrita del autor, la reproducción total o parcial de esta obra por cualquier medio o procedimiento. 

    Editado por B&V

    Corrección de estilo: Flor Gómez

    Diseño editorial: Alejandra Padilla

    Copyright 2022 © Paola López H.

    ISBN: 978-607-98943-4-4

    N° de registro: en trámite

    Primera edición, septiembre 2022

    Impreso en México / Printed in Mexico

    Conversión gestionada por:

    Sextil Online, S.A. de C.V./ Ink it ® 2023

    +52 (55) 52 54 38 52

    contacto@ink-it.ink

    www.ink-it.ink

    Para aquellas personas que se sanaron a sí mismas cuando alguien más las rompió.

    Para To, porque aunque no eras escritor, siempre contaste las mejores historias.

    Para mí.

    1

    SoHo

    ¿Cuál ha sido la noche en la que más han llorado?

    Era medianoche en la ciudad. Las sirenas de las patrullas se escuchaban en la distancia mientras yo lloraba desconsoladamente en mi habitación por la muerte de mi mejor amigo. No había dormido bien las últimas semanas por el suicidio de Alec. Me vi en el espejo, llorando. Puse la mano en mi boca para no llorar más. Las lágrimas de mi cara se extendían hasta el piso. Y ahí estaba yo, muriéndome por dentro pero a los ojos de todos, perfecta.

    Después de una larga noche sin poder dormir, me dispuse a ir a trabajar en la empresa que un día mi bisabuelo fundó: Lockwood Enterprises. El edificio era muy alto y con olor a tinta, lleno de ejecutivos desde su primer día. El arquitecto que lo construyó era ambicioso y obstinado. Recuerdo esos días cuando lo estaban edificando y mamá me llevaba a verlo.

    — ¿Cuánto tiempo has dormido esta semana? preguntó mi hermana, Amanda.

    Amanda era una chica de treinta años con cabello castaño, ojos cafés con un toque de verde; un poco más alta que yo, pero al final es mi hermana mayor. Es una persona tranquila, siempre trata de simplificar los problemas aunque la situación sea muy complicada. Ella le saca una sonrisa a todos por su sentido del humor tan raro.

    No he dormido muy bien estos días contesté con un bostezo entre los labios.

    Ambas subimos por el elevador hasta el último piso del gran edificio. Las dos entramos a la sala de juntas, un cuarto grande lleno de ventanas en las que podías ver todo Nueva York. En el centro se encontraba un gran escritorio rectangular con cinco sillas, dos de cada lado y una en la cabecera que daba la espalda a la bella vista.

    Amanda y yo nos sentamos una enfrente de la otra cuando de pronto, llegó mi primo, Oliver. Un hombre de la altura de Amanda y lentes redondos. A diferencia de nosotros, era el único que estaba casado.

    Al parecer tendremos que organizar la fiesta de aniversario de la empresa.

    Debe ser una broma, ellos saben que terminará en un desastre tal como todas las otras veces murmuró mi hermana.

    Miré las ventanas para parecer desinteresada sobre el tema, una fiesta no era motivo de sorpresa.

    Ver esas ventanas era tan relajante, podías apreciar todo Nueva York de un extremo a otro, pero esa paz no duró mucho cuando alguien más abrió la puerta. Era el último en llegar como siempre, Stephen.

    Stephen, no muy sobrio, recorrió toda la habitación dejando un olor a alcohol y otras sustancias no dignas de mencionar. Finalmente se sentó a un lado de mí.

    — ¿Cómo estuvo la fiesta en Cabo? preguntó su hermano, Oliver.

    — Ni siquiera recuerdo haber llegado dijo en tono de burla.

    Amanda levantó la mirada de sus archivos y le lanzó una mueca digna de recordar.

    Había cinco sillas en el escritorio para cada uno de nosotros, las de la derecha les pertenecían a los más responsables: Amanda y Oliver. Él era un año menor que mi hermana y a diferencia de cualquier otro Lockwood, era una buena persona, alguien que se preocupaba por los demás. Tenía el tono de cabello igual al mío, castaño oscuro. Él era mi primo favorito.

    Amanda en cambio, era la mayor de nosotros cuatro. Lo que significaba una responsabilidad demasiado difícil, mucho más por ser mujer.

    Cuando se trataba de las sillas de la izquierda, siempre era más complicado. Stephen era el más desordenado de nosotros, aunque Amanda y él tenían la misma edad, mi hermana se había quedado con la etiqueta para heredar todo el imperio familiar y la verdad, se lo merecía. Él siempre estaba de fiesta o simplemente gastaba más dinero que el que producía.

    Por último y la más pequeña de toda mi familia, estaba yo, Lara Lockwood. Apenas tenía veinticinco y cuando eres la última en entrar al negocio familiar es complicado tratar de encajar en algo que lleva tu apellido. Estudié Arquitectura en Columbia, pero en mi familia siempre pensaron que eso no me convenía. Era un asunto complicado.

    La silla de la cabecera le pertenecía a los miembros del consejo que a veces nos visitaban.

    Les diré algo: ser una Lockwood es tan jodidamente difícil. Al ser una de las personas más ricas de Manhattan, siempre tienes que estar a la talla de las expectativas de todos. Cualquier error, tu cara estará en los periódicos. Disputa familiar, no lo demuestres, es debilidad. Enamorarte de un chico cualquiera, piensa que no está a tu altura. Amistades, ten cuidado que algunas sólo están ahí por tu apellido.

    No negaba que gracias a mi apellido había logrado muchas cosas, yo era Lara Lockwood y nadie podía ser como yo. Me gradué con honores, hablaba cinco idiomas, sabía montar tan bien un caballo como manejar un monoplaza de la Fórmula 1. Estuve en la selección nacional de tenistas, un año después de graduarme ya me habían contratado para hacer un edificio en Chicago. Era dueña de cuatro empresas alrededor del mundo, había invertido en la bolsa desde los dieciséis y Forbes ya había hecho un reportaje sobre mí.

    Me gusta ser una Lockwood, ¿a quién no? Sólo que aún no sé cómo compaginar mi apellido con mi personalidad. Aun así, trato de ser buena persona, o eso creo, aún no estoy segura de lo que ser buena persona significa.

    Como sea, cada mañana de lunes a viernes, teníamos la misma reunión y siempre se trataban los mismos temas —aburridos para un arquitecto—, así que yo trataba de dibujar el paisaje que se asomaba desde las ventanas.

    —Lara, ¿estás poniendo atención? —ordenó Oliver y agitó su mano hacia mí.

    —No me interesa.

    Probablemente cualquier otro día hubiera tenido un regaño, pero por suerte me salvó la secretaria.

    —Señor Lockwood —dijo una voz aguda de algún empleado.

    — ¿Qué pasa? —respondió Oliver.

    —El señor Hardwick está en el teléfono.

    Oliver salió de la habitación con alivio en su rostro. Amanda me empezó a mirar como si tratara de examinar una pintura.

    —Puedes irte —concluyó ella.

    Le sonreí rápidamente. Tomé mis cosas y me apresuré a salir de la habitación. Generalmente iba a mi oficina después de la junta pero ese día parecía que algo faltaba, así que tomé mi portafolio de piel y salí del imponente edificio con destino a Central Park.

    Todos en mi familia usaban autos para transportarse, pero a mí me encantaba el metro de la ciudad. Era tan complejo, como estar en un laberinto con vagones.

    Cuando llegué a la estación me encontré con una vieja amiga de la familia, Mary Taylor.

    — ¡QUERIDA! —gritó a tres pasos de mí—. ¿Cómo estás? Tenía años de no verte, ya eres toda una mujer.

    Me toqué un poco el oído derecho un poco aturdido.

    —He estado muy bien ¿y usted?

    —La verdad he estado bien, hasta me he vuelto a comprometer —levantó su mano y un brillo pareció salir de su dedo.

    —Felicitaciones —dije con una sonrisa en la cara.

    —Pero cuéntame ¿cómo está tu familia?

    —Ya sabe, somos los Lockwood —comenté en un tono sarcástico.

    —Por cierto escuché el rumor de una nueva Torre Lockwood.

    —Así es, pero aún no hay nada seguro.

    —Qué maravilla, bueno me tengo que ir pero fue un gusto verte.

    Ambas nos despedimos y yo volví a centrarme en mis pensamientos que fueron interrumpidos por la llegada del tren.

    Algo me falta pensé todavía en la plataforma Alec cumple seis meses de muerto hoy.

    Corrí lo más rápido posible para cambiar de plataforma y tomar el otro tren, por suerte las puertas todavía estaban abiertas cuando llegué. Su quinto matrimonio y yo no puedo tener una relación por más de un año, la señora Taylor debe de tener su encanto.

    2

    Chelsea

    Alec y yo nos conocimos por un mal día… el primer día de clases. Desde el inicio los de segundo grado lo molestaban por su walkman turquesa, pero ese día lo empujaron tan fuerte que ocasionó que se cayera. Adam y yo fuimos a ayudarlo porque a nadie parecía importarle. Cuando levanté su walkman vi el título de la cinta que decía: We didn’t start the fire de Billy Joel, era una canción que me encantaba y encontrar a alguien que también le gustaba fue más bien, una coincidencia.

    Él siempre sacaba mejores calificaciones que Adam y yo. El de ojos grises y cabello un poco rubio. El más maduro de los tres, el que en verdad sabía qué iba a hacer de su vida. Nunca se ponía ebrio en las fiestas, si no era por una buena razón. Hasta la preparatoria llevaba su walkman turquesa con las mismas canciones. Trataba de tranquilizarnos a Adam y a mí cuando nos molestábamos con el otro. Quería una familia, una esposa, hijos, estabilidad. El tipo que ves en la calle y simplemente te sonríe; la única persona en el mundo que no pensé que se iría… tan rápido.

    Alec, Adam y yo también íbamos a la misma escuela en Hell´s Kitchen. Es la única aceptable y recomendable para los integrantes de la élite de Manhattan. Así que siempre después de la escuela paseábamos solos en Central Park, sin contar a los escoltas, para llegar a cada una de nuestras casas en diferentes partes de Manhattan. Tengo tantos recuerdos con ellos que apenas me alcanza una vida para contarlos todos.

    Cuando llegué al cementerio, todas las lápidas estaban mojadas por la lluvia de anoche. En cualquier mes del año llovía algunos días, pero los últimos días de este septiembre parecía que había un huracán de lo nublado que estaba. Era un ambiente frío, tanto físicamente como emocionalmente.

    Alec se había suicidado hace ya seis meses, y los días desde su partida se sentían lentos y aburridos. No dejó una nota, ni un mensaje. Lo hizo un viernes después de que lo viera un miércoles. Se veía bien, no me habló de ningún problema ni de ninguna preocupación. Para la gente todavía es raro hablar sobre el suicidio, supongo que les da miedo aceptar personas a las que no les agrada vivir.

    Habían pasado seis meses pero yo aún me sentía culpable de no darme cuenta de lo que le pasaba. Hablé con terapeutas y poco a poco fui viendo esa luz al final del túnel de la que todos hablan. Pero supongo que nunca se supera totalmente el suicidio de tu mejor amigo por casi veinte años y un día simplemente… la persona a la que le confiaba todo y amaba tanto, se fue. Lo curioso del suicidio es que el dolor nunca se va, simplemente se transfiere a otra persona.

    Un recuerdo fugaz cruzó mi cabeza. Era primavera en la ciudad que nunca duerme, no teníamos más de doce años. Nos gustaba ir en bicicleta por todo Central Park porque tenía una vista increíble de todos los árboles que empezaban a florecer otra vez y el Sol que se reflejaba en los lagos como espejos. Ese día decidimos dar un pequeño paseo los tres juntos. Alec cayó en los arbustos, lo que ocasionó que se le abriera la barbilla.

    La madre de Alec era cirujana y su padre había muerto a corta edad, así que un poco de sangre no le impresionaba y ese día con la suya, no fue la excepción. Él simplemente se limpió la herida y subió a su bicicleta.

    Decía que la vida no se detenía por nadie ni por nada, así que debías tomarla con tranquilidad si querías disfrutarla.

    Me di cuenta que una lágrima había salido de mí al recordar todas las cosas que habíamos pasado juntos, toda una vida. Rápidamente dejé las flores amarillas (por su color favorito) que había comprado cerca de la estación. Caminé hasta la salida con la mirada agachada y las manos entre mi portafolio. Cuando estaba a punto de cruzar la calle, algo o más bien alguien, me jaló hacia atrás. Ambos caímos al piso mojado.

    Levanté mi mirada rápidamente, un auto había pasado tan rápido que no hubiera podido frenar si yo hubiera cruzado. Cuando me levanté para agradecerle a la persona que me había salvado, me di cuenta que era alguien muy conocido.

    —Adam.

    Me quedé consternada después de verlo. Por alguna rara razón mis latidos se incrementaron y mis manos se pusieron un poco sudorosas.

    —Lara —tartamudeó él. — ¿Estás bien?

    Adam… Él siempre fue diez centímetros más alto que yo. Entrenaba natación, así que siempre tuvo una espalda marcada y músculos definidos desde la primera vez que lo había visto sin camiseta a los once. Tenía el cabello de un castaño oscuro, casi negro y a pesar de todo, siempre tenía el mismo tamaño y curvatura. Él, de ojos marrones que combinaban con esa mirada de confianza ante todo. Sin importar su edad, olía al mismo perfume dulce y cálido como su personalidad. Al final de todo, Adam Williams fue mi mejor amigo por casi quince años.

    —Estoy bien, gracias —estaba algo confundida por el hecho de verlo. — ¿Qué haces aquí?

    —Vine a ver a Alec.

    —Bueno, ahora está tres metros bajo tierra así que dudo que lo veas cara a cara.

    —Lara —suplicó muy calmado.

    En verdad odiaba eso de él, siempre estaba tan calmado.

    — ¡No! Te fuiste cuatro años Adam y la única vez que volviste a la ciudad fue para el funeral de Alec.

    Estaba bastante molesta por el hecho de verlo de nuevo. Dios, se va cuatro años y de la nada vuelve como si nada.

    —Acabo de mudarme aquí.

    — ¿Cuánto tiempo? —reproché yo.

    —No volveré a Boston.

    Hubo un silencio incómodo por poco más de cinco segundos cuando me atreví a decirle.

    —Me tengo que ir.

    Tuve que caminar hacia él porque la estación más cercana estaba detrás de él.

    —Necesitamos hablar.

    —Estoy ocupada —dije sin detenerme.

    De pronto llegó una duda a mi cabeza, me di la vuelta con mis pies aún plantados en el piso.

    — ¿Cómo supiste que era yo?

    Se dio la vuelta y señaló mi portafolio.

    —Tu portafolio, todavía tiene las iniciales de tu abuelo y lo llevas desde pequeña. Me gusta la pañoleta que le pusiste.

    Lancé una sonrisa después de que terminara de hablar para luego alejarme de él.

    Adam también fue mi mejor amigo, pero siempre pensé que podíamos ser algo más. No hace falta describir ese sentimiento porque es demasiado común en amistades con el sexo opuesto.

    Los tres éramos inseparables, pero después de la graduación de la universidad, Adam se fue a Boston sin decir alguna palabra y no volvió hasta el funeral de Alec.

    Jamás me pude enojar con él por irse. Más bien lloraba noches enteras sin que mis padres se dieran cuenta, era mi mejor amigo y un día sólo decidió irse sin despedirse. Él era de esas personas que aunque les digas que estás bien mil veces, en el fondo saben que no lo estás, quizás por eso lo extrañaba tanto, porque me conocía demasiado.

    Cada mes desde su partida me enviaba una carta. Sólo abrí las primeras dos donde decía que había entrado a la academia de policía en Boston. Después de eso, me molesté hasta el punto de casi quemar las cartas para darle un cierre a nuestra amistad. Jamás respondí una y eventualmente, me fui olvidando de él como si fuera un extraño más.

    3

    Alphabet City

    Cuando regresé al edificio de la empresa, por segunda vez en mi día, me topé con Stephen, tenía la corbata mal puesta y como siempre empezó la conversación:

    —Buen día, no es así prima.

    —Lo es —dije secamente.

    —Escuché que uno de tus viejos amigos volvió a la ciudad.

    — ¿Quién te lo dijo?

    —Es una isla pequeña y mucho más pequeña si eres una Lockwood —hizo una pausa y continuó—. Por cierto, ¿por qué se fue?

    Lo mágico de nacer en una familia así, es que si alguien sabía un chisme de tu vida personal, instantáneamente todos se enteraban.

    —No lo sé y no tengo ninguna razón para discutirlo. Además eres la persona menos adecuada para hablar de eso.

    Empecé a caminar hacia los elevadores.

    — ¿Qué es lo que te motiva, Lara?

    Me paré en seco para mirarlo.

    — ¿En serio te interesa? —contesté sarcástica.

    —Más de lo que crees —ambos seguimos caminando— ¿Acaso es un chico? Claro que sí, siempre es un chico.

    ¿En qué panorama tiene a las mujeres este idiota?

    —Te daré un consejo para tus próximas conquistas: la motivación de una mujer no siempre se basa en un hombre. —Sonrió maliciosamente y luego siguió—. Las personas que se sanan así mismas son las más peligrosas, Lara. No necesitaste a nadie para recuperarte después de que Adam te dejó.

    —Se le llama resiliencia.

    —Pero a veces eres egoísta.

    Me di la vuelta muy molesta. Sólo lo hacía intencionalmente para que explotara. Fue así desde pequeños pues una vez mató a mi pato sólo por eso.

    —En tu vida me vuelvas a llamar egoísta. Porque ya perdí la maldita cuenta de cuántas veces puse la felicidad de los otros sobre la mía.

    La conversación terminó tan rápido como comenzó. Ambos seguimos con nuestro día como cualquier otro.

    Una voz se escuchó en la distancia y supe que era Thomas Chambers (aunque todos le decían Tom); había llegado a la compañía el mismo año que yo, así que eventualmente lo conocí.

    —Señorita Lockwood —interrumpió para darme unos papeles—. Tiene unos documentos pendientes.

    —Gracias.

    Empecé a revisar rápidamente lo que decían, siempre revisen las letras pequeñas.

    —Disculpe señorita, ¿podría preguntarle algo?

    —Claro —mencioné distraída.

    — ¿Es cierto que usted construirá la nueva Torre Lockwood?

    —Aún no lo sé, pero lo más probable es que sí, ¿por qué?

    —Es sólo que… sus bocetos de la universidad estuvieron expuestos en la NYU cuando yo estudiaba y siempre me parecieron increíbles.

    —Muchas gracias Chambers, es bueno saber que alguien aquí sabe que soy arquitecta.

    Él sonrió distraído por un sonido en el fondo.

    —También su abuela quiere saber si iría a la cena de

    ¿Disfrutas la vista previa?
    Página 1 de 1