Cartas de San Ignacio de Antioquia
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Estas cartas, escritas mientras enfrentaba su martirio, son ventanas a la antigüedad cristiana. Nos transportan a una época en la que la Iglesia, nacida de la semilla del Evangelio, comenzaba a echar raíces y a expandirse. A través de sus epístolas, San Ignacio nos brinda un atisbo de la vida, la doctrina y la organización de la Iglesia primitiva.
La pluma de San Ignacio se convierte en un instrumento que nos permite vislumbrar la pasión y la devoción que animaban a los primeros cristianos. Al leer sus cartas, se percibe la urgencia y la convicción con las que instaba a la unidad, a la obediencia y al amor fraterno entre los creyentes. Sus palabras también resplandecen por la valentía con la que enfrentaba el martirio, considerándolo como el medio para alcanzar la plena unión con Cristo.
Estas cartas no solo son un testimonio histórico, sino también una fuente de inspiración para los creyentes de hoy. Nos invitan a reflexionar sobre nuestra propia fe, a vivirla con un espíritu ardiente y a recordar que somos parte de una tradición que se remonta a los primeros seguidores de Jesucristo.
En esta obra, nos adentraremos en el corazón y la mente de San Ignacio de Antioquía, permitiéndonos absorber la esencia misma de su fe y su sacrificio. Es una oportunidad de conectarnos con una figura clave en la historia del cristianismo y de sumergirnos en un legado que sigue vibrando en la Iglesia hasta el día de hoy.
Prepara tu corazón y tu mente para este viaje a través de las "Cartas de San Ignacio de Antioquía", donde la antigüedad se encuentra con la eternidad.
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Cartas de San Ignacio de Antioquia - San Ignacio de Antioquía
1. CARTA A LOS EFESIOS
Ignacio, llamado también Teóforo, a la (iglesia) que ha sido bendecida en abundancia por la plenitud de Dios el Padre, que había sido preordenada para los siglos futuros para una gloria permanente e inmutable, unida y elegida en una verdadera pasión, por la voluntad del Padre y de Jesucristo nuestro Dios; a la iglesia que está en Efeso [de Asia], digna de toda felicitación: saludos abundantes en Cristo Jesús y en (su) gozo intachable.
I. He recibido con albricias, a Dios [vuestro] bien amado nombre, que lleváis por derecho natural, [con mente recta y virtuosa], por fe y amor en Cristo Jesús nuestro Salvador: siendo imitadores de Dios, y habiendo sido encendidos vuestros corazones en la sangre de Dios, habéis cumplido perfectamente la obra que os era apropiada; por cuanto oísteis que yo había emprendido el camino desde Siria, en cadenas, por amor del Nombre y esperanza comunes, y esperaba, por medio de vuestras oraciones, luchar con éxito con las fieras en Roma, para que, habiéndolo conseguido, pudiera tener el poder de ser un discípulo, vosotros sentisteis ansia de visitarme; siendo así que en el nombre de Dios os he recibido a todos vosotros en la persona de Onésimo, cuyo amor sobrepasa toda expresión y que es además vuestro obispo [en la carne], y ruego a Dios que lo améis según Jesucristo y que todos podáis ser como él; porque bendito sea Aquel que os ha concedido en conformidad con vuestros merecimientos el tener un obispo semejante.
II. Pero, en cuanto a mi consiervo Burrhus, que por la voluntad de Dios es vuestro diácono bendecido en todas las cosas, ruego que pueda permanecer conmigo para vuestro honor y el de vuestro obispo. Sí, y Crocus también, que es digno de Dios y de vosotros, a quien he recibido como una muestra del amor que me tenéis, me ha aliviado en toda clase de maneras —y así quiera el Padre de Jesucristo vivificarle— junto con Onésimo y Burrhus y Euplus y Fronto, en los cuales os vi a todos vosotros con los ojos del amor. Es por tanto apropiado que vosotros, en todas formas, glorifiquéis a Jesucristo que os ha glorificado; para que, estando perfectamente unidos en una sumisión, sometiéndoos a vuestro obispo y presbítero, podáis ser santificados en todas las cosas.
III. No os estoy dando órdenes, como si yo fuera alguien que pudiera hacerlo. Porque aun cuando estoy en cadenas por amor del Nombre, no he sido hecho perfecto todavía en Jesucristo. [Porque] ahora estoy empezando a ser un discípulo; y os hablo como a mis condiscípulos. Porque yo debería ser entrenado por vosotros para la contienda en fe, exhortación, persistencia y longanimidad. Pero como el amor no me permite que quede en silencio con respecto a vosotros, por tanto, me atreví a exhortaros, para que corráis en armonía con la mente de Dios; pues Jesucristo, nuestra vida inseparable, es también la mente del Padre, así como los obispos establecidos hasta los extremos de la tierra están en la mente de Jesucristo.
IV. Por lo tanto es apropiado que andéis en armonía con la mente del obispo; lo cual ya lo hacéis. Porque vuestro honorable presbiterio, que es digno de Dios, está a tono con el obispo, como si fueran las cuerdas de una lira. Por tanto, en vuestro amor concorde y armonioso se canta a Jesucristo. Y vosotros, cada uno, formáis un coro, para que estando en armonía y