Cuentos de la rebeldía
Por Andreotti
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Cuentos de la rebeldía - Andreotti
© Derechos de edición reservados.
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© Andreotti
Diseño de edición: Letrame Editorial.
Maquetación: Juan Muñoz
Diseño de portada: Rubén García
Imagen de portada: Wilson Muriel Quintero
Supervisión de corrección: Ana Castañeda
ISBN: 978-84-1144-524-5
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Agradecimientos
Agradezco a la Fuente Universal la posibilidad de escribir esta obra literaria. Agradezco a mi familia por estar a mi lado y apoyarme en todos mis proyectos. Y, por último, agradezco a mi amigo Gilson Armando Restrepo, quien leyó minuciosamente los cuentos, me hizo observaciones y me ayudó a mejorar la producción literaria de esta colección de cuentos.
Prólogo
En el horizonte de la narrativa latinoamericana, se perfilan los dintornos de una nueva colección de relatos. Los veinte cuentos que componen el volumen del escritor Andrés Felipe Marín Montoya dan la impresión de ser enérgicas pinceladas, entretejidas en una suerte de sensación deleuzeana. Pareciera como si, en calidad de lectores o transductores, chocáramos con las vivencias mismas de los personajes, al margen de toda tematización literaria.
Cuentos de la rebeldía explora otras posibilidades de narrar, otras formas de configuración de caracteres, otras arquitecturas espaciotemporales como marcos de inserción de los esquemas actanciales. Enunciados así, de modo muy general, estos rasgos justifican el sintagma que sirve de rótulo al cuerpo de relatos. Su papel, empero, desborda cualquier fin puramente nominativo y sugiere líneas estilísticas que debemos reconstruir.
Desde una perspectiva sintáctica, de la rebeldía es la determinación de un término sustantivado. Esta consideración subraya de inmediato la propiedad sincategoremática de la unidad especificada; esto es, inserta los relatos en un contexto. La determinación contextual remite así a las morfologías propias de los cuentos. El contexto aquí no implica puntos de convergencia entre la rebeldía sicológica del escritor y la conducta igualmente rebelde de los personajes; formular tal hipótesis de lectura supondría reducir la obra al intentio auctoris, interpretación que juzgamos grosera y excesiva. Cuentos de la rebeldía exige, pues, ampliar el campo semántico del concepto implicado en la especificación, de tal modo que englobe fenómenos literarios como la elaboración de los personajes, la unidad de efecto y la disposición del tiempo con fines artísticos.
La rebeldía, en efecto, es el eje articulador de las veinte narraciones. No se trata aquí, insistimos, de una rebeldía sicológica a escala del autor o en el plano de los sujetos literarios. El término más bien designa cierta desviación de las operaciones constructivas, cierto rechazo a los cuasiprincipios de lo que Poe llamó Filosofía de la composición. Semejante extensión conceptual está plenamente justificada por los étimos de los que procede la palabra: rebeldía se formó a partir de la voz latina rebellis (‘rebelde’) y este, a su vez, parece provenir de bellum (‘guerra’). Así, el vocablo significa ‘cualidad del que hace guerra contra lo establecido’. Con este sentido material y operativo, deslindamos el concepto de las especulaciones sicológicas y lo situamos en el terreno de la reformulación de la preceptiva literaria.
Consideramos, entonces, que es en esa desviación en la que estriba el mérito de Cuentos de la rebeldía. Un ejemplo de ello lo encontramos en la narración intitulada «El combate»: en este caso, el relato subvierte la relación ab ovo y divide la historia en dos secuencias que se van alternando por partes. Pareciera como si el tiempo del relato estuviese quebrado. El efecto estético no puede ser más sorprendente: la estructura semeja un adagio beethoveniano con dos temas sujetos a variaciones. Cualquier lector desprevenido podría considerar que se trata de dos historias diametralmente opuestas sin relación alguna.
Ahora bien, la unidad de efecto también se ve comprometida en muchos de los cuentos. «La visita de Baco» es un caso evidente que llama poderosamente la atención. El narrador homodiegético no persigue ningún final efectista: su papel dentro de la diégesis se circunscribe al plano de las escenas, de lo descriptivo. El fin en sí es la escena que se despliega desde la orgía y no la tensión acumulativa. El cuento absorbe, por tanto, el ripio propio de la novela, lo que constituye ya un acto de rebeldía constructiva.
A los rasgos expuestos, se suma la elaboración dialéctica de los personajes. Los caracteres carecen por lo general de unidad en el nivel de los actantes. Tal es el caso de «Alejandro Cuartas», cuyo protagonista se erige en personaje literario por una suerte de oposición binaria: orden establecido versus revolución, dos fuerzas antagónicas que demarcan la línea de acción. Y el resultado final es el fracaso, porque la ideología revolucionaria no satisface completamente los intereses del personaje.
Estamos, pues, ante una obra novedosa y digna de ser leída con cierta mirada crítica. Cabe precisar que los elementos esbozados en estas pocas líneas no son definitivos: ellos, desde luego, podrán ser ampliados, corregidos o incluso desvirtuados por los posibles lectores.
Medellín, julio de 2022
Mario Alberto Restrepo
Alejandro Cuartas
La ciudad se encuentra apacible y la hora pico ha pasado. Muchas personas han regresado a sus hogares para descansar de sus labores cotidianas y renovar energías para el día siguiente. Mientras tanto, yo camino por las calles sin ningún rumbo y veo caras alargadas, meditabundas, felices e inermes desfilando ante mis ojos. Con cada persona, juego a intentar adivinar algo de su personalidad: pienso que en los ojos se refleja lo que cada quien esconde en su interior. Sus miradas me permiten escudriñar si están felices, si llevan una vida postiza, si viven por vivir o si esconden secretos que los atormentan sin permitirles un minuto de sosiego. Por ejemplo, en la noche de hoy, he visto una mujer que llamó mi atención. Me detuve un instante para observarla: la miré directamente a sus ojos, pero ella bajó su cabeza para esquivarme; creo que lo hizo porque siente miedo de que un extraño descubra los secretos indecibles de su vida.
Después del encuentro con la mujer, continúo mi camino y observo con tristeza el panorama nocturno de la ciudad: hombres harapientos apostados en las esquinas pidiendo una limosna para saciar el hambre propia y la de sus familias. La gente pasa de largo sumergida en sus propios pensamientos y solo regresan a la realidad cuando uno de los harapientos se les acerca para pedirles una moneda. Algunos se asustan y caminan más rápido mientras dicen: «No tengo dinero»; otros, indiferentes, les dan una moneda para quitárselos de encima, pero en algunas ocasiones, en lugar de unas monedas, les dan insultos, los envían a trabajar y les dicen: «Yo no voy a sostener vagos que podrían ganarse el sustento con esfuerzo, así como todos lo hacemos». Aunque en muchas ocasiones estas personas tienen razón, no se detienen a pensar que la problemática social es más profunda. Muchos de los harapientos piden limosna porque la sociedad los ha relegado, no les ha brindado la posibilidad de tener un empleo y les ha negado el derecho a una buena educación, destinándolos a tener un futuro lóbrego. Tampoco piensan en la violencia que asola el país, pues a las personas que viven en la ciudad no les afecta porque