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Gabriela Mistral: La revolución mestiza de la Tierra
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Libro electrónico193 páginas2 horas

Gabriela Mistral: La revolución mestiza de la Tierra

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¿Gabriela revolucionaria? Así la recordó el artista chileno Roberto Matta: "Ella era de un enorme espíritu revolucionario, en el sentido más humano del término. Ella era una profesora del pueblo y había participado en las brigadas culturales de Vasconcelos, en la revolución mexicana, a principios de los años veinte, cuando todavía se vivía toda la euforia revolucionaria". Gabriela Mistral nos sigue creciendo en la historia mundial, desde su 'campesinería' en el valle de Elqui, su desorbitada pasión de mujer, su compromiso amante con la naturaleza entera. En el mundo tembleque del patriarcado blanco contemporáneo Gabriela se vuelve cada día más cercana, más próxima, más lúcida. Encarna la revolución mestiza de la Tierra. Ella supo enseñar y proclamar el arte de saber vivir juntos, desde la condición multiétnica, en medio de la tierra, con toda la redondez de la tierra, de arriba abajo, de lado a lado, de Punta Arenas a Estocolmo, de Montegrande al Mayab, de Asís a Santa Bárbara y Roslyn Harbor, Estados Unidos. Gabriela exhibe su cálida humanidad terrena. Enseña la condición originaria de la humanidad liberada de la rígida y entumida cultura colonial.
IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento1 jul 2019
ISBN9789563034073
Gabriela Mistral: La revolución mestiza de la Tierra

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    Gabriela Mistral - Maximiliano Salinas Campos

    Sobre el autor

    Maximiliano Salinas Campos. Es escritor y académico de la Facultad de Humanidades de la Universidad de Santiago de Chile. Premio de Ensayo Histórico Martín Cerda de la Sociedad de Escritores de Chile (2000), con su obra El reino de la decencia. El cuerpo intocable del orden burgués y católico de 1833 (Santiago, 2001). Especialista en historia social y cultural de Chile y América. Autor de los siguientes libros: Versos por fusilamiento. El descontento popular ante la pena de muerte en Chile en el siglo XIX (Fundación Pablo Neruda, 1993); En el chileno el humor vive con uno. El lenguaje festivo y el sentido del humor en la cultura oral popular de Chile (LOM, 1998); Gracias a Dios que comí. El cristianismo en Iberoamérica y el Caribe, siglos XV-XX (México: Dabar, 2000); El que ríe último. Caricaturas y poesías en la prensa humorística chilena del siglo XIX (Universitaria, 2001); ¡Ya no hablan de Jesucristo! Las sátiras al alto clero y las mentalidades religiosas en Chile a fines del siglo XIX (LOM, 2002); Canto a lo divino y religión popular en Chile hacia 1900 (LOM, 2005); La risa de Gabriela Mistral. Una historia cultural del humor en Chile e Iberoamérica (LOM, 2010); Soy zurdo de nacimiento. Cuecas de Roberto Parra (LOM, 2011); Para amar a quien yo quiero. Canciones femeninas de la tradición oral chilena recogidas por Rodolfo Lenz (Dibam, 2012); Lo que puede el sentimiento. El amor en las culturas indígenas y mestizas en Chile y América del Sur, siglos XIX y XX (Ocho Libros, 2015). Sus investigaciones han sido difundidas en el extranjero: The voice of those who spoke up for the victims (Leonardo Boff, Virgil Elizondo eds., 1492-1992. The voice of the victims, London, 1991); Love and rural popular culture (Kenneth Aman, Cristian Parker eds., Popular culture in Chile. Resistance and survival, Boulder-San Francisco-Oxford, 1991); The Church in the Southern Cone: Chile, Argentina, Paraguay and Uruguay (Enrique Dussel ed., The Church in Latin America 1492-1992, Kent, 1992); Der Mann des Friedens. Salvador Allende und der friedliche Weg zum Sozialismus in Chile (Salvador Allende und die Unidad Popular. Hamburg, 2013).

    En la Editorial USACH ha publicado: En el cielo están trillando. Para una historia de las creencias populares en Chile e Iberoamérica (2000); El Chile de Juan Verdejo. El humor político de Topaze 1931-1970 (2011); Clotario Blest. La causa de un Chile popular (2012); Salvador Allende. Una vía pacífica al socialismo (2013); ¡El que se ríe se va al cuartel! Risa y resistencia en las poblaciones de Santiago de Chile 1973-1990 (2015).

    INTRODUCCIÓN

    "Parece que te cruza, el Memorioso,

    la vieja red de todas nuestras rutas

    y que te acuden nombres sumergidos

    para envolverte en su malla de fuego:

    Tierra, Deméter, y Gea y Prakriti".

    Lagar: Recado terrestre, 1954.

    "–Gabriela, ¿no se queda usted en Santiago?

    –Jamás. Esta es una ciudad pretenciosa. Me voy a Elqui, mi tierra natal, a criar cabras. La Serena no me gusta. Allí la gente se pone toda tonta. En las aldeas es otra cosa".

    María Monvel, Gabriela Mistral, Franciscana de la Orden Tercera, Zig-Zag, 9 de mayo de 1925.

    Para ella no existía ya el tiempo. […]. [La] suya era la voz de la tierra hecha con la sustancia misma del tiempo.

    Fernando Alegría, Genio y figura de Gabriela Mistral, Buenos Aires: Editorial Universitaria de Buenos Aires, 1966, 90.

    Gabriela Mistral, ¿maestra, cónsul, premio Nobel de Literatura?

    Los lugares oficiales de enunciación de esta artista y pensadora nacida en el valle de Elqui son inconfundibles. ¿Cómo traspasar los lugares comunes y establecidos? ¿Cómo conocer sus mayores desafíos, sus emociones y conmociones características, que la llevaron a ser figura fulgurante de nivel mundial y a ser considerada hoy una de las cien mujeres que cambiaron la historia de la humanidad, junto a María de Nazaret, a Catalina de Siena, a Yeshe Tsogyal, la madre del budismo tibetano?¹.

    Es oportuno escuchar lo que expresó de ella otro chileno de alcances universales, el artista Roberto Matta. El entonces joven pintor vivió tres meses en casa de Gabriela en Lisboa en 1935 y dejó este testimonio apasionado: Ella era de un enorme espíritu revolucionario, en el sentido más humano del término. Ella era una profesora del pueblo y había participado en las brigadas culturales de Vasconcelos, en la revolución mexicana, a principios de los años veinte, cuando todavía se vivía toda la euforia revolucionaria. Ella era una mujer extraordinaria y observándola yo empecé a despertarme […]. Lo que le interesaba era la cuestión de la escuela y de la enseñanza y la constante preocupación anticolonialista y antiimperialista. En ese sentido era verdaderamente una revolucionaria: siempre estaba pensando cómo reconstruir, cómo saber vivir juntos, el arte de vivir juntos. Nos inspira particularmente este testimonio de Matta².

    Este carácter revolucionario de enseñar a vivir juntos lo hace Gabriela desde una condición humana muy particular y peculiar: su vivir y su convivir mestizo. Ser mestizo es algo muy propio y singular de la historia de América Latina y de Chile. Es el hecho de no pertenecer a una etnia en particular, de albergar en uno mismo un conjunto de etnias, una multitud de miradas, de enfoques, de vivencias y convivencias. Apreciándolas, conjugándolas. En América Latina el mestizaje es la experiencia más fabulosa de la cultura. Nadie es puro. Se puede aspirar a ello, se puede engañar con ello, pero todos, de principio a fin, son un incuestionable arcoíris cultural. Con los aventureros y proletarios que llegaron del fértil Mediterráneo, con los pueblos indígenas que habitaron desde miles de años en América, con las civilizaciones que arribaron desde África. Gabriela reúne, alberga todos estos pueblos. Luis Vargas Saavedra, estudioso de Gabriela, ha dicho: Lo judío le provendría de ancestros portugueses, a partir de Domingo Ramos de Torre, cuya descendencia llega hasta la madre de Gabriela, Peta Alcayaga Rojas, hija natural de Lucía Rojas y Juan Francisco Alcayaga Fabrega. La madre le aporta lo vasco de los Alcayaga. En tanto que por el lado paterno recibe ascendencia india y negra. En suma, Lucila Godoy Alcayaga […] era un crisol étnico: española, india, negra, judía y portuguesa³.

    ¿Adivinaba Gabriela este arcoíris étnico que la constituía? Ciertamente se reconoció india, vasca y judía, como lo veremos. En ningún caso española en el sentido nacionalista de la hispanidad franquista. Sí mestiza, con mucho de indígena. Fernando Santiván en 1930 celebró la obra de Gabriela como la poesía de la raza nueva mestiza⁴.

    Esta revolución mestiza tiene como principio y fin el horizonte de la Tierra. El arte de vivir juntos desde la conjunción étnica tiene los pies, el cuerpo y el alma en el corazón de la Tierra, en la ancha Tierra de todos y de cada uno. Difícil hallar una mujer más apasionadamente terrestre, telúrica como Gabriela. Lo dice su amigo el escritor peruano Ciro Alegría: Todo el panteísmo indio que había en el alma de Gabriela Mistral asomaba de pronto en la conversación y de manera neta cuando se ponía en contacto con la naturaleza. Su casa en Santa Bárbara tenía una extensión de tierra, buena tierra negra, donde crecían pequeñas plantas y algunos árboles. Gabriela solía regar las plantas al atardecer. […]. Palpaba las hojas húmedas con placer sumo. Yo solía acecharla cordialmente. […]. Algunas veces, por las tardes también, solía sentarse ante los árboles. Había uno de tronco añoso al que llamaba ‘mi árbol’. Frente a ese, estuvo en cierta ocasión como una hora. Acuclillada sobre la tierra, miraba el árbol tal si se tratase de algo fraternal, con lo que tuviese alguna forma de entendimiento⁵.

    Gabriela Mistral encarna la revolución mestiza de la Tierra. Ella vino a enseñar y proclamar el arte de saber vivir juntos, desde la condición multiétnica, en medio de la tierra, con toda la tierra, del extremo sur al extremo norte, de Punta Arenas a Estocolmo, de Montegrande a Santa Bárbara y Roslyn Harbor, en Estados Unidos, junto a su amada Doris Dana.

    Hoy Gabriela se nos manifiesta con toda su rica humanidad. Revela la condición originaria de la humanidad liberada cuanto es posible de la cultura del patriarcado. Ésta renegó del origen femenino de la Vida, arrogándose la utopía de crearla artificialmente, reemplazándola, finalmente mediante el capitalismo, por la afirmación abstracta del dinero. Gabriela, al aventurar la crítica del orden patriarcal, inauguró un vasto horizonte. No sólo hace recobrar nuestros sentidos y nuestra sensibilidad, sino expandirlos al punto de disolver nuestro egocentrismo, incluso nuestro antropocentrismo, para convertirnos en canales fluidos de y para la Tierra Madre.

    Su figura alcanza una luz que el siglo pasado no logró percibir por completo.

    Hoy se vuelve difícil entender que figuras del pensamiento y la cultura latinoamericanos no la valoraran debidamente. Cuando [Jorge Luis] Borges la denomina ‘esa maestra’, el dejo menospreciativo demuestra que no se está refiriendo precisamente a una ‘maestra’ en poesía⁶. Prominentes intelectuales mexicanos del siglo pasado, como Carlos Fuentes y Leopoldo Zea, la ignoraron con un criterio machista incuestionable⁷. Estos afamados hombres de letras no captaron –o lo captaron demasiado bien– el potencial revolucionario de Gabriela. Otros intelectuales, más perspicaces, supieron afirmar la importancia de Gabriela en la constitución del sentido poético iberoamericano. Así lo hizo el historiador antifascista español Américo Castro⁸, quien en 1935 apoyó la demanda de un grupo de intelectuales europeos –entre otros el filólogo antifascista Ernst Curtius y el escritor, premio Nobel de Literatura 1952, Francois Mauriac– a favor de Gabriela ante el gobierno de Chile⁹.

    ¿Cómo imaginar a Gabriela?

    Todavía está en ciernes la imaginería mistraliana. La que disponemos le ha hecho escasa justicia. Ha obedecido sobre todo a los lugares comunes mencionados, a su ubicación canónica en el imaginario justo y necesario del orden establecido. Su imagen mediática se divulga de modo muy superficial. Su cuerpo hierático, arropado, intangible, destaca en el mural junto al cerro Santa Lucía en Santiago de Chile, inaugurado a fines del gobierno de Eduardo Frei Montalva en 1970. La imagen de Gabriela sigue desfigurada. Roque Esteban Scarpa afirma que Gabriela estaba tan guardada por perros hortelanos desde la muerte¹⁰. Se acalla a la mujer trasgresora del sistema: en una palabra, a la revolucionaria, a la descontenta, a la subversiva. Con este rapto o escamoteo de lo más recio y decidor de su personalidad y de su obra, ciertamente se empobrece el caudal de su herencia, se desvitaliza la potencia de su pensamiento, reduciéndola a la figura aceptable de una señora más o menos dolorida […]. [Nadie] debía ver en su poesía nada sensual, no obstante que lo amoroso comprende buena parte de su obra […]¹¹. Toda una crítica apuntó a asentar este perfil de perfección conservadora y mesura de señora bien educada¹².

    Hay que rescatarla con la emoción viva de sus conocidos, de sus parientes, sus amigos, sus contemporáneos.

    Petronila Alcayaga, su madre, recuerda los primeros años de Gabriela: ¡Cuántas veces Lucila no abandonó mis brazos para correr al huerto y ahí quedarse en muda contemplación entre los almendros en flor! ¡Cuántas veces no la sorprendí en íntimos coloquios con los pájaros y las flores!¹³. Su hermana Emelina Molina Alcayaga recuerda la infancia de Gabriela en Vicuña: [Una vecina] le hacía mil cariños a Lucila y a cada rato me decía: ¿Qué irá a ser de esta niñita, Emelina, con esos ojos color de cielo? Es cierto que los ojos de Lucila llamaban la atención por su belleza y la gente se llegaba a detener para mirar de cerca a la niñita¹⁴.

    Teresa Prats Bello, inspectora general de educación primaria, la reconoce con alegría: Una jovencita de porte majestuoso, de bellos ojos verdes de limpio mirar, con manos de princesa¹⁵. La escritora y activista feminista chilena Isaura Dinator –Gabriela le dedicó el poema ‘Piececitos’ de Ternura– dice de modo semejante: Se me apareció como una joven hermosa radiante de juventud y poseedora de ojos verdes bellísimos. Su tez era blanca y sus facciones graciosas¹⁶.

    La escritora Inés Echeverría Bello, Iris, encuentra a Gabriela al llegar a Valparaíso en 1925: "Llegó Mistral. Descendió del barco majestuosa, austera, altiva y grande. Traía la cabeza atada por un pañuelo azul, cuyas puntas flotaban al aire como insignias de paz. […]. Mistral es la cordillera andina hecha carne de mujer. Tiene su enhiesta soberanía. […]. En la noche se ofrece a Gabriela Mistral una cena en el Ateneo. Nuestros músicos tocan trozos escogidos. Samuel Lillo declama una bella composición en su honor. Se le pide que hable, que refiera impresiones. […]. –¿Cómo se produjo la revolución de México? –preguntamos. He conocido los efectos de la catástrofe en los mexicanos residentes en París. […]. Recibían rentas enormes, gastaban un lujo bárbaro y un día… ¡crac!, pasaron a la miseria. –Explica usted misma su pregunta –dijo Gabriela–. No eran patriotas; México no representaba para ellos más que la sangre que le sacaban a la tierra, y si a eso añade usted el peso de las cifras tendrá explicada la revolución de México: de dieciséis millones de habitantes, doce millones son indígenas y cuatro millones blancos.

    Alguien preguntó por el feminismo. –Es tan viejo –responde Mistral–. Ya no inquieta a nadie. Ha dejado de ser problema. Es el imperativo categórico del mundo que abarca. Yo lo vi nacer en mi tierra de Coquimbo, cuando era pequeña. En la vecindad de mi casa, tres solteronas cultivaban la tierra, araban, sembraban, para darle de comer y dejar en reposo al único varón gandul y borracho. Así vio Gabriela Mistral nacer el feminismo: por disminución del hombre crecerá la mujer.

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