Descubre millones de libros electrónicos, audiolibros y mucho más con una prueba gratuita

Solo $11.99/mes después de la prueba. Puedes cancelar en cualquier momento.

La universidad en la encrucijada
La universidad en la encrucijada
La universidad en la encrucijada
Libro electrónico183 páginas3 horas

La universidad en la encrucijada

Calificación: 0 de 5 estrellas

()

Leer la vista previa

Información de este libro electrónico

Según Carles Ramió, las universidades están en una coyuntura que puede calificarse de situación límite. Y augura que de cara al futuro las cosas pueden ir peor, y que la mayoría de universidades podrían desaparecer en los próximos veinte años. Desde una mirada perspicaz y crítica, "La universidad en la encrucijada" repasa los temas clave del sistema universitario —docencia, investigación, transferencia de conocimiento, precariedad laboral, gestión, rankings de excelencia— y analiza su situación actual y las perspectivas de futuro.

IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento8 mar 2023
ISBN9788488042958
La universidad en la encrucijada

Relacionado con La universidad en la encrucijada

Títulos en esta serie (1)

Ver más

Libros electrónicos relacionados

Métodos y materiales de enseñanza para usted

Ver más

Artículos relacionados

Comentarios para La universidad en la encrucijada

Calificación: 0 de 5 estrellas
0 calificaciones

0 clasificaciones0 comentarios

¿Qué te pareció?

Toca para calificar

Los comentarios deben tener al menos 10 palabras

    Vista previa del libro

    La universidad en la encrucijada - Ramió Carles

    1

    Introducción: ¿por qué insisto en este tema?

    HACE POCO MÁS DE SIETE AÑOS escribí y publiqué el libro Manual para los atribulados profesores universitarios (Catarata, 2014). Mi objetivo con aquel texto era aportar, modestamente, algunos consejos a los becarios y a los jóvenes profesores que iniciaban su andadura en la procelosa actividad académica de investigadores y docentes en temas de gestión pública. Mi idea era publicarlo como working paper en el GIGAPP (Grupo de Investigación en Gobierno, Administración y Políticas Públicas). Tenía ganas de compartir mis experiencias, los retos que tuve que afrontar durante mi carrera académica —logros y fracasos— y que las reflexiones derivadas de mi autobiografía fueran de alguna utilidad para los colegas que iniciaban sus primeros pasos vacilantes en esta profesión. Me sentía legitimado para hacerlo: había llegado hacía un par de años a la categoría simbólica de catedrático, tenía unos veinticinco años de experiencia en el mundo universitario, atesoraba tres sexenios de investigación, etc. Me enfrenté a este proyecto como puro divertimento justo después de haber acabado de escribir un libro académico, que es un proceso que suele dejarme agotado intelectualmente.

    Mi objetivo era relajarme con estas reflexiones y escribir un texto breve de treinta páginas. Cuando me puse a trabajar en esta tarea sencilla y lúdica, me sorprendió que el proceso de escritura fuera tan fluido y extenso. En poco más de un mes escribí un borrador de más de doscientas páginas. Tuve la sensación de que, literalmente, vomitaba el texto después de un gran banquete que se había prolongado veinticinco años. No fue un proceso traumático, sino todo lo contrario: divertido y terapéutico. Es el libro más veloz de mi vida, tanto a la hora de elaborarlo como en el tortuoso proceso de publicarlo: empecé a escribir la primera página a principios de junio y a finales de septiembre ya estaba en las librerías. Por tanto, era un libro típico y ligero como los wésterns de Marcial Lafuente Estefanía o las aventuras amorosas de Corín Tellado. No está mal ese símil híbrido, ya que el libro era ligero pero violento, trufado de duelos al sol (siempre he sostenido que el mundo académico es de naturaleza violenta) y, como trasfondo, una historia de amor (amor a la docencia, amor a la investigación, en definitiva, amor a la profesión) y de odio (incomodidad hacia el ambiente universitario y odio a las dimensiones más oscuras de la universidad). El libro se vendió a medias, pues iba destinado a un público objetivo muy concreto y disperso, con un ámbito temático difícil de situar en las librerías: se podía encontrar en las estanterías de pedagogía, y, como es sabido, los estantes en los que nunca curioseará cualquier profesor universitario ajeno a esta disciplina son los dedicados a la pedagogía. A los profesores universitarios, nada más oír el término pedagogía les afloran sarpullidos intelectuales e incluso físicos. La ANECA (Agencia Nacional de Evaluación de la Calidad y Acreditación) y sus homólogas autonómicas, debidamente asesoradas por los pedagogos más talibanes y ociosos, son los culpables de esta animadversión feroz. En cuanto a un profesor le rodean términos como competencias, acreditación o verificación, o sale corriendo, si puede, o sucumbe a un estado catatónico falsamente confundible con el estoicismo.

    Bien, una vez explicado el antecedente debo justificar mi reiteración a escribir de nuevo sobre este tema. El argumento es sencillo: cuando escribí el libro referenciado tenía unos cincuenta años. Por tanto, no me podía jubilar y mi vida académica ha continuado (no está claro que haya ido progresando) durante este lustro y medio. Por consiguiente, continué con mis investigaciones y publicaciones, con mis clases y, también, con mis responsabilidades académicas. No me limité a proseguir mi actividad con respiración asistida, sino que lo hice con un entusiasmo y una intensidad mucho mayores que antes. Mis últimos siete años académicos han experimentado una velocidad vertiginosa: más clases y conferencias que nunca, responsabilidades académicas de alta intensidad durante todo este tiempo (vicerrector en una universidad), nuevos libros y unos setenta artículos y capítulos de libro. Además, incorporé con entusiasmo la faceta de escribir artículos divulgativos (lo que ahora llamamos transferencia del conocimiento) y en este tiempo he publicado unos ciento ochenta. Por otra parte, hace siete años me presentaba como un académico con tres sexenios y ahora atesoro seis (esta mágica multiplicación se explica por haber obtenido también el polémico tramo piloto de transferencia del conocimiento e innovación).

    La verdad es que no puedo quejarme en absoluto por ser un académico en una posición de marginalidad evidente. Practico la gestión pública, que es una disciplina marginal y marginada dentro de la ciencia política, que a su vez es una disciplina marginal dentro de las ciencias sociales, económicas y jurídicas, que a su vez son un ámbito marginal respecto a lo que convencionalmente se considera que son las disciplinas científicas serias, como las ciencias duras (matemáticas, física, etc.) y las ciencias experimentales (disciplinas biomédicas e ingenierías). Formo parte, por tanto, del sector universitario que los colegas universitarios de los ámbitos más duros llaman ciencias recreativas, un término que abomino y que prefiero transmutar en «disciplinas artísticas». Otra característica singular es que soy un antisistema que ha formado parte del sistema. Soy un antisistema (en las escuelas y en las corrientes dominantes en el mundo científico y universitario) por vocación personal y por la militancia en la inmadura disciplina en la que me he especializado. Pero no puedo negar la contradicción de que he formado parte del sistema: durante más de veinte años he ocupado diferentes cargos académicos en una universidad líder (si tenemos en cuenta los discutibles rankings), he formado parte de la mítica comisión de los sexenios de investigación (campo siete) y también del extenso grupo de evaluadores del sexenio piloto de transferencia del conocimiento y la innovación. Además, en la agencia autonómica de evaluación que me corresponde, he ocupado distintas posiciones hasta formar parte de la comisión de apelaciones. No explico todo esto como un ejercicio egocéntrico, sino solo para legitimar algunos de los análisis y reflexiones que haré a continuación. No es en absoluto un ejercicio de autocomplacencia, sino justo lo contrario: creo que he tenido éxito formal en mi carrera académica precisamente por el hecho de formar parte del sistema y dominarlo y no tanto por la calidad de mis aportaciones. Por tanto, creo que también es imprescindible, por justicia, transparencia y honestidad, exponer lo que considero que he hecho mal y bien durante mi trayectoria académica. En este sentido, los defectos son mucho más amplios que las virtudes.

    Puntos débiles de mi trayectoria profesional reciente:

    — Actividad investigadora no nuclear: hace muchos años que no ejerzo la función de investigador principal y que no participo en las convocatorias de investigación competitivas de ámbito nacional o europeo. Mis responsabilidades en diferentes cargos académicos y la pertenencia a un equipo de investigación saturado también de cargos académicos e institucionales me han obligado a ello. Por el hecho de ser un equipo de investigación vinculado a la gestión pública, hemos dado el salto a la gestión real (un colega es director de departamento, otro es decano, otro es consejero de una comunidad autónoma, etc.). El tiempo es finito, y nos ha sido imposible compaginar nuestras agendas con la presentación y gestión de proyectos competitivos de investigación. Además, con el tiempo, a los séniores les cuesta convivir con la inmensa burocracia asociada a estos proyectos. Muchos esfuerzos en tareas marginales y, últimamente, pocos recursos económicos para poder desplegar investigaciones serias.

    — Escasa dirección de tesis doctorales: no me he prodigado mucho en este ámbito. Solo he dirigido ocho tesis doctorales con éxito, y actualmente estoy dirigiendo un par más (una es un doctorado industrial que tiene interés). Por tanto, es un bagaje muy discreto en este ámbito.

    — El problema del plagio y el autoplagio: es obvio que no he tenido nunca problemas de plagio, que considero una práctica absolutamente inaceptable; sin embargo, he practicado con entusiasmo el autoplagio, que considero que no es censurable si se explicita y no se rompe la normativa de las editoras. Mi proceso de investigación y publicación es incremental: inicio un tema y lo publico, y lo voy desarrollando incorporando nuevos análisis y aportaciones normativas sobre la base de anteriores investigaciones y publicaciones. En una parte de mis publicaciones hay reiteraciones que se pueden considerar autoplagio, pero todas son diferentes y todas aportan análisis y propuestas nuevas y diferentes de las publicaciones anteriores. Es mi forma de trabajar: edifico nuevos análisis sobre trabajos anteriores. Por otra parte, en los artículos divulgativos aprovecho ideas y párrafos de publicaciones previas de carácter académico, aunque posean una arquitectura diferente. Para mí el autoplagio explícito y reconocido no es una actividad censurable. Mi objetivo es llegar al máximo público posible (no solo a perfiles académicos, sino fundamentalmente a cargos políticos y funcionarios en ejercicio), y para que esto sea posible es necesario hacer un esfuerzo de diseminación de las ideas por distintos medios. Una sola publicación académica llega a un porcentaje marginal de mi público objetivo, y me veo en la necesidad de prodigarme en varias publicaciones. Si aproximadamente tengo unas diez mil páginas publicadas, no veo ningún problema en que unas tres mil sean muy similares entre unas y otras publicaciones. No engaño a nadie, son mis ideas y creo que he de tener libertad para reiterarlas o no según considere conveniente.

    — Dedicación parcial a los cargos académicos: reconozco que durante los últimos años me he dedicado parcialmente a mis cargos académicos para poder compaginar las tareas de gestión con otras funciones académicas, con el conocimiento y la aquiescencia previa del rector de turno. Mantener una dedicación a tiempo completo en responsabilidades de gestión representa un coste excesivamente alto para los profesores que queremos mantener una agenda docente, investigadora y de transferencia del conocimiento dinámica. Es cierto que se pueden armonizar diversas funciones si se sacrifican madrugadas, fines de semana y vacaciones para hacer estas tareas. Pero no hace falta esconder que, a pesar de hacer este sobreesfuerzo, las tareas de gestión se ven negativamente condicionadas por esta compaginación. Tanto el tiempo como, especialmente, el grado de concentración en cada tema tienen una elasticidad limitada.

    Punto fuerte (ya que solo hay uno):

    — Mi actividad docente y de conferenciante: sigo impartiendo asignaturas y cursos, pronunciando conferencias, participando en jornadas profesionales, etc., con un gran entusiasmo y una gran dedicación, lo que mayoritariamente se valora y se aprecia mucho.

    ¿Cuáles son, en mi opinión, las novedades o las transformaciones más relevantes que se han producido durante los últimos siete años? Los elementos más distinguidos que me obligan a actualizar un texto escrito hace un lustro y medio son los siguientes:

    — Los cambios tecnológicos, económicos, sociales y políticos recientes están alterando el mapa de las instituciones públicas y de las organizaciones privadas, unas instituciones y organizaciones que se están jugando, en muchos casos literalmente, la supervivencia. La universidad se siente ajena a estas transformaciones por una aparente e impostada fortaleza, ya que tiende más a recrearse en el retrovisor de la historia que a otear el parabrisas del presente y del futuro. Pero estos cambios contemporáneos, tal y como se argumentará en el capítulo siguiente, ponen en crisis el modelo de educación superior y ponen en peligro el supuesto monopolio de las universidades.

    — En la dimensión docente, destaca la docencia online como una de las novedades impuestas por la pandemia. Durante un año y medio (de marzo de 2020 a septiembre de 2021), la gran mayoría de acciones docentes se han impartido en formato virtual. A partir de aquel momento las universidades volvieron a la docencia presencial. La experiencia de la covid-19, sin embargo, ha abierto nuevas ventanas de formación en las que la docencia online cristalizará: por ejemplo, algunas actividades formativas de carácter profesionalizador se impartirán de forma híbrida, presencial-virtual, para poder abrirse a alumnos que residan lejos del lugar físico en el que la institución imparte docencia. Otro ejemplo es que algunos programas formales de la universidad y de la formación profesionalizadora combinen sesiones presenciales con sesiones virtuales para disminuir los costes de traslado de los participantes. Por último, algunas jornadas, cursos o conferencias internacionales se impartirán mayoritariamente de forma virtual para poder eludir los enormes costes en tiempo y dinero de viajes tanto de los ponentes como de los alumnos. Otro ingrediente nuevo en la función docente consiste en la imposición gradual de unos criterios e instrucciones, más o menos explícitos o implícitos, sobre la manera en que los profesores han de impartir docencia (lo que yo llamo docencia políticamente correcta) y algunos contenidos que deben incluir en sus materias (por ejemplo, temas vinculados a la discriminación de género). Sin embargo, estas dos novedades vinculadas a la función docente deben analizarse en un contexto de degradación y decadencia de la actividad docente en las universidades españolas. Esta crisis se ha ido incubando durante mucho tiempo, pero ha sido durante estos últimos años cuando se han detectado más claramente los desajustes y las disfunciones de una función docente descuidada institucionalmente y sin incentivos que la estimulen o la protejan.

    — La gran novedad de estos últimos años está en el interés y la promoción, por parte de las autoridades rectoras y reguladoras y de las propias universidades, de la transferencia del conocimiento y la innovación, la cuarta actividad de los profesores universitarios que hasta ahora o se daba

    ¿Disfrutas la vista previa?
    Página 1 de 1