Atractores extraños
Por Hugo Medina
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Atractores extraños - Hugo Medina
Atractores extraños
© Hugo Medina
Ganador del Concurso de Libro Sonorense 2020
Género: Poesía
isbn:
978-607-8827-31-2
©
Typotaller Ediciones
Barra de Navidad 76-C
Guadalajara / México / 44110
typotaller.com
Ilustración de portada
© Gilda Mercado
fotografía de solapa
© Susana Haro
A mi amado hijo José Ismael Medina Villalobos,
quien me ha dicho que "la noche tiene cabeza
de lobo y las estatuas cabezas de cebras".
Todo nace de la discordia, la armonía del mundo surge de causas opuestas.
—Heráclito
La historia es el devenir que sabe, el devenir que se mediatiza a sí mismo, el espíritu enajenado en el tiempo […] Por cuanto que la perfección del espíritu consiste en saber completamente lo que él es, su sustancia, este saber es su ir dentro de sí, en el que abandona su ser allí y confía su figura al recuerdo. En su ir dentro de sí, se hunde en la noche de su autoconciencia, pero su ser allí desaparecido se mantiene en ella; y este ser allí superado —el anterior, pero renacido desde el saber—, es el nuevo ser allí, un nuevo mundo y una nueva figura del espíritu.
—Hegel,
Fenomenología del espíritu
dialéctica mínima
Dije a las tormentas: yo soy el firmamento,
dije a los acantilados: yo soy el vacío,
dije a mi oscuridad: yo soy el valle,
dije al horizonte: yo soy la carretera interminable.
Dije a las tempestades y al relámpago:
no podéis herirme, porque yo soy el cielo.
Dije a mi pasado: renace,
dije al futuro: espera,
dije al tiempo: no pierdas el tiempo,
yo soy la Poesía.
Tesis
principio
Nazco dios afuera de la sangre,
carne de criatura derretida en el tiempo, mancha de mariposa al sol, pavimento por donde irradian los tentáculos de la transparencia.
Salgo de mi ramal de venas:
Cristo atraviesa mi ego, mi yo, traspasa mi mente y el encéfalo
afuera de mi deformidad de niño recién nacido.
Me ha parido una luz palpitante, un moho enterrado en el centro de las piedras.
Mi rostro de agua se transforma.
Goteo plasma, sangro y el viento imprime una sustancia de almidón a la vuelta de la esquina, en un rincón, en la estampa humedecida de la madera del armario,
entonces amanecen del otro lado de la habitación
la luna y la ventana por donde me admiras.
Mi conciencia sale de mí.
7 segundos, 21 gramos después Dios se ensangrienta con mis vísceras.
Pienso en el dolor, en lo que soy, en mis manos temblorosas ante la realidad múltiple, me revoco a mí mismo como una hoja en un testamento sin valor,
insuflado por mi propia ausencia, por la extenuación que significa esperarte.
Dios y tú han de reírse detrás del cristal del espacio donde me contiene