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Cautiva del millonario: millonarios italianos, #4
Cautiva del millonario: millonarios italianos, #4
Cautiva del millonario: millonarios italianos, #4
Libro electrónico80 páginas1 hora

Cautiva del millonario: millonarios italianos, #4

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Novela erótica contemporánea- Millonarios italianos 4

 

Kim sabe que hay algo muy raro en ese hombre que la sigue a todas partes y no deja de mirarla con cara de lobo hambriento.

Kim sabe que en Italia se mueren por las extranjeras y que ella despierta eso en los hombres sin poder evitarlo.

No tiene planes de tener una aventura, lleva solo dos meses en ese país y solo quiere terminar el curso de arte.

Pero ese italiano, Francesco es el hombre más insistente y el más guapo que ha visto en ese país, sus ojos azules son bellos y enigmáticos y al parecer busca algo más que una aventura...

IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento28 oct 2020
ISBN9781393308034
Cautiva del millonario: millonarios italianos, #4
Autor

Florencia Palacios

Joven escritora latinoamericana autora de varias novelas del género erótico contemporáneo, entre sus novelas más vendidas se encuentra: El jefe, Vendida al mejor postor, Adriano Visconti.

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    Cautiva del millonario - Florencia Palacios

    Cautiva del millonario

    Florencia Palacios

    Alguien dijo una vez que el amor nacía en una mirada y Kimberly supo que algo así había pasado con ese hombre que no dejaba de verla a la distancia.

    En otra circunstancia se habría reído por lo bajo.

    Sabía que despertaba eso en los hombres.

    Y que le gustaba coquetear y sentirse deseada.

    En ese país se volvían locos por las extranjeras y lo sabía.

    Pero algo en ese sujeto la asustaba, no se sintió halagada porque estuviera allí mirándola como un demonio agazapado en la sombra, como el retrato ese perdido de Goya que vio en el museo de Florencia.

    Tragó saliva y pensó que debía dejar de ser tan tonta y asustadiza con los hombres.

    Y de pensar que en ese país les hacían cosas horribles a las extranjeras. Como venderlas a prostíbulos o encerrarlas para hacerle cosas...

    Apuró el paso, nerviosa al ver que ese hombre se le acercaba. No era la primera vez que lo veía y la asustaba un poco la forma en que la miraba y la seguía. Porque era raro que siempre estuviera cerca cuando tomaba el metro.

    Solo esperaba que no fuera uno de esos horribles hampones y proxenetas que secuestraban una chica para prostituirla o algo peor... hasta también podían quitarte un riñón, era mucho más valioso que obligarte a dormir con hombres.

    Sintió una horrible ansiedad al ver que el metro demoraba.

    Había un montón de gente a su alrededor y sin embargo se sentía tan sola en esos momentos.

    No tenía altura ni tampoco fuerza como sus amigas italianas. Ellas sí sabían defenderse y ninguno se atrevía a meterse con ellas.

    El hombre se acercó un poco más y se sentó en un asiento de la estación. La forma en que apoyó los brazos le hizo pensar que estaba descansando.

    No. Solo la estaba mirando a ella. Y se había puesto cómodo para verla a ella.

    Sintió ganas de correr, de alejarse, algo en la mirada de ese sujeto le parecía maligno y muy peligroso. Iba bien vestido, reloj caro, ropa cara, pero sabía que en esa ciudad había un montón de tipos así que parecían millonarios y solo trabajaban para la mafia. Mucho dinero sucio. Y el dinero sucio compraba esa apariencia.

    Tragó saliva y miró su celular.

    Tenía una llamada perdida de su madre y tembló. Su madre estaba en Boston, a muchos kilómetros de distancia...

    —Mami qué pasó?

    No podía evitar sentir una horrible ansiedad cada vez que la llamaban. Todo estaba bien en Boston, sus padres estaban bien, su hermano médico era uno de los mejores cirujanos de Nueva York al igual que su padre y ella...

    Solo estaba allí para hacer un doctorado en arte y descifrar ese misterio. Por alguna razón el desconocido vio su celular y volvió a mirarla. ¿Sería tan atrevido de oír su conversación?

    —Todos bien, cariño ¿y tú cómo estás?

    —Estoy bien mamá... estuve en Milán por una conferencia de arte y regreso a Florencia.

    Siempre le contaba qué hacía.

    —Estás sola?

    —Sí. pero está lleno de gente tranquila.

    Kimberley estaba molesta con sus padres. La sobreprotegían y ella quería terminar su curso de arte y animarse a mostrarse sus retratos a su profesor. No se animaba, necesitaba coraje y aprender la técnica necesaria.

    Pero estar en ese país y conocer sus tesoros era su sueño y no quería que nada lo arruinara.

    Ni ese hombre malvado que la seguía.

    Habló un momento más con su madre y ese esforzó en distraer su mente.

    Era extraño cómo en ese lugar había criaturas llenas de sombras, caras de rasgos marcados y paisajes tan hermosos. Como si lo más hermoso y lo más terrible formara parte siempre del paisaje de ese país. Llevaba tiempo recorriendo cada rincón siempre que podía y hasta había comenzado a trabajar en una cafetería para no ser una carga para sus padres.

    Todavía no se había hecho un porvenir. Ciertamente que lo que estudiaba no le daría mucho dinero por eso realizaba algunos trabajos de edición y diseño web. Se rebuscaba como podía.

    El resto del día estudiaba o dibujaba.

    Miró su reloj, nerviosa y luego, lentamente miró al malvado sujeto que siempre la seguía.

    Habría querido preguntarle por qué lo hacía, pero no tenía ni la fuerza ni las agallas de enfrentar a ese hombre que medía más de un metro noventa y era de complexión fuerte. Italiano. sus rasgos lo delataban, rasgos marcados, mandíbula ancha y labios gruesos, pero de todo ese rostro diabólico sus ojos eran lo más extraño que había visto en su vida. Eran malignos y fríos, tenía una de esas miradas oscuras imposibles de descifrar. Parecían oscuros pero ese día notó que eran azules, de una azul raro...

    Y ahora miraba sin pudor su silueta envuelta en ese vestido ligeramente transparente de primavera. Su ropa no era atrevida, era cómoda, como la de una hippie, porque lo que era lo mostraba en su exterior, una joven bohemia amante del arte que no buscaba riquezas ni tampoco llamar la atención.

    Y sin embargo la miraban.

    Porque era muy difícil disimular su figura curvilínea y de pronto vio con horror que ese vestido color marfil transparentaba su ropa interior color beige y sus pechos redondos.

    Era raro pensó que a los italianos le gustaban las muy delgadas, pero en realidad descubrió que tenían debilidad por las extranjeras y que todas eran de su gusto: delgadas, rollizas,

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