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El Vuelo de un Águila hacia la Gloria
El Vuelo de un Águila hacia la Gloria
El Vuelo de un Águila hacia la Gloria
Libro electrónico260 páginas3 horas

El Vuelo de un Águila hacia la Gloria

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El águila real mexicana; para cumplir con el mandato divino de llegar hasta el nopal, tendrá que cruzar valles y montañas plagadas de peligro. Tendrá que combatir contra despiadados enemigos que siguen su vuelo para acabar con ella, con el único propósito de evitar ese mandato divino. Después de ser entrenada por sus padres para el combate, en preparación de su viaje, en busca de ese mandato, unas malvadas serpientes los matan a ellos en un esfuerzo por matarla a ella. Luego de descubrir tan semejante horror, el águila jura venganza y emprende su vuelo hacia el sur. Cuando las malvadas serpientes se enteran de que sigue viva, convencen a una enorme parvada de buitres que las carguen en sus espaldas y las lleven en busca del águila, pues para ellas, el no evitar ese mandato divino las hará caer en eterna desgracia.

Paralelo a la jornada del águila, los aztecas también intentan cumplir con un mandato divino: el de salir en busca de un águila dorada devorando a una serpiente sobre un nopal. Lugar mismo donde edificarían la gran Tenochtitlan. Ambos sabían que la jornada sería de vida o muerte, pero estaban dispuestos a arriesgar sus vidas para complacer a los dioses, pues de no hacerlo serían condenados para siempre.

IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento27 ago 2021
ISBN9781662489662
El Vuelo de un Águila hacia la Gloria

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    El Vuelo de un Águila hacia la Gloria - Gerardo Solórzano Garcia

    Capítulo 1

    El tiempo es como una ilusión y no se detiene por nadie. No es más que un flujo incesante de eventos, cada uno conectado entre sí. Se desliza y se extiende como una insidiosa serpiente que parece no tener fin. Las tierras e islas alguna vez desiertas en medio y alrededor del lago Texcoco, ahora están llenas de actividad en la forma del México moderno.

    En toda su magnificencia oculta, México es una metrópoli hermosa y tiene algo inusual al respecto. Esta ciudad, al igual que muchas otras ciudades del mundo, está llena de historias espectaculares que se pueden ver en cualquier esquina, callejón o avenida. Esta ciudad, plantada en un país, cuya hermosa diversidad cultural se extiende de Norte a Sur, pareciera ser un pincelazo de un gran pintor. Su magia y misticismo solo puede ser creada por su misma gente, que pareciera que fueron llamados por algún ser supremo a hacer eso.

    Temprano en cualquier día, las calles de la ciudad están llenas de vehículos y peatones por igual. La gente regatea por frutas y baratijas, mientras que otros permanecen inactivos mirando a las pantallas del teléfono. Ninguno de ellos parece tener la hora del día para admirar la majestuosa belleza de la ciudad, que es comparable a cualquier otra del mundo. Esta tiene una de las banderas más hermosas y significativas. Con una gloria insondable, la bandera mexicana pose una hermosa águila real que devora una venenosa serpiente de cascabel. ¿Cuál es el significado detrás de esta ilustración tan abrumadora? ¿Qué podría significar todo esto para el pueblo de México? Todo sobre esta ciudad suplica millones de respuestas. Sin embargo, incluso cuando gran parte de su historia permanece intacta y secreta, al curioso viajero o aprendiz le espera un largo viaje para descubrir los profundos secretos de este mágico lugar.

    El águila real, la serpiente de cascabel y el pueblo azteca... Lo desconocido siempre es misterioso, extraño y un poco aterrador. Pero también lleva a las personas a profundizar y tratar de desmitificar enigmas. México, ciertamente, no es menos que un laberinto; un laberinto que espera ser explorado, encontrado y estudiado. Esta es una razón por la cual la ciudad tiene un capítulo especial de historia en los salones de clase. Todos los días, los niños aprenden un poco de matemáticas, inglés y datos sobre su país.

    En un pequeño salón de clases en la ciudad de México, un niño dibuja furiosamente en su pequeño cuaderno mientras que el maestro habla, una y otra vez, sobre la historia de la ciudad. Sin embargo, el único objetivo de este pequeño era su obra de arte. El niño de diez años estaba haciendo todo lo posible para capturar la impactante imagen de la majestuosa águila en relieve, en la parte frontal de su cuaderno. Él ya había visto la imagen donde quiera que fuera y esta despertaba miles de preguntas en su mente. ¿De dónde vino?, ¿por qué estaba devorando específicamente una serpiente de cascabel cuando las águilas tienen tantas opciones para comer?, ¿estaría indicando alguna batalla?, ¿una batalla tan grande que la dramática escena llegó al emblema de la bandera? La mente de Adrián siempre estaba preocupada con pensamientos desconcertantes y todo lo que siempre quería hacer, era sacar sus ideas a superficie. En este caso, quería dibujar la poderosa águila y la triste serpiente que se encontraban en la bandera.

    Sabía que, si levantaba la cabeza y miraba a través de la escuela, vería el sello plasmado en el hermoso trapo. Incluso cuando miraba parvadas de águilas volando por el cielo, ninguna se parecía a esta, pues era diferente de las aves convencionales que veía la mayoría de los días camino a la escuela. El águila, usualmente, tiene un grueso abrigo de hermosas plumas, grandes y misteriosos ojos, y un pico que intimida a cualquiera y aquello parecía extremadamente especial para él, lo cual lo impulsó a dibujarla y descubrir la verdad detrás del gran escudo.

    —¡Adrián! —rugió una voz.

    Adrián perdía el hilo de sus pensamientos cuando sus ojos se encontraron con los de un profesor furioso.

    —Por favor, dime, ¿en dónde está tu mente? ¿Te gustaría una invitación real para ser parte de esta clase? —preguntó el señor Alves con sarcasmo, quien tenía los brazos cruzados y su tono era de una persona bastante molesta.

    Él estaba frustrado con el joven estudiante, pues había esperado mucho tiempo para que Adrián pusiera, de nuevo, su atención a la clase, pero parecía que el niño estaba demasiado preocupado con el águila real. Aunque el maestro no era alguien que gritaba o reprendía a sus alumnos tan a menudo, Adrián se estaba convirtiendo, lentamente, en una excepción. Sin embargo, lo que no sabía era que Adrián era un niño muy especial. Es cierto que, a veces el jovencito luchaba por poner su atención en la clase, pero su mente también era un lugar mágico para estar dentro de ella, y él disfrutaba por completo la comodidad de sus propios pensamientos.

    De pronto, Adrián se atragantó y sacudió la cabeza en respuesta. Sus ojos miraban discretamente los ojos de los testigos de la escena y las risitas que desplegaban. El profesor de historia fue al proyector que plasmaba una imagen al frente, en el aula. Adrián miró a su alrededor avergonzado. En la parte de atrás, un grupo de compañeros de clase se burló de él por estar siempre tan distraído. Incluso, lo llamaban tonto solo por el simple gusto de hacerlo. No obstante, el señor Alves escuchó a los niños, detuvo la lección de inmediato y miró a los desvergonzados chamacos.

    —¡Ustedes! Sí, ustedes, son igual de problemáticos —dijo—. Nadie en mi clase tiene el derecho de molestar a nadie. Mantengan eso en su cabeza.

    El señor Alves estaba molesto y furioso. En eso, Adrián dejó escapar un profundo suspiro. Incluso cuando estaba nervioso por haber sido regañado, suspiraba aliviado cuando el señor Alves habló por él, pues le hizo creer que, aun cuando estaba fastidiado y enojado, sabía lo que era correcto. Luego, el profesor dirigió la atención de sus alumnos a la fotografía de la pirámide escalonada de la época mesoamericana.

    —Entonces, en cierto modo, todos podemos rastrear nuestras raíces hasta esta poderosa civilización de los aztecas que tenía su capital en Tenochtitlán, precisamente donde se encuentra hoy ¡la Ciudad de México—Pronunció el maestro!

    Los ojos de Adrián estaban fijos en la pirámide, pues le recordó a una caja de pegatinas que su padre le había regalado en su octavo cumpleaños. Era una caja de Pandora, que al destaparla se le revelaban todas estas estampitas que estaban llenas de pirámides y que ahora, no podía esperar para ir a examinarlas. El señor Alves, por su parte, se había detenido por un momento. Quería que su audiencia reaccionara, pero claramente, como profesor de historia, pudo haber estado pidiendo demasiado. La mayoría de los estudiantes tenían que fingir interés en sus lecciones de historia. Sus dramáticas pausas ya no tenían impacto en su audiencia, excepto por unos pocos que escuchaban atentamente y se aferraban a cada hecho que él exponía, pues sus mentes quedaban maravilladas al escuchar los relatos del maestro. De esa forma, el señor Alves sacudía la cabeza ante el resto de la desinteresada clase.

    —¡Vamos muchachos!, sé que historia no es tan interesante como el inglés, las artes o las ciencias; pero si solo escucharan, estoy seguro de que hay una lección valiosa para cada uno de nosotros —dijo el señor Alves, tratando de argumentar su caso y luego, con un profundo suspiro, pasó a la siguiente escena proyectada en la pared—. Ahora, ¿quién puede decirme qué significa esto?

    El señor Alves señaló la colorida ilustración que apareció ante ellos. De repente, la atención de todos se desplazó hacia la pantalla. Adrián miró la foto, con asombro, pues parpadeando frente a él estaba la imagen que había estado tratando de recrear; entonces, sintió un fervor repentino mientras miraba alrededor de la habitación. Tres de sus compañeros de clase, inmediatamente, levantaron las manos con entusiasmo para responder la pregunta. Por lo tanto, esperaba que al menos uno de ellos realmente supiera algo sobre la magnífica ave. Por su parte, el señor Alves, también notó el entusiasmo de los niños al igual que Adrián. Encantado de haber captado finalmente su atención, miro muchas manos levantadas. Luego miró a la pequeña Rosa y asintió.

    —Este es nuestro escudo nacional de armas y representa a un águila real devorando una serpiente, mientras está encaramada en un nopal —respondió la joven.

    Rosa era una de las mentes más brillantes de la clase: trabajadora y siempre respondiendo rápidamente las preguntas.

    —¡Correcto! —respondió el profesor, quien luego dirigió su atención al resto de los compañeros de clase y preguntó— ¿Alguien aquí conoce la fantástica historia detrás de este incidente?

    La cara de Adrián se iluminó ante el sonido de esto. Era como si el señor Alves hubiera estado leyendo su mente todo este tiempo. Si Adrián no hubiera sido un niño tan tímido, probablemente habría llenado el silencio con sus incesantes preguntas que solo podía hacer en su mente. Sin embargo, él era un niño diferente. Prefería mostrar su espíritu de indagación en sus dibujos, mientras sus preguntas se convertían en bocetos que suplicaban respuestas. El profesor notó que Adrián finalmente había levantado los ojos y miró la pantalla con toda su atención. Entonces, intentó ocultar su sonrisa, pero falló. Incluso, aunque no lo demostraba, él era especialmente aficionado a Adrián. Desde su primer día de clase, el maestro sabía que él era un niño tranquilo, introvertido y profundamente reflexivo. Como profesor de historia, reconocía la incomparable importancia de la profunda contemplación y reflexión. Los ojos de Adrián se agrandaron e inspeccionaron el escudo de armas en la pantalla. El señor Alves luego desvío su atención y habló.

    —Todo comenzó con una búsqueda de los aztecas por una tierra propia y con una valiente águila real... —decía el señor Alves.

    La voz del maestro se desvanecía gradualmente mientras continuaba contando la historia tan antigua como el tiempo. Adrián quedó, entonces, atrapado en un trance. Su interés se disparó de inmediato cuando escuchó el sonido de una valiente águila real. El niño había dibujado numerosos bocetos y garabateado sin pensarlo. A veces, el pico se prolongaba demasiado, mientras que otras veces, las alas parecían demasiado pequeñas, o no había suficientes plumas para llamar al pájaro: águila. Sin embargo, trabajó diligentemente para mejorar su bosquejo hasta que estuviera lo suficientemente cerca de lo que el maestro había puesto en la diapositiva. Poco sabían los pequeños niños de la clase que, esta ave rapaz, había redefinido la historia de México para siempre. Pero quizás, a lo que los habitantes de estos lugares habían estado completamente ajenos, era que las águilas que volaban los cielos y montañas que los rodean, son descendientes de esta gran leyenda a la que todos los días le brindan sus respetos.

    Mientras tanto, sin que los niños se percataran dentro del salón, una gran águila dorada pasaba por su ventana. El pájaro dominaba el viento mientras agitaba sus alas contra la corriente, elevándose a gran altura. Para el espectador común, esta ave solo pareciera un punto oscuro que se encontraba volando en el cielo azul. Pero para ella, incluso a esa altura, todos los rincones de la ciudad eran visibles.

    Había volado alto, poniendo mucha atención a cualquier cosa que se moviera y que significara alimento. En pocos minutos, había cruzado los rascacielos de la ciudad. Luego, su mirada penetró entre los espesos árboles y el follaje de algún lugar. Después de unos momentos de exploración exhaustiva, un objeto en movimiento llamó su atención. Se detuvo en el aire y fijó intensamente sus ojos en él. Después de algunos agitados y calculados momentos, con una habilidad innata y decisiva que pose cada águila, se abalanzó como un rayo hacia el suelo y se levantó con la misma rapidez. Apretando con fuerza el cuerpo inerte de una ardilla terrestre con sus feroces garras, tomó vuelo hacia el cielo. Desde ahí, podía ver los picos nevados del Popocatépetl, emergiendo con gran majestuosidad. Después de unos cuantos minutos, la poderosa águila abandonó la ciudad y se dirigió a casa. Miró, entonces, con gran atención, la hermosa metrópolis y en un rápido movimiento descendió a un gran nido encaramado en lo alto del gran volcán. El águila, era una madre que había salido a buscar comida para sus aguiluchos.

    —¡Vengan niños, la comida está servida! —dijo con voz suave y tierna, que salía desde su pico.

    Tres ansiosas cabecitas abandonaron su nido en cuanto oyeron la voz de su madre. Las pequeñas águilas, emocionadas se dirigieron hacia la comida que se extendía ante ellos. Gael, Ciro y Juan podrían haber parecido idénticos ante el ojo inexperto. Pero después de una inspección más cercana, cualquiera habría notado que el pequeño Ciro era el más jovencito de sus hermanos. El águila madre miró a sus hijos que avanzaban, pesadamente, hacia la comida. Era casi mediodía y los pequeños estaban terriblemente hambrientos, pues todavía demasiado jóvenes para valerse por sí mismos; era su madre quien volaba los cielos cuatro veces al día para alimentarlos. Y aunque a los tres los amaba profundamente, ella siempre era un poco más cautelosa con Ciro. Siendo él el más joven y el más problemático, no podía quedarse solo. Ciro, en ese momento, hizo todo lo posible para luchar contra una fuerte ráfaga de viento que amenazaba con volarlos fuera del nido. Como una pequeña y delicada águila que él aún era, su madre había enseñado a los otros dos hermanos a cuidarlo en su ausencia y ciertamente, lo hacían. Mientras ella salía a cazar, Juan vigilaba de cerca a su hermano menor, mientras que Gael lo mantenía ocupado con sus peculiares bromas. De repente, el viento se volvió aún más agresivo. Su madre, instintivamente, extendió sus grandes alas para proteger a sus pequeños.

    —Madre, ¿dónde has estado? ¡Te llevaste toda una eternidad! —preguntó el curioso Juan.

    Ella señaló con la cabeza hacia la dirección de la ciudad que apenas se podía ver desde su altura. Juan siguió con sus ojos el gesto de su madre y vio una amplia área verde con torres humanas que sobresalían hasta las alturas. Rápidamente, se dio cuenta de que la ardilla no fue una caza fácil.

    —¡Wow! ¿Fuiste tan lejos? —exclamó Juan impresionado.

    Los niños estaban encantados con su delicioso refrigerio y lo devoraban con hambre. Juan, sin embargo, se retrasó un poco en la merienda cuando la fascinación de elevarse tan tremendamente alto se apoderó de él. Él también quería volar a los cielos algún día y quizás permitir que su madre descansara.

    —Ma, cuando aprenda a volar, no tendrás que trabajar tanto. ¡Nosotros te arrimaremos la caza! —exclamó Juan emocionado, quien luego se unió a sus hermanos en la comida.

    De esa forma, juntos enterraron sus picos en la carne y saborearon cada bocado. La madre águila podía sentir un hormigueo en sus instintos maternos. Incluso cuando tenía hambre, el solo mirar a sus pequeños comer, la hacía feliz. Al darse cuenta de esto, Gael levantó la cara y cubierto de manchas de sangre, se dirigió a ella.

    —Ma, ¿no te unirás a nosotros? —preguntó.

    Ella se negó cortésmente y decidió luego realizar una segunda cacería para sí misma. Por ahora, no pudo evitar sentirse inmensamente conmovida por las palabras de Juan.

    —Cuando aprendan a volar, ¡la ciudad se mirará como tan solo una piedra sobre la tierra! Todo el cielo será su patio de recreo, hijos míos —dijo emocionada.

    El pequeño Ciro estaba teniendo problemas para picar algunos pedazos de carne, pues su pico era demasiado pequeño y tierno para poder devorar a la ardilla. Entonces, Juan y Gael comenzaron a darle un poco de lo de ellos. La madre águila vio esto y se dio cuenta de que los dos mayores, en realidad, cuidaban del menor. Por lo tanto, apartó el cadáver y destrozó la presa. Mientras hablaba, su voz se amortiguaba en el ruido del desgarro de la deliciosa carne.

    —Mis hijos, aprenderán a volar muy pronto y a cazar por ustedes mismos —les dijo.

    Ciro intercambió miradas con sus hermanos y luego, valientemente, hizo la pregunta que había permanecido en sus mentes, ya por algún tiempo.

    —¿Y cuándo podría ser eso ma?

    Su madre estaba gratamente sorprendida por el coraje de su pequeño hijo. No esperaba que la pregunta viniera de Ciro. De repente, sus instintos se activaron y se dio cuenta de que les había prometido una lección de vuelo demasiado pronto. Ciro, quien aún no podía equilibrarse totalmente; y Juan y Gael, que aún no habían madurado lo suficiente, eran demasiado jóvenes para un vuelo.

    —Nos encargaremos de eso más tarde, Ciro —le dijo—. Primero aliméntate bien pequeño.

    Ella trató de ignorar la idea. ¡Apenas y podían mantener sus cuerpecitos dentro del nido en los días ventosos! Todos los días que salía a cazar, se aseguraba de cubrirlos bien con hojas y pedazos de piel. Juan y Gael tal vez eran los mayores, pero aún eran físicamente ineptos para valerse por sí mismos. Como madre, el águila luchaba contra todo tipo de miedos cuando se encontraba en el bosque. ¿Y si el viento volara el nido?, ¿Y si mejor agarro algunas ramitas y hojas más para hacerlo más pesado?, pensaba ella, pues eran dos de sus preocupaciones diarias. Y luego, como si fuera una señal divina, una fuerte ráfaga de viento sopló nuevamente como si la Madre Naturaleza estuviera de acuerdo con el águila mayor. Los jóvenes comenzaron a acurrucarse más cerca de ella para protegerse. Ciro frunció el ceño ante el rechazo. Gael y Juan también no pudieron ocultar su molestia. Todavía faltaba algo de tiempo para que crecieran y aprendieran a volar los cielos como su madre.

    —Pero Madre... —dijo Gael y antes de que pudiera hablar y protestar sobre el retraso, su madre interrumpió.

    —Escúchenme, hijos míos, ¡ciertamente abra tiempo para eso! —mencionó—. Sin embargo, necesitan crecer antes de poder extender sus alas, ni siquiera pueden prevenir que el viento los vuele ahora, ¿verdad?, y para crecer a tiempo, necesitan alimento, así que a ahora a comer.

    Intentó una vez más desviar el tema para que las águilas se concentraran en su alimentación. Antes de que ninguno de ellos pudiera intervenir, ella les llenó la boca con los trozos de su deliciosa ardilla. Los pájaros, ya decepcionados y hambrientos devoraron su alimento en un instante. Luego, se apresuraron a jugar mientras su madre se preparaba para otro vuelo. Ahora la madre águila se disponía a cazar para la hora de la cena y conseguiría algunas ramitas más para anclar el nido aún más fuerte. Pero antes de que pudiera descender de la montaña, uno de los aguiluchos la llamó.

    —Entonces, mamá, ¿escucharemos la leyenda de Ticu? —chilló Gael.

    —¿Quién es Ticu? —preguntó Ciro. Parecía haberse perdido el memo mientras miraba a sus hermanos con asombro—. ¿Tenemos otro hermano? —preguntó de nuevo.

    La madre águila ocultó una sonrisa. Siempre le divertía su sentido del humor.

    —¡No tonto! —Juan respondió.

    Los ojos de Ciro se abrieron algo sorprendidos.

    —Fue el águila más valiente —pronunció Gael con fascinación.

    Entonces, los tres miraron a su madre en busca de una

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