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REMBERTO BERTOLOSI
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Libro electrónico286 páginas4 horas

REMBERTO BERTOLOSI

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Una historia muy interesante, se trata de un nino genio, la vida de este personaje te lleva por varios caminos increibles, asombrosos, mismos que iras disfrutando a medida vayas leyendo. El escritor te transporta al pueblo "El Manchon", un lugar imaginario de Espana, donde viviras junto a Remberto una vida llena de sorpresas y triunfos jamas esperados.

Esta narracion te mantendra entretenido de inicio a fin, pues te hara preguntarte: ?sera posible? El escritor, al ser cristiano, te muestra el cambio que puede ocurrir en una persona y en algunas lineas te lo menciona, sin embargo, la novela trata de lo sucedido con Remberto desde muy nino hasta verlo convertido en un famoso pintor, como es un ser dotado de mucha inteligencia, talento y sabiduria, desde muy pequeno sabe comportarse y hacerle frente a todo lo que se le presenta.

IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento13 dic 2022
ISBN9781662494970
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    REMBERTO BERTOLOSI - Rigoberto Fernando Amaya

    Remberto Bertolosi

    Rigoberto Fernando Amaya

    Derechos de autor © 2022 Rigoberto Fernando Amaya

    Todos los derechos reservados

    Primera Edición

    PAGE PUBLISHING

    Conneaut Lake, PA

    Primera publicación original de Page Publishing 2022

    ISBN 978-1-66249-496-3 (Versión Impresa)

    ISBN 978-1-66249-497-0 (Versión electrónica)

    Libro impreso en Los Estados Unidos de América

    Contents

    Introducción

    Capítulo 1

    Capítulo 2

    Capítulo 3

    Capítulo 4

    Capítulo 5

    Capítulo 6

    Capítulo 7

    Capítulo 8

    Capítulo 9

    Capítulo 10

    Capítulo 11

    Capítulo 12

    Capítulo 13

    Capítulo 14

    Capítulo 15

    Capítulo 16

    Capítulo 17

    Capítulo 18

    Capítulo 19

    Capítulo 20

    Capítulo 21

    Capítulo 22

    Capítulo 23

    Capítulo 24

    Capítulo 25

    Capítulo 26

    Capítulo 27

    Capítulo 28

    Capítulo 29

    Capítulo 30

    Capítulo 31

    Capítulo 32

    Capítulo 33

    Capítulo 34

    Capítulo 35

    Capítulo 36

    Capítulo 37

    Capítulo 38

    Capítulo 39

    Capítulo 40

    Capítulo 41

    Introducción

    Mi nombre es Fernando Amaya, escribí esta historia con mucho placer, en ella relato la vida de un niño genio, como muchos en nuestros países y que por falta de tiempo, atención y principalmente de dinero, no pueden desarrollar sus habilidades, Remberto, en cambio, lo logra, pero con todo lo que eso conlleva, no cambia, léanlo se los recomiendo, sé que les gustará.

    Como siempre y con mucha satisfacción dedico este y todos mis escritos a mi esposa Sandra Amaya, a mis hijos Fernando Roberto Amaya, Fausto Fernando Amaya, Tania Lili Amaya, Byron Manuel Amaya, Katia N. Amaya, Vera Y. Amaya, Francisco Efraín Amaya y Sandra Lucía Amaya, a mis nietos, bisnietos, también a mis sobrinos y sobrinas y en general a toda mi familia.

    Abril 12, 2022.

    Capítulo 1

    En un pintoresco lugar de la república española hay una preciosa comunidad llamada El Manchón, también hay no muy lejos de este lugar, otro que no es menos precioso que este; en ese otro lugar fue donde don Miguel estudió cuidadosamente la vida de don Alonso comúnmente llamado don Loncho, y su libro alcanzó niveles mundiales, aunque causando en alguno que otro lugar un descontento con la publicación de su libro, que de hecho fueron miles o quizás millones y el descontento a lo mejor no está bien fundamentado, pues al juzgar, según los críticos literarios, dicen que don Miguel en su muy popular libro, critica a lo mejor sin una base sólida al sistema feudal de producción que en ese tiempo el país español pasaba.

    Muy bien, en este momento no tenemos la intención de analizar la crítica que no solo en el país español tuvo que pasar.

    Quiero enfocarme en lo que sucede en El Manchón; este es un pueblo lleno de gente buena, tienen un día que se lo dedican a la Virgen de la Candelaria, es una costumbre que aglutina a todas las aldeas vecinas y al mero día de la Candelaria, desde muy temprano, como a eso de las cinco de la mañana a lo lejos se empieza a escuchar los tambores que anuncian la llegada de muchas delegaciones religiosas, que con ayuda de cohetes despiertan a los vecinos de El Manchón, y les puedan ir a encontrar y así, entrar en un solo grupo a la ciudad para irse directamente a la iglesia, en donde el sacerdote de allí dará la bendición a todos los grupos religiosos (católicos) que han llegado para ayudar al fervor católico que hoy día de La Candelaria se siente, el entusiasmo es general.

    Entre los pobladores de El Manchón, hay una familia que la componen solamente tres miembros que son: don Julián Bertolosi, doña Lucinda de Bertolosi y su hijo llamado Remberto Bertolosi. Esta familia llegó de Italia aun cuando Remberto no había nacido, de manera que les nació su único hijo en la ciudad de El Manchón, ubicado en la república española.

    Don Julián tiene dos oficios, que son la herrería y que además de hacer las herraduras las coloca en las patas de los caballos, él hace también utensilios de madera, tales como cucharas de mango largo, cubiertos y paletitas usadas en las cocinas, todos esos utensilios los vende en su casa atendida por doña Lucinda.

    El niño Remberto es un alumno muy aventajado en su segundo año, cuando va para la escuela es hasta muy bonito verlo ir, usa pantalones de tirantes y son como de elástico, que se los quita a un pantalón y se los pone al pantalón que se cambia. El pueblo del El Manchón, es de una atracción turística, sus calles son empedradas, Remberto ha contado cuantas piedras hay desde la puerta de su casa hasta llegar a la escuela. Cuando iba donde está el parque no lo atravesó, sino que se fue al rededor, ignoro qué ventaja tenga eso, pero este niño es bien disciplinado, cualquier otro niño pudo cansarse de contar esas piedras, y que conste que no lo hizo en un solo día; marcó hasta donde contó y siguió el día siguiente.

    Para algunas otras personas estos acontecimientos no tienen ninguna importancia, pero para mí es muy interesante la perseverancia y la disciplina de empezar algo y terminarlo. Era muy casual que Remberto saliera a pasear al parque como la mayoría de los niños lo hacían, pero a nuestro Remberto le hacía falta tiempo, no solamente ayudaba lijando o puliendo los utensilios de cocina que su padre hacía, sino que también ayudaba a su madre en la venta de estos utensilios.

    Remberto tenía minutos de descanso y los aprovechaba para pintar y lo hacía muy bien, en una oportunidad dibujó a su padre mientras este herraba un caballo, lo hizo tan rápido que cuando don Julián, su padre, estaba usando un limatón dando los últimos retoques de afinamiento en el cuarto y último casco de un caballo y ya Remberto tenía un lindo retrato de su padre en pleno trabajo. Don Julián se regocija cuando se ve en plena acción, reflejado en un lindo lienzo hecho por su hijo Remberto.

    La maestra de Remberto es una señorita muy bonita, su escritorio queda enfrente de donde se sienta Remberto, ha puesto en práctica lo que la misma maestra les ha enseñado; les ha dado una clase que a Remberto le fascina, entre otras; a su alumno Remberto y a todos sus niños le dice de una visión artística, que tienen todos y consiste en ver por unos dos minutos o menos algo fijamente y dejarle de ver, pero traer dibujado en su mente lo que vio y poder dibujarlo sin permanecer mirándolo.

    El alumno Remberto ha puesto en práctica ese concepto; muchas veces mirando a un lado y luego dibujar lo que vio y lo ha logrado muy bien. ¿Qué será todo esto? Pues nada más ni nada menos que las piernas, las rodillas, y parte de los muslos de su maestra, los tiene tan, pero tan presentes que tiene ya por la mitad un precioso cuadro que empezó a dibujar desde los ladrillos del piso, parte del escritorio, una buena parte de la silla y está por el momento dibujando las preciosas manos, un lado de la nuca y una cascada de cabello algo rizado de su linda maestra, y todo lo ha hecho cuando aligeradamente llega a su casa y pretextando cambiarse de ropa, le da tiempo para dibujar a la perfección unos cuatro o seis pulgadas de las virtudes, artísticas que tiene su encantadora maestra. Remberto no tiene ni la menor idea de lo que podría pasar si su maestra supiera lo que él está haciendo.

    Él es un niño y ve las cosas desde un punto de vista muy angelical, buena parte de su tiempo libre lo pasa admirando ese cuadro que en su mente y corazón será solamente para disfrutarlo él y nadie más. Hoy que tiene el cuadro a la altura de la cabeza, le ha dibujado las orejas con unos aros que lucen tan reales, que a cierta distancia a Remberto le parece ver que se cantonean, y eso él lo toma como un lindo premio que la imagen que aún no aparece le regala con anticipación; se dice en su mente: Mañana le haré sus ojos, sin embargo, me da algo de temor, me sentiré como que me mira desaprobando el abuso que me he robado su mirada y que la quiero solo para mí, pienso que mejor solo le dibujaré su boca así entreabierta como cuando está revisando mis tareas allá en su escritorio, también le dibujaré sus cejas arqueadas y tan preciosas que las puedo dibujar aún con mis ojos cerrados; no sé por qué no la quiero dibujar por completo, sus ojos será lo último, aunque siento como que me va a regañar. ¡Ya sé! Se los dibujaré y se los cubriré. Tengo algo de miedo, ya que siento como que me la hubiera robado; bueno, ¿y si le dibujo una cara extraña? Que no se parezca en nada, eso sería una opción, pero no tendría ningún sentido, pues mi corazón quiere dibujarla y tenerla de cuerpo entero, completo y si me he gastado todo o casi todo lo que mis padres me dan para que compre algo allá en el recreo, quiere decir eso que me ha costado mi dinero en tenerla aquí en mi dormitorio y solo para mí, para nadie más.

    En el niño Remberto no se le ha alborotado, sus hormonas, apenas tiene nueve años, lo que tiene desarrollado y mucho, son sus sentidos artísticos, aún no les he contado que le dijo a don Julián, su padre, que cuando ordene su madera para los utensilios de cocina que él fabrica, le ha pedido si puede, un trozo de madera de unos dos pies de grueso por cuatro o cinco pies de largo, don Julián no tiene ni idea de lo que tiene en mente su hijo, pero es un capricho de su niño y para don Julián es un placer, sea lo que sea.

    Remberto hoy salió de su escuela con su espíritu dividido, es decir, va muy contento porque lleva en su cerebro la imagen bien clara de la belleza física de su maestra, imborrable, ya quiere estar en su cuarto plasmando lo que le falta en la cara a su profesora, solo le ha dibujado sus oídos, los aritos y su boca, en realidad solo le faltan los ojos, que muy a propósito lo ha dejado por último, por temor que cuando lo vea lo regañe, pero hoy se le ha quitado ese temor y se encuentra dispuesto a abrir sus bellísimos ojos, que los ha pintado con toda la sublimidad de toda su capacidad artística. Está terminando de dibujarles sus ojos y tal parece que se quiere esconder, no deja por completo de tener temor por el abuso de haber robado esa imagen, que como que lo quisiera regañar o llamarle la atención, por no haberle consultado el hacer su imagen y que de hoy en adelante ya tendrá con quién platicar.

    Remberto profundamente concentrado en la plática, que sostiene con su maestra, no escucha que don Julián lo llama en repetidas veces, y muy a su pesar abre la puerta del dormitorio de Remberto y mira que su querido hijo llora en gran silencio contemplando aquella imagen que don Julián desconoce, con mucho cuidado cierra la puerta que Remberto no se dio cuenta de que su padre le observó; don Julián cerró la puerta y se retiró con un gran dolor en su pecho, ya que nunca había visto llorar a su único hijo que ama con todas sus fuerzas, no le puede contar a doña Lucinda para no hacerla sufrir tal como él sufre.

    Hoy muchas preguntas se hace don Julián: ¿Quién será esa mujer?, ¿sabrá que mi único hijo sufre por ella? ¡Es un niño! Su corazón no puede estar ocupado en cosas como en un amor prematuro, mi niño, ¡es mi niño! Aún no puede darse cuenta de que existen esos dolores.

    Don Julián está muy lejos de entender la situación de Remberto, ya que como es aún niño, ni él sabe cómo analizar su situación, el niño se dice que nunca había respetado tanto y tanto a una persona como a su maestra, que hasta el nombre que ella tiene se le dificulta pronunciar, pues se llama María Magdalena de la Santa, ¿será esa la causa por lo que a Remberto se le dificulta recordarlo?

    Don Julián en su confusión se acerca al pensar que su hijo se ha enamorado, pero no sabe de quién, lo vio acariciar con mucha delicadeza ese cuadro que ha llevado a su dormitorio, lejos está de imaginarse que él ha hecho esa pintura y que es de su maestra: ¿Se habrá enamorado ya mi niño?, ¿estará sufriendo las consecuencias que eso conlleva?; no, no siente eso. Para Remberto es como un amanecer o como la puesta del sol, es todo un paisaje lo que Remberto mira cuando está frente a su maestra, de ese punto de vista hasta el amor, es muy distinto, pero, ¿podrá ser posible? Remberto no se siente celoso cuando sus compañeros se quedan mirando a la maestra, no hay incomodidad alguna; sus sentimientos están compartidos con sus compañeros sin experimentar ningún malestar, piensa que se tiene que ser muy experimentado en el amor para dar un visto bueno, al respecto.

    Capítulo 2

    ¿Cómo hacemos entonces?, ¿estará enamorado Remberto? Él no siente eso, no aún, al menos nunca se dio cuenta de que su papá lo vio llorar y salió como si nada, su papá le dijo:

    —Lo estuve llamando porque le tengo el trozo de madera que usted me pidió, allí está, mírelo.

    —Gracias, papá, está perfecto.

    —Dígame hijo, si se puede saber, ¿para qué necesita ese trozo?

    —Es que tengo una idea papá, perdona que te hice gastar tu dinero en eso.

    —No hijo, cuando les dije que usted ocupaba ese trozo, ellos pensaron que usted lo necesitaba para un trabajo manual de la escuela.

    —¡Qué bien papá! Es casi parecido. Hoy te quiero pedir otro favor.

    —Lo que usted quiera y que yo pueda darle con todo mi gusto, se lo daré, lo que quiera.

    —Papá, necesito enmarcar un cuadro y deseo que usted me lo haga bien bonito, si usted quiere puede entrar en mi cuarto conmigo y toma las medidas de mi cuadro, lo quiero bonito papá, porque yo lo dibujé.

    —¿Usted lo dibujó? Yo veo tan perfecto ese cuadro, pensé que usted lo había comprado. ¿Quién es ella? Si es que se puede saber.

    —Es mi maestra, papá, es mi maestra.

    —Sí, hijo, ¡Claro que sí! Me voy a esmerar para que lo colguemos en nuestra sala.

    —¡Ay, papá! Yo lo quería tener en mi cuarto.

    —Así será mi niño.

    Las clases han seguido de lo más normal; para Remberto hay una situación que lo preocupa mucho y es porque no menos de tres compañeros le han hecho una pregunta que él no puede contestar, es una pregunta que él asocia con la comida y nunca la ha contestado:

    —¿Verdad, Remberto, que estás enamorado de la maestra?

    ¿Por qué lo asocia con la comida? En una de esas veces que le preguntan dijo:

    —No te puedo contestar porque sería igual que me preguntaran si me gusta la langosta en miel.

    —Y, ¿a ti te gusta la langosta en miel?

    —No lo sé, nunca la he probado.

    —¿Lo ves? Para poder contestar alguna cosa habrá que haberla probado antes, ¿no te parece? Lo que sucede contigo, Remberto, es que al no aceptar una realidad que ni siquiera va en tu contra, pareciera que actúas como una ostra en la que no permites nada, solo porque no la sabes y tú tienes que entender que las cosas que no las entiendes o que no la sabes, eso no quiere decir que no sean nada; ya sea una mentira o una verdad, porque de todas maneras existe para bien o para mal, pero allí está, aunque tú no la mires, imagínate cómo ha de ser la vida de un ciego que desconoce muchas verdades, pero el ciego sabe que allí están y que son una realidad, que existen, aunque nosotros no queramos o no deseemos que existan; también hay muchas cosas que no solo son inmensurables e invisibles, pero que en algunos casos se sienten, eso a mí me da la sensación de que tú podrías estar enamorado de la maestra y tú no te das cuenta.

    —En el caso de que sea como tú lo dices, ¿habrá alguna manera de darse cuenta de que estás enamorado? Lo que yo entiendo es que uno mismo siente eso, por ejemplo: cuando tengo hambre o sed me doy cuenta por qué lo siento, entonces cuando me enamore creo que tengo que sentirlo o que alguien me diga como es el amor y qué es lo que se siente.

    La persona que habla con Remberto es una niña que también es bonita y será aún más cuando crezca un poco, por el momento no le han aparecido sus virtudes, pero luego será; a lo mejor las mujeres descubren primero que es y cómo es el amor, pero por ahora Remberto solo ve a su maestra como un paisaje viviente que cualquiera puede dibujar.

    Remberto tiene ya dos semanas de haber iniciado a hacer lo que tenía pensado con el trozo de madera, lo tiene adentro de su cuarto, sus padres solo escuchaban el ruido que hace, usa una pequeña hacha que su padre se la hizo y otras herramientas como formones algo grandes y también medianos, uno que otro, bien pequeños, que más bien parecen desarmadores. Don Julián y doña Lucinda se preguntan:

    —¿Qué será lo que nuestro hijo hace con tanto anhelo?

    —Ni le preguntemos Lucinda, que si él nos quiere decir nos va a decir, tómelo por seguro.

    —Sí, ¿verdad? Eso mismo pienso yo —recalca la señora.

    El retrato que Remberto empezó lo tiene terminado, el día que lo terminó se quedó encerrado en su cuarto y no salió a ayudar ni a su padre ni a su madre, se acercaron a su cuarto y lo escucharon hablar, dedujeron que era que estaba estudiando y no lo interrumpieron, pero cuando fue la hora de almorzar y no salió, intentaron hablarle, pero su plática aún no terminaba y decidieron mejor esperar, cuando se llegó la hora de cenar volvieron a acercarse a su cuarto y escucharon que su plática era entrecortada; decía algo y se callaba, lo volvía a hacer y así como por veinte minutos dejó de hablar, fue entonces cuando don Julián lo llamó y le dijo:

    —Su mamá nos llama para comer, salga por favor.

    —Sí, papá.

    Cuando Remberto sale se da cuenta de que lo llaman no para almorzar, sino para cenar, mira para todos lados y pregunta a su papá:

    —¿Qué horas son papá?

    Don Julián contesta:

    —Van a ser las siete.

    —¿Las siete?

    —Sí, hijo.

    Remberto ni siquiera recuerda algo de lo que vivió en esas ocho horas aproximadamente, se le escaparon sin ni siquiera dejar en su cabeza algún recuerdo de su retrato, no puede recordarlo porque obliga a su mente a recordarla desde la cabeza hasta los pies al mismo tiempo, tal vez si se detuviera en pensar un rato en sus oídos vería los aritos que como que se contonean, miraría también su boca entreabierta, como cuando le revisa sus tareas, pero al tratar de recordarla a toda ella, distorsiona más todos los detalles que para él artísticamente tiene la incógnita María Madalena de la Santa.

    Cuando están cenando, Remberto se detiene un poco al masticar su comida y sus padres notan que su hijo no está allí, y para regresarlo le dice don Julián:

    —Hijo, ¿qué tal le están funcionando las herramientas que le hice?

    —De maravillas, papá, de maravillas.

    —Me alegro hijo.

    Remberto pregunta:

    —¿Les gustaría saber en qué o cómo empleo las herramientas que usted papá me hizo?

    —Hijo, a su mamá y a mí todo lo que usted hace y dice es para nosotros algo que los dos guardamos con llave en nuestros corazones, pero está en usted contarnos o no, y como le digo, todo lo que nos quiera decir para su mamá y para mí es de mucha importancia.

    —Muy bien, les cuento. La maestra nos hablaba en la clase de historia algo que me hizo respetar a un hombre y no lo puedo borrar de mi mente, este joven español era un poquito mayor que yo y a los trece años ingresó en el real cuerpo de infantería de marina del ejército español, este joven se llamaba Pablo Morillo y nació el cinco de mayo de un mil setecientos setenta y cinco. Pues bien, la maestra nos dijo que si queríamos saber más de este joven, que nos podría prestar el libro de historia que está en la biblioteca de la escuela, yo le dije que quería saber más de él, la maestra me prestó el libro, lo tengo conmigo.

    Don Julián lo interrumpe y le dice:

    —Disculpe mi niño, pero no entiendo qué relación hay con lo que hablábamos del trozo de madera y las herramientas que me pidió y que yo mismo se las fabriqué.

    —Perdón papá, debí haber empezado por allí, resulta que he sentido una imperiosa necesidad de hacer a ese joven, no se lo he dicho a nadie porque no sé ni cómo me va a quedar, pero de que lo hago, lo hago papá, ya lo empecé, y si lo ves, en este momento creo que hasta te podrías reír de mí, pues solo es una sola pelota la que será su cabeza, si quieren se lo muestro, pero lo que van a ver es un trozo de madera con una pelota en la parte de arriba, se los enseño cuando terminemos de comer.

    —Bien, eso será hijo mío, si usted quiere, a nosotros no nos incomoda en nada, se lo digo porque nosotros no tenemos prisa en verlo.

    —No, papá, necesito que ustedes lo miren como está el día de hoy, así de esa manera ustedes lo miran nacer.

    Así fue, terminaron de cenar y fueron los tres a ver lo que Remberto les quería enseñar; fue en verdad una real sorpresa, cuando lo ven muy detenidamente don Julián volvió a decir:

    —Hijo, mis ojos no son los de Lucinda, pero lo que ven los míos es una bola bien lijada descansando en un troncón y mi alma se desconcierta porque mis ojos no pueden ver más allá de dos pies en donde está

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