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Para Siempre Conmigo
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Libro electrónico437 páginas5 horas

Para Siempre Conmigo

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Información de este libro electrónico

Cayo es acusado y arrestado por un crimen que no co-metió. En su desesperación, solo quiere demostrar que es inocente.
Ahora solo Dios puede ayudarte.
¿Recibirá ayuda divina? ¿O no es realmente inocente a los ojos de la vida? ¿Dios castiga? ¿O la vida tiene otras razones para hacernos enfrentar desafíos difíciles?
Las leyes de la vida son más infalibles que las de los hombres.
En esta extraordinaria novela tendrás la oportunidad de comprender los secretos de la inteligencia que mueve los destinos del hombre. 

LUIZ GASPARETTO

IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento25 ene 2023
ISBN9798215193419
Para Siempre Conmigo

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    Para Siempre Conmigo - Marcelo Cezar

    PARA SIEMPRE CONMIGO

    Psicografía de

    MARCELO CEZAR

    Por el Espíritu

    MARCO AURÉLIO

    Traducción al Español:      

    J.Thomas Saldias, MSc.      

    Trujillo, Perú, Septiembre 2020

    Título Original en Portugués:

    PARA SEMPRE COMIGO

    © Marcelo Cezar, 2007

    Revisión:

    Ángela Quiñones Pingo

    World Spiritist Institute      

    Houston, Texas, USA      
    E–mail: contact@worldspiritistinstitute.org

    SINOPSIS:

    Cayo es acusado y arrestado por un crimen que no cometió. En su desesperación, solo quiere demostrar que es inocente.

    Ahora solo Dios puede ayudarte.

    ¿Recibirá ayuda divina? ¿O no es realmente inocente a los ojos de la vida? ¿Dios castiga? ¿O la vida tiene otras razones para hacernos enfrentar desafíos difíciles?

    Las leyes de la vida son más infalibles que las de los hombres.

    En esta extraordinaria novela tendrás la oportunidad de comprender los secretos de la inteligencia que mueve los destinos del hombre.

    LUIZ GASPARETTO

    A mi padre, Gilberto Rodrigues Gândara

    Mi querido, mi viejo, mi amigo.

    DEL MÉDIUM

    Nacido en la ciudad de São Paulo, Marcelo Cezar publicó su primera novela a fines de la década de 1990. Años más tarde relanzó La vida siempre vence en una versión revisada y ampliada.

    En una entrevista con el diario Folha de S.Paulo, el autor dice: No es así, de un día para otro, que empiezas a publicar libros y entras en la lista de los más vendidos. El proceso comenzó en la década de 1980. Luego, más de veinte años después, salió el primer libro. Para ver lo duro que fue y sigue siendo el entrenamiento. Solo el amor no es suficiente, hay que tener disciplina para escribir.

    Su novela Trece almas, relacionada con el incendio del Edificio Joelma, ocurrido en 1974, se convirtió en best-seller y superó la marca de los cien mil ejemplares vendidos. 

    A través de su obra, Marcelo Cezar difunde las ideas de Allan Kardec y Louise L. Hay, una de sus principales mentoras. Fue con ella que Marcelo Cezar aprendió las bases de la espiritualidad, entre ellas, el amor y el respeto por sí mismo y, en consecuencia, por las personas que lo rodean. Sus novelas buscan retratar precisamente esto: cuando aprendemos a amarnos y aceptarnos a nosotros mismos, somos capaces de comprender y aceptar a los demás. Así nace el respeto por las diferencias.

    En enero de 2014, el libro El Amor es para los Fuertes, uno de los éxitos de la carrera delescritor, con más de 350 mil ejemplares vendidos y 20 semanas en las listas de los más vendidos, fue mencionado en la telenovela Amor à Vida, de TV Globo. En entrevista con Publishnews, el autor de la novela, Walcyr Carrasco, dice que él personalmente elige libros que se ajusten al contexto de la trama.

    En 2018, después de dieciocho años en la Editora Vida & Consciência, Marcelo Cezar publicó la novela Ajuste de Cuentas, con el sello Academia, de la Editora Planeta. En 2020, el autor firmó una sociedad con la Editora Boa Nova para lanzar sus novelas y relanzar obras agotadas.

    Participa en diversos eventos a lo largo del país, promocionando sus obras en ferias del libro, talk shows, entre otros. En 2007, fue invitado por la entonces Livraria Siciliano para ser patrocinador de su tienda en el Shopping Metrópole, ubicado en la ciudad de São Bernardo do Campo. Con la marca actual de dos millones doscientos mil ejemplares vendidos, Marcelo Cezar es autor de más de 20 libros y admite que tiene mucho que estudiar y escribir sobre estos temas.

    Se supone que los libros están inspirados en el espíritu Marco Aurelio¹.

    Del Traductor

    Jesus Thomas Saldias, MSc., nació en Trujillo, Perú.

    Desde los años 80's conoció la doctrina espírita gracias a su estadía en Brasil donde tuvo oportunidad de interactuar a través de médiums con el Dr. Napoleón Rodriguez Laureano, quien se convirtió en su mentor y guía espiritual.

    Posteriormente se mudó al Estado de Texas, en los Estados Unidos y se graduó en la carrera de Zootecnia en la Universidad de Texas A&M. Obtuvo también su Maestría en Ciencias de Fauna Silvestre siguiendo sus estudios de Doctorado en la misma universidad.

    Terminada su carrera académica, estableció la empresa Global Specialized Consultants LLC a través de la cual promovió el Uso Sostenible de Recursos Naturales a través de Latino América y luego fue partícipe de la formación del World Spiritist Institute, registrado en el Estado de Texas como una ONG sin fines de lucro con la finalidad de promover la divulgación de la doctrina espírita.

    Actualmente se encuentra trabajando desde Peru en la traducción de libros de varios médiums y espíritus del portugués al español, así como conduciendo el programa La Hora de los Espíritus.

    ÍNDICE

    PRÓLOGO

    CAPÍTULO 1

    CAPÍTULO 2

    CAPÍTULO 3

    CAPÍTULO 4

    CAPÍTULO 5

    CAPÍTULO 6

    CAPÍTULO 7

    CAPÍTULO 8

    CAPÍTULO 9

    CAPÍTULO 10

    CAPÍTULO 11

    CAPÍTULO 12

    CAPÍTULO 13

    CAPÍTULO 14

    CAPÍTULO 15

    CAPÍTULO 16

    CAPÍTULO 17

    CAPÍTULO 18

    CAPÍTULO 19

    CAPÍTULO 20

    CAPÍTULO 21

    CAPÍTULO 22

    CAPÍTULO 23

    CAPÍTULO 24

    CAPÍTULO 25

    CAPÍTULO 26

    CAPÍTULO 27

    CAPÍTULO 28

    CAPÍTULO 29

    CAPÍTULO 30

    EPÍLOGO

    PRÓLOGO

    Cayo rodó en la cama varias veces. El sudor le corría por la frente, sin cesar.

    Estaba aturdido, preocupado, muy preocupado. ¿Era la actitud que había tomado horas antes la más correcta? ¿Tuvo que salir de la casa de Loreta sin siquiera avisar a la policía? ¿Debería confiar en Isilda?

    No había hecho nada malo, lo sabía. Pero su conciencia le llamó la atención sobre su falta de prudencia. ¿Por qué no había llamado a una de las chicas de la Casa de Eny? ¿Por qué se había asustado y había salido corriendo de la casa de Loreta, como si fuera un asesino? ¿Le costó enfriar la cabeza y pensar con sensatez, para no meterse en problemas en el futuro? Y ahora ¿qué hacer?

    Le palpitaba la cabeza. El flujo de pensamientos fue intenso y no le dejaba conciliar el sueño. El joven consultó el pequeño reloj de la cabecera y vio que pronto aparecería el sol. Un día más.

    ¿Y cómo sería ese día? Ciertamente, no como antes. No después de lo que había pasado. ¿Y si la policía lo persiguiera? Juraría inocencia, pero estaba seguro que la cuerda siempre estalla en el lado más débil. Cayo era pobre. Y tenía alguna idea de la diferencia de trato que da la justicia a alguien sin apellido ni recursos importantes.

    Si fueras a juicio, ¿cómo se defendería y demostraría su inocencia?

    Quizás sería mejor ir a la policía, eso era lo que sugería su conciencia.

    – ¡Eso no! Ahora ya es demasiado tarde – se dijo a sí mismo.

    Una vez más, esa voz lo inspiró a tomar medidas que no causarían problemas más adelante. Era casi un susurro, pero perfectamente audible, sonaba como una voz familiar y amistosa.

    – Ve a la estación de policía. Di la verdad. El comisario lo entenderá y no tendrás problemas en el futuro.

    Sin embargo, el muchacho estaba luchando contra esta corriente de pensamientos y se dejó vencer por el miedo y la inseguridad.

    – Perdí el sueño. Me pondré de pie. No más pensar en qué hacer, por qué – se dijo, haciendo un movimiento brusco con una mano, como si estuviera poniendo a correr su conciencia.

    Cayo finalmente se puso de pie con movimientos delicados, para no hacer ruido y despertar a Rosalina, su madre, que se iba a levantar en unos minutos para retomar la chamba. Ella se merecía un poco más de descanso, ya que trabajó duro para mantener a ambos y él vivía una vida de acomodado, como si tuviese las condiciones para ser un verdadero playboy.

    Vivían en una casitaa de dos habitaciones, toda de madera, de pésima calidad. En invierno, el viento frío entraba por todo lo que estaba agrietado y en verano, la casa era más como un horno. Constaba de una cocina y un dormitorio.

    En el patio trasero había otra casita, también de madera, que consistía en un cubículo cerrado y en el medio había un hoyo cavado en la tierra donde acudían para sus necesidades fisiológicas.

    Cuando se llenó, llegó el momento de trasladar la casa y cavar un nuevo hoyo. Todavía no había alcantarillado, agua corriente, asfalto, ni infraestructura básica en ese barrio pobre, alejado de la ciudad.

    Cayo miró a su alrededor y negó con la cabeza. Cogió su paquete de cigarrillos y salió al patio. Inhaló el aire cálido de la madrugada y, con un movimiento rápido, encendió y tragó lentamente su cigarrillo.

    – Ya no puedo quedarme aquí en esta ciudad. Me pueden arrestar y luego mi vida se arruinará.

    Dio sucesivas caladas y tiró el cigarrillo. Después de soltar el humo por la nariz, se angustió:

    – Necesito y quiero ir a la capital. Tendré que anticiparme a mi sueño. Todavía no puedo mantenerme, pero no veo otra alternativa. Voy a pedirle ayuda a Sarita.

    El muchacho respiró hondo, se acercó a la pared, abrió la puerta de la casa y apuró el paso. Necesitaba ir al encuentro de su amiga.

    Hacía algún tiempo que Cayo albergaba el deseo de dejar su ciudad natal, Bauru, y probar suerte en São Paulo. Después de este madrugada, tal vez haya llegado el momento de darle un nuevo rumbo a tu vida. Lo que había sucedido en la casa de Loreta horas atrás habría anticipado un sueño reservado para el futuro, ahora lo que Cayo necesitaba era irse. Mejor, tenía que irse de todos modos.

    CAPÍTULO 1

    A pocas horas de la capital y con una población de más de trescientos mil habitantes, la ciudad de Bauru, ubicada en la región central del Estado de São Paulo, fue – y sigue siendo – considerada una de las más prometedoras del país, principalmente por la intensa actividad comercial, que históricamente está favorecida por su posición geográfica y envidiable estructura de transporte.

    Es una ciudad conocida en todo el territorio nacional, ya sea por el bocadillo que lleva su nombre – invención de un paisano – o por el hecho que casi se convierte en la capital del Estado de São Paulo a fines de los años sesenta. En todo caso, además de vender amabilidad y hospitalidad, el municipio ha venido actuando como polo centralizador de las actividades comerciales y de servicios durante años, además de ser parte de un reciente y creciente proceso de expansión industrial.

    Bauru también es conocido a nivel nacional por haber albergado uno de los burdeles más famosos de Brasil. Era el burdel de Eny, conocido popularmente como la Casa de Eny.

    Eny había establecido el burdel años atrás y tenía un séquito de chicas hermosas y encantadoras, escogidas cuidadosamente para satisfacer todo tipo de fantasías sexuales para sus clientes adinerados. Era un burdel decente con una clientela distinta, frecuentado por artistas, empresarios, políticos y un buen número de personas de la alta sociedad.

    Sin embargo, a fines de la década de 1970, la liberación de costumbres producidas en la sociedad –como el sexo libre, la emancipación de la mujer y la promulgación del divorcio, entre otras – hizo que los hombres, en general, fueran cada vez más menos a burdeles o prostíbulos para la realización de sus prácticas sexuales.

    La virginidad perdió su valor, un peso enorme se arrastró sobre los hombros de la mujer durante siglos, y las chicas podían permitirse experimentar el sexo antes del matrimonio. Las mujeres casadas perdieron gradualmente su modestia y se permitieron disfrutar de una vida íntima más satisfactoria con sus maridos. Los moteles se disparaban y Eny, debido a los tiempos cambiantes, se había visto obligada a poner su establecimiento a la venta.

    Rosalina, la madre de Cayo, trabajaba en el burdel. Ella no era una de las chicas de Eny. Rosalina era una mujer que no tenía atractivos para este tipo de negocios y su rigidez moral tampoco le permitía siquiera soñar con meterse en tal profesión. Era una mujer que prefería pasar hambre antes que someterse a este tipo de servicio, según recalcó.

    Rosalina era una mujer fuerte, valiente, llena de entusiasmo. Había superado las adversidades de la vida con valentía y optimismo y nunca se había dejado vencer, incluso cuando la tragedia había llamado dos veces a su puerta.

    Primero fue la muerte de su esposo, cuando sus dos hijos aun eran pequeños. Un infarto masivo lo sacó de la escena y Rosalina tuvo que trabajar duro para mantener a sus hijos.

    Viuda, sin ingresos ni parientes de su marido, necesitaba trabajo. Rosalina era buena cocinera y limpiaba bien. A través de una amiga, terminó en la rica y tradicional casa familiar de Bauru. Recibió ayuda de su familia y logró, durante unos años, construir su casa de madera. No era la casa que había soñado para ella y sus hijos, pero al menos ya no tenía de qué preocuparse por el alquiler.

    Tenía su rincón, su hogar. Un gran logro para aquellos que nunca habían tenido nada en la vida.

    Todo parecía mejorar, cuando una nueva tragedia golpeó su vida. Una tarde, hace años, su hija Norma, de dieciocho años, recién cumplidos, se encontraba saliendo de una tienda de costura, cuando fue atropellada y no pudo resistir sus heridas. Murió sobre el asfalto, más precisamente en uno de los cruces de la Rua Araújo Leite.

    Rosalina sintió que se le partía el corazón, tanto dolor por la pérdida de su hija; sin embargo, no sucumbió y trató de seguir con su vida. Necesitaba mantenerse viva y saludable para encaminar a su hijo Cayo, un niño de poco más de catorce años en ese momento.

    Aunque era rígida en la moral que impregnaba su vida, Rosalina estaba libre de prejuicios. Apenas sabía escribir su nombre, pero tenía la sensibilidad para dejar a cualquier erudito en el suelo. Ella era una mujer sabia. Continuó trabajando como sirvienta para esa familia adinerada. Como compartía su trabajo con otras amas de llaves, tenía tiempo para servicios adicionales. Fue así como consiguió trabajo en la Casa de Eny. Rosalina llegaba a las tres de la tarde y trabajaba hasta las siete de la noche, cuando aparecían los primeros clientes en el burdel. Cayo llegaba al burdel poco antes de las siete de la noche y esperaba a su madre en la parte trasera de la casa. Desde allí hasta su casa era una caminata larga, impregnada de algunas calles desiertas sin iluminación. El niño se apoyaba religiosamente contra la puerta trasera del burdel todos los días. Salía de la escuela e iba directamente a la Casa de Eny.

    En uno de esos días, la maestra se enfermó y las clases terminaron temprano. Cayo decidió ir directamente al burdel y llegó mucho antes de las siete de la noche. Al no tener nada que hacer, se sentó en un escalón que conducía a una pequeña habitación contigua del establecimiento, cuando una de las chicas que trabajaba allí lo sorprendió.

    – ¿Qué estás haciendo por aquí?

    – Estoy esperando a mi mamá –. La niña se echó a reír.

    – ¿Esperando a tu madre? ¿Aquí?

    – Sí.

    – ¿Estás seguro?

    – Sí, estoy. ¿Por qué?

    – Por nada – se tapó la boca con la mano para contener la risa.

    – ¿Qué es gracioso?

    – Nada. Lo siento, no quise ofenderte. Pero es que aquí...

    Lo interrumpió y respondió secamente:

    – Sé lo que es este lugar – señaló –. Una casa de placer, vendiendo sexo.

    – Inteligente – ella cambió su tono –. No conozco a ninguna chica aquí que tenga un hijo y...

    La interrumpio nuevamente.

    –Escuche señora, estoy esperando a mi mamá, Rosalina. Ella limpia aquí todos los días.

    – Ah, eres el hijo de Rosalina...

    – Y no soy un niño. Cumpliré diecisiete la semana que viene.

    – Hum... hermosa edad – respondió la chica, con una voz llena de malicia.

    El chico se sonrojó. En ese sentido, era tímido. Cayo nunca había tenido sexo con ninguna mujer, pero era lo suficientemente inteligente como para notar las miradas codiciosas que la joven le estaba dirigiendo.

    – Tú tienes una cara bonita.

    – Gracias.

    – Podrías ser modelo.

    – ¿Está jugando conmigo?

    – ¿No por qué?

    – ¡¿Modelo?!

    – Lo digo en serio.

    – ¿Cómo? ¿En esta ciudad?

    – No. El mundo no se limita a Bauru y sus alrededores. Hablo de ser un modelo real, ir a São Paulo, intentar una carrera profesional.

    Los ojos de Cayo brillaron de emoción.

    – Vaya, ir a São Paulo, volverse famoso, qué maravilloso... –. se desanimó en el mismo momento –. No puedo ir. Soy pobre, sigo en el colegio y...

    La chica se acercó y lo tocó en la ingle. El chico estaba asombrado. Ella rio. Cayo se sonrojó, su rostro ardió con vergüenza. Ella se dio cuenta y trató de ser amable. Lo tomó de la mano y llevó hacia la casa.

    – Mi nombre es Sarita, trabajo aquí desde hace unos años.

    – El mío es Cayo.

    – Bonito nombre. ¿Nunca te acostaste con una mujer?

    El chico negó con la cabeza de lado. Sarita consideró:

    – Te prometo que seré amable. Y, cada vez más, necesito comprobar y ver si realmente tienes potencial...

    Cayo le sonrió tímidamente a la chica y se dejó llevar. Entraron en el burdel. Los clientes aun no habían llegado y Sarita se dirigió a su habitación, no sin antes echar un vistazo para ver si Eny, o alguna de las chicas, o incluso Rosalina no los atrapaba de repente. Cayo fue llevado a una habitación en el piso superior y Sarita pudo comprobar de cerca los atributos del niño.

    El joven prometió. Tenía atributos que lo convertirían en un hombre hermoso y deseado. Cayo tenía un cuerpo naturalmente bien hecho y bien torneado. Era fuerte, alto para su edad, poco más de un metro ochenta de alto, hombros anchos.

    Tenía un rostro cuadrado que lo hacía parecer maduro y varonil. El cabello, rizado y peinado hacia los lados, era un encanto aparte.

    Sarita no fue la única. Hilda, Estelita, Joana, Irene, fueron muchas las chicas del burdel que se aprovecharon del apetito y abusaron del vigor del chico.

    Con los años, Cayo comenzó a salir temprano de la escuela para ir al burdel.

    Se entregó al placer con desenfreno. Las chicas de Eny le enseñaron las más variadas técnicas del sexo, mostrándole a Cayo cómo tratar a su pareja, las caricias preliminares, las partes del cuerpo que excitan a una mujer, la mejor posición para tener relaciones, etc. Sobre todo, le enseñaron a ser cariñoso y gentil al tratar con una mujer.

    Rosalina nunca sospechó de las actividades sexuales de su hijo. Notó que Cayo caminaba mejor, dispuesto, tarareando como si nada, sonriendo sin motivo aparente. Parecía un niño movido por la constante alegría y felicidad. Ni siquiera se había dado cuenta que él llegaba al burdel dos horas antes que ella terminara el trabajo. Religiosamente, de lunes a viernes, dormía, al menos, con una chica de la casa.

    Los atributos físicos, el vigor y la virilidad del niño corrían como un rumor y pronto una viuda adinerada de la ciudad se interesó por el chico.

    Loreta Del Prate era una mujer cercana a los 60, muy distinguida, aun muy hermosa. Mantuvo un cuerpo bien formado, siendo aun capaz de llamar la atención de los hombres. Sin embargo, era muy conocida, tenía familiares importantes, promovía tés benéficos para la parroquia de la ciudad. Su reputación contaba mucho y no podía, bajo ninguna circunstancia, aparecer en las calles con un chico que tuviera la edad suficiente para ser su nieto. No se vería bien y Loreta prestaba mucha atención a los comentarios de los demás.

    Loreta había enviudado recientemente, y mientras estuvo casada, nunca había alcanzado el clímax con su esposo. Compró libros sobre sexualidad, se sometió a un análisis con un renombrado psiquiatra en la capital y descubrió que, de hecho, podía disfrutar del placer durante las relaciones sexuales, que no tenía necesidad de fingir un orgasmo.

    Todo esto era muy nuevo para ella.

    Rígidamente educada, en una época en la que el rol de la mujer en la sociedad consistía únicamente en cuidar el hogar y dar a luz a los hijos, Loreta con esfuerzo engullía la idea que la mujer debía ser simplemente un instrumento para que el hombre alcance el placer.

    Había escuchado de su madre que una esposa decente da placer a su esposo, y con la boca cerrada, sin hacer un solo ruido.

    – Una mujer es un objeto, que debe satisfacer a su marido, sin derecho a nada a cambio – repetía su madre.

    Desconcertada, luego de la muerte de Genaro, comenzó a recorrer el país y pagó para tener sexo con muchachitos, generalmente jóvenes, llenos de virilidad y capaces de cualquier cosa por un plato de comida. Fue de esta manera inusual que descubrió que podía sentir placer.

    El espíritu de Loreta anhelaba el placer.

    Durante algunas vidas había perdido la cabeza a causa de sus estragos sexuales.

    En esta encarnación se comprometió a reprimir el placer como una forma de reprimir sus instintos. Se juró a sí misma que, reencarnada, no le daría tanta importancia al sexo.

    Esta vez, se reencarnó con una libido bajo, con el fin de facilitar los deseos de su espíritu. Loreta creció en un hogar sin religiosidad y con el paso de los años su espíritu se ha fue alejando de las metas trazadas antes de la reencarnación. Es decir, debido a la falta de contacto con la espiritualidad, en general, sus instintos estaban volviedo a vencer los anhelos de su alma.

    De regreso en Bauru, descubrió que los hombres interesados en ella, generalmente mayores, no fueron educados para complacer a sus esposas, además de ser brutos y descorteses. No podía pagar por servicios sexuales en un pueblo del interior, donde todos la conocían y la respetaban.

    Cuando se enteró del vigor de Cayo, se emocionó y, con la ayuda de una de las chicas de Eny, Loreta comenzó a recibir al joven en su casa por la noche, dos veces por semana. Tuvo la útil ayuda de su ama de llaves, Isilda.

    El ama de llaves, a la hora acordada, dejaba el portón abierto y la puerta de la cocina entreabierta, para facilitar la entrada de Cayo a la casa. Todo hecho con mucha discreción.

    Cayo había asistido religiosamente a la casa de la mujer rica todos los martes y jueves durante dos años. El dinero que recibió, una gran asignación, se utilizó para ayudar con los gastos del hogar, gastar en ropa, a veces compra un recuerdo o dos para la mamá.

    Rosalina nunca sospechó nada, al principio, porque su hijo siempre estaba de buen humor, era amable, ayudaba con las tareas del hogar y decía que trabajaba en un pub del centro de la ciudad que cerraba tarde en la noche.

    Comenzó a sospechar en un Día de la Madre, cuando Cayo le compró una radio a pilas de última generación, que valía más de lo que supuestamente decía ganar en el trabajo. Acudió a Manolo, dueño del bar. El español mintió y dijo que el chico trabajaba para él en el bar dos veces por semana y recibía ayuda, un salario simbólico.

    – Si el salario es simbólico, ¿cómo pudo mi hijo regalarme una radio tan cara?

    – Ahora, señora – dijo el español, mientras se rascaba su grueso bigote, compré esta radio para mi esposa y no le gustó. El plazo para devolverlo a la tienda ha expirado y, para reducir mi pérdida, se lo ofrecí a Cayo. Desconté una pequeña cantidad de su pago. ¿Entendiste?

    Rosalina entendió o hizo que entendió.

    ¿Y por qué mintió Manolo? Porque estaba casado y frecuentaba la Casa de Eny. Cayo había salvado su matrimonio cuando la esposa de Manolo lo interrogó, hace algún tiempo. El chico dijo, juró de pie juntos que Manolo trabajaba noche tras noche en el bar, y cuando no estaba, era porque tenía que solucionar problemas con los proveedores de bebidas. Uno cubriendo los apetitos sexuales del otro. Muy típico de los hombres...

    Todo lo que había aprendido de las chicas de la casa del placer, Cayo comenzó a probarlo en Loreta y se dio cuenta que el resultado era más que satisfactorio.

    Fue capaz de llevar a Loreta – y a cualquier mujer que fuera – a la locura.

    Era un verdadero caballero, un Don Juan, un amante insaciable que sabía dar a cualquier mujer la cantidad justa de placer.

    A los diecinueve años, Cayo había alcanzado la experiencia que muchos hombres nunca alcanzaban en su vida en materia de mujeres.

    Desde el placer inicial, el sexo se convirtió en una adicción en la vida de Cayo. No estaba satisfecho, contento. Necesitaba relacionarse todos los días, con cualquier mujer. Ni siquiera se dio cuenta, pero los espíritus atrapados en nuestra dimensión, aun dependientes de los placeres terrenales, se pegaron al aura del chico y esto aumentó enormemente su libido.

    Cayo ni siquiera imaginaba que estaba sirviendo como instrumento para espíritus de baja vibración, que chupaban sus energías vitales. De ahí su extraordinaria necesidad de tener sexo siempre, a toda costa, en todo momento. Su voluntad se vio reforzada por la presencia de los diversos espíritus que se le unían.

    No es que el sexo esté condenado por la espiritualidad. Al contrario. El sexo, cuando se hace entre dos personas que se sienten atraídas, es algo mágico, divino. Es un intercambio saludable de energía para los socios. Y, cuando se hace entre personas que tienen sentimientos nobles entre sí, se crea automáticamente una barrera de energía que evita que los espíritus excitados o ignorantes se acerquen o incluso puedan ver el acto.

    Esto no sucedió durante los encuentros sexuales entre Cayo y Loreta. Como no había ningún sentimiento que los uniera, más que el puro deseo incontrolado de sexo, los espíritus se unieron a la pareja para satisfacer sus más sórdidos deseos. Ambos no percibieron nada, salvo un tremendo deseo de tener sexo y un cansancio, un vacío sin igual después de las relaciones, que de ninguna manera satisfacían los deseos de sus almas.

    Las relaciones con Loreta se volvieron cada vez más atrevidas y picantes. Una noche, luego de beber una copa de champagne, para brindar por una de estas aventuras sexuales, Loreta sufrió un paro cardíaco.

    Cayó en una mezcla de terror y desesperación, permaneció estático por unos momentos. Saltó de la cama y corrió a la habitación de Isilda, la criada.

    Llamó con fuerza a la puerta.

    – Isilda, por el amor de Dios, abre la puerta. Se levantó, tambaleándose, afligida.

    – ¿Qué es?

    – Loreta... no sé... creo que ella... por favor ven conmigo, ayúdame, no sé qué hacer – gritó, aturdido y desesperado.

    Isilda abrió la puerta y, al ver el rostro pálido del chico, intuyó lo peor. Ella lo tranquilizó y regresaron a la habitación de Loreta. Al ver los ojos de la señora muy abiertos y fijos en nada, además de su cuerpo inmóvil y su boca entreabierta, Isilda casi se dio cuenta. Se acercó y le tomó el pulso a la señora. Nada. Luego tomó un espejo del tocador junto a la cama y se lo llevó a los labios de Loreta.

    – ¿Para qué es eso? – preguntó Cayo, angustiado.

    – Para saber si está viva. Si el espejo se empaña, es porque estás respirando y todavía tenemos la oportunidad de darle vida.

    Sin embargo, el espejo no se empañó. Isilda movió la cabeza para sacar al chico de allí lo más rápido posible.

    – Mejor irse. Doña Loreta es una mujer respetada. Necesito evitar el escándalo. Arreglaré todo. Ahora, vístete y vete.

    Cayo ni siquiera dudó. Se vistió rápidamente, de todos modos, y salió corriendo de la casa, sin siquiera mirar hacia los lados o hacia atrás.

    Tan pronto como dobló la esquina de la casa de Loreta, dos ojos negros lo miraron, al saltar por la puerta, justo en esa hora fatídica, esa noche fatídica. Cayo no se percató de la presencia de ese hombre que sonrió con satisfacción tan pronto él salió a la calle.

    Cayo entró en su casa casi sin aliento, con camisa al revés, y su cinturón en la mano.

    Rosalina dormía el sueño de los justos y no sintió nada. El muchacho tomó una jarra de agua y llenó un vaso. Tragó, bajando por la garganta de un trago, más por desesperación que por sed. Se pasó el dorso de la mano por la boca, respiró hondo y trató de dormir.

    Pero no tuvo éxito. Los pensamientos hervían a fuego lento en su cabeza y decidió, después de levantarse y fumar nerviosamente su cigarrillo, que Sarita podía ayudarlo.

    – Confío en ella – se repetía a sí mismo, mientras caminaba, pasos rápidos, hasta la Casa de Eny.

    CAPÍTULO 2

    Una de las sirvientas del burdel abrió la puerta a regañadientes.

    – El último cliente acaba de irse. Acabamos de cerrar.

    – Necesito hablar con Sarita.

    La criada parecía de pocos amigos, pero volvió adentro y llamó a la niña. Sarita apareció unos minutos después, luciendo claramente cansada.

    – ¿Qué haces aquí? – Preguntó, medio bostezando.

    – Necesito ayuda.

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