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Sektion M - Brigada de homicidios V: Tal para cual
Sektion M - Brigada de homicidios V: Tal para cual
Sektion M - Brigada de homicidios V: Tal para cual
Libro electrónico257 páginas3 horas

Sektion M - Brigada de homicidios V: Tal para cual

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Nora Feller ha cortado totalmente con la brigada Sektion M y con Charlotte Victorin. En Malmö espera poder empezar de nuevo, tanto en su vida privada como en su trabajo como policía.

Cuando le asignan un importante caso de asesinato, en el que la víctima pertenece al círculo más rico y exclusivo de la ciudad, algo de la investigación le huele mal a Nora y tiene la extraña sensación de que una persona con mucho poder lo controla todo. Al enterarse de que Sektion M se va a hacer cargo del caso, Nora decide ir en contra de las órdenes expresas de su jefe para llevar a cabo su propia investigación.

Pero Charlotte no pretende quedarse de brazos cruzados mientras observa cómo Nora destruye sus planes. Ella tiene ventaja, conoce un oscuro secreto familiar que aplastará a Nora de una vez por todas.

“Sektion M – Brigada de homicidios V: Tal para cual” es la quinta parte de la popular serie escrita por Christina Larsson y la autora invitada Caroline Grimwalker.
IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento20 feb 2023
ISBN9788702377439

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    Sektion M - Brigada de homicidios V - Christina Larsson

    CAPÍTULO 1

    El ministro de Justicia saluda con la cabeza de forma condescendiente a los dos guardias de seguridad uniformados que están de pie en la puerta del ministerio en Herkulesgatan 17 y, por costumbre, se coloca bien el cuello del abrigo, antes de darse cuenta de que el frío para el que estaba preparado no lo golpea. El sol de abril brilla sobre un Estocolmo que comienza a despertar a la primavera, y hace un calor poco usual para esa época del año. Pero no es la llegada temprana de la estación lo que le hace sonreír al girar a la derecha hacia Drottninggatan.

    La eficiencia de Sektion M es un hecho incuestionable. A pesar de haber sido un caso turbulento y complicado, con una explosión y tráfico de personas vinculados al crimen organizado, el equipo de investigación ha conseguido resolverlo, y además en un plazo bastante breve. Es un éxito que el mundo exterior ha reconocido. Las llamadas de elogio de poderosos colegas de todo el mundo parecen no cesar nunca, y el subsecretario permanente del ministerio declaró durante la junta de esa mañana que el mismo primer ministro tiene previsto efectuar una declaración sobre la excelencia de Sektion M.

    «Eso empujará al testarudo de Thorén al límite», piensa. Johan Thorén, director del Departamento Judicial de la Policía, hasta no hacía mucho coincidía en que Sektion M era necesaria y conveniente. Estas últimas semanas, ha parecido dudar de ello, pero con los buenos resultados conseguidos no tendrá más remedio que, en virtud de sus competencias, volver a designar de forma oficial a Sektion M como unidad de investigación independiente. Lo de dudar de sus convicciones Thorén puede hacerlo en su tiempo libre.

    En Drottninggatan, el ministro de Justicia gira a la derecha y se ve de inmediato recompensado por la vista hacia el puente Riksbron y el edificio del Parlamento sueco. Hay un cielo azul resplandeciente, hermosos edificios y gente elegante. El ministro endereza la espalda. Esta es su ciudad. Y, tal vez algún día, su país. Un hombre menos ambicioso podría conformarse con el nivel de vida que ya ha conseguido, pero, para el ministro de Justicia, este es solo otro pequeño peldaño en el camino hacia la cima. Todavía no ha llegado allí, pero puede imaginarse la meta a poca distancia, lo que hace que su instinto competitivo ruja con fuerza en su interior. Permitir que alguien como Thorén se interponga en su camino es del todo impensable.

    Una mujer con pantalón corto azul claro y melena de color rubio lino le sonríe con incertidumbre, como si pensara que tal vez se conocen. Eso es lo que ocurre cuando se es el señor ministro de todo el pueblo sueco. Él le devuelve una sonrisa medida y sube con rapidez los escalones.

    «Pantalones cortos en abril», piensa. Deberían existir ciertos límites.

    El hecho de que el Ministerio de Justicia se trasladara de Rosenbad a Herkulesgatan en 2018 implicó ciertos problemas logísticos al principio, pero también que ahora menos personas significativas se dan cuenta de la presencia del ministro cuando se esfuerza por parecerse a uno más de los viandantes que disfrutan de la llegada del sol de primavera. Una bandada de palomas levanta el vuelo de un charco de agua tibia a su paso y él vislumbra su propio reflejo en la brillante superficie. Como de costumbre, se ve lleno de confianza y calma. Sabe adónde va y cómo llegar hasta allí.

    Como el guardaespaldas de la Policía de Seguridad cree que el almuerzo de trabajo que tendrá lugar en breve tiene que ver solo con placeres carnales, el ministro de Justicia se libra de intentar deshacerse del dispositivo de seguridad personal. Si hay algo a lo que está acostumbrado el guardaespaldas, después de sus muchos años en el Departamento de Protección Personal, es a hombres de altos cargos que se escabullen para verse con amantes diversas. O diversos.

    Frente al restaurante Polpette, el ministro se detiene y mira a su alrededor antes de entrar por una modesta puerta de madera marrón y desaparecer de la vista del público. En las terrazas ha comenzado ya el barullo cotidiano, las palomas vuelven al charco y, en la lejanía, a una niña se le cae el helado.

    El ministro de Justicia sube lentamente dos angostos tramos por el fresco y oscuro hueco de la escalera de piedra mientras piensa en qué debe decir en la reunión a la que está a punto de asistir. Johan Thorén, sí. Es a él a quien debe convencer. Con curiosidad, se pregunta quiénes son los otros a los que Thorén ha convocado a la reunión. Con independencia de quiénes sean, la cuestión sigue siendo: Sektion M, el excelente equipo móvil de investigación, no solo debe seguir existiendo, sino que, además, debe continuar destacándose en la resolución de casos de asesinato que la policía ordinaria no consigue solventar. Cualquier otra decisión es del todo impensable.

    Dos pisos más arriba, el ministro se detiene y escucha con atención hacia el portal antes de sacar las llaves y entrar al apartamento de una habitación, registrado de forma oficial a nombre de la Inspección de Auditoría. El olor a cigarro y a loción de afeitar anticuada le dice que los otros ya han llegado.

    El ministro cuelga su abrigo de camello de color marrón claro en uno de los ganchos de bronce del pasillo, se pasa la mano por el pelo, cada vez más escaso, y adopta su gesto más autoritario. Antes de entrar en la habitación, yergue la espalda y echa los hombros hacia atrás.

    No importa quiénes sean los otros hombres que se encuentran en el apartamento ni lo que puedan tener que decir. El ministro de Justicia ha tomado una decisión, y eso significa que los demás también lo han hecho, aunque todavía no lo sepan.

    CAPÍTULO 2

    —Pero, mamá, ¿de verdad es buena idea? —Nora Feller acaba de entrar por la puerta del apartamento después de haber pedaleado a casa desde el trabajo. Con dificultad para quitarse el cortavientos, sostiene el teléfono entre la barbilla y el hombro—. Quiero decir, ¿a Malmö? ¿De todos los lugares posibles?

    —¿Y por qué no? —responde Mona. Su voz suena algo más débil de lo que Nora recordaba, como si su madre hubiera menguado en los últimos seis meses. Pero, claro, después de sufrir primero un atropello en el que se fracturó la cabeza del fémur y luego un derrame cerebral que la llevó a estar un tiempo en coma… Aunque, en realidad, con cincuenta y dos años todavía se es joven, su madre ha cambiado y envejecido más rápido en los últimos meses.

    El sentimiento de culpa por la poca atención que le ha prestado hace que Nora se venga abajo. El último caso en el que trabajó absorbía todo su tiempo y requería toda su concentración. Fue una explosión en Frösakull en la que murieron dos personas al instante, y una tercera resultó herida de tal gravedad que falleció más tarde en el hospital. El atentado resultó estar relacionado con un asunto de trata de personas en el que se mantenía cautivas a mujeres en situación de semiesclavitud en varios apartamentos del barrio de Andersberg, en Halmstad.

    La enorme crueldad todavía le produce malestar a Nora. Los hombres que explotaban sexualmente a esas mujeres eran además respetables ciudadanos y padres de familia. Al final, pudo darse un nombre y una identidad a la mujer asesinada que se halló en un polígono industrial. Era una de esas mujeres que, con la esperanza de una vida mejor, de labrarse un futuro, llegó a Suecia, para terminar en un auténtico infierno. La investigación se hizo aún más insufrible al involucrarse Charlotte y Sektion M. Sobre todo después de que Charlotte hubiera difundido el rumor de que Nora había tenido que abandonar la brigada porque no estaba a la altura. Pero ahora Nora prefiere olvidarse de todo, ignorar lo que sabe.

    Se levanta, se quita las zapatillas de deporte con una mano, se aproxima a la ventana y contempla la vista desde el que ha sido su hogar durante el último año. Los árboles tienen brotes de color verde claro, y en las macetas de la casa de enfrente despuntan unas tempranas flores de primavera.

    —Pero… ¿Malmö? Allí se producen tiroteos de bandas criminales todo el rato —añade Nora en un intento desesperado por lograr que Mona cambie de opinión.

    Una risa apagada brota de la garganta de su madre.

    —¿Quieres decir que podría quedar atrapada en la línea de fuego? ¿No resultaría una sensación para las estadísticas?

    Nora no puede evitar esbozar una sonrisa. De hecho, sería bastante improbable que su madre sufriera aún más desgracias después de todo lo ocurrido. Y el hecho de que Mona conserve su humor negro despierta en su interior un cálido anhelo. Nora se da cuenta de que tiene ganas de verla.

    —Ya sé que se oyen muchas cosas negativas en los medios —continúa Mona—, pero la zona donde se encuentra la casa de la tía, Limhamn, es un antiguo pueblo de pescadores, y es precioso. No sé cuánto recuerdas de las veces que visitamos a la tía cuando eras pequeña, pero no es precisamente Rosenlund, si es que lo pensabas.

    —Rosengård, mamá.

    —Sí, ya. El caso es que los medios de comunicación dan una imagen muy desfavorable de Malmö. Lo que sale en los periódicos casi nunca es toda la verdad, ¿no?

    Nora se pasa la palma de la mano con fuerza por la frente.

    —Sí, claro, así es —responde.

    El tono de su madre va volviéndose más suave a medida que continúa:

    —Es una casa tan bonita. ¿La recuerdas? La tía nunca tuvo hijos y yo era el miembro de la familia con el que tenía más contacto, así que la heredé. Eso de heredar una preciosa casa de una tía anciana suena como algo de película… Casi no puedo creer que sea verdad.

    —Pero… ¿Malmö? —intenta Nora de nuevo—. Mejor, podrías vender la casa y comprar algo aquí en la zona de Halmstad. Más adelante necesitarás ayuda… y yo vivo aquí ahora. ¿Por qué mudarse a una ciudad del todo nueva donde no conoces a nadie?

    —De eso se trata. Necesito un nuevo comienzo. Después de todo lo que he pasado en este último período, es justo lo que quiero. —Esta vez, Mona suena más decidida.

    Nora apoya la frente contra el cristal frío de la ventana. Mira hacia el aparcamiento que hay junto al edificio de viviendas. Le viene a la mente el recuerdo del coche parado fuera espiándola. Está cien por cien segura de quién era: Charlotte Victorin. Solo pensar en ese nombre hace que Nora sienta cierto sabor amargo en la boca. No quiere tener nada que ver con esa loca de nuevo. Para quitarse la desazón, Nora da dos golpes con la palma de la mano en la ventana, de tal forma que una gaviota se gira y levanta el vuelo lanzando un corto e indignado graznido.

    —La casa está ubicada en una zona estupenda —continúa Mona por el teléfono—. Incluso tiene vistas al mar, y al puente Öresundsbron. Nora, estoy harta de vivir aquí en Mosseberg. Claro, recibo ayuda todo el tiempo y allí…, bueno…, allí estaría sola de una manera diferente. En eso tienes toda la razón. Por supuesto que supondrá un reto.

    —Sí, pero no entiendo cómo vas a ser capaz de arreglártelas sola en una casa en una ciudad desconocida.

    Mona permanece en silencio un instante.

    —En realidad, estás del todo en lo cierto —añade después—. ¡Lo mejor sería que viviéramos en la misma ciudad! Así que… ¿qué dices? ¿Estarías dispuesta a mudarte y vivir conmigo en la casa? Es lo bastante grande para dos. Seguro que puedes conseguir un trabajo en la policía de Malmö. Si la situación está tan mal como dices, necesitarán contratar a más gente. Hay un montón de restaurantes acogedores en Limhamn y un precioso paseo marítimo. Y Copenhague está solo a una hora.

    Nora se pasa la mano por la cara mientras camina de un lado a otro por el parqué de la sala de estar. Un nuevo comienzo. Hay algo en esas palabras que le gusta, aunque acaba de empezar a trabajar en Halmstad y está muy contenta con Ulf y los otros compañeros.

    —Bueno, si tú no te mudas, lo hago yo sola —replica Mona al no responder Nora.

    Nora siente que el pánico va en aumento después de oír las palabras de su madre.

    —Pero tú no puedes arreglártelas sola.

    —Pues ven conmigo, entonces. ¡No es la primera vez que vivimos juntas! Creo que puede ser estupendo. Y es lo más lejos que podemos estar de… todo esto de aquí arriba.

    La madre no pronuncia el nombre, pero Nora lo escucha de todas formas: Ingemar Wallin.

    Desde que su madre consiguió la plaza en el centro de rehabilitación Mosseberg, el magistrado Wallin se ha cernido sobre ella como una oscura sombra, pero ella se niega a contar el motivo. Nora sospecha que, si decidiera indagar un poco en el asunto, averiguaría que ese fondo de inversión que, de manera tan oportuna, pagó la estancia en el exclusivo alojamiento, está vinculado con el presidente del Tribunal Supremo. Pero no ha sido capaz, por un lado porque el trabajo en Delitos Graves, en Halmstad, ha ocupado básicamente todo el tiempo que pasa despierta, y por otro porque, cada vez que Nora menciona a Ingemar Wallin, nota que algo cambia en la voz de su madre, se torna algo oscura. Triste, tal vez. ¿O enfadada? Esa es la razón por la que Nora ha hecho todo lo posible por dejar de lado los malos presentimientos, aunque está claro que ahí hay algo, una antigua cicatriz, algo implícito.

    —Entonces, cariño, ¿qué dices? —La voz de Mona ha recuperado un poco de la alegría y la fuerza que una vez tuvo antes de que ocurrieran todas esas desgracias. Y si ya solo la idea de vivir con Nora puede producir tal efecto…

    «Además, Malmö está más lejos de Gotemburgo —piensa—. Más lejos de la base de Sektion M, sus empleados y sus tentáculos. Más lejos de Charlotte e Ingemar Wallin. Más lejos de todos los malos recuerdos de Katrineholm».

    Nora sujeta el auricular con el hombro mientras saca una botella de agua con gas del frigorífico, abre el tapón de rosca y vuelve a hundirse en el sofá de tela azul de la sala de estar. Al final, se rinde.

    —De acuerdo, mamá. Cuéntame más detalles sobre la casa. Casi no la recuerdo. ¿De verdad está justo frente al mar?

    CAPÍTULO 3

    Charlotte Victorin gime de placer y se retuerce bajo la suave lengua cuando en uno de sus teléfonos móviles suenan dos señales, vuelve a silenciarse y alguien llama de nuevo apenas medio minuto después. Si la manera de llamar hubiera sido diferente, nunca habría interrumpido a Nikolina en medio de lo que mejor sabe hacer, pero esta vez agarra con fuerza el cabello de la joven y le levanta la cabeza.

    Nikolina se queda desconcertada. Qué bonita escena. La punta de la lengua sobresale todavía de su entreabierta boca rosada. Su rostro, con ojos de color azul claro, está enmarcado por una larga cabellera cobriza y brillante que cae sobre los muslos de Charlotte y le produce unas fantásticas cosquillas con su sedosa suavidad. Ella levanta las cejas con expresión interrogante, pero no dice nada.

    Charlotte hace un gesto con la mano hacia la puerta. Nikolina inclina la cabeza. El teléfono móvil sigue vibrando.

    Charlotte ya no tiene tiempo para eso. Le propina a la chica un desdeñoso empujón y señala una vez más hacia la puerta de la cabina de masajes. Hace solo un año que Charlotte visitó ese salón en particular por vez primera. Pronto enseñó a Nikolina, su nueva masajista favorita, que no solo los hombres pueden querer un «final feliz». Y Nikolina no es de las que dicen no a ganar algo de dinero extra.

    Por fin comprende la señal y desaparece de la estancia con los hombros caídos.

    —¿Sí? —dice Charlotte al levantar el auricular.

    —Soy yo —responde Ingemar Wallin.

    Como de costumbre, la voz hace que le dé un vuelco el estómago y Charlotte se incorpora sobresaltada. No tienen programada ninguna reunión telefónica, lo habría recordado. Entonces, ¿qué querrá? Escudriña su mente buscando algo que pueda habérsele pasado por alto, pero no encuentra nada. Sus emociones comienzan de inmediato a alterarse, tropezando entre sí dentro de su cuerpo.

    —Hola. —Ella misma se da cuenta del tono sumiso que utiliza; es como si no pudiera evitarlo, a pesar de que, por lo general, es ella quien domina todas las conversaciones. ¿Qué tiene Ingemar que la convierte en una colegiala insegura?—. Disculpa, estaba inmersa en… algo.

    —Sí, bueno, Charlotte, solo quiero decirte que has conseguido lo que deseabas. —Como siempre, va directo al grano. Sin ninguna muestra de afecto ni saludo. Ni siquiera alguna pregunta, por educación, sobre qué tal va todo; esas típicas cosas que suelen preguntarse incluso a conocidos lejanos. Claro que no. Nunca se lo ha merecido.

    En el espejo ahumado que cuelga de la pared de enfrente, Charlotte ve que su mirada se oscurece. Saca fuerza de su ira.

    —Supongo te refieres a Sektion M, ¿no?

    Emite un breve «Mmm» como respuesta.

    —Van a asignar una misión final a la brigada. Pero va a ser la última, diga lo que diga el ministro de Justicia. Después de eso, Sektion M deberá disolverse y todos los que trabajan en ella tendrán que regresar a sus puestos habituales. ¿Entendido?

    El corazón de Charlotte comienza a bombear con más rapidez. Clava sus uñas pintadas de rojo en la camilla que tiene debajo. Una última misión. Una última oportunidad para lucirse.

    El magistrado Ingemar Wallin lanza un suspiro muy largo y profundo.

    —Mucha gente está impresionada por vuestro trabajo de investigación de asesinatos orientado a resultados. Volveréis a ser una unidad de investigación móvil e independiente, y no realizaréis solo una labor consultora. Así podréis operar en todo el país.

    Charlotte vuelve a encontrarse con su propia mirada en el espejo. Es más estable ahora que asimila la idea. Cuando se da cuenta de lo que su

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