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Demócratas y Republicanos. Veinticinco años de agresiones contra Cuba
Demócratas y Republicanos. Veinticinco años de agresiones contra Cuba
Demócratas y Republicanos. Veinticinco años de agresiones contra Cuba
Libro electrónico509 páginas7 horas

Demócratas y Republicanos. Veinticinco años de agresiones contra Cuba

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Con Demócratas y Republicanos. Veinticinco años de agresiones contra Cuba, José Luis Méndez Méndez añade otra contribución a su copiosa producción. El libro es un pormenorizado abordaje de la constante política norteamericana, cuya hostilidad reforzada en la actualidad,bajo la Administración Trump, a través del recrudecimiento del bloqueo mediante la puesta en vigor (en todo su extraterritorial e ilegal despliegue jurídico) de la ley Helms-Burton, hace más que oportuno el esfuerzo de la Editorial Capitán San Luis, al propiciar que el texto llegue a las manos de los lectores. Este libro obtuvo en 2021 el Premio Nacional de la Crítica Histórica "Ramiro Guerra"
IdiomaEspañol
EditorialRUTH
Fecha de lanzamiento20 ene 2023
ISBN9789592116047
Demócratas y Republicanos. Veinticinco años de agresiones contra Cuba

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    Demócratas y Republicanos. Veinticinco años de agresiones contra Cuba - José Luis Méndez Méndez

    CUBIERTA-DEMOCRATAS-Y-REPUBLICANOS-14-NOV.psd

    PÁGINA LEGAL

    Edición y corrección:

    Vivian Lechuga

    Diseño de cubierta e interior:

    Francy Espinosa González

    Realización:

    Francy Espinosa González

    © José Luis Méndez Méndez, 2021

    © Sobre la presente edición:

    Editorial Capitán San Luis, 2021

    ISBN: 9789592116047

    Editorial Capitán San Luis.

    Calle 38 no. 4717 entre 40 y 47, Kohly,

    Playa, La Habana, Cuba.

    Email: direccion@ecsanluis.rem.cu

    www.capitansanluis.cu

    www.facebook.com/editorialcapitansanluis

    Sin la autorización previa de esta Editorial queda terminantemente prohibida la reproducción parcial o total de esta obra, incluido el diseño de cubierta, o transmitirla de cualquier forma o por cualquier medio. >Quedan rigurosamente prohibidas, sin la autorización escrita de los titulares del Copyright, bajo la sanción establecida en las leyes, la reproducción parcial o total de esta obra por cualquier medio o procedimiento, comprendidos la reprografía y el tratamiento informático, y la distribución de ejemplares de ella mediante alquiler o préstamo público. Si precisa obtener licencia de reproducción para algún fragmento en formato digital diríjase a CEDRO (Centro Español de Derechos Reprográficos, www.cedro.org) o entre la web www.conlicencia.com EDHASA C/ Diputació, 262, 2º 1ª, 08007 Barcelona. Tel. 93 494 97 20 España.

    A todas las víctimas de las agresiones.

    A todo el equipo que hizo posible

    que esta obra germinara

    y saliera a la luz.

    J.L.M.M.

    PRÓLOGO

    El presente libro tiene como objeto de análisis la política hostil de los Estados Unidos contra la Revolución cubana durante el último cuarto de siglo. Su título anticipa, de manera concentrada y sugerente, tanto el contenido como las premisas y el enfoque del estudio realizado. No se trata de una indagación historiográfica que periodice, con una visión cronológica, todas las etapas del histórico conflicto, aunque incursiona en el pasado, asume antecedentes y contextos necesarios, al mismo tiempo que recorre pasajes específicos del proceso revolucionario, se asoma a ciertos períodos y se detiene en determinados acontecimientos. Tampoco constituye un examen de todo el conjunto de la política norteamericana hacia Cuba, en la medida en que no se ocupa de caracterizar la agenda bilateral que define al histórico conflicto entre los dos países, ni su evolución, aunque la considera, por supuesto, como punto de referencia.

    El texto focaliza, empero, la agresividad de una política que, en esencia –por encima de diferencias en matices, acentos e instrumental aplicado–, ha seguido una pauta, cuya línea maestra registra más continuidad que cambios, en el sentido de que los objetivos perseguidos por el imperialismo no han variado. El análisis comparte el criterio de que más que obedecer a estrategias de gobiernos pasajeros, la proyección estadounidense hacia la Revolución cubana ha respondido y responde con permanencia a una razón de Estado. Desde este punto de vista, las administraciones de turno –desde Eisenhower hasta Trump–, deben comprenderse como aparatos gubernamentales temporales, que desde luego expresan el papel de la subjetividad o de la personalidad, en la historia, pero bajo el condicionamiento de circunstancias objetivas. En este sentido es que, por ejemplo, sería válida una expresión como la que, ayer, indicaba que Obama solo era el presidente de los Estados Unidos, o como la que hoy pudiera afirmar que, con una lógica similar, Trump es solamente el mandatario de esa nación. Lo que se subraya con ello es que existe una estructura de poder imperial, una oligarquía financiera situada en el centro de la clase capitalista dominante, la burguesía monopolista, con ramificaciones en el sistema político, el complejo militar-industrial, los medios de comunicación, la sociedad civil, las instituciones transnacionales, que en última instancia –y no siempre de manera visible, directa, ni automática, sino a través de múltiples mediaciones y con manifestaciones diferidas en el tiempo– operan como factores determinantes de las decisiones políticas.

    La esencia de la dominación imperialista, de su naturaleza geopolítica expansionista, es resultado, justo, de condiciones objetivas, y se plasman en las acciones del Estado, como maquinaria de poder. El lugar de Cuba en la política norteamericana refleja ejemplarmente esa realidad, en la medida que el sistemático tratamiento beligerante otorgado por los Estados Unidos –el terrorismo incluido—responde, siguiendo una expresión común en las ciencias políticas, tomada del francés, a una raison d’Etat.

    En este sentido, el título de la obra se acoge a una concepción como la aludida, al precisar, acudiendo a una simbología convencional establecida, que los dos partidos que integran el sistema bipartidista norteamericano responden a un signo clasista común, el de la burguesía monopólica, aunque esta no sea homogénea. Respondiendo a compromisos con sectores diferenciados de la élite de poder, sus diferencias ideológicas son muy relativas, asociadas a características incluso geográficas y culturales, cuyo funcionamiento moviliza cuantiosos, millonarios recursos financieros. En ambos coexisten liberales y conservadores. Según se precisa en el libro, los demócratas se identifican con el color el color azul y con la imagen del asno, como distintivo de la humildad, laboriosidad, perseverancia, coraje, si bien los republicanos lo consideran como expresivo de la torpeza, la tozudez y lo simplón; en tanto que el partido republicano tiene como símbolo al color rojo y al elefante, en tanto emblema de la fuerza, la inteligencia, la dignidad. Para los demócratas, ello es muestra de arrogancia, tradicionalismo, parsimonia. Al referirse a las limitaciones del carácter bipartidista del sistema político en los Estados Unidos, el Comandante en Jefe dejó claro que allí hay un solo partido, porque no hay nada más parecido en este mundo que el Partido Republicano y el Partido Demócrata¹.

    I

    Como seguramente conoce el lector, las ciencias sociales en Cuba han experimentado un notable desarrollo en los últimos años, prolongándose así la tradición creativa de muchas de ellas –como la historiografía, la sociología y la ciencia política–, estimuladas desde el triunfo revolucionario del primero de enero de 1959 por el viraje que se iniciaba en el rumbo de la historia nacional y en el acontecer hemisférico. Además de quebrar el equilibrio de poder impuesto hasta entonces en América Latina y el Caribe por el sistema de dominación norteamericano, y mostrar una alternativa viable de independencia, con lo cual se abrían opciones inmediatas al pensamiento social latinoamericano (a la búsqueda, el debate, la indagación), la Revolución cubana impulsaba una política cultural que conllevaba la reflexión sobre las raíces, la identidad, la permanencia y el cambio de la nación. En ese trayecto, que ya sobrepasa seis décadas, las mencionadas disciplinas científico-sociales han acumulado datos e interpretaciones que, indudablemente, representan un hito en el desarrollo del conocimiento de la realidad cubana.

    Entre los temas que reaparecen en ese entorno como renovado objeto de investigación, el que concierne a la política de los Estados Unidos hacia nuestro país asume particular relevancia, sobre todo atendiendo al hecho de que tras el evidente e invariable propósito de dicha política (dirigido a derrocar y revertir el proceso revolucionario), se hace necesario profundizar en la caracterización de las distintas etapas que definen las acciones de las sucesivas administraciones norteamericanas, la diversidad de métodos empleados, la explicación de circunstancias, causas, consecuencias que rodean esa política, todo ello apoyado en el esfuerzo diligente de localización, revisión y análisis de fuentes significación histórica y política (documentales unas, testimoniales otras). Esta necesidad cognoscitiva requiere que los nuevos hallazgos y conclusiones sean avalados por la revelación de informaciones que resultaban desconocidas, bien porque habían permanecido ocultas o porque el tiempo transcurrido aún no había sido el suficiente como para su desclasificación y entrega al dominio público.

    Son varias las contribuciones que las editoriales cubanas han puesto en las manos del lector, respondiendo a los imperativos que introdujo la Batalla de Ideas y la aspiración de promover una cultura general e integral. Entre ellas se encuentran, por ejemplo, libros como los escritos por Ramón Sánchez-Parodi, Néstor García-Iturbe, Jesús Arboleya, Jacinto Valdés-Dapena, Fabián Escalante, Andrés Zaldívar, Manuel Hevia, Tomás Diez, José Luis Méndez, Pedro Etcheverry, Juan Carlos Rodríguez, Esteban Morales, Elier Ramírez, Carlos Alzugaray, Rafael Hernández, Antonio Aja, entre otros. En buena medida, en esos textos se refleja la experiencia profesional y personal de sus autores, no pocos de ellos vinculados a tareas diplomáticas, al ejercicio de la política exterior cubana, a la defensa y la seguridad nacional, si bien se incluyen también aproximaciones realizadas desde el terreno únicamente académico. Desde el punto de vista institucional, tales trabajos serían realizados, en su mayoría, con el concurso del Centro de Investigaciones Históricas de la Seguridad del Estado (CIHSE), el Instituto de Historia de Cuba (IHC), el Centro de Estudios Hemisféricos y sobre Estados Unidos (CEHSEU), el Centro de Estudios de Alternativas Políticas (CEAP), el Centro de Estudios sobre América (CEA) y el Instituto Superior de Relaciones Internacionales (ISRI). Publicadas por la Editorial de Ciencias Sociales, la Editora Política o la Editorial Capitán San Luis, esas obras son parte de un encomiable esfuerzo en el que se mezclan la voluntad política y cultural con la iniciativa científica, la dedicación personal con el interés institucional. Entre ellos se encuentran libros basados en la labor analítica, la documentación de archivos, la realización de entrevistas, el cotejo de información testimonial, la interpelación de la realidad histórica y empírica, que colocan a creadores y lectores en una mejor comprensión de la compleja y hostil política estadounidense contra la Revolución, y de la eficaz reacción defensiva del pueblo cubano.

    Muchos de esos textos se han ocupado de las primeras décadas que siguen al triunfo revolucionario, y examinan, como regla, el conjunto de acciones públicas y encubiertas promovidas contra Cuba por el gobierno de los Estados Unidos, como parte de una estrategia subversiva, fundamentalmente en el período de la inconclusa administración Kennedy y a través de los servicios especiales norteamericanos, así como el papel de las organizaciones contrarrevolucionarias y en el exilio surgidas bajo ese marco. En sentido general, dichos trabajos toman en cuenta o establecen los antecedentes del histórico conflicto entre los dos países y parte de una tesis que se iría convirtiendo en un lugar común en ese proceso cognoscitivo: a partir del triunfo revolucionario de 1959, Cuba es encuadrada en la lógica de la guerra fría, evaluada como un problema para la seguridad nacional norteamericana, y en esa medida, se le aplica un expediente de fuerza, que contempla la subversión como eje de las más diversas acciones, desde el bloqueo económico y el aislamiento diplomático hasta la guerra psicológica, los sabotajes, el terrorismo y una eventual agresión militar. Sobre esa base, se ha dado seguimiento a planes y hechos a lo largo de gobiernos de uno y otro signo partidista, como los de Johnson, Nixon, Ford, Carter, Reagan, Bush padre, Clinton, Bush hijo, Obama, e incluso, el de Trump, sin conocer aún si terminará su mandato, si será el único o el primero.

    José Luis Méndez Méndez, como probablemente conoce el lector, es uno de los autores que con una prolífica obra se integra en el citado expediente de aportes que las ciencias sociales, desde la propia realidad cubana, están aún haciendo a la mejor comprensión del dinamismo histórico y político del proceso revolucionario en su confrontación con el imperialismo norteamericano. Lo ha hecho y lo hace, sin embargo, con una contribución muy específica, en la medida en que detiene su mirada, una y otra vez, en el instrumental y el quehacer terrorista de la política estadounidense, área en la cual es un conocido y destacado especialista. Desde esa perspectiva, ha abordado la Operación Cóndor, ese maquiavélico, monstruoso y tristemente célebre plan de coordinación de acciones y mutuo apoyo entre las cúpulas de los regímenes dictatoriales en América Latina, fundamentalmente en el Cono Sur, y los sectores de gobierno en los Estados Unidos en los años de 1970, que con la participación de la Comunidad de Inteligencia y con la inspiración ideológica de Henry Kissinger, apadrinó y viabilizó la represión, vigilancia, detención, interrogatorios con tortura y desaparición o asesinato de miles de personas consideradas por dichos regímenes como subversivas del orden instaurado, o contrarias a su política o ideología.

    Además de escribir sobre esa gran acción estratégica del imperialismo norteamericano en la promoción del terrorismo de Estado, Méndez Méndez es autor de diversos libros sobre la política de los Estados Unidos hacia, o más exactamente, contra la Revolución Cubana, de la cual serían también ejecutores, según lo muestra en sus investigaciones, algunos de los siniestros personajes que participaron en las actividades genocidas en América del Sur, al formar parte del escuadrón de terroristas, sicarios, mercenarios y lacayos. Fundador y colaborador sistemático de Cubadebate, participante en mesas redondas televisivas y otros espacios informativos y culturales, profesor universitario, ha sido un dedicado estudioso al campo de las ciencias políticas, en el que posee reconocimiento intelectual y ostenta credenciales académicas, avaladas por una Maestría y un Doctorado en la Universidad de La Habana. En julio de 2019, defendió con éxito su examen para Doctor en Ciencias.

    Con Entre Demócratas y Republicanos. (Veinticinco años de agresiones contra Cuba), José Luis Méndez añade otra contribución a su copiosa producción. El libro es un pormenorizado abordaje de la constante política norteamericana, cuya hostilidad reforzada en la actualidad, bajo la Administración Trump, a través del recrudecimiento del bloqueo mediante la puesta en vigor (en todo su extraterritorial e ilegal despliegue jurídico) de la ley Helms-Burton, hace más que oportuno el esfuerzo de la Editorial Capitán San Luis, al propiciar que el texto llegue a las manos de los lectores. En una coyuntura como esta, el entendimiento tanto de los procesos que tienen lugar al interior de los Estados Unidos como de aquellos que se manifiestan en su proyección internacional, es una útil y necesaria herramienta cognoscitiva para los países cuya soberanía e integridad territorial, como Cuba, es amenazada por el terrorismo del vecino imperialista. A ese conocimiento tributa esta obra de Méndez Méndez, fruto de una acuciosa búsqueda, desarrollada desde la citada óptica de las ciencias políticas, lo cual le confiere un valor agregado, toda vez que la mayoría de los trabajos elaborados en fechas recientes (o relativamente cercanas) se ubican en el territorio de los estudios históricos o del periodismo investigativo.

    Como lo señala el propio autor, el libro es el resultado de la observación, seguimiento, investigación, compilación y análisis realizados sobre las agresiones concebidas y ejecutadas contra Cuba desde la administración demócrata de William Clinton , la del republicano George W. Bush, la del demócrata Barack Obama y los tres primeros años del republicano Donald J. Trump, que en suma nos muestran un cuarto de siglo de hostilidad en sus más diversas formas de manifestarse con el fin de amedrentar, sembrar el pavor y el miedo en este pequeño pero heroico archipiélago, que en más de una ocasión ha hecho retroceder a la picúa imperialista. Dada la amplitud del período indicado, al abarcar dos decenios y medio, y la dimensión comparativa señalada que se establece, al involucrar a dos gobiernos demócratas y dos republicanos, fijar sus vasos comunicantes, semejanzas y contrapuntos, la asimilación del texto reclama de un ejercicio intelectual intenso por parte del lector, a fin de no extraviarse en el laberinto de hechos, planes, intentos, alcances, fracasos, que integran los desempeños de burros y elefantes. Téngase en cuenta que la exposición se extiende por más de cuatrocientas páginas y se estructura en dos partes, cada una de las cuales comprende más de una decena de epígrafes o incisos, y que, además, el análisis remite a una diversidad de planos superpuestos, entre los cuales se distinguen, sobre todo, tres: (i) el del sistema político y la realidad doméstica estadounidense; (ii), el de los círculos de la emigración cubana que se identifican con la llamada mafia terrorista de Miami; (iii) el concerniente al accionar hostil –y en particular, terrorista– de la política norteamericana, desde su proceso de formulación y toma de decisiones hasta el de su ejecución práctica contra nuestro país. José Luis Méndez resume muy bien sus ideas cuando interrelaciona esos planos, al destacar la política de doble moral que los sucesivos gobiernos de los Estados Unidos, han tenido hacia el flagelo del terrorismo y precisar que todos han proclamado que lo combaten, sin embargo cuando se trata de sus terroristas contra la Revolución cubana, los toleran, respaldan, miman y hasta los protegen".

    Al caracterizar esa secuencia de retórica y realidades, el autor introduce sus claves explicativas, describiendo e interpretando la conducta de los gobiernos que coloca bajo el lente. Así, apunta, por un lado, que el comportamiento, durante estas administraciones, de ese flagelo contra Cuba, ejecutado por terroristas asentados en los Estados Unidos, no se diferenció de otros gobiernos que desfilaron por la Casa Blanca. La tendencia que prevalece en las administraciones demócratas es que durante sus mandatos se ejecutan más actos que durante las administraciones republicanas. Ambas han ejercido el terrorismo de Estado contra Cuba, como instrumento de presión, pero los métodos han diferido. Y, por otro, complementa su punto de vista al afirmar que la explicación de esta característica está en que las políticas agresivas de las administraciones republicanas han satisfecho las aspiraciones y apetencias de los contrarrevolucionarios cubanos con los que mantienen lazos más estrechos, mientras que durante las demócratas, estas han tolerado con libertad el accionar de las organizaciones en busca de sus propósitos, debido a que no poseen el mismo control y relación con ellos.

    No corresponde al prólogo recorrer todos los vericuetos de un libro extenso, rico en precisiones y aristas. Apoyado en una profusa documentación, testimonios y en una rigurosa revisión bibliográfica, a lo que añade su propia experiencia directa en el servicio exterior –más allá del tema central del texto, relacionado con las actividades que conjugan la violencia con el extremismo político y la intransigencia contra Cuba, fraguadas e impulsadas por los gobiernos norteamericanos encabezados por Clinton, W. Bush, Obama y Trump, hilvanado con lujo de detalles, entre episodios, noticias, entornos, interacciones, causas, consecuencias–, el autor llama la atención sobre una cuestión poco tratada, a saber, la del terrorismo interno en los Estados Unidos, cuyos antecedentes, expresiones actuales, implicaciones y bases explicativas motivan en buena medida estas reflexiones.

    II

    En los Estados Unidos se advierte la recurrente presencia de un definido y notorio componente de violencia institucionalizada, que reaparece con intermitencia a lo largo de su devenir histórico como nación, manifestándose tanto al nivel del sistema político como de la sociedad civil y la cultura.² De manera regular, el ejercicio de esa violencia se incuba en caldos de cultivo tan saturados de intolerancia, que esta opera como justificación ideológica de determinadas acciones que promueven entonces el Estado, los partidos o grupos de interés. En ese sentido, la historia norteamericana, con base en determinados hitos y etapas, ha sido un repertorio de excesos, a través de los cuales se han violado una y otra vez derechos constitucionales básicos de los ciudadanos, en el plano interno, y se han argumentado transgresiones sistemáticas de la soberanía e integridad territorial de otros países, en la arena internacional. Generalmente, la apelación a esas acciones se afinca en una arrogante visión racista, xenófoba, en una pretendida protección de la pureza étnica, racial y cultural de la nación, junto a una vocación mesiánica y chauvinista, que implanta previamente el referido ambiente intolerante, en el momento de que se trate. La organicidad, consistencia y persistencia de las mismas permite considerarlas, en su conjunto dinámico, bajo una perspectiva sistémica. Es decir, no se trata de una sumatoria de actos individuales y aislados, sino de una cultura política de la violencia, que ha auspiciado el terrorismo interno en ese país.

    Aunque los presupuestos ideológicos y psicosociales que sostienen y nutren esa cultura poseen estabilidad y permanencia, la misma se ha expresa de modo discontinuo, bajo el condicionamiento de acontecimientos y circunstancias que la estimulan o catalizan. Así, por ejemplo, por acudir solo a algunas situaciones, la década de 1920 fue escenario, en el marco de las secuelas de la primera guerra mundial, de un profundo clima de racismo y xenofobia, de nativismo patriotero que proclamaba una campaña contra los intelectuales que, presuntamente, amenazaran lo que se consideraba el auténtico espíritu norteamericano puro, es decir, las tradiciones WASP.³ El resurgimiento del Ku Klux Klan y la ejecución de los inmigrantes Sacco y Vanzeti se ubican en ese contexto. En los años de 1950, durante la era del macartismo, se impuso una similar atmósfera de persecución contra toda manifestación, intelectual o política, que pudiera atentar contra los valores esenciales de la nación y la cultura estadounidenses, en medio de una histeria anticomunista, definida por la obsesión conspirativa contra la seguridad nacional. En esa época se aprobó la ley Mc Carran, de Seguridad Interna, surgió la reaccionaria Sociedad John Birch y se ejecutó a los Rosenberg. De hecho, las acciones represivas generadas a nivel gubernamental o los actos de violencia desmedida que acometían organizaciones como las nombradas –a las que podrían añadirse otras, como las de Cabezas rapadas (Skinheads), de connotación neofascista, el Movimiento de Identidad Cristiana o agrupaciones cobijadas bajo lo que se ha conocido como Movimiento Vigilante–, se identifican de forma categórica como de naturaleza terrorista, sin que hayan sido enfrentadas de modo consecuente en el orden legal, sino que por el contrario, han sido permitidas y hasta incentivadas por el sistema.

    Entre otras ejemplificaciones que introducen jalones en la historia contemporánea de los Estados Unidos, definiendo antesalas y escenarios de intolerancia que conducen a períodos oscuros donde se entroniza la cultura política de la violencia como recurso de salvación ante problemas cuya envergadura ponía en peligro, según se pretextaba, la estabilidad, la gobernabilidad o la seguridad de la nación, los actos terroristas contra los rascacielos de Wall Street y las instalaciones del Pentágono, sin lugar a dudas, ocupan el primer lugar, como punto de obligada referencia.

    Los atentados terroristas del 11 de septiembre de 2001 que destruyeron las célebres torres gemelas del World Trade Center, en Nueva York, y una parte de las instalaciones del Pentágono, en Washington, estremecieron a la sociedad norteamericana, conmovieron a la opinión pública mundial y marcaron la historia contemporánea con un acontecimiento, en su escala, sin precedentes. Como se ha dicho con razón, no se trataba de que fuesen hechos criminales inéditos, en tanto existían antecedentes similares en el pasado, basados en el ejercicio de violencia desbordada, o aún de mayor alcance. Un renombrado intelectual, como el lingüista y politólogo norteamericano, Noam Chomsky, reconocería, en ese sentido, que los ataques terroristas fueron grandes atrocidades, pero precisando que, de modo contrastante, por su dimensión, puede que no haya alcanzado el nivel de muchos otros; e ilustraba a renglón seguido con acciones genocidas promovidas por la política hegemonista, de doble moral, de los Estados Unidos, mencionando el caso de los bombardeos de la administración Clinton en Sudán.⁴Desde esta perspectiva, la prolongada guerra contra Vietnam, la del Golfo Pérsico y la intervención militar actual en Afganistán, pueden sumarse a su ejemplificación, con el uso y abuso de la brutalidad, la tortura y los actos genocidas contra población civil.

    Entre las diversas significaciones que posee el 11 de septiembre, su marcado simbolismo es una de las que desde el punto de vista subjetivo convierte los acontecimientos terroristas de ese día en un hito trascendente para la sociedad internacional. Fueron ataques a símbolos del poderío mundial (económico y militar) de los Estados Unidos y, hasta cierto punto, de la cultura norteamericana. Se cometieron contra centros simbólicos y reales de uno de los imperios más poderosos que ha conocido la historia, ante la mirada atónita y espantada de millones de otros seres humanos y en un momento en que Estados Unidos, país de origen y residencia de la mayoría de las víctimas, parecía constituir una fortaleza inexpugnable y su gobierno –de dudosa legitimidad– proyectaba su política internacional con singulararrogancia y unilateralismo. En esa medida han tenido un profundo y perdurable impacto para la vida cotidiana, la psicología nacional y la cultura política en la sociedad estadounidense. A tales acontecimientos se enlazan, de forma inseparable, las ulteriores diseminaciones y ataques de ántrax, dirigidos principalmente a los círculos gubernamentales y a ciertos miembros del Congreso, como actos de definida connotación terrorista. Todo ello contribuyó a mantener viva durante los dos gobiernos de W. Bush y hasta el primero de Obama, la sensación de ansiedad, temor, desconfianza, a nivel de la población y de las estructuras políticas, y a alimentar los imperativos de la supuesta defensa de la seguridad nacional, sobre la base del argumento de la llamada guerra contra el terrorismo, con expresiones dentro y fuera del territorio norteamericano. Ello supuso crecientes apelaciones a un expediente de violencia ilimitada, que lejos de ser ajeno a la cultura nacional, se encuentra incrustado en el mismo tejido social, clasista e ideológico de la sociedad norteamericana. La argumentación utilizada para promover la llamada Guerra Global contra el Terrorismo, llevaba consigo en la práctica, como se sabe, a la aplicación de acciones de terrorismo de Estado por parte de los Estados Unidos.

    Una simple mirada retrospectiva conduce a un incidente, a veces olvidado, a pesar del traumatismo que conllevó. El 19 de abril de 1995, un camión-bomba, cargado con aproximadamente media tonelada de explosivos destruyó una instalación estatal en Oklahoma. El edificio Alfred Murrah contenía numerosas oficinas federales en el estado, además de una guardería, y en condiciones normales, se concentraban en él,diariamente, unos 500 empleados, sin contar los visitantes. El atentado ocasionó la muerte a 168 personas, entre ellas, niños. Ese mismo día, otros 17 edificios del gobierno norteamericano, en diferentes ciudades y Estados, recibieron amenazas dinamiteras.

    Dos años antes, el 29 de febrero de 1993, otra acción terrorista deterioraba, con explosivos, nada menos que cinco pisos de las torres del World Trade Center, instalación que, desde luego, desde esa fecha y aún mucho antes ya poseía el mismo simbolismo que ocho años después, cuando serían destruidas: representaban el corazón del capital financiero en Wall Street. Aquel atentado, además de provocar numerosos heridos, costó la vida a cinco personas.

    De ahí que para Méndez Méndez, con razón, los Estados Unidos hayan padecido el terrorismo doméstico, el cual afectaría a ese país durante la década aludida. El 19 de abril del mismo año 1993 se llevó a cabo una masacre en la hacienda de Monte Carmelo, en Waco, Texas donde perdieron la vida 69 adultos y 17 menores, la mayoría de los cuales aparecieron carbonizados e irreconocibles, a causa de la violenta acción del FBI, bajo la administración Clinton, para someterlos. Se trataba de la secta religiosa de los davidianos, un grupo de ex adventistas del séptimo día fanáticos que salieron de la organización y se fueron a vivir al campo con sus familias, que para su defensa habían comprado armas y pertrechos militares.

    En tal telón de fondo es que el terrorismo generado por los grupos de extrema derecha dentro de la emigración cubana halla un fértil terreno para que se afiance su accionar y que, como señala el autor, sean los Estados Unidos el país que, después de Cuba, más ha sufrido sus consecuencias. Al referirse al citado mandato de Clinton, Méndez Méndez puntualiza algo sumamente relevante, cuya significación amerita, a fin de llamar la atención del lector, reproducirlo in extenso:

    a pesar de que esta administración decía llevar a cabo una cruzada antiterrorista dentro y fuera de su territorio y que realmente desde 1993, había sido blanco de actos de terror internacional contra sus intereses en varios países y organizaciones ultraderechistas, paramilitares y fanáticas locales habían realizado impactantes hechos en ciudades norteamericanas, la administración demócrata siguió la tradicional política dual hacia el terrorismo anticubano, tolerado por sucesivas administraciones estadounidenses, aunque desde 1959, esto ha sido un caso de terrorismo doméstico en ese país. Las estadísticas así lo constatan, actos criminales tangibles han expuesto al peligro a ciudadanos norteamericanos, han lesionado sus intereses, causado daños y perjuicios a su economía nacional durante estas casi cinco décadas. Ha sido, después de Cuba, el país más afectado por ese terrorismo que engendraron, organizaron, prepararon y han tolerado conscientemente. El terrorismo que han realizado los grupos terroristas de origen cubano en los Estados Unidos ha sido y es una amenaza para la seguridad nacional de Estados Unidos, un peligro presente y claro para los intereses estadounidenses públicos y privados, sin embargo la aplicación de la ley para quienes han atentado contra la paz norteamericana, ha estado determinada por la voluntad política de sucesivas administraciones, la tolerancia para los grupos de origen cubano ha podido más que la justicia […] El terrorismo se convirtió en algo cotidiano en la vida de los emigrados cubanos, estuvo también orientado contra intereses norteamericanos y los relacionados con Cuba dentro de los propios Estados Unidos.

    Está claro que, por su magnitud, los acontecimientos recordados no eran comparables a los del 11 de septiembre de 2001. Pero lo sucedido ponía el dedo sobre una vieja llaga de la sociedad norteamericana. Al menos en el caso de Oklahoma, los autores eran ciudadanos estadounidenses y estaban ligados a tendencias de extrema derecha, cuya presencia tiene antigua data en la historia nacional. Ambos sucesos dejaban claro, a escala doméstica e internacional, la existencia de grupos e individuos identificados con el terrorismo interno, así como su capacidad de ejecución de acciones violentas de alcance significativo, aunque no se catalogaran como de destrucción masiva, pero con cifras de víctimas tampoco despreciables, y sobre todo, con enorme resonancia.

    Luego de la supuesta muerte de Bin Laden en 2011 y de la capitalización exitosa que del hecho hiciera el gobierno de Obama, la hipocresía estadounidense que enarbolaba el tema de la Guerra Global contra el Terrorismo comienza a bajar de nivel, según se reflejaría en los documentos denominados Estrategias de Seguridad Nacional, que emite ese gobierno en 2010 y 2015, al ponerse el énfasis en el empleo de la diplomacia multilateral, aunque se reconoce la legitimidad del uso de la fuerza, la militar incluida, en determinadas circunstancias. En el documento de ese tipo que exhibe la administración Trump en 2017 prosigue esa pauta, al minimizarse la importancia del terrorismo como peligro a enfrentar, al menos a nivel declarativo, en tanto que el foco prioritario se coloca en la neutralización de Rusia y China, como poderes revisionistas y amenazas globales, en la geopolítica mundial. En el plano real, el intervencionismo y la agresividad de la belicista política norteamericana, sin embargo, no pueden opacarse con eufemismos. En ello sigue presente hoy la vieja práctica del terrorismo de Estado, la amenaza del uso de la fuerza, y el empleo mismo de la fuerza, incluida la militar, en ocasiones utilizada de forma abierta, pública, descarada, cínica, reconocida, y otras, enmascarada o apoyada en peones de la proyección imperialista.

    III

    La victoria electoral de Donald Trump en las elecciones presidenciales de 2016 puso de relieve la profundidad de la crisis política, de credibilidad y confianza, que viven los Estados Unidos desde hace varias décadas, palpable en la bancarrota del bipartidismo y sobre todo, en los alcances del desconcierto, escepticismo y del proceso de radicalización ideológica reaccionaria de una parte no despreciable de la sociedad norteamericana. Ese desplazamiento del centro de gravedad del espectro político-ideológico hacia la derecha en ese país tenía antecedentes en el proceso electoral de 1980 y a comienzos del presente siglo, cuando el amplio triunfo de Ronald Reagan junto a su prolongación en el de George Bush (padre), en el primer caso, y la designación de George Bush (hijo) por la Corte Suprema en el segundo, como resultado de los prolongados, cuestionados y fraudulentos comicios del año 2000, llevaron a la Casa Blanca a figuras marcadamente conservadoras del partido republicano. Ello estimuló en tales coyunturas análisis sobre una excepcional fascistización en ciernes en ese país, considerado míticamente como paradigma de la democracia, y del agotamiento de la tradición liberal, si bien es en el actual escenario donde ganan más fuerza esas reflexiones, a partir de las expresiones en curso de la tendencia bautizada como trumpismo.

    El hecho, no obstante, no sería sorpresivo, aunque es frecuente que se le presente como tal, si se tienen en cuenta las referencias mencionadas y otros indicios, que bajo los gobiernos demócratas de William Clinton y Barack Obama que se establecieron ulteriormente, revelaban la presencia de una orientación cada vez más pujante y articulada, que se expresaba en diversos y crecientes sectores de la sociedad estadounidense, al asumir posiciones conservadoras y de extrema derecha. La elección de Trump no constituyó, entonces, en rigor, motivo de asombro o un accidente en la vida política de los Estados Unidos. Fue una expresión de una crisis política y cultural que reflejaría de modo contundente e inquietante la profundidad de ese desplazamiento ideológico en una nación en cuya historia liberales y conservadores han habitado entre coincidencias y complementaciones desde su fundación misma, en la cultura política y entre demócratas y republicanos, entre burros y elefantes.

    La confrontación política entre demócratas y republicanos, así como las divisiones ideológicas internas dentro de los dos partidos, enfrascados en la búsqueda de un nuevo rumbo, definió, por consiguiente, la campaña presidencial de 2016, profundizando un proceso que se había manifestado desde comienzos del presente siglo, desde las elecciones de 2000 hasta las de 2012, durante los gobiernos de Bush (hijo) y de Obama. De ahí que la sorpresa inicial que conllevó el triunfo de Trump haya sido relativa. Si bien la inmensa mayoría de los análisis, pronósticos y sondeos de opinión, apuntaban con elevados porcentajes de certeza hacia el triunfo demócrata de Hillary Clinton, existía también un conjunto objetivo de condiciones y factores objetivos, insuficientemente ponderados, que permitía augurar la derrota demócrata y el retorno republicano a la presidencia. Eso lo explica la crisis que vive a la sociedad norteamericana desde los años de 1980, que se ha mantenido, en medio de parciales recuperaciones –sobre todo en el ámbito económico, propagandístico y tecnológico-militar–, pero que se ha profundizado con intermitencias en el terreno cultural, político e ideológico. En un lúcido y conocido análisis, Michael Moore se anticipó a visualizar el resultado de la elección presidencial de 2016.⁶ Lo que a través de la prensa se ha identificado como el fenómeno Trump, se explica en buena medida a partir del rechazo a los partidos y políticos tradicionales, pero sobre todo, al resentimiento acumulado contra un gobierno encabezado por un presidente negro, y ante la posibilidad de que le sucediera en el cargo una mujer. Todo ello unido a una crisis de credibilidad y confianza más amplia. Trump consiguió movilizar ese resentimiento, obteniendo el apoyo de una población blanca, de clase media, junto a sectores de la clase trabajadora, de bajos ingresos y niveles de educación, que habían sido afectados por las políticas públicas de Obama, a los que se dirigió en términos de gente olvidada, prometiéndoles que nunca serían olvidados de nuevo.⁷

    El triunfo de Trump se produjo incluso cuando su lenguaje y conducta contradecían varios de los mitos fundacionales de ese país, identificado a escala mundial como la tierra prometida, la de las oportunidades, emblema de la libertad y la democracia. Fue electo por el voto mayoritario del colegio electoral, que no fue coincidente, como se sabe, con la votación popular. Para no pocos estudios académicos y escritos periodísticos que han analizado el significado histórico y político del hecho, se trata de algo que ha sido casi inexplicable. En ese sentido, a menudo se han confundido los términos de lo ocurrido. Se ha presentado a Trump como una figura contraria al sistema o al llamado establishment, cuando en realidad, es uno de sus más funcionales exponentes. Se le ha considerado como al portador de los cambios en la política norteamericana, cuando en rigor es el resultado de esos cambios.

    Trump promueve una proyección exterior que intenta satisfacer mejor que Obama –con el multilateralismo y el poder inteligente–, y con mayor eficacia, los intereses y problemas del sistema, apelando ahora a un enfoque fuertemente unilateral y belicista, basada en el incremento del gasto militar y el número de las fuerzas armadas, junto a una estrategia dirigida a ampliar y modernizar el sistema de defensa contra misiles, partiendo del supuesto de que sus enemigos, sobre todo Corea del Norte e Irán, están incrementando lo que ha llamado su capacidad de ataque letal, y de que es necesario enfrentar los progresos en marcha de los adversarios en sus sistemas de misiles ofensivos regionales, como los de Rusia y China. A ello agrega las promesas de acabar con el yihadismo de manera expeditiva, lo que implica mantener escenarios de guerra. Mantiene el habitual apoyo a Israel, generador de conflictividad regional. El Medio Oriente y Asia Central permanecen en el expediente intervencionista que aplica. La construcción y renovación de barreras en la frontera con México, con el fin de contener la entrada de inmigrantes, acompañado del despliegue de tropas, se suma al inventario de su accionar internacional.

    La grandilocuencia y promesas de Trump en cuanto a sus pretensiones hegemónicas, dirigidas a hacer realidad sus consignas, Primero los Estados Unidos, y Recuperar la grandeza de los Estados Unidos, tropiezan con los límites que impone el sistema capitalista en ese país y el reajuste en las correlaciones de fuerzas en el sistema internacional, que se expresan en una nueva y cambiante dinámica geopolítica global. De manera que Trump se halla atrapado entre las contradicciones que definen sus retozos retóricos y demagógicos, pretendiendo con estilo subjetivo, voluntarista y personalista re articular la política económica, exterior, militar del imperio, y los contornos objetivos dentro de los cuales se tienen que mover, necesariamente, sus rejuegos geoestratégicos, geoeconómicos y geopolíticos.

    En un contexto como el planteado encaja la atenta mirada que Méndez Méndez dedica a la política que de manera específica diseña Trump para Cuba, al compararla con el lenguaje corrosivo, agresivo, cargado de amenazas y de fracasos en sus políticas para derrocar a la Revolución, que caracterizó a la doble administración de W. Bush y al recordar que esta mantuvo intactas las estructuras contrarrevolucionarias, toleró sus acciones, dio cobija a terroristas, aplicó sanciones económicas, persiguió los capitales cubanos para estrangular la capacidad cubana de subsistir, aprobó resoluciones, leyes para codificar más al bloqueo dentro de la guerra económica, que se consolidó y amplió, bajo el efecto de las influencias de grupos de presión y cabildeo encabezados por los congresistas de origen cubano".

    Como lo deja claro Méndez Méndez a través del análisis, la proyección norteamericana hacia Cuba se incuba en un complejo entramado de instancias, factores y funcionarios, que incluyen canales institucionales, decisiones personales, grupos de presión, instituciones académicas conocidas como tanques pensantes, sectores de la comunidad cubano-americana, rejuegos diversos en la rama Ejecutiva y Legislativa, que en sus interacciones conforman un mecanismo integrado que resume su acción en los procesos de formulación e implementación de la política anticubana. Con ese conocimiento, y luego de retener junto a la significación de la Revolución cubana, la de la bolivariana, afirma con razón que "la administración estadounidense, que terminará su mandato en el 2020, actúa de manera

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