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Guerra culta. Reflexiones y desafíos sesenta años después de Palabras a los intelectuales
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Libro electrónico262 páginas3 horas

Guerra culta. Reflexiones y desafíos sesenta años después de Palabras a los intelectuales

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Vivimos en la historia. Condicionados por ella en gran medida, también la vamos haciendo con nuestras acciones y con la contribución creativa a un pensamiento crítico, atenido siempre a las demandas de la inmediatez.Por ese motivo, las conmemoraciones no pueden reducirse a un mero rescate arqueológico.Conducen a replantear la dialéctica fecundante entre el hoy y el ayer, a establecer las coordenadas necesarias para acceder a un aprendizaje indispensable para encaminar las respuestas requeridas a las interrogantes de la contemporaneidad.A ese propósito responde estelibro, que acude a una pluralidad de voces y de modos de decir, desde el ensayo hasta el testimonio, así como a la participación conjunta de varias generaciones.Incita a debatir y profundizar en el análisis de temas insuficientemente abordados a pesar de la mucha tinta gastada a lo largo de sesenta años.
IdiomaEspañol
EditorialRUTH
Fecha de lanzamiento15 ene 2023
ISBN9789593043038
Guerra culta. Reflexiones y desafíos sesenta años después de Palabras a los intelectuales

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    Guerra culta. Reflexiones y desafíos sesenta años después de Palabras a los intelectuales - Colectivo de Autores

    gestión y Coordinación

    Mercy Ruiz

    Edición

    Josefa Quintana Montiel

    Diseño de cubierta

    Pepe Menéndez

    Diseño interior y realización

    Alexis Manuel Rodríguez Diezcabezas de Armada

    corrección

    Beatriz Rodríguez

    Carla Muñoz

    Sobre la presente edición

    © De los autores, 2021

    © Ediciones ICAIC, 2021

    ISBN

    9789593042864

    9789593043045

    ISBN-e

    9789593043038

    Quedan rigurosamente prohibidas, sin la autorización escrita de los titulares del Copyright, bajo la sanción establecida en las leyes, la reproducción parcial o total de esta obra por cualquier medio o procedimiento, comprendidos la reprografía y el tratamiento informático, y la distribución de ejemplares de ella mediante alquiler o préstamo público. Si precisa obtener licencia de reproducción para algún fragmento en formato digital diríjase a CEDRO (Centro Español de Derechos Reprográficos, www.cedro.org) o entre la web www.conlicencia.com EDHASA C/ Diputació, 262, 2º 1ª, 08007 Barcelona. Tel. 93 494 97 20 España.

    Ediciones ICAIC

    Instituto Cubano del Arte e Industria Cinematográficos

    Calle 23, no. 1155, entre 10 y 12, El Vedado,

    La Habana, Cuba. CP 10400

    Tel.: (53) 7838-2865

    publicaciones@icaic.cu

    www.cubacine.cult.cu

    De pensamiento es la guerra mayor que se nos hace:

    ganémosla a pensamiento.

    José Martí

    Epistolario, Tomo V, compilación, 1993

    Vamos a echar una guerra contra la incultura;

    vamos a librar una batalla contra la incultura;

    vamos a despertar una irreconciliable querella

    contra la incultura, y vamos a batirnos contra ella

    y vamos a ensayar nuestras armas.

    Fidel Castro

    Palabras a los intelectuales, 30 de junio de 1961

    Vuelven a nuestra memoria...

    Vuelven a nuestra memoria las Palabras a los intelectuales, de Fidel, sesenta años después de aquel encuentro con los escritores y artistas cubanos en la Biblioteca Nacional José Martí en junio de 1961. Acontece esta conmemoración dentro de un complejo entramado político y cultural en el que las Palabras… continúan siendo brújula para vencer «la guerra que se nos hace».

    Con la motivación de estas premisas, la presidencia del ICAIC sugirió a nuestra Editorial la idea del presente libro, lo cual asumimos como una de las labores más apreciadas por un editor: la de gestar, conformar, diseñar y llevar hasta su etapa final una obra que pueda ser útil para pensar Cuba en el contexto actual.

    En breve tiempo nos propusimos, entonces, realizar un libro compuesto por textos inéditos, en el que confluyeran las ideas de pensadores y creadores cubanos de distintas generaciones. Concebimos esta obra de manera que ofreciera diversas «reflexiones y desafíos» acerca de la realidad actual de Cuba en el ámbito de la política como cultura. A todos los autores que correspondieron con notable rapidez y dedicación a la convocatoria de Ediciones ICAIC, nuestro más profundo agradecimiento y elogio.

    El presente título dialoga con otros dos, publicados también por nuestro sello editorial este 2021 con las mismas motivaciones: La historia en un sobre amarillo. El cine en Cuba (1948-1964) (con Ediciones Nuevo Cine Latinoamericano), de Iván Giroud, y Aquel verano del 61. Primer encuentro de Fidel con los intelectuales cubanos, de Senel Paz.

    Guerra culta. Reflexiones y desafíos sesenta años después de Palabras a los intelectuales tiene su inspiración en las ideas martianas expresadas en el Manifiesto de Montecristi, documento programático de nuestra Guerra de Independencia, iniciada en 1895. Desea entonces, desde sus páginas, contribuir, como dijera Martí, a que «la revolución no sea inferior a la cultura del país», lo que podremos alcanzar con «la unidad y vigor indispensables a una guerra culta».

    La Editorial

    En los sesenta de palabras

    Prólogo de Graziella Pogolotti

    Vivimos en la historia. Condicionados por ella en gran medida, también la vamos haciendo con nuestras acciones y con la contribución creativa a un pensamiento crítico, atenido siempre a las demandas de la inmediatez. Por ese motivo, las conmemoraciones no pueden reducirse a un mero rescate arqueológico. Conducen a replantear la dialéctica fecundante entre el hoy y el ayer, a establecer las coordenadas necesarias para acceder a un aprendizaje indispensable para encaminar las respuestas requeridas a las interrogantes de la contemporaneidad. A ese propósito responde Guerra culta. Reflexiones y desafíos sesenta años después de Palabras a los intelectuales, un libro que acude a una pluralidad de voces y de modos de decir, desde el ensayo hasta el testimonio, así como a la participación conjunta de varias generaciones. Incita a debatir y profundizar en el análisis de temas insuficientemente abordados a pesar de la mucha tinta gastada a lo largo de sesenta años. Por haber transitado a través de ese extenso proceso, no puedo eludir el desafío de dejar constancia de mi experiencia personal.

    Con el triunfo de la Revolución, la cultura pasó a ocupar un lugar nunca antes soñado. Salió del reducto donde antes se refugiaban los escritores y artistas para consagrarse, en la resistencia y el aislamiento, a la creación de su obra. En la lucha contra el subdesarrollo y los rezagos del coloniaje, junto a la ciencia y a la educación, se situó en el centro de la sociedad en un proyecto que desbordaba los límites de la Isla y alcanzaba un mundo que compartía destino similar. En ese contexto, se abrió un ancho horizonte al disfrute de la mejor cinematografía de la época y a la difusión de libros que trasmitían una rica diversidad de pensamiento. El debate de ideas alcanzó una densidad sin precedentes. Para sopesar su rango, vale la pena revisar las revistas que aparecieron en aquellos días, desde el polémico Lunes de Revolución, hasta Cine Cubano, La Gaceta de Cuba, Casa de las Américas, Pensamiento crítico, entre otras. Vanguardia artística y vanguardia política convergían en la construcción de un proyecto transformador enraizado en la historia y en la realidad de nuestros países y libre de ataduras dogmáticas.

    Centrada en temas puntuales, la controversia política ha enmascarado ingredientes esenciales de la atmósfera epocal. Por muchas razones, 1961 fue un año decisivo. La fulminante victoria de Girón consolidó la unidad del pueblo y ratificó la confianza en las fuerzas del país. Era el desenlace provisional de una guerra que se había venido librando en términos de sabotajes, asesinatos y acrecentó su violencia con el estallido de La Coubre y la quema de El Encanto, en pleno corazón de la capital. No cesaría después de aquel triunfo. El enfrentamiento a los alzados contrarrevolucionarios tuvo un enorme costo en vidas humanas y en la inversión de recursos que hubieran podido destinarse al desarrollo económico. Nadie podía permanecer al margen de la situación. Un amigo cercano, beatífico y distraído profesor de Latín, fue secuestrado por quienes acababan de asesinar a un miliciano en una de las avenidas principales de la ciudad. Al mismo tiempo, la Campaña de Alfabetización seguía sembrando futuro.

    Nacido de la articulación orgánica entre la entraña profunda de la historia y las circunstancias de una contemporaneidad, el camino hacia el socialismo se definía, en lenguaje distanciado de terminologías doctrinarias como «Revolución de los humildes, por los humildes y para los humildes». Ponía el acento en una tradición martiana y anticolonial. Los escritores y artistas no tenían compromisos con un capitalismo periférico y dependiente, incapaz de auspiciar la creación y la difusión de la cultura. Los incidentes derivados de la prohibición de P.M. aceleraron la convocatoria a un diálogo necesario sobre todo para el diseño de un proyecto que, por primera vez, integraba la cultura como factor sustantivo para la construcción de la nación.

    Tal y como se revela a través de las polémicas publicadas en la prensa de esos años, que involucraron a artistas, funcionarios y dirigentes, existían preocupaciones latentes acerca de los modos de implementar la edificación del socialismo. La denuncia del estalinismo, formulada por Nikita Jruschov en el XX Congreso del PCUS hizo público el reconocimiento autocrítico de algunos graves errores cometidos en la Unión Soviética. No haber llevado el análisis hasta sus últimas consecuencias tuvo repercusiones fatales en el país que anidó la revolución bolchevique. Con lucidez pasmosa, el Che detectó las peligrosas fisuras existentes. En el terreno específico de la cultura, el problema se sintetizaba en la imposición de las normativas del denominado realismo socialista, en un proceso que estranguló el esplendor creativo de la década del veinte en las artes, la arquitectura y en la teoría literaria. Como también apuntaría el Che, la capacidad de asimilación crítica por parte del pueblo se medía por el rasero de las limitaciones intelectuales de los funcionarios.

    En las hornadas de aquellos viernes de la Biblioteca Nacional, ebullían las ideas. Poco acostumbrados a la disciplina formal, los participantes entraban y salían del salón. Formaban corrillos en el vestíbulo, bajaban al sótano a ingerir algún alimento. Era un ambiente de fervor donde cada cual aspiraba a poner lo suyo ante la posibilidad, por primera vez en la historia y excepcional en cualquier país del mundo, de establecer un diálogo sin cortapisas con la más alta dirección política de la nación. Como suele ocurrir en estos casos, hubo alguna tontería, junto a discursos elaborados e interrogantes acerca de asuntos concretos. Con su extraordinaria capacidad de concentración y análisis, Fidel captó los núcleos esenciales de las preocupaciones latentes. Sentó las bases de una política cultural inclusiva de tendencias estéticas y filosóficas. Correspondía a las instituciones acoger en su manto y ofrecer posibilidades de difusión a la pluralidad de expresiones forjadas en el decurso de la historia. La cultura alcanzaba el más alto grado de reconocimiento y legitimación. Junto a la educación y la salud, había sido uno de los derechos conculcados al pueblo.

    Todas las revoluciones navegan a través de mares tempestuosos. La nuestra, en su lucha anticolonial, agigantó la dimensión de Cuba. Ha tenido que afrontar por ello una guerra implacable por parte del imperialismo con el empleo de todos los métodos, desde el choque directo con las armas, el fomento de la subversión interna y la acción de los medios de comunicación, según una estrategia diseñada para producir efectos en el interior del país y desacreditar la imagen externa. No han faltado los rebotes de la Guerra Fría y de las crisis económicas mundiales. A este conjunto se añaden los inevitables rescoldos del ayer, muchos de ellos manifiestos en términos de conductas sectarias y dogmáticas. En tan complejo proceso, los fundamentos de una política cultural inclusiva, afincada en los rasgos esenciales de nuestra singularidad histórica, sufrieron deformaciones en su aplicación práctica. Las circunstancias son bien conocidas y han sido profusamente documentadas. Repercutieron negativamente en los ámbitos colindantes de la cultura y de las ciencias sociales. Sin embargo, la clave de nuestra capacidad de resistir reside en la permanente restauración del consenso. El programa desarrollado por el Ministerio de Cultura, desde su fundación, operó en esta dirección. A pesar de algunos tropiezos, la década del ochenta conoció una etapa de expansión creativa. El auspicio a la creación artística, la maduración de la enseñanza artística, el rescate de la obra de José Martí y la recuperación de los valores patrimoniales se conjugaron con una proyección social de fomento de nuevos públicos y en el esfuerzo por intervenir en la producción industrial mediante la contribución del diseño a los objetos que definen el entorno de la cotidianeidad.

    Era la década en la cual los nubarrones anunciaban el inminente desplome de la Europa socialista. En 1986, Fidel planteaba la necesaria rectificación de errores y tendencias negativas. A modo de confesión personal insólita en su oratoria, afirmaba haber soñado con el Che. Estábamos en la antesala de los duros años noventa. Las industrias culturales sufrían el golpe anonadante de la carencia de recursos financieros en una etapa de radicales transformaciones tecnológicas que acrecentaba la obsolescencia de la infraestructura instalada. En todos los planos de la vida, se impuso la penuria. En tan difíciles circunstancias, Fidel preservó lo esencial de la estrategia revolucionaria. Apostó en favor de la educación, la ciencia y la cultura. Invirtió en la restauración del Museo de Bellas Artes. Pero, sobre todo, inició un diálogo franco y sistemático con los escritores y los artistas. Fidel se convirtió en participante habitual de las reuniones de la UNEAC. Una vez más, demostró su capacidad de escuchar, de captar desprejuiciadamente lo esencial de cada tema, de construir consenso, de comprometer a los intelectuales con la búsqueda de soluciones para los grandes problemas de la nación. A partir de una agenda abierta, se planteó la necesidad de preservar nuestro legado urbano, se abordaron el repunte del racismo, la existencia de numerosos jóvenes que abandonaron el estudio y el trabajo, el aumento de las desigualdades. En muchos casos, el análisis crítico colectivo de asuntos que laceraban la sociedad fructificó en la formulación de políticas.

    A sesenta años de Palabras a los intelectuales, el mundo es otro. Me cuento entre los pocos sobrevivientes de aquellas jornadas. Entre luces y sombras, he vivido tratando de contribuir, en lo que ha estado a mi alcance, a la obra mayor. Ahora, la globalización neoliberal emplea nuevas formas de dominio colonial. Utiliza la tecnología más sofisticada para manipular conciencias. Sometidos a implacable acoso y llamados a superar errores propios, tenemos que acudir al saber acumulado para encontrar soluciones eficaces en los planos de la economía y la sociedad. Pero la clave de todo, para juntar voluntades y crecer ante los enormes desafíos, se encuentra en el cultivo del arte delicadísimo de seguir edificando consenso. Porque, hijos de la historia, somos también sus hacedores.

    Las palabras y las cosas. Consenso, disenso y cultura en la transición socialista temprana (1959-1965)

    Rafael Hernández

    Entender la política y la cultura cubanas, más allá de discursos, efemérides y testimonios personales, requiere una historia que aborde las cuestiones fundamentales de la transición socialista en su etapa de arranque. Entre esas cuestiones pendientes de mayor investigación se encuentran, por ejemplo, qué cultura política caracterizaba a la sociedad cubana y al liderazgo revolucionario; cuáles eran las ideas de entonces acerca del comunismo y el socialismo; qué visiones tenían los cubanos sobre los socialismos realmente existentes en otros países y sus problemas; qué diferencias había al respecto entre los principales dirigentes de esta Revolución en los primeros años. Esa caracterización requiere identificar las circunstancias culturales específicas que acompañaron la constitución del poder y el proceso revolucionario.

    La cultura política que originó el movimiento revolucionario cubano, su estrategia e ideología, no brotaron de la tradición bolchevique, ni de la Larga Marcha de los campesinos chinos, sino principalmente de las dos revoluciones cubanas anteriores, una organizada en Nueva York, Tampa y Cayo Hueso para luchar por la independencia, y la segunda surgida de la insurrección contra Machado y peleada en las calles de La Habana en los años treinta. Bregando con el problema estratégico de las alianzas y su difícil entramado, esta cultura política revolucionaria contestaba al tipo de dominación instaurada por los Estados Unidos y sus aliados enla Isla, muy distinta a la de imperios en ruinas, sumidos en el atraso profundo y semifeudal, como Rusia y China.

    En la cultura de la izquierda cubana confluyeron legados tan diversos como las revoluciones mexicana y rusa, variedades de socialismos, comunismos, anarquismos, movimientos sociales europeos y estadunidenses, nacionalismos radicales latinoamericanos y caribeños, cuyo inventario completo no cabe entre las imágenes icónicas que presiden los actos conmemorativos. Fueron las prácticas políticas e idearios de José Martí y Antonio Guiteras, más que ningún otro, la arteria principal de esa cultura.

    Según los investigadores que han contribuido a historiar la izquierda cubana antes de 1959, sus principales problemas, diferencias y conflictos, esta no era precisamente una orquesta acoplada.¹ Por ejemplo, lo que separaba a Joven Cuba (JC), la organización fundada por Guiteras en 1935, y al Partido Comunista de entonces, no era la adhesión a un objetivo socialista, que ambos reivindicaban, sino su acción política concreta, que predeterminaba el tipo de poder al frente de la Revolución desde el principio. De manera que caracterizar al guiterismo como «demócrata revolucionario» o apenas «antimperialista», y no como la estrategia que abrió el camino a la Revolución socialista en Cuba, mediante un movimiento que derrocó a la dictadura e inició la Revolución de manera continua, emborrona esa diferencia. No se trata de distintos «medios» para los mismos «fines», sino de toda una concepción estratégica para hacer la Revolución. No en balde, el Manifiesto del 26 de Julio, que Raúl Gómez García redactara por encargo de Fidel y Abel Santamaría, reconocía al Manifiesto de Montecristi y al Programa de Joven Cuba como sus fuentes de inspiración política.²

    Entender la historia del arte, la literatura y el pensamiento cubanos como un códice que flota por encima de la sociedad y la política resulta tan ineficaz como pretender explicarse el cambio social y el proceso político sin comprenderlos en su índole cultural. Descifrar ese códice requiere algo más que una visión teatral de la política, a partir de discursos ideológicos en pugna, testimonios de personajes que cuentan su petite histoire de lo ocurrido, las peripecias ocultas de los contendientes, o de revelaciones envueltas en la neblina del ayer y recogidas décadas después. Para interpretar aquellos hechos y tendencias ideológicas enfrentadas en el campo de la cultura, más allá de bretes y leyendas urbanas en torno a los actores y sus móviles, resulta esencial explicarse la sociedad, su entorno cultural, así como los factores políticos que los rebasaban a todos, abajo y arriba, y que sobredeterminaban aquel momento.

    Estas notas apenas se proponen esbozar algunos análisis para una historia política de la cultura, pero, sobre todo, para una historia social y cultural de la política, en aquella fase temprana de la Revolución, cuya lectura crítica se torna cada vez más importante desde la perspectiva de la transición en curso.

    El contexto político 1959-1965

    La Revolución no se constituyó sobre una cultura política que privilegiara al proletariado o la alianza obrero-campesina, sino sobre un sujeto identificado como «el pueblo», conjunto específico de grupos, estratos sociales y tradiciones de lucha muy mezcladas;³ y desde una práctica de liberación nacional, que partió de una lucha armada para derrocar una dictadura, y hacer avanzar, desde el poder, un programa de reformas dirigidas a cambiar un orden social injusto y dependiente.

    A diferencia de lo que algunos observadores percibieron en su momento, la Revolución no carecía de una ideología inherente a su contenido político y social. Solo que no se reducía a categorías eurocéntricas, a un plan oculto explicable por la teoría de la conspiración, ni a una abstracta construcción doctrinal igual a sí misma, titulada Ideología de la Revolución cubana, que algunos han formulado a posteriori en el estilo de los manuales de historia del PCUS.

    La tesis de que el curso tomado por la Revolución había traicionado las plataformas que las organizaciones opuestas a la dictadura concibieron en su momento equivale a juzgar una película apenas por su primer guion. Esta visión corta asume que las circunstancias donde ocurrían los cambios radicales propios de una revolución social podían encerrarse en un plan de reformas. Y parece ignorar que la puesta en escena de esas reformas desencadenó un conflicto que escaló en unos meses a una cruenta

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