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Walter Benjamin: La herida de la libertad se abre hacia adentro
Walter Benjamin: La herida de la libertad se abre hacia adentro
Walter Benjamin: La herida de la libertad se abre hacia adentro
Libro electrónico491 páginas6 horas

Walter Benjamin: La herida de la libertad se abre hacia adentro

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Información de este libro electrónico

La obra es producto de doce años de investigación, en los que el autor consultó fuentes en archivos de Jerusalén, Tel-Aviv, Berlín, Marbach y Portbou, entre otros. Narrado, simultáneamente, como una biografía, un diario de viaje y una tesis de investigación, el autor intenta transmitir con su relato la cruda experiencia de la migración forzada de Walter Benjamin en sus últimos ocho años de vida. También, nos alumbra sobre su trabajo filosófico y da a conocer fragmentos de su último ensayo, —desconocido hasta ahora— dedicado a analizar la justicia kafkiana.
IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento19 dic 2022
ISBN9789569986918
Walter Benjamin: La herida de la libertad se abre hacia adentro

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    Walter Benjamin - Rafael Díaz Silva

    © 2022, Rafael Francisco Días Silva

    © De esta edición:

    2022, Empresa El Mercurio S.A.P.

    Avda. Santa María 5542, Vitacura,

    Santiago de Chile.

    ISBN: 978-956-9986-90-1

    ISBN DIGITAL: 978-956-9986-91-8

    Inscripción Nº 2022-A-6818

    Primera edición: agosto 2022

    Edición general: Consuelo Montoya

    Diseño: Paula Montero

    Fotografía portada: Alamy

    Diagramación digital: ebooks Patagonia

    www.ebookspatagonia.com

    info@ebookspatagonia.com

    Todos los derechos reservados.

    Esta publicación no puede ser reproducida ni en todo ni en parte, ni registrada en, o transmitida por, un sistema de recuperación de información, en ninguna forma ni por ningún medio, sea mecánico, fotoquímico, electrónico, magnético, electroóptico, por fotocopia, o cualquier otro, sin el permiso previo por escrito de Empresa El Mercurio S.A.P.

    PREMIO REVISTA DE LIBROS

    Treinta años de trayectoria

    Con el propósito de estimular la creación literaria chilena en diversos géneros, El Mercurio y CMPC crearon, en 1991, el Premio Revista de Libros, el que —tres décadas más tarde— se ha consolidado como un hito anual de las letras nacionales. Desde su vigésimo novena versión, el certamen es organizado en conjunto con la Pontificia Universidad Católica de Chile y tiene un país invitado: el primero fue Argentina y en esta oportunidad, Perú.

    Una alianza con el sello editorial El Mercurio-Aguilar en 2001 permitió sumar al premio la publicación de la obra ganadora, lo que a partir del año 2016 es responsabilidad de Ediciones El Mercurio.

    Con extraordinarias convocatorias, este concurso ha reconocido principalmente a poetas y novelistas, y también ha premiado el cuento y las memorias y biografías. El primer año resultó ganadora la novela La ciudad anterior, de Gonzalo Contreras, lo que le dio un impulso decisivo a la carrera de este autor. En 1992, Adán Méndez triunfó con sus versos recopilados en Antología precipitada. Como integrante del jurado de ese año, Nicanor Parra apoyó con entusiasmo la obra del joven poeta.

    La novela policial ¿Quién mató a Cristián Kustermann? fue la ganadora en 1993, y en ella Roberto Ampuero dio a conocer al personaje que protagonizaría varias de sus siguientes ficciones, convirtiéndolo en un superventas internacional: el detective cubano radicado en Valparaíso Cayetano Brulé. En 1994, Marcelo Rioseco se destacó con Ludovicos o la aristocracia del universo, libro de poemas que explora las verdades intemporales. El periodista y dibujante Tito Matamala se impuso en 1995 con la novela Hoy recuerdo la tarde en que le vendí mi alma al diablo (era miércoles y llovía elefantes), un singular ejercicio de lenguaje ambientado en el sur del país. En 1996, el galardón recayó en Juan Cameron, con sus poemas reunidos bajo el título Viles ejecutorias, en los que sobresale una voz elegante, sabia y nostálgica.

    El ya fallecido dentista Juan Pablo Uribe-Etxeverría recibió el premio en 1997 por Uñas de muerto, una novela sobre la corrupción cotidiana, ambientada en los años ochenta. En 1998 se realizó la primera versión del concurso en el género cuento, y ganó el relato Lentes oscuros/Gafas ahumadas, de Hernán Rivera Letelier, escritor ya conocido por su novela La reina Isabel cantaba rancheras (1994). Además, se otorgaron premios al segundo y tercer lugar, que recibieron Óscar Garaycochea y Luis López-Aliaga, respectivamente.

    En 1999, la poeta de origen cubano Damaris Calderón obtuvo el premio con Sílabas Ecce Homo, obra que fue distinguida por su tono lúdico, austero y vanguardista. Y en el año 2000, Herman Schwember —fallecido en 2008— se adjudicó el galardón por su novela Yo, pecador, que se adentra en la vida del sacerdote Mario Duval. En 2001, el Premio Revista de Libros se amplió a un nuevo género: por primera vez en Chile se realizó un concurso destinado a memorias, biografías y autobiografías. Con una contundente respuesta de participantes, finalmente se impuso el cineasta Fernando Balmaceda (1924-2014) con De zorros, amores y palomas, un verdadero fresco de todo el siglo XX.

    La versión 2002 tuvo como ganador al joven Gustavo Barrera, con un poemario que aúna tradición y ruptura: Adornos en el espacio vacío. Otra voz nueva fue la de Carlos Tromben, autor de Poderes fácticos, novela elegida por el jurado en 2003. A partir de un hecho policial ocurrido en 1973, el autor reconstruye con inteligencia, dinamismo y emoción una época clave en nuestra historia.

    Un año después, en el concurso dedicado al cuento, el fallo del jurado debió ser declarado nulo al comprobarse que la obra escogida no cumplía con el requisito de ser estrictamente inédita.

    En 2005 se premió a Patricia Poblete, joven narradora que sorprendió al jurado con su peculiar novela Marcha atrás, en la que reúne a siete personajes vinculados por experiencias límite. El poeta y músico Julio Carrasco sobresalió en 2006 con la articulación y propuesta de su poemario Despedidas Antárticas.

    Por segunda vez, en 2007 el concurso estuvo dedicado a memorias y biografías, y fue premiado el trabajo de la periodista Marilú Ortiz de Rozas, Historia de un sueño fragmentado. Biografía del pintor cubano Mario Carreño, uno de los artistas visuales latinoamericanos más importantes del siglo pasado.

    En la décimo octava edición del certamen también se impuso una autora joven, Siret Torres, con una novela que se publicó con el título No llevados ni traídos: en ella se recrea la memoria de una familia y del país a través de la mirada de un niño. En 2009, el premio lo obtuvo El breve latido que burla al silencio, de Julio Núñez Rivera, poemario de tono sentencioso y desencantado que aborda la precariedad de la condición humana.

    Al conmemorarse el Bicentenario de Chile, en 2010, el certamen estuvo dedicado por tercera vez al género de memorias, biografías y autobiografías, y resultó ganadora la obra Contra viento y marea. Hasta erradicar la desnutrición, del Premio Nacional de Ciencias y fundador del Instituto de Nutrición y Tecnología de los Alimentos de la Universidad de Chile (INTA), Fernando Mönckeberg Barros. Al año siguiente, el jurado eligió la novela Fotos de Laura, del escritor y guionista Marcelo Leonart, una historia construida a partir de una serie de imágenes recuperadas por la memoria. Obra del poeta y editor Daniel Calabrese, Ruta Dos se impuso en 2012 como una lograda metáfora del paso del tiempo. Un año después, en el género cuento, se premió el trabajo Apart hotel, de David Núñez, compilación de siete historias de íntimos conflictos humanos. En 2014 se convocó nuevamente a los novelistas y el jurado otorgó el premio al escritor Cristián Barros por su obra Jinete en la niebla.

    Al cumplir 25 años, en 2015, el Premio Revista de Libros dio un paso más en su trayectoria, incorporando un nuevo género: la crónica. Y no solo eso, abrió la convocatoria a participantes de América Latina y España y estableció en sus bases la posibilidad de compartir el galardón entre un máximo de seis concursantes. El jurado resolvió premiar cuatro crónicas y otorgar tres menciones honrosas. Los ganadores fueron los argentinos Marcelo Moreno, con «Elogio de la sombra», y Leandro Aramburú, con «Ajedrez», y los chilenos Sergio Mardones con «Orates, fabuladores y fantasmas del Haití», y Nicolás Vidal con «El efímero vuelo de Aviación». Las menciones honrosas, en tanto, fueron para «Crónica de un secuestro», de Carlos Basso; «La esquina frita», de Patricio Araya, ambos chilenos, y «Vendedor de Internet, traficante de historias», del argentino José Montero. Estas siete crónicas conforman el volumen La memoria del día.

    La vigésimo sexta versión estuvo dedicada al género de biografía y memorias. El jurado otorgó el premio a la saga familiar Prefiero Chile, de Hernán Rodríguez Fisse. En su siguiente versión, el premio distinguió la novela Buganvilia, de Rodrigo Cortés Muñoz, quien con elementos autobiográficos retrata, de manera cruda y descarnada, la violencia de nuestra sociedad y los elementos que se encuentran en su origen, como la pobreza, la marginalidad y la droga.

    El joven poeta y guionista Pablo Paredes se convirtió en el ganador de la vigésima octava versión con Los animales por dentro, un libro de poemas más cerca del bestiario que de la alegoría o la fábula, en el que hablan zorros, perros, gatos, un zunzuncito, polillas, osos y un huemul.

    Con Argentina como primer país invitado, la décimo novena versión premió la novela del escritor, periodista y cientista político chileno Rodrigo Atria, Clara de noche, Muriel en la aurora. En ella se combinan la nostalgia por un Santiago desaparecido, la historia política del país y la valoración de la botánica, los árboles y los parques.

    En esta nueva edición, en la que celebramos con alegría, orgullo y también asombro una trayectoria de treinta años, el Premio Revista de Libros estuvo dedicado al género de memorias y biografías y en él resultó ganador el chileno Rafael Díaz Silva, doctor en Etnomusicología y profesor del Pontificio Instituto Ambrosiano, en Ravena, Italia. En Walter Benjamin. La herida de la libertad se abre hacia adentro, el autor entrega nuevas claves sobre el filósofo judío alemán, revisa sus últimos años y establece una curiosa relación con su propia experiencia como extranjero indocumentado. El jurado, que integraron el escritor peruano Alonso Cueto y los académicos chilenos Rodrigo Cánovas y María José Cot, eligió por unanimidad esta obra que hoy entregamos al juicio de los lectores.

    María Teresa Cárdenas Maturana

    Editora de Libros

    El Mercurio

    Prólogo

    «Walter Benjamín nunca debió presentarse en el cuartel de policía de Portbou. Debió seguir su camino hasta llegar a Portugal. Tenía todo a su favor, conexiones con la intelectualidad republicana, cartas de apoyo para ser presentadas a escritores españoles y, sobre todo, su nombre, que ya era respetado en los círculos progresistas de España. Habría llegado a Portugal sin necesidad de gastar una sola peseta de su escuálido patrimonio. Una red de colaboración republicana lo habría llevado a su destino. Pero el miedo fue más fuerte».

    Escrito con la limpidez de una prosa que alcanza a menudo lo magistral, el libro que el lector tiene entre sus manos, Walter Benjamin: La herida de la libertad se abre hacia adentro, de Rafael Díaz Silva gira en torno a uno de los más grandes pensadores del siglo pasado. Walter Benjamin, cuya visión penetró los deslindes de una época y con ella, los oscuros signos que arrojaba el porvenir, nos va mostrando, como si fueran las piezas aterradoramente perfectas de un cronómetro que continúa marcando el tiempo independiente de la inminencia de su final, los últimos días de Benjamin y, junto a ello, las secuencias de un extravío: la pérdida del manuscrito de un ensayo sobre Kafka, a quien Benjamin considera su hermano espiritual y en cuya escritura había estado empeñado los últimos ocho años de su vida.

    Encadenando ambas situaciones en una sucesión de escenas que parecen esculpidas en el tiempo, Rafael Díaz Silva sigue los últimos días de Walter Bendix Schönflies Benjamin, nacido en Berlín el 15 de julio de 1892, filósofo, quien después de un frustrado viaje a Estados Unidos que lo habría salvado y ante la inminente posibilidad de caer en manos de las autoridades alemanas, acaba con su vida el 27 de septiembre de 1940 en Portbou, un pequeño pueblo catalán ubicado en la frontera con Francia.

    Siguiendo así las huellas del último ensayo de Benjamin, escrito según el autor de este libro «en condición liminal, y cuyo paradero ha sido objeto de estudio de innumerables investigadores, durante los últimos ochenta años, entre los cuales me incluyo», para afirmar en seguida que «desde el 2006, comencé a rastrearlo, y hoy puedo decir que lo encontré». Desplegado entonces como una suerte de vórtice en el que confluyen distintos planos que a su vez se recortan contra el trasfondo de una época dramática, Walter Benjamin: La herida de la libertad se abre hacia adentro es tanto una elegía, una gran elegía en prosa, como un ensayo interpretativo; es un responso fúnebre y a la vez la crónica del encuentro por parte del autor del manuscrito perdido que, como él afirma, «habría bastado para haberlo publicado pero que se fue transformando en un estudio sobre los límites».

    La fidelidad a esos límites mencionados en el párrafo citado arriba y la estupefaciente, esplendorosa perfección de líneas como esta: «El ser humano suele ser errático en los límites, y, sin embargo, todo lo importante acontece allí», que cruzan permanentemente este libro, nos pone a nosotros, sus lectores, un sentido extremo de la belleza, que no desmerece la precisión conmocionante que caracterizó la escritura de Walter Benjamin. Si el libro de Rafael Díaz Silva nos concierne, y nos concierne tan íntimamente, es porque en un mundo que muy pronto conocería Auschwitz y el Holocausto la herida que se menciona en el subtítulo de este libro, irremediablemente había de dejar pasar el fin absoluto de toda libertad, esto es: debía de dejar pasar la muerte.

    En el final de su libro, el autor está en Portbou, y mira el monolito que recuerda a Benjamin. Es obra del escultor judío Dani Karavan, se llama Pasaje, y consiste en «un largo pasillo cuadrado de bronce que, al fondo, deja ver un cuadrado de mar. Se oxida irremediablemente. Un día será un mojón de lata corroído por el mar». Afirmará entonces que: «Afortunadamente, para Benjamin, el pensamiento se construye con palabras». Luego continúa: «Entre las paredes mohosas de la estructura, se leen cientos de epitafios marcados con clavos o cortaplumas. Yo dejo otro, pero de papel, lo pego en una esquina del marco de bronce y el viento lo hace flamear. Antes que termine la tarde, la brisa de Portbou se lo llevará, como un volantín, a los acantilados».

    El papel decía: «No conozco mi fin pero el fin me conoce…» dos líneas adelante Rafael Díaz Silva concluye Walter Benjamin: La herida de la libertad se abre hacia adentro con su comienzo: «Cada segundo fue la estrecha grieta de un pasaje por donde la libertad pudo entrar».

    Es el final. Irradiado por la inevitable tristeza que siempre acompaña a esos extremos casi indecibles de lo bello, este libro de Rafael Díaz Silva honra la escritura y nos honra a nosotros como lectores.

    Raúl Zurita

    Julio de 2022

    El Talmud dice que a cada ser en este mundo se le conceden tres cosas:

    el dolor, la lluvia y la resurrección.

    Las dos primeras me las dio la vida.

    La tercera se la debo a Priscila Oses Vásquez.

    Límites

    En 2020, se cumplieron ochenta años de la muerte de Walter Benjamin. Y en 2022, se cumplirán ciento treinta años de su nacimiento. Los aniversarios, como las cifras de la Cábala, son puntos que se marcan en la superficie plana de la historia. Si los unimos, comienzan a trazar figuras que, de pronto, cobran sentido. Los puntos son signos abstractos que se transforman, con los años, en monolitos. Gracias a ellos podemos orientarnos en el desierto del tiempo.

    Hay países que tienen pocos monolitos, porque han querido borrar su pasado crítico. España es el caso. Sus pueblos los destruyeron durante el franquismo. Resultó peor, el vacío que dejaron se terminó transformando en un límite.

    No hay lugar en el mundo donde no haya un límite. Los de España son espacios vacíos cargados de tensión, como el barranco de Viznar, llamado el «Gólgota de los rojos». En alguna parte de ese limbo reposan los huesos de Federico García Lorca. Los límites de Latinoamérica son casitas llamadas «animitas». Ellas marcan el lugar donde alguien sufrió. Los límites de Alemania son memoriales de dimensiones descomunales, como el panteón judío de Berlín, en el que hasta el símbolo liminal desaparece en la infraestructura.

    Este libro relata la vida de un hombre que desapareció en un límite. Se le perdió la pista hace ochenta años, en un cuarto de hotel de Portbou, Catalunya. Ese hombre era Walter Benjamin. Cargaba con él un manuscrito que cuidaba más que a su vida. Benjamin

    escribió ese manuscrito durante sus últimos ocho años de existencia, los que vivió como apátrida y fugitivo. El día en que se suicidó, el 27 de septiembre de 1940, el manuscrito no estaba entre sus cosas. Su paradero ha sido objeto de estudio de innumerables investigadores desde el fin de la Segunda Guerra Mundial. Ese documento es un estudio sobre El proceso, la novela de Franz Kafka.

    El último ensayo de Benjamin fue escrito en condición liminal. Desde el 2006, comencé a rastrearlo, y hoy, en este libro, puedo decir que lo encontré. Al menos, páginas de él pude sacar a la luz. Ese hallazgo pudo haber justificado, por sí mismo, este libro. Sin embargo, en el transcurso, esta investigación se convirtió también en un estudio sobre límites.

    Walter Benjamin, el filósofo que interrogó las tinieblas del siglo XX, que desafió los edificios teóricos del marxismo, el fascismo y el capitalismo, que predijo el siglo XXI, que inventó la palabra distopía, no pudo impedir que sus papeles fueran desperdigados por el tiempo, el karma de todo hombre que muere en soledad.

    Hoy, muchos buscan sus trabajos perdidos. Especialmente, buscan su último manuscrito. Sucede que El proceso se volvió, conforme pasaba el siglo, en el manifiesto de la existencia humana. No hay expresión de nuestras vidas que no esconda lo kafkiano. Brod, el editor de Kafka, renovó en el final de su vida los derechos de edición del libro más famoso del escritor checo, para dejarle una buena herencia a Ilse Esther Hoffe, su pareja sentimental y secretaria. Todos esos años, Brod vivió preocupado de un hombre que tenía más autoridad intelectual que él para editar a Kafka. Ese hombre se desvaneció. Ese hombre era Walter Benjamin.

    El ser humano suele ser errático en los límites, y, sin embargo, todo lo importante acontece allí. Walter Benjamín nunca debió presentarse en el cuartel de policía de Portbou. Debió seguir su camino hasta llegar a Portugal. Tenía todo a su favor, conexiones con la intelectualidad republicana, cartas de apoyo para ser presentadas a escritores españoles y, sobre todo, su nombre, que ya era respetado en los círculos progresistas de España. Habría llegado a Portugal sin necesidad de gastar una sola peseta de su escuálido patrimonio. Una red de colaboración republicana lo habría llevado a su destino.

    Pero el miedo fue más fuerte.

    Al finalizar esta investigación, quise publicar un paper para revelar algunos aspectos desconocidos de la vida de Walter Benjamin. También, me importaba dar a conocer los fragmentos que pude encontrar de su último manuscrito.

    Nunca lo hice, terminé escribiendo una biografía alumbrada por zonas de memoria. La memoria es el único género donde la herida de la libertad se abre hacia adentro. No hay que dar explicaciones de nada, todo es memoria. Y la memoria es arbitraria, solo guarda lo que le sirve y elimina todo lo demás.

    En 2022, se producirá una eclosión de productos vinculados con los 130 años del nacimiento de Walter Benjamin. Ofrendas y flores para un monolito en el tapete blanco de España.

    Yo me pararé frente a mi propio monolito. Está en el andén de la T4 de Madrid.

    «Así pues, ya solo queda, en la espera permanente del asalto final,

    dirigir la mirada hacia lo único que aún puede aportar salvación:

    lo extraordinario».

    Walter Benjamin

    VII

    Portbou

    «Cuando estés en tinieblas, quédate inmóvil,

    hasta que tus ojos se acostumbren a la luz».

    Paul Celan

    El 25 de septiembre de 1940, Walter Benjamin llega a Portbou, Catalunya, por un sendero montañoso todavía caliente por el paso de otros fugitivos.

    Benjamin, al borde de sus fuerzas, baja la pendiente, rigurosamente vestido con un traje negro. Carga un pesado maletín. Tres meses atrás, había dejado París ante la inminente llegada de las tropas alemanas y el agobiante ambiente antisemita.

    Ochenta años después, yo estoy sentado bajo un enorme espino florecido, justo en frente de un cartel que dice: «Sendero Lister», en plena sierra de Portbou. Estoy leyendo mis notas:

    «Benjamin, tal vez el pensador más influyente en el mundo desde la Segunda Guerra Mundial en adelante, de intelecto versátil, que le permite abordar la teoría del lenguaje, la filosofía de la historia y de la justicia, la crítica literaria, la traducción, es, en el mundo real, algo parecido a un discapacitado. Apátrida y judío, huye sin papeles. Como a los poetas, el mecanismo de las cosas no le interesa. Vive sumergido en su trabajo teórico, comiendo cuando puede y arrendando modestas habitaciones en pequeños pisos de París. La vida se había convertido en eso, en una sucesión de habitaciones. La noche del 25 de septiembre de 1940, buscó refugio en su última habitación».

    Le dije a mi madre que vendría a Portbou. Ella me dijo, con una sonrisa cáustica:

    —Dile que no se presente en la Policía.

    Sigo leyendo:

    «Benjamin desciende la quebrada de Belitres, entra al pueblo por la calle del Mercat. Ingenuamente, se reporta en la Guardia Civil, pidiendo una visa para atravesar España. Lo que no sabe es que funcionarios de la Gestapo controlan la oficina de inmigración. Se le informa, escuetamente, que nuevas legislaciones impiden seguir viaje a inmigrantes sin visa de salida de Francia. No puede transitar por la España franquista y menos volver a Francia. Su problema no era entrar, sino salir. Necesitaba la visa de salida de Francia. Pero ya está afuera. Es la lógica de la inmigración del franquismo, por un lado, y del nazismo, por el otro. De algún modo es una lógica kafkiana, ambas se reflejan la una en la otra como una imagen especular».

    Siempre me pregunté por qué Benjamin no busco refugio en algún pueblo del sur de Francia, donde tenía más posibilidades de sobrevivir que en España. La región por donde se mueve está bajo el régimen de Vichy, el nombre con el que se conoce al régimen político instaurado por el mariscal Philippe Pétain, tras la invasión de Francia por la Wehrmacht. Pétain asumió el poder y solicitó un armisticio a Alemania, el Armisticio del 22 de junio de 1940. El gobierno del mariscal Pétain se subordinó a la ideología de Hitler, y esa es la razón por la que Alemania permitió la existencia de esa «otra Francia». Aunque Hitler reconoció al gobierno de Pétain, procedió a establecer un régimen administrativo puramente alemán sobre todo el país y, especialmente, sobre las regiones de Alsacia y Lorena, anexadas en la práctica al Reich, estableciendo la germanización de ambas y expulsando a los habitantes que deseaban conservar la nacionalidad francesa. Entre esas personas expulsadas, estaban mis abuelos maternos.

    Paradójicamente, Benjamin pudo haber encontrado la salvación en el territorio de Vichy. Pese a que Pétain persiguió a los judíos y fue una de las fuerzas más antisemitas de Europa, protegió a los judíos franceses. La policía de Vichy participó activamente en la búsqueda de judíos franceses, a los que capturaba, a veces, con el subterfugio de protegerlos¹.

    Pétain supo jugar el juego con Hitler. De hecho, no había ninguna razón de sospechar de él, externamente parecía sufrir de antisemitismo crónico. Decretó que, en el territorio de Vichy, todos los judíos debían ser excluidos de los cuerpos oficiales del ejército, debían ser expulsados de la carrera judicial y debían ser despedidos de los colegios y universidades.

    Sin embargo, si un judío lograba probar su nacionalidad francesa, el gobierno de Vichy lo protegía. Esa protección podía significar desde el trabajo como obrero en obras municipales hasta labores administrativas en instituciones del gobierno. ¿Cómo es posible esto? Se conocen los testimonios de los judíos franceses protegidos por Pétain, pero no se sabe por qué se les perdonó la vida. Se puede argüir, no obstante, que Pétain fue compañero de estudios y amigo de Alfred Dreyfus, en la Escuela Militar Saint-Cyr. En 1894, Dreyfus fue acusado de traición a la patria. Fue condenado a prisión perpetua y desterrado a la colonia penal de la Isla del Diablo, situada a 11 kilómetros de la costa de la Guayana Francesa, en Sudamérica. Allí vivió una vida miserable, hasta que, con el apoyo del coronel Georges Picquart y Émile Zola, pudo demostrar su inocencia. Dreyfus era un judío de la región de Alsacia y con Pétain tuvieron un vínculo fraterno basado en la camaradería militar. Pocos saben que Pétain declaró a favor de Dreyfus en el juicio de este último. ¿Habrá quedado en la conciencia de Pétain un sentido de responsabilidad por la suerte de un judío-francés? Es posible. No debe olvidarse que Dreyfus era un judío de la región de Alsacia. Alsacia siempre fue reclamada por Alemania en cada guerra que inició y recuperada por Francia en cada derrota alemana. La mayoría de los judíos franceses que hicieron carrera militar, provenían de allí. Siempre ha existido en el alsaciano una necesidad de pertenecer a Francia, tal vez porque los alemanes pasaron siempre por ese territorio haciendo su guerra.

    Benjamin estaba tramitando su nacionalidad francesa, tenía documentos que lo atestiguaban. Pudo haber sido considerado un judío francés. En vez de terminar sus días en una ratonera de Portbou, habría vivido la guerra como escribano a tiempo forzado en una oficina de Vichy. Pero, para eso, habría tenido que deshacerse del manuscrito y los documentos que portaba en su maletín. No hubiera costado nada, en la sierra pirenaica le sobraba el espacio, el tiempo y la intimidad para hacerlo. La razón dice que debió hacerlo. Esos papeles, si los revisaba un agente de la Gestapo, le significaba la detención inmediata. Benjamin lo sabía y, aun así, asumió el riesgo. Sabemos, por Scholem, que Benjamin cruzó la frontera con el manuscrito en su maletín². Asumió que ese trabajo le importaba más que su vida.

    Benjamin está parado ahora frente al cuartel de policía de Portbou, y no tiene visa ni ciudadanía. Seguramente recordó sus notas sobre Kafka, las que lleva en su maletín de cuero. De algún modo, Benjamin ha llegado a Portbou siguiendo un

    remoto designio: «La culpa, según Kafka, se incorpora a nuestro futuro próximo bajo el aspecto del castigo. El porvenir nos está asignado, no como efecto de una causa reciente, sino como castigo de una culpa quizá de lo más remota. El castigo es más importante que quien castiga. La profecía más importante que Dios» (Benjamin citando a Kafka, 2014:160).

    La brisa comienza a soplar desde el mar hacia la sierra. Mi sombra se alarga bajo el espino. Oigo clara la voz de mi madre:

    —Dile que deje una nota de despedida a su hijo.

    Escribo en mi cuaderno:

    «La noche del 26 de septiembre de 1940, Benjamin escribió dos notas de despedida: una para la señora Gurland y otra para Theodor Adorno. Ninguno de los dos eran sus amigos más cercanos. Con Adorno tuvo siempre una relación llena de desacuerdos y desconfianzas. A la señora Gurland la había conocido, apenas, dos días atrás, cuando se preparaba para cruzar la frontera hacia España. Ninguna de las dos notas era para su hijo Stefan Raphaël. Ninguna de ellas para su amigo más entrañable: Gershom Gerhard Scholem³. Ni una sola letra para Gretel Karplus, la mujer que más permanentemente amó y la que más permanentemente lo amó. Sin embargo, ocho años antes, en un pequeño hotel de Niza, y con la tranquilidad que da saber que se tiene todo el tiempo del mundo, se despidió de quienes más amaba».

    Es extraño el destino de Benjamin. Lo que escribió para unos pocos o para nadie, se volvió un incontenible torrente, un incesante huracán en el que vemos alejarse de nosotros, hacia el futuro, la novela de su vida.

    Paso Belitres, en la sierra pirenaica de Portbou. Fotografía del autor. Septiembre de 2020.

    El antiguo cuartel de la Guardia Civil de Portbou. Aquí se paró Walter Benjamin el 25 de septiembre de 1940. Fotografía del autor. Septiembre de 2020.

    Encrucijadas

    Para Kafka hay encrucijadas que son paradójicas, van de la eternidad a la eternidad. Portbou es una encrucijada de ese tipo. Lo que ocurría allí se perdía en el infinito. Lo supo Machado al pasar por ahí rumbo a Colliure, un destino del que jamás volvió. Lo supo Benjamin un año después.

    Portbou, cruce de caminos, refugio de anarquistas, republicanos y judíos. Portbou, la mitad en ruinas, resultado del bombardeo por cielo y mar de la aviación fascista y la marina alemana. Benjamin, la señora Gurland y su hijo Joseph, llegan por el paso conocido como Belitres, el sendero por donde pasó el coronel Lister con sus diezmadas tropas republicanas huyendo hacia Francia.

    Un pastor mira asombrado a esas tres personas bajando la pendiente: una mujer delgada y rubia; un joven alto y desgarbado, y un hombre con anteojos de miope, de pesada figura, vestido de traje y corbata en plena sierra pirinea. El hombre se tambalea por el sendero con un pesado maletín en sus manos. El pastor los guía hasta la ciudad. Cuando se encuentra frente al cuartel de la Policía, en la rambla de Portbou, el fantasma de Kafka se le aparece nuevamente a Benjamin: «Tienes dos adversarios, el primero te asedia desde atrás, desde el origen. El segundo te corta el paso hacia adelante. Tú peleas con los dos» (Benjamin citando a Kafka, 2014:161).

    Ese párrafo, escrito por Kafka en La construcción de la muralla china, le dice a Benjamin que su vida fue escrita por alguien más. Hace rato que piensa que El proceso es la parábola de todo hombre proscrito en la tierra. Tiene la convicción de que Kafka leyó la vida como la distorsión permanente entre un enigmático misticismo y la cruel experiencia del sin sentido. Según Benjamin, Kafka abrió un portal hacia un mundo paralelo, hacia una dimensión autónoma que parece haber sido creada por un dictado ciego.

    Benjamin consigue una pieza en un hotelito de Portbou, el «Hotel de Francia», cuarto número 4. Tal vez permaneció tendido en su cama la mayor parte del día, en una soledad impuesta desde afuera, no desde el interior, la del alma, la que caracteriza a los personajes kafkianos. La noche del 26 de septiembre, a las 22 horas, se traga dos cápsulas equivalentes a un gramo de morfina. Agoniza toda la noche, muere durante la mañana del día 27 de septiembre de 1940.

    En el Ajuntament de Portbou, Arxiu Walter Benjamin, se encuentra una boleta de consumo, con fecha 1 de octubre de 1940. La secretaria del Ayuntamiento de Portbou, Isabel Camafreita García, me muestra la boleta que consigna los gastos de Benjamin en sus últimos días de vida:

    «Una habitación y cena.

    4 días de habitación.

    5 gaseosas con limón.

    4 llamadas telefónicas.

    Farmacia, tarea de vestir al difunto.

    Lavado y blanqueo del colchón.

    Desinfección de la habitación.

    Servicio, Sellos móviles.

    Beneficencia»⁴.

    Después de ochenta años, el suicida Benjamin aún le debe a Juan Suñer 166, 95 pesetas. En 1982, veinte años antes que la peseta dejara de existir, la deuda de Benjamin ascendía, por los intereses, a 26.578 pesetas. Una pequeña fortuna. Benjamin habría tenido 90 años y una deuda que, sin duda, no habría podido pagar. Todos los derechos de sus escritos estaban en manos de Theodor Adorno.

    La secretaria Isabel Camafreita, del Arxiu Walter Benjamin, me muestra fotografías del Portbou de 1940. Me permite registrarlas. Esta es la cara del pueblo que vio Benjamin al entrar por la calle del Mercat:

    Portbou en 1940. La ciudad fue bombardeada 54 veces durante la Guerra Civil Española. Registro del Ajuntament de Portbou.

    La factura que Benjamin dejó impaga. Registro del Ajuntament de Portbou.

    Trabajo de campo

    18 de septiembre de 2015

    12:03 horas

    «El historiador logra leer las imágenes oníricas de la sociedad,

    solo si incluye en el análisis su propia situación amenazada».

    Walter Benjamin

    Madrid es una ciudad cómoda. Es muy fácil moverse en ella. Si conoces el idioma, tienes algún dinero y tus papeles están en regla, la ciudad se te ofrece como un regalo.

    Pero no es mi caso.

    Estoy parado en la estación del metro T4 Aeropuerto, justo frente a la máquina que expende boletos. No tengo mis documentos de identificación.

    Tampoco tengo dinero.

    Alrededor de la máquina suele haber boletos tirados en el piso. Más de algún turista compra un boleto del tren Cercanías y trata de usarlo en el metro. Por cierto, no le sirve. Entonces lo bota y decide comprar un ticket de metro para no

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