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Hacer pedazos: Iconoclasia contemporánea y una miniatura de pan
Hacer pedazos: Iconoclasia contemporánea y una miniatura de pan
Hacer pedazos: Iconoclasia contemporánea y una miniatura de pan
Libro electrónico224 páginas3 horas

Hacer pedazos: Iconoclasia contemporánea y una miniatura de pan

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"Nada de migajas. Vamos por todo" fue una de las tantas consignas del reciente estallido social en Chile. Para el autor, esa frase fue el detonante de este libro, que retoma (ahora en palabras) una reflexión iniciada hace veinte años y que en ese momento tomó la forma de una Plaza Italia en miniatura, esculpida en miga de pan. Gerardo Pulido invita a mirar. Mirar para que el pensamiento pueda ocurrir y pueda emerger la distancia entre lo observado y las palabras, entre lo visto y lo sabido. En palabras del autor: "podríamos decir que al artista le cabe ser intérprete de la voluntad de su obra, que poco tiene de suya. Tal vez la mayor de las aspiraciones al hacer una obra sería exponer el conflicto. Un conflicto. No ostentar triunfos. El desafío consistiría en mostrar la fuerza de ciertos elementos, sus fuerzas equiparadas, en constante tensión". Este libro no se queda en la autorreferencia, al contrario: la propia obra y la contingencia están ahí situándonos, determinando el punto de partida de un recorrido por la creación y por la destrucción. Por su tenso diálogo y las posibilidades que generan o asfixian.
IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento21 nov 2022
ISBN9789569058615
Hacer pedazos: Iconoclasia contemporánea y una miniatura de pan

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    Hacer pedazos - Gerardo Pulido

    Agradecimientos

    Este libro nació de notas que en un principio fui escribiendo por goteo. Una parte surgió de una cadena de mails iniciada por el artista Cristián Silva, a quien aprovecho de agradecer. Sobre todo hoy, valoro su interpelación, su provocación. La mayor parte del material se debe al posterior incentivo de otro artista, Juan Dávila, a quien quiero dar las gracias no solo por haberme alentado a publicar: Juan me regaló comentarios brillantes, apoyo bibliográfico y, en general, me benefició con una extraordinaria generosidad que incluso hizo posible la concreción de este, mi segundo libro.

    Qué decir de las estimulantes conversaciones con Rodrigo Galecio, cuyo inconmensurable conocimiento solo ha corregido buena parte de mis ideas (en particular, las ideas que yo tenía en relación a Paul Klee, un pintor, dibujante y pedagogo que obtendría decisiva importancia en mi texto). Sería terrible omitir a Paula Dittborn, cuya guía a mi porfiada escritura todos estos años solo me causa admiración. Ahora, editorialmente hablando, quiero destacar la labor de Soledad Sairafi de Orjikh Editores. El interés que desde un inicio ella expresó con mi proyecto, su tenaz compromiso y agudeza a veces incómoda (como tiene que ser) contribuyeron a un desenlace del libro que, sin duda, superó mis expectativas. El volumen, más encima, fue diseñado en su totalidad por Soledad. En tanto, Andrés Durán, Enrique Matthey y Pilar Quinteros depositaron su confianza en mi texto, facilitando imágenes de sus obras y lo mismo hizo Juan Dávila. Gracias.

    Si de deudas se trata, no tienen límite la comprensión, la paciencia, el incentivo y tantas otras cosas que mi esposa Mary y nuestras hijas me entregaron durante aproximadamente tres años, tiempo que, con alguna que otra pausa, me tomó escribir. Y bueno, siempre estaré agradecido de mi madre al haberme invitado desde niño a disfrutar de los libros. También hago un gesto a toda mi parentela que apoya cada peripecia del artista de la familia.

    Por último, declaro que pese a un primer intento de utilizar el denominado lenguaje inclusivo, no pude evitar en este libro priorizar la voz masculina. Lo hice incluso al referir a distintas comunidades sin duda heterogéneas, entres ellas la compuesta por artistas. Ideas de Hannah Arendt, Victoria Camps, Maggie Nelson, Lucy Oporto, Nelly Richard, Susan Sontag y Virginia Woolf, por ejemplo, son un importante sustento de lo planteado aquí, y rasgos negativos de distinto tipo se los adjudico, por los sesgos del idioma español, a la población masculina. Solo cabe exponer mis limitaciones para escribir un texto que no sacrifique su inteligibilidad.

    Parte 1: Migajas

    Las imágenes, se nos ha dicho con insistencia,

    son la Biblia de los analfabetos, de los pobres.

    Carlos A. Otero

    El progreso, en realidad, es el más serio y complejo

    artículo ofrecido en la tómbola de supersticiones de nuestra época.

    Hannah Arendt

    Nada de migajas, vamos por todo. Así decía un rayado en Santiago que leí durante la revuelta del 2019 en Chile¹. Volví a pensar en un díptico que realicé décadas atrás, el año 2000: Sin título. Serie La conquista del pan. Decidí aquí, por escrito, compartir lo que fue un agitado monólogo en un inicio.

    El estallido social y sus meses siguientes los enfrenté como un periodo de repliegue, incitado también —obviamente— por la inclemente epidemia del covid-19. Un periodo divagador, de una rara suspensión, esperando no sé bien qué. Me paseaba mentalmente entre una obra recién hecha y su envejecimiento, entre un mismo lugar de Santiago hoy y ayer. A su vez, un yo cuarentón recordaba una versión veinteañera de mí.

    Dicha obra me fue solicitada meses atrás para exponerla en una muestra colectiva, llamada Políticas del espacio, curada por César Gabler². El lugar, el Centro Cultural Matucana 100, celebraba sus veinte años de existencia, respecto de lo cual Políticas del espacio se sumó a una revisión temporal y amplia de la escena artística local pero con un marcado sello personal.

    Hago memoria de cómo surgió Sin título. Serie La conquista del pan. La obra fue, en buen grado, una respuesta a otro proyecto colectivo que desembocó también en una exposición: Centrum. Inauguramos esta exhibición a inicios de junio del 2000, junto a mis amigos Juan Pablo Díaz y Antonio Silva Vildósola³.

    Años antes, en 1998 para ser preciso, fermentó lo que continuaría trabajando hasta el día de hoy. Inicié un conjunto de esculturas enanas, lo primero que consideré y que aún considero presentable. Algo del descaro, de la opción paródica de esas obras volvería con mayor o menor evidencia, creo, en mi producción más reciente.

    Para Centrum presenté una fotografía de gran tamaño, muy alargada, además de una vitrina acrílica transparente, cilíndrica, dispuesta sobre un plinto blanco, también con una forma de base circular (fig. 1). Al interior de la vitrina dispuse pequeñas miniaturas. Había una cámara fotográfica sostenida por un trípode delante de un sinfín blanco, haciendo de escenario de una masa informe, muy pequeña. Este escenario consistía en una mesa improvisada, un tablero con taburetes encuadrado por dos focos, con paraguas y trípodes, y otra mesa al costado, de esas para enfermos, con varias cosas arriba: pinceles, pinturas, un cuchillo cartonero y una bolsa de pan de molde.

    Cada uno de los objetos que acabo de mencionar fue hecho con miga de pan. Había un atlas también sobre la mesita con ruedas, medio tapado, e intenté representar allí mismo, en una ruma donde estaba el atlas, el propio díptico que los expositores imprimimos para Centrum.

    Trabajé las miniaturas con mis dedos. Otras herramientas que ocupé fueron un bisturí y unas pinzas. Creo haber usado una lupa. Una vez terminados, los objetitos mostraban un hiperrealismo burdo. Los trípodes de los focos, por ejemplo, quedaron irremediablemente curvos y, en general, la miga evidenciaba su resistencia al modelado detallista.

    Fig.

    1

    Gerardo Pulido. Sin título. Serie La conquista del pan, 2000.

    Miniaturas de miga de pan pintada y fotografía.

    Detalle del interior de la vitrina.

    Simulé con pintura las respectivas superficies de los objetos, incluyendo el brillo de la bolsa plástica del pan. Utilicé pintura para modelismo, barniz de uña y pintura acrílica.

    La otra parte del díptico consiste en una foto de más de dos metros de ancho por aproximadamente uno de largo. La imagen fotográfica registra una miniatura hecha con miga de pan que luego pinté. Esta miniatura representa una vista de la Plaza Baquedano o Plaza Italia. Desde el octubre chileno se bautizó el lugar como Plaza de la Dignidad. El cambio de nombre ha sido una constante de este cargadísimo epicentro de Santiago de Chile⁴.

    Hice la maqueta de la plaza como un diorama. O sea, los planos más lejanos los forcé, achatando la profundidad y, por tanto, la tridimensionalidad del diminuto paisaje. En otras palabras, modelé la miniatura especialmente para la cámara, buscando que la mayor parte del volumen pudiese obtener foco⁵.

    Mi miniatura de la hoy llamada zona cero (Plaza Italia y sus inmediaciones destrozadas) aparece deshabitada salvo porque muestra uno de los antiguos buses amarillos (micros) y también un taxi. El anuncio publicitario de L’Oréal y otro de Peroé pueden ser detectados por un espectador atento, arriba de una suerte de bloques que vendrían a ser los Turri, edificios Art Decó de 1929, diseñados por el arquitecto Guillermo Schneider. En el borde derecho de la foto se asoma el letrero del Metro, con sus característicos tres diamantes rojos, red que ardió a partir del 18 de octubre de 2019, contabilizando al menos diez estaciones totalmente destruidas y casi setenta con daños.

    El centro de mi foto lo domina un caballo y un jinete bastante esquemáticos. Se trata de la empequeñecida escultura ecuestre dedicada a Manuel Baquedano, político y militar chileno, uno de los principales responsables de la victoria chilena en la Guerra del Pacífico. Este monumento de bronce fue realizado por Virginio Arias e inaugurado en 1928.

    Al momento de intentar reproducir la plaza en pequeña escala, yo tenía una especial fijación con ese monumento pues creía que él aunaba lo artístico y —en un sentido no solo militar— lo bélico. El conflicto era múltiple en ese punto, pensaba, pues no solo me encontraba achicando —con miga de pan, más encima— una escultura pública de importante tamaño, que encarnaba los valores de las bellas artes y de la soberanía patria. Justo allí se repartía la ciudad entre un arriba, casi proporcionalmente rico en su cercanía a la cordillera, y un abajo, menos acomodado de forma decreciente.

    Todos los chilenos hemos divido así la capital y en cierto modo nuestro país.

    El conjunto de trabajos que realicé con migas de pan entre 1998 y 2002 surgió de la sobremesa. Todo partió de estar conversando mientras jugaba con las migas que habían quedado en un plato. Así fue como reparé en la extraordinaria ductilidad del material. Hoy pienso que parte de las conversaciones eternas con mis hermanos, con mi mamá, sobre tonterías, política y otras cosas, quedó de algún modo adosada en mis esculturas de pan. Cuando vuelvo a mirar las diferentes miniaturas que hice entonces revivo ese raro estado de fin de semana, esa despedida que se extiende en un almuerzo acompañado, evadiendo retomar la tarde.

    Toda comida junto a alguien puede ser la última o pudiese tener algo de la última cena. Y es que me resulta difícil obviar lo eucarístico respecto de mis miniaturas. Esta y otras conexiones, habituales en el presente texto, deben poner nervioso a cualquier lector acostumbrado a un ideario secular. Pero siendo yo un agnóstico, uno más entre millones de no creyentes, me niego a consentir la ingenuidad o la prepotencia de concluir que un laicismo dominante neutraliza una pulsión humana tan fuerte, esa que el pensamiento más o menos ilustrado ha catalogado como superstición.

    El laicismo genérico suele encapsular la fe. La fuerza a migrar a lugares que no sospecha o que cree limpios de cualquier injerencia mística. Esta presunta limpieza es también religiosa. Una pretendida purificación. La política y el arte, sin ir más lejos, son dos importantes religiones seculares, dos de las principales del mundo contemporáneo⁶. Al decirlo, me avergüenzo un poco de la obviedad.

    Pareciera que todo Occidente optó por relegar el espíritu al pasado y a aquellas culturas que considera primitivas. En un mejor caso, muchas urbes actuales se muestran tolerantes al culto en ejercicio bajo la figura de la libertad de expresión y/o libertad religiosa, abriéndose fundamentalmente al judaísmo, al cristianismo y —con mucho celo desde el 2001— al islamismo, o sea, a las tradiciones monoteístas.

    Lo cierto es que tal precepto es en algún momento objeto de represalia con una violencia siempre inesperada. La embestida de los aviones del 11S en Nueva York inauguran y lideran los conflictos mundiales del siglo XXI. Esa imagen está en el mismísimo fuego cruzado. Escribía Jean Baudrillard unos años después:

    En el acontecimiento terrorista de Nueva York todo se juega en la muerte, no solo por la irrupción de la muerte en directo —en tiempo real en las pantallas— que barre de un solo golpe todos los simulacros de violencia y muerte que cotidianamente nos son destilados en dosis homeopáticas, sino también por la irrupción de una muerte mucho más que real, simbólica y sacrificial, es decir, el acontecimiento absoluto e inapelable (2004, 41).

    Un monumento urbano como el de las Torres Gemelas fue el objetivo de una de las agresiones más drásticas del último tiempo. La pregunta ante la cual pasamos a veces de largo es por qué fue ese uno de los blancos (recordemos que otro objetivo fue el Pentágono). No hay que ser muy imaginativo para suponer que la furia talibán consideró al World Trade Center el templo principal —si no de Occidente— de Estados Unidos, ofrendado con desparpajo, con su insólita altura, a su dios el capital. Baudrillard propone en el texto La violencia del mundo (2004) que debiésemos iniciar el análisis del 11S con la arquitectura de ambos paralelepípedos de 400 metros de alto. Tal sesgo le sirve para señalar que el horror de las víctimas no puede desligarse del tedio, del pavor carcelario de haber pasado previamente su vida en las torres, día tras día, mes tras mes, año tras año en esos sarcófagos de hormigón y acero.

    Un día de septiembre, aviones con tripulación incluida se destinaron para cada monolito, provocando casi tres mil muertes en total. Mientras, la imagen, entendiendo por tal algo bastante laxo, era una víctima más pero no cualquiera del ataque. El incendio y la caída de los rascacielos, el choque de los Boeing 767, todo registrado en innumerables ángulos, proyectado sin pausa en las pantallas, fue parte de un plan tan repelente como anticipatorio: cada fotografía, todo video y la prensa entera darían cuerpo a una avasalladora maquinaria de propaganda del otro bando.

    Meses antes, el 11 de marzo del 2001, el mismo extremismo islámico convirtió en mil pedazos la figura de Buda en Bamiyán, en el Valle de la Seda, Afganistán. Los falsos ídolos que lo representaban, según el mulá Omar (por entonces cabecilla de las fuerzas talibanas, quien promovía erradicar estas y otras imágenes), no solo eran los Buda más altos del mundo: su antigüedad superaba los mil quinientos años. Esculpidos en la misma roca de los cerros, nacidos in situ como enormes bajo-relieves, hoy son reemplazados por un enorme hueco (fig. 2). Y al escribir este mismísimo párrafo escucho la radio dando la noticia de que los talibanes vuelven a apoderarse del país asiático. Se tomaron la capital de Kabul y el presidente, Ashraf Ghani, había escapado.

    Fig.

    2

    Zabihullah Habibi. Sin título. Valle de Bamiyán

    Fotografía, 2021.

    Licencia Unsplash.


    1 La compulsión actual de usar siglas creó el 18O. Rebelión ciudadana (en palabras de algunos) o revuelta anti-neoliberal (llamada por otros) o estallido social (denominación más usada y conocida). Se ha hablado de levantamiento popular e incluso de una pre-revolución. En fin, se trata de la protesta desatada en diferentes ciudades chilenas el 18 de octubre del 2019 tras una semana de intensas manifestaciones estudiantiles por el alza del pasaje del transporte público.

    2 El requerimiento no era inmediato de satisfacer pues mi díptico forma parte desde el 2007 de la colección del Museo Nacional de Bellas Artes.

    3 Los tres fuimos gestores de la muestra, además de expositores. Presentamos Centrum en la Sala Blanca del Centro de Extensión UC, en pleno centro de Santiago. El nombre de esta institución, su ubicación neurálgica en la ciudad, el objetivo grupal que nos trazamos de exaltar un centro de interés en cada trabajo (algo así como hacer obras centrípetas), además de encarar la espacialidad de la misma galería, todo ello fue un motivo para llevar a cabo Centrum.

    4 En rigor, la plaza se inauguró en 1875 como Plaza La Serena. Fue mandatada por el decisivo intendente Benjamín Vicuña Mackenna, vilipendiado en las redes sociales por racista a propósito de su apoyo a la llamada Pacificación de la Araucanía y sus descalificaciones —que a los ojos de hoy resultan sin duda vergonzosas— emitidas sobre los indios. Diecisiete años después se le denominó al lugar Plaza Colón al conmemorarse cuatro siglos del Descubrimiento de América. La plaza debe el dominante nombre Plaza Italia al monumento Genio de

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