EN EQUILIBRIO
Tadao Ando (Osaka, 1941) admira el de Manhattan, lleva tatuado en el alma el Panteón de Roma y considera los cerezos en flor que bordean el río Dojima, en Nakanoshima, su vista favorita del mundo. Guarda como un tesoro el guante que el campeón de pesos pesados Evander Holyfield le firmó y regaló, al igual que la máquina de escribir de Ettore Sottsass que compró hace 50 años. Colecciona estilográficas (su preferida es la Montblanc roja de Marc Newson) y relojes Ice-Watch en multitud de colores. Cada mañana desayuna una tostada con té y se envuelve, antes de salir de casa, en su chaqueta negra con cuello alzado de Issey Miyake. Su capa mágica. Autodidacta como Le Corbusier, el genio nipón, ganador del Premio Pritzker en 1995, fue boxeador antes de convertise en arquitecto. Creció en la miseria de la posguerra japonesa, su escuela fueron los viajes por cuatro continentes, y sus maestros, los trabajadores tradicionales de su barrio. Su pasión por esta disciplina surgió alla madera. De entre sus más de 300 proyectos, sobresalen los templos religiosos, como la iglesia de la Luz, en las afueras de su Osaka natal, o la del Agua, en la isla de Hokkaido. También, el Espacio de Meditación de la Unesco, la sede transgresora Fábrica Benetton, los museos sobresalientes en la isla de Naoshima, el Armani/Teatro y el espacio cultural Armani/Silos (ambos, en Milán) y los dos centros de arte para François-Henri Pinault en Venecia -el Palazzo Grassi y la Punta della Do-gana-, a los que se suma la recién inaugurada Bourse de Commerce-Pinault Collection, en París. A sus 79 años, y tras superar un cáncer que lo ha dejado sin cinco órganos, continúa rebelándose contra los valores establecidos y el sistema social imperante a través de edificios líricos donde luz, geometría y hormigón son los protagonistas.
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