La calle y la casa: Urbanismo de interiores
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En esta nueva entrega, el autor nos regala una visión poliédrica, rica y compleja de la calle. Por ella desfilan espacios con nombre propio, situaciones, anomalías, recreaciones artísticas y un sinfín de miradas que nos llevan de los wésterns a Le Corbusier, de los juegos infantiles a los escaparates, de la comida en la calle a la lluvia, los árboles, el jardín… y nos proporcionan un mosaico infinito de lecturas posibles, muchas veces íntimamente ligadas al interior y a la casa. Un ensayo que no solo nos introduce en el espacio real, palpable, de la urbe en forma de vía, sino que va mucho más allá para revelarnos los entresijos de la calle como estado de ánimo y espacio mental.
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La calle y la casa - Xavier Monteys Roig
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Portales, zaguanes, vestíbulos, porterías, accesos a casas particulares, escaleras, cancelas, cobertizos, pórticos, porches…; todos estos elementos están de una manera u otra en la calle, pero son el primer gesto y acogen la primera acción para entrar en casa. En el sentido inverso, son la última frontera de la casa antes de salir a la calle y determinan el aspecto de una parte muy importante de la calle.
IllustrationNiños mirando la Stalin Allee desde la ventana de una de las torres gemelas de la Strausberg Platz, Berlín, Alemania, 1954.
El hecho de entrar está en la médula de la calle; la calle nos lleva a casa. Las puertas parecen recobrar su inmensa notoriedad cuando pensamos que fueron ellas las que nos abrían las ciudades. Puertas practicadas en las murallas que conducen a calles por las que recorrer la ciudad. Puertas que eran el principio de toda calle y que aún permanecen en la nomenclatura de las ciudades, como la que parece ser principio y final de la escena trágica grabada por Sebastiano Serlio. La misma palabra que designa el modesto batiente que abrimos con la llave de casa designa igualmente a la Puerta de Brandemburgo, la Porta Nigra, la Porte Saint-Denis o la Puerta de Alcalá. Podríamos pensar que la puerta, la gran puerta, inicia la calle, es su origen. Una batería de dispositivos —entre los que se encuentran algunos que pertenecen por derecho propio tanto a la casa como a la calle— están relacionados directamente con el hecho de entrar en casa o en los edificios de viviendas. Pero aun dejando de lado el aspecto físico de los elementos que forman esta peculiar colección de objetos y espacios, está el hecho de entrar en sí mismo, la experiencia
por decirlo de alguna manera, algo que recogió Rem Koolhaas en la serie de libros Elements,17 en los que la puerta corresponde al quinto volumen, después de hablar del techo o del suelo. Al pasar de un lugar a otro, existen unos espacios que acompañan ese tránsito, aunque sean simples y pequeños esbozos o insinuaciones —como el umbral de la puerta—, o grandes —como los que se encadenan en un hôtel particulier parisino—,18 que permiten adivinar la trascendencia de este hecho, una idea presente de forma radical en el plano de Roma levantado por Giambattista Nolli en 1748,19 del que hablaremos más adelante. Estos espacios contribuyen a hacer evidente que dibujar lo que separa la calle y la casa no puede hacerse mediante una simple línea divisoria que reduce esta experiencia a un mero procedimiento administrativo. El citado caso del hôtel particulier parisino despliega un conjunto de dispositivos de tal magnitud que condiciona la calle. Comienza en un leve gesto, pero determinante, en la puerta misma, sigue hacia el interior formando un patio —generalmente con las dependencias de las caballerizas y servicios a sus dos laterales— y pospone la fachada principal a un segundo plano desde la calle, dejando entender la predilección de estos hôtels por el lado del jardín en la fachada posterior. Su concentración en algunas calles parisinas hace que estas adquieran una atmósfera característica dada la poca altura de las construcciones que forman la puerta y los muros que delimitan el patio y su escasa actividad. Presentimos edificios importantes, pero no los vemos, como ocurre en la Rue de la