BUTIFARRAS Y PURPURINA
Sólo un momento, un lugar y unas personas concretas hicieron que las palabras tapasvideomenú-NYCrestaurante-Teddy’s- performance y/o porrón tuvieran sentido juntas. Se llamaba El Internacional y fue una obra de arte muy intensa en el barrio de Tribeca (Manhattan) allá por los años ochenta. Sus creadores, la pareja formada por el artista Antoni Miralda y la chef Montse Guillén, dicen que fue una locura.
La idea de llevar el concepto que da nombre a esta revista a Estados Unidos en esa época era ya, de por sí, atrevida y divertida. Pero, además, fue una idea concebida por un artista. Y llamándose dicho artista Miralda no se podía permitir que la tuna, la sangría y los clichés más profundos que formaban el imaginario colectivo neoyorquino de un restaurante español pasaran a definir El Internacional. Así es que este espacio fue un ejercicio exigente y vibrante de descontextualización y redefinición de nuestras, según Miralda, “banalizadas, pero con chispa” tradiciones gastronómicas: entre muchas, las tapas y la energía que traen a la mesa. Eso sí, rodeados de color turquesa.
PRESUMAN, POR FAVOR
El Internacional forma parte de nuestra identidad gastronómica y cultural. Si todavía no se conoce suficiente es por la tendencia nacional hacia la inconsciencia, la modestia o la nostalgia apenada. Deberíamos estar presumiendo de que uno de nosotros entendiera que una tapa es un evento gastronómico que, pese a ser pequeño, puede convertir una mesa en una fiesta. Y eso atrae a cualquier humano.
Ver descontextualizados menús formados por pollo al ajillo, pulpo gallego, tortilla de patatas, sardinas en escabeche y de chocolate dorada. Entender que los detalles no estaban sólo en la forma sino en el recorrido. O deducir las emociones que querían provocar iban más allá del acto que ocurría en tu boca... Cada concepto en El Internacional era tan nuevo, tan firme y tan transformador
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