Descubre millones de libros electrónicos, audiolibros y mucho más con una prueba gratuita

Solo $11.99/mes después de la prueba. Puedes cancelar en cualquier momento.

Política: Anotado + Letra Grande
Política: Anotado + Letra Grande
Política: Anotado + Letra Grande
Libro electrónico420 páginas6 horas

Política: Anotado + Letra Grande

Calificación: 0 de 5 estrellas

()

Leer la vista previa

Información de este libro electrónico

El hombre es un "animal político"


Para Aristóteles, la Política no era un estudio de los estados ideales en forma abstracta, sino más bien de un examen del modo en que los ideales, las leyes, las costumbres y las propiedades se interrelacionan en los casos reales.


El orden de los libros de la Política

IdiomaEspañol
EditorialFV éditions
Fecha de lanzamiento1 dic 2022
ISBN9791029914416
Política: Anotado + Letra Grande

Relacionado con Política

Libros electrónicos relacionados

Filosofía para usted

Ver más

Artículos relacionados

Comentarios para Política

Calificación: 0 de 5 estrellas
0 calificaciones

0 clasificaciones0 comentarios

¿Qué te pareció?

Toca para calificar

Los comentarios deben tener al menos 10 palabras

    Vista previa del libro

    Política - Aristóteles

    Política

    POLÍTICA

    ARISTÓTELES

    Traducido por

    PATRICIO DE AZCÁRATE

    FV Éditions

    ÍNDICE

    Observaciones acerca del orden en que aparecen colocados los libros de la «Política» de Aristóteles.

    Libro primero

    De la sociedad civil. De la esclavitud. De la propiedad. Del poder domestico.

    1. Origen del Estado y de la sociedad

    2. De la esclavitud

    3. De la adquisición de los bienes

    4. Consideración práctica sobre la adquisición de los bienes

    5. Del poder doméstico

    Libro II

    Examen crítico de las teorías anteriores y de las principales constituciones

    1. Examen de la «República», de Platón

    2. Continuación del examen de la «República», de Platón

    3. Examen del tratado de «Las Leyes» de Platón

    4. Examen de la Constitución propuesta por Fáleas de Calcedonia

    5. Examen de la Constitución ideada por Hipódamo de Mileto

    6. Examen de la Constitución de Lacedemonia

    7. Examen de la Constitución de Creta

    8. Examen de la Constitución de Cartago

    9. Consideraciones acerca de varios legisladores

    Libro III

    Del Estado y del ciudadano. Teoría de los gobiernos y de la soberanía. Del reinado

    1. Del Estado y del ciudadano

    2. Continuación del mismo asunto

    3. Conclusión del asunto anterior

    4. División de los gobiernos y de las Constituciones

    5. División de los gobiernos

    6. De la soberanía

    7. Continuación de la teoría de la soberanía

    8. Conclusión de la teoría de la soberanía

    9. Teoría del reinado

    10. Continuación de la teoría del reinado

    11. Conclusión de la teoría del reinado

    12. Del gobierno perfecto o de la aristocracia

    Libro IV

    Teoría general de la ciudad perfecta

    1. De la vida perfecta

    2. De la felicidad con relación al Estado

    3. De la vida política

    4. De la extensión que debe tener el Estado

    5. Del territorio del Estado perfecto

    6. De las cualidades naturales que deben tener los ciudadanos de la república perfecta

    7. De los elementos indispensables a la existencia de la ciudad

    8. Elementos políticos de la ciudad

    9. Antigüedad de ciertas instituciones políticas

    10. De la situación de la ciudad

    11. De los edificios públicos y de la política

    12. De las cualidades que los ciudadanos deben tener en la república perfecta

    13. De la igualdad y de la diferencia entre los ciudadanos en la ciudad perfecta

    14. De la educación de los hijos en la ciudad perfecta

    15. De la educación durante la primera infancia

    Libro V

    De la educación en la ciudad perfecta

    1. Condiciones de la educación

    2. Cosas que debe comprender la educación

    3. De la gimnástica, como elemento de la educación

    4. De la música como elemento de la educación

    5. Continuación de lo relativo a la música como elemento de la educación

    6. Continuación de lo relativo a la música

    7. Continuación de lo relativo a la música

    Libro VI

    De la democracia y de la oligarquía. De los tres poderes: legislativo, ejecutivo y judicial

    1. De los deberes del legislador

    2. Resumen de lo precedente e indicación de lo que sigue

    3. Relación de las constituciones con los elementos sociales

    4. Especies diversas de democracia

    5. Especies diversas de oligarquía

    6. Idea general de la república

    7. Más sobre la república

    8. Breves consideraciones sobre la tiranía

    9. Continuación de la teoría de la república propiamente dicha

    10. Principios generales aplicables a estas diversas especies de gobierno

    11. Teoría de los tres poderes en cada especie de gobierno

    Libro VII

    De la organización del poder en la democracia y en la oligarquía

    1. De la organización del poder en la democracia

    2. Organización del poder en la democracia: continuación

    3. Continuación de lo relativo a la organización del poder en la democracia

    4. De la organización del poder en las oligarquías

    5. De las diversas magistraturas indispensables o útiles a la ciudad

    Libro VIII

    Teoría general de las revoluciones

    1. Procedimientos de las revoluciones

    2. Causas diversas de las revoluciones

    3. Continuación de la teoría precedente

    4. De las causas de las revoluciones en las democracias

    5. De las causas de las revoluciones en las oligarquías

    6. De las causas de las revoluciones en las aristocracias

    7. Medios generales de conservación y de prosperidad en los Estados democráticos, oligárquicos y aristocráticos

    8. De las causas de revolución y de conservación en las monarquías

    9. De los medios de conservación en los Estados monárquicos

    10. Crítica de la teoría de Platón sobre las revoluciones

    OBSERVACIONES ACERCA DEL ORDEN EN QUE APARECEN COLOCADOS LOS LIBROS DE LA «POLÍTICA» DE ARISTÓTELES.

    Mr. Barthélemy Saint-Hilaire, en un apéndice al notable prefacio que precede a su traducción de la Política, publicada en 1848, hace las siguientes preguntas:

    El orden en que actualmente se colocan los ocho libros de la Política de Aristóteles, ¿es el regular? Si no lo es, ¿con cuál debe sustituirse?

    Para conocer el valor de estas preguntas, es preciso saber cuál es ese orden actual a que se refiere, y que no es otro que el seguido hasta aquí por los expositores, pudiendo decir, por nuestra parte, que es el que hemos encontrado en las tres ediciones latinas que tenemos a la vista: la publicada en Lyon en 1549, imprenta de Juan Fresnolio; la impresa en Basilea en 1548, a la que precede una notable crítica de Luis Vives; y la que hizo el español Juan Gines Sepúlveda, impresa en París en 1548. En estas, como en todas, por punto general, los libros de la Política aparecen en este orden:

    Libro I.– De la sociedad civil. – De la esclavitud. – De la propiedad. – Del poder doméstico.

    Libro II.– Examen crítico de las teorías precedentes y de las principales constituciones.

    Libro III.– Del Estado y del ciudadano. – Teoría de los gobiernos y de la soberanía. – Del reinado.

    Libro IV.– De la democracia y de la oligarquía. – De los tres poderes: legislativo, ejecutivo y judicial.

    Libro V.– Teoría general de las revoluciones.

    Libro VI.– De la organización del poder en la democracia y en la oligarquía.

    Libro VII.– Teoría general de la ciudad perfecta.

    Libro VIII.– De la educación en la ciudad perfecta.

    En vista de este antiguo orden de colocación de los libros, sienta M. Barthélemy Saint-Hilaire las dos proposiciones siguientes:

    1ª. Que la obra del filósofo, en el orden en que actualmente aparece, que es el que acabamos de consignar, no procede lógicamente.

    2ª. Que el punto que trata e interrumpe en el tercer libro, vuelve a comenzarle y le continúa en el séptimo y en el octavo; y que el punto que trata incompletamente en el cuarto, lo acaba y termina en el sexto.

    Para probar estas dos proposiciones, oigamos al mismo Mr. Barthélemy Saint-Hilaire, con tanto más motivo cuanto que, pesadas todas sus razones y estudiada la cuestión con el libro mismo a la vista, estimamos muy justa la reforma, y por consiguiente tenemos también interés en justificarla.

    «He aquí –dice– los textos, es decir, las piezas mismas del proceso.

    El tercer libro termina con esta frase incompleta: «sentado esto, deberemos tratar del gobierno perfecto, de su naturaleza y de la posibilidad de establecerlo. Cuando se quiere estudiarlo con todo el cuidado que merece, es preciso...» Los editores que se atienen al orden actual de los libros, y que no quieren por consiguiente reconocer el vacío que se nota en este pasaje, han procurado resolver de dos maneras la dificultad que presenta. Algunos, apoyándose en dos o tres manuscritos, suprimieron las palabras «cuando se quiere» que en el texto dejan en suspenso la frase; pero Pedro Vettori, uno de los filósofos qué con más provecho se han ocupado de la Política, y que en su primera edición de 1552 había admitido esta supresión, se arrepintió, y en su edición de 1576 restableció cuidadosamente el texto, presentándolo tal como aparecía en la mayor parte de los manuscritos. Desde entonces el texto apenas ha variado, y no es posible desechar las dos palabras que son origen de la cuestión, a poco que nos tomemos el trabajo de acudir a las fuentes.

    Otros editores, particularmente M. Goettling, han pretendido, respetando estas palabras, poder explicar gramaticalmente la frase sobreentendiendo un miembro de la anterior que viene a completarlo. Puede asegurarse, leyendo este pasaje, que esta suposición es violenta y muy poco gramatical. Pero aun admitiendo que fuera perfectamente natural y regular, resultaría simplemente que quedaba satisfecha la dramática; ¿pero quedaría lo mismo la lógica? ¿Y qué hacer entonces con este pensamiento interrumpido en el tercer libro, y que se continúa y se prosigue en el sétimo?

    Pero más aún: esta frase del libro tercero se encuentra, con una identidad casi completa en las palabras y completa en el pensamiento, al principio del libro sétimo que comienza así: «Cuando se quiere estudiar el gobierno perfecto con toda la atención que merece, es preciso determinar ante todo con precisión el fin esencial de la vida humana.» Aquí se ve, que los cambios materiales que la expresión ha sufrido al pasar del tercero al sétimo libro, son exigidos por estar fuera de su sitio. El lugar del pronombre le ocupa el nombre mismo; del pronombre no podía valerse no siguiéndole de cerca, y debía por tanto tomar el puesto de éste el nombre, una vez que se admita la interposición de tres libros enteros entre uno y otro. En cuanto al pensamiento de ambas frases, es evidentemente idéntico; sólo que en el primer caso es incompleto y queda en suspenso, mientras que en el segundo es acabado y perfectamente claro.

    Para ver este primer punto con toda claridad, y descubrir, por decirlo así, la costura del tercero con el sétimo libro, es preciso recordar cómo empieza éste y cómo aquel termina. He aquí el fin del tercer libro:

    «Aquí terminamos el estudio de la monarquía, después de haber expuesto sus formas diversas, sus ventajas y sus peligros, según sus modificaciones propias y según los pueblos a que se aplica.

    De las tres constituciones que hemos reconocido como buenas, debe ser necesariamente la mejor la que tiene mejores jefes. Tal es el Estado que por fortuna muestra una gran superioridad en la virtud, ya pertenezca a un sólo individuo, ya a una raza entera, ya a la multitud; y en el que los unos saben obedecer tan bien como los otros saben mandar, movidos todos por un fin noble. Se ha demostrado precedentemente que en el gobierno perfecto la virtud privada era idénticamente la misma que la virtud política; que no es menos evidente que con los medios, con las virtudes que forman al hombre de bien, se puede constituir igualmente un Estado entero, aristocrático o monárquico; de donde se sigue que la educación y la costumbre, que constituyen al hombre virtuoso, son casi las mismas que las que le constituyen ciudadano o jefe de un reinado.

    Sentado esto, procuraremos tratar del gobierno perfecto, de su naturaleza y de los medios de establecerlo. Cuando se le quiere estudiar con todo el cuidado que merece...» Aquí concluye el libro tercero.

    He aquí ahora el principio del sétimo:

    «Cuando se quiere estudiar el gobierno perfecto con todo el cuidado que merece, es preciso determinar ante todo con precisión el fin esencial de la vida humana. Si se ignora este fin, necesariamente debe ignorarse también cuál es el gobierno por excelencia; porque es natural que este gobierno asegure a sus miembros, en el curso ordinario de las cosas, el gozo de una felicidad tan completa como permita su condición. Y así convengamos ante todo en el fin supremo de la vida, y luego veremos si este fin es el mismo para las masas que para el individuo.»

    Como se ve, los libros tercero y sétimo están ligados entre sí, primero por la conexión íntima del objeto, y segundo por el irrecusable testimonio de esta frase, que, mutilada al final del uno, se completa y se acaba al principio del otro; en una palabra, están ligados intelectual y materialmente.

    Es preciso apelar ahora a otro orden de pruebas más concluyentes aún, sacándolas del mismo contexto.

    Aristóteles, que gusta de seguir el desarrollo de su pensamiento, como gusta de predecirlo y resumirlo, indicará él mismo la deducción lógica de su obra y el encadenamiento sistemático de sus ideas. Acabamos de ver cómo por la simple inspección del objeto y por el estado del texto de los libros tercero y sétimo, se puede deducir su enlace necesario; ¿y no poda probarse lo mismo, si en el libro cuarto, o, por mejor decir, en el que actualmente se coloca en este lugar, el autor recuerda, en sus resúmenes retrospectivos, materias que sólo resultan tratadas en el sétimo? ¿No habrá en este caso necesidad, no precisamente para satisfacer sólo a la lógica y a la gramática, sino también para satisfacer a la voluntad del autor, no habrá necesidad, repito, de clasificar su obra en el orden por él indicado?

    Para esto sobran las pruebas, y si hubiera en ello alguna dificultad, consistiría en la elección.

    En el capítulo II, §. I, libro cuarto, que es el sexto en esta edición, Aristóteles, al recapitular las cuestiones tratadas hasta allí, añade: «Ya hemos hablado de la aristocracia y del reinado; porque el tratar del gobierno perfecto fue lo mismo que tratar de estas dos formas.» Ahora bien; ¿dónde trató Aristóteles del gobierno perfecto sino en el libro sétimo? ¿ni cómo ha podido hablar en el libro cuarto de una cuestión anteriormente discutida, si el cuarto debiese estar colocado realmente antes del sétimo?

    En el capítulo III, §. I, libro cuarto (sexto de esta edición), encontramos una referencia igual: «y cualquiera otro elemento semejante del Estado de los que hemos enumerado en nuestras consideraciones sobre la aristocracia; porque hemos explicado en este pasaje cueles son los elementos indispensables de todo Estado.» En efecto, Aristóteles trató esta cuestión por extenso en el libro sétimo, es decir, en sus consideraciones sobre la aristocracia, sobre el gobierno perfecto, capítulo VII, §. III, libro séptimo, que es el cuarto en esta edición: «Veamos, pues, dice al comentar esta discusión, cuáles son estos elementos sin los que el Estado no puede subsistir; porque lo que forma las partes constitutivas del estado será precisamente una condición indispensable de su existencia, &c.» ¿Cómo el autor puede recordar en el libro cuarto lo que no ha dicho aún, lo que no había de decir hasta el sétimo?

    La misma observación puede hacerse en vista de otro pasaje del libro cuarto (sexto de esta edición), capítulo III, X, donde Aristóteles recuerda de nuevo estos elementos constitutivos del Estado.

    En el libro cuarto (sexto de esta edición), capítulo IX, §. XIII, el autor sienta en principio, que los gobiernos son tanto mejores o peores, según que se aproximan o se alejan del gobierno perfecto, «cuya naturaleza, dice, he fijado de una manera precisa.» Aristóteles no habla del gobierno perfecto hasta el libro sétimo.

    Lo mismo sucede con el pasaje del capítulo X, §. XII del libro cuarto (sexto de esta edición), donde el autor, en una nueva recapitulación, repite que ha hablado anteriormente del mejor de los gobiernos.

    Inútil sería llevar más adelante estas citas. Las que preceden son las más importantes y bastan para demostrar que, en el pensamiento del mismo Aristóteles, la discusión sobre la aristocracia, es decir, el antiguo libro sétimo, venía antes del libro cuarto, en el cual cita a aquel y le recuerda muchas veces.

    Pasemos ahora al antiguo libro sexto. Ningún filósofo se ha ocupado hasta ahora de si pueden suscitarse legítimamente, respecto de este libro, las mismas dudas que respecto a los otros dos. El asunto de este sexto libro tiene evidentemente conexión con el del antiguo libro cuarto. Después de haber tratado al final de éste de la división de los poderes y de su organización general en los diversos sistemas de gobierno, Aristóteles pasa, por una razón de consecuencia muy natural, a ocuparse de los principios de organización especial en cada uno de estos sistemas. Ahora bien; esta última parte de la discusión no se encontraba en el orden antiguo sino en el libro sexto, separado del cuarto por el quinto que trata de un asunto absolutamente diferente, es decir, de las revoluciones. Basta la simple lectura para convencerse del enlace lógico del asunto del antiguo libro cuarto con el del antiguo sexto.

    A esta primera prueba puede añadirse otra análoga a la que más arriba nos sirvió para hacer ver la conexión material entre los libros tercero y sétimo.

    El libro sexto, colocado el sétimo en esta edición, termina con esta frase: Περι μεν ουν των αλλων ων προειλομεθα οχεδον ειρηται περι παντον. Μεν, colocado de esta manera, se encuentra privado de su correlativo obligado δε; porque el libro concluye aquí. Es cierto que algunos editores, apoyados en la autoridad de dos manuscritos, han comenzado el libro siguiente, es decir, el antiguo sétimo, por περι δε πολιτειας, en lugar de περι πολιτειας. Esto es lo que aconseja M. Goettling, y parece que siente no haberlo hecho así en su texto. A su juicio, el libro sexto se enlaza de esta manera perfectamente con el sétimo, optime cohoeret; y δε responde a μεν, como debe suceder siempre gramaticalmente hablando. Pero se le puede preguntar también: ¿qué importa que la gramática quede a salvo? El asunto del libro sexto y el del sétimo no tienen la menor relación. Enlazarlos arbitrariamente por medio de estas conjunciones es un trabajo inútil; el lazo de unión no es más que aparente; no existe en realidad, puesto que no existe lógicamente.

    Por otra parte, esto equivale a establecer, entre dos libros que por otra parte se separan, una conexión demasiado estrecha. Sería preciso suponer entonces que en el pensamiento del autor los antiguos libros sexto y sétimo no formaban más que uno; y de este modo se crea una nueva dificultad, más insoluble aún que la primera y completamente gratuita, no ya precisamente sobre el orden, sino sobre la división misma de los libros.

    Cotéjese este final del antiguo libro sexto con el principio del quinto, el octavo de esta edición, y se advertirá claramente su semejanza, y, casi podría decirse, su identidad. El quinto (octavo de esta edición) comienza así: Περι μεν ουν των αρχων ως τυπω σχεδον ειρηται περι πασον. Es la misma idea , y son poco más o menos las mismas palabras que las del final del otro libro. Uniendo esta prueba material a la prueba lógica indicada más arriba, puede inferirse de aquí que el antiguo libro sexto debe colocarse antes que el quinto, y que el final del uno ha sido como impuesto por el principio del otro, lo mismo que el final del tercero aparecía en suspenso por la mala colocación del antiguo libro sétimo.

    ¿Y qué diremos, si se prueba que este orden exigido por la lógica y por el contexto, es también el indicado por Aristóteles mismo, que lo anuncia formalmente y lo impone a su propio pensamiento? He aquí lo que dice en el libro sexto (cuarto), capítulo II, §. III:

    «En seguida explicaré cómo es preciso que se constituyan estas formas de gobierno, quiero decir, la democracia y la oligarquía, en todos sus matices. Y en fin, después de haber pasado revista a todos estos objetos con la concisión conveniente, trataré de explicar las causas ordinarias de la caída y de la conservación de los Estados, en general y en particular.» Este pasaje es decisivo, y si se le coteja con los anteriormente citados del mismo libro, y que contienen las referencias del autor al objeto del antiguo libro sétimo, no queda ni la más ligera duda acerca del plan general de la obra. La teoría de las revoluciones ocupa el último lugar (y en fin), y es, en el pensamiento del autor así como en la realidad, el fin del sistema. El antiguo libro sexto, que trata de la organización del poder en las democracias y en las oligarquías, está necesariamente antes del antiguo quinto, que trata de las revoluciones, y la obra termina con aquel de una manera completa y satisfaciendo todas las exigencias de la lógica.

    En esta nueva disposición, la obra del Estagirita aparece con una claridad, con un espíritu metódico, y, puede añadirse, con una verdad incontestable. Ninguna duda se suscita sobre el orden de los tres primeros libros. En el tercero, Aristóteles anuncia que reconoce tres formas fundamentales de gobierno: la monarquía, la aristocracia y la república. Trata de la monarquía bajo la forma de reinado al final del libro tercero. En el sétimo y octavo, que vienen después según el nuevo orden, trata de la aristocracia, que según él, como tiene cuidado de decirlo, equivale a la constitución modelo, al gobierno perfecto, identidad que se encuentra hasta en las palabras: η αριστοκρατια η αριστη πολιτεια. En los libros cuarto y sexto trata de la república y de las formas degeneradas de los tres gobiernos puros: la tiranía, la oligarquía y la demagogia; y como los gobiernos oligárquicos y democráticos son los mas comunes, se detiene más largamente en ellos y expone sus principios especiales. Por último viene el libro quinto; y después de haber considerado iodos los gobiernos en si mismos, en su naturaleza, en sus condiciones particulares, Aristóteles los estudia en su duración, y hace ver cómo cada uno de ellos puede conservarse y cómo corre riesgo de perecer.

    Por lo contrario, guardando el orden en que actualmente se colocan los libros, puede verse cómo el pensamiento de Aristóteles, de ordinario tan consecuente, se hace incoherente é incompleto, y cómo del orden de sus ideas aparece roto, despedazado y trastornado por su base. Al fin del libro tercero, después de haber tratado del primero de los tres grandes objetos de discusión que se propone, y anunciado el segundo, abandona de repente este segundo asunto, que aún no ha estudiado, para pasar al tercero; luego abandona este tercero para pasar a otro enteramente diferente; a seguida torna de nuevo su tercera tesis y la completa; y después, por último, vuelve al segundo punto de examen, que tan formalmente había anunciado al principio, y que había después abandonado intercalando tres libros enteros. ¡Qué desorden!

    Queda siempre, téngase presente, cualquiera que sea por otra parte el sistema que se adopte, la frase incompleta del libro tercero, y que sólo encuentra su complemento en el principio del sétimo. En todas las ediciones se afirma que aquí hay un vacío, y conforme a la discusión anterior puede afirmarse simplemente, que lo que aquí hay es un descuido de copista, cosa singular y que no comprenden, dada su preocupación filológica, los modernos, pero de la que en la antigüedad tenemos por desgracia muchos ejemplos, para que esto nos pueda causar extrañeza.

    No dudo pues en declarar, apoyándome en todas las pruebas que he citado más arriba, que este nuevo plan de la obra de Aristóteles es el único racional, el único verdadero. Aristóteles no pudo adoptar otro, y la ligereza de los copistas es la única causa del desorden; pero no ha oscurecido la colocación verdadera trazada por su pensamiento de tal modo que no sea posible encontrarla de nuevo y seguirla.»

    Estas son las principales razones que Mr. Saint-Hilaire expone, al lado de otras muchas, que los que deseen profundizar esta cuestión pueden ver en su traducción.

    En su consecuencia, concluye diciendo: que el orden actual de los libros de la Política no es bueno, y que el que debe sustituirle es el siguiente: primero, segundo, tercero, sétimo, octavo, cuarto, sexto, quinto, y una vez adoptado este cambio, aparecen los libros en esta forma:

    Libro I.– De la sociedad civil. – De la esclavitud. – De la propiedad. – Del poder doméstico.

    Libro II.– Examen crítico de las teorías anteriores y de las principales constituciones.

    Libro III.– Del Estado y del ciudadano. – Teoría de los gobiernos y de la soberanía. – Del reinado.

    Libro IV.– Teoría general de la ciudad perfecta (siete).

    Libro V.– De la educación en la ciudad perfecta (ocho).

    Libro VI.– De la democracia y de la oligarquía. – De los tres poderes, legislativo, ejecutivo y judicial (cuatro).

    Libro VII.– De la organización del poder en la democracia y en la oligarquía (seis).

    Libro VIII.– Teoría general de las revoluciones (cinco).

    Nada tiene de particular que al leer la Política con la división de libros que se ha seguido hasta ahora, se suscitaran dudas sobre su irregular colocación, puesto que ya a fines del siglo XVI y principios del XVII, Scaino da Salo y Conring d'Hemlstadt llamaron la atención sobre esta irregularidad, cosa que no debe extrañarse, teniendo en cuenta que se trata de una obra escrita hace veintitrés siglos; que la invención de la imprenta es cosa modernísima respecto de ella; que su trasmisión hasta nosotros se debe a copistas más o menos instruidos; que las obras de Aristóteles estuvieron escondidas por espacio de dos siglos, y no se las conoció hasta el tiempo de Sila; que no sólo se han suscitado dudas en este punto respecto a la Política, sino que hemos visto a Duval reparar el desorden que existía en la Metafísica, a Heinsius el que notó en la Poética, y a Gaza hacer un cambio en la colocación del libro primero de la Historia de los Animales; y que es muy dudoso si Aristóteles, al publicar su Política, la dividió en ocho, o si lo hizo en más o menos libros, puesto que se nota cierta impropiedad en el principio de cada uno, pues que comienzan por conjunciones o conclusiones de razonamiento. Para terminar, haremos notar que la nueva división de la Política de Aristóteles, es más lógica que la anterior, y por consiguiente más conforme con el juicio que el mundo sabio tiene formado del carácter del espíritu del gran filósofo.

    LIBRO PRIMERO

    DE LA SOCIEDAD CIVIL. DE LA ESCLAVITUD. DE LA PROPIEDAD. DEL PODER DOMESTICO.

    1

    ORIGEN DEL ESTADO Y DE LA SOCIEDAD

    Todo Estado es evidentemente una asociación, y toda asociación no se forma sino en vista de algún bien, puesto que los hombres, cualesquiera que ellos sean, nunca hacen nada sino en vista de lo que les parece ser bueno. Es claro, por lo tanto, que todas las asociaciones tienden a un bien de cierta especie, y que el más importante de todos los bienes debe ser el objeto de la más importante de las asociaciones, de aquella que encierra todas las demás, y a la cual se llama precisamente Estado y asociación política.

    No han tenido razón, pues, los autores para afirmar que los caracteres de rey, magistrado, padre de familia y dueño se confunden. Esto equivale a suponer, que toda la diferencia entre estos no consiste sino en el más y el menos, sin ser específica; que un pequeño número de administrados constituiría el dueño, un número mayor el padre de familia, uno más grande el magistrado o el rey; es suponer, en fin, que una gran familia es en absoluto un pequeño Estado. Estos autores añaden, por lo que hace al magistrado y al rey, que el poder del uno es personal e independiente, y que el otro es en parte jefe y en parte súbdito, sirviéndose de las definiciones mismas de su pretendida ciencia.

    Toda esta teoría es falsa; y bastará, para convencerse de ello, adoptar en este estudio nuestro método habitual. Aquí, como en los demás casos, conviene reducir lo compuesto a sus elementos indescomponibles, es decir, a las más pequeñas partes del conjunto. Indagando así cuáles son los elementos constitutivos del Estado, reconoceremos mejor en qué difieren estos elementos, y veremos si se pueden sentar algunos principios científicos para resolver las cuestiones de que acabamos de hablar. En esto, como en todo, remontarse al orígen de las cosas y seguir atentamente su desenvolvimiento, es el camino más seguro para la observación.

    Por lo pronto es obra de la necesidad la aproximación de dos seres que no pueden nada el uno sin el otro: me refiero a la unión de los sexos para la reproducción. Y en esto no hay nada de arbitrario, porque lo mismo en el hombre que en todos los demás animales y en las plantas ¹ existe un deseo natural de querer dejar tras sí un ser formado a su imagen.

    La naturaleza, teniendo en cuenta la necesidad de la conservación, ha creado a unos seres para mandar y a otros para obedecer. Ha querido que el ser dotado de razón y de previsión mande como dueño, así como también que el ser capaz por sus facultades corporales de ejecutar las órdenes, obedezca como esclavo, y de esta suerte el interés del señor y el del esclavo se confunden.

    La naturaleza ha fijado por consiguiente la condición especial de la mujer y la del esclavo. La naturaleza no es mezquina como nuestros artistas, y nada de lo que hace se parece a los cuchillos de Delfos fabricados por aquellos. En la naturaleza, un ser no tiene más que un solo destino, porque los instrumentos son más perfectos cuando sirven, no para muchos usos, sino para uno sólo. Entre los bárbaros la mujer y el esclavo están en una misma línea, y la razón es muy clara; la naturaleza no ha creado entre ellos un ser destinado a mandar, y realmente no cabe entre los mismos otra unión que la de esclavo con esclava, y los poetas no se engañan cuando dicen:

    «Sí, el griego tiene derecho a mandar al bárbaro»,

    puesto que la naturaleza ha querido que bárbaro y esclavo fuesen una misma cosa ².

    Estas dos primeras asociaciones, la del señor y el esclavo, la del esposo y la mujer, son las bases de la familia, y Hesíodo lo ha dicho muy bien en este verso ³:

    «La casa, después la mujer y el buey arador;»

    porque el pobre no tiene otro esclavo que el buey. Así, pues, la asociación natural y permanente es la familia, y Carondas ha podido decir de los miembros que la componen «que comían a la misma mesa», y Epiménides de Creta «que se calentaban en el mismo hogar.»

    La primera asociación de muchas familias, pero formada en virtud de relaciones que no son cotidianas, es el pueblo, que justamente puede llamarse colonia natural de la familia, porque los individuos que componen el pueblo, como dicen algunos autores, «han mamado la leche de la familia», son sus hijos, «los hijos de sus hijos.» Si los primeros Estados se han visto sometidos a reyes, y si las grandes naciones lo están aún hoy, es porque tales Estados se formaron con elementos habituados a la autoridad real, puesto que, en la familia, el de más edad es el verdadero rey, y las colonias de la familia han seguido filialmente el ejemplo que se les había dado. Por esto, Homero ha podido decir ⁴:

    «Cada uno por separado gobierna como señor a sus mujeres y a sus hijos.»

    En su origen todas las familias aisladas se gobernaban de esta manera. De aquí la común opinión según la que están los dioses sometidos a un rey, porque todos los pueblos reconocieron en otro tiempo o reconocen aún hoy la autoridad real, y los hombres nunca han dejado de atribuir a los dioses sus propios hábitos, así como se los representaban a imagen suya.

    La asociación de muchos pueblos forma un Estado completo, que llega, si puede decirse así, a bastarse absolutamente a sí mismo, teniendo por origen las necesidades de la vida, y debiendo su subsistencia al hecho de ser éstas satisfechas.

    Así el Estado procede siempre de la naturaleza, lo mismo que las primeras asociaciones, cuyo fin último es aquél; porque la naturaleza de una cosa es precisamente su fin, y lo que es cada uno de los seres cuando ha alcanzado su completo desenvolvimiento, se dice que es su naturaleza propia, ya se trate de un hombre, de un caballo, o de una familia. Puede añadirse, que este destino y este fin de los seres es para los mismos el primero de los bienes, y bastarse a sí mismo

    ¿Disfrutas la vista previa?
    Página 1 de 1