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Atando Cabos
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Libro electrónico334 páginas4 horas

Atando Cabos

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Todos adoran la Librería Teresa, una pequeña y acogedora tienda en el este de Tennessee. 


A Garnet Stone le encanta trabajar allí tanto como leer libros. Trabaja duro para evitar que la gata entrometida de la tienda se meta en problemas mientras limpia el piso de ventas. Pero cuando la dueña de la librería, Teresa, fallece inesperadamente, Garnet se entera de que le heredó todo a su sobrina, Jane.


Dejando a un lado su amargura, Garnet limpia el desorden de la tienda para impresionar a su nueva jefa. Después de que Jane llega para anunciar el cierre de la tienda, las cosas empeoran y se encuentra otro cadáver en la librería.


El nuevo sheriff cree que Jane es la asesina, pero Garnet sabe que su nueva jefa es inocente. Como proviene de una familia de agentes tiene confianza en que podrá resolver el asesinato, pero pronto descubre que no será un caso tan fácil como esperaba.


Las extrañas pistas apuntan a varias personas, pero los sospechosos tienen coartadas concretas. Si Garnet no puede resolver el crimen perfecto, la Librería Teresa cerrará para siempre.

IdiomaEspañol
EditorialNext Chapter
Fecha de lanzamiento17 nov 2022
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    Atando Cabos - Jessica Brimer

    Capítulo 1

    Jane Jackson, mi nueva jefa, se paró frente a mí. Apenas entró en la Librería Teresa, supe que tendría problemas. Llevaba un traje gris, demasiado candente para un verano de Tennessee, con una blusa blanca ceñida al escote. El cabello castaño de Jane se envolvía en un moño apretado, lo que me hizo preguntarme si no le causaría dolores de cabeza. Esos tacones altos eran una mejor combinación con mujeres que pasaban el día en sillas de oficina y asistían a almuerzos ostentosos, en lugar de pasar el día abriendo pesadas cajas o reabasteciendo estanterías. Mi nueva jefa parecía salida de la revista Vogue.

    —¿Despedida? —pregunté.

    —Despedida es una palabra fuerte. Pero sí, Garnet —dijo Jane con indiferencia. —Después de hoy, la librería de mi tía cerrará.

    Sus ojos marrones estudiaron el piso de ventas. Notó la torre de libros que necesitaban un lugar en el estante en lugar de estar arrumbados junto a la pared. Cuanto más evaluaba el desorden de la tienda, peor se volvía su mueca.

    Yo quería decir algo. Cualquier cosa para hacerla cambiar de opinión, pero la conmoción por el cierre de la tienda me había dejado afónica.

    Al fin volvió su atención hacia mí.

    —Como dije en mi correo, te pagaré por el trabajo que has hecho.

    Hizo una pausa para juzgar mi reacción.

    —Es solo una librería de usados. Nada personal.

    —¿Nada personal? —mi voz se quebró—. La librería significa todo para mí. He trabajado aquí durante nueve años y administré la tienda durante un mes entero.

    Jane tenía la mirada perdida. Parecía como si fuera la directora de la escuela escuchando la queja trivial de un estudiante. Aunque Jane creía que cerrar la librería era una decisión estrictamente comercial, mi corazón estaba destrozado. La Librería Teresa era mi vida y mi pasión.

    Mi carrera.

    Princesa, una gata tuxedo que vivía aquí, saltó al mostrador junto al ordenador cuadrado que la tienda usaba como caja registradora. Jane retrocedió como si el felino bicolor fuera una feroz pantera. Princesa se sentó erguida, esperando sus mimos.

    Jane ahogó un grito.

    —No sabía que la tía Teresa tenía animales dentro de su tienda.

    Acaricié a Princesa desde la cabeza hasta el lomo. Se volvió hacia mí, ronroneando. Admiré la línea punteada en el cuello de Princesa, que le daba derecho a la realeza de su nombre.

    ¿Cómo se atrevía a llamar a Princesa un simple animal? Su Alteza hubiera sido más apropiado.

    —A tu tía le encantaban los gatos.

    Debatí si debía advertirle sobre la otra gata, Melosa, pero descarté la idea. La descubriría muy pronto. Jane le lanzó una mirada de desdén a Princesa y dirigió su atención a su entorno.

    —Este lugar es un desastre. Debiste ordenar todo antes de que yo llegara.

    Pilas de libros para pedidos en línea llenaban un lado del mostrador en forma de L, mientras que otros estaban reservados para los clientes. Las bolsas de plástico permanecían dentro de una caja de cartón en lugar de colgar de un gancho cerca de la caja registradora. Los marcadores descansaban en una gran taza de café, para cualquiera que quisiera uno. Afortunadamente, Jane no podía ver el desorden en los cubículos debajo del mostrador. Con un pie, empujé el Windex y las toallas de papel dentro del espacio. No fueron muy lejos.

    Desde el gran ventanal, la luz matinal alcanzaba su punto máximo entre las cuatro filas de estanterías. La más pequeña de las cuatro, a la altura de los hombros, tenía libretas donadas y eran gratuitas para cualquiera. La mayoría de los papeles habían sido arrancados, pero los lugareños sabían que Teresa no tiraba las cosas porque faltaran algunas, o la mitad de las páginas. Eran tesoros perfectos para los niños a los que les encantaba garabatear. Los otros tres estantes estaban llenos de libros de ficción de varios autores que habían sido publicados en los últimos cinco años o que mantenían su popularidad. Si tuviera el tiempo y un par de manos extra, habría reorganizado las novelas por género.

    Cajas llenas de copias adicionales de las que ya estaban en los estantes, se apilaban al final de cada fila. Tenía la intención de llevarlas arriba, pero me fue imposible porque había cosas más importantes que debían hacerse antes de la llegada de Jane. La habitación a mi derecha albergaba libros de romance y terror. De vez en cuando, los clientes colocaban un libro no deseado en el lugar equivocado, una batalla constante a la que me negaba a rendirme. Mientras que en la ficción general, los libros estaban apretujados en secciones. Las novelas necesitaban estar mejor espaciadas y organizadas por orden alfabético. Una vez que reciclara los cuadernos a medio llenar, tendría el espacio suficiente.

    Me encogí cuando Jane levantó la vista. Las guirnaldas luminosas emitían un brillo mágico a pesar de que algunas de las bombillas se habían quemado. El tiempo se me escapaba y no había tenido la oportunidad de reemplazarlas, o mejor aún, pedirle a alguien que tuviera más de cinco años que me ayudara.

    Un solo empleado no podía hacer mucho.

    Jane era incapaz de ver mis logros. Además de administrar el negocio, doné libros infantiles a iglesias y bibliotecas, operé una venta en la acera durante todo el fin de semana, que fue un gran éxito, e incluso me quedé después de la hora de cierre a hacer algo de limpieza. Mentalmente, me di palmaditas en la espalda por mi arduo trabajo.

    Probablemente necesitaba advertir a Jane sobre el piso de arriba. Si pensaba que la librería necesitaba atención y cuidado, espera a ver la oficina. Teresa era conocida por muchas cosas, pero el orden no era una de ellas.

    Mientras observaba a Jane quitarse el pelo de gato, deseé que hubiera visto el lugar antes de que yo limpiara. Si lo hubiera hecho, habría apreciado las incontables horas que pasé tratando de poner orden en la librería. Después de abastecer, reorganizar los libros, llamar a los clientes, contestar el teléfono, trabajar en la oficina y atender a dos gatos, algunos días no me quedaba energía para hacer nada más.

    —¿Qué son estas manchas en la alfombra? —Jane miró airadamente el suelo verde. Se alejó del lugar como si las manchas fueran a subir por sus piernas para tragársela entera.

    Tenía la intención de arrojar una alfombra sobre las manchas, pero olvidé sacarla de mi baúl esta mañana.

    —Café.

    —¿Teresa servía café en este lugar?

    La voz de Jane subió una octava mientras sus ojos se posaban en Princesa.

    El felino ronroneó más fuerte. Le acaricié la cabeza.

    —Solo una vez —recordé.

    Una gata curiosa no combinaba con las bebidas calientes. Teresa instaló una estación de café en una fría mañana de enero, diciéndome: Esto será genial. He querido hacerlo desde hace mucho tiempo. Desafortunadamente, cuando el primer cliente se sirvió una taza, Princesa saltó y casi lo mata del susto. Doce tazas de líquido caliente vertidas al suelo. No importaba cuántas veces laváramos la alfombra, la mancha se negaba a desaparecer. Algunos días Teresa bromeaba sobre cambiar el nombre de Princesa a Entremetida.

    Jane se recobró, colocó una mano cerca de su escote mientras la otra se posaba en su cintura.

    —Este lugar es una pocilga. ¿Por qué permitió la tía Teresa que llegara a este extremo?

    Su pregunta era retórica. Como la única sobrina de Teresa, Jane debió ser testigo del comportamiento desorganizado de su tía.

    —La pocilga está arriba —dije con sarcasmo. Jane arqueó las cejas.

    Seguí acariciando a Princesa; disfrutaba de su expresión. Era lo menos que podía hacer ya que a pesar de mi arduo trabajo iba a ser despedida.

    —¿Lo dices en serio?

    Debatí por un momento antes de decirle a Jane que no. Por su expresión, Jane no apreciaba mi humor.

    Antes de que se dijera nada más, los cencerros atados a la manija de la puerta tintinearon. Princesa saltó del mostrador para saludar a nuestro primer cliente. Puse mi mejor sonrisa, esperaba que Jane notara mi ética laboral y que la Librería Teresa estaba lo suficientemente atareada como para permanecer abierta. En ese momento, supe que debía convencer a Jane para que se quedara con la tienda.

    No había mejor manera que con un cliente.

    Jane exclamó:

    —Hoy hay un treinta por ciento extra de descuento.

    Mi semblante se ensombreció al ver a Sasha Whitlock. En lugar de su cabello de recién levantada, tenía los mechones rubios ondulados. Llevaba una camiseta de videojuegos con la que sabía, solía dormir. Al menos sus vaqueros no tenían agujeros ni rasgaduras, y sus zapatillas de deporte estaban impecables.

    —¿Eres la sobrina de Teresa? ¿Jane Jackson? —preguntó Sasha después de acariciar la cabeza de Princesa. Jane asintió y comenzaba a responder cuando Sasha la interrumpió.

    —La verdad, estoy aquí para recuperar mi empleo. Hubo un malentendido y quiero redimirme.

    Sasha esbozó una sonrisa.

    —¿Recuperar tu empleo?

    Jane me miró antes de volver a mirar a una radiante Sasha.

    «Estúpida Sasha», pensé. Esa sonrisa cursi nunca funcionó con Teresa. Ni conmigo.

    —La tienda cerrará para siempre —dijo Jane.

    Sasha se entristeció.

    —Oh. ¿Por qué?

    —En realidad —dije, antes de que Jane tuviera la oportunidad de hablar—, no hemos confirmado que la tienda vaya a cerrar. Jane no conoce… —me maldije por no haber pensado bien las cosas y decir el primer nombre que me vino a la mente. —…a Peggy Sue. Jane aún no lo conoce.

    —¿El perro callejero al que los niños leen los sábados?

    Sasha parecía confundida.

    Tal vez debí haber elegido a un cliente habitual que gastaba dinero en lugar de a Willie, quien traía a su perro para que los niños pudieran practicar sus habilidades de lectura.

    —Todos aman a Peggy Sue.

    Me volví hacia Jane, esperando que el evento la impresionara.

    En vez de eso, mi jefa, o mejor dicho, la nueva dueña, parecía tan confundida como Sasha. Se recompuso.

    —Heredé la tienda después de la muerte de mi tía. Lo pensé mucho y decidí cerrar sus puertas.

    Necesitaba esforzarme más, pero esperaría hasta que Sasha se fuera. Esto era entre Jane y yo.

    —Es una pena —Sasha se encogió de hombros—. Bueno. Valió la pena el intento.

    Cuando me dio la espalda, negué con la cabeza. ¿De verdad esperaba conseguir su trabajo sin esfuerzo? Típico de la perezosa Sasha.

    Jane y yo vimos como Sasha se dirigía a la puerta principal. Una mujer bajita y de cabello oscuro caminaba frente a la ventana mirador. Me estremecí. ¿Por qué tenía que venir Doris Hackett hoy? Había estado aquí hace dos días y comprado tres libros de bolsillo. ¿Ya los había leído?

    Rodeé el mostrador para susurrarle a Jane una advertencia, pero llegué demasiado tarde. Entró al mismo tiempo que Sasha ponía la mano en la puerta giratoria. Los cencerros tintinearon con tensión. Doris entrecerró los ojos mientras que Sasha se quedaba rígida. Doris fue la primera en romper el silencio.

    —¿Viniste a rogar que te devuelvan el trabajo? —bromeó, con una pequeña sonrisa.

    —Eso no es asunto tuyo, ni de nadie en Sevier Oak.

    El mal humor de Sasha me tomó por sorpresa. Había sido insolente a espaldas de la gente, pero nunca frente a ellos.

    —Teresa te despidió por una razón. Holgazana. Jugabas videojuegos todo el día y llegaste tarde al trabajo demasiadas veces.

    —Los estudios muestran que las personas que juegan videojuegos son más inteligentes que aquellas que no.

    Sasha guiñó un ojo.

    Doris soltó una risita, pero sonó forzada.

    —¿Te lo dijo Google o una bruja?

    —Un brujo —respondió Sasha.

    Quise darme una palmada en la frente.

    Doris parecía desconcertada.

    —¿Un qué?

    Mientras Sasha describía un personaje de un videojuego de fantasía, Jane dio un paso al frente. Negué con la cabeza. ¡Ojalá no interfiriera! Yo sabía que es mejor dejar que las mujeres como Sasha y Doris se desahoguen. Una vez que tuvieran suficiente, continuarían con su día. Desafortunadamente, Jane no notó mi gesto.

    —Creo que Sasha se refiere al programa de televisión con Henry Cavill —dijo Jane—. Pero, señoras…

    —El videojuego salió antes que el programa —replicó Sasha.

    Puse los ojos en blanco. Como la verdadera ratón de biblioteca de este grupo, decidí hablar en nombre de los libros.

    —En realidad, es una serie de libros de fantasía escrita por Andrzej Sapkowski.

    Las tres voltearon hacia mí. Sasha suspiró, molesta. Doris gruñó como si algo no le gustara mientras Jane me hacía una señal con la mano para que me callara.

    —Dato curioso —continué—, nuestra gata en realidad se llama Princesa Ciri, en honor a un personaje del libro.

    Eso era una mentira. Princesa era simplemente Princesa, pero Teresa no estaba aquí para refutarme.

    —¿Eso qué tiene que ver con esto? —preguntó Sasha.

    Me abstuve de poner los ojos en blanco. Aparte de mostrar mi conocimiento del libro y defender al autor polaco, supongo que no significaba nada.

    Jane repitió la oferta de hoy:

    —Los libros tienen un descuento adicional del treinta por ciento.

    A diferencia de Sasha, Doris parecía triste. El día seguía poniéndose más y más extraño.

    —Parece que tendrás que derrochar tu fortuna en la otra librería de la ciudad —rio Sasha.

    Fulminé con la mirada a mi antigua compañera de trabajo. Lo último que quería escuchar era sobre la competencia.

    Doris compartió mi sentimiento.

    —Entonces ve allá, holgazana. Tal vez Voss recicle basura.

    —Tú eres la holgazana.

    Sasha le dio a Doris una mirada que no pude entender. Algo debió pasar entre ellas cuando Sasha aún trabajaba aquí.

    —Un día alguien te va a destrozar con una jota de picas, y ese día lo voy a disfrutar.

    Una expresión apareció en el rostro de Doris. Una que nunca había visto en los años que compraba aquí. Miedo. Jane parecía querer decir algo.

    Era hora de que yo interviniera.

    —Si tenéis algo que deciros, hacedlo en otro lado. Aquí no —usé el tono autoritario que mi familia me enseñó.

    Sasha separó los labios para decir algo, pero luego lo pensó mejor y se contuvo. Doris se volvió sumisa.

    Algunos días apreciaba que mi apellido fuera Stone.

    —Bueno, decide.

    Sasha empujó a Doris, lo que provocó que la mujer de cuarenta años tropezara con la puerta. Doris abrió la boca. Esperaba un comentario sarcástico de ella, pero guardó silencio. Solo vio como Sasha caminaba por la acera.

    Se comportaban de manera extraña. De la naturaleza relajada de Sasha a su insolencia, y de la frialdad de Doris a su impasibilidad. Hoy parecía más un raro viernes que un lunes. Definitivamente algo había pasado entre ambas.

    —No necesito el descuento, pero lo aprovecharé.

    Doris se dirigió a la sala de ofertas en la parte de atrás como si nada hubiera pasado. Sus mejillas enrojecidas indicaban lo contrario.

    Jane esperó hasta que sus pasos dejaron de escucharse.

    —¿Dónde está la oficina?

    La pregunta me trajo de vuelta a mis problemas. Su tono me recordó por qué me disgustaba la gente que vestía traje. Todos ellos eran personas avariciosas, que ignoraban los sentimientos de los demás. Me di la vuelta y señalé la sala de romance/terror. Desde nuestro ángulo, no podíamos ver las escaleras que conducían a la oficina. Sin más, Jane rodeó las estanterías hacia la escalera principal. Mientras los tacones de Jane resonaban, mi desilusión aumentaba.

    Me quedé observando la Librería Teresa para admirarla por última vez. Algunas personas, como Jane, veían desorden y montones de basura, pero yo veía belleza y personalidad. Aquí, podía respirar el fuerte olor a humedad que se encuentra al pasear por los pasillos de las novelas. Este era un lugar donde los amantes de los libros, como yo, pasaban horas con los dedos rozando los lomos a medida que la cesta de la compra se hacía más pesada.

    Hace veinte años, Teresa Jackson abrió la librería. Trabajaba tan duro como leía. Todos sus tesoros tenían una historia. Teresa sabía cuándo y dónde había comprado cada artículo y los colocaba sobre las estanterías como decoración. En la parte superior había un puñado de tazas de té. Temía romperlas pero se negaba a regalarlas. La mayoría de sus tesoros eran cascos de fútbol en miniatura de los Voluntarios de Tennessee, equipo de una de las principales universidades del estado. Peyton Manning firmó uno de ellos durante su etapa en la Universidad de Tennessee. Lo vi al instante porque era el único casco en una caja de plástico. Teresa lo admiraba con tanta frecuencia que creo que estaba enamorada en secreto del ex mariscal de campo.

    Teresa también tenía una mente aguda. Recordaba todos los libros que entraban y salían de la tienda. Si un cliente solicitaba determinado título, Teresa iba directamente a su sitio sin consultar la base de datos del ordenador. A pesar del revoltijo, Teresa conocía su desorden. Después de trabajar aquí durante seis años, yo también podía hacerlo.

    Teníamos planes para remodelar la tienda, hacerla más grande y menos desordenada. Ahora, de pie entre los libros, me sentía sola mientras los preciados recuerdos comenzaban a desvanecerse.

    Un grito interrumpió el silencio. Entorné los ojos al escuchar de dónde venía.

    Piso superior. Jane debió encontrar al segundo gato en la oficina. O mejor aún, Melosa encontró a Jane.

    —Oye —gritó Jane—, Garnet.

    Corrí escaleras arriba, sabía lo que había pasado. Efectivamente, en el estrecho pasillo, Jane estaba presionada contra la pared, mirando hacia la oficina de Teresa. Contuve la risa.

    —¿Sucede algo malo? —pregunté, acercándome a ella.

    Jane me miró llena de odio.

    —Olvidaste mencionar el búho.

    Entré a la oficina, riendo. Melosa posaba en el escritorio con cara de mal humor. Su peluda cola se movía de un lado a otro. Sus profundos ojos amarillos se clavaban en Jane.

    Recogí al segundo gato.

    —¿Alguna vez has visto un búho de cuatro patas? —me reí—. Su nombre es Melosa. Es hermana de Princesa.

    Jane no se movió.

    —Creí que era una estatua hasta que me senté en la silla.

    —Sí, Melosa es buena para quedarse quieta, mirando fijamente.

    Probablemente era su mejor rasgo. Había perdido la cuenta de las veces que Melosa me había asustado cuando sentía que algo me miraba. Me daba la vuelta y me encontraba con esos grandes ojos amarillos observándome desde lo alto del archivador. Desde lejos, Melosa podía parecer un búho debido a sus parches marrones de piel entretejidos en el negro.

    —Melosa odia a prácticamente todo el mundo —agregué.

    Una vez que puse a Melosa en otra habitación en el piso de arriba, Jane se alzó sobre mí, más enfadada que antes. Tal vez debí haberle advertido sobre Melosa.

    —Hay más desorden aquí arriba —se quejó, agitando ligeramente los brazos.

    —No tuve tiempo de limpiar. Teresa planeaba remodelar e iba a deshacerse de muchas de estas cosas.

    Ni por un segundo creí las palabras de Teresa. La remodelación solo habría acumulado cosas nuevas. Pero no se lo dije a Jane.

    Ella se tomó un momento para apretar el puente de la nariz con el pulgar y el índice antes de decir:

    —¿Dónde guardaba Teresa las cosas importantes? ¿Impuestos? ¿Renta?

    —El archivador. Está en la oficina donde duerme Melosa —dije, luego me dirigí rápidamente hacia el segundo tramo de escaleras que conducía a la sala de ofertas.

    Doris paseaba por un pasillo angosto detrás de un estante. Como no quería hablar con ella, pasé corriendo. Cuando llegué al área principal, me relajé. Princesa yacía encima de una estantería hasta que me vio y saltó. Trotó hacia mí con una súplica de por favor acaríciame. La cogí en mis brazos. Ella se acarició debajo de mi barbilla. Su pelaje olía a libros.

    —¿Qué voy a hacer? —susurré. Princesa maulló y me dio un cabezazo. Debía haber una manera de mantener la tienda abierta.

    Luego se oyó un segundo alarido seguido de algo que golpeó el suelo. Miré hacia la sala de ofertas. Desde aquí no podía ver la entrada. ¿Qué estaba haciendo Doris? ¿O Melosa volvió a asustar a la jefa? «No», decidí. El sonido provenía de la sala de ofertas.

    Justo cuando di un paso en esa dirección, otro estrépito retumbó en la tienda. Me apresuré. Me preguntaba si Doris estaba pateando la estantería. Princesa saltó de mis brazos, clavando sus garras traseras en mí mientras huía.

    —Ay —gemí.

    Las patadas continuaban.

    —¿Doris? —grité mientras me dirigía hacia la parte posterior de la tienda. El sonido se hizo más fuerte.

    —¿Doris? ¿Qué estás haciendo?

    —¿Garnet? —la voz de Jane viajó por la escalera seguida por el sonido de sus pisadas. ¿O alguien más estaba pisoteando?

    La ignoré. Cuando entré por la parte de atrás, Jane se dio de narices conmigo. Ambas caímos al suelo. Mi cabeza daba vueltas mientras más sonidos resonaban en mis oídos. No podía entender lo que estaba pasando. ¿Alguien estaba gritando?

    Traté de ponerme de pie, pero Jane rodó sobre mí y me aplastó.

    —Oye —le dije a Jane—, ¡ay! Me estás aplastando.

    —Me diste un codazo —gritó ella mientras terminábamos de separarnos.

    —¿Por qué gritaste? —me interrogó Jane.

    —No fui yo —dije antes de recorrer los pasillos hasta encontrar a Doris Hackett.

    Jane me seguía, hablando sin parar hasta que también vio a Doris. Nos congelamos. Los ojos de Doris miraban al techo, exánimes. Un pequeño rastro de sangre fluía de su frente. Libros del estante inferior estaban esparcidos a sus pies, junto con una tetera.

    Ahogué un grito, horrorizada, cuando vi un cuchillo cerca de la mano de Doris y una pequeña almohada con un agujero en el centro.

    Jane susurró:

    —¿Está muerta?

    Capítulo 2

    Me apoyé en el edificio de ladrillos de Old Treasures y observé desde debajo del toldo mientras jugaba con el dije de mi collar. Un viento ligero y la sombra me ayudaron a refrescarme del calor del este de Tennessee. La actividad en la calle Copper se había detenido. Hombres y mujeres con uniformes azules aseguraban la escena con sus vehículos y conos naranjas. Los conductores se desviaban por las calles laterales para evitar el bloqueo mientras los empleados de las tiendas y los compradores salpicaban la acera, mirando con incredulidad.

    Sevier Oak era una ciudad sencilla escondida en un valle de las Montañas Humeantes y llamada así por el hábitat densamente boscoso. Con frecuencia, la gente pasaba por alto la pequeña ciudad debido a su falta de atracciones y su minúscula población. Los pueblos vecinos a menudo describían a Sevier Oak como un lugar en medio de la nada. Independientemente de nuestro tamaño, siempre hubo personas que se detenían a tomar un bocado rápido antes de continuar hacia la ciudad más cercana, Bristol.

    Mi ciudad natal tenía un ambiente histórico, especialmente la calle Copper y las calles que se

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