Descubre millones de libros electrónicos, audiolibros y mucho más con una prueba gratuita

Solo $11.99/mes después de la prueba. Puedes cancelar en cualquier momento.

Historias de un detective: Secretos de una vida anónima
Historias de un detective: Secretos de una vida anónima
Historias de un detective: Secretos de una vida anónima
Libro electrónico226 páginas3 horas

Historias de un detective: Secretos de una vida anónima

Calificación: 0 de 5 estrellas

()

Leer la vista previa

Información de este libro electrónico

¿Cómo es la vida de un detective? ¿A qué tipo de casos se enfrenta? ¿Sufre situaciones de peligro? ¿Debe mantener oculta su identidad? ¿Qué habilidades debe desarrollar quien quiera dedicarse a la investigación profesional? ¿Es real la imagen de misterio y glamour de los investigadores?

En Historias de un detective, David Blanco, con más de veinte años de experiencia y tras haber participado en cerca de dos mil operativos de investigación en España y en el extranjero, da respuesta a estas y otras muchas preguntas en torno a una profesión desconocida en gran parte por los ciudadanos.

Mentiras, infidelidades, estafas, identidades falsas, engaños… son solo algunos de los retos que desafían las capacidades del autor, que en multitud de ocasiones debe conjugar formación, experiencia e imaginación para resolver situaciones en las que parece no haber salida.

Un libro para descubrir todos los secretos de la vida de un investigador, gracias al testimonio de uno de los detectives más reconocidos de España.
IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento24 oct 2022
ISBN9788418345517
Historias de un detective: Secretos de una vida anónima
Autor

David Blanco

David Blanco es detective privado con dos décadas de experiencia y más de dos mil operaciones de investigación a sus espaldas. Fundador y director de uno de los despachos de investigación de más renombre (Gran Vía Detectives Privados), está especializado en seguridad e inteligencia aplicada al control de riesgos para particulares y empresas. Compagina su actividad con la docencia: profesor de Criminología e Investigación en la Universidad Rey Juan Carlos, y Gestión y Dirección de la Seguridad en la Universidad de Nebrija. Polifacético, comunicador y apasionado de su profesión, en la actualidad está inmerso en proyectos relacionados con la divulgación de la investigación privada en distintos formatos.

Relacionado con Historias de un detective

Libros electrónicos relacionados

Detectives aficionados para usted

Ver más

Artículos relacionados

Comentarios para Historias de un detective

Calificación: 0 de 5 estrellas
0 calificaciones

0 clasificaciones0 comentarios

¿Qué te pareció?

Toca para calificar

Los comentarios deben tener al menos 10 palabras

    Vista previa del libro

    Historias de un detective - David Blanco

    1. La soledad buscada, la soledad encontrada

    Era mi primer día de trabajo. Una agencia de detectives había confiado en mí y me había brindado la oportunidad de acompañar a un veterano en una investigación. Estaba entusiasmado, por fin iba a conocer la profesión para la que había estudiado tanto tiempo; era mi oportunidad para experimentar un mundo que me apasionaba y para poner en práctica todo lo aprendido en la universidad.

    Me citaron en la oficina a las seis y media de madrugada; esa noche apenas había pegado ojo por los nervios del «debut» y llegué media hora antes. Recuerdo la calle tranquila, silenciosa, aún de noche. Al rato llegó Javier, mi nuevo compañero, quien se sorprendió al verme ya esperando en penumbra ante la puerta de la oficina. Parecía enérgico, supongo que él ya estaba acostumbrado a madrugar mucho más que yo en esa época.

    La oficina se encontraba en la primera planta de un edificio de viviendas. Accedimos al interior y entramos al despacho del director: una enorme habitación forrada de madera, un cómodo sillón de piel junto a la ventana y una gran mesa de aspecto señorial que ocupaba casi toda la sala. Sobre el tablero, una muralla de carpetas, expedientes llenos de información confidencial, ¡habría matado por poder ojear unos instantes todos esos archivos!

    Apenas pude ver con detalle el resto de la oficina, pero me llamó la atención un pequeño cuarto que había al fondo. Una habitación roja que antiguamente funcionaba como estudio de revelado fotográfico y donde se encontraban todos los dispositivos técnicos de trabajo: cámaras, videocámaras, cables y diría que varios cientos de carretes de fotos.

    Debíamos marchar inmediatamente, la investigación se desarrollaba en un barrio de la periferia y no podíamos arriesgarnos a quedar atrapados en un atasco. Javier cogió una carpeta amarilla del despacho del director, una cámara fotográfica y un puñado de carretes. Me entregó una de las mochilas con una videocámara dentro y bajamos al parking del edificio.

    Entre los vehículos de la oficina se encontraba una furgoneta de color blanco muy «castigada», tenía unas pequeñas ventanas en la parte trasera, con los cristales tintados a modo de espejo, y un sistema de cortinas bastante rudimentario, pero muy efectivo para evitar ser visto desde el exterior. Lo peor, el olor nauseabundo que había en el interior, una mezcla entre sudor, tabaco y gasolina que había quedado impregnado en todo el vehículo, creando una extraña textura plástica sobre la superficie. Ese olor a «humanidad» se metió hasta lo más profundo de mi ser. Más tarde, mi compañero me contó que esa furgoneta llevaba siendo utilizada durante los últimos veinte años una media de diez horas diarias. Calculé mentalmente y deduje que toda esa suciedad, esa extraña costra brillante que había sobre los asientos formaba parte del legado dejado por cada uno de los detectives que había pasado por allí a lo largo de unas cincuenta mil horas.

    Pusimos rumbo a la zona y mi compañero aprovechó para explicarme en qué consistía la investigación. Se trataba de algo sencillo: íbamos a observar a una profesora que se encontraba de baja por haber sufrido un accidente de tráfico. Alegaba padecer una cervicalgia severa, y así lo corroboraban los informes médicos. La mujer, de unos cuarenta y cinco años de edad, esperaba ser indemnizada por la compañía de seguros.

    Nuestra misión consistía sencillamente en esperar su salida, grabar y fotografiar todos sus movimientos para comprobar si la citada lesión era cierta.

    Llegamos a la zona, tomamos café en un bar de un polígono cercano y procedimos a buscar el domicilio de la señora. En esa época todavía no existían los GPS, debíamos hacerlo con un callejero de papel que pesaba más de medio kilo y ocupaba la mitad de la guantera.

    Una vez encontrado el portal buscamos aparcamiento, ni muy lejos ni muy cerca, huyendo de la mirada indiscreta de los vecinos y en el lugar idóneo para poder tener un buen ángulo de visión, además de tener capacidad de respuesta en caso de tener que seguir a nuestro objetivo.

    Eran las 7.30 am y nos dispusimos a observar el portal a la vez que charlábamos sobre varios temas; mantuvimos una conversación por espacio de dos horas, y a las 9.30 am ya nos habíamos contado nuestras vidas. En ese instante, Javier se percató de que existía una salida peatonal en la parte posterior del inmueble y me sugirió que yo permaneciera controlando la entrada principal desde la furgoneta mientras él lo hacía a pie desde el otro lado de la manzana. Por supuesto, obedecí órdenes, me escondí en la parte trasera y nos despedimos temporalmente.

    En cuanto mi compañero salió del coche sentí la necesidad de llamar por teléfono y contarle a mi familia cómo estaba siendo mi primer día de trabajo. Llamé desde mi recién comprado Nokia 5110 y le conté a mis padres lo peculiar de mi tarea. Tal era mi entusiasmo que llamé también a varios de mis amigos. No podía parar de hablar, hasta que me saltó el aviso de que apenas quedaba saldo en mi tarjeta de Movistar. Entonces comencé a enviar mensajes SMS a discreción. Antes de las 12.00 ya me había quedado sin saldo y debía enfrentarme a la aburrida soledad. Yo solo conmigo mismo, escondido en la parte trasera de una furgoneta vieja y maloliente, con los ojos puestos en un portal del que apenas salía gente, en una zona marginal de la periferia.

    La radio no funcionaba, y no tenía más entretenimiento que una libreta y un bolígrafo. Ese taco de papel se convirtió en mi mejor amigo, y lo bauticé en ese mismo instante como Mi cuaderno de reflexiones.

    Mi mente, desasosegada, no paraba, me asaltaban pensamientos de todo tipo, con tal virulencia que me costaba centrarme en lo esencial en ese momento: la vigilancia. Cada minuto parecía una hora, no pasaba el tiempo en el reloj y mi impaciencia aumentaba por momentos. Entonces me percaté de que ese trabajo no tenía nada que ver con lo que había estudiado en la universidad. No alcanzaba a entender qué tenía que ver el derecho administrativo, civil, penal, la sociología, la ciencia policial, etc., con el hecho de estar escondido en una furgoneta al acecho de una señora que poco tenía de delincuente. (Con los años, sí he comprendido la importancia de estas

    ¿Disfrutas la vista previa?
    Página 1 de 1