A vuelapluma
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A vuelapluma - Jesús Feijóo Domínguez
A vuelapluma
Copyright © 2000, 2022 Jesús Feijóo Domínguez and SAGA Egmont
All rights reserved
ISBN: 9788728370544
1st ebook edition
Format: EPUB 3.0
No part of this publication may be reproduced, stored in a retrievial system, or transmitted, in any form or by any means without the prior written permission of the publisher, nor, be otherwise circulated in any form of binding or cover other than in which it is published and without a similar condition being imposed on the subsequent purchaser.
www.sagaegmont.com
Saga Egmont - a part of Egmont, www.egmont.com
A la memoria de mis padres.
A Pilar, compañera de travesía por la vida.
A mis hijos.
Introito
Hay un viejo aforismo que dice que el hombre no es tal hasta cumplir los veinticinco años, y a esa edad tiene que haber hecho tres cosas: plantar un árbol, tener un hijo y escribir un libro.
Cuando llegué a esa primera meta, aquél verano, solemnemente, planté un melocotonero en la pequeña huerta familiar de mi querido y natal pueblo extremeño, adonde acudía todos los años por las calendas agosteñas, ya que todavía por aquellos años no había descubierto las apacibles aguas del Mar Mediterráneo, porque el bolsillo recién terminada la carrera no daba para tanto, si bien hasta un año antes, por ser hombre de tierra adentro, no había tenido oportunidad de conocer el espléndido y ancho mar, y ello como premio paterno por haber terminado mis estudios. ¡Que emoción indescriptible cuando aquella mañana (había llegado a Santander de noche), al abrir la ventana de la habitación de la Pensión Puente Viesgo
vi por primera vez, allá a lo lejos, las azules aguas del Mar Cantábrico! Tuve la sensación de gritar, cual Rodrigo de Triana: ¡Mar!
La segunda etapa sucedió cumpliéndose a la vez los XXV años de paz, tan conmemorados en nuestra Patria (lo de país sólo se decía para señalar a las provincias vascas) y ocurrió en primavera. Dios, la cigüeña, o mi mujer, hicieron el milagro de que la segunda condición del axioma cobrara realidad.
Ha pasado la vida, y ahora cuando me encuentro en el comienzo del invierno, se va a ver cumplida la tercera condición de la máxima sentencia, escribir un libro.
Y más que escribir, diré publicar, ya que este pequeño texto viene a ser una recopilación de escritos, que he venido pergeñando a lo largo de los últimos años.
Mi afición a la escritura se ha visto satisfecha con los múltiples escritos jurídicos que obligatoriamente he tenido que hacer durante los cuarenta años de profesión, y el gusanillo lo mataba escribiendo de cuando en vez uno de los artículos, mejor pequeños trabajos, que alguna vez aparecieron en los papeles
, y otras guardé en el baúl de los recuerdos, y que ahora ven la luz en este libro.
Algunos los he recuperado de los recortes que he conservado de algunas Cartas al Director
, que enviaba en mi época estudiantil, a periódicos y revistas, de las cuales y como botón, reproduzco dos, hablando de mi gran vicio, que siempre fue el cine.
Son casi todos remembranzas del pasado, evocaciones de juventud, nostalgias, recuerdos, vivencias de un tiempo que no volverá, alguna crítica y poco más. Un día mi buen amigo y compañero Felix Bueno, asesor jurídico de la Asociación Gremial de Autotaxis, me pidió que le escribiera algunos artículos para la Revista La voz del taxi
que bimestralmente editaban, y que iba destinada como se colige a los 15.000 taxistas madrileños, y allí nació A Vuelapluma
, sin otro mérito, que una prosa fácil y directa dirigida a un colectivo de hombres sencillos.
De siempre he admirado a los escritores que nos relataban sus memorias, en mi biblioteca tengo un pequeño libro: Unos y otros
, que en el año 1947 publicó el tan hoy olvidado Miguel Pérez-Ferrero, aquel Donald que nos orientaba, en los años de posguerra con sus críticas cinematográficas en el diario ABC, de las películas que se estrenaban en los cines de la Gran Vía, y que es para mí una pequeña joya. Siempre he leído con delectación a Antonio Diaz-Cañabate, a Camilo José Cela, y recientemente a nuestro viejo maestro Don Ramón de Mesonero Romanos, con sus magníficas Memorias de un setentón o sus colecciones de artículos publicados en periódicos, que plasmó en sus libros Escenas Matritenses y Tipos y carácteres. Hace unos años, tirado en la calle, entre un montón de viejos papeles, encontré un libro amarillento, un tesoro, una colección de artículos del gran Leopoldo Alas, titulado Palique, editado en 1894, ¡que maravilla!, que prosa mas fluida emplea el autor de La Regenta en estos trabajos, escritos también, sin duda, a vuelapluma.
Un pintor de principios de siglo, Francisco Pompey, escribió hace unos años Recuerdos de un pintor que escribe, y posteriormente otras Evocaciones...., dos libros deliciosos, y como olvidar aquellos magníficos volúmenes del Anaquel de la revista Dígame, hoy tan agotados y buscados por bibliófilos, escritos por su director Ricardo García, K-Hito, como Yo García, Anda que te anda o De la Ceca a Meca.
También conservo en mi biblioteca un libro editado en 1967, en la Colección Selecta
de la Revista de Occidente, escrito por un próximo discípulo de Ortega y Gasset, Paulino Garagorri, Ejercicios intelectuales, que es otra joya, y que en su prólogo dice: la inflación bibliográfica es tan abrumadora en estos años, que la publicación de un libro debiera requerir justificación o disculpa suficiente. Los escritos aquí reunidos –continúa– son de fechas diversas, de 1944 el más distante, y de años próximos o inmediatos la mayor parte, y de temas dispares: nivel de vida y reforma del hombre, amor y erotismo, Edad de Oro, la libertad de cátedra, ciertos conceptos, algunos escritores...
todos estos textos se publicaron en la fecha indicada al pie de cada uno, pero al revisarlos ahora he procurado en ciertos casos, enmendar la expresión o ampliar la noticia...
Hago mías estas palabras.
Para escribir algunos de los trabajos me he fiado, aparte de mi buena memoria, de mis colecciones de programas teatrales y cinematográficos y algunas notas que guardaba de mi juventud; en algún caso, como cuando hablo de la radio, he refrescado mis ideas, consultando los libros que sobre el medio escribieron Luis Escurra y Lorenzo Díaz.
Sorprende la antítesis o antinomia de ciertos títulos, pero siempre la contradicción guarda una correlación en los relatos.
Por eso ahora que se ha puesto de moda la literatura mix, con la edición de libros recopilando artículos de periodistas y escritores que no quieren que sus trabajos se pierdan en los tomos inmensos de hemerotecas, he querido recopilar los míos, como cajón de sastre, y que vean la luz en este libro que, lector, tienes en tus manos, si he acertado bien venido sea, y si he errado, te pido disculpas.
También he querido incluir un modesto trabajo en las páginas centrales del libro, éste ya no escrito a vuelapluma, sino documentado, sobre el lugar de mi nacimiento, Puebla de Alcocer, su geografía, su historia, sus costumbres, sus fiestas y sus gentes.
A vuelapluma
El cine español
Sr. Director de Triunfo:
Muy Sr. mío: En primer lugar voy a presentarme. Soy un joven estudiante, gran aficionado al cine y, dentro de este al de verdad
. Si a Vd. le gusta más encasílleme en la lista de los Juan Nadie
, que asisten todos los sábados, y algún día que otro entre semana, lo mismo al cine de estreno en la Gran Vía, que al más modesto cine de barrio de sesión continua.
Durante todo el año he leído en su magnífica revista artículos y cartas de directores, productores, técnicos y artistas de nuestro cine. Unos y otros trataban de justificar el cine español, poniendo peros
que en realidad no existen. Un argumento que casi todos tomaban como bandera era el de que la gente no iba a ver las películas españolas. Terrible mentira. Si la producción es buena, el público acude a ver la película española con mejor ánimo que la extranjera, y somos muchísimos los aficionados que estamos de acuerdo en que Locura de amor, por ejemplo, es una de las tres mejores películas presentada la última temporada en Madrid, (las otras dos, a mi parecer son las incomprendidas Días sin huella y El tesoro de Sierra Madre). El éxito artístico y comercial de esta película durante toda la temporada, como la anterior, Botón de ancla, se debe única y exclusivamente a su calidad.
Cuando el productor sabe poner el corazón y el bolsillo, y realiza una obra aceptable, recoge el fruto, y hoy día, yo estoy seguro, los cuatro millones y medio de pesetas que costó a CIFESA, hacer la superproducción de Juan de Orduña, han sido multiplicados, y a la larga, hay que convencerse, señores productores, que el hacer buenas películas es un buen negocio. Lo que no puede ser nunca es que producciones vulgares, sin interés, de escasísimo mérito, se pretenda sostenerlas dos y tres semanas en cartel. El público, que no es tonto y al que le cuesta su butaquita catorce pesetas, se siente engañado al presenciar ciertos paquetes
, que pretenden meternos por los ojos algunos empresarios, y de ahí nace la leyenda negra
del cine español. Es cierto, y lamentable a la vez, que en nuestros estudios trabajamos con material que ya usábamos antes de la guerra. Pero ¿por qué –preguntamos nosotros– no se adquiere material moderno? No hay dólares, se nos dirá. ¿Es que para hacer películas sólo sirven las cámaras, las jirafas y los focos americanos? Podemos traer material francés, italiano o belga; en última instancia, hacer lo que han hecho los italianos e ingleses: dejar que los americanos rueden sus producciones en España y cuando, terminadas éstas, pretendan abonarnos con unos miles de dólares, rechazarlos y exigirles a cambio material cinematográfico. Hacer lo posible por elevar el cine español a la altura que se merece y no cruzarse de brazos y decir: aquí me las den todas
.
Queda a su disposición suyo afmo. s.s.q.e.s.m.
Publicada en la revista Triunfo del 19 de octubre de 1949.
Cine español y cine extranjero
Sr. Director de Triunfo
Madrid
Muy Sr. mío: Como ya en otras ocasiones ha tenido Vd. la gentileza de insertar alguno de mis humildes escritos en esa magnífica revista, hoy vuelvo a escribirle, no sin antes pedirle perdón por dos razones: primera, porque a fuerza de repetirme puedo resultar ya molesto; segunda, porque conozco el inconveniente que tiene el leer una cosa escrita a mano. Pero lo cierto es, señor director, que yo no tengo máquina de escribir; no soy como esos jóvenes de las películas americanas que no sólo tienen un magnífico Cadillac, para llevar a cualquier Purita al night club
, aparato de televisión, etc., sino que también poseen dos o tres secretarias que les escriben las cartas.
En mi última yo le hablaba a usted de un problema, por entonces acuciante en el cine español: el de la falta de material cinematográfico; en él insinuaba alguno de los caminos a seguir. No sé si algún magnate de nuestra cinematografía repararía en esa página de Cartas al Director
y allí leería, en su primera columna mi carta, que Vds. acertadamente titularon El cine español
. Lo cierto es que se comenzaron a realizar coproducciones en nuestros Estudios y se empezó a trabajar con material extranjero, que los coproductores franceses, italianos e ingleses traían. Esto, aparte que una mayor libertad en el comercio, permitió importar material americano, frances y belga, según creo, pero como esto ya ha pasado, yo le voy a relatar lo que hoy me ha sucedido.
Hoy he visto dos películas. Que cosa más corriente, ¿verdad? Me atrevería a decir que miles de personas ven al día dos películas y no les pasa nada.
Esta mañana he visto una película española, de título poco comercial, sin actores, sin decorados, quizá sin eso que los entendidos
llaman técnica; pero con poesía, con una tremenda poesía, con una infinita ternura, con una exquisita belleza plástica. (Hablaba de Segundo López, aventurero urbano, la primera película que hizo como directora la desaparecida actriz Ana Mariscal).
Por la tarde he visto una película cuyo reparto llenan nada menos que los nombres de Clark Gable y Bárbara Stanwyck, con toda esa técnica que quieran Vds. echarle; pero sin alma, sin vida, sin corazón. A la salida del cine, he encontrado a un amigo, y cuando tímidamente me he atrevido a decirle que la película española me ha gustado mucho más que la americana, me ha dicho estas palabras: tu estas loco y no entiendes una palabra de cine
. ¡Y esto, señor director, en el único país donde se pudo escribir El Quijote!
Con esto se viene a demostrar que para hacer una buena película en España –y en el resto del mundo–, lo que hace falta no son ni actores gesticulantes, teatrales, ni maquetas de suntuosos palacios de escayola, ni barcos, ni aún dinero –¡y pensar que realizar ésta película ha costado la mitad que construir un barquito
para una gran superproducción
!–. Sobra y basta con un hombre, un muchacho, la calle; una cámara y una mujer al lado de ésta, con las dos cosas que le faltan a los directores españoles: sentido común y corazón. Y este es el cine que nos gusta; este es el cine que, como españoles, queremos, y este es el cine que sería auténticamente español. Dejémonos ya de películas de pelucas, de reinas locas, de zarzuelas muertas y tanto folklore de pandereta, y mostremos al mundo que en España hay algo más que historia y mujeres morenas de vestidos de volantes y revueltas melenas; hay corazón y hay orgullo de tener, además de todo eso, un cine que posee valores y caracteres raciales que lo hacen universal. Y es que como dijo ese gran actor que es Jesús Tordesillas –el cual después de haber pululado doce años por las películas españolas, vestido de traidor del siglo XVI, de coronel del XIX, de jesuíta y de franciscano, ha ido a encontrar, ¡quién lo iba a decir!, su papel vestido de un buenazo, sencillo y humano, jefe de estación–, lo que le hace falta al cine de nuestra patria es otro 18 de Julio. Y esa fecha ha llegado.
Queda de usted, su afmo. s.s.q.e.s.m.
Publicado Revista Triunfo del 25 de Febrero de 1953.
González Marcos
A Paqui
El 7 de Octubre se cumplen tres años del fallecimiento de uno de los pintores que en el presente siglo mejor ha sabido interpretar con sus pinceles la gracia, el colorido y el sabor de nuestra impar Fiesta brava.
Ángel González Marcos era un enamorado, sobre todo y por encima de todo, de ese bello animal ibérico, que es el toro de lidia; a menudo confesaba a los amigos, que no hay espectáculo más bello que el de contemplar la manada pastando en las dehesas y acercándose en el invierno a comer en los dornajos.
Sus amores en la vida fueron siempre el campo, la caza, los toros, y luego, vocación ya tardía, porque sintió la necesidad de plasmar todo ello en algo que quedara, la pintura.
Había nacido en Madrid, en el castizo barrio de Lavapiés, el año 1907, era hijo de unos acomodados comerciantes, y su infancia y juventud transcurrió en el hacer paterno, si bien el gusanillo de la Fiesta lo llevó siempre, ya que su hermano Félix fue novillero, apodado Dominguín Chico
, actuando en distintas plazas y llegando a presentarse en Madrid, alternando con el diestro vallisoletano Fernando Dominguez y el Niño de la Estrella. Fue, sin duda, este hermano el que acució la afición a la Fiesta, cuyos temas llenarían bellas páginas de su inspiración pictórica.
Es al comienzo de la década de los cuarenta, –esos que ahora con nostalgia cantamos–, cuando González Marcos empezó a tomar los pinceles y emborronar cartones y lienzos, que regalaba a los parientes y amigos y que vendía por quince o veinte duros, con mucha suerte, en las mañanas domingueras del Rastro madrileño.
Ya en el año 1944 celebró su primera exposición en la Sala Aeolian, siendo acogido con un buen éxito de público y crítica, elogiado con fervor por aquél gran crítico, Manuel Sánchez Camargo, que fue el biógrafo del gran maestro de la pintura contemporánea, Gutiérrez Solana, y al año siguiente, 1945, lo hace en la Sala de Arte Publitecsa, de la popular calle de la Montera, que dirigía el escritor y crítico taurino D. José Bellver Cano, obteniendo un resonante éxito.
Desde esta fecha y hasta prácticamente la de su muerte, durante treinta años, han sido más de cien las exposiciones individuales y colectivas que ha celebrado, ocurriéndole a veces que no tenía obra para exponer, pues los coleccionistas de arte, y, sobre todo, la gente
del toro, lo buscaba en su estudio y se llevaban los cuadros con la pintura fresca.
Madrid, Barcelona, Bilbao –donde hay mucha obra–, Zaragoza, Pamplona, Valencia, Santander, Salamanca, Vitoria, San Sebastián, Sevilla, La Coruña, Alicante, Palma de Mallorca, etc., han visto colgados en sus Salas de Exposiciones, esos toros en el campo inconfundibles de González Marcos, esas suertes de varas con el picador caído, ante la pujanza y empuje del toro, esos patios de caballos, esos encierros, esas capeas, las capillas, donde los diestros con cabeza baja imploran suerte, y dónde la unica luz del cuadro es la de la puerta del fondo entreabierta.
Pero no solamente en España, también expuso en Méjico, en los años 1954 y 1957, y en Lima, Caracas, La Habana y Río de Janeiro en 1959, en Lisboa en 1961, en Nimes, en Nueva York, y hasta en el Aium, en el Sahara. Su pintura está representada en los Museos de Zaragoza y Córdoba, y hay mucha obra suya en numerosas colecciones particulares de España y América, y puede decirse que entre el mundillo que rodea el planeta de los toros: empresarios, ganaderos, críticos, toreros, aficionados de solera..., raro es el que en su piso, casa de campo o cortijo, no tiene colgado un lienzo de González Marcos.
En cierta ocasión le pregunté porqué no había un cuadro suyo expuesto en el Museo Taurino de la Plaza de las Ventas, y me dijo, que porque habían querido que lo regalara, y que el sólo regalaba sus cuadros a quien quería, y en verdad que era persona espléndida y desprendida.
La pintura de González Marcos se mantiene dentro de la escuela o tendencia impresionista, con una gama de colores ricos, calientes, llevados al lienzo rápidamente, fijando la impresión percibida por el artista, pero realizado de modo muy superior a como se realiza el boceto, pero distinto a éste, aquí lo impresionista queda hecho totalmente sin posibilidad de rectificar. Su triunfo es justamente esa naturalidad, esa total ausencia de retoque, logra un realismo mediante el impresionismo, y éste es el rasgo definido de su personalidad como artista.
González Marcos obtuvo numerosos premios y galardones en las Exposiciones Nacionales de Bellas Artes y Salones de Otoño, concurriendo con los grandes maestros de la pintura contemporánea, recordando la Exposición Taurina, que allá por 1965 se celebró en la Sala Goya del Círculo de Bellas Artes de Madrid, al lado de laureados pintores como Váquez Díaz, Benjamín Palencia, Enrique Segura, Soria Aedo, Roberto Domingo...
A éste último pintor, se le ha querido comparar, diciendo que es un imitador
de su pintura, cosa incierta, ya que la manera de concebir, de manchar y la pincelada es distinta en uno y otro. Si puede ser un seguidor –no discípulo–, como seguidor de Goya fue Eugenio Lucas, pero en el arte –los toros y la pintura– cada artista tiene su propia personalidad, así Parrita no imitó a Manolete, ni Antonio Ordoñez a Julio Aparicio, ni estos dos a Antonio Bienvenida. Cada maestro tiene su estilo, que el buen entendedor sabe diferenciar, sea con el capote en las manos, sea con la paleta y los pinceles.
Roberto Domingo, excepcional pintor llevó nuestra fiesta al lienzo con una personalidad inimitable, Angel González Marcos es de otra época, cuando pase el tiempo algún nuevo pintor dirá de González Marcos lo que él decía de Roberto Domingo: El mejor en temas taurinos es Roberto Domingo; me honra haber sido su amigo
.
Agosto 1980.
La Europa que viene
El día 1 de Enero, si Dios no lo remedia, seremos europeos. Bueno, hay que pensar, que europeos ya éramos desde varios siglos atrás, cuando nos pavoneábamos por Europa, y nuestros capitanes y soldados no tenían necesidad de buscar a las dulces valkirias nórdicas y centroeuropeas en las playas de Benidorm y Marbella,