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Siempre nos quedará la Habana
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Libro electrónico136 páginas1 hora

Siempre nos quedará la Habana

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Marzo de 2016 fue un mes agitado en La Habana. Esta novela cuenta el viaje de un antropólogo argentino para escribir un artículo sobre la ciudad, en el preciso momento en que Barack Obama y los Rolling Stones visitaban la isla, como parte de la breve apertura de relaciones entre Cuba y Estados Unidos, Dentro de ese contexto se dará su encuentro con Nabetse, la guía que lo acompaña, una mujer cubana negra, abogada y docente, con quien tendrá un romance y varias conversaciones sobre la vida actual en Cuba.La novela de Luis Cerioni hace que se crucen y dialoguen (tanto como sea posible) las dimensiones temporales: el presente, pasado y futuro de la Revolución, lo que las mujeres y los hombres hacen en torno a ella.-
IdiomaEspañol
EditorialSAGA Egmont
Fecha de lanzamiento18 abr 2022
ISBN9788726903218

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    Siempre nos quedará la Habana - Luis Cerioni

    Siempre nos quedará la Habana

    Copyright © 2020, 2022 Luis Cerioni and SAGA Egmont

    All rights reserved

    ISBN: 9788726903218

    1st ebook edition

    Format: EPUB 3.0

    No part of this publication may be reproduced, stored in a retrievial system, or transmitted, in any form or by any means without the prior written permission of the publisher, nor, be otherwise circulated in any form of binding or cover other than in which it is published and without a similar condition being imposed on the subsequent purchaser.

    www.sagaegmont.com

    Saga Egmont - a part of Egmont, www.egmont.com

    A Ella, porque en ella encontré a Nabetse

    y descubrí una Habana auténtica y sincera.

    Y también a Ella, porque es sal y es luz.

    Siempre nos quedará París, le dice Rick (Humphrey Bogart) a la bella Ilsa (Ingrid Bergman), en el momento que saben que se separarán para siempre, al despedirse en el aeropuerto, en el final de Casablanca.

    Es una de las frases más hermosas jamás dichas en el cine y en la vida. Siempre nos quedará ese lugar donde fuimos intensamente felices, donde conocimos la plenitud, donde reímos, donde lloramos, donde sentimos la caricia de lo absoluto, donde nos creíamos eternos y lo fuimos, porque ahí –en ese exacto y único lugar que jamás perderemos, que siempre será nuestro– nos enamoramos con un amor tan extremo, tan loco, que solo podía durar para siempre, ni un día menos que la eternidad.

    José Pablo Feinmann

    Siempre nos quedará París

    Se terminó, se terminó.

    Perdieron todas las apuestas

    los cantores de protesta.

    Al final el reggaeton mueve el mundo.

    Se terminó, se terminó.

    Tocan los Rollings en La Habana.

    Y la Revolución cubana pega un giro

    más hermoso y profundo.

    Se terminó, se terminó.

    Fito Páez

    Se terminó

    La Ciudad Liberada - Arriola Records

    I

    Domingo 20 de marzo de 2016

    LOS ROSTROS DE LA HABANA

    Las ciudades, como el resto de los seres, suelen tener su esqueleto por dentro, tapado por sus carnes. La Habana tiene su esqueleto afuera, derritiéndose al sol. Es una de las ciudades más bellas del mundo, grandiosa y descascarada, que las manos de un dios yoruba o socialista ha detenido en el momento inmediatamente anterior al derrumbe final. ¿Así será La Habana, como la describió Martín Caparrós? O tal vez sea como la pintó Carlos Carnicero: Reina del Edén. Perla sandunguera y sabrosona que borra con son y buen humor la carestía y una inestable situación sociopolítica, atrae como un imán al viajero y le seduce con sus curvas de arena blanca y la sensual provocación de sus mujeres. Durante todos los días del año, el ron y los mojitos relajan la atención; y el clima incomparable de su cielo envuelve en sudor los problemas hasta deshidratarlos. Si en algún lugar de este mundo tiene uno la obligación de perder la compostura, sin duda es en esta tierra bendecida por las ganas de vivir. ¿O tendrá muchos rostros, como la vio Ángel Tomás González? La Habana es mágica, irreverente, conservadora, libertina, bulliciosa, alegre, melancólica, encandilante, oscura, rica y pobre. Semeja a los espejos de las ferias que deforman o repiten íntegramente la figura según desde donde se la mire. No existe una única Habana, hay cientos de ellas. Todo depende de dónde se la contemple.

    Bueno será descubrirlo.

    ¿Y la Revolución? ¿Será la Revolución cubana un sueño eterno, parafraseando el título de la inolvidable novela de Andrés Rivera? ¿O es lo que pudo ser y no lo que quiso ser,como lo lamentó Eduardo Galeano, y ya no queda lugar para los sueños? ¿Sobrevivirá a la dinastía de los Castro, a la era de Internet y las redes, que ya no permiten ocultar la realidad, tal como se ha pretendido durante años? ¿Expectativa, curiosidad, incertidumbre, oportunidad, indiferencia? ¿Qué estado de ánimo provoca en los cubanos este nuevo proceso que se abre después de casi sesenta años? Todo esto me pregunto esta mañana de domingo soleada y húmeda, y lo anoto en mi diario de viaje como temas de investigación. El vuelo de Copa Airlines –que me trae de Argentina previo trasbordo en Panamá– acaba de aterrizar a las once de la mañana hora local y yo aguardo concluir con los trámites de arribo en el modesto aeropuerto José Martí que, colmado de uniformados verde olivo, registra un inusual despliegue de medidas de seguridad y una agobiante demora producto de su artesanal burocracia.

    Llego a La Habana para escribir un reportaje sobre la ciudad y su gente; describir los lugares más emblemáticos, indagar sobre algunos tramos significativos de su historia política, sus costumbres, su cultura y su vida cotidiana; descubrir sus voces, colores, olores y sabores; observar lo que hacen, escuchar lo que dicen y desentrañar lo que piensan hoy los cubanos de tres generaciones (los contemporáneos a Fidel – que aún son muchos–, sus hijos y sus nietos) sobre un gobierno revolucionario (¿revolucionario?) que lleva casi sesenta años en el poder. Tomar el pulso de este momento sociopolítico, tras el restablecimiento de las relaciones diplomáticas con Estados Unidos y la visita a La Habana de Barack Obama –el único presidente norteamericano que pisará la Isla, después de ochenta y ocho años– y de la increíble presentación de los Rolling Stones en la Ciudad Deportiva, el viernes próximo. Un trabajo de campo, como decimos los antropólogos, un retrato actual que permita hacer un diagnóstico aproximado y ensayar un pronóstico tentativo sobre el futuro cercano.

    II

    JIMMY Y CARIDAD:

    DOS CARAS DE LA REVOLUCIÓN

    Después de algunas horas de espera en el aeropuerto paseo, sin apuro, en el taxi conducido por Jimmy, un mulato de ojos negros, pelo corto, de aproximadamente veinticinco años, que viste una gorra de béisbol azul con la visera hacia atrás, una remera negra con la imagen en rojo del rostro de Bob Marley, jeans azules gastados y zapatillas de cuero blanco. Despreocupado, acompaña con su silbido un reguetón que escucha desde el receptor que lleva en el auto. Mulato, aunque a veces se lo use como tal, no es un término peyorativo sino reconocido por la Real Academia Española para definir la unión de la raza negra con la blanca, como se utiliza también el término mestizopara definir la fusión del indio con el blanco.

    Al llegar al Capitolio se corta la música y Radio Habana Cuba anuncia: Siendo las cuatro y veinte p.m., cuando el cielo se ha nublado y comienza a llover sobre La Habana, el presidente de Estados Unidos Barack Obama, junto a su esposa Michelle, sus hijas y su suegra, y al frente de una amplia delegación, arriba al aeropuerto José Martí en visita oficial a Cuba hasta el 22 de marzo, siendo recibido al pie del avión Air Force One por el canciller Bruno Rodríguez y otros funcionarios de gobierno.

    Luego de escuchar la noticia, Jimmy me tira un primer indicio sobre la situación actual.

    —Yo estuve viviendo en Miami, amigo. Pero regresé a La Habana. Allá hay que trabajar duro, ¿sabe? ¿Y cuándo se vive? —me pregunta, y adivino su pensamiento—. Están todos locos, lo único que hacen es trabajar. Tampoco quise seguir la Universidad, ¿para qué?, ¿para ganar veinte CUC por mes? No es que no me guste trabajar; como no tengo familia a cargo pude ahorrar unos cuantos dólares en el Norte y arreglar este carro que estaba muerto. Con esto de la apertura lo pude comprar y ahora soy un cuentapropista. No fue fácil, algo de mecánica conozco y debí pedir ayuda a mis amigos de Miami para conseguir allá, en las tiendas de autopartes de carros antiguos, algunos repuestos y adaptarlos a mi Cadillac. También me traje la pintura original; aquí en Cuba, ¡ni preguntar!, si por suerte consigues algo vale veinte veces más. Todos los meses debo entregar una renta al Estado por el servicio de taxi, pagar la licencia, la seguridad social y el diez por ciento de mis ganancias, pero lo que me queda es mío, no como a los taxistas de los grandes hoteles, que tienen carros del Estado pero deben hacerse cargo de todos los gastos, pagar la renta y recién el resto es para ellos; en temporada baja el dinero que ingresa es poco.

    Jimmy averigua de dónde soy. Cuando le digo que de Argentina, me pregunta si he visto jugar a Maradona. Le respondo que sí, y que nunca lo hizo mejor que en el Napoli y en el Mundial de México de 1986. Me cuenta que en el 2000, cuando el Diego llegó a La Habana para tratarse por la droga, él era un chama (como se le dice en Cuba a los pibes). A Maradona lo habían internado en La Pradera –un centro de salud ubicado en el municipio de La Playa– y el lugar siempre estaba rodeado de periodistas y de chicos como él que querían conocerlo, y que el Diego a veces salía a saludarlos o a regalarles pelotas o camisetas de la Selección Argentina con el 10 en la espalda. Que tuvo la suerte de conocerlo y recibir una pelota un día que su hermano Jorge Luis lo llevó en su bicitaxi hasta La Playa. Se calla y el silencio nos invade; parece que el recuerdo ha logrado emocionarlo.

    Tengo hambre. Invito a Jimmy a que me acompañe a almorzar. Me dice que no, pero que vaya al Hotel Parque Central, que ahí se come bien. Que él aparcará al frente, en el Inglaterra, donde veo una gran cantidad de almendrones de pintorescos colores estacionados en diagonal. Me dice que puedo dejar el equipaje en el auto: No hay cuidado, en La Habana no se roba, amigo.

    —¿Por qué almendrones? —le pregunto mientras estoy bajando.

    —Es por su parecido con una almendra gigante, eso dicen todos, pero no se sabe bien de dónde salió eso —dice—. Hubo un tiempo que a los taxis colectivos se los llamaba boteros, en alusión a los botes que antes cobraban por cruzar la bahía o el río Almendares a golpe de remo. Al menos se sabe por qué se los llama así. De ahí que a los choferes

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