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Aprendiz de un Maestro de los Himalayas: La autobiografia de un yogui
Aprendiz de un Maestro de los Himalayas: La autobiografia de un yogui
Aprendiz de un Maestro de los Himalayas: La autobiografia de un yogui
Libro electrónico483 páginas5 horas

Aprendiz de un Maestro de los Himalayas: La autobiografia de un yogui

Por Sri M

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Información de este libro electrónico

Antes de llevarlo a este viaje de aventuras, desde la costa sur de la India hasta los picos nevados del legendario Himalaya en el norte y viceversa, en el que conoceremos a personas extraordinarias y tendremos experiencias inusuales, a menudo increíbles, me gustaría abordar algunas cosas, hasta ahora me he guardado la mayoría de las experiencias

IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento29 ene 2022
ISBN9788194718703
Aprendiz de un Maestro de los Himalayas: La autobiografia de un yogui
Autor

Sri M

Sri M was born in Tiruvananthapuram, Kerala. At the age of nineteen and a half, attracted by a strange and irresistible urge to go to the Himalayas, he left home. At the Vyasa Cave, beyond the Himalayan shrine of Badrinath, he met his Master and lived with him for three and a half years, wandering freely, the length and breadth of the snow clad Himalayan region. What he learnt from his Master Maheshwarnath Babaji, transformed his consciousness totally. Back in the plains, he, as instructed by his Master, lived a normal life, working for a living, fulfilling his social commitments and at the same time preparing himself to teach all that he had learnt and experienced. At a signal from his Master he entered the teaching phase of his life. Today, he travels all over the world to share his experiences and knowledge. Equally at home in the religious teachings of most major religions, Sri M, born as Mumtaz Ali Khan, often says "Go to the core. Theories are of no use" Sri M is married and has two children. He leads a simple life - teaching and heading the Satsang Foundation, a charitable concern promoting excellence in education. At present he lives in Madanapalle, Andhra Pradesh, just three hours from Bangalore.

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    Vista previa del libro

    Aprendiz de un Maestro de los Himalayas - Sri M

    Título original en inglés

    Apprenticed to a Himalayan Master - A Yogi's Autobiobraphy, 2010

    por Sri M

    Trabajo traducido Copyright © 2019 por Sri M

    Todos los derechos reservado. Esta publicación no puede ser reproducida, ni en todo ni en parte, ni registrada en, o transmitida por, un sistema de recuperación de información, en ninguna forma ni por ningún medio, sea mecánico, fotoquímico, electroóptico, por fotocopia o cualquier otro, sin permiso previo por escrito del autor.

    Diseño: J. Menon www.grantha.com

    Publicado por Magenta Press & Publication Pvt. Ltd.

    No. 9, 1st Floor, Webster Road, Cox Town, Bangalore 560005,India.

    Tel. 6363083590/9343071537, info@magentapress.in, www.magentapress.in

    eBook ISBN: 978-81-9471-870-3

    Paperback ISBN : 978-81-9387-554-4

    "Próximos títulos de Sri M en español

    Joya en el loto: Aspectos más profundos del hinduismo

    La pequeña guía para una gloria más grande y una vida más feliz

    Otros títulos en español de Sri M

    Shunya a novel

    On Meditation - Finding Infinite Bliss and Power Within

    Apprenticed to a Himalayan Master - A Yogi's Autobiography

    The Little Guide To Greater Glory and a Happier Life

    Wisdom of the Rishis : Ishavasya, Kena, Mandukya

    Jewel in the Lotus - Deeper Aspects Hinduism

    How to Levitate and other Great Secrets of Magic

    The Upanishads - Katha, Prashna, Mundaka

    The Journey Continues - Sequel to Apprenticed to a Himalayan Master

    Kailash Manasarovar

    Traducciones disponibles de Aprendiz de un maestro do los Himalayas

    Alemán, bengalí, gujarati, hindi, inglés, italiano, kannada, malayalam, marathi, oriya, ruso, tamil, telugu.

    Otros títulos en español de Sri M

    Para comprar libros y discursos de Sri M en audio y video visite

    www.magentapress.in

    Índice

    IMAGEN DE PORTADA

    PAGINA DEL TITULO

    COPYRIGHT Y PERMISOS

    OTROS LIBROS DE SRI M

    AGRADECIMIENTOS

    PREFACIO

    CAPÍTULO 1. EL PRINCIPIO

    CAPÍTULO 2. UNA VISITA DEL MAESTRO DE LOS HIMALAYAS

    CAPÍTULO 3. EL GAYATRI MANTRA

    CAPÍTULO 4. MI ENCUENTRO CON EL YOGUI GOPALA SAAMI

    CAPÍTULO 5. UN SUFÍ INTOXICADO POR DIOS

    CAPÍTULO 6. DENTRO DEL TEMPLO DE SUBRAMANYA

    CAPÍTULO 7. PREPARACIÓN PARA EL ASCENSO

    CAPÍTULO 8. LA HISTORIA DE SRI NARAYANA GURU

    CAPÍTULO 9. ESTÍMULOS EXTRAÑOS EN EL MOMENTO JUSTO

    CAPÍTULO 10. LAS BENDICIONES DE MASTAN

    CAPÍTULO 11. TRES MONJES

    CAPÍTULO 12. MAI MA

    CAPÍTULO 13. COMPRENDIENDO LA LOCURA SANTA

    CAPÍTULO 14. LA PRUEBA

    CAPÍTULO 15. RUMBO A LOS HIMALAYAS

    CAPÍTULO 16. LA CUEVA DE VASISHTA

    CAPÍTULO 17. LOS NAGA Y APRENDIENDO EL MAHAMANTRA

    CAPÍTULO 18. EL ZAPATERO Y EL MONJE

    CAPÍTULO 19. EL BUSCADOR EN BADRINATH

    CAPÍTULO 20. EL ENCUENTRO CON BABAJI

    CAPÍTULO 21. MI PRIMERA INICIACIÓN

    CAPÍTULO 22. ENCENDIENDO EL FUEGO DE KUNDALINI

    CAPÍTULO 23. EL VIEJO LAMA TIBETANO

    CAPÍTULO 24. YOGA, VEDANTA Y EL NATH PANT

    CAPÍTULO 25. THOLINGMUTT Y EL HOMBRE DE LA MONTAÑA

    CAPÍTULO 26. EL VALLE DE LAS FLORES Y HEMKUND

    CAPÍTULO 27. EL ENCUENTRO CON EL SIDDHAR

    CAPÍTULO 28. KEDARNATH: ABRIENDO LOS CANALES

    CAPÍTULO 29. LA BOLA DE FUEGO DEL CIELO

    CAPÍTULO 30. LA CURACIÓN Y EL ENCUENTRO CON EL GRAN MAESTRO

    CAPÍTULO 31. UN VERDADERO HOMBRE SANTO

    CAPÍTULO 32. INICIACIÓN A SRI VIDYA

    CAPÍTULO 33. LECCIONES DEL ALEMÁN

    CAPÍTULO 34. VOLVIENDO A TRIVANDRUM

    CAPÍTULO 35. PREPARATIVOS PARA LA MISIÓN

    CAPÍTULO 36. LECCIONES DE UN MAESTRO SUFÍ

    CAPÍTULO 37. LA MISIÓN RAMAKRISHNA

    CAPÍTULO 38. SRI DEVI Y NEEM KAROLI BABA

    CAPÍTULO 39. EL AGHORI DE VARANASI

    CAPÍTULO 40. ALANDI, SHIRDI Y CAMINAR A TRAVÉS DE LAS PUERTAS

    CAPÍTULO 41. MÁS VIAJES: NUEVAS REVELACIONES

    CAPÍTULO 42. BABAJI EN EL TAJ MUMBAI

    CAPÍTULO 43. ENCUENTROS CON LAXMAN JOO Y J. KRISHNAMURTI

    CAPÍTULO 44. VASANT VIHAR

    CAPÍTULO 45. BABAJI DEJA SU CUERPO

    CAPÍTULO 46. LA MUERTE DE K

    CAPÍTULO 47. CASAMIENTO Y MUDANZA A NEEL BAGH

    CAPÍTULO 48. NEEL BAGH Y EL TREN SATSANG

    CAPÍTULO 49. EL YATRA A KAILASH - MANASAROVAR

    CAPÍTULO 50. EL VIAJE CONTINÚA

    NOTAS AL PIE

    CONTRAPORTADA

    AGRADECIMIENTOS

    Expreso mi profundo sentimiento de gratitud a los siguientes amigos, sin cuya ayuda este libro no habría sido posible.

    A Kaizer Karachiwala, que con esmero y con gran cuidado dio sentido a mis garabatos, a menudo poco claros, y los convirtió en un manuscrito legible.

    A Balaji y Sreedhar, quienes emprendieron la difícil tarea de ocuparse de los aspectos editoriales y empresariales de manera desinteresada y muy eficientemente.

    A Shobha Reddy, que desde el principio, y a pesar de mi renuencia a aprobar la empresa, asumió la responsabilidad de tomar fotografías y de crear un formidable archivo, y con gran atención y dedicación me ayudó a clasificar las fotos que encontrarás en este libro.

    A Roshan, mi hijo, y a mi amiga Radha Mahendru, que especialmente ayudaron en la selección de las fotografías y en diagramar la disposición de las imágenes.

    A Vijay Bhasker, que se ocupó de los trabajos de oficina.

    Y a todos mis queridos amigos, cuyo gran anhelo de conocer los hasta ahora secretos y desconocidos capítulos de mi vida, me movió a comenzar este libro en primer lugar.

    Gracias a todos.

    Sri M

    PREFACIO

    Antes de emprender con ustedes este viaje de aventuras, que transcurren y atraviesan esta inmensa y fantástica geografía, desde la costa sur de la India hasta las místicas cumbres nevadas de los Himalayas, conociendo individuos extraordinarios y compartiendo experiencias inusuales e increíbles, quisiera añadir unas pocas palabras que pondrán todo en la perspectiva correcta.

    Hasta ahora, he mantenido la mayor parte de las experiencias que he escrito en este libro, muy cerca de mi corazón. Ni siquiera mis más íntimos amigos podían convencerme de revelar algo más que un indicio de lo que estaba escondido en lo más profundo de mi conciencia.

    ¿Por qué esta reserva? y ¿por qué ahora decido revelar el secreto? Las respuestas a estas preguntas merecen ser contestadas ahora mismo.

    Mi Maestro Babaji había dado a entender que, en algún momento, yo iba a escribir una autobiografía. Sin embargo, la aprobación del Maestro, que yo esperaba, no llegó hasta hace dos años. Incluso después de su señal, deliberé por más de seis meses, antes de comenzar a escribir a regañadientes, principalmente por dos razones.

    Por un lado, tenía miedo de que, atrapado en la fantasía de la fascinante saga, el aspirante espiritual sincero podría perder de vista los aspectos prácticos y necesarios del viaje espiritual.

    Por otro lado, que el lector crítico, encontrando algunas partes de la narración increíblemente extrañas, podría desestimar todo el libro como una patraña.

    Sin embargo, había fuerzas que inclinaban la balanza a favor de la redacción de esta autobiografía.

    En primer lugar, se me ocurrió que era asunto mío escribir lo que he experimentado y dejar a la pequeña minoría de escépticos lectores decidir si aceptarlo o rechazarlo. Yo sentía que era injusto con la mayoría de los lectores, al dudar de contar mi historia por temor a las minorías.

    En segundo lugar, después de la aparición de la Autobiografía de un yogui de Swami Yogananda, muy pocas biografías espirituales auténticas han aparecido, y aun así, los escritores de las mismas ya no están vivos y disponibles para mantener discusiones con ellos. También, por muy auténtica que es la autobiografía de Swami Yogananda, él no había pasado personalmente mucho tiempo en los Himalayas. Por lo tanto, pensé que era importante que relatase mis experiencias, especialmente las que he tenido en los Himalayas, ahora mismo que puedo estar a disposición del lector para poder conversar sobre las inquietudes que se le presenten.

    En tercer lugar, mi relato intenta acercar las experiencias de dos grandes maestros como Babaji y Sri Guru, que influencian la marea de la evolución espiritual en silencio, detrás de las escenas, a pesar de que muy pocos saben de su existencia.

    Hago un llamamiento a los lectores para, si es necesario, hacer caso omiso de aquellas partes que parecen como demasiado fantásticas para ser reales, y lean el resto para no perderse las grandes enseñanzas de Sri Guru y Babaji.

    Acerca de mi gurú, sólo puedo decir lo que dijo Swami Vivekananda¹ acerca del suyo, Una partícula de polvo de sus pies benditos podría haber creado mil Vivekanandas.

    Sustituye, querido lector, Vivekananda por 'M' y sabrás lo que quiero decir. Vengan conmigo, entonces, en este viaje maravilloso y que las bendiciones de los Maestros los acompañen.

    Vamos a comenzar el viaje

    1. EL PRINCIPIO

    Hace cuarenta años, a la edad de 19 años, un joven de Kerala, el estado más meridional de la India, se encontraba en profunda meditación en la cueva de Vyasa², en el Himalaya cerca de Badrinath, en la región de la frontera indo-tibetana. Incluso en aquella época, no era habitual que un adolescente decidiese ir a meditar a los Himalayas. Lo que hace más extraña e increíble la historia es que aquel joven no provenía siquiera de una familia hindú.

    Cómo llegó este muchacho a convertirse en un yogui, y el misterioso y fascinante mundo de inimaginable poder y grandeza que se abrió ante él, esa es la historia de mi vida. Yo era ese joven.

    Si me lo permites, voy a comenzar desde el principio. Tan pronto como sea posible, caminemos juntos hacia la morada de las nieves eternas. Allí, entre los picos de los Himalayas vestidos de hielo, moraba mi amigo, filósofo y guía. Mi querido Maestro, por cuya bondad y gracia, he aprendido a volar alto hacia las más grandes dimensiones de la conciencia.

    Las palabras no hacen justicia a la gloria de estas esferas, sin embargo, las palabras son las únicas herramientas que tenemos a nuestra disposición. Entonces comencemos nuestro viaje, buenos amigos, caminando en la espesura del bosque, hablando acerca de las maravillosas vistas, las brillantes flores meciéndose suavemente, las aves cantando dulcemente, el gran río corriendo a lo largo del valle, los altos árboles de pie en silencio, y así continuamos hasta que damos vuelta a la esquina y de repente, nos topamos con la gran blancura imponente de los Himalayas, cubiertos de nieve, dejándonos sin habla y maravillados. ¿Acaso no cantaban los antiguos Rishis³: Yad vaacha na abbhyuthítham? (el poder y la gloria, que incluso las palabras no pueden comprender).

    Tengo tantas ganas como tú de llevarte cara a cara con Parvati⁴, la hija recatada de Himavan, el Señor de las montañas. Sin embargo, algunos artículos esenciales de equipaje tienen que ser recogidos y empacados antes de comenzar el ascenso. Lo haré sin perder tiempo, adhiriéndome a lo esencial.

    Nací en Tiruvananthapuram, "la ciudad del Señor Vishnu⁵, que duerme sobre la serpiente Anantha". En Sáncrito, Anantha también significa sin fin, infinita.

    Trivandrum, como pasó a ser llamada por los británicos, que gobernaron India durante cien años, es una ciudad costera, la capital de Kerala, en el extremo sur de la India. En 1948, Kerala se parecía más a una aldea en expansión, con sus colinas, ríos y abundante vegetación.

    Nací el 6 de noviembre de 1948 en una familia de emigrantes de la comunidad Pathan⁶, cuyos antepasados habían llegado a Kerala como mercenarios, y se habían unido a las fuerzas del Maharaja de Travancore, en aquel entonces el poderoso Varma Marthanda.

    Esta historia es como esas historias sorprendentes que escuchamos muchas veces, donde un chico humilde se vuelve millonario. Sin embargo, mi historia tiene otras riquezas y otros paisajes. Es la de un chico normal que llega a las altas cumbres de los Himalayas, logrando la conciencia expandida a fuerza de sinceridad, foco, disposición para asumir riesgos y rechazando el fracaso como opción.

    Por supuesto, el factor que considero más relevante es la guía y las bendiciones de un gran Maestro, cuyo insondable amor y afecto me ayudaron a realizar este viaje a través de un territorio inexplorado. Un Maestro que nunca restringió mi libertad de cuestionar, nunca me soltó las riendas para que no me vuelva perezoso y dependiente, y perdonó todos mis defectos y mis reacciones condicionadas. ¿Cómo olvidar a un ser tan grandioso - padre, madre, maestro y amigo muy querido, todos reunidos en uno? ¿Fue la compasión que le llevó a entrar en mi vida cuando yo tenía apenas nueve años, o hubo una relación más allá de esta vida? Esta pregunta quizá la puedas responder tú, lector, una vez que la historia haya finalizado.

    Babaji⁷ (padre), como llamaba a mi Maestro, solía decir: Mantén las cosas simples y directas, sin parafernalia. Vive en el mundo como lo hacen los demás. La grandeza nunca se publicita. Los que se acerquen, lo descubrirán por sí mismos. Sé un ejemplo para tus amigos y allegados de cómo se puede vivir en este mundo feliz, y, al mismo tiempo, sintonizar con la abundante energía y la gloria de la conciencia infinita.

    No obstante, no me puedo abstener de relatar ciertos hechos antes de llegar a ese profético día cuando el amable Maestro apareció en mi vida, seis meses después de mi noveno cumpleaños.

    (i)

    Desde el momento en que nací, he tenido la tendencia a cruzar una pierna sobre la otra. Verás la posición en la primera fotografía que me han tomado en mi vida, apenas dos meses después de mi nacimiento. La costumbre continuó, y cuando crecí, me di cuenta de que la clásica posición con las piernas cruzadas de los yoguis era para mí la manera más confortable de sentarme. Incluso hoy en día, donde quiera que vaya, me encanta sentarme con las piernas cruzadas sobre la silla, si los anfitriones no tienen ninguna objeción.

    (ii)

    Desde la edad de cinco años y medio hasta la edad de diez años, yo sufría de terribles pesadillas que eran siempre idénticas. Alrededor de la medianoche, veía en mi sueño un gigantesco monstruo semi-humano con colmillos afilados, garras largas, parecido a algo así como un bailarín de Kathakali⁸, tratando de agarrarme y llevarme. Aún dormido al mundo exterior, yo gritaba y salía corriendo de la casa, con el monstruo en plena persecución, al grito de tengo que irme allí.

    Mis padres a menudo corrían detrás de mí, y mi padre era el único que me podía despertar del estado de trance, gritando mi nombre en voz alta en mis oídos. Sin embargo, ese enorme monstruo nunca pudo alcanzarme en aquellas apariciones.

    Diversas curas fueron intentadas, incluyendo el uso de talismanes, pero sin ningún efecto. Los sueños finalmente desaparecieron después de mi primer encuentro con el Maestro. Me tomó muchos años comprender de qué estaba huyendo y hacia donde quería ir.

    (iii)

    Mi abuela materna, que tenía conexiones sufís⁹, me mantuvo cautivado por las historias de aquellos místicos. Su historia favorita (y la mía también) es la historia de la vida de un sufí santo llamado Peer Mohammed Sahib, que vivió hace cien años en una pequeña aldea llamada Tuckaley, en el antiguo reino de Travancore. Al igual que el bien conocido santo de Benarés, Kabir Das¹⁰, Peer Mohammed Sahib de Tuckaley era también un tejedor. Mientras trabajaba en su telar manual, cantaba canciones devocionales y de contenido místico en el idioma tamil¹¹. Conocidas como el Paadal, las canciones siguen siendo populares entre ciertos grupos sufíes en Tamil Nadu.

    A medida que fue envejeciendo, se quedó ciego y tuvo que ser ayudado en todo por un joven que fue su discípulo. Un incidente en la historia de la vida de este santo sufí es el que a mi abuela le encantaba relatar y a mí me gustaba mucho escuchar.

    Al enterarse de que había un hombre santo en el sur de la India, dos árabes doctores de la divinidad vinieron a visitarlo. Estaban encantados, excepto por el hecho de que este hombre no parecía dispuesto a emprender la peregrinación a la ciudad santa de La Meca, un acto que todos los musulmanes sanos se espera lleven a cabo como parte de sus deberes religiosos. El santo de Tuckaley se excusó de la peregrinación diciendo que era ciego y no podía ir tan lejos, pero insistió en que había sido testigo de la peregrinación y que La Meca era allí donde vivía.

    Esta era una blasfemia de acuerdo con los visitantes árabes, pero se lo atribuyeron a los desvaríos de un loco. Sin embargo, Peer Mohammed Sahib no renunciaría a sus pretensiones. Ordenó a su discípulo que trajera el viejo cántaro de arcilla y pidió a los visitantes árabes que miraran en el agua. Uno por uno, vieron toda la escena de la peregrinación a La Meca en el cántaro y, maravilla de maravillas, se vieron circunvalando la Kaaba¹², acompañados por el santo tejedor ciego. Los árabes cayeron a sus pies y se hicieron sus discípulos. Cerca de la tumba de este santo está también la tumba de uno de mis ancestros paternos, que fue su discípulo.

    (iv)

    Entre los cinco y nueve años, fui expuesto al hinduismo y el cristianismo. Incluso a esa edad, comencé a notar cuán prejuiciosa puede ser la gente perteneciente a una religión acerca de otras religiones. Por ejemplo, mi abuela, que entraba en éxtasis hablando de santos musulmanes, aborrecía la religión hindú y a sus dioses. Ella me advertía que tuviera cuidado con el consumo de alimentos en cualquiera de los hogares de nuestros vecinos hindúes, por temor a que podrían haber sido ofrecidos a sus dioses, a los que ella consideraba impuros. A menudo, hacía referencia a los hindúes como idólatras, y creía que la llegada del islam fue lo mejor que le ha pasado a la humanidad, y me aseveraba que los buenos musulmanes tienen asegurado un lugar en el cielo.

    Por otro lado, me enviaron a una escuela de elite inglesa, administrada por monjas que pertenecían a una orden en particular. Allí, no nos obligaban, pero si nos alentaban a hacer la señal de la cruz cuando pasábamos por la capilla o frente a la imagen de la Virgen María, y nos enseñaron muchos himnos cristianos. Me encantaba la cara amable y barbuda de Jesucristo, como un pastor, que se mostraba en los cuadros que colgaban por todo el lugar. Una vez, me sorprendió escuchar a una de las monjas que nos enseñaban decir que los musulmanes eran adoradores del sol y que los hindúes adoraban duendes.

    Nuestros vecinos eran todos hindúes, y al visitar sus casas, yo estaba fascinado por la gran variedad de dioses que ellos adoraban. Siempre me preguntaba por qué cierta señora de un hogar ortodoxo brahmán¹³, me quería tanto y le encantaba alimentarme con dulces, mientras que mi abuela me prohibía comerlos.

    Por supuesto, por otro lado, había vecinos hindúes que esperaban con interés el sabroso bíryaní¹⁴ de cordero que mi madre hacía y se distribuía a nuestros vecinos durante Ramadán¹⁵ y Bakrí Id¹⁶. En cuanto a mí, yo anhelaba el ídlí, el sambhar y la tradicional comida vegetariana malayali¹⁷, servida sobre hojas de plátano frescas.

    Mi primer contacto importante con las prácticas devocionales hinduistas, además de las imágenes y fotos de los dioses que eran adorados en pequeños santuarios privados en las casas de nuestros vecinos, fue un kirtan¹⁸ que se presentó inesperadamente en la calle frente a nuestra casa, un domingo por la mañana. Yo estaba sentado cerca de la cocina tratando, sin éxito, de armar un juguete mecánico que había desmontado para ver cómo funcionaba, cuando mi alma se sintió conmovida por el ritmo de los mridangam¹⁹, que acompañados por el dulce tintineo de los címbalos, acabaron por abrumar mi mente por completo.

    Con mi torso desnudo y vistiendo solo pantalones cortos, tiré el juguete y corrí hacia la puerta, mi corazón latía con fuerza.

    Mi vista se encontró con un extraño paisaje. Había cuatro hombres de mediana edad, cantando y bailando en la calle. Todos, excepto uno, vestían tan solo unas telas amarillas envueltas alrededor de la parte inferior de sus cuerpos.

    La excepción era un hombre alto, de tez clara y apuesto, con barba, pelo largo, y una guirnalda de flores blancas alrededor de su cuello. Solo llevaba un fino taparrabos color ocre que apenas cubría sus genitales, el resto de su cuerpo estaba desnudo.

    Los cuatro estaban descalzos. Uno tenía una mridangam colgando de su cuello y, al tamborilear con las dos manos, con sus ojos cerrados, periódicamente reía en éxtasis.

    Otro parecía totalmente absorto en tocar un par de pequeños platillos, y giraba su cabeza de lado a lado. El tercero caminaba de puerta en puerta, recolectando frutas, verduras, arroz y algunas veces el dinero que se ofrecía con gran respeto por algunos de nuestros vecinos que estaban a sus puertas.

    Ahora, la cuarta persona, el barbudo alto y apuesto, el hombre que parecía ser el líder del grupo, dirigía el coro mientras bailaba y cantaba Hare Rama Hare Rama... al hermoso ritmo del mridangam y los címbalos, con sus ojos cerrados y lágrimas cayendo sobre sus mejillas. Estaba en una especie de estado semiconsciente. Vi algunos de los vecinos acercársele y postrarse a sus pies.

    Una extraña felicidad llenó mi corazón, y recuerdo que yo también comencé a reír. Luego corrí dentro de casa y encontré una moneda cuya denominación no puedo recordar ahora, corrí de vuelta hacia la puerta, crucé la calle y tiré la moneda en la pequeña bolsa que el colector de ofrendas tenía en su mano. En ese momento, escuché la voz de mi abuela llamándome. Mientras volvía apurado, sintiendo culpa por quizás haber hecho algo que no debiera, giré mi cabeza para mirar por última vez a aquel hombre extraño y semidesnudo que bailaba en las calles. Sus ojos se abrieron y nuestras miradas se cruzaron por unos instantes antes de que yo estuviera dentro de la casa nuevamente.

    El grupo continuó su marcha. La música se desvaneció poco a poco y un extraño silencio tomó su lugar.

    Mi abuela no estaba de acuerdo con lo que había hecho, pero me dejó ir luego de darme algunos consejos religiosos. Muchos años más tarde, me enteré de que aquel hombre que bailaba en éxtasis era Swami Abhedananda, quien vivía en un ashram²⁰ no muy lejos de mi casa. En mi época de estudiante universitario tendría muchos encuentros agradables con él, pero hablaré de esto más adelante.

    (v)

    Alrededor de esta época, mi tío materno, que era un entusiasta fotógrafo, me llevó a ver el festival Aratu²¹ dentro del East Fort. El viejo fuerte fue construido por los Maharajas alrededor del gran templo de Anantha Padmanabha Swamy, su deidad tutelar. Como mencioné anteriormente, el nombre original de la ciudad de Trivandrum, Tiruvananthapuram, deriva del nombre de esta deidad, que es descripta como una de cuyo ombligo crece la flor de loto. Cada año, el recinto del templo es decorado con guirnaldas, flores y luces, y el panteón hindú completo es exhibido en tamaño natural, o incluso con ídolos más grandes, con coloridos vestidos y joyas. Mientras miraba a las torres de Goupuram²² del templo ancestral, algo pareció revolverse en mis entrañas y sentí un irresistible impulso a entrar, aunque con unos seis años, no tenía idea de lo que se encontraba dentro del templo. El tío de mi madre decía que no nos dejarían entrar porque no pertenecíamos a la religión hindú.

    Lo recuerdo claramente señalando el cartel que decía en malayalam y en inglés: Entrada prohibida para los no - hindúes. Me desconcertaba terriblemente esta diferenciación de comunidades religiosas entre seres humanos. En ese momento, no tuve otra opción que aceptar la derrota y regresar. ¿Cómo iba yo a saber que, a medida que pasara el tiempo y yo creciera, sería testigo de terribles divisiones comunales provocadas por fanáticos religiosos y en nombre de la religión?

    El tío de mi madre me compró caramelos de menta para levantarme el ánimo y me llevó a la puerta sur del edificio de la Secretaría Central, a unos cuatro kilómetros de allí. No muy lejos de la entrada, un hombre regordete, con cabello canoso y un rostro agradable y sin afeitar, estaba recostado en un catre, tan solo vestido con el típico mundu²³ de Kerala, que cubría la parte inferior de su cuerpo. Me habló suavemente, me dio la mano y un dulce. Dijo que estaba feliz de verme vistiendo shorts rojos.

    Luego me enteré de que se trataba del veterano líder comunista A.K. Gopalan, quien estaba realizando un ayuno en protesta contra el gobierno del partido del Congreso de aquel entonces. El tío de mi madre, que tenía tendencias políticas de izquierda, me había llevado a visitar al líder comunista a quién él tenía en alta estima. Quizás hubo algo de magia en la mirada dulce del Sr. Gopalan, o en sus gestos amables, que hizo que Karl Marx y Das Capital me atrajeran en mi época universitaria.

    (vi)

    Al recordar estas sensaciones mágicas de mi infancia, llegan a mi memoria mis tardes, en el patio trasero de mi casa, observando las nubes. Mientras las miraba, en mi imaginación, aparentaban ser picos nevados aguardando ser descubiertos. Mucho más adelante, cuando vi una foto de los Himalayas en un libro, me dije a mi mismo: ¿No los he visto antes en las nubes, sentado en el patio trasero de mi casa, cuando tenía apenas seis años?

    Para concluir este capítulo, quisiera relatar una historia que me contó mi Maestro mientras estábamos sentados en un sitio silencioso a orillas del río Bhagirathi, que se abre camino en su descenso desde los Himalayas. Creo oportuno en este momento, antes de empezar el próximo capítulo, repetir las palabras que me dijo en aquella ocasión mi Maestro: Saca tus propias conclusiones acerca de la historia que te contaré, pero no tengas prisa.

    Detrás del famoso templo de Badrinath, el santuario sagrado de los Himalayas que se encuentra a 4000 metros de altura sobre el nivel del mar, existen algunas cuevas, grandes y pequeñas, ubicadas sobre acantilados casi inaccesibles. El templo se encuentra abierto para los peregrinos solo durante los meses del verano. El resto del año, toda el área se encuentra cubierta bajo la nieve. Hasta los sacerdotes Namboodiri de Kerala, que han oficiado allí desde el tiempo de Shankaracharya (un santo que renovó el templo hace cientos de años y que también era de Kerala), bajan hasta la aldea Joshi Mutt, y esperan hasta la próxima temporada de peregrinaje. Solo unos pocos seres extraordinarios continúan viviendo y meditando en las cuevas aún durante el invierno.

    Hace cien años, uno de aquellos yoguis extraordinarios se encontraba sentado en una de esas cuevas, con su cuerpo desnudo excepto por un taparrabos, absorto en meditación profunda en su ser interior. De tez clara y apuesto, con barba y cabellos negros y largos, mientras sus ojos estaban cerrados, una sonrisa pacífica iluminaba su rostro al tiempo que disfrutaba del gozo interior fruto de la comunión con su alma. Este joven yogui, que tenía apenas diecinueve años, venía de una distinguida familia de eruditos védicos de la ciudad sagrada de Varanasi. Sus ancestros habían sido discípulos de un yogui legendario llamado Sri Gurú Babaji, que se cree ha mantenido su cuerpo físico en una condición juvenil por cientos de años, aún hasta el presente.

    El padre de este joven yogui, también un discípulo de Sri Gurú Babaji, había entregado a su hijo al gran yogui cuando éste tenía nueve años. Desde entonces, había deambulado con su Maestro (que no tenía una morada fija), a lo largo y ancho de los Himalayas.

    Un año antes, después de haber adquirido los conocimientos necesarios junto a su Maestro, se había graduado al nivel de un yogui independiente, y desde entonces, había deambulado solo entre los picos nevados de Kedar y Badri.

    Mientras que nuestro joven yogui se sentaba perfectamente quieto en el estado yogui llamado samadhi²⁴, un extraño drama se desarrollaba frente a sus ojos cerrados. Abriéndose camino a través de la empinada y rocosa cornisa, un hombre viejo, del tipo que raramente se ven en esos sitios, trepó hasta una piedra plana frente a la cueva. Un turbante verde muy sucio, una túnica despedazada, un rosario alrededor de su cuello y una barba teñida con henna, indicaban claramente que se trataba de un faquir²⁵ musulmán.

    Su cuerpo estaba lleno de cortes y moretones, y la sangre brotaba de todas sus heridas. Con frío y hambriento, estaba a punto de colapsar, pero ni bien sus ojos se posaron sobre el joven yogui sentado en la cueva, su expresión dolorosa fue reemplazada por una sonrisa, que se expandió hasta transformarse en una risa histérica. ¡Alabado sea Alá!, gritó, y con un suspiro profundo, olvidando todo su dolor y sufrimiento, fue hacia el yogui que aún estaba meditando y se postró ante él. Luego, hizo algo que ningún hindú siquiera soñaría en hacerle a un yogui - lo abrazó.

    El yogui, crudamente sacudido fuera de su trance, abrió sus ojos y se libró del viejo hombre que estaba aferrado a su cuerpo. Sopló su nariz para deshacerse del hedor que emanaba del cuerpo agotado y sangrante de aquella extraña criatura, y le gritó con ira: ¿Cómo te atreves? ¡Aléjate de mí! La ira, aquel poderoso veneno, que a veces es difícil de controlar hasta para los rishis, había entrado en el corazón del joven yogui.

    Por favor, Señor, suplicó el faquir, Deme la oportunidad de contarle mi historia. ¡Lárgate!, dijo el yogui, Necesito sumergirme en el Bhagirathi y retomar mi meditación. Este no es sitio para un bárbaro come-carne como tú. ¡Fuera de aquí!

    El faquir no se dio por vencido. "Por favor, escúcheme, oh gran yogui. Yo soy un sufí, y soy el principal discípulo de un gran maestro sufí de la orden de Naqshabandiya. Justo antes de que mi maestro muriera, hace seis meses, me dijo: 'Mi amigo, has llegado al nivel de realización espiritual al que he sido capaz de llevarte. Dejaré mi cuerpo pronto, y no hay ningún maestro sufí que pueda guiarte hacia el siguiente y más alto nivel. Pero ¡no te preocupes! Cerca de Badri, en los Himalayas, vive un joven yogui. Encuéntralo y pídele ayuda.' ¡Usted es a quién mi Maestro se refería y solo usted puede salvarme ahora!

    Por dos meses he sufrido incalculables dificultades y desgracias antes de encontrarlo. Quizás muera exhausto, pero tan solo acépteme como discípulo y mi alma partirá en paz. ¡Por favor, se lo suplico!"

    No sé nada acerca de tu maestro ni de los sufís como tú los llamas. No he recibido ninguna instrucción al respecto y, además, no acepto discípulos, dijo el joven yogui aún enfadado. Ahora, sal de mi camino y no me demores. Debo bañarme en el Ganges y retomar mi meditación, que tan irrespetuosamente has interrumpido. ¡Largo de aquí!

    Está bien, oh gran yogui - dijo el faquir - si esa es su última palabra, no deseo seguir viviendo. El único sueño de mi vida ha sido aniquilado. Saltaré al Ganges y acabaré con mi vida. Que el Señor Supremo del Universo me guíe.

    Haz lo que quieras, - dijo el yogui firmemente- pero no puedo hacer nada por ti. Tienes suerte de que, en mi enfado, no te echara una maldición. Sigue tu camino y deja que yo siga el mío."

    El faquir se despidió, postrándose a los pies del yogui, y con sus ojos llenos de lágrimas, se abrió camino hacia el Ganges que fluía unos cuantos metros debajo. Con una oración en sus labios, y pidiendo la guía del Ser Supremo, saltó a sus arremolinadas aguas y acabó con su vida.

    El joven yogui, confiado en que había hecho lo correcto, y sin ningún tipo de remordimiento, bajó hacia un hermoso y tranquilo sitio a orillas del Ganges y, repitiendo los mantras apropiados para purificarse, se bañó en las extremadamente frías aguas del sagrado río. Salió del agua y se secó con la única toalla que poseía. Sentado sobre una roca, agradeció al río sagrado por purificar su cuerpo y su mente y, cuando estaba a punto de comenzar a trepar a la cueva, escuchó la voz dulce y familiar de su Maestro llamándolo, ¡Madhu!

    Por detrás de la saliente rocosa apareció su gran maestro Babaji. Pareció como si la oscuridad del crepúsculo se iluminara con su presencia brillante. Alto, de tez clara y con un aspecto casi europeo, Babaji tenía el cabello largo color castaño y muy poco pelo en su rostro. Aparentaba tener unos dieciséis años. Su cuerpo, bien formado, estaba desnudo y sin ningún tipo de adorno, excepto por un taparrabos blanco. Estaba descalzo, y caminaba con gracia y dignidad.

    Sus ojos grandes y meditativos se posaron sobre su joven discípulo Madhu.

    Que cosa más terrible has hecho hijo, dijo suavemente.

    Instantáneamente, la gravedad de lo ocurrido unos minutos antes, le golpeó como un rayo. Babaji fue todo lo que pudo pronunciar antes de quebrarse en llanto y postrarse ante sus pies.

    Contrólate hijo, y ven aquí. Trepemos a tu cueva. Treparon rápidamente hacia la cueva, y se sentaron mirándose mutuamente. "¿No te he dicho siempre que pienses antes de hablar, qué

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