The Presbyterian Ruling Elder, Spanish Edition: An Essential Guide, Revised for the New Form of Government

Por Paul S. Wright

Este recurso accesible sobre los ancianos y ancianas gobernantes presbiterianos fue diseñado especialmente para quienes están considerando convertirse en ancianos o ancianas gobernantes y quienes han sido elegidos o elegidas para este ministerio ordenado. Explica el significado del término “anciano o anciana gobernante” y las cualificaciones y responsabilidades de este ministerio. Este libro pasa a explorar la relación entre los ancianos gobernantes y los docentes, el rol del anciano o la anciana gobernante en el consistorio y en el presbiterio, y las relaciones con los pastores y las pastoras y con toda la iglesia. Completamente revisado en base a la nueva Forma de Gobierno de la Iglesia Presbiteriana (E.U.A.), este libro es invaluable para los nuevos ancianos y ancianas que se estén preparando para su función.

This Spanish edition of an accessible resource on the Presbyterian ruling elder is especially designed for those considering becoming ruling elders and those who have been elected to this ordered ministry. It explains the meaning of the term "ruling elder" and the qualifications and duties of this ministry. The book goes on to explore the relationship of ruling elders to other elders, the role of the ruling elder on session and in the presbytery, and the relationships to pastors and to the whole church. Fully revised based on the new Form of Government of the Presbyterian Church (U.S.A.), this book is invaluable for new ruling elders preparing for their role.

• Idioma: Español
• Editorial: Geneva Press
• Fecha de lanzamiento: 1 feb 2022
• ISBN: 9781646982745

Paul S. Wright

Paul S. Wright was Pastor of First Presbyterian Church and theologian-in-residence at Lewis and Clark College, both in Portland, Oregon.

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Capítulo 1

DIOS LLAMA A LAS PERSONAS A SERVIR

Usted es protestante y pertenece a una rama particular del protestantismo llamada reformada. E incluso de forma más particular, usted es miembro de la Iglesia Presbiteriana dentro de esa familia de iglesias reformadas. Esta particularidad hace una gran diferencia cuando usted, como persona laica, procura definir su relación con la iglesia. Quizás usted dio por hecho que como miembro está llamado o llamada a enseñar en el programa educativo, a servir en comités que determinan los programas de su iglesia, a asistir al pastor o la pastora en la visitación parroquial, o a desempeñar muchas otras tareas necesarias para el ministerio y la misión de su congregación. Es posible que usted haya participado en la adoración como liturgista, predicador o predicadora, o como miembro del coro. No importa qué papel usted haya desempeñado en la vida de su iglesia, está en lo correcto al presumir que, por ser cristiano (o cristiana) y miembro de la iglesia, usted tiene el derecho y el deber de ser más que un espectador o una receptora pasiva del trabajo que realizan las personas profesionales. En un sentido muy real, las personas laicas son la iglesia.

Llevemos esta idea un poco más allá. ¿Es válida la distinción que comúnmente hacemos entre los laicos (o las laicas) y el clero? Ciertamente, en los campos de empresas humanas tales como la medicina o las leyes, es válido diferenciar entre laicos (o laicas) y profesionales. Los doctores (y las doctoras) y los abogados (y las abogadas) tienen conocimientos especializados y destrezas que el resto de la población no posee, y seríamos insensatos (e insensatas) si no reconocemos sus capacidades y nos valemos de ellas. ¿Pero será esto igualmente cierto en el campo de la religión?

Hay iglesias jerárquicas que enseñan que esta distinción debe reconocerse dentro del orden eclesiástico. Ellas afirman que estas dos órdenes de creyentes fueron creadas por Cristo: una orden clerical, con un estatus único en relación con Dios, y una orden laica, que está en una posición inferior y diferente dentro de la iglesia en sentido eclesiástico y funcional. Según este concepto hay gradaciones de autoridad espiritual, conferidas por el rito de la ordenación a la sucesión de los apóstoles, de modo que la iglesia pueda ser guiada infaliblemente en todo lo relacionado con la doctrina correcta y la moral de vida. Todo esto se considera una provisión divina para el gobierno adecuado de la iglesia y para el sostenimiento del rebaño de Dios.

Es obvio que éste no es el concepto o la práctica de la iglesia protestante, y en particular no es la manera de operar de la Iglesia Presbiteriana. La Forma de Gobierno de la Iglesia Presbiteriana (EEUUA) declara que los oficiales eclesiásticos descritos en el Nuevo Testamento y conservados por esta iglesia, son los diáconos y las diaconisas y los presbíteros (ministros/as de la Palabra y los Sacramentos y ancianos/as gobernantes) (G-2.0102). A veces pudiera parecer que hay dos clases de gente en la iglesia—ministros (o ministras) y laicos (o laicas)—pero nuestra constitución deja en claro que el ministerio, que es el trabajo de la iglesia, es uno solo. La diferencia entre laico (o laica) y clérigo (o clériga) radica en las funciones particulares desempeñadas por quienes tienen ordenación. La existencia de estos oficiales [ancianos y ancianas gobernantes, ministros y ministras de la Palabra y los Sacramentos, y diáconos y diaconisas] en ninguna manera disminuye la importancia del compromiso de los/as miembros con el ministerio total de la iglesia (G-2.0102).

Los ministros y ministras de la Palabra y los Sacramentos deben cumplir con ciertos requisitos académicos y de otras índoles (vea G-2.06), incluyendo cuatro años de universidad y tres años de estudios teológicos, además de una relación de pacto con el consistorio y el presbiterio como precandidatos (o precandidatas) y candidatos (o candidatas). Luego son ordenados (u ordenadas) en respuesta a un llamado del presbiterio y desempeñan ciertas funciones que otras personas no realizan, en particular administrar los sacramentos y moderar el consistorio. Si acaso hay una distinción válida entre laicos y clérigos, se aplica sólo a este punto.

Para los protestantes presbiterianos, las dos siguientes cosas están claras en relación con el clero y el laicado.

1. El sacerdocio es una vocación de cada miembro de la iglesia. Cada creyente es un sacerdote (o una sacerdotisa). Los miembros y aquellas personas que son ministros y ministras ordenados sirven juntos bajo el mandato de Cristo (G-2.0101). Todos y todas podemos acercarnos a Dios sin el beneficio de un intermediario porque Cristo es nuestro Mediador. Hacemos nuestra confesión y recibimos el perdón gracias a ese derecho, el cual nuestro Señor nos ha concedido. A la misma vez, todos los creyentes deben ejercer una función sacerdotal unos para con otros. En su carta pastoral, Santiago exhorta a los creyentes a que confiesen sus pecados unos a otros, y oren unos por otros, para que sean sanados (Stg. 5:16). Cada persona que recibe el perdón de sus pecados puede convertirse en un canal de la gracia de Dios para otra persona pecadora que busca el perdón y la paz de Dios. En efecto, este amoroso servicio puede ser realizado con mayor efectividad por amistades cristianas espiritualmente preparadas que por un pastor o una pastora. Este privilegio es parte de nuestro llamado como cristianos y cristianas.

El sacerdocio de todos los creyentes subyace la adoración de una iglesia protestante. La adoración es un acto colectivo en el cual todos y todas participan y en el que cada participante ayuda a los demás. Esto se hace particularmente perceptible en la Mesa del Señor, donde la persona que