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Aquel Tiempo en La Habana: a Valaíria Hernández Mystery
Aquel Tiempo en La Habana: a Valaíria Hernández Mystery
Aquel Tiempo en La Habana: a Valaíria Hernández Mystery
Libro electrónico329 páginas5 horas

Aquel Tiempo en La Habana: a Valaíria Hernández Mystery

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Aquel Tiempo en La Habana es la primera de las aventuras de resolución de misterios de Laira (Valaíria Hernández llamada así por Vladimir Lenin) quien, de buen gusto, resuelve asesinatos en su Habana natal, nuevamente mientras visita a un amigo en Nueva York (en visita de prometida pero "¡No soy una novia!") y en tercer lugar durante una encuesta de trabajo social a los equipos médicos cubanos en Caracas, Venezuela.

Estos libros tienen una perspectiva política quizás desconocida para muchos en los Estados Unidos.
Haciendo uso de sus habilidades de trabajo social, la franca Laira trabaja con/a veces a pesar de/su hermano detective mayor, el coronel Camilo (conocido cariñosamente como Mio), y con un profesor de sociología estadounidense, Bill Richards, con la ayuda de su hermano médico jimagua Ladi y su hijo de 12 años, Miguel.

Aquel Tiempo en La Habana is the first of the mystery-solving escapades of Laira (Valaíria Hernández named for Vladimir Lenin) who, in good taste, solves murders in her native Havana, again while visiting a friend in New York (on a fiancée visit but "I am not a fiancée!") and thirdly during a social work survey of Cuban medical teams in Caracas, Venezuela.
These books have a political perspective perhaps unfamiliar to many in the United States.
Using her social work skills, outspoken Laira works with/sometimes in spite of/ her older detective brother Colonel Camilo (fondly known as Mio), and with a U.S. sociology professor, Bill Richards, with some help from her twin physician brother Ladi and her 12-year-old son, Miguel.
IdiomaEspañol
EditorialBookBaby
Fecha de lanzamiento30 ene 2022
ISBN9781667828145
Aquel Tiempo en La Habana: a Valaíria Hernández Mystery

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    Aquel Tiempo en La Habana - Carolina Cositore

    PRIMER CAPÍTULO

    VERANO DE 2005

    VIERNES TEMPRANO EN LA MAÑANA

    1 Bill La adrenalina comenzaba a ceder. La salida matutina de Nassau después del vuelo tarde en la noche desde Nueva York lo tenía medio aturdido por el desfase de horario; no sabía si tratar de dormir o darse por vencido e interiorizar que su día había comenzado. Once horas para llegar a un lugar que se encontraba a solo 90 millas, ridículos legisladores. Bill se movió en su asiento tratando de acomodarse y se dio cuenta de que no se reclinaba; no podría estirar las piernas. Se puso de pie y miró a su alrededor al avión que se iba llenando rápido; no quedaban muchos asientos vacíos. Mark lo miró con recelo cuando pasó sobre el tipo que estaba estirado en el asiento de al lado con los ojos cerrados, que llevaba encima tanto oro como para hundir el pequeño charter. Su asiento sirve, refunfuñó Bill para sí. Se movió rápido por el pasillo hasta el lugar donde divisó un asiento vacío, se sentó y se reclinó, Ah, este está mejor, y cerró los ojos por si alguien quería formar lío porque él estaba en el asiento equivocado.

    El avión se llenó, más de la mitad de los pasajeros eran cubanos, hablando emocionados y nerviosos sobre el viaje de vuelta a casa. Había un asombroso número de angloparlantes - estadounidenses y canadienses-esperando con ellos en Nassau por el vuelo absurdamente ilegal. Había también dos grupos de ruidosos colegiales, uno de ellos una brigada de trabajo voluntario. Bill recordaba haber hecho eso años atrás, solo que su brigada había cortado caña en los calurosos campos, y por lo que este grupo decía, iban a trabajar en uno de los proyectos de energía alternativa sostenible de Cuba, energía eólica, en una provincia del centro de la isla; los tiempos cambian. Había algunas personas de mediana edad con maletines que tenían tipo de ser gente de negocios, que sin dudas trataban de preparar condiciones para una eventual apertura de asociaciones de agricultores e industrias estadounidenses con Cuba antes de que todos los mejores contratos fueran hechos por compañías europeas y asiáticas no sujetas a las absurdas y estrafalarias restricciones estadounidenses. Pensando que, al estar tan geográficamente cerca no tenía sentido alguno que Cuba importara productos allende los mares mientras los trabajadores estadounidenses carecían de empleos, Bill hizo un gesto con la cabeza como lamentándose, lo cual le hizo centro de las miradas burlonas de una o dos mujeres que lo habían estado midiendo con la vista.

    Cuando la aeromoza pasó repartiendo caramelos, Bill pensó que ya era seguro abrir los ojos; nadie iba a querer su asiento justo antes de despegar. Miró alrededor y vio a su protegido Mark en animado diálogo con el que compartía el asiento con él, por lo que pensó que este hablaba inglés bastante bien y no era uno de esos cubanoamericanos prejuiciosos. Mark era profesor asistente en el departamento de ciencias políticas de la Universidad de Nueva York (CUNY) que había acabado de pasar hacía pocos meses por un duro período de divorcio, joven aún a sus 37 años y que había decidido como afroamericano ver con sus propios ojos cuán no racista era la gente en Cuba realmente y apreciar sus mujeres, claro. Entonces, al estar Reese visitando a su madre esta semana, Bill había decidido traerlo y mostrarle La Habana. Bill tuvo que recordar varias veces que Mark era un adulto maduro que solo necesitaba cierta orientación, no una niñera.

    Bill abrió la revista ilustrada impresa en papel satinado de la aerolínea, dejando que las voces de la gente pasaran a ser ruido de fondo. La revista mostraba toda la belleza del trópico, los altos bailarines de piel bronceada en la playa, recordándole a aquella muchachita… Dios, eso fue hace mucho tiempo. Le gustaban las mujeres cubanas, bueno, su feminidad, su sensualidad, tan seguras de sí mismas; todas tenían esa característica. Sonrió en un momentáneo recuerdo erótico y luego negó con la cabeza, recobrando el control; lo pasado ya pasó, es el futuro lo que cuenta. El avión despegó y cerró los ojos para descansar un poquito.

    Del ómnibus en la pista pasaron a un murmullo en español y una antesala con mucha luz. Bill se desperezó por completo, con una gran sonrisa en el rostro. ¡Estoy realmente de nuevo en Cuba! Bueno, casi. Aún falta inmigración y la aduana. Pudo ver a Mark entre los extranjeros que se movían sin mucho entusiasmo tratando de orientarse y con un además le indicó la cola para presentar sus documentos en inmigración. Mark se acercó a pasos largos seguido por su compañero de asiento, que inmediatamente extendió su mano. Me llamo Willy; soy cubano, dijo sin que hubiera necesidad. Su apretón de manos fue sorprendentemente fuerte, si bien sudoroso.

    Bill Richards.

    "Willy regresa a visitar a su familia …después de cuántos años, Willy?, le preguntó Mark.

    "Mucho, pero le decía a Mark que tendré algo de tiempo para enseñarles la ciudad a ustedes, tratarlos como acostumbramos aquí. ¿Usted vive también en Nueva York, Profe? Yo soy de Jersey." Su inglés era sorprendentemente bueno, y era innecesariamente que les dijera New Jersey; su acento era peculiar. ‘Profe’ es una forma afectuosa de decir profesor, por lo que Mark obviamente le había hablado de su profesión; los cubanos adoran los sobrenombres, aunque por lo general no los dicen en una primera conversación de presentación.

    La fila para inmigración avanzaba lentamente; dos aviones de Europa habían aterrizado a la misma hora que el de ellos. Mark dio un gran paso atrás y para hacerse el gracioso dijo: Nos parecemos tanto como hermanos, solo somos el reverso de una Oreo. El tal Willy sonrió y no dijo nada. Hermanos no es lo primero que le vendría a la mente a uno al verlos: un afroamericano, un judío y un cubano. Probablemente Mark tenga sueño, fue lo primero que pensó Bill ya que no había podido dormir en el avión. Pero como su colega no era dado a las hipérboles, Bill los comparó como lo haría un extraño.

    Nos parecemos algo, al menos superficialmente, pensó, una vez que se haya obviado el color de la piel e incluso eso no es tan diferente: todos los tonos del bronce; el abuelo irlandés de Mark aclaró algo el suyo, mis abuelos cubanos me oscurecieron el mío y Willy tiene el color típico de los latinos, lo que lo ubica entre Mark y yo. Bill continuó la comparación mental: los tres de unos seis pies, quizás ya no tan delgados por ser de mediana edad, pero estamos en forma. Sabía que la complexión de Mark provenía de su fanatismo por correr la maratón, la suya de trotar en Central Park y los bíceps y hombros bien torneados de Willy indicaban sesiones de ejercicios con pesas. También tenían en común el pelo castaño ondeado de distinto largo y tono: el de Mark era el más oscuro, corto y rizado, aunque con un buen toque de rojo; el de Willy con rizos castaño mediano, grasosos y por encima de la oreja, mientras que sus rizos, gracias a la ascendencia germano-judía de su padre, eran rubios oscuros y los llevaba tan largos como en sus tiempos de hippie. Las narices hacían la gran diferencia… todos tenemos narices que reflejan nuestro origen étnico.

    El tal Willy había estado estudiando a Bill mientras hacía estas valoraciones en silencio, y ahora se quitó tres gorras de béisbol del equipo Yankees de Nueva York y les dio una a cada uno de ellos.

    Al ponerse la suya, dijo: Ahora somos Los Tres Mosqueteros. A Mark le tocaba porque él había sido el que empezó con todo esto, así que se la puso con la visera hacia atrás, aunque Bill sabía que por lo general él no usaba gorras de béisbol. Bill aceptó la suya con agrado, aunque también detestaba usarlas; se sentía orgulloso de tener aún todo su pelo y no se la puso.

    Acercaron sus maleticas con ruedas al principio de la fila y Willy empezó a sugerir lugares para hospedarse y prometió mostrarle a Mark cierta acción. ¿Y usted, Profe? ¿Quiere que le consiga alguna acción?, peguntó Willy sonriendo con malicia.

    Qué carajo, ¿es que luzco tan viejo que no puedo atraer a una mujer yo solo?, pensó Bill molesto y respondió en español: Yo puedo solo.

    "No se me ofenda, compadre," se apuró Willy en decir, también en español, y lo tradujo todo en inglés para que Mark no quedara fuera de la conversación.

    Es que eso es lo mío, aunque no haya estado por aquí por algún tiempo. Bill estaba resentido por el ofrecimiento de Will de conseguirle mujeres y en lo adelante se desconectó y no quiso oír más nada de lo que él dijera. En un final, no había mucha diferencia entre sus 54 años y los casi cincuenta que aparentaba tener Willy. Bill sabía que era atractivo. Carajo, si siempre sus alumnas se le insinuaban, no todas interesadas en subir notas, aunque él sabía bien que no debía tocar ese tema, y de todas formas no le interesaban ya las muchachitas ni las mujeres más jóvenes, bueno, quizás para mirarlas. Es verdad que estaba falto de práctica en eso de las citas. ¿Se le veía? Habiendo ardido en dos desastres matrimoniales y con una hija que criar solo, sencillamente no había tenido tiempo para mucho más. Caramba, este tipo me está poniendo a la defensiva.

    Willy estaba ahora advirtiéndole a Mark que debía tener el nombre de un hotel para decirle al oficial de inmigración, o ya sabes lo que hará contigo.

    Te miraran con cierto recelo, le dijo Bill a su amigo, que se veía ansioso. No todos los turistas tienen reservaciones, no te preocupes. Mark y Bill no habían hecho reservaciones con la intención de dirigirse enseguida a un lugar en la playa por el fin de semana y pasar el resto de la semana en un hotel de La Habana.

    Como esperaba, el oficial de inmigración que les tocó fue cordial y les dijo que había quiscos de reservación en el aeropuerto donde también podían resolver la transportación. Como cubano de regreso, a Willy le tomó más tiempo el paso por inmigración; siempre existe el riesgo de que vuelvan para hacer sabotaje, aunque eso no había pasado por muchos años.

    Siguió con ellos mientras recogían el equipaje, cambiaban dinero y pasaban la aduana, y después entraron en un verdadero espectáculo de luces y sonidos. Mark paró en seco, petrificado. Nunca había viajado a un país del Tercer Mundo y Bill sabía lo que era esa primera impresión de otro mundo y otra cultura. La multitud que se abrazaba, gritaba y obstaculizaba el paso no impidió que Bill avanzara con su forma de andar característica de Nueva York, y Mark le siguió hacia el buró de Cubatour para ver si lograban reservar algo en la playa por el fin de semana.

    2 Laira El fuerte olor del café espresso caliente se introdujo gradualmente en mi sueño de dar a luz a los gemelos. Entre las cálidas sábanas, pude recordar la deliciosa sensación de sus cuerpecitos acunados en mis brazos, alimentándose de mis senos, hasta que el olor del café lo inundó todo y poco a poco esa sensación fue cediendo.

    ¿Qué fue eso?, pensé mientras apagaba la alarma del reloj despertador antes de que se disparara y despertara a Miguel en el cuarto de al lado. Aunque soy clínica y cubana, no soy creyente de Freud ni de la Santería, y las interpretaciones de los sueños no tienen que ver conmigo, tal vez porque yo recuerdo los míos con tan poca frecuencia. Decidí que el sueño estaba simplemente recordándome que no puedo relegar el dolor de extrañar a Mercedes a los cumpleaños o el Día de las Madres como había estado tratando de hacer últimamente. Eso siempre me acompañaría. Ahora miró al reloj de verdad. ¡Coño, aún era temprano! Odio levantarme a la misma hora día tras día, por eso cambio la hora de la alarma del despertador…pero mi cuerpo no siempre capta el mensaje. Ah, bueno, el olor del café significa que el agua ya está encendida, y temprano quiere decir que hay tiempo para una ducha.

    Como muchas mujeres aquí en La Habana, estoy rellenita, lo que significa que sudo, y la ducha de anoche se había disipado en el calor del verano, a pesar de mi ventilador y de la ventana abierta. Necesito un ventilador mejor, debo pedirle a papá que entregue este al CDR. Estamos en medio de una revolución energética y los comités están cambiando las viejas reliquias soviéticas por ventiladores nuevos, más eficientes, pero parece que nunca encuentro el tiempo para hacerlo. Cuando iba para el baño empujé la puerta y vi a Miguel, que, con sus doce años, dormía diagonal, cogiéndose casi toda la cama que comparte con papá, con los brazos y las piernas extendidos, como cuando era bebé. Le caía el pelo oscuro sobre la frente por la brisa del ventilador y resistí la tentación de quitarle el pelo de los ojos; tenía el sueño ligero.

    Mientras me enjabonaba y dejaba que el agua fría me refrescara, repasé mis planes del día con los clientes. No tenía nada muy agotador excepto la familia Sosa-Valdés; ahora eso sería un reto. Necesitarían muchísimo apoyo; espero poder dárselo. He arreglado las cosas para que los padres vengan a la consulta solos esta mañana y estoy programada para ir a su casa por la tarde a reunirme con el hijo, después de mi almuerzo semanal con mis hermanos.

    Cuando salí de la ducha me alegré de haberme levantado unos minutos antes de que sonara el despertador; así pude desenredarme el pelo y hacerme un moño decente, aunque algo abultado, en la nuca. Estoy muy vieja para tener el pelo tan largo; necesito un buen corte con un estilista, me dije, pero sabía que realmente no lo haría. De todas formas, 39 años no es que sea tan vieja, excepto cuando piensas que tienes casi 40. Cuando me detuve a tomar una taza de café de camino a la mesa donde esperaba papá, pude oír las gallinas del patio que está al otro lado del pequeño Río Quibú: un sonido de felicidad. Por suerte, el nuevo perrito del vecino estaba tranquilo esta vez. El vecindario era todo lo contrario.

    Te levantaste temprano esta mañana; tienes tiempo para comer algo, Laira, no solo tomar café, dijo papá, acercándome el plato de pan, frutas y plátanos fritos. José siempre se levantaba temprano y hacía el desayuno.

    ¿Cuándo yo dejo de comer? pregunté arrepentida, comenzando por una tajada de mango y limitándome a coger uno o dos tostones al tiempo que recogía mis llaves y el maletín. Estoy bastante gorda; no quiero tener que comprarme ropa nueva.

    José miró a su hija, casi la imagen de su madre, el mismo pelo negro abundante, ojos grandes almendrados, amplia sonrisa, bien formada, piel fina, un poquito más oscura que la que tenía su esposa Mercedes, pero con la misma joie d’ vivre. Le puso su mano caoba arrugada en el brazo a la hija, a punto de preguntarle si quería verse como esos americanos flacos de las películas.

    A qué hora vendrás a comer hoy? le preguntó, y se dio cuenta de que seguía sin remedio con el mismo tema de la comida.

    No sé; tengo muchas cosas que hacer. Al ver la cara de mi padre, dije rápido, Voy a almorzar con Mio y Ladi y trataré de estar aquí antes de la novela. Ah, acuérdate de que Miguel va al club de computación hoy. Y papá, ¿pudieras cortarle el pelo? Sé que estamos en verano, pero ya se le está metiendo en los ojos.

    ¿Quién puede olvidar sus días en el club de computación? Él se acordará sin que tenga que decirle nada y, por supuesto, le cortaré el pelo, no te preocupes, vamos a Varadero este fin de semana, ¿te acuerdas?

    Por favor, no empieces, imploré, pero era demasiado tarde, José había ido a ocuparse de uno de sus quehaceres.

    ¿No vas a reconsiderarlo y venir con nosotros, Laira? Tu trabajo para tus clientes y la Revolución será mejor si te tomas un tiempo para relejarte, y Miguel necesita pasar más tiempo contigo. Como un disco, tres éxitos en una oración: Trabajo mucho, descuido a mi hijo y, aunque no lo dijo, relajar quiere decir que no salgo a buscarme un marido.

    Somos una familia cubana típica en la medida que la mayoría de nuestras actividades son de tipo familiar y la mayor parte del tiempo me siento cómoda con eso, pero con todo lo que me encanta ir a algún lugar diferente, prefiero quedarme en casa que pasar mi limitado tiempo libre con la familia de la esposa de mi hermano Camilo, aunque sea en la magnífica playa de Varadero.

    Como desde su ataque al corazón ya no era divertido discutir con José, le puse la mano en el hombro y le dije con delicadeza: Tú sabes que disfruto mi trabajo, pero te prometo que no trabajaré este fin de semana y estaré bien aquí sola. Antes de que pudiera seguir con su letanía o ideando otra razón para que me uniera a ellos en la casa de la playa, Miguel salió soñoliento de la cama; creo que nuestras voces lo despertaron.

    Después de darnos a José y a mí el acostumbrado beso en la cara, me pasó el brazo por la cintura, descansó su cabeza en mi hombre y murmuró: ¿No puedo quedarme en la casa contigo el fin de semana, mamá? En los pocos segundos antes de responder, disfruté el abrazo, ya no tan habitual como solía ser en este casi adolescente. Aunque sabía que me estaba manipulando, no tomaba mucho tiempo pensar en el lujo de todo un fin de semana para mí sola con mi hijo, que se aburre con todos los bebés y adultos porque él no es ni lo uno ni lo otro. Me moví un poquito, rodeándolo con el brazo para apretarlo antes de que se pusiera tieso – ya es de mi alto y su cabeza en mi hombro tenía que estar causándole tortícolis.

    Sí, pasemos el fin de semana juntos; quizás podamos ir a la piscina de Las Terrazas en Santa María el sábado. Mi recompense fue inmediata cuando los ojos de Miguel se encendieron.

    Pude leerle rápido la mente a papá por la expresión de su rostro; frunció el ceño: no podría mostrar orgulloso la inteligencia de su nieto favorito ni enseñarle la internacionalmente famosa playa de Varadero, pero entonces su rostro se iluminó: si Miguel estaba conmigo yo no trabajaría. Ladeó su cabeza y abrió la boca: finalmente saldría con alguna objeción: ¡Las Terrazas! Qué despilfarro. Solíamos ir a menudo a Las Terrazas cuando éramos jóvenes, antes del derrumbe del campo socialista, pero ahora con mi padre retirado y Mio y Ladi con sus familias propias, aunque la economía se estaba recuperando, nuestro presupuesto no nos permite esos lujos con mucha frecuencia.

    Está bien, papá, yo acabo de cobrar y de todas formas tengo algún dinerito ahorrado y quizás nos podamos quedar en casa de Ladi. De verdad no hay problema. Le di a Miguel, que sonreía, otro abrazo y un beso rápidos, me despedí con un beso de papá y le dije: Ya me voy. ¿Si tienes tiempo, pudieras cambiarme el ventilador con el CDR? ¡Ajá!, eso es para cobrarle toda su letanía para que me busque una pareja.

    Papá me miró. En todos los años desde que mamá murió, nunca volvió a casarse. Tenía mujeres ocasionales, pero ninguna duradera. La actual presidenta del CDR era una de las señoras del vecindario siempre venían con un poquito de algo para que comiéramos como pretexto para hablar con él y pedirle ayuda para que les reparara algo en sus casas. Ellas sabían que para mí la comida estaba bien. No soy convencional: no me gusta la cocina ni limpio el piso todos los días. Eso viene de haber sido criada en una familia de varones—debieron haberme domesticado, pero tuvo el efecto contrario. José tenía 69 años, pero aún estaba en forma, era buen bailador, con una pensión militar e hijos grandes ya; era considerado un buen partido por muchas mujeres del barrio.

    Claro, fue todo lo que dijo.

    Me detuve a la salida, como siempre, para ver el río entre las casas del otro lado de la calle y, al virar la cabeza, ver el mar a una cuadra de distancia. Me encanta el mar en todos sus colores y estados, incluso en los ciclones cuando está más feroz, y hoy estaba que era un plato azul transparente. ¿Qué me había hecho sugerir entonces la piscina de un hotel para el fin de semana? Bueno, me dije, tengo algo ahorrado, y si Ladi va a Varadero, su casa en Santa María estará disponible. Se la pediré en el almuerzo de hoy. Cerrando los ojos, traté de imaginar la brisa del mar llegando a mí y aclarándome la mente. Dio resultado durante casi un segundo; la meditación no es mi fuerte.

    La peleadera de José estaba empeorando; se preocupaba mucho últimamente. Primero su retiro de la vida militar, y ahora, desde que le dio el infarto el invierno pasado, había tomado conciencia de que podía morir y le preocupaba mi futuro. A pesar de ser de ideas revolucionarias, como muchos de su generación pensaba que yo lo que necesitaba era un hombre. No es que no disfrute la compañía de los hombres, sí me gusta, pero si se trata de alguien permanente, ya tuve dos grandes decepciones y no me importa estar sola; además, en realidad no tengo espacio en mi vida para alguien permanente. José, ahora quizás sea hora de que encuentre una mujer. Sonreí al pensar en todas las vecinas rivales y, una vez más, en cuán diferente habría sido nuestra vida si mamá no hubiera muerto. Mi hermano jimagua y yo teníamos solo ocho años cuando ella falleció en la voladura terrorista del avión de Cubana frente a las costas de Barbados. Nombré Mercedes a mi propia hija jimagua en su honor.

    Los nombres que mis padres nos pusieron se inclinaron a la política. Camilo, nacido poco después del Triunfo de la Revolución, fue nombrado así por Camilo Cienfuegos, claro, el héroe que desapareció en el mar. Yo no tuve esa suerte. Mi hermano jimagua -más joven que yo por dos minutosy yo nacimos después, durante la influencia soviética. Nos llamaron como Lenin. Su nombre es Vladimir, o Ladi, y el mío lo modificaron y es Valáiria. No es un nombre común aquí y no es fácil de deletrear en ningún idioma excepto tal vez el ruso, y no estoy segura de eso. Cuando era niña odiaba mi nombre, incluso el apodo Laira, pero ahora he llegado a apreciarlo, o quizás me he acostumbrado.

    Cuando nacieron mis hijos jimaguas fui más amable y menos política al nombrarlos; Mercedes y Miguel son mucho más convencionales que Vladimir en cualquiera de sus versiones. Pensar en Merci me estrujó el corazón, dos veces en una mañana. Después de todos estos años, aún sigue habiendo un espacio donde mi hija debe estar. Al menos está viva en algún lugar. Lo sabría si no fuera así; estaba segura de eso; a diferencia del hijo de los que pronto serán mis clientes. ¡Los clientes! Ya está bueno de soñar despierta, es hora de trabajar; mire mi reloj. Mejor me apuro o llegaré tarde otra vez. Mi pequeña moto Suzuki esperaba en el cobertizo detrás de la casa y al arrancarla, tiré el maletín en el bolsón y salí apurada, manchándome de grasa la pata del pantalón; tendré que tratar de quitarla cuando llegue a la oficina –demasiado para comenzar el día.

    Por lo general aprovecho el viaje al trabajo para pensar en los casos que debo atender y organizarme el día. No crecí aquí en el Náutico, sino al este de La Habana, en la loma de Santa María antes de que la costa se convirtiera en lugar para turistas extranjeros, pero las calles llenas de baches aquí se hicieron tan familiares para mí como aquellas en el campo, y las recorría automáticamente, saludando a los vecinos que me encontraba temprano ya en el camino. La gente en este barrio, el Náutico, está orgullosa de sus casas de mampostería de dos plantas, las mantienen pintadas de colores pasteles, con cercas rodeadas de Mar Pacífico o buganvilia, con palmas de varios tipos y tamaños al frente. Las casas están cerca unas de otras, separadas casi siempre por estrechos pasillos con plantas en macetas, lo que estimula la amabilidad y cierto exceso de confianza en relación con la vida personal de los vecinos. No hay muchos secretos aquí.

    Ya en la amplia Quinta Avenida --tres carrileras en ambas direcciones con un amplio separador con césped para los peatones-- me encuentro en una vía sin obstáculos, directo al trabajo, porque los autos de pasajeros y ómnibus en pesos, que son un peligro en la vía, no pueden transitar por ahí. Y aprovecho entonces y hago mis planes. Hoy, preparándome para recibir a una familia a la que le mataron el hijo. El incidente había ocurrido tres meses atrás, y por supuesto que se les ofreció entonces apoyo psiquiátrico, y fueron parte de un pequeño grupo de familiares de otras víctimas. No se había encontrado al asesino y, como mi hermano mayor, Camilo, es el investigador a cargo del caso, me pidió hacer un poco de terapia familiar y tratar de acercarme al hijo sobreviviente, que tenía amnesia sobre lo que ocurrió. Algo podría salir de la terapia que pudiera ayudar a encontrar a ese traficante asesino de personas. Nada bueno, me estaba involucrando demasiado emocionalmente; mi corazón conectaba las dos pérdidas entre las cuales no había relación: mi Mercedes y el muchacho que mataron.

    Para distraerme y prepararme mejor, repasé lo que conocía de la tragedia. El bote se hundió frente a Brisas de Mar, más allá de Guanabo y, como coronel de servicio allí, Camilo se había involucrado desde el comienzo, dirigiendo la búsqueda de cuerpos y el rescate, y me había dicho que inicialmente los sobrevivientes habían estado muy conmocionados para que los ayudaran o ellos mismos ayudar en algo.

    Supieron que había tres miembros de tripulación en el bote; los sobrevivientes concordaban en eso. Cuando el departamento de seguridad llegó, hicieron el interrogatorio preliminar al cubano-americano,

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