Anoche y en algún lugar
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En muy pocas obras de nuestra tradición poética nacional se puede ver una relación tan estrecha entre poesía y vida como en la obra de Marco Antonio Campos. Si no se antepone este vínculo, la poesía de Campos simplemente no se entendería y, por extensión, no existiría. La suya es una poesía propia de la pulsión romántica: íntima, crepuscular, testimonial, solidaria y siempre honesta, pero sin que esta dimensión tan personal pierda jamás su dimensión universal. La mejor metáfora para definir una poesía a través de la cual transcurren muchos nombres y países, muchas circunstancias pasadas y por venir, sería asumiendo que la historia individual del poeta es, a un mismo tiempo, la historia de nuestra propia circunstancia, de tal modo que la vida del poeta es espejo en el que nos miramos y ventana a través de la cual tomamos conciencia de la realidad. Por eso, cuando Campos escribe: “Oh Dios, vi tanto”, nosotros, que a través de su entrañable poesía vemos tanto, nos sentimos también agradecidos.
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Anoche y en algún lugar - Mario Antonio Campos
Declaración de inicio
Cada uno de mis poemas pretendió ser un instrumento útil de trabajo. Pablo Neruda
(Estocolmo, 1971)
Las páginas no sirven.
La poesía no cambia
sino la forma de una página, la emoción,
una meditación ya tan gastada.
Pero, en concreto, señores, nada cambia.
En concreto, cristianos,
no cambia una cruz a nuevos montes,
no arranca, alemanes,
la vergüenza de un tiempo y de su crisis,
no le quita, marxistas,
el pan de la boca al millonario.
La poesía no hace nada.
Y yo escribo estas páginas sabiéndolo.
1972
Llegada a Roma
a Isabel Campos
Uno, en ciertos, deferente,
cree —en la lluvia de elogios y palmadas—
ser un hombre a la altura de su siglo.
En fin, a qué decirlo, cree ser alguien.
En otros sitios, en cambio, desolado,
su nombre es igual a un perro enfermo,
a la hojarasca dormida del otoño.
En fin, es nadie.
Quien lo haya vivido, lo recuerde.
1972
Contradicto (1)
El ajedrez de la muerte
se quedó en una pieza
Arrojo los naipes, trémulo, incendiado,
y no dicen mi suerte
Y tuve una bestia de orgullo
que arrastró mi bestia
Moribunda,
una mujer pasea triste, descalza en la calle
Y es tarde para ser otro hombre
Salgo de mi casa, pontífice, ajeno,
con el crucifijo –una mujer—
colgado en mi tristeza
Si regreso, Señor,
quiero ser otro pero no Campos
¿Para qué vivir agarrado como loco al reloj?
Ya la gula de vivir se detuvo en mi garganta
Y mísera mi perra más odiada fue la angustia
Pero, Señor, yo converso
en voz alta, en voz baja converso, sí,
cosa distinta es que no oigas
Antes, en otro océano,
arrepentí, modifiqué el pasado
Y tus ojos caminaron tristes, inmensos,
en las páginas de mis libros
Mañana partiré, me iré del todo
Aunque hoy puedo decir:
tengo amigos, no amo a mujer alguna,
el tétano del sol duerme en la ciudad de México
1971
Mi odio
Odio a los que para acomodarse la corbata
se tardan un diciembre;
a los que después de haber escrito
versos de perro dolido
mendigan la alabanza ajena.
Odio a los que desprecian
la mujer que los acosa
por un sueño que nunca alcanzarán,
y a los que con teología
pulcramente inexacta—
se sirven de los imbéciles.
Día a día, Marco Antonio Campos,
vigilé tus actos.
1970
Ayer…
a Evodio Escalante
Ayer, si mal no recuerdo,
me sabía de memoria el vuelo largo,
la lluvia de las hojas en otoño,
la vida —¡eso, la vida!— en la ignorancia.
Mis amigos decían: Lo tiene todo
.
Aun la amada sufría de verme lejos
y mi hermano heredaba otro cadáver.
Mis ojos ahora miran a las hojas
que caen en el jardín bajo la lluvia;
mis amigos se van, no dicen nada;
la mujer que grababa su cuerpo en la hojarasca
es la mano del viento entre los árboles,
y la vida —¡eso, la vida!—a la que yo amo,
a la que canto,
como a un perro sarnoso
me ha olvidado.
1975
Por las nueve raíces de este árbol
Anteayer en la tarde
se dio muerte el mexicano,
quien soñaba en la aurora de un nuevo hombre
Tal vez aún lo recuerden:
era amigo de todos y de nadie,
amistaba los muertos y los vivos,
idiotas, gobernantes y aun artistas
Anteayer en la tarde hacia el crepúsculo
se dio un tiro en el pecho y dijo: ¡Basta!
(Veía entonces el mar, el suyo, el mar
Mediterráneo)
En los últimos meses no escribía
("Escribir es la huella de un idiota;
la vida que nos queda es lo que importa")
A pesar del pesar de su parálisis,
su mente destruida, su vergüenza,
reía siempre, sí, miraba el sol, sí,
así espadeaba en el fondo de sus huesos
la griega ambición hacia el Destino
En nada o en casi nadie se veía
El viernes en la noche, bajo el sábado,
lo vi en Plaka: estaba con Vincenzo y Hadjidakis,
y en la larga alegría de largas danzas
se moría
Esta mañana, preocupado,
el dueño del hotel, me dijo: ¿No los has visto?
Para nada
–repuse
Lo mismo a Vincenzo y al grupo de