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Anoche y en algún lugar
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Libro electrónico137 páginas49 minutos

Anoche y en algún lugar

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En muy pocas obras de nuestra tradición poética nacional se puede ver una relación tan estrecha entre poesía y vida como en la obra de Marco Antonio Campos. Si no se antepone este vínculo, la poesía de Campos simplemente no se entendería y, por extensión, no existiría. La suya es una poesía propia de la pulsión romántica: íntima, crepuscular, testimonial, solidaria y siempre honesta, pero sin que esta dimensión tan personal pierda jamás su dimensión universal. La mejor metáfora para definir una poesía a través de la cual transcurren muchos nombres y países, muchas circunstancias pasadas y por venir, sería asumiendo que la historia individual del poeta es, a un mismo tiempo, la historia de nuestra propia circunstancia, de tal modo que la vida del poeta es espejo en el que nos miramos y ventana a través de la cual tomamos conciencia de la realidad. Por eso, cuando Campos escribe: “Oh Dios, vi tanto”, nosotros, que a través de su entrañable poesía vemos tanto, nos sentimos también agradecidos.

IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento5 ene 2022
ISBN9781005614751
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    Anoche y en algún lugar - Mario Antonio Campos

    Declaración de inicio

    Cada uno de mis poemas pretendió ser un instrumento útil de trabajo. Pablo Neruda

    (Estocolmo, 1971)

    Las páginas no sirven.

    La poesía no cambia

    sino la forma de una página, la emoción,

    una meditación ya tan gastada.

    Pero, en concreto, señores, nada cambia.

    En concreto, cristianos,

    no cambia una cruz a nuevos montes,

    no arranca, alemanes,

    la vergüenza de un tiempo y de su crisis,

    no le quita, marxistas,

    el pan de la boca al millonario.

    La poesía no hace nada.

    Y yo escribo estas páginas sabiéndolo.

    1972

    Llegada a Roma

    a Isabel Campos

    Uno, en ciertos, deferente,

    cree —en la lluvia de elogios y palmadas—

    ser un hombre a la altura de su siglo.

    En fin, a qué decirlo, cree ser alguien.

    En otros sitios, en cambio, desolado,

    su nombre es igual a un perro enfermo,

    a la hojarasca dormida del otoño.

    En fin, es nadie.

    Quien lo haya vivido, lo recuerde.

    1972

    Contradicto (1)

    El ajedrez de la muerte

    se quedó en una pieza

    Arrojo los naipes, trémulo, incendiado,

    y no dicen mi suerte

    Y tuve una bestia de orgullo

    que arrastró mi bestia

    Moribunda,

    una mujer pasea triste, descalza en la calle

    Y es tarde para ser otro hombre

    Salgo de mi casa, pontífice, ajeno,

    con el crucifijo –una mujer—

    colgado en mi tristeza

    Si regreso, Señor,

    quiero ser otro pero no Campos

    ¿Para qué vivir agarrado como loco al reloj?

    Ya la gula de vivir se detuvo en mi garganta

    Y mísera mi perra más odiada fue la angustia

    Pero, Señor, yo converso

    en voz alta, en voz baja converso, sí,

    cosa distinta es que no oigas

    Antes, en otro océano,

    arrepentí, modifiqué el pasado

    Y tus ojos caminaron tristes, inmensos,

    en las páginas de mis libros

    Mañana partiré, me iré del todo

    Aunque hoy puedo decir:

    tengo amigos, no amo a mujer alguna,

    el tétano del sol duerme en la ciudad de México

    1971

    Mi odio

    Odio a los que para acomodarse la corbata

    se tardan un diciembre;

    a los que después de haber escrito

    versos de perro dolido

    mendigan la alabanza ajena.

    Odio a los que desprecian

    la mujer que los acosa

    por un sueño que nunca alcanzarán,

    y a los que con teología

    pulcramente inexacta—

    se sirven de los imbéciles.

    Día a día, Marco Antonio Campos,

    vigilé tus actos.

    1970

    Ayer…

    a Evodio Escalante

    Ayer, si mal no recuerdo,

    me sabía de memoria el vuelo largo,

    la lluvia de las hojas en otoño,

    la vida —¡eso, la vida!— en la ignorancia.

    Mis amigos decían: Lo tiene todo.

    Aun la amada sufría de verme lejos

    y mi hermano heredaba otro cadáver.

    Mis ojos ahora miran a las hojas

    que caen en el jardín bajo la lluvia;

    mis amigos se van, no dicen nada;

    la mujer que grababa su cuerpo en la hojarasca

    es la mano del viento entre los árboles,

    y la vida —¡eso, la vida!—a la que yo amo,

    a la que canto,

    como a un perro sarnoso

    me ha olvidado.

    1975

    Por las nueve raíces de este árbol

    Anteayer en la tarde

    se dio muerte el mexicano,

    quien soñaba en la aurora de un nuevo hombre

    Tal vez aún lo recuerden:

    era amigo de todos y de nadie,

    amistaba los muertos y los vivos,

    idiotas, gobernantes y aun artistas

    Anteayer en la tarde hacia el crepúsculo

    se dio un tiro en el pecho y dijo: ¡Basta!

    (Veía entonces el mar, el suyo, el mar

    Mediterráneo)

    En los últimos meses no escribía

    ("Escribir es la huella de un idiota;

    la vida que nos queda es lo que importa")

    A pesar del pesar de su parálisis,

    su mente destruida, su vergüenza,

    reía siempre, sí, miraba el sol, sí,

    así espadeaba en el fondo de sus huesos

    la griega ambición hacia el Destino

    En nada o en casi nadie se veía

    El viernes en la noche, bajo el sábado,

    lo vi en Plaka: estaba con Vincenzo y Hadjidakis,

    y en la larga alegría de largas danzas

    se moría

    Esta mañana, preocupado,

    el dueño del hotel, me dijo: ¿No los has visto?

    Para nada –repuse

    Lo mismo a Vincenzo y al grupo de

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