Espera mientras beso el cielo: Kiss the sky
Por Amalia Brit
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No seré tan independiente, pero sigo siendo inocente. Y salvaje. Ni víctima ni heroína.
Nos pasa. Independientes, pero enredados en las situaciones de paso corto. Como a Eva, enredada, buscando jardines en los que seguir jugando a su aire. Y, aun así, besando el cielo en un mundo que no está hecho para volar. Sin querer ausentarse de su propia vida y mirando siempre al frente. Pero enredada. Se enamora, se enamora y se vuelve a enamorar. Dice sí, dice no, se contradice y aprende. Nos identificamos, mujeres y hombres, ¿o es que estamos siempre al mismo lado del espejo? Vivir es todo lo difícil o lo fácil que nos lo queramos poner. Como con Eva. Su puerta está abierta. Y la música no deja de sonar.
Amalia Brit
Amalia Brit es el seudónimo de alguien que lleva escribiendo toda la vida. Concursos desde el colegio para la ficción. Artículos científicos y de divulgación en lo profesional. Libros técnicos como coautora. Lee y escribe a diario en el trabajo, pero este es su primer proyecto narrativo personal a esta escala. Y toda la seguridad que se tiene en un lado, se tambalea en el otro. Años y tres versiones criticadas, crecidas, amputadas, han resultado en otro acto de valentía. Y humildad. Y verdad. Y siempre música aderezando.
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Espera mientras beso el cielo - Amalia Brit
Esta es una obra de ficción. Cualquier parecido con la realidad es mera coincidencia. Todos los personajes, nombres, hechos, organizaciones y diálogos en esta obra son o bien producto de la imaginación del autor o han sido utilizados de manera ficticia.
Espera, mientras beso el cielo
Kiss the sky
Primera edición: agosto 2018
ISBN: 9788417533175
ISBN eBook: 9788417533663
© del texto:
Amalia Brit
© de esta edición:
, 2018
www.caligramaeditorial.com
info@caligramaeditorial.com
Impreso en España — Printed in Spain
Quedan prohibidos, dentro de los límites establecidos en la ley y bajo los apercibimientos legalmente previstos, la reproducción total o parcial de esta obra por cualquier medio o procedimiento, ya sea electrónico o mecánico, el tratamiento informático, el alquiler o cualquier otra forma de cesión de la obra sin la autorización previa y por escrito de los titulares del copyright. Diríjase a info@caligramaeditorial.com si necesita fotocopiar o escanear algún fragmento de esta obra.
A mis tres hijos
A Marta, con muchas caricias
Parte I
Eva
Bruselas, 17.5.2016
eMe…,
Te has quedado con las ganas de saber qué significa. Te lo cuento. Excuse me, while I kiss the sky, de un tema de Hendrix¹. Versionado por la Safka, que ya sabes que me van más las cantantes (ellas), para cantar yo, vamos. La letra se refiere a otra cosa. Pero yo lo uso como mantra, literal. Para no pensar en nada más que algo agradable. Mi traducción libre: no me molestes con pequeñeces, no me dejes bajar de la nube, por favor. Estoy soñando, no me despiertes.
Pues eso es lo que has visto, en corto y bonito. Una mariposa, que va en la línea de lo dicho (porque a la yegua salvaje también recurro, pero es más bien cuando me siento de otra manera). Recuerdo de Londres, que allí los tatuajes se llevan diferente.
No era una invitación a que siguieras con tus besos, pero tengo que decirte que me encantó que lo hicieras.
Algún día te contaré mi historia, si me dejas.
Besos,
Eva (mujer libre e independiente, en teoría)
P.D. desde Bruselas, ¿ves? Cielo plomizo y viento canalla. Ayer me escapé a pasear la ciudad y cené sola. En una esquina del local, imaginando vidas a mi alrededor. El camarero, que también le debe dar a la imaginación, me dijo: «pareces una chiquilla tomándote el helado, preciosa». Era italiano, qué quieres. Me hizo feliz el comentario, vaya tontería. Pues sí, allí debía estar yo, niña en cuerpo de mujer, con los ojos cerrados disfrutando de lo lindo. Seguro que emitiendo soniditos de placer mientras saboreaba cada cucharada. Excuse me, while I kiss the sky.
1 Playlist: 1. Purple Haze — Melanie Safka
Madrid, 6.6.2016
eMe,
Tú de ida, yo de vuelta, trabajos exigentes. Recordando, que según Eduardo Galeano viene de re-cordis, volver a pasar por el corazón. Bonito, ¿eh? No hay más que ponerse a viajar sólo, para empezar a sentirse melancólico; da igual que lo hagas mucho, da igual que sea a un lugar conocido. ¿Estás de acuerdo? Tú, boxeador sensible, dime que no te encanta a veces perderte en esa sensación. Bien, voy a echar un poco de leña. No has tenido tiempo de contestarme sobre si querías saber más. Pero ya sabes que me embalo. «Quiero que me relates el duelo que te callas», esto es de Benedetti. Al grano. A ver. Igual nos arrepentimos después. Tienes tiempo, ¿verdad?
Agosto 2014. La estación de Chamartín atiborrada de gente. Gente atareada, pensando, viendo pasar la vida, hablando sin parar, observando.
Eva esperando a que llegara el tren, sentada en un banco del andén. Volvía a casa. En el mp3 música suave. En las manos, una novela de Doris Lessing, El cuaderno dorado, Mujeres libres.
Amando y odiando a la autora, al libro y a sí misma por reconocerse. Transición hacia el abismo de la falta de fe. Tantas idas y venidas. [Vaale..., sí, yo también sueño dormida, y despierta… No, esto se ha acabado.]
Llegaba el tren, el andén se reanimaba. Las voces subían de volumen. Cerró el libro y se quitó un auricular. Agarró su maleta y subió los dos escalones del vagón. Se sentó y volvió a colocarse el auricular. Paisajes dejados atrás. El Total eclipse of the heart, de Bonnie Tyler²..., turn around, bright eyes… Pensaba, pensaba, pensaba…, a 240 kilómetros por hora.
Viaje de vuelta a casa revelador. A medida que iba dejando kilómetros atrás sentía que no eran solo kilómetros, que nunca más iba a recibir una llamada, un mensaje más. El último, un «no» por respuesta.
Ay, Eva. Fran. Fran echándole carreras desde hacía unos meses. Eva dejándose arrastrar por el placer de la emoción, queriendo exprimir. Hasta que se acabó.
—Eres una temeraria —le había dicho él al principio. Sí. No sabía (¿o sí?) cuánta razón tenía. Siempre supo leer en Eva todas las reacciones. Quizá porque en estado de embriaguez emocional una es transparente. Quizá porque Fran tenía experiencia dejando corazones rotos.
Seis horas después el tren llegaba a su ciudad. La ciudad más bonita del mundo, se había convertido en la más inhóspita. Recibía a Eva con una manta de lluvia densa. Le decía «no bajes, no vengas, vuelve atrás». Y ella con sandalias, pantalón de lino y camiseta de tirantes. Frágil.
Perdida al final la noción de la prudencia y el sentido común, dos días antes, Eva le había pedido a Fran que le fuera a buscar a la estación. Ese fue ese último «no» que había recibido. Ni siquiera invocando al calor con las palabras que habían sido suyas. Ya no.
—Fran, allí estará lloviendo cuando llegue. Si te coincide bien, ¿me recoges en la estación? No vaya a mojarme mis pies de princesa —Eva era para sí misma lo menos parecido a una princesa; tampoco era una palabra de su vocabulario. Jamás habría consentido que la llamaran así. Pero Fran la usaba porque la veía preciosa por dentro, o eso le había dicho, y en su boca le sonaba a gloria. Crueles contradicciones. Contradicciones de mierda. Bueno, Johnny Cash también la utilizaba cuando escribía a su mujer.
—No. Estaré fuera, con mi familia —no estaba incluida, claro.
—Vale, te dejo en paz. Pero tengo algo que darte antes de que te vayas. Avísame y te lo acerco —era el cumpleaños de Fran en un mes; después, él volvería a largarse de viaje de trabajo. Fue entre ciudades donde lo conoció.
No entendía. No era capaz de ver hasta dónde llegaba el pánico de Fran al compromiso; pánico que, según él, le hacía pisar freno y poner distancia cuando veía que la cosa avanzaba; y hasta dónde había sido solo una relación superficial, fácil de romper. Tan fácil pronunciar un no.
Quería resistirse a pensar en esto último. Le tentaba quedarse con la opción «es solo miedo». Porque él le había dicho que se estaba enamorando, su cuerpo hablaba por él, sus ojos más. Y hasta el final seguía dando caricias que no se dan si no se sienten.
—Eva, ¿sabes lo que me pasa? —le había dicho un día, meses atrás, después de haber ardido juntos—. Que cuando veo que me implico más de la cuenta, lo termino.
—¿No puedes querer a nadie? —le preguntó ella, inocente, sabiendo que por tres veces le había susurrado muy bajito un «te quiero» al oído. Tan bajito, que ella no pudiera oírlo; tan bajito, que ni él mismo tuviera la conciencia de haberlo pronunciado, para no arrepentirse después.
La respuesta fue su sonrisa burlona, más triste esta vez, que decía: «No». Después sus fantasmas, los de él, que salían a sobrevolarle la cabeza, cada vez que se sentía feliz. Le decían: «Se acabó, Fran». Eva dejaba de escuchar cuando oía esto; bajaba el telón y allí nadie había dicho nada.
El resultado no cambiaba, aunque ella cerrara los ojos. Con serenidad tal vez habría podido recordar que el tiempo pone las cosas en su sitio y que ella era propensa a correr, a impacientarse. Pero ahora sabía que ya no iba a aguantar más. Le dolía demasiado la asimetría.
Con esa determinación saltó al andén arrastrando su maleta. La costumbre, o una leve pero rebelde ilusión de encontrarlo esperando en el coche, le hizo levantar la vista para buscarlo, [igual ha venido al final]. Su sonrisa, su abrazo, sus besos y las manos de él acariciando las manos de ella. Pero no, no estaba. Y tuvo que reconocerse a sí misma que sí, lo había buscado. [Mierda].
Volvió a colocarse los auriculares. Madness de Muse³… subió el volumen y siguió andando. Bajo la lluvia. Cada vez más mojada; el pelo chorreando; los pantalones pegados a unas piernas que temblaban de frío y rabia; el agua resbalando por las manos, que tiraban de una maleta que pesaba como una cadena; los pies escurriéndose por las sandalias, metiéndose en los charcos. La lluvia se mezclaba con las lágrimas, pero el paso no era menos decidido. Desde la estación de tren al campus universitario, a coger el autobús a casa. Quince minutos de cuesta arriba, que no iba a acabar sin más.
—Hola…, ¿quedamos esta noche? —llamar a Miguel fue lo segundo que hizo cuando llegó a casa.
—¡Hola!, ¿no estás muy cansada del viaje?
—No…, ven y salimos a tomar algo, por favor.
Y estas cosas nunca se sabe si sirven o no. Esa noche Eva la pasó bailando y pensando en otra cosa (no siempre), pero el día siguiente seguía en el infierno. Cambió las sábanas, ventiló la casa todo el día, acabó el bote de colonia. Luego se daba cuenta de que la repulsión no tenía que ver con Miguel. No era más que una reacción hacia sí misma.
Si ese día fue malo, el siguiente mucho peor; y el siguiente, y el otro.
[Quiero escribir y sacar todo esto..., ¿dónde están mi energía y mi carácter?]
Las primeras dos semanas seguía despertándose sobresaltada de madrugada porque Fran se le aparecía haciéndole el amor. Entonces, le tentaba llamar y pedirle una última vez. Despedirse y pasar página. Así, cargada de razón. Pero «el cuerpo no es razonable sino delirante», otra vez Benedetti. Y, aun así, por la mañana, algo le decía que sería como agarrarse a un clavo ardiendo, alargar un poco más el suplicio.
La alternativa: hacer la cuenta de lo bueno, sin más; aguantar estoicamente el dolor del recuerdo hasta que fuera remitiendo por sí solo; pero era como la lluvia, y seguía arreciando por dentro. ¿Cómo se hacía esto?
Un día, releyendo sus e-mails, flaqueando, se dio cuenta de que en el último ya lo había anticipado.
Fran,
Me da que no tengo un amigo, tengo una pared. Así no…, que dejo de soñar y me entra el sentido común, y mira que es difícil que me pase eso. Oye, ¿te has fijado?, en progresión, cuanto menos te pido, menos me das. Has perdido el interés (y yo la FE). Y/o has encontrado una buena churri, mecha rubia…
Beso
Eva
Tener fe era algo que él le había pedido desde el principio. Se había convertido en una broma habitual entre ellos. Solo que ahora ya no hacía gracia.
La tercera semana, amarga casualidad, o no, su padre le preguntó por cómo le iba con Fran. Contestó primero con evasivas, luego con suspiros, y decidió contárselo y esperar por opinión de padre y opinión de hombre.
—Siempre se puede elegir —le había dicho—. No has sido la primera ni serás la última que se enamore, sufra un desengaño y lo supere. Has hecho cosas grandes, has tenido fuerza para empezar varias veces de la nada. Esto no va a frenarte, te va a reforzar, ya lo verás.
Quería que tuviera la varita mágica que tienen los padres cuando somos pequeños. Y que su respuesta hubiera sido: «no te preocupes, sí, es miedo, se huele a la