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Villambroz: El poder de un pasado rural
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Villambroz: El poder de un pasado rural
Libro electrónico628 páginas9 horas

Villambroz: El poder de un pasado rural

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Vivir en libertad en este páramo; poder decir siempre mis ovejas y mis tierras.

"

El conjunto de los 205 retazos rurales aspiran a ser una historia novelada, con ciertas tildes sociológicas y moralizantes, asicomo con algunas salpicaduras de sano e ingenuo humor. Los múltiples personajes que aparen en las sucesivas escenas, conforman al protagonista único, Villambroz. No esperes encontrar en ellos relumbrantes hazañas. La vida de estos antepasados transcurre dentro delos parámetros de la sencillez y la normalidad.

Pero esto no excluye que aquella gente tuviera una vida plena de valores morales, mezclados, claro está, con las miserias propias de todo ser humano. Ahora bien, el fiel de la balanza, en sus casos, está inclinado más hacia los valores que a las miserias.

El contenido de estas páginas, no es otro que el resultado de conjuntar las múltiples piezas del puzle, de variadas figuras y rico colorido. Por separado, puede que estos retazos no digan nada, pero debidamentecompaginados en la mente del lector, darán una visión completa del pasado rural de Villambroz.

Nos encontramos en este escenario del páramo a personas con nombres y apellidos reales, que crearon ese pasado. Pero la imaginación del escritor las ha colocadoen situaciones que transcienden el lugar y tiempo.

Desde los primeros retazos rurales de la prehistoria de Villambroz, hastalos inmediatos antepasados nuestros, en todos subyace el único intento: vivir en libertad en este páramo. Poder decir siempre misovejas y mis tierras. Y han creído siempre conseguir estas legítimas pretensiones, a fuerza de trabajar en este páramo y sacarle todas las virtudes encerradas celosamente en su suelo: ganadería y agricultura. "

IdiomaEspañol
EditorialCaligrama
Fecha de lanzamiento24 feb 2017
ISBN9788491128915
Villambroz: El poder de un pasado rural
Autor

Basilio Velasco Delgado

Basilio Velasco nació en el palentino pueblecito que lleva el mismo nombre de esta novela, Villambroz. El escritor ha sido asiduo oyente en las tertulias de los viejos del lugar, en las que se contaban sus múltiples experiencias habidas en el largo recorrido de sus vidas; algunas de las cuales enlazaban con sus ya lejanos antepasados. La Infancia del autor la pasó correteando por las calles terrosas y llenas de cantos del mismo pueblo que le vió nacer. Nació y vivió en una de las más antiguas casas construidas de poste carrera, esto es, de adobes, barro y madera de roble. Así como ha sido testigo de los acelerados cambios del pueblo, hoy día irreconocible por los antepasados en una imaginada vuelta a su pueblo. Basilio realizó los estudios primariosen la escuela nacional y los estudios secundarios en los colegios de Requena (Valencia) y Cardedeu (Barcelona). Hizo Estudios superiores de filosofía en el Instituto Filosófico de Alcobendas (Madrid) y seLicenció por la Universidad de Manila. También estudió Sociología en el Centro de Estudios Sociales de León XIII de Madrid, graduándose en la Universidad Pontificia de Salamanca. Esteescritor desarrolló su actividad laboral como profesor de Filosofía en diversos centros de secundaria, compaginándolo con la docencia de Sociología durante unos veinte años en el Estudio General, luego Facultad de Valencia. Durante un corto periodo de años, también dio clases de Estructura Social y Económica en la Escuela de Graduados Sociales en Palma de Mallorca.

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    Villambroz - Basilio Velasco Delgado

    Presentación

    Espero, estimado lector, no decepcionarte en el transcurso de la lectura de estos retazos rurales. Aspiran a ser una historia novelada, con ciertas tildes sociológicas y moralizantes. El escritor va a jugar a mago, transcendiendo cualquier limitación de tiempo y espacio.

    De los personajes que vayan apareciendo en las sucesivas escenas, a ninguno le pondrás la etiqueta de protagonista. El único protagonista es Villambroz. No esperes encontrar en ellos relumbrantes hazañas. No. La vida de estos antepasados transcurre dentro de los parámetros de la sencillez y la normalidad.

    Pero esto no excluye que aquella gente tuviera una vida plena de valores morales, mezclados, claro está, con las miserias propias de todo ser humano. Ahora bien, el fiel de la balanza, en sus casos, está inclinado más hacia los valores que a las miserias.

    El escenario donde se representa la vida de estos antepasados, tiene como telón de fondo la variable multiplicidad de colorido del páramo, según la estación del año, en la que se desarrollan las distintas escenas.

    Estos retazos, en la mente del escritor, tienen la vocación de ser representaciones hermosas de la vida rural de nuestros antepasados. Pero, eso sí, con la lectura te irás dando cuenta que el contenido de estas páginas, no es otro que el resultado de conjuntar las múltiples piezas del puzle, de variadas figuras y rico colorido. Por separado, puede que estos retazos no te digan nada, pero debidamente compaginados, te darán una visión completa del pasado rural de Villambroz.

    ¿Novela? ¿Historia? Te preguntarás. Ambas a la vez. Nos encontraremos en este escenario del páramo a personas con nombres y apellidos reales, que crearon ese pasado. Pero la imaginación del escritor las ha colocado en situaciones que transcienden el lugar y tiempo.

    No sería casualidad también, que el pueblo del lector, aunque no se llame Villambroz, sino Villarraña, por un decir, coincida mucho; incluso, se identifique con los personajes y contenido de estos retazos rurales. En este supuesto, tienes licencia del escritor para sustituir, cada vez que salga el nombre de Villambroz, por el de tu pueblo, Villarraña.

    Ahora bien, notará el lector que desde los primeros retazos rurales de la prehistoria de Villambroz, hasta los inmediatos antepasados nuestros, en todos subyace la única pretensión: vivir en libertad en este páramo. Poder decir siempre mis ovejas y mis tierras.

    Nuestros antepasados, sucesores de aquellos prehistóricos pastores, han creído siempre conseguir estas legítimas pretensiones, a fuerza de trabajar en este páramo y sacarle todas las virtudes encerradas celosamente en su suelo: ganadería y agricultura.

    El Autor

    La Cañada

    1

    No lo sabemos, pero pudo ser, más o menos así, el origen del pueblo y del nombreVillambroz. Y he dicho que no lo sabemos, porque en estos primeros retazos rurales,caminamos aún en la prehistoria de este páramo.

    La trashumancia en España se realiza, desde tiempo inmemorial, mediante un sistema de caminos, que reciben el nombre de cordeles o cañadas. Este movimiento del ganado se realiza por la Cañada Real Leonesa. El de ida, en primavera, a la frescura de la montaña de León y de vuelta, en otoño. a las cálidas dehesas extremeñas, entre otras, las cacereñas del valle Ambroz. Este recorrido lo situamos ya en los albores del siglo XIII, supuestos inicios de este pueblo del páramo.

    Después de haber hecho una jornada de camino con los rebaños de maritas, pernoctamos en una de las muchas camperas situadas a lo largo del cordel de las merinas. Está en lo alto de la margen izquierda de un pequeño torrente, que discurre por un verde y ancho valle, flanqueado éste, por un lado, con monte poblado de robledales y por el otro, de frondosos encinares.

    Esta zona de descanso de las maritas, en el lenguaje de los pastores mariteros,descansadera, era lo que hoy ocupa el pueblo. En esa época del año la campera estaba como un vergel, con fresca hierba y adornada con el múltiple colorido de las flores primaverales, propias del páramo. Mientras que, a la vuelta en otoño, la misma campera se había convertido en un verdadero sequedal.

    A la caída de la tarde, han llegado a este descampado dos grandes rebaños de ovejas merinas, para los lugareños, maritas.Abrían el camino, dos pastores a quienes les seguían tres enormes marones, que, con el movimiento de balanceo de la cabeza, hacían sonar los cencerrones colgados de sus collares. Salpicaban el ganado de las ovejas, un número considerable de burros, cargados con las viandas, mantas y demás utensilios, como parrillas, sartenes, ollas, pellejos con el vino, garrafas metálicas para el agua...

    Detrás y a los lados del rebaño, caminaban los demás pastores, bien equipados de bragos y zamarras, zurrona a la espalda y en las manos unas grandes varas, como ayuda para conducir las ovejas.Junto a cada uno de los mariteros, no faltaba la compañía de los fieles perros mastines, protegidos con sus carrancas al cuello, provistas de pinchos metálicos, para defenderse de posibles ataques de los fieros lobos, abundantes en algunas zonas por las que pasaban las maritas.

    ¿Cuándo fue la primera vez que las maritas pasaron por el agreste terreno de este páramo? Lo desconocemos por completo. Pero no importa. Así damos la oportunidad a la imaginación para trabajar con mayor libertad y recrearse con sus fantasías.

    Un año y otro año,una primavera y un otoño, con dirección de abajo a arriba y viceversa, este movimiento de los ganados se iba repitiendo. Los mariteros, según cumplían años de pastoreo, conocían cada vez más los terrenos que pastaban las ovejas a su paso por ellos. Con el tiempo, los hijos de estos pastores, tomaban la cachaba y el zurrón, para relevar a sus padres, que ya se iban haciendo mayores. Ellos continuarían llevando cada año el ganado de sus amos, desde las dehesas extremeñas, en nuestro caso el valle de Ambroz,a la sierra leonesa, de Prioro y Riaño. Y con ellos se llevaban también las ilusiones que les habían transmitido sus padres. Alcanzar algún día la plena libertad.

    Este movimiento trashumante, a los mariteros les exigía largas temporadas vivir alejados de sus familias y sus casas. Unos dejaban por una temporada a sus ya ancianos padres, otros a sus mujeres e hijos; algunos habían recibido un beso de despedida de sus novias. En fin, para todos, ciertamente, era una situación personal y familiar dura de sobrellevar cada año. Si a esta realidad añadimos otras circunstancias de carácter social y económico, la trashumancia anual, de ser una pesadilla para todos, se convertía para muchos de ellos en un auténtico problema también personal y familiar.

    Efectivamente, los mariteros, eran conscientes de que los dueños de aquellos enormes rebaños pastoreados por ellos, no eran suyos. Como tampoco en las dehesas de donde procedían, no tenían ni un palmo de tierra propio. No todos estaban contentos con esta situación social. ¿Qué futuro podían labrar para ellos y sus hijos en estas condiciones? Los pastores jóvenes estaban haciendo lo mismo que habían hecho sus padres y abuelos. Trabajar para otros.Así que, cuando pasaban por los distintos terrenos, se les abrían más los ojos, y veía la posibilidad de que su futuro podría cambiar.

    Más de un maritero, al recorrer este valle del páramo, se cuestionaba la posibilidad de dejar algún día la dehesa extremeña y quedarse a pastar su ganado propio por estos terrenos. Sí, pensaría alguno también: el valle de Ambroz es más rico en pastos que este páramo. Pero las maritas que guardo no son mías y los pastos de las dehesas, tampoco me pertenecen. Por el contrario, en este terreno tendremos algún día la posibilidad de saciar la ilusión de poder decir: mis ovejas, mis tierras, y olvidarse de las ovejas de mi amo y las tierras de los terratenientes.

    2

    Y llegó el añorado año, en el que casi una docena de mariteros jóvenes se decidieron hacer realidad en sus vidas, lo tantas veces soñado por ellos en aquellas largas noches pasadas al raso, cuando en la descansadera del valle de este páramo, reposaban los rebaños de sus amos.

    ¿Qué año fue aquel? La respuesta no se precisa consignarla en estos retazos; se la dejo a la labor de los historiadores. Mas, si el año ha quedado oculto en la nebulosa de lo desconocido, no así sucede con la época del año, cuando trashumaban las ovejas de un terreno al otro. Sin duda alguna, el caso que nos ocupa, debió ser en el tiempo de primavera.El clima primaveral jugaba a favor delos emprendedores mariteros extremeños. Podían llevar a cabo la experiencia, porque habían visto años atrás que, este páramo gozaba también de un clima suave estos meses de primavera y verano.

    Aquel primer año, once de los mariteros trajeron sus pequeñas puntas de ovejas merinas, envueltas con las de los grandes rebaños de las dehesas extremeñas. Habían decidido quedarse con ellas en este páramo e iniciar una nueva andadura pastoril.

    En la parte alta de la margen izquierda del pequeño río, se extendía la gran campera, que desde el principio de la trashumancia, habían escogido los mariteros como zona de descanso para los grandes rebaños transhumantes. Entre una descansadera y otra mediaba la distancia de unos quince a veinte kilómetros, recorrido que solían hacer las ovejas en una jornada.

    Pues bien, aquí plantaron estos jóvenes mariteros extremeños las cinco viejas tiendas de campaña, que habían traído de su valle de Ambroz. Pasada la noche, de buena mañana, los rebaños que tenían que continuar el recorrido de la cañada, reemprendieron la marcha hacia la montaña, no sin antes despedirse de sus emprendedores colegas mariteros. Este primer día había amanecido muy claro.

    Aquel año venía una primavera muy húmeda, debido a las abundantes lluvias caídas en invierno y despedido hacía pocos días. En consecuencia, llevaba bastante agua el pequeño torrente, que veían correr por el valle, paralelo a la cañada que habían traído, desde que comenzaron el páramo. Habían encontrado el amplio valle, exuberante de fresca hierba y abundante agua. Por lo tanto, al pequeño ganado de estos mariteros pioneros, se le prometía un copioso pasto en aquella primera temporada de careo en tierras parameras.

    Pasada la primera jornada del ganado paciendo alrededor de la campera, donde habían plantado ya las tiendas, al día siguiente, dos de los mariteros bajaron el ganado a pastar por la ribera del torrente. Habían concertado que estos primeros días, irían con el ganado, aunque éste no fuera numeroso, dos pastores, pues, además de cuidar las ovejas, ir conociendo mejor el nuevo terreno. También llevaron a dos de los fieles mastines.

    Llegó cuarta tarde y el rebaño que había pasado todo el día pastando por los alrededores, volvió a la descansadera y esa noche ya no quedaron las ovejas, al amparo solo de los mastines y los correspondientes mariteros vigilantes. los nueve mariteros ya habían hecho una cerca para el ganado, que en su día se convertiría en un corral de ovejas.

    Con la exploración del terreno que iban haciendo cada día, se daban cuenta los mariteros que estaban viviendo en un terreno algo más rico de lo que pensaron en un primer momento. A las muchas posibilidades que veían en el ancho valle, se añadía al oeste, la gran extensión de monte, poblado de grandes robles y matorrales de las más diversas especies. Por la parte de cierzo abundaban los encinares, además de toda clase de arbustos.

    Por lo que habían indagado antes de salir de su valle Ambroz, sabían que por allí cerca había algunas poblaciones. No muy lejos de allí estaba la villa de Saldaña. Así que un día, dos de ellos montaron en sendas yeguas y por un camino que pasaba muy cerca de donde estaban ellos acampados, se llegaron a la villa, situada en la vega del río Carrión. Era un centro comercial de importancia para aquella zona. Ya tarde, montaron en sus respectivas cabalgaduras, llegando a su asentamiento al oscurecer, cuando el pastor de aquel día también había recogido ya el ganado en la nueva cerca. De nuevo, juntos todos cenaron lo que habían preparado los dos mariteros, cocineros ese día,y se dispusieron a pasar una noche más, en los brazos de Morfeo.

    Cuando el tiempo se lo permitía, llegada la noche,al resplandor y calor de una hoguera, pasaban un rato hablando.Esta noche, antes de irse a dormir todos,Crescencio y Emilio contaron lo vivido en el viaje que habían hecho a Saldaña aquel día. Empezó Emilio:

    —Cuando íbamos a salir, acertó a pasar un carretero por este camino. Le paramos para preguntarle cuánto tiempo tardaríamos en llegar a Saldaña.Venía con un carro de vacas de la parte de arriba y nos dijo que iba a Sahagún, a comprar vino. Nos dijo que con las yeguas tardaríamos en llegar a la villa más o menos dos horas.

    A lo narrado por Emilio, añadió Crescencio:

    —Y ciertamente, llegamos bien siguiendo las indicaciones del carretero.

    —El camino estaba bastante bien.

    Apostilló Emilio. Y continuó Crescencio:

    —A mi me parece que Saldaña es un pueblo bastante grande, los lugareños de allí la llaman villa; pero, creo que es algo más pequeño que nuestro pueblo.

    Emilio continuó:

    —Pero en esta villa hay de todo: comercios, tiendas, botica, mercado, una iglesia grande. Pasa junto a Saldaña un río con mucha agua. Nos dijeron que era el Carrión y que bajaba de la montaña palentina.

    —También nos enteramos que todos los martes hay mercado en la plaza.

    Así concluyó Crescencio. Nuestros dos viajeros habían aprovechado el día para mercar algunos alimentos, ropa y calzado. También compraron alguna herramienta que estaban necesitando y no habían traído de su Extremadura.

    Ya vencido el verano, aquel año la sequía ya se dejaba notar. Las ovejas iban encontrando menos agua por el valle. Las lagunas se iban secando. En otra de esas tertulias nocturnas alrededor de la hoguera, el que había estado guardando las ovejas aquella jornada, Bartolomé, les contó lo que había vivido ese día:

    —¿Sabéis lo que he descubierto hoy, muy cerca de aquí?

    Les hizo esta intrigante pregunta, en espera de una respuesta supuestamente negativa por parte de los otros pastores.

    —Tú dirás lo que has descubierto, Bartolomé.

    Así le respondió Emilio, aparentando no dar ninguna importancia a la cuestión. Y continuó Bartolomé:

    —Pues antes de llegar a ese camino que va a Saldaña, siguiendo un regueritoque desemboca en el torrente, he descubierto de donde sale el agua. Vi que salía de un manantial, que está en un ribazo,no lejos de la corriente del río.

    —Y ¿con eso qué nos quieres decir?

    Interpeló, escéptico, Donaciano

    —Es que no es todo lo que os he dicho. Pues se me ocurrió hacer con el oncejo un pequeño ontaco y enseguida se llenó y siguió corriendo el agua hacia abajo. Después que se aclaró, he bebido varias veces para probar el agua, y he visto que es un agua muy buena, ya veréis vosotros.

    —¿Ah, sí? ¡Jajaja!.

    Se rie más incrédulo otro pastor. Y haciendo caso omiso, Bartolomé continuó:

    —A la vuelta pasé por allí para ver cómo estaba la fuente, Se me ocurrió llenar la cantimplora de esa agua, para que también la probéis vosotros. Ya me diréis, pero a mi me parece mejor que el agua de esta fuentecilla de a cierzo, de la que traemos ahora el agua.

    —Trae, a ver si es así como tú dices.

    Bartolomé se levanta y trae la cantimplora de su chozo, donde la había dejado junto a la zurrona y la cachava.

    —Toma, Donaciano, y prueba tú primero.

    Se la da y bebe, pasándosela luego a los otros mariteros.

    —Pues es verdad, ¡Qué buena está!

    Afirma, Crescencio y asintiendo también los demás pastores.

    A los pocos días que le tocó soltar las ovejas a Raimundo, decidió hacer el careo por donde Bartolomé les había dicho que encontró la fuente. Entonces el pastor Bartolo le pidió acompañarle y asi le enseñaría dónde estaba dicho manantial.

    Provistos de una zoleta y una lata, primero, agotaron el hontaco, completamente lleno de agua, y luego lo agrandaron ahondándolo más todavía. Fue poco el tiempo que tardó en llenarse de nuevo el depósito que habían hecho.

    Raimundo pasó con las ovejas el camino de Saldaña, para pastar río abajo del valle. Bartolomé, por su parte, llenó las dos cantimploras que había traído y volvió a los chozos. Desde aquel día, nuestros pastores comenzaron a traer el agua de esa fuente para beber y cocinar.

    Y así pasaron los días, las semanas y los meses de aquella primera temporada de prueba de los pastores venidos del valle de Ambroz. Los mariteros notaban que el ganado se alimentaba bien con el abundante pasto del valle y del monte, pues las reses engordaban y estaban lustrosas.

    3

    Pero aquel año el verano había llegado a su fin, pues el invierno comenzaba a anunciarse ya en este páramo a mediados del otoño. A primeros de noviembre estaba previsto darían la vuelta sus compañeros los mariteros que habían pasado este tiempo disfrutando del frescor de la montaña leonesa de Prioro y Riaño.

    En su interior, nuestros pastores comenzaban a tararear aquella canción que otros años habían cantado a viva voz, provocando el eco al chocar sus voces en las faldas de las montañas y en lo profundo de sus valles, de los que se despedían tan alegremente:

    "Ya se van los pastores a la Extremadura, dura, dura, dura

    Ya se queda la sierra triste y oscura, ura, ura, ura…"

    Por su parte, nuestros once mariteros también dejarían esta tierra paramera, dentro de unos días, en la que se les había dado una acogida muy prometedora para su futuro. Ahora retornarían también al abrigo del valle Ambroz, a pasar el tiempo frío invernal con los suyos, al amparo del clima más benigno extremeño.

    Sobre la base de la experiencia habida la pasada primavera y estío, en el páramo, los once pastores protagonistas de esta hazaña pastoril, con algunos otros más, a quienes ganarían para la causa, durante todo el año, prepararían la próxima vuelta a este terreno del páramo palentino.

    Por fin, llegó el día de salida en fechas similares a las de los otros años. Como siempre, los familiares habían salido a dar el adiós a sus queridos pastores. Los amos de los ganados les abrieron las puertas de las dehesas, para que sus maritas recorrieran los cordeles de trashumancia, para pasar el verano en las frescas montañas leonesas. Era lo de todos los años.

    Pero este año había novedades en la despedida. Era evidente que el número de mariteros era mayor; se habían sumado siete más. Así también el número de maritas que no llevaban la marca de la dehesa, había crecido.

    Después de días recorriendo el cordel de las maritas, caída ya la tarde, un rebaño muy numeroso ha llegado a la descansadera de costumbre. Las ovejas van a pasar allí una noche de descanso. Como en la campaña anterior, al rayar el día, el gran rebaño de merinas iniciará de nuevo la marcha, cañada arriba hacia la montaña. Ya solo quedaba el grupo de los primeros pobladores de este terreno, con sus ovejas. Estos mariteros comenzaban a disfrutar ya de su pequeño, pero propio ganado.

    En esta segunda campaña, nuestros mariteros encontraron bastante deterioradas sus cachaperas o chozos. No en vano habían tenido que hacer frente a un invierno lluvioso y con pródigas nevadas. Así que la primera labor de los pastores fue recomponer las provisionales viviendas de antaño. Mientras, vivirían en las viejas tiendas que habían traído.

    Por su parte, los pastores, que cada día sacaban a pastar los dos rebaños, al mismo tiempo, aprovechaban también para ir adecuando el terreno de los alrededores a las necesidades de los ganados. Entre otras labores, a finales del seco agosto, fue limpiar y agrandar dos lagunas que se había formado con el agua remansada en unas hondonadas, durante los inviernos. Con estos tojos limpios, habían asegurado poder dar agua a las ovejas, todos los días de aquel seco otoño, hasta que marcharan a su Extremadura.

    Ya tenemos aquí más al descubierto las raíces de un naciente poblado. Lo forman seis primitivas viviendas, con capacidad suficiente para cobijar a todos los pastores. En la parte cierzo de estas construcciones, se levantaban también los dos primeros corrales de ovejas, con tenada y patio. Igualmente, adosadas a las viviendas, habían hecho las cuadras, donde estaban recogidos las yeguas, los caballosy los burros.

    Los viandantes y carreteros que iban a Saldaña o a Sahagún por el camino que pasaba al lado del nuevo poblado, ya tenían tema de conversación para todo el viaje, con lo que veían en aquella campera del páramo.

    Entretenidos los pastores con estos sueños, que se estaban ya haciendo realidad, de nuevo se les echó encima el tiempo del retorno a su tierra extremeña. Dando así por concluida esta segunda experiencia pastoril en el páramo palentino.

    Y así fue al año siguiente. Y al siguiente… y al siguiente. No podemos dar fechas exactas, pues la prehistoria no lo permite.Lo cierto es que los sueños de aquellos mariteros iban haciéndose realidad.

    Pasado el tiempo, que se podría contar por años sucesivos, llegó el día D del año A, cuando aquellos mariteros se decidieron dejar su valle Ambroz, para emprender ya una nueva vida en este terreno del páramo palentino, durante los doce meses del año. Daban ese paso no con los ojos cerrados. Sabían bien a dónde iban.Pero este año revestía además alguna novedad. Vamos a conocer que aquella campaña de los pastores trashumantes se había transformado, en parte también, en trashumancia de las primeras familias mariteras, que sería como la base firme del nuevo poblado mesetario. El grupo de mariteros contaba también con las mujeres de ocho jóvenes pastores

    La despedida de los pastores trashumantes, en consecuencia, este año sería también distinta a la de otras temporadas anteriores. En esta ocasión, se despedían también pastoras. De las ocho parejas, cuatro de ellas tenían que dejar los hijos a cargo de sus abuelos, durante el tiempo el que sus madres estarían ausentes. Cierto es que por ser el primer año, sería media temporada para ellas. Pasado el verano con sus maridos en el proyectado poblamientoen el páramo, volverían al valle de Ambroz. Cuando en otoño volvieran de la montaña los rebaños, ellas se incorporarían, para seguir el camino de vuelta al encuentro de la familia que habían dejado meses antes.

    De mañana temprano, en el valle del Ambroz ya se oía el vocerío de hombres y mujeres, chiguitos y chiguitas. Habían madrugado todos porque iban a despedir a los pastores y pastoras que marchaban con los grandes rebaños de maritas. Así era. Los mariteros y mariteras estaban dando los últimos adiós a su gente. Alguno dejaba atrás llorosos a sus ancianos padres. Otros se despedían por un corto tiempo, de su prole pequeña, que dejaban a buen recaudo al cuidado de sus abuelos, con la ilusión de que dentro de poco tiempo volverían sus padres y les traerían muchas cosas de aquellas lejanas tierras.

    Después de recorrer la cañada por no sé cuántos días con sus noches, llegarían a la conocida descansadera al lado del valle del torrente Cueza, en el páramo palentino. Estando ya bastante cerca, a los veteranos pastores se les iba notando un cierto nerviosismo, pues no sabían cómo encontraríanel lugar donde ya tenían sus casas esperándoles. ¿Estarían como las habían dejado?

    La alegría de estos pastores era incontenible. Habían llegado ya a sus propias casas y a sus propios corrales para encerrar en ellos a sus propios ganados. Ese año ya eran cuatro pequeños rebaños. Pocos, ciertamente, pero éstos eran suyos propios. Por fin, sus sueños se hacían realidad.

    Al día siguiente, ya con la luz del sol, lo primero que les esperaba, era hacer el apartado de los ganados que tenían que quedarse en el páramo. Por su parte, las mariteras casi habían pasado la noche de claro en claro, ocupadas en aposentarse en sus nuevas viviendas. A la luz de los quinqués, faroles y candiles fueron limpiando un poco las casas y colocando las cosas que habían traído. La impaciencia de aquellos mariteros no les había permitido dejarlo para cuando fuera de día y emplear la primera noche para descansar.

    No obstante, la mañana amaneció clara y con bastante rocío primaveral. Los mariteros almorzaron sus calderos de sopa de leche de cabra y un buen torrezno de tocino, regado con vino. Las ovejas seguía echadas, resistiéndose a levantarse a pesar de que los pastores iban por el medio del ganado dándoles sobre los lomos con sus varas.

    Los grandes rebaños ya estaban camino hacia la montaña. La descansadera había quedado sumida en el silencio, si no fuera por el balar de las maritas que habían quedado dentro de los tres corrales, en espera de salir de allí a pacer por el valle.

    Por otra parte, la jornada aquella se les presentaba al grupo de mariteros llena de incógnitas. Los que repetían la gesta, desconocían si la nueva experiencia les resultaría como la de años anteriores. Para los nuevos mariteros ese día era el inicio de la ilusionada trayectoria en aquella tierra castellana. En todos ellos se abría la puerta a la transcendental empresa de comenzar una nueva vida en este valle del páramo palentino.

    4

    En el horizonte el sol se estaba desperezándose aquella mañana. Al salir a la puerta de sus cabañas, los mariteros y mariteras no podían prescindir de sus zamarras o mantones, porque venía un viento fresco de cierzo, al que todavía no estaban acostumbrados. Nuestros pastores y pastoras almorzaron el caldero de sopas de leche, preparado este día por dos veteranos mariteros. Y comenzaron a faenar.

    Las mujeres iban de una cabaña a otra, revisando bien todas ellas y dándose ya una idea de las posibilidades que tenían para hacer una distribución equitativa de ellas, entre los mariteros y mariteras. Los cinco matrimonios ocuparían una vivienda cada uno y los otros pastores solteros se distribuirían en las otras cabañas.

    El constante balar de la ovejas todavía encerradas, les avisaba que tenían que soltarlas a pacer. Y así lo hicieron. Tres pastores soltaron sus respectivos ganados a pastar. Como ya conocían el terreno, cada uno tomó distinto careo. Uno llevaría las ovejas valle arriba y el otro valle abajo y el tercero se quedaría por los alrededores del poblado.

    Como base de esta nueva experiencia de vida, estaba la unidad reinante en este grupo de pastores y pastoras. Gracias a ella, las labores cotidianas en el asentamiento se organizaban de común acuerdo. Habían emprendido una empresa comunitaria. Las ovejas, las casas, los corrales, los animales que habían traído con ellos, todo era del común. En consecuencia, los trabajos se organizaban comunitariamente.

    Aquellos primeros días, los que se quedaban como custodios del asentamiento en la descansadera, se organizaban de común acuerdo las tareas. De momento, en las pequeñas viviendas estaba todo por hacer. Habrían de ser ellos quienes fueran adecuando la estancia a sus necesidades más perentorias. En estas labores, podríamos llamarlas caseras, tuvieron gran importancia las cinco mujeres, que se habían sumado a esta experiencia pastoril.

    Pasaban así los días. Entre los muchos recuerdos que tenían almacenados los mariteros en sus mentes, uno era que a raíz de los viajes que habían hecho a Saldaña, a la entrada de la villa habían visto carros a la puerta de lo que debía ser una carpintería. Luego se enteraron que era también carretero, que hacía nuevos y arreglaba carros viejos.Así que, ya antes de salir del valle de Ambroz, los pastores pensaron que una de las primeras cosas que harían al llegar al páramo, sería ir a Saldaña a hacerse con dos carros, de varas y con toldo, para enganchar a los caballos y yeguas y poder desplazarse mejor al mercado de la Villa y a otros pueblos.

    Con el correr de los días, se notaba que el asentamiento primitivo iba convirtiéndose en un verdadero poblado.Aquel lugar del páramo, en el que el primer año aparecieron tres chozos o cachaperas, ahora, unos pocos años después se había poblado de cabañas, rodeadas de corrales. También aumentaban los huertos junto a las casas para cultivar verduras y legumbres.En aquella campera, estaba naciendo una nueva población. Sus habitantes eran pastores que habían venido, según contaban ellos mismos, de tierras extremeñas y concretamente del valle de Ambroz.

    Según pasaban los años, también aparecían cada vez más trozos de tierra destinados al cultivo de cereales. En fin, que la actividad pastoril estaba dejando de ser exclusiva, dando paso también al nacimiento y desarrollo de la agricultura

    Era muy corriente ver a los carreteros ir y venir por el camino en dirección a las dos villas. Estos carreteros fueron los primeros que, al pasar por aquella campera, veían que allí iba surgiendo un nuevo poblamiento. Y se preguntaban: ¿qué gente habrá venido a vivir ahí? En un principio nadie les daba una respuesta. Con el tiempo, se veía que aquella gente eran pastores. A veces se podía ver algún ganado pastando cerca del camino de carros. Pero aquel grupo de cabañas seguía sin tener nombre.

    Durante una larga temporada aquellos pastores extremeños y sus sencillas cabañas fueron objeto de conversaciones, principalmente los martes en la plaza de Saldaña, y los sábados en el mercado de Sahagún.Cuando se iban enterando de que aquellos pastores que habitaban en el nuevo poblado procedían de un valle extremeño, llamado Ambroz, comenzaron a identificarlos como los pastores del valle de Ambroz.

    Con el tiempo, los mismos carreteros que pasaban por el camino a Sahagún o Saldaña, veían que en aquel poblado las cabañas iban pareciéndose mas a las casas de las villas, entonces sustituíanel nombre de cabañas por el de villa, lo que les sugirió identificar aquella nueva población como la villa de los pastores del valle de Ambroz.

    Por fin, ya tenemos cómo llamar a aquel incipiente pueblo del páramo palentino. Aunque, ciertamente, el nombre resultaba un poco complejo. Pero siguiendo la tendencia de los humanos de simplificar el lenguaje, hasta sintetizar varios conceptos a un término, al referirse al lugar que habitaban aquellos advenedizos, se los identificaban como los pastores de la villa del valle Ambroz. Con ello ya nos acercamos más a la denominación definitiva del pueblo: "VILLAMBROZ.

    Y aquí se termina el relato de la prehistoria... Aquí comenzarían los orígenes históricos de Villambroz.

    villambroz2

    Las casas

    5

    Empezamos la incursión en este túnel del tiempo. En la misma entrada ya hemos visto cierta anarquía en la construcción de laspocas casas del pueblo. Para aquella gente todavía no existía la ciencia arquitectónica. El trazado lo hacían ellos cuando se proponían rodear con una tapia el terreno que quedaba libre alrededor de sus casas

    En este primer recorrido también nos llamó la atención que el único material de construcción de todas las casas era el barro y la madera de roble. Las paredes, trulladas unas y otras sin trullar, estaban levantadas con enormes adobes, asentados sobre los alizares, no muy profundos y hechos de cantos. Esto nos lo confirmó el tío Mateo al que encontramos trullando una tapia. Por lo visto era entendido en la materia.

    También, nos dábamos cuenta de que la estructura de las casas estaba formada de gruesos maderos de roble. En su mayoría, salvo contadas casas de cuarto alto, aquellasprimeras eran de planta baja y que, con el tiempo,las han ido subiendo hasta tomar una media altura.

    —¿Para qué tenían montones de tierra junto a la puerta de casi todas las casas,

    A mi pregunta a la tía Lucía, que en ese preciso momento salía de su casa a por agua al pozo de la vecina me respondió:.

    —Porque la gente es previsora y la necesita para hacer barro con qué trullar una pared, retejar un tejado, o levantar algo caído.

    Y lo pudimos comprobar cuando pasamos por delante de un portalón donde dos hombres estaban haciendo barro.

    —¿Qué haces, Raimundo?

    Le pregunta mi acompañante a quien estaba haciendo barro.

    —Poca cosa. Aprovechando la mañana que está asi; voy a ver si trullamos un poco las cuadras por dentro.

    El otro, que debía ser su hijo, estaba dentro de la pecina con una azada en las manos, y arremangados los pantalones hasta las rodillas, estaba pisando dentro para hacer el barro. Era el sistema que tenían entonces para amasar la tierra, la paja y el agua. Sistema curioso.

    —Bueno, Raimundo, vamos a seguir viendo el pueblo. Adiós,

    Así nos depedimos, después de haber departido un rato más con aquellos dos paisanos.

    —Adiós. Nos despidieron también ellos.

    Al pasar por delante de unas puertas, en ese momento vimos salir a la calle unas gallinas. Me fijé por donde habían salido y vi luego que casi en, al lado o en las mismas puertas había, lo que luego me dijo el acompañante que se llamaban albañales. Y también meexplicó que esos pasadizos, además de servir para dar salida al agua que se embalsaba dentro del corral, eran usados por los gatos y las aves de corral para entrar y salir a la calle.

    Aunque aquellas familias eran, lo que nosotros entendemos por numerosas, sin embargo, en Villambroz abundaban las casitas de una sola planta: tan solo tenían la cocina, un cuartito, que apenas tenía cabida para una medio cama matrimonial. En el portal, una puerta daba acceso a la sala, la habitación mayor.

    Según avanzamos por el túnel del tiempo, el número de casas de planta y media y de cuarto altova en aumento.

    —¿Cuál es la razón de este cambio en la construcción de las casas?

    Se lo preguntamos a la historia, y nos contesta que los antepasados de Villambroz, se iban montando al carro del desarrollo que se producía en el resto del país. Sus habitantes dejaban de ser solamente pastores, como antaño, alternando el pastoreo y el trabajo agrícola. En consecuencia, la construcción de las viviendas tenía que adaptarse a esa realidad. .

    Y sigue explicándonos la historia lo que antes le preguntamos.

    Estas casas solariegas, además de ser vivienda para la familia, tenían que ser acogedoras también del complejo trabajo agrícola: la cosecha del año, la paja, los animales de labor, carros y demás aparejos, la simple maquinaria de entonces.De modo que la planta baja servía de vivienda y la de arriba, de panera.

    El tío Simón tuvo a bien enseñarnos su casa por dentro y darnos alguna explicación de lo que veíamos.

    —La altura y el peso de la panera necesitan que las paredes de la planta baja sean gruesas, para sostener el peso del grano almacenado en la planta de arriba.

    Era una explicación perfectamente entendible.

    —Esto mismo ¿explica que las paredes de la casa se construían combinando el adobe y madera de roble?

    A esta pregunta mía Simón continuó explicando

    —La construcción a poste carrera hace que las paredes sean más resistentes al peso de la panera y al paso del tiempo.

    Y le pregunté de nuevo:

    —¿Por qué la cosecha se sube a la panera?

    — Aunque la subida de los sacos es muy pesado para los costaleros, sin embargo, se sube la cosechaporque allí se preserva mejor de la humedad invernal.

    Salimos a la calle y continuamos recorriéndolas. Al pasar por delante de unas puertas grandesde dos hojas, a través de las rendijas y por debajo salían unas voces cantarinas. En estose asomó el tío Francisco y nos invitó a que pasáramos al patio y tuvo a bien enseñárnoslo.Pude ver que el corral estaba rodeado de armados: pajares, cuadras, bodega y la hornera.

    6

    Cuando llamamos a las puertas grandes de la calle, ya nos estaba esperando sentada en el portal de la casa, enseguida nos abrió y metimos nuestras yeguas en el portalón y las atamos a las ruedas de un viejo carro de vacas, el que usó su marido Efrén hasta que murió.

    La tía Nazaria nos pidió pasáramos con ella a la cocina. Encima de la mesa había puesto un jarro con vino y una bandeja con pastas caseras, que, según nos dijo ella, las hacía una vecina suya que tenía mucha fama de hacer buenas pastas.. Por cierto, sin sentir ningún rubor, dimos cuenta de los dulces, dejando en la bandeja solo las migas, pues ciertamente eran unas pastas caseras muy ricas.

    Como pudimos comprobar, la tìa Nazaria vivía sola a la otra parte del pueblo, en una casa solariega muy grande y de construcción antigua, según nos dijeron, era una de las tres más antiguas del pueblo.

    Aún en la actualidad la casa de esta buena mujer se conserva en un buen estado. La construcción toda ella es de poste carrera las paredes de adobe y madera de roble. El cuarto alto es también de doble tramo. Dos plantas, alta y baja. La parte de arriba se usaba como panera, para meter la cosecha del año.

    A la muerte de sus padres, el tío Efren, marido de la tía Nazaria, heredó esta casa. Una de las primeras viviendas que sustituyeron en su día a las primitivas casas de los inicios del pueblo. Una casa que, junto con otras pocas, constituían el núcleo originario de Villambroz. Estos datos concretos se los oímos decir al albañil el tío Juan Pérez, en una animada conversación tenida con él no hacia mucho tiempo.

    La puerta de la calle daba al portal con salida al corral, donde estaba el portón del cuarto alto. Cuando visitamos a la tía Nazaria, según nos dijo ella, la casa no había cambiado nada de cuando en vida de su difunto Efrén la había heredado de sus padres.

    Las puertas grandes por donde entraba el carro daban a una calle paralela a la Rapa. Era la entrada al corral de la casa solariega. El patio estaba rodeado por las cuadras, los pajares, el portalón mismo, la hornera y un escolgalizo para las abejas. Toda la pared del mediodía estaba agujereada para dar entrada y salida a las laboriosas abejas a sus paneles.En los cortos intervalos de la conversación, cuando la tía Nazaria salía de la cocina a por algo, Yo me asomaba por una ventana, que no era muy grande y por fuera resguardada por una red y veía bien todo el patio. Al otro lado del cuarto alto, en frente de la ventana de la sala, daba la puerta de la hornera, con un ventanuco mirando a gallego. Por todo el corral corralhabía muchos romeros y rosales. En un rincón se veía un viejo lilar.

    En esto que la tía Nazaria entra y me ve mirando por la ventana. Ella sospechó que me había fijado en las puertas grandes al final del corral, que dan a la calle que viene de la Rapa. Esto le revivió el recuerdo de su marido Efren, cuando en la sementera venía de sembrar, metíael carro en el portalón; desenganchaba el par de vacas y las metía en la cuadra. Después de echar la hierba a los animales, entraba en la cocina, se ponía a la mesa para cenar.

    Salimos de allí y fuimos a la plaza a casa de la tía Raimunda, con la que habíamos quedado ir a su casa para que nos la enseñara. Ya nos estaba esperando cuando llegamos.

    La casa solariega de esta familia de Villambroz, era de construcción de adobe, de dos plantas y un amplio corral, como la mayoría de las casas de aquella época en los pueblos del páramo, los que labraban bastante tierra. En los veranos trillaban con dos pares de vacas.

    Las puertas de entrada a la vivienda daban a la plaza, orientadas hacia gallego. Eran unas puertonaspara que entrara bien el carro al corral y sacar el abono del moledero que tenían dentro. Mi impresión fue que había sido una familia de labradores con bastante capital.

    Las puertas grandes daban entrada al corral rodeado todo por los pajares, las cuadras, la hornera, la bodega con el lagar para pisar la uva. Así también la fachada del cuarto alto daba a mediodía, entonces las paredes de barro y la fachada estaba resguardada por una gran parra de uvas. Como la mayoría de las casas del pueblo, la panera en la planta alta tenía tres ventanas pequeñas. En la planta baja estaba la sala con una ventana de tamaño mediano, en la otra parte del portal estaba la cocina y junto a la puerta de ésta bajaba la escalera de la panera.

    Antes de marcharnos nos mandó entrar en la cocina y sacó unas pastas caseras, que la tía Raimunda llamaba mariquitas y un jarro de vino de la cosecha. Y así terminamos la visita.

    7

    En la conversación con la tía Emilia y la Tomasa, salió a colación el caso que se había dado en el pueblo, no hacía mucho tiempo. Un rayo cayó en la casa de unos vecinos, y que, gracias a Dios, a ellos, que entonces estaban dentro, no les había pasado nada físicamente, pero sí se llevaron un gran susto.

    A mi acompañante y a mi nos interesó conocer el suceso de primera mano. Así que terminamos la visita con la tía Emilia, y como nos quedaba tiempo para acabar la mañana, le preguntamos a la tía Tomasa nos indicara en donde vivía esa familia, para hacerles nosotros una visita y nos contaran ellos mismos lo acontecido en su casa aquel fatídico día. Y allá que nos fuimos, guiados por la buena mujer Tomasa. En el corto trayecto, nos puso en conocimiento de a quienes íbamos a visitar. Aurelia y su marido Agustín era un matrimonio ya de edad avanzada y sin hijos.

    La Tomasa salió con nosotros y tuvo la atención de acompañarnos hasta la misma puerta de la familia que deseábamos visitar. Dimos la vuelta a la esquina, y entramos en la callejuela que sale a las eras de arriba. La casa de esta familia está situada hacia la mitad.

    Antes de entrar, nos detuvimos un poco fijándonos en el exterior de la casa. Vimos que era una construcción de dos tramos. El primero que da a la calle era de planta baja, con la puerta de entrada a la vivienda y las puertas grandes que daban acceso al corral. Mientras que el segundo tramo tiene dos plantas. Abajo estaban las dependencias de vivienda y en la parte alta la panera, donde habían metido el grando durante los años que fueron también labradores.Por las proporciones, nos dimos cuenta que, ciertamente, era una casa solariega, pero más pequeña que la de la tía Nazaria.

    Llamamos al picaporte unas tres veces. Nadie respondía. Y nosotros insistíamos golpeando a la puerta. Ya íbamos a desistir de la visita, cuando nos abre la puerta una mujer no muy mayor. En la forma de respirar, se notaba que había corrido para responder a la llamada y abrirnos la puerta. Llevaba un vestido de tono más bien oscuro y el consabido mandil, que iba recogiendo a la cintura, siguiendo la costumbre de las mujeres del pueblo, en semejantes circunstancias.

    —Buenos días, señora Aurelia.

    La saludamos nosotros al tiempo que nos fijábamos en la mujer que teníamos delante.

    —Buenos días tengan ustedes.

    Respondió un tanto extrañada porque aquellos señores conococían su nombre.

    —Perdonen si han tenido que esperar. Yo estaba en el corral echando de comer a las gallinas, pues acabo de venir de traer agua del caño.

    Así se escusaba la Aurelia por haber tardado un poco abrirnos la puerta.

    —No importa, señora. Usted a sus obligaciones, no faltaba más.

    —Y ¿qué les trae para venir a mi casa?

    Pregunta la mujer un tanto extrañada al tener delante a dos desconocidos.

    —Usted es la señora Aurelia, la mujer de Agustín ¿no?

    —Sí, para servir a Dios y a ustedes. Mi marido estará con los hombres por la carretera, pasando el tiempo.

    —Gracias, señora.

    —No hay de qué.

    Y nos presentamos:

    —Nosotros somos dos periodistas que nos interesa conocer cosas de este pueblo. Según nos ha contado una vecina con la que acabamos de hablar, en junio cayó un rayo en esta casa. ¿No es así?

    —Pues es verdad. ¡Menudo miedo que pasamos los dos aquella tarde!

    Todavía se le notaba en sus palabras el recuerdo de la caída del rayo.

    —No tuvo que ser menos. Por eso venimos a conocerles a ustedes, y si no le es molesto, informarnos de lo que les sucedió aquel día.

    —Cómo no, señores. Y muy agradecida por su interés, no faltaba más.

    La tía Aurelia comenzó a contarnos, primeramente, cosas de ella y su marido. Se notaba que era una mujer extrovertida y con facilidad de palabra. Parecía que en la conversación no le quedaba ningún rincón sin enseñarnos lo que se escondía dentro.

    Mientras vivieron en la etapa activa laboral, su marido Agustín combinó el trabajo de labrador con el pastoreo a sueldo. Y ella colaboraba también en el trabajo agrícola de su marido compaginándolo con el de ama de casa, que, al no tener hijos, era un trabajo llevadero. Así que a ella le tocó también ir detrás del arado, acarrear en verano, esparramar los morillos de abono en las tierras en la sementera… Por otra parte nada especial, ya que había hecho lo mismo que la mayoría de las mujeres del pueblo de antaño.

    Pero según iban quedando atrás los años de la juventud de este matrimonio, se vieron obligados a dejar la actividad labradora, muy pesada para los dos solos. Agustín se dedicó exclusivamente a la labor de pastor de las ovejas de un labrador del pueblo, el tío José Fernandez.

    Pero como la Aurelia veía que otras mujeres de su edad y mayores ganaban el jornal, yendo a trabajar a otros lugares, dentro o fuera de la comarca, ella no iba a ser menos, y se integró a los grupos de trabajadores y trabajadoras que cada mañana se desplazaban al tajo diario. Unas veces era escavar legumbres, entresacar remolacha en la vega de Saldaña; otras,plantaban pinos en la repoblación de los montes del norte de Palencia…En fin, en lo que salía. Eran los trabajos a jornal que iban saliendo por aquellos pueblos, y que aquella gente trabajadora supo aprovechar, con mucho sacrificio, para meter cada día en el hogar un poco de dinero, que les permitía sacar adelante a la familia.

    De lo que la Aurelia nos contaba, nosotros dedujimos que estábamos en la casa de una familia auténticamente trabajadora. Y de lo que veíamos nosotros, sacamos la conclusión de que este matrimonio no era la excepción… sino la regla más común en aquel pueblo del alto páramo palentino.

    8

    Entretenidos con la interesante conversación con la tía Aurelia, en la que conocimos una familia mas de Villambroz, oímos un ruido como de una puerta. Y era cierto, pues enseguida apareció en la cocina el tío Agustín. Fijándome un poco, noté que aquel hombre debía tener poco pelo en la cabeza, aunque lo disimulaba con la boina que llevaba. La nariz era algo aguileña y la tez blanca, con arrugas propias de un hombre de campo y ya entrado en años, aparentandolos claramente más que su esposa la tía Aurelia. La chaqueta de pana que llevaba hacía juego con los pantalones de paño también oscuro.

    —Buenos días a todos.

    Este fue su saludo, a los visitantes que encontraba en su casa y sin disimular su extrañeza. Al que nosotros correspondimos.

    —Buenos días, Agustín

    —Estos señores han venido a nuestra casa a visitarnos.

    Se adelanta la Aurelia presentándonos a su marido y le explica también la razón de nuestra presencia allí.

    —Son dos periodistas interesados por lo del nublado de junio.

    —Ah, bien.

    Asintió Agustín a lo que le decía su mujer.Aunque parecíade pocas palabras, sin embargo, no se mostraba nervioso.

    Sin decir nada, Agustín salió de la cocina, donde estábamos, y enseguida volvió con el porrón lleno de vino, ofreciéndolo para que echáramos un trago. Y eso hicimos. Se lo agradecimos muy encarecidamente. El vino estaba bueno. Nos dijo que era de la cosecha de ese año. La Aurelia, por su parte, puso encima de la mesa una bandeja de pastas, que había hecho ella para la fiesta y todavía le quedaban las sobras.

    Como aún estábamos pinados, la Aurelia nos invitó de nuevo a sentarnos. Y nos pusimos todos alrededor de la mesa, era redonda, para continuar la conversación, a la que, naturalmente, se sumó también Agustín.

    Al interés que prestábamos por conocer detalles de la caída del rayo, ellos respondieron contando a dúo cómo sucedió.

    Como advertencia previa, comenzaron diciendo que había sido una experiencia tal, que no se la deseaban a nadie, ni al mayor enemigo.

    Era una tarde tormentosa de finales de primavera. Más exacto, en el mismo zaguán del verano, el veintiséis de junio. Había pasado ya un nublado para cierzo y por Valdarina se levantaba otro, con aparente pelaje de ser más peligroso que el anterior. Estruendosos ruidos seguían a ininterrumpidos zigzagueantes relámpagos, tal que se mezclaba el resplandor de uno con el del otro, quedando iluminado el oscuro cielo. Cuando el nublado se puso encima del pueblo, y seguía tronando y relampagueando más insistentemente, ellos, el tío Agustín y la tía Aurelia estaban en las misma cocina donde nos encontramos conversando ahora con ellos. Acababan de comer y ella ya había recogido la vasa fregada. Podríamos decir que estaban de sobremesa. El tío Agustín recostado en la trébede sobre los brazos de Morfeo y la tía Aurelia pendiente del ruido tormentoso y mezclando alguna

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