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Aquel Francisco
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Libro electrónico360 páginas5 horas

Aquel Francisco

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"Aquel Francisco" es una biografía del Papa que parte del conocimiento personal y las conversaciones que los autores pudieron tener con él durante las visitas del entonces Cardenal Bergoglio a su provincia, en varios encuentros episcopales y luego ya en El Vaticano. El libro reconstruye su vida, incluyendo pasajes menos conocidos como el de su paso formativo por Córdoba y un relato en primera persona del Cónclave que lo consagró como la máxima autoridad de la Iglesia Católica.-
IdiomaEspañol
EditorialSAGA Egmont
Fecha de lanzamiento12 nov 2021
ISBN9788726903195

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    Aquel Francisco - Javier Cámara

    Aquel Francisco

    Copyright © 2014, 2021 Javier Cámara, Sebastián Pfaffen and SAGA Egmont

    All rights reserved

    ISBN: 9788726903195

    1st ebook edition

    Format: EPUB 3.0

    No part of this publication may be reproduced, stored in a retrievial system, or transmitted, in any form or by any means without the prior written permission of the publisher, nor, be otherwise circulated in any form of binding or cover other than in which it is published and without a similar condition being imposed on the subsequent purchaser.

    www.sagaegmont.com

    Saga Egmont a part of Egmont, www.egmont.com

    Agradecido, dedico este libro a las siete personas más importantes de mi vida: mis padres, Titilo y Negra. Siempre lo soñaron. Aquí está.

    Mi padre espiritual, Pedro Short. Lejos, hoy, pero siempre cerca. Las cuatro mujeres con las que Dios me hace, todos los días, un hombre feliz: mi esposa Mónica y mis hijas Juli, Agus y Miqui.

    Javier Cámara

    A mi esposa Elizabeth y a mis hijos

    Ivo, Irina, Tobías, Ignacio y Clara, con la seguridad que esta obra es una gracia más de nuestro amoroso Padre.

    A mis padres y hermanos, con la ilusión de que este humilde trabajo nos ayude en la búsqueda constante y apasionada de la Verdad, el Bien y la Belleza.

    Sebastián Pfaffen

    Presentación

    Tengo el agrado de presentar esta obra de dos conocidos periodistas cordobeses, Javier Cámara y Sebastián Pfaffen, que se propusieron hablarnos de los años en los que el papa Francisco residió o pasó por Córdoba, como novicio jesuita, como provincial de su Orden y como sacerdote residente en la casa que la Compañía de Jesús tiene en el centro de la ciudad.

    El modo de llevar adelante este propósito ha estado caracterizado por la seriedad, la competencia profesional, la mirada de fe, la simpatía y el cariño hacia el Santo Padre. Y el resultado de este esfuerzo es la presentación de una figura del Papa actual en la que resplandece la obra que Dios y su Providencia realizaron en él en vistas a prepararlo para el servicio que le fuera confiado el 13 de marzo de 2013.

    En dicha oportunidad, Dios nuestro Señor nos sorprendió gratamente a todos los fieles católicos, pero sorprendió sobre todo al entonces arzobispo de Buenos Aires, el cardenal Jorge Mario Bergoglio, llamándolo a ser el nuevo obispo de Roma. Cuando él se preparaba para retirarse de su encargo al frente de su Arquidiócesis fue convocado desde el fin del mundo para un servicio singularísimo: ser el sucesor del apóstol San Pedro y Pastor de la Iglesia universal.

    La obra de Dios en el cardenal y la preparación providencial que mencionábamos se dejaron ver enseguida en sus gestos, en sus enseñanzas y en sus propuestas, que ofrecieron y ofrecen a toda la Iglesia consuelo, iluminación, renovado entusiasmo y mucha alegría.

    Esa preparación providencial se desarrolló en la acción; en su acción como pastor de una de las Arquidiócesis más grandes de Latinoamérica. Sus gestos, sus enseñanzas, sus propuestas no son una improvisación o una sobreactuación. Al contrario, no son más que la muestra de la coherencia y la dedicación con que el Papa ha desempeñado su anterior encargo pastoral y que ahora ofrece a toda la Iglesia.

    Personalmente puedo dar fehaciente testimonio de su fina atención a las personas, de su interés por la situación de las mismas, de su delicada, exquisita y efectiva caridad para con todos.

    Es una alegría que esta obra nos ayude a conocer y apreciar más al sucesor de San Pedro, el papa Francisco. Ese conocimiento y ese aprecio deben comprometernos, a su vez, a acompañarlo con nuestra oración atendiendo a su permanente pedido: Recen por mí.

    + Carlos José Ñáñez

    Arzobispo de Córdoba

    Prólogo

    Córdoba fue para el papa Francisco una doble experiencia de desierto. Primero, en su noviciado: el desierto de la fascinación, donde los jesuitas somos llevados libremente para ser seducidos por este Señor que nos llama a su encuentro, a ser compañeros de Jesús, a seguir sus pasos, a sentir con sus sentimientos, a mirar con sus ojos, a despojarnos de los mantos que traíamos del mundo y tomar la palangana, la jarra y la toalla y, agachados, lavar los pies de los hermanos.

    El de acompañar y el de agacharse son dos gestos que ciertamente marcan el pontificado de Francisco, hombre de encuentro con el Señor en la intimidad de la oración y de encuentro con su pueblo en esa cercanía que va marcando claramente un estilo de pastoreo. Y también es hombre habituado a agacharse ante las miserias humanas.

    El padre Pedro Arrupe, quien fuera general de los jesuitas, solía decir que allí donde hay más dolor suele estar siempre nuestro sitio. Y está claro que Francisco no sólo lo entendió con la cabeza, sino que lo vive con el corazón, lo hace gesto. Y aunque lejano en el tiempo, es muy probable que en aquel noviciado del cordobés barrio Pueyrredón haya mamado estas claves.

    Por esas vueltas de la vida y esa misteriosa pedagogía de Dios, Córdoba volvió a acoger a aquel Jorge Bergoglio en circunstancias muy diversas. Y esa vez fue el desierto del exilio, o como él mismo lo definió, el tiempo de oscuridad, de sombras, un momento de purificación interior. Los hombres de letras hablan del segundo viaje; los místicos le llaman la segunda conversión.

    Al margen de las circunstancias que lo provocaron y en las que Javier Cámara y Sebastián Pfaffen ahondan en estas páginas, queda claro que Francisco conoció en esos años el desierto de ser puesto al costadito del camino, la soledad del no protagonismo y el silencio del corazón. Pero el desierto no está hecho para que uno se quede. Se pasa a través de él para ir a otra parte. Y entonces el exilio se convierte en éxodo.

    En la parábola de la vid, Jesús nos dice que toda poda, venga de Dios o sea por Él permitida, sirve para tener más vida. Y si bien —como dice Benjamín González Buelta— Dios no puede atar el brazo del que corta ni detener el filo del hacha, sí puede orientar hacia la vida un golpe dirigido hacia la muerte.

    El árbol podado aparenta muerte, pero la savia de Dios, su gracia, trabaja en lo escondido. Y de pronto, como fruto de ese permanecer, irrumpe la primavera, frágil, pero indetenible; y entonces es el tiempo de la sorpresa, en el que se descubre una vitalidad asombrosa ya imposible de esconder o frenar. He allí la sensación que tuvimos quienes aquella tarde de marzo de 2013 lo vimos a Jorge, ahora Francisco, asomarse al balcón del mundo dispuesto a servirlo.

    De eso nos hablan Javier y Sebastián en este libro. Y lo hacen con el rigor de quien no improvisa y con la mirada sapiencial de quien vislumbra, asombrado, el Misterio de Dios encarnado en esta página única de nuestra historia.

    Ángel Rossi SJ.

    Introducción

    —¿Hola?

    —¿Hola? ¿Sí? ¿Quién habla?

    —Jorge Bergoglio.

    —…¿Cómo?

    —Jorge Bergoglio.

    —...¿De verdad me dice…, Santo Padre?

    —¡Sí! ¿Querés que te lo diga en cordobés?

    El lunes 3 de febrero de 2014, antes del mediodía, Jorge Bergoglio, el papa Francisco, llamó al teléfono de mi casa. Ocho meses antes, en julio de 2013, yo había comenzado a investigar acerca de los días que el ahora pontífice de la Iglesia había pasado en Córdoba, tanto como novicio, entre 1958 y 1960, y luego como sacerdote, entre 1990 y 1992.

    En poco tiempo la historia que tenía entre manos me superó y acudí al colega y amigo Sebastián Pfaffen, testigo directo en Roma —como enviado especial de Canal 12 de Córdoba— del histórico cónclave que eligió al primer papa argentino y latinoamericano, la misma persona que por algunos años había sido, también, un vecino cordobés. Así, Sebastián se convirtió en coautor de este libro, y comenzamos a escribir esta historia en la primera persona del plural.

    En diciembre 2013 nos enteramos que el arzobispo de Córdoba, monseñor Carlos Ñáñez, iba a viajar al Vaticano para encontrarse con Francisco. Y bastó un correo electrónico para que este pastor, con una generosidad y un cariño admirables, le mencionara al Pontífice que un par de periodistas cordobeses estaba escribiendo un libro sobre él y sus vínculos con esta provincia, su historia y su gente.

    Días después, monseñor Ñáñez respondió el mensaje para avisarnos que el Santo Padre se había mostrado dispuesto a colaborar y que el propio Francisco le había dado un papelito con una dirección de correo electrónico a la cual debíamos enviar un comentario sobre lo que estábamos haciendo.

    El lunes 3 de febrero de 2014, como se dijo, con la simplicidad de un papá que llama a un hijo para saludarlo, el papa Francisco llamó a casa y cambió el ritmo cardíaco de quienes lo escuchamos y las proporciones de este trabajo periodístico.

    Nunca tuvimos una entrevista formal con el Papa. Pero él despejó varias dudas y nos regaló algunos comentarios y recuerdos importantísimos sobre lo que nosotros habíamos investigado y compartido con él. Fue una experiencia inolvidable, increíble, inimaginable. ¿O alguien puede decirse preparado para hablar con el Papa, o para escuchar que el sucesor de San Pedro, el Siervo de los Siervos de Dios, el hombre —para muchos— más importante del mundo, le pregunte a uno: ¿cuándo querés que te llame?.

    Francisco siempre sorprende. Y en este libro lo hace, por ejemplo, al relatar, entre otras cosas, cómo y cuándo conoció de cerca a Perón y a Evita, y de paso esclarecer, finalmente, cuál es su verdadera —y muchas veces manipulada— relación con el peronismo.

    ¿Quién es este papa Francisco? ¿Quién es Jorge Mario Bergoglio? ¿Quién fue el Eminentissimum ac reverendissimum Dominum Georgium Marium Sanctæ Romanæ Ecclesiæ Cardinalem Bergoglio? ¿Quién es este porteño que se convirtió, casi sin que nadie lo esperara, en el argentino más importante de la historia?

    Cuando el 13 de marzo de 2013 el cardenal protodiácono francés Jean-Louis Tauran, luchando contra su mal de Parkinson, anunció que Bergoglio había sido elegido Papa, varias personas cayeron al piso, de rodillas, llorando de emoción; alguna de ellas, sobre las mismas viejas baldosas cordobesas que el flamante Pontífice de la Iglesia Católica había pisado años atrás.

    La historia que vincula a Bergoglio con Córdoba, los días que el hoy papa Francisco pasó en esta ciudad y en esta provincia como novicio jesuita y después como sacerdote de la orden ignaciana, son vitales para entender los gestos pontificales y también para comprender su visión de Dios, de la Iglesia, de la vida, de la historia, de la política y de sí mismo. Aquí, durante su noviciado, el joven Bergoglio configuró su vida con la espiritualidad ignaciana, esa que les otorga a las personas de fe una entrega radical al Evangelio de Jesús y una cosmovisión del mundo —y de los acontecimientos propios y ajenos— que no se puede encasillar en las categorías mundanas de derecha o izquierda, de ortodoxia o heterodoxia, de conservadurismo o progresismo. Bergoglio, el papa Francisco, vive e impulsa a vivir según el discernimiento espiritual que hace cada día en oración, hablando con Dios, con Jesús, con la Virgen María, y pidiendo la intercesión de San José, su patrono favorito.

    Todo lo que él manejó y maneja en su vida, que ha estado relacionado con el poder, con la autoridad, con las relaciones interpersonales, ha pasado por la criba de su disciplinado discernimiento de espíritus. Un discernimiento que entiende que lo que viene de Dios, es decir, lo bueno, lo verdadero y lo bello, sí o sí tiene que responder al itinerario de Jesús encarnado. ¿Qué significa esto? Que para el hombre que hoy guía a la Iglesia, las cosas son de Dios cuando imitan el camino de Jesús: el camino de la humildad, del servicio a los demás, del abajamiento, de la humillación y de la cruz.

    En su segunda estancia en Córdoba, exiliado, silenciado y silencioso, desechado por haberse convertido en una piedra en los zapatos de otros, Bergoglio asumió ese itinerario evangélico de silencio y de humillación. Fue un tiempo de purificación interior dice, hoy, el Papa. Por obra y gracia de la Providencia en la que él cree y espera, la piedra desechada se convirtió con los años en la piedra angular, en la piedra sobre la que el propio Jesús edifica su Iglesia.

    Esta piedra angular que hoy conmueve al mundo, es la misma persona que en 1958, cuando hacía su noviciado en el edificio que los jesuitas tenían en barrio Pueyrredón, almorzaba de rodillas, besaba los pies de sus superiores, se bañaba con agua fría en pleno invierno y pasaba hasta un mes sin hablar —excepto con su maestro—, durante los ejercicios espirituales que todos los jóvenes religiosos debían hacer.

    Es el mismo novicio que se conmovió hasta las lágrimas cuando descubrió que al enfermo agonizante que cuidaba en una habitación del Hospital Córdoba la esposa lo engañaba con un médico, en un episodio que él todavía recuerda como el descubrimiento de la llaga social de la infidelidad.

    Este Papa que está reformando la Curia Vaticana es el mismo joven que rezaba el rosario bajo la araucaria que todavía se yergue en el patio del complejo de departamentos que se edificó donde antes funcionó el noviciado, en calle Buchardo al 1750. El que los sábados y domingos por la mañana iba a la barranca de barrio Pueyrredón en busca de los niños y niñas más humildes para darles el catecismo, hacerlos jugar y compartirles una taza de mate cocido y un trozo de pan.

    Es el mismo que, siendo un joven novicio, se sorprendió de la piedad popular de los vecinos de Impira, en el interior del interior argentino; fieles que, para la fiesta patronal, cantaban a la Virgen el himno de su pueblito con una emoción desbordante. El Papa recuerda hasta la entonación y parte de la letra de ese himno piadoso.

    Es el mismo que, en Río Segundo, encontró un modelo sacerdotal de cura cuerpo a cuerpo en el párroco de entonces que todavía recuerda y admira.

    Es el hombre que, como vicecanciller de la Universidad Católica de Córdoba, encabezó un emprolijamiento económico y dispuso, entre otras cosas, dar prioridad al pago de los depósitos previsionales que se adeudaban, para que ningún profesor o empleado que hubiera pasado por allí tuviera problemas para cobrar a la hora de jubilarse.

    Aquel Bergoglio, este Francisco, es el mismo que vivió durante dos años en la habitación fría, ruidosa, sin baño privado, de la Residencia de la Compañía, cuya ventana se puede ver hoy desde la peatonal de calle Caseros, en el centro cordobés. Es el mismo que por entonces se arremangaba la camisa del hábito negro de los jesuitas para higienizar a sus hermanos religiosos más viejos, enfermos y agonizantes.

    El Papa, nada menos que el Papa, es aquel hombre serio, de perfil bajo, silencioso, que entre 1990 y 1992, podía ser visto por cualquier cordobés caminando las calles y peatonales céntricas con destino a la Basílica de Nuestra Señora de la Merced, donde concurría con cierta asiduidad para rezar ante la imagen de San José con el Niño que está sobre el sagrario.

    El Sumo Pontífice de la Iglesia Católica, líder espiritual de millones de fieles, es aquel cura que se quedó cocinando, toda una madrugada sin dormir para que una joven pareja de novios cordobeses de condición humilde pudiera ofrecer a los familiares un plato de comida digna en su sencilla fiesta de casamiento.

    Francisco es todo eso. Y mucho más. Es el hombre más importante del mundo que un día después de la primera comunicación telefónica con uno de los autores de este libro, el mismo día en el que todos los diarios del planeta hablaban de su agenda y de la confirmación de sus encuentros con el presidente de los Estados Unidos y con la reina de Inglaterra, volvió a telefonear para decir que se había olvidado de mencionar a una persona importante de su historia cordobesa: Cirilo Rodríguez, el hermano portero, quien 56 años atrás le había abierto la puerta del noviciado de barrio Pueyrredón.

    Por todo esto, la tesis de este libro es que no existiría el papa Francisco, tal como lo conocemos hoy, sin aquellos dos intensos años de formación jesuita en el noviciado cordobés, y sin los dos años posteriores de purificación interior que el padre Jorge Bergoglio pasó en la Residencia Mayor de la Compañía de Jesús.

    No se trata de despreciar la configuración vital con que lo marcaron su vida familiar de niño y de adolescente, sus experiencias pastorales, docentes y de gobierno fuera de Córdoba. Menos aún su indudable ser porteño. Pero sí de afirmar que estas estadías mediterráneas fueron momentos bisagra en la vida de quien hoy es el Pastor supremo de la Iglesia. Todo eso tratamos de contar en estas páginas. Y él, el Papa, lo sabe. Y asiente.

    Cuando le preguntamos qué significaron para su vida religiosa sus dos prolongadas estadías en esta ciudad, sus años de formación, sus visitas de paso, las obras y las acciones que desplegó aquí como provincial de la Compañía, respondió con convicción: Mis años en Córdoba determinaron, de alguna manera, una solidez espiritual. Porque fui como novicio primero, y después esos dos años que estuve allí siendo cura, entre el ‘90 y el ‘92, que fueron como una noche, con alguna oscuridad interior, también permitieron que hiciera mi trabajo apostólico que me ayudó a consolidarme como pastor.

    Que Córdoba sea el lugar donde el papa Francisco se consolidó como pastor es demasiado importante; por eso hicimos este libro. Por eso esta obra tiene sentido.

    Los Bergoglio y Córdoba en la historia

    El apellido Bergoglio y la provincia de Córdoba tienen vínculos históricos que el propio Papa reconoce y recuerda. Los Bergoglio Tosco, que tienen un grado de parentesco con el pontífice y que han dado a esta provincia algunos vecinos destacados, se instalaron en Córdoba en 1884. Venían del norte de Italia, más precisamente desde la localidad de Santena (Santia, en piamontés), una comuna de la provincia de Turín, región del Piamonte, que en la actualidad tiene poco más de 13 mil habitantes.

    Por entonces, los Bergoglio Tosco no tenían un contacto fluido con la familia más directa del hoy papa Francisco a pesar de sus lazos sanguíneos evidentes. Ellos —comentó el Santo Padre— son de la rama de los Bergoglio Tosco, ligados a la familia de mi padre a través de mis bisabuelos, pero con poco contacto con nosotros. Mis familiares más directos — agregó— llegaron al país bastante después de ellos y se instalaron en la ciudad de Paraná, en Entre Ríos.

    Por el contrario, sus primos se radicaron en Córdoba y, obedientes al mandato bíblico sean fecundos y multiplíquense se esparcieron rápidamente por toda la geografía mediterránea. En la actualidad hay familias con este apellido de trascendencia internacional en las ciudades de Córdoba capital, Río Cuarto, Jesús María, Marcos Juárez, Villa Dolores, General Deheza, Río Tercero, Villa Allende, Cosquín, Río Ceballos, Las Varillas; y en las localidades de Santa Rosa de Calamuchita, Tancacha, Luque, Inriville, Almafuerte, Los Cóndores y Alicia. La guía telefónica local da testimonio de ello: en la provincia de Córdoba hay sesenta y un números a nombre de personas que tienen el mismo apellido que el Papa.

    Sin embargo, el entonces padre Jorge recién conoció a sus primos cordobeses en 1973: Tomé contacto con ellos en un viaje que hice a Córdoba cuando yo ya era provincial (superior de la Provincia argentina de la Compañía de Jesús). En esa oportunidad me contacté con Remo Bergoglio y con su familia.

    El doctor Remo Bergoglio es un destacado infectólogo, ya retirado, que hoy, con noventa y seis años, transcurre la vida en compañía de su esposa, visitado por sus hijos y sus numerosos nietos. Problemas de salud le impiden hoy expresar los detalles de aquella relación fraterna que trabó con quien entonces pasaba por Córdoba varias veces al año, a raíz de sus responsabilidades en el gobierno de la orden ignaciana.

    Cuando el más famoso integrante de la familia fue elegido papa, una de las hijas de don Remo Bergoglio, María Inés, le dijo a la periodista Eugenia Mastri, del diario La Voz del Interior: Mi papá y el Papa vienen de un mismo bisabuelo. Han tenido bastante contacto. Usualmente, Jorge (por el pontífice) le manda tarjetas de Navidad, de Pascua, libros dedicados. Siempre con mucho cariño y dulzura.

    Desde 1975, los Bergoglio cordobeses comenzaron a reunirse con asiduidad y entre los invitados siempre estuvo el pariente sacerdote que fue monseñor, luego cardenal y ahora Su Santidad. Y aunque nunca pudo participar en persona de esos acontecimientos familiares, hay testimonios de que los tuvo y los tiene en cuenta. Carlos Bergoglio, hombre de fe, conocido en el ambiente de los medios de comunicación por ser vocero de una importante empresa multirubro contratista del Estado nacional, viajó en octubre de 2013 a Roma y visitó a su pariente Francisco en El Vaticano: "Estuve con el Papa; me recibió con su humildad de siempre y le dejé la foto de la última reunión que habíamos tenido todos los Bergoglio aquí en Córdoba. Él se acordaba de la invitación que le había llegado y me preguntó si habíamos comido bagna cauda".

    La mayoría de los Bergoglio locales ahora tiene en su poder una copia del árbol genealógico que da cuenta de que son familiares del Papa, que llevan su misma sangre. Ese esquema del origen familiar, que mostró a los medios de comunicación, orgulloso, Martín Bergoglio, vecino de Jesús María, cuando el primo fue elegido Pastor universal de la Iglesia Católica, se remonta hasta el año 1609. De acuerdo con el primer registro del apellido Bergoglio que existe en la comuna de Santena, ese año contrajeron matrimonio Francischino Vareone y Anna Bergoglio, habitante de Gali. Las investigaciones que hicieron los propios miembros de la familia rastrearon el origen de la línea de sangre directa hasta un Giovanni Bergoglio nacido en los últimos años del siglo 17.

    Hay otro nexo familiar, aunque político, no sanguíneo, entre el Papa y Córdoba. Porque uno de los tíos abuelos del Papa que se instalaron en Paraná apenas llegaron a la Argentina se casó con una cordobesa. El propio Francisco dio a conocer el dato a los autores de este libro: Mi tía abuela Elisa Aragni, esposa de Juan Lorenzo Bergoglio, era cordobesa. Y fue esa tía, precisamente, la que le comentó hace ya varias décadas al entonces padre Jorge que la empresa de pavimentos y construcción que montaron los Bergoglio en Paraná fue contratada entre 1922 y 1932 para realizar un importante trabajo en la Terminal de trenes de Córdoba. El Papa no recuerda si fue en la estación Mitre o en la Estación Belgrano, pero tiene en cuenta el antecedente como un lazo más de su familia con esta tierra.

    Jorge Mario Bergoglio, quien nació en el barrio porteño de Flores, el 17 de diciembre de 1936, vino por primera vez a Córdoba en 1953, cuando tenía 17 años. Fue con motivo de un campamento que hicimos en Carlos Paz, con la parroquia San José de Flores (Buenos Aires), cuando yo era un joven de 17 años, reveló el Papa. Aquel joven ya tenía inquietudes vocacionales religiosas, pero sólo él lo sabía. Ni se imaginaba que aquellas inquietudes secretas lo volverían a llevar a esa ciudad serrana cinco años después, pero ya como novicio jesuita. Efectivamente, el segundo contacto de Bergoglio con Córdoba fue un poco más prolongado y de residencia permanente, ya que duró dos años, entre marzo de 1958 y el mismo mes de 1960. Durante ese tiempo el joven Jorge permaneció en el Noviciado de la Sagrada Familia, que estaba ubicado en calle Buchardo (Este), entre las calles General Deheza y Lamadrid (en la actualidad, esta última se llama Ana María Janer). Y casi todos los jueves del año pasaba el día en La Quinta del Niño Dios, la casa de descanso y recreación que tenían los jesuitas en Villa Carlos Paz, donde hoy funciona una parroquia que depende de la Arquidiócesis de Córdoba.

    La siguiente etapa de la vinculación cordobesa con el hoy pontífice fue también muy rica en experiencias, aunque el protagonista de la historia no tuvo por entonces residencia permanente aquí. Se dio a partir del nombramiento del padre Bergoglio como prepósito provincial de la Compañía de Jesús en Argentina, es decir, como autoridad máxima o superior de la Provincia jesuítica argentina, jurisdicción eclesiástica que en ese entonces abarcaba el país y que en la actualidad incluye también a las casas y a los religiosos que la Orden ignaciana tiene en Uruguay.

    Como padre provincial tuve mucha mayor relación con Córdoba —dijo el Papa al evocar aquellos años—, porque iba a hacer las visitas canónicas a las comunidades de allí, y otras veces cuando pasaba por la provincia, desde Buenos Aires, para ir a la casa que tenía la Compañía en La Rioja, adonde algunas veces entraba desde Mendoza, por la localidad de Guandacol, o desde Córdoba, por Patquía.

    La cuarta etapa de la relación del hoy Papa con esta provincia se dio, como se dijo, entre 1990 y 1992, cuando fue enviado como confesor a la Residencia Mayor de la Compañía de Jesús de Córdoba. Allí vivió una experiencia vital que, como otras, también se relata con detalles en este libro.

    En resumen, este trabajo muestra al papa Francisco en sus años de formación como novicio y también en su desempeño como sacerdote jesuita; en las luces y sombras que atravesó; en las personas que conoció y que de alguna manera lo marcaron; en las pruebas, los desafíos, las desolaciones y los consuelos. En los paisajes, calles y edificios que recorrió y que aún recuerda. Muestra al Papa que vino del fin del mundo, pisando las mismas calles que todos los cordobeses transitan a diario, como feliz advertencia de que la Providencia de Dios actúa en cada rincón del mundo, y puede hacerlo en cada corazón humano, esté donde esté. Incluso en Córdoba.

    Capítulo 1

    Con la fe en los genes

    Desde la Turín de Don Bosco

    "El paquete barco Principessa Mafalda naufragó en las costas de Bahía, Brasil, ayer a las 19.15. Han sido salvados 400 pasajeros de un total de 1.600, decía el escueto cable de la agencia de noticias Associated Press (AP). El buque italiano era el Titanic de su tiempo, el único capaz de unir Italia con Argentina en sólo catorce días y, por ello, el preferido por los inmigrantes que llegaban a estas costas para hacerse la América". En ese barco naufragado tenían pensado viajar Rosa Margarita Vasallo, su esposo Giovanni Bergoglio y el único hijo de ambos, Mario Francisco. Si eso hubiera ocurrido, esta historia nunca hubiera sido contada y este libro nunca hubiera sido escrito.

    Rosa es la amada Nonna Rosa del hoy papa Francisco; Giovanni, el abuelo, y Mario Francisco, quien por entonces tenía veintiún años, el hijo de ambos, quien con el paso del tiempo se convertiría en el progenitor del 266º pontífice de la Iglesia Católica.

    Llegaron en el Giulio Césare (el otro buque italiano que reemplazó al hundido), pero debían haber viajado en una travesía anterior que se fue a pique. Usted no se imagina cuántas veces agradecí a la Divina Providencia por eso, le confió Jorge Mario Bergoglio al sacerdote salesiano e historiador cordobés Cayetano Bruno, en una carta escrita en Córdoba en 1990.

    El 25 de enero de 1929, en una sofocante mañana del verano porteño, desembarcó en el puerto de Buenos Aires una elegante señora con un tapado con cuello de piel de zorro. Era un atuendo inadecuado para la temperatura ambiente, pero la mujer prefería desmayarse de calor antes que poner en riesgo lo que el abrigo escondía en el forro: todos los ahorros de la familia. El dinero que llevaba Rosa era fruto del esfuerzo de varios años en el Piamonte italiano y, también, la esperanza de una nueva vida en Argentina. Los Bergoglio habían vendido todo lo que tenían en Turín, inclusive una coqueta confitería de la que vivían. Y fueron precisamente los retrasos que tuvieron para concretar aquellas ventas los que demoraron el viaje.

    Rosa Margarita había conocido al abuelo del futuro Papa en Turín, Torino para los italianos. Antes de eso, cada uno por su lado, había llegado desde el campo a esa gran ciudad, en busca del progreso que prometía el desarrollo industrial. Pero no buscaban sólo el progreso; también buscaban a Dios. Rosa era una activa militante de la naciente Acción Católica, al punto de brindar conferencias públicas sobre el compromiso del cristiano. "Una de estas conferencias —recordó Bergoglio en la carta al padre

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