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La casta: La patria somos nosotros
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Libro electrónico176 páginas2 horas

La casta: La patria somos nosotros

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El peronismo se erigió en una casta de gobernantes y gremialistas millonarios, auténticos señores feudales que se eternizan en el poder. La versión K logró perfeccionar los métodos y conforma hoy la nueva oligarquía.

Crea las leyes, pero no se considera obligada a respetarlas. Jura luchar contra un fantasmagórico poder hegemónico mientras acumula más poder que ningún otro gobierno democrático reciente, destruyendo las instituciones y minando los contrapoderes. Escudada en discursos progresistas, no hace más que enriquecerse y jugar con lo que es de todos como si le perteneciera. Utiliza la Secretaría de Derechos Humanos, el Instituto contra la Discriminación y el Ministerio de la Mujer en forma selectiva, para ofenderse con los opositores y defender a los suyos. Asegura estar reconstruyendo la patria mientras todo se cae a pedazos, el pbi se derrumba y los que pueden emigran. Organiza fiestas en momentos en que nos encierra y nos funde.

En La casta, Luis Gasulla describe los mecanismos que utiliza el peronismo kirchnerista para perpetuarse en el poder y lograr impunidad. Una investigación basada en hechos comprobables que deja al descubierto el cinismo y la impostura de los que han vuelto a gobernarnos.
IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento1 oct 2021
ISBN9789875997592
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    La casta - Luis Gasulla

    Luis Gasulla

    La casta

    La patria somos nosotros

    Diseño de tapa: Osvaldo Gallese

    © 2021. Libros del Zorzal

    Buenos Aires, Argentina

    Comentarios y sugerencias: info@delzorzal.com.ar

    Queda prohibida la reproducción total o parcial de esta obra, por cualquier medio o procedimiento, sin la autorización previa de la editorial o de los titulares de los derechos.

    Impreso en Argentina / Printed in Argentina

    Hecho el depósito que marca la ley 11723

    Índice

    Prólogo

    La Argentina de los vivos | 6

    Capítulo 1

    El monopolio de los derechos humanos | 13

    Capítulo 2

    El monopolio del dolor | 42

    Capítulo 3

    Los dueños | 54

    Capítulo 4

    Los súbditos | 71

    Capítulo 5

    Los guardaespaldas de la casta | 85

    Capítulo 6

    Ese monstruo llamado impunidad | 105

    Capítulo 7

    Las zigzagueantes convicciones de la casta | 120

    Capítulo 8

    Al enemigo, ni justicia | 138

    Capítulo 9

    ¿Para qué sirve la casta? | 159

    Referencias y bibliografía | 185

    Agradecimientos | 187

    A los que pelean por la verdad

    A los que luchan por la justicia

    A los que no temen

    Al querido colega Federico Teijeiro,

    por los datos y su fresca memoria

    Prólogo

    La Argentina de los vivos

    La Argentina de los vivos, que se zarpan,

    que pasan sobre los bobos, se terminó.

    Alberto Fernández, 25 de marzo de 2020

    Los bobos y los vivos

    Al cierre de esta edición, la jueza federal María Eugenia Capuchetti utilizaba el término inmoral para nombrar a los vacunados vip del poder K. Sin embargo, tras medio año de una débil pesquisa judicial, la única magistrada nombrada durante el macrismo en Comodoro Py entendía que no existía delito por parte de los desvergonzados que se saltearon la fila. De los setenta acomodados en el Ministerio de Salud de Ginés González García y en el militante Hospital Posadas, solo cinco debían seguir dando explicaciones. Casualmente, la jueza utilizaba el mismo argumento que el presidente Alberto Fernández, para quien saltearse la fila no era ningún delito. ¿Acaso no se trataba de un abuso de autoridad? ¿Conflicto de intereses? ¿Tráfico de influencias?

    De manera inexplicable, la jueza Capuchetti terminaba dándole la razón a la ministra de Salud, Carla Vizzotti, para quien los vip eran solo cuatro o cinco personas. No obstante, entre los nombres encontrados por el fiscal Sergio Rodríguez, de la Procuración de Investigaciones Administrativas (pia), aparecían el jardinero Ramón Ángel Díaz Días y su esposa María Zazo Gómez, empleada desde hace muchos años de Cristina Kirchner. Los dos empleados de la ex presidenta se inocularon antes que nadie en El Calafate. La diputada opositora Graciela Ocaña había encontrado un lote de vacunas Sputnik V enviado al samic del lugar en el mundo de la actual vicepresidenta. El 30 de enero pasado, sin registrarse como personal de Salud, los dos empleados de la señora lograron darse la primera dosis de la vacuna rusa. Tenían más de 60 años, pero en Santa Cruz la vacunación oficial para ese rango etario se inició recién en abril. Noventa días antes de lo establecido, ya estaban vacunados.

    El jardinero Díaz Días ya había aparecido involucrado en Los Sauces, una de las causas de corrupción que aguarda su juicio oral y público. Allí, Cristina Kirchner y sus hijos deberán sentarse en el banquillo de los acusados. Los Sauces provocaría la envidia de las mentes más brillantes de Wall Street: en pocos años, facturó millones de pesos sin tener domicilio registrado ni presentar balances. El vacunado vip Díaz Días era su único empleado oficial. Antes de morir, el juez Claudio Bonadio llegó a escuchar al jardinero fiel decir: Solo corto el pasto y arreglo el jardín.

    Hay más. Las vacunas encontradas por Ocaña forman parte del lote número 486081120R, que llegó a El Calafate de forma inusual. El 23 de enero de 2021, un vuelo de Aerolíneas Argentinas tuvo que retrasar su despegue por una orden política, un llamado que llegó al aeropuerto de Ezeiza desde el Ministerio de Salud. Pero para la Justicia argentina había inexistencia de delito.

    Días después del escándalo, la ministra de Salud protegió a la vicepresidenta: en un comunicado de prensa, admitió que el Ministerio de Salud había realizado la operación Sputnik V en El Calafate, pero negó cualquier maniobra ilegal.

    Para Capuchetti, se trataba de una inmoralidad.

    Nada más.

    En nuestro país, se castiga a los argentinos por vacunarse en Miami. Se los escracha. Son antipatrias. Los que hablamos del tema somos militantes del exilio, como nos calificó el jefe de Gabinete Santiago Cafiero. En cambio, los que se saltearon la cola para vacunarse están protegidos.

    En la Argentina de los Fernández, si te reunís con tu familia, vas preso.

    Si formás parte del Frente de Todos y te robás la vacuna, no pasa nada.

    Esa es la meritocracia de los dueños de la verdad.

    La casta que cree que tiene todo permitido.

    El velo que corrió la carta de Nicolini

    ¡Nosotros respondimos siempre haciendo todo lo posible para que Sputnik V sea el mayor éxito,

    pero ustedes nos están dejando con muy pocas opciones para continuar peleando por ustedes y este proyecto!

    Cecilia Nicolini, asesora de Alberto Fernández, en una carta enviada al Fondo Ruso de Inversión Directa, 7 de julio de 2021

    La casta peronista es una realidad tangible. El tema del que todo el mundo habla. Cada vez más gente lo nota. Una nueva oligarquía se ha formado en la Argentina, que crea las leyes pero no se cree obligada a respetarlas. Que jura luchar contra un fantasmagórico poder hegemónico mientras acumula más poder que ningún otro gobierno democrático reciente, destruyendo las instituciones y minando los contrapoderes al mejor estilo chavista. Que escudada en sus discursitos sobre justicia social y solidaridad no hace más que enriquecerse y jugar con lo que es de todos como si le perteneciera. Que utiliza la Secretaría de Derechos Humanos, el Instituto contra la Discriminación y el Ministerio de la Mujer en forma selectiva, para ofenderse con los opositores y defender a los suyos. Que se llena la panza mientras el resto pasa cada vez más hambre. Que se aumenta los sueldos y contrata más y más militantes mientras las empresas huyen o cierran y crece el desempleo. Que espera que le rindamos pleitesía y no discutamos sus órdenes, que suelen ser incompetentes, destructoras y contraproducentes. Que en la pandemia privilegió alegremente sus negociados y su vetusto odio a Estados Unidos por sobre el bienestar e incluso la supervivencia de su población.

    A fin de julio de 2021, el periodista Carlos Pagni reveló un correo interno enviado por la asesora presidencial Cecilia Nicolini a Anatoly Braverman, mano derecha de Kirill Dmitriev, ceo del Fondo Ruso de Inversión Directa, productor de la vacuna Sputnik V. La misiva dejaba en claro las prioridades del gobierno nacional: un uso político y electoral de la vacunación, la sumisión ante el gobierno ruso, las falsas promesas anunciadas al pueblo argentino y la geopolítica e ideología como criterios válidos para inclinarse por una vacuna u otra.

    Para esa fecha, habían muerto más de cien mil argentinos, pero Nicolini estaba preocupada por que el Día de la Independencia Alberto Fernández tuviese un motivo para festejar con la llegada del demorado segundo componente de la Sputnik. Más de 6 millones de argentinos esperaban aplicársela después de tres meses de espera. Doce semanas era el plazo recomendado por los expertos para darse esa segunda dosis, pero Santiago Cafiero, el jefe de Gabinete, decía que la eficacia de una sola dosis era similar a la de la vacuna estadounidense que se había dado Mauricio Macri en el país del norte. Para el funcionario camporista Nicolás Kreplak, la vacuna de Macri en el exterior era una muestra de la ostentación de privilegios de manera descarnada. Lo dijo de Macri, que se pagó su pasaje al exterior, pero no de los protagonistas del vacunatorio vip, de la vacuna militante, de los integrantes del call center que, con 18 años, se vacunaron antes que sus abuelos. Tampoco dijo nada cuando el comentarista de las transmisiones deportivas del canal público viajó a Miami a darse la Pfizer. O cuando hizo lo mismo uno de los conductores televisivos estrellas del kirchnerismo. Así funciona la casta: los privilegios propios son derechos; los derechos ajenos son privilegios.

    Pero Nicolini sabía que la segunda dosis no llegaba. Por eso le ofreció información preferencial a los rusos para moverles el corazón. Esos párrafos mal escritos en inglés por la politóloga de 37 años confirmaban que la ideologización berreta también mata. Un día después, en el Congreso de la nación, Máximo Kirchner blanqueó por qué no querían las vacunas estadounidenses. Los caprichos de Vladímir Putin se podían aceptar, pero no los de los yanquis. Geopolítica for dummies, para gente que piensa que Putin es de izquierda.

    Rápidamente, la preocupación del periodismo militante pasó a ser cómo se había filtrado la carta. Incluso, algunos osados llegaron a decir que el mismísimo gobierno lo había hecho para marcarles la cancha a los rusos. Esa noche, el pobre Putin no debe haber podido conciliar el sueño. Recordemos que en diciembre de 2020, cuando al presidente ruso le preguntaron por el intento de asesinato de su opositor, Alexei Navalny, negó su responsabilidad con esta inquietante frase: Si hubieran querido eso, habrían terminado su trabajo.

    Atrás había quedado el retuit de Alberto Fernández a la caricatura suya poniéndole una gasita en la cola a un gorila mientras Putin preparaba su enorme vacuna para el paciente. La picardía presidencial no era señalada como un mensaje machista por los chiques ni por el funcionario Lucas les pibis Grimson, hijo del intelectual preferido de Alberto.

    Cecilia Nicolini se tomaba fotos en Moscú, abrazada con Carla Vizzotti, emponchadas y sonrientes, con el Kremlin de fondo, imaginándose que el comunismo todavía andaba rondando por ahí.

    Todo era alegría en la casta. No era para menos: el país había vuelto a pertenecerles, sus puestitos y suelditos estaban altos y firmes, y creían que esta vez no habría vuelta atrás. Los sociólogos y comunicólogos enrolados inventaban nuevas palabras inclusivas para referirse al viejo modelo peronista de camelo y prepotencia, apenas aggiornado. Además, la mentirosa gesta del manejo de la pandemia le había dado a Alberto Fernández una imagen positiva del 67,8% y, last but not least, el poder de hacer lo que quisiera con la encerrada vida de sus gobernados.

    ¿Qué podía salir mal?

    Capítulo 1

    El monopolio de los derechos humanos

    Néstor nos devolvió la patria que florece todos los días

    en viviendas.

    Hebe de Bonafini, 24 de marzo de 2011

    El 24 de marzo de 2004, Néstor Carlos Kirchner llevaba menos de un año al frente del gobierno nacional. Se cumplía el 28º aniversario del golpe de Estado que había derrocado a María Estela Martínez de Perón. Ese día, Kirchner presidió el acto recordatorio en el Colegio Militar junto a su ministro de Defensa, el duhaldista José Pampuro. Saludó a los estudiantes, subió las escaleras y, en el primer piso del edificio histórico, le ordenó al jefe del Ejército, Roberto Bendini, que bajase los cuadros de los dictadores Jorge Rafael Videla y Reynaldo Benito Antonio Bignone.

    Esa fue la imagen fundante del relato K como defensores de los derechos humanos y abanderados de los buenos de la sociedad.En realidad, fue poco más que una pantomima vacía. Para ese entonces, los militares eran un blanco fácil. En los tiempos de Alfonsín, en medio de alzamientos y asonadas, con el poder de los militares casi intacto y el recuerdo de medio siglo de golpes aún fresco, hizo falta mucho valor para realizar el informe de la Comisión Nacional sobre la Desaparición de Personas (conadep, que el peronismo no integró) y el Juicio a las Juntas (que fue la opción contraria a la que había propuesto el peronismo cuya solución al problema de las violaciones a los derechos humanos de la dictadura era ratificar la autoamnistía dictada por el gobierno militar saliente). Luego, Menem se ocuparía de quitarle el poder restante a la casta militar, aprovechando para eso el caso Carrasco.¹ Para 2004, los militares carecían de toda fuerza real y de cualquier tipo de prestigio en la sociedad. Eran el enemigo ideal.

    Los Kirchner, peronistas que se habían enriquecido con la dictadura, se presentaron así como los defensores de la patria contra un peligro ya inexistente. A la vez, negaron cínicamente todo lo logrado en materia de derechos humanos en los años ochenta, cuando oponerse al poder militar todavía era un riesgo. Así, empezaron a aglutinar a su alrededor un nuevo modelo de casta gobernante: la casta nacional y popular, capaz de cometer todos los abusos y apropiarse de todos los privilegios, fingiendo a la vez luchar contra un misterioso o ya moribundo poder real. Una nueva oligarquía que disfruta de las mieles del poder mientras dice representar a (o ser dueña de) los pobres y los derechos humanos. Una oligarquía o, más bien, una aristocracia, ya que en el caso de los hijos de desaparecidos la condición de buenos a prueba de toda crítica se transmite por la sangre y el nacimiento. Es esa reescritura mítica y mentirosa de la historia lo que le permitió al jefe de Gabinete Santiago Cafiero afirmar, ante las flagrantes violaciones a los derechos

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