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Santiago de Chile.– Anita, de 82 años, tiene gas lacrimógeno, insecticida y una poderosa alarma en su casa para enfrentar a la delincuencia organizada. Vive sola en el centro de Santiago, a menos de tres kilómetros del Palacio de La Moneda, la sede del gobierno nacional.
En la madrugada del 15 de marzo último retumbaron las protecciones de fierro de las ventanas y de la puerta de su casa. Dormía. Eran las 00:15 horas. Pensó que alguien estaba entrando a robar y tomó lo botella de gas y el control de su alarma para enfrentarse al delincuente.
No era lo que pensaba. El ataque no era contra ella. “¿Qué pasa?, ¡casi me botan la reja!”. Abrió la puerta, giró levemente la mirada hacia la izquierda y vio una persona tirada en la banqueta de enfrente que hace menos de un minuto estaba viva. “Con el ruido de las balas se estremeció todo. De cuatro balazos lo mataron”, contó Anita.
Unos metros a la izquierda está una casa blanca y antigua, propiedad de la Cruz Roja que servía de albergue para personas en situación de calle o cargadores de La Vega (el mercado mayorista más grande de Santiago) que venían a la capital desde el interior. Ahora esa casamada por personas que distribuyen droga, principalmente pasta base.