Descubre millones de libros electrónicos, audiolibros y mucho más con una prueba gratuita

Solo $11.99/mes después de la prueba. Puedes cancelar en cualquier momento.

Armance
Armance
Armance
Libro electrónico234 páginas3 horas

Armance

Calificación: 0 de 5 estrellas

()

Leer la vista previa

Información de este libro electrónico

Florian acaba de heredar una fortuna de su tía Marie. Dejándose llevar por un impulso, decide dejar todo atrás, huyendo de su vida en París, para trasladarse a un palacete de la época victoriana. Su intención es restaurar el edificio para devolverle el esplendor de antaño y recibir en él turistas que quieran vivir un auténtico viaje en el tiempo.

Unos meses más tarde, los trabajos avanzan a buen ritmo hasta que el Estado impone un confinamiento para evitar la propagación de un virus por el país. Florian se ve solo en ese gran edificio, incapaz de terminar las obras por su cuenta. Por casualidad, consigue acceder a una sala secreta escondida detrás de un espejo, en la que encuentra objetos que llevan más de ciento cincuenta años sin ver la luz. Entre ellos, encuentra el diario personal de Armance de Bellieu. Para mantenerse ocupado, Florian se lanza a descubrir qué clase de secretos ocultaba aquella joven mujer del pasado…

«Una novela romántica contemporánea e histórica que te hará descubrir los alrededores de la costa armoricana…»

«Un viaje a la vez lingüístico y culinario»

IdiomaEspañol
EditorialBadPress
Fecha de lanzamiento23 sept 2021
ISBN9781667414171
Armance

Relacionado con Armance

Libros electrónicos relacionados

Romance histórico para usted

Ver más

Artículos relacionados

Categorías relacionadas

Comentarios para Armance

Calificación: 0 de 5 estrellas
0 calificaciones

0 clasificaciones0 comentarios

¿Qué te pareció?

Toca para calificar

Los comentarios deben tener al menos 10 palabras

    Vista previa del libro

    Armance - Morgane Pinon

    Prefacio

    Este libro se ha creado gracias a la inspiración proporcionada por lugares reales como la provincia de Côtes-d’Armor y la localidad de Erquy. No obstante, la totalidad de la historia del palacete y de la familia de Bellieu son fruto de mi imaginación. Teniendo esto en cuenta, cualquier parecido con la realidad será pura coincidencia.

    A mi Violette,

    por nuestros hermosos recuerdos de verano en Bretaña...

    1.

    Florian golpeaba nerviosamente el volante con los dedos. El tráfico era denso y estaba impaciente por salir de ese infierno parisino. Le esperaban varias horas de viaje por carretera, pero estaba sereno. Era un nuevo comienzo, una aventura hacia lo desconocido que generaba en él una sensación de excitación. Dejaba tras de sí todo lo que había construido durante los últimos años para empezar otra vida. A sus treinta y cinco años, sentía que ese era el mejor momento para un cambio radical. Llevaba mucho tiempo encerrado en una rutina monótona que había hecho que su vida fuera muy insulsa.

    El sonido de un claxon le hizo salir súbitamente de su sueño. Un motociclista dio un giro brusco para esquivar a un conductor que cambiaba de carril sin preocuparse de saber si este estaba ocupado o no. Florian pasó la mano por su cabello rizado, suspirando. Ese tipo de comportamiento reforzaba su idea de que había tomado la decisión correcta, pese a que tenía motivos para dudar. Todo había sucedido tan deprisa. El fallecimiento de su tía Marie, pese a que fue una pérdida dolorosa, también supuso un cambio inesperado en su vida. Aunque era hijo único, nunca se había imaginado que sería el único heredero de su tía, que llevaba meses padeciendo un cáncer. Marie no se hablaba con su hermana Agathe desde hacía mucho tiempo, pero esa animosidad no impidió que Florian mantuviera el contacto con ella. Lo hacía sin ningún interés, no sabía qué bienes tenía. Le gustaba el espíritu rebelde que tenía a su madura edad y ella le había reconocido que se veía reflejada en él. Tenían en común su temperamento impulsivo. La tía Marie no había traído ningún hijo al mundo y Florian había ocupado para ella esa figura, pero nunca se habría podido imaginar que esa relación le haría heredar más de un millón doscientos mil euros.

    Recordó cómo se le abrieron los ojos cuando el notario le leyó las últimas voluntades de su tía, en las que, juiciosamente, había dejado por escrito que, con tanto dinero, no tendría problema para invertir en un inmueble. A pesar de las circunstancias, Florian no pudo contener una sonrisa alegre. Identificó en esas palabras la personalidad de Marie que se hacía presente, si bien había abandonado el mundo de los vivos. Por un momento, recordó cuando era niño y se sentaba en el regazo de su tía mientras esta le leía libros. Le contaba aventuras del pasado como si las viviera con él. Era una apasionada de la historia y su época favorita era, de lejos, la victoriana; un período en la que la elegancia y las buenas formas predominaban.

    Así pues, Florian buscó todas las ofertas disponibles para adquirir un inmueble antiguo. Tenía la oportunidad de cumplir un sueño que llevaba tiempo dejando de lado, del que, aun así, había hablado a menudo a Marie: ser dueño de un viejo palacete. De niño soñaba con ello, para poder sentirse como una especie de príncipe rico y poderoso. Sin embargo, con una perspectiva adulta, ese deseo había dado paso a la idea de abrir un alojamiento en el que alquilaría las habitaciones a turistas. De esa forma podría ofrecerles su talento en la cocina y hacerles vivir un auténtico viaje en el tiempo.

    Lo más sorprendente de todo fue descubrir que un palacete en Bretaña era más barato que un apartamento de tres habitaciones en París. Incluso si el edificio que había comprado necesitaba reformas costosas, Florian estaba convencido de que era un buen negocio. Vendió sin demasiado problema su pequeño apartamento de la periferia y, por medio millón de euros, compró el palacete de Bellieu. Contando con los gastos que debía adelantar para los trabajos de restauración, así como las comisiones para el notario y la agencia inmobiliaria, aún le quedaba una suma nada despreciable para hacer frente a los posibles imprevistos que pudieran surgir. Lo que más le costó afrontar fue el pago del impuesto de sucesiones, porque, como Florian no era un heredero forzoso, el cuarenta y cinco por ciento de la fortuna de Marie acabó irremediablemente en las arcas del Estado. Por lo tanto, se quedó con algo más de seiscientos mil euros para él, para invertirlos en el edificio. Un duro golpe. El joven se preguntó si su tía había tenido en cuenta ese detalle. Después de pensar en ello, llegó a la conclusión de que, con total seguridad, habría preferido eso antes que darle ni un solo céntimo a su hermana...

    Aquella mañana, Florian puso rumbo al oeste, en dirección a una región lejana que no conocía demasiado. Había pasado algunos días de vacaciones con sus padres en aquellas tierras salvajes. Aunque en aquel entonces era joven, aún conservaba el recuerdo intacto de la Costa Esmeralda, en la que el mar parecía incapaz de mantener un color bien definido varias horas seguidas. Florian dudó si ese recuerdo del pasado no se habría desvirtuado y mezclado con los sueños que se había hecho con el paso de los años. Cuando fue a la región para visitar por primera vez el palacete, se tomó un tiempo para explorar los alrededores. Todo le parecía tan real como en sus sueños más locos. Y, si bien la residencia estaba en ese momento en un pésimo estado de conservación, Florian supo que su futuro estaba ligado a ese lugar ancestral.

    Una vez hubo abandonado ese infierno lleno de vehículos, el joven dejó que su coche devorara los kilómetros mientras él se relajaba un poco. El otoño comenzaba a hacerse notar y la lluvia le acompañó la mayor parte del trayecto. Sintió tiesura en la mano derecha, lo que se había convertido en algo habitual con la humedad. Apretó los labios, reflejando incomodidad. Al igual que todos los que no son naturales de Bretaña, se preguntó qué clase de mal tiempo le esperaría en su destino; pero, tras varias horas de viaje, se sorprendió al encontrarse con un sol espléndido nada más entrar en esta región del oeste de Francia. El astro solar parecía querer apoyarse en su decisión de dejar todo atrás, dándole una calurosa bienvenida.

    Su teléfono le indicó que el viaje estaba llegando a su fin y Florian reconoció la ciudad costera que pronto sería su lugar de residencia. Esperó a estar parado en un semáforo en rojo para cerrar la aplicación del móvil que tanta batería consumía. Había salido temprano y ya era la primera hora de la tarde. Sintió como su estómago se contraía con dolor. Había recorrido todo el trayecto sin hacer ninguna parada y no había comido nada desde el alba. Le gustaba bastante vivir sin preparar nada, dejándose llevar por los acontecimientos, lo que le proporcionaba una sabrosa libertad.

    El joven hombre condujo su coche hacia el puerto y no tardó en encontrar un sitio para aparcar. Salió del vehículo y cerró la puerta con cuidado. Le costaba hacerse a la idea de que todas sus pertenencias estaban en ese habitáculo. Florian observó con admiración el paisaje que tenía ante sí. El mar parecía calmado, pero se podían observar remolinos y bancos de espuma que se desplazaban a merced del fuerte viento. Las nubes blancas galopaban por el cielo a toda velocidad, haciendo parecer que los rayos del sol se movían tan deprisa como una persiana cerrándose sobre una ventana. Algunos surfistas temerarios aprovechaban las condiciones para surcar las olas con sus tablas de windsurf. Aunque llevaban trajes de cuerpo entero, Florian no pudo evitar sentir un escalofrío al imaginarse lo gélida que debía estar el agua en esa época del año.

    Una vez más, su estómago le llamó al orden. Miró hacia el otro lado y regresó por la arena que la bajamar había dejado expuesta para entrar en el primer bar-restaurante que se cruzara. En el momento de abrir la puerta de cristal, observó en ella su reflejo. El viento le había despeinado una parte de sus cabellos rizados y castaños, y le había dado un aspecto desordenado que tenía cierto encanto. Sus ojos grises revelaban una seguridad casi arrogante y daban una nota de misterio a la expresión de su rostro. Una barba de pocos días cuidadosamente mantenida marcaba los contornos de su generosa barbilla.

    Florian entró para protegerse del viento y pasó la mano por su pelo de forma instintiva antes de sentarse en una de las mesas que estaban libres. Pronto se acercó hasta él una camarera para tomarle nota.

    —¿Todavía sirven comidas? —le preguntó con una sonrisa enternecedora a modo de excusa.

    La joven mujer echó un vistazo a su reloj antes de dirigirse a su cliente. Le puso morritos y le dijo con familiaridad:

    —Tiene suerte, el cocinero no puede decirme no a nada... Voy a buscarle una carta.

    —Muchas gracias —le respondió él, conservando todavía la sonrisa inocente.

    Florian pidió sidra para beber y una salchicha de cerdo enrollada en una torta de trigo sarraceno para comer, una especialidad de la región que no requería demasiada preparación. No quería que la camarera le diera demasiado trabajo a su compañero de la cocina. Disfrutó de la comida mientras observaba, a través del cristal, la actividad moderada de las pocas personas que paseaban al borde del mar. Cuando vació tanto el plato como el vaso, se levantó para pagar la cuenta directamente en la barra, en la cual solo había dos clientes sentados. Tenían el cabello canoso debajo de sus gorras y la nariz enrojecida, sin duda por el alcohol. La camarera le cobró y no pudo evitar ver con aflicción como Florian abandonaba el lugar para dejarla en compañía de los dos marineros ebrios.

    Volvió a su coche y abandonó el puerto en dirección al cabo. Una vez pasado el bosque, había una amplia extensión natural que se adentraba en mar. Las vistas eran impresionantes. Florian se subió el cuello de la chaqueta para protegerse del viento, que en ese punto soplaba aún con más fuerza. En esa época, los numerosos tojos habían terminado de florecer hacía tiempo, pero, aun así, mostraban el lado salvaje de la naturaleza entregada a sí misma. Un poco más lejos, se podían apreciar dos edificios de tiempos remotos: un hornillo de bala roja y una caseta de aduanero. El pasado parecía haber dejado con ellos su huella en la vida moderna.

    Más abajo, había una pequeña playa de piedras rodeada por un agua de mar azul turquesa. Un rayo de sol la atravesó y su color fue cambiando de forma progresiva, adoptando un matiz esmeralda.

    Después de que pasara un buen rato, Florian interrumpió su contemplación para regresar a su coche y acudir a la última cita con el notario. Tras estacionar en un pequeño aparcamiento, bajó del vehículo y se encontró a una mujer joven que trabajaba en la agencia inmobiliaria de la ciudad. Tenía el cabello negro recogido con una coleta, dejando despejado así su fino rostro y resaltando sus ojos verdes cuidadosamente maquillados. Llevaba un traje chaqueta con una falda que le llegaba justo por encima de las rodillas. Le dirigió una sonrisa atractiva y le tendió la mano.

    —Señor Brunet, justo a tiempo —dijo ella. Él le respondió mientras se acercaba a ella:

    —Señora Guerec.

    —Señorita —precisó—. ¿Está preparado para dar el gran paso?

    —Por supuesto —aseguró, con una mirada confiada.

    —En ese caso, sígame.

    Florian entró en la notaría para firmar los últimos papeles que le convertirían en el propietario del palacete de Bellieu. Una vez resuelta la parte administrativa, la joven de la agencia inmobiliaria subió a su coche para dirigirse al inmueble y Florian la siguió en el suyo. Se detuvo y observó a la señorita Guerec salir para abrir manualmente la gran verja de hierro forjado. A pesar de que sus altos tacones se hundían peligrosamente en la grava, pudo mantener el equilibrio y hacer lo que se proponía. Así, Florian pudo apreciar sus largas y realzadas piernas. Ahora que la puerta de acceso estaba abierta pudieron continuar el recorrido por el camino que llevaba hasta la entrada principal.

    Durante esos últimos años, la naturaleza parecía haber reclamado lo que era suyo. Toda esa vegetación se había expandido y proporcionaba un aspecto ruinoso a la vieja casa. El exterior del palacete tenía un encanto innegable con sus numerosas ventanas, sus muros de pierda vista y la pequeña torre adosada, que se asemejaba a una torre del homenaje. Al margen del edificio principal, se erguía una pequeña casa de invitados, en la que Florian tenía pensado vivir mientras los turistas visitaban el lugar durante la temporada alta.

    La señorita Guerec sacó un voluminoso llavero y se aplicó para abrir la imponente puerta doble. El señor Brunet penetró en su propiedad detrás de ella. Fijó su mirada en los tapices que colgaban de las paredes, que estaban deslucidos por el paso del tiempo, e incluso rasgados en algunas partes. Una espesa capa de polvo cubría el suelo como una especie de colchón mullido. Varias molduras y revestimientos adornaban los altos techos y un olor a cerrado cargaba el ambiente. Todo parecía sombrío y austero, pero Florian estaba decidido a darle una segunda juventud al lugar.

    —¿Quiere hacer una visita íntegra del lugar para asegurarse de que no ha cambiado nada desde la última vez?

    Florian sonrió, alegre, antes de responder que sí. La joven mujer le lanzó una mirada afectuosa y comenzó a subir los peldaños de la gran escalinata que ascendía en semicírculo hasta la planta superior. Recorrieron los diferentes dormitorios, los cuales parecían tener todos una temática de colores diferente, si bien estos habían perdido su brillo con el paso de las décadas.

    —Ahora que está todo firmado, puedo decirle sin miedo que no me imaginaba que fuera a presenciar la venta de este edificio...

    —¿Tiene algún defecto que no se vea? —preguntó Florian mientras pasaba una mano por el marco de una cama balinesa que no parecía muy estable.

    —Créame, he hecho todo lo posible para que este palacete no le depare ninguna sorpresa. Tiene por delante un proyecto ambicioso —continuó ella, con una mirada aprobadora.

    —Nunca le he tenido miedo a los desafíos.

    La señorita Guerec le dirigió una sonrisa. Siguieron con la visita hasta la buhardilla, antes de volver a la planta baja. Pasaron por la cocina, en la que un imponente horno de hierro ocupaba la mayor parte de la estancia. Después, llegaron al salón más grande de todos, al fondo del cual había un arco acristalado parecido a un invernadero y un viejo piano de cola en un pésimo estado de conservación. La joven mujer colocó su carpeta sobre una mesa que se tambaleaba —el único mueble de la estancia, además del instrumento musical, que seguía en pie—. Sacó un bolígrafo y pidió a Florian que pusiera la firma final, con la que acreditaba que había recibido las llaves en mano. Cogió la pluma y sus dedos se tocaron un breve instante.

    —Seguro que la más feliz es la señora Brunet —comentó ella.

    Florian comprendió la intención que se ocultaba tras ese comentario. Sonrió, contento, y precisó:

    —Dudo que a mi madre le haga mucha gracia la idea de que invierta tanto dinero en este edificio.

    La joven mujer arqueó una ceja, sorprendida.

    —Entonces, ¿no tiene a nadie con quien compartir esta aventura?

    —No busco una relación seria que pueda hacer que un día tenga que dar mi apellido. No tener ningún vínculo para poder vivir de forma plena, sin limitaciones.

    —Dicho así, suena triste.

    —¿Por qué? —dijo sorprendido—. No tener ningún límite. Gracias a eso hoy estoy aquí con usted...

    Intercambiaron una larga mirada. Después, Florian prosiguió:

    —Creo que, ahora que he firmado los papeles en los que se certifica que me ha entregado las llaves, tiene que entregármelas, señorita Guerec.

    —Estelle.

    La joven mujer sacó el llavero de uno de sus bolsillos y lo dejó suspendido en el aire con la punta de los dedos. Florian dio un paso al frente para cogerlas, pero ella no las dejó ir. Él sonrió mientras

    ¿Disfrutas la vista previa?
    Página 1 de 1