El Encuentro
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J. Rogelio Marín Bauza
J. Rogelio Marín Bauza Nació en la Ciudad de México. Desde muy chico su madre lo introdujo en el maravilloso mundo de la lectura, con cuentos infantiles, novelas juveniles, hasta leer todo lo que caía en sus manos, aunque comenzó escribiendo algunos poemas o breves historias, como afición. No fue sino hasta cuando su mamá cayó enferma de cáncer que le vino la idea de escribir algo para ella y así fue como escribió esta breve novela, que su madre no alcanzó a conocer el final. Ahora y después de algunos años se decide a compartir este trabajo.
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El Encuentro - J. Rogelio Marín Bauza
Copyright © 2015 por J. Rogelio Marín Bauza.
Número de Control de la Biblioteca del Congreso de EE. UU.: 2015902741
ISBN: Tapa Dura 978-1-5065-0049-2
Tapa Blanda 978-1-5065-0048-5
Libro Electrónico 978-1-5065-0047-8
Todos los derechos reservados. Ninguna parte de este libro puede ser reproducida o transmitida de cualquier forma o por cualquier medio, electrónico o mecánico, incluyendo fotocopia, grabación, o por cualquier sistema de almacenamiento y recuperación, sin permiso escrito del propietario del copyright.
Esta es una obra de ficción. Cualquier parecido con la realidad es mera coincidencia. Todos los personajes, nombres, hechos, organizaciones y diálogos en esta novela son o bien producto de la imaginación del autor o han sido utilizados en esta obra de manera ficticia.
Fecha de revisión: 06/03/2015
Palibrio
1663 Liberty Drive
Suite 200
Bloomington, IN 47403
Gratis desde EE. UU. al 877.407.5847
Gratis desde México al 01.800.288.2243
Gratis desde España al 900.866.949
Desde otro país al +1.812.671.9757
Fax: 01.812.355.1576
703800
ÍNDICE
CAPÍTULO I. El sueño
CAPÍTULO II. El viaje
CAPÍTULO III. La soledad
CAPÍTULO IV. El espejismo
CAPÍTULO V. La tormenta
CAPÍTULO VI. El oasis
CAPÍTULO VII. El anciano
CAPÍTULO VIII. Los ladrones
CAPÍTULO IX. El encuentro
Gracias
a DIOS:
Por todos los dones que he recibido de Él y por permitirme ser un sencillo instrumento de su fe.
a mi esposa:
Yolanda, por tu comprensión y paciencia para motivarme e impulsarme con tu cariño y tus palabras de aliento, a salir avante aún en las situaciones más difíciles de mi vida y que con tu sacrificio y dolor eres un ejemplo para nosotros del verdadero significado del amor.
a mi madre (+):
Mamá, porque toda mi vida te vi sonreír, ayudar, respetar y preocuparte por tus semejantes y por haberme regalado las llaves de la educación y la honradez que tantas puertas me han abierto.
a mis hijos:
Francis, Erick, Irving, Samantha y Rodrigo, porque todos juntos y cada uno de ustedes me dan motivo de orgullo y enorme satisfacción de ser padre.
a
Mari Carmen Castañeda, porque gracias a tu motivación pude terminar este libro, cuando había perdido el interés.
Ella Dionaldo por su apoyo y tesón para la elaboración del formato e impresión de este libro.
CAPÍTULO I
El sueño
El sol aún no iluminaba el horizonte sobre Elhat, un disgregado poblado formado de corrales y chozas, mientras algunas mujeres vigorosas y de piel oscura, envueltas en sus burkas, sacaban cubo tras cubo agua de un pozo, que luego vertían en los abrevaderos para los corderos y las cabras. En su choza, Abdul, que significa siervo de Dios, se preparaba para dar inicio a un día más de trabajo, su perro Rahú, alegremente movía su rabo de lado a lado.
Abdul era un joven fuerte de piel bronceada, sonrisa amable y ojos vivos, con una capacidad de aprender sorprendente, se puso de rodillas, se inclinó hacia adelante hasta que su frente tocó el piso y con sus ojos cerrados, agradeció al Creador por la oportunidad que recibía en este nuevo día, de poder enmendar sus faltas y corregir sus errores.
Tomando su flauta de carrizo, un pan, algunos dátiles, un odre con agua y su callado, salió de la pequeña habitación en que vivía.
Se encaminó, con el paso firme de sus veinte años hacía el corral, en donde un rebaño de cabras lo recibía con un incesante balar que se mezclaba con los ladridos de Rahú.
La mayor parte de su vida se había dedicado a cuidar cabras, su mundo no era mayor al de la pequeña aldea en la que vivía, Elhat se encontraba asentada al norte de los límites del desierto de Madián y hacia el sur distante sólo unos cuantos kilómetros del mar Rojo.
Ese lugar era un paso obligado de las caravanas de mercaderes, tanto las que se dirigían al oriente, como las que de regreso llevaban hermosos productos hacía el imperio Romano, sedas, especias, aromas, alfombras, etc. Estos eran algunos de los muchos productos que transportaban para comercializar en los mercados de las principales ciudades del Oriente Medio, la aldea se mantenía gracias a la caravanera que existía en el lugar, cuando llegaba una, trabajaban en ella la gran mayoría de sus pobladores y cuando se iba continuaban con sus labores de pastoreo.
Por un momento, Abdul recordó las narraciones que hacían los camelleros de las caravanas, alrededor de las fogatas y que eran toda una distracción para él, quien se dejaba llevar por su imaginación, pensando en todas las maravillas que escuchaba de grandes ciudades como Alejandría, Damasco o Helio polis, su esfuerzo era mayor para poder imaginar tierras fértiles y llenas de vegetación, así como ríos y agua en abundancia, que nunca en su vida había visto.
Los continuos ladridos de Rahú y el balar de sus cabras, lo volvió a la realidad, conocía perfectamente a cada una de ellas, el líder de estas era un macho de pelo y barba rojiza, quien ya se encontraba en la puerta del corral, con firme voz, Abdul le ordenó…
¡Fibra, adelante, vamos!
Así lo había nombrado ya que se trataba de la cabra más fuerte del rebaño y su piel peluda daba la apariencia de ser de fibra. ¡Anden! brincona, bolita, gorda, pinta, café; No se queden atrás, despierten ya, ¡Rahú carreréalas!
… animaba a las demás cabras para que se pusieran en marcha, mientras su perro las apresuraba.
Su hato caprino, pese al ambiente en que vivía de extrema aridez, se había acrecentado, gracias a sus cuidados. De iniciar con cinco cabras estas se habían reproducido hasta contar con treinta, las cuales, le procuraban una aceptable producción de leche, la que vendía y con el producto ganado se sostenía, ya que su trabajo en la caravanera lo hacía más por gusto que por lo que le pudiera producir económicamente.
Y así arreándolas con la ayuda de Rahú, se fue por ese camino polvoriento que cada día andaba en compañía de su rebaño. Después de un buen tramo recorrido, los primeros rayos de sol hicieron su aparición por el oriente, el cielo se veía con unas tonalidades rosa y azul oscuro, que daban una sensación de paz y sosiego, presagiando que iba a ser un día tranquilo. A lo lejos se escuchaban los pájaros como si estuvieran en una discusión muy grande y acalorada.
Alegre por el trinar de las avecillas que revoloteaban entre las palmeras, Abdul comenzó a sacarle hermosos sonidos a su flauta, tanto que hasta el balar de sus cabras parecía acompañarlo como un coro poco usual, las carreras de Rahú ordenando la marcha, semejaba una danza., Así con esa alegría parecía que se contagiaban las palmeras y como si el sol al escucharla quisiera asomarse más pronto.
Al fin llegaron al lugar en donde sus cabras se alimentaban, él se sentó recargado en el tronco de una palmera. Dejó volar su imaginación, mientras Rahú cuidaba que ninguna cabra se apartara del rebaño.
En su imaginación se dibujaban los grandes palacios con todo su esplendor, las pirámides, de las que tanto había escuchado y que por su grandeza correspondían a una maravilla del mundo conocido, el poderío de las legiones romanas, los caminos que construyeron.
Se preguntaba, ¿cómo serían los acueductos de los que le contaron? Y ¿por qué no tenían uno en Elhat, que tanta falta les hacía?
Pero lo que más despertaba su curiosidad y avivaba su imaginación sin duda, era el vergel en que habían convertido a Egipto. Dibujaba en
su imaginación sin conocer o saber como pudieran ser, cantidad de árboles y plantas, flores multicolores y se veía a sí mismo bañándose en el río Nilo, disfrutando esa sensación que debía ser la de jugar en el agua dulce.
Y así con todos sus sueños, el día fue transcurriendo y con ello la hora de volver, apuraba a Rahú para que arreara al rebaño, le urgía regresar para unirse a los camelleros y seguir escuchando las historias de todos aquellos remotos lugares.
Por fin, después de contar y guiar a sus cabras por el redil, el rebaño quedó en su corral, se dirigió junto con su fiel Rahú a las afueras de Elhat, en donde la caravana que venía de Egipto pasaría la noche en la caravanera.
No se encontraba a mucha distancia de su choza ya que la aldea era pequeña, de cualquier manera su interés le hizo apresurar su paso, obligando a Rahú a caminar al trote, por lo cual en un momento llegaron.
El espectáculo era maravilloso a la vista de Abdul, se trataba de una recua de más de mil camellos, las tiendas armadas, los corrales atestados por los camellos, las fogatas y alrededor de ellas los camelleros riendo y contando las más inverosímiles historias de cada lugar que habían visitado, así como leyendas y cuentos fantásticos de sus travesías por el desierto.
Después de poner alimento a los camellos y mientras estos se alimentaban, él no se decidía con que grupo sentarse para escuchar alguna de las historias que ahí se narraban, los ojos de Abdul parecían salirse de sus órbitas, no quería perder ni el más mínimo detalle de lo que se estaba contando, su presencia física se encontraba ahí frente a la fogata, pero su pensamiento estaba a miles de kilómetros de la alegre reunión, en alguno de aquellos lugares remotos de los que