COPA AMARGA, REGUSTO DULCE: LECCIONES DESDE EL DESIERTO
Por Sharon Newton
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Regusto Dulce
¿Sabe que usted es un heredero de una inmensa fortuna que Dios tiene en
reserva para usted? Esta historia que te cambia la vida le proporcionará con el
conocimiento necesario para tomar posesión total de la herencia suya. Es un
relato fascinante de la jornada en la que Chaya, una esclava hebrea, se embarcó
con los israelitas en camino a la Tierra Prometida, donde sus vidas estaban
destinadas a ser ricas y satisfechas. Habiendo sufrido por cuatrocientos años
como esclavos a los egipcios, el plan del Señor fue usar a Su siervo Moisés para
guiarlos a salir de Egipto, por el desierto, y a una tierra que luye leche y miel.
Desafortunadamente, cuando ellos estaban al borde de su destino, pecaron
contra Dios, y Él los sentenció a pasar el resto de sus vidas en el desierto. Al
igual que muchos cristianos modernos, ellos no entendieron Sus maneras
– cómo Él usa la adversidad y largas esperas para madurar a Sus hijos en
preparación para las vidas extraordinarias que Él tiene para ellos. En vez
de responder a las diicultades que enfrentaron obedeciéndole y coniando
en Él, ellos se quejaron, desobedecieron y dudaron de que Él realmente se
preocupaba por ellos. Por lo tanto, así como muchos cristianos hoy, ellos
perdieron Su plan para sus vidas. Chaya está determinada que ella y su
familia no cometerán los mismos errores, sino que aprenderán las lecciones
apropiadas de cada experiencia. Camine con ellos mientras el Señor lo conduce
a una vida exuberante con propósito y abundancia.
Sharon Newton
Sharon Newton es una maestra bíblica, consejera bíblica titulada y oradora profesional. Ha instruido y aconsejado a residentes de prisiones y residencias de transición por más de veinte años. Sin importar su audiencia, su meta es de proporcionarle a otros un entendimiento de la Palabra de Dios que les permita desarrollar una relación íntima con el Señor, y para descubrir y lograr Su propósito para sus vidas.
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Imagen del Tabernáculo proveída con permiso de Rose Publishing, Inc./Bristol Works, Inc.
ISBN: 978-1-4897-4917-8 (tapa blanda)
ISBN: 978-1-4897-4918-5 (tapa dura)
ISBN: 978-1-4897-4916-1 (libro electrónico)
Número de Control de la Biblioteca del Congreso: 2023918427
Fecha de revisión de LifeRich Publishing: 10/30/2023
INDICE
Capítulo 1 Una Dura Realidad
Capítulo 2 La Sentencia
Capítulo 3 Los Gemidos
Capítulo 4 Cómo Empezó Todo
Capítulo 5 Fruto Prohibido
Capítulo 6 La Devastación De Egipto
Capítulo 7 Una Súplica a Faraón
Capítulo 8 Unos Asuntos Pendientes
Capítulo 9 La Partida
Capítulo 10 Cántico Correcto, Lado Equivocado
Capítulo 11 Una Comida Del Cielo
Capítulo 12 Reunión Familiar – Lo Bueno, Lo Malo Y Lo Feo
Capítulo 13 Grandes Expectativas
Capítulo 14 Cualquier dios
Es Bueno
Capítulo 15 Nos Amó Lo Suficiente Para Venir A Habitar Con Nosotros
Capítulo 16 De Mal En Peor
Capítulo 17 Hora De Morir
Capítulo 18 No Vamos A Soportarlo
Capítulo 19 Un Intento Desesperado
Capítulo 20 Siempre Funciona
Capítulo 21 Uno No Es Siempre Un Número Solitario
Capítulo 22 La Insurrección
Capítulo 23 La Última En Pie
CAPÍTULO 1
UNA DURA REALIDAD
Ya habían pasado dos años de que el pueblo escogido de Dios había dejado las presiones de la esclavitud en Egipto. En medio del desierto, millones de ellos, ahora libres, están dormidos esparcidos en tiendas a lo largo del desierto hasta donde alcanza la vista. Mi esposo Bezalel y yo éramos de los escogidos. Mientras que el campamento aún estaba fresco y silencioso, desperté instintivamente antes de amanecer, como solía hacerlo desde que salimos de Egipto. Con mis ojos aun cerrados y mi alma retorcida con dolor, yo esperaba que los eventos espantosos de ayer fueran solo un sueño. Vencida por la desesperación, no tenía la voluntad de enfrentar el día, aún menos el resto de mi vida. Mis circunstancias eran tan emocionalmente abrumadoras que habían empezado a afectar mi cuerpo físico también. Al enderezarme de mi cama, mi cabeza vibraba y mi corazón latía. Suponiendo que mientras estuviera viva tenía que comer, logré oscilar mis piernas adoloridas y tiesas para el lado de la cama para iniciar la tarea de recoger maná para el hogar ese día. La realidad de que esta tienda ventosa en este desierto árido, estéril y sin vida sería mi hogar hasta el día que partiera de esta tierra, me sumergía. Con aliento forzado, sostuve mi cabeza pesada en mis manos y lloré incontrolablemente sin importar que despertara mi familia que dormía.
Con su cabeza aun apoyada en la almohada, Bezalel se extendió y movió mi hombro suavemente sin decir una palabra, aunque él estaba en su propio infierno. Su roce, lo cual usualmente me calmaba, no proporcionó ningún alivio. Pero retrocedí y toqué su mano, solo para dejarle saber que me importaba que a él le importara.
Platícame, Chaya,
dijo suavemente, aun sosteniendo mi mano y acariciándola como lo hacía cuando necesitaba que yo le abriera mi corazón.
Aparté la mirada por unos momentos para poner en orden mis pensamientos claramente. Antes de que pudiera comunicarle mis sentimientos, primero necesitaba entender yo misma lo que estaba sucediendo en mi interior.
Estoy cansada, y no estoy segura si puedo seguir haciendo esto,
dije con un corazón adolorido, mientras volteaba a mirarlo directamente en sus ojos. Respiré, desahogadamente con el fin de poder decir lo que pensaba desde hace mucho tiempo. Estoy cansada de este desierto miserable y vacío, cansada de tratar de hacer lo recto, pero sin ningún resultado, simplemente cansada de esperar en que Dios de mantuviera su promesa para que valiera la pena vivir nuestras vidas.
Bezalel no solo había estado escuchando mis palabras, sino también estudiando con cuidado mi rostro y lenguaje corporal. Yo podía discernir que él deseaba entender a fondo todo lo que yo pensaba y sentía para poder darme su consejo sabio que yo necesitaba desesperadamente.
Reflexionó por un momento, cuidadosamente escogiendo sus palabras. Después dijo, Yo te conozco mejor que nadie en la faz de esta tierra, y sé que eres una mujer de carácter fuerte. Con mis propios ojos, te he visto superar mucha más adversidad que la poca incomodidad y la larga espera que vienen con estar en este desierto. Así que tú puedes hacer esto. ¿Tengo razón?
Consideré sus palabras y tuve que admitir que él tenía razón. Me había visto perseverar a través del extremadamente doloroso aborto de nuestro primer hijo, y su lucha con el adulterio, lo cual yo sabía que él lamentaba profundamente. Y él había presenciado todas las otras desgracias que yo había superado.
Sí, tienes razón
. Siempre tienes razón,
le dije, agradecida por su amable perspectiva. Conforme sentía que mis hombros se relajaban, y mi cara se ablandaba, me incliné y rosé sus labios con un beso para decir gracias.
Me animé con sus palabras de sabiduría, las cuales me dieron la fuerza que yo necesitaba para continuar. Con mi nueva resolución, estaba determinada a no sentirme decaída ni vencida por el desierto, sino hacer que todo esto funcionara para mí y mi familia. De una manera u otra, lo haría que produjera buen fruto para nosotros,¹ todo el tiempo que viviéramos.
Mi esposo sabio me dio un pensamiento crucial más para considerar. Dijo, No pierdas la esperanza en Dios aún. Quizás él tenga un plan para sacar algo magnífico de esta jornada por el desierto.
Hmmm,
me dije a mí misma, pensando si esta nueva idea pudiera tener algún mérito.
Sin decir otra palabra, nos levantamos solemnemente, despertamos a los niños, nos cubrimos con capas y nos dirigimos al desierto poco iluminado para recoger comida. Aun después de dos años, todavía no podíamos acostumbrarnos emocionalmente a la severidad del desierto. Debido a que habíamos vivido en una tierra tan abundantemente fértil y verde como Egipto la mayor parte de nuestras vidas, el contraste desolado del desierto fue un asombro insuperable para nosotros todos los días. En lugar de palmas verdes, cosechas vibrantes y una provisión interminable de agua fresca del río Nilo, solo había arena y piedras del mismo color oscuro, abarcando hasta donde alcanza la vista por toda dirección. En vez del calor de la tarde que traía un fin agradable a mis días como esclava, las noches frías del desierto entumecían mis dedos de los pies y las manos hasta tornarse de color azul. Sin ningún viento para proporcionar una briza de vez en cuando, el calor era sofocante a lo largo del día. Y excepto por el ruido que hacíamos y el viento rugiente de una tormenta de viento muy de vez en cuando, el desierto era misteriosamente silencioso, escaseaba hasta un indicio de vida. Obviamente era un lugar que originalmente no fue diseñado para ser habitado por humanos a largo plazo, sino simplemente un lugar por donde pasar como cuando uno pasa de prisa por un valle oscuro.
Nosotros cuatro salimos en diferentes direcciones, pero permanecimos dentro del área permitida a nuestra tribu. Miles de personas ya habían salido, planeando terminar la tarea antes que saliera el sol sobre el horizonte y derritiera el maná. Recogerlo era arduo trabajo. Los copos blancos contenían una sustancia parecida a la miel que los hacía dulces, pero pegajosos. Debido a que se pegaban un poco al suelo del desierto conforme caían, se requería esfuerzo para recogerlos. Eran pequeños en tamaño, así que acumular lo suficiente para cumplir con el requisito diario de dos cuartos por persona, era una labor intensa y pesada para nuestras espaldas. Pero aprendimos por las malas que aquellos que no se levantaban a tiempo a recoger diligentemente, pasaban hambre.
Pocas personas hablaban, ya que todavía estábamos emocionalmente muy paralizados para hablar. Simplemente asentíamos cortésmente para reconocernos mutuamente y luego regresábamos a nuestra propia triste introspección. Al agacharnos para recoger los copos de maná y ponerlos en jarros de barro, todos pensábamos cómo lo que empezó tan bien se convirtió en algo tan terriblemente mal. Nos preguntábamos cómo habíamos llegado a enfrentar tal ardua realidad.
Mientras reuníamos inconscientemente el sustento del día, recuerdo vívidamente la emoción que sentí justamente hace más de cuarenta días. Las doce tribus de Israel finalmente estaban en las afueras de Canaán, la tierra que Dios nos había prometido. Había sido una jornada larga y agotadora de dos años desde Egipto a través de un desierto que nuestro líder Moisés describió con exactitud como ese desierto grande y espantoso.
Habíamos pasado dos años viviendo en tiendas, desviados como nómadas desamparados, respirando polvo, comiendo solo maná y esperando con anticipación el día cuando llegaríamos a nuestro nuevo hogar en Canaán.
Por primera vez en mi vida, soy verdaderamente feliz,
le dije a Bezalel una noche en nuestra tienda mientras lo abrazaba fuertemente y sonreía con mi cabeza inclinada a su pecho.
¿Verdad que te hago feliz?
me preguntó con curiosidad mientras me miraba. Verdaderamente me esfuerzo por hacerlo.
Sé que lo haces,
contesté sinceramente. Y sí me haces feliz. Pero me refiero a totalmente feliz, y confiada, sobre todas las cosas – como no tener que trabajar para alguien más por el resto de nuestras vidas, a menos que queramos hacerlo. Ambos somos talentosos. Podemos hacer cosas por lo cual la gente pagaría buen dinero.
Pausé por un momento y me imaginé lo agradable que sería tener nuestros propios negocios, antes de continuar. Como tener nuestra propia casa que podemos decorar con muebles nuevos y cosas bonitas, y no tener que vivir en sectores de esclavos. Como tener nuestro propio terreno y nuestro propio jardín, para comer lo que se nos antoje en vez de lo que alguien ya no quiere. Como enviar a nuestros hijos a la escuela para que tengan un futuro. Tú sabes a qué me refiero, ser completamente feliz.
¡Yo sé exactamente lo que quieres decir!
exclamó él, sonriendo mientras imaginaba vívidamente dicha vida. Y vamos a ser felices, te lo prometo,
dijo él mientras me dio esa mirada que me decía que podía confiar que todo eso pasaría.
Pero en lugar de solamente ir y tomar la tierra de Canaán como todos esperábamos, Moisés reunió al pueblo y nos dijo que Dios quería que primero hiciéramos algo más.
El Señor me ha dado los nombres de un hombre de cada tribu quien irá al frente del resto de nosotros, explorará la tierra y reportará lo que los grupos encuentren. Ellos verán cómo es la tierra, si las personas que viven allí son fuertes o débiles, pocas o muchas. Descubrirán el tipo de tierra donde ellos viven. ¿Es la tierra buena o mala? ¿Son sus pueblos abiertos y expuestos o amurallados y fortificados? ¿Cómo es la tierra? ¿Es fértil o escasa? ¿Hay o no hay árboles? Y como es la temporada temprana de las uvas maduras, traerán algunas frutas de la tierra.
Después llamó a los hombres escogidos para la misión, diciendo, Cuando llame tu nombre, da un paso adelante.
Doce hombres de la multitud se encaminaron con miradas alegres en sus rostros, orgullosos de haber sido escogidos para representar a sus tribus.
Todos eran líderes y hombres valientes de reputación a quienes el mismo pueblo hubiera escogido si les preguntaran a quién recomendarían personalmente. Uno de ellos era Caleb, quien pertenecía a la tribu de Judá. Los israelitas oraron por los hombres y por el éxito de su misión y los enviaron a su camino.
Los doce hombres cruzaron la frontera y viajaron por días dentro de la tierra, viendo mayormente pueblos pequeños amurallados y campos pintorescos. Canaán era de cierta manera mejor que Egipto, el único otro lugar que habían conocido. Quizás parecía mejor porque pronto sería nuestro y seriamos libres allí. El cielo parecía más azul, el césped más verde y las nubes más aborregadas. Hasta el cantar de las aves parecían más alegres y vigorosos. En vez del calor abrasador, el sol brillante proporcionaba un calor que calmaba y nutría. El lugar invitaba a los sentidos. Se miraba y se sentía como algo bueno.
Una vez ya en el camino principal a la primera ciudad prominente llamada Hebrón, mucho antes de ver las puertas de la ciudad, estaban verdaderamente abrumados. En ambos lados del camino, las tierras de labrantío se extendían a lo largo del horizonte. Cosechas de vegetales exuberantes y vibrantes de toda clase crecían por dondequiera. Había arboles de fruta y de olivo, viñas y campos de trigo y cebada en abundancia. Pararon y se hartaron de higos, dátiles, granadas y uvas suculentas, riéndose histéricamente mientras el jugo se derrama por sus barbillas. Por dos años no habían comido fruta desde que salieron de Egipto, y la cantidad se les hacía poco. Comieron y descansaron y volvieron a comer y descansar, saboreando toda la lecha y miel de la tierra que pudieran antes de continuar su camino. Estaban tan cautivados por todo lo que veían y experimentaban conforme viajaban que, para cuando acordaban, se les terminaba el día.
Se apresuraron para entrar a Hebrón antes de que la ciudad cerrara las puertas al ponerse el sol. Debido a que estaban llenos y cansados, había poca conversación. Y luego, al mismo tiempo, todos pusieron atención y vieron la ciudad en todo su esplendor encima del cerro. A pesar de que ya eran hombres, parecían niños con sus bocas y ojos abiertos por el asombro. Los muros de la ciudad eran de por lo menos veinticinco pies de altura y diez pies de profundidad. Releves complicados de escenas de batalla, conquistas y victorias cubrían los muros, todos pintados en vibrantes colores. Surgiendo encima del muro estaba lo que solo pudiera haber sido el palacio del rey. Mientras tenían grandes expectativas para su futuro hogar, nada de lo que habían oído los había preparado para lo que vieron y lo impresionante que fue.
Repentinamente, oyeron el ruido de cascos y temiendo que podrían estar en peligro, rápidamente se escondieron en los trigales junto al camino. De ahí, observaron mientras que un hombre quien debería ser el rey pasaba en su cabalgadura, bordeado por todos lados por sus guardias. Era real en apariencia y estaba sentado derecho en su silla con su cabeza alzada debajo de su corona adornada. El batallón de cien soldados bien armados que lo acompañaban estaba alerta e indudablemente listo para cumplir con cualquier amenaza, verdadera o percibida. Extrañamente, el rey y sus guardias parecían enormes, significativamente más grandes que la mayoría de hombres. Los doce hombres permanecieron en los campos, asomándose hasta que los vieron desaparecer dentro de las puertas de la ciudad. Después se pusieron en camino al mismo destino.
Llegaron justo a tiempo. Un campesino que había estado vendiendo sus frutos ya se iba para regresar a su granja en el campo. Era el último en salir de la ciudad, y ellos eran los últimos en llegar esa noche. Iba silbando alegremente mientras conducía su carreta vacía, indicando que había tenido un día exitoso. El campesino asentó con la cabeza y ladeó su sombrero al pasar, indudablemente habiéndolos visto. Extrañamente, el portero casi se topó con ellos, como si le fueran invisibles.
A pesar de que ya se había puesto el sol, las calles pavimentadas y bien iluminadas de la ciudad estaban repletas de actividad. Los negocios aún estaban abiertos, vendiendo bienes exóticos de toda clase – ropa preciosa, especias fragantes, carne fresca y pescado, quesos añejos, vinos y todo lo demás que se compra con dinero. Toda persona estaba vestida con ropa exquisita y lucía joyas de puro oro – aretes, collares, anillos para la nariz, pulseras de tobillo y cosas semejantes. Las casas eran grandes y espaciosas. Hasta los animales de trabajo eran de raza pura. Si algún pobre vivía allí, nunca se atravesaba. Dondequiera que se dirigieran, solo miraban afluencia.
Los doce hombres miraban las tiendas de negocio por toda la ciudad hasta que las actividades empezaron a cesar. Pero una en particular rebosaba con clientes hasta la hora de cerrar. Recodándoles a las tiendas en Egipto, esta fabricaba los dioses que los pueblos adoraban, a mano. Deidades de oro y plata de todos tamaños y estilos elaborados por humanos (Baal, Quemos, Astarot, etc.) llenaban los estantes. Eran clasificadas por nombre con un pendón encima de cada sección que las identificaba. Organizar los dioses de esta manera garantizaba que el comprador obtendría el que él creía que cumpliría con sus necesidades.
Desde donde ellos estaban, podían ver un taller escondido donde fabricaban los dioses. Pretendiendo interesarse en comprar uno, Amiel fue permitido entrar al taller y observar el proceso de hacer los dioses. Varios hombres se sentaban en varias estaciones, cada uno realizando un trabajo específico. Unos cortaban la madera, otros la lijaban y otros la cubrían con oro o plata. Cada tarea era realizada con precisión y gran cuidado. Al final del proceso resultaba productos terminados de alta demanda que los clientes se formaban afuera de la puerta para comprarlos hasta el anochecer.
La tienda además vendía relicarios intricadamente esculpidos hechos a la medida para cada dios. Los clientes solo necesitaban llevarse el dios y el relicario a casa, arreglarlos y adorarlos en un altar ya preparado.
Habiendo crecido en Egipto, la casa de miles de dioses, la adoración de ídolos que los doce hombres vieron en Canaán no los sorprendió. De hecho, muchos de los israelitas salieron de Egipto portando algunos de sus dioses en sus prendas de vestir. Pero el Señor, el Dios que nos sacó de Egipto, nos prohibió estrictamente que adoráramos a otros dioses, solo a Él. A pesar de algunas de las acciones de los israelitas, entendimos muy bien que ningún dios sería tan importante ni más importante que nuestro Dios, Yo soy. Aquellos entre nosotros que verdaderamente reverenciamos a Él, destruimos sus ídolos inútiles y confiamos con nuestros corazones solo en Él.
Conforme decaía la actividad en la ciudad, y sus ciudadanos se instalaron esa noche, los doce hombres salieron de la tienda. No deseando ni siquiera exponer atraer ninguna atención innecesaria hacia ellos mismos, pasaron varias posadas cómodas y mejor buscaron un refugio nocturno en otra parte.
Un pesebre en un establo abierto que no se utilizaba sirvió como su lugar de descanso esa noche. El heno era limpio y fresco, y ellos estaban agradecidos por el escaso alojamiento. Una gacela perfectamente asada y deleitablemente sazonada que habían comprado temprano, fue su cena esa noche. Estaba tan tierna que requería masticarla mínimamente, casi derritiéndose en sus bocas. Y estaba tan sabrosa que se chupaban sus dedos cuando se acabó la carne para saborear lo que había sobrado del manjar exquisito.
Recostándose al lado del pesebre, hablaban suave y seriamente mientras la luz de la luna, brillando por una ventana, iluminaba su pequeña residencia.
¿Creen que les va a gustar nuestro nuevo hogar?
Caleb les preguntó a los demás, mientras su grande sonrisa demostraba que a él definitivamente sí le gustaría.
Samúa respondió primero. ¿Gustarme? ¿Qué hay que no me guste? Este lugar es como el paraíso en la tierra. Realmente es la tierra que fluye leche y miel. Quiero saber qué hicimos para merecer esto. ¿Y qué hizo ese pueblo para hacer que Dios los sacara de allí?
Amiel, el pensador serio y profundo que había estado mirando aturdido, habló. Apenas puedo creer que esta tierra va a ser nuestra. Pero comprendo que Dios ha elegido quitársela a los cananeos y dárnosla a nosotros. Ellos no creen el Él. Compran sus dioses elaborados por hombres en talleres, los llevan a casa, establecen reliquias para ellos y los adoran. Sus pueblos y ciudades están llenos de altares donde ofrecen sacrificios a sus dioses falsos. Y han construido templos detallados para que allí habiten.
Bueno, su pérdida será nuestra ganancia,
dijo Josué entusiásticamente. ¡Este sitio es perfecto!
El clima es cálido y agradable. La tierra es rica y fértil. Todo lo que allí se siembra, crece abundantemente. Dondequiera hay corrientes, estanques y manantiales, Así que tenemos acceso al agua para nuestros animales y nosotros mismos. Las casas son grandes y espaciosas Así que nuestras familias pueden tener espacio para extenderse. No puedo pensar en algo que necesitemos o queramos que no exista ya en abundancia. Este lugar es mejor de lo que pudiéramos imaginarnos."
Gadi levantó su mano, ansioso de dar su opinión. Sí, sí, es cierto todo lo que dijiste. Pero se te olvida el problema más grande. Ese pueblo enorme del que oímos, los Néfilim, vive aquí. Todos ellos son gigantes. Así como el rey y sus guardias, los hombres son de una y media a dos veces mayor que nuestro tamaño. Hasta las mujeres son tan grandes que nuestros hombres más grandes. Sí, la tierra fluye leche y miel. Pero no vamos a disfrutar ni un minuto de ella porque nos van a matar al tratar de quitársela a estas personas enormes.
Caleb habló rápidamente. No descuidemos lo que es nuestro. Qué importa si el pueblo es más grande que el nuestro. Nuestro Dios es más grande que ellos y sus dioses. Nosotros vimos con nuestros ojos lo que Él puede hacer. Fuimos esclavos en Egipto viviendo vidas miserables sin oportunidad de libertad. Oramos a Dios día y noche pidiéndole a Él que nos rescatara, y Él lo hizo. Envió a Moisés para que le dijera a Faraón que nos dejara ir. Cuando Faraón dijo que ‘no’, Dios destruyó a Egipto con nueve plagas.
Nahbi asintió con la cabeza enfáticamente de acuerdo y continuó con el relato ansiosamente. Después él les pegó donde duele más con una última plaga. Nos dijo que lleváramos un cordero perfecto de nuestra manada, uno sin mancha ni defecto. Lo matamos, con cuidado de no quebrar ninguno de sus huesos, y llevamos su sangre y la pusimos arriba y lados de la parte de afuera del dintel de la puerta. Esa noche, el ángel de la muerte de Dios vino y mató a todo niño primogénito en Egipto, menos los nuestros. El ángel de la muerte solo pasó sobre nosotros cuando vio la sangre del cordero.
Déjame terminar el relato,
dijo Geuel, ansioso de ayudar a los demás recordar cómo se movió Dios poderosamente a favor nuestro. Cuando Faraón vio que su hijo primogénito había muerto, eso fue todo lo que tomó. Nos quería fuera de Egipto y nos dijo que nos fuéramos. Entonces marchamos, con cabeza levantada, un pueblo libre, gozosos en victoria. Pero para cuando llegamos al Mar Rojo, Faraón cambio de mente y nos persiguió con todo su ejército para regresarnos a la esclavitud. Nos espantamos cuando vimos que se acercaban. Con el Mar Rojo enfrente de nosotros y nuestro enemigo detrás, estábamos atrapados sin tener a dónde ir. Pero Dios tenía un plan. Abrió el Mar Rojo, y caminamos por tierra seca. El ejército de Faraón nos siguió hasta el Mar Rojo. Luego Dios dejó que fluyera el agua y se ahogaron todos.
¡Bien dicho!
, exclamó Caleb puesto de pie y aplaudiendo. "Si tan solo recordáramos cómo Dios ha guardado Su palabra y nos ha guiado a nosotros y a nuestros antepasados a la victoria en el pasado, tendremos la fe para creer que Él continuará ayudándonos. Jamás contradigas lo que Dios dice. Prometió darnos esta tierra que fluye leche y miel. Todo lo que tenemos que hacer es confiar en Él."²
Esos gigantes son solo una prueba,
interpuso Josué animadamente. "Cuando Dios nos envió a explorar la tierra, Él sabía que nosotros los veríamos. Dios da la victoria a aquellos que le creen a Él,