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Un Año En La Vida Del Dr. Zorro
Un Año En La Vida Del Dr. Zorro
Un Año En La Vida Del Dr. Zorro
Libro electrónico634 páginas8 horas

Un Año En La Vida Del Dr. Zorro

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Durante los aos del presidente mexicano Caldern, los crteles de la droga luchaban batallas campales contra otros crteles, la polica, el ejrcito y los buenos ciudadanos de Mxico. Los secuestros, los asesinatos, las amenazas y la intimidacin por parte de los crteles afectaban cada faceta de la vida mexicana. Esta historia de la familia De la Vega en Culiacn, capital del estado mexicano de Sinaloa, narra la trgica muerte de su amada hermana y de sus valientes hermanos que se convirtieron en una fuerza que exiga venganza contra los crteles de Sinaloa.

Los antepasados de la familia se haban trasladado desde California durante la dcada de 1840 a medida que los colonos blancos cambiaban la cultura y creaban ciertas discriminaciones contra los mexicano-americanos. La leyenda de la familia dicta que los De la Vega se cansaron de ello y se trasladaron a Culiacn (Mxico) donde rpidamente establecieron prominencia social y financiera.

Esta es una historia de aventura, accin, amor, honor y la fuerza de la familia a pesar del peligro y las amenazas constantes.



(Translation)
During the years of Mexican President Calderone, drug cartels fought
pitched battles against other cartels, the police, the army, and the good
citizens of Mexico. Kidnappings, murder, threats, and intimidation by drug cartels
impinged on every facet of Mexican life. This story of the de la Vega family in
Culiacan, the state capital of the Mexican state of Sinaloa, tells of the tragic death
of their beloved sister and her courageous brothers who become a force exacting
revenge on the Pacifi c cartel.
The family ancestors moved away from California during the 1840s as the
infl ux of white settlers changed the culture and created certain discriminations
against Mexican-Americans. The family legend is the de la Vegas sold out and
relocated to Culiacan, Mexico where they quickly established prominence socially
and fi nancially.
This is a tale of adventure, action, love, honor, and strength of family despite
constant danger and threat.
IdiomaEspañol
EditorialXlibris US
Fecha de lanzamiento17 jul 2014
ISBN9781499011258
Un Año En La Vida Del Dr. Zorro

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    Vista previa del libro

    Un Año En La Vida Del Dr. Zorro - Xlibris US

    © 2014 por Frederick L. Malphurs

    Número de control, Biblioteca del Congreso: 2014908027

    ISBN: Pasta dura:   978-1-4990-1126-5

    Pasta blanda:          978-1-4990-1128-9

    E-book:                  978-1-4990-1125-8

    Originalmente publicado en inglés con el título: A Year in the Life of Dr. Fox

    por Xlibris Corporation

    1-888-795-4274

    www.Xlibris.com

    Todos los derechos reservados. Ninguna parte de esta publicación podrá ser reproducida o transmitida en alguna forma o por algún medio electrónico, mecánico, fotocopia, cinta magnetofónica, ni guardado en cualquier sistema de almacenamiento y recuperación de información, sin el permiso previo de los editores.

    Esta es una obra de ficción. Los nombres, personajes, lugares e incidentes son el producto de la imaginación del autor o son usados de manera ficticia y cualquier parecido a todas las personas reales, vivas o muertas, eventos o lugares es pura coincidencia.

    Este libro fue impreso en los Estados Unidos de América

    Traducido al español por: Rancho Park Publishing, USA

    Rev. date: 05/07/2014

    Xlibris LLC

    1-888-795-4274

    www.Xlibris.com

    622907

    CONTENIDO

    Introducción

    Capítulo 1   Un arresto inoportuno (5 de enero)

    Capítulo 2   Una muerte injusta (6 de enero)

    Capítulo 3   Organización del funeral de Tina (6 de enero)

    Capítulo 4   El Santuario (9 de enero)

    Capítulo 5   Baloncesto (9 de enero)

    Capítulo 6   Presentación del Flaco (10 de enero)

    Capítulo 7   Diego padre se salvaguarda (10 de enero)

    Capítulo 8   Un romance a largo plazo (11 de enero)

    Capítulo 9   Eventos en el Restaurante La Mariposa Amarilla (16 de enero)

    Capítulo 10   El fiasco en el salón de operaciones (18 de enero)

    Capítulo 11   Lugar de origen (19 de enero)

    Capítulo 12   El surgimiento de un plan (20 de enero)

    Capítulo 13   El motín en la prisión tiene consecuencias (25 de enero)

    Capítulo 14   La Abogada Arrelano (30 de enero)

    Capítulo 15   No hay tiempo que perder (5 de febrero)

    Capítulo 16   Urgencia del Flaco (23 de febrero)

    Capítulo 17   Implementación y ejecución (24 de febrero)

    Capítulo 18   Entrevista con el Dr. Zorro (5 de marzo)

    Capítulo 19   Una reunión trascendental (5 de marzo)

    Capítulo 20   Las minas de oro (15 de marzo)

    Capítulo 21   Homero, el ermitaño y guía (15 y 16 de marzo)

    Capítulo 22   El ejército confronta a Eduardo (17 y 18 de marzo)

    Capítulo 23   Spider, una visita sin invitación (20 de marzo)

    Capítulo 24   Los niños se mudan (21 de marzo)

    Capítulo 25   El nuevo escondite (29 de marzo)

    Capítulo 26   El cártel está al acecho (30 de marzo)

    Capítulo 27   Una visita a los padres de Lena en el poblado de Costa Rica (30 de marzo)

    Capítulo 28   La boda y algunas horas después (15 de abril)

    Capítulo 29   La Luna de miel (16 a 29 de abril)

    Capítulo 30   Regalos para los huérfanos (7 de mayo)

    Capítulo 31   El diezmo (14 de mayo)

    Capítulo 32   El Ingeniero Ermitaño se ve en problemas (11 a 19 de mayo)

    Capítulo 33   El Dr. Leonardo van Hooser llega de visita (25 de mayo)

    Capítulo 34   Belinda Cruz reportando (4 de junio)

    Capítulo 35 A   Amenaza (6 de junio)

    Capítulo 35 B   La fiesta del 6 de junio en Mazatlán

    Capítulo 35 C   Celebración del 6 de junio en Culiacán

    Capítulo 35 D   Buscando a Diego (6 de junio)

    Capítulo 35 E   En el centro comercial el 6 de junio

    Capítulo 36   Un consenso y otros asuntos (8 de junio)

    Capítulo 37   Dos pacientes no oficiales de Eduardo (9 de junio)

    Capítulo 38   Conspiración en Navolato (11 de junio)

    Capítulo 39   Llega la guardia (18 de junio)

    Capítulo 40   Tiroteo en el retén (28 de junio)

    Capítulo 41   Fuego amigo (16 de julio)

    Capítulo 42   La entrega de galardones y otros acontecimientos (18 de julio)

    Capítulo 43   Contraataque (18 - 19 de julio)

    Capítulo 44   Recapitulación (21 de julio)

    Capítulo 45   Un trato difícil en la tienda de motocicletas (23 de agosto)

    Capítulo 46   La confesión (25 - 26 de agosto)

    Capítulo 47   El cártel va a la playa y encuentra resistencia (15 de septiembre)

    Capítulo 48   Flaco planea un golpe de operaciones (25 de septiembre)

    Capítulo 49   El cártel pierde un cargamento y algo más (26 de septiembre)

    Capítulo 50   El cobarde se encuentra con su destino (15 de noviembre)

    Capítulo 51   Presentación de una receta médica en la Farmacia Alemán (16 de Noviembre)

    Capítulo 52   El túnel en Mexicali (27 de noviembre)

    Capítulo 53   Otro retén y un desvío a Mazatlán (13 de diciembre)

    Capítulo 54   Desenlace de un cierto tipo (15 de diciembre)

    Capítulo 55   Ángel Luis consolida las pérdidas posteriores (20 de diciembre)

    Capítulo 56   Los bebés (24 de diciembre)

    INTRODUCCIÓN

    Esta historia se desarrolla en la ciudad de Culiacán (México) y sus alrededores. Culiacán es la capital del estado mexicano de Sinaloa; una ciudad muy rica en historia y de hermosas tradiciones, pero también hogar del cártel de Sinaloa, cuyo vasto ejército de hombres armados y criminales aliados, así como sus colaboradores, hacen de Culiacán una ciudad donde los asesinatos y otros delitos pueden ocurrir, y de hecho ocurren de manera arbitraria y frecuente. Culiacán, ubicada a pocas millas del Golfo de California, a una hora en auto desde la Sierra Madre Occidental, es una ciudad con más de setecientas mil personas, la mayoría de las cuales llevan vidas honradas.

    El presidente de México, Felipe Calderón, declaró la guerra contra el narcotráfico en el 2006. Durante esta era en la que se despliega esta historia, hubo diarios informes penosos de asesinatos, desapariciones, secuestros, robos, extorsiones y numerosos otros crímenes. Aquellos primeros días de enero y por el resto del año (al igual que los años anteriores y siguientes), las guerras contra el narcotráfico continuaron y a veces amenazaron con reducir a México a la anarquía. Las diversas pandillas del narcotráfico y los cárteles infiltraban todo elemento de la sociedad a través de sobornos, intimidaciones, chantajes, secuestros, asesinatos y mutilaciones, incluyendo decapitaciones de las víctimas para su exhibición pública.

    Durante estos tiempos muchos oficiales de policía, investigadores, abogados, jueces, funcionarios municipales y estatales, al igual que reporteros, fueron asesinados. Pocos de los autores de estos crímenes han sido llevados ante la justicia, y por causa de estas amenazas muy reales, el autor cuidadosamente ha disfrazado identidades a fin de proteger a los héroes, su origen, además de su propia familia y vida, de los ataques que amenazan la vida si alguna vez esos malhechores eligen sentirse ofendidos por las verdades que se describen en este libro.

    CAPÍTULO 1

    Un arresto inoportuno (5 de

    enero)

    El Padre Teodoro de la Vega estaba sentado en una antigua silla giratoria de madera, trabajando en la revisión de su tesis doctoral El metodismo en América, cuando escuchó el suave zumbido de su teléfono celular. Tomó el teléfono girando su silla antes de hablar y mirar por la pequeña ventana en lo alto de su atiborrada oficina al fondo de la Catedral de Culiacán.

    —Habla el Padre De la Vega.

    —Aquí el teniente Flores de la policía federal. Estamos tratando de notificar a la familia de Diego Sánchez. Usted aparece como contacto de la familia.

    Los ojos del padre Teodoro permanecieron fijos en las hojas de la alta palmera que había en el patio trasero de la catedral.

    —Sí, soy el cuñado de Diego. ¿En qué puedo servirle?

    —Lamento informarle que el marido de su hermana, Diego Sánchez, fue arrestado esta mañana y se encuentra detenido en la cárcel de Culiacán.

    El teniente hablaba en voz baja; respetuoso y comprensivo con el sacerdote católico.

    El padre Teo se quedó en silencio durante unos momentos.

    —Oh Dios mío, esto es demasiado. A mi hermana la secuestraron hace tres días, el 2 de enero. Ella y Diego tienen tres hijos pequeños, y ahora esto.

    El padre Teo suspiró profundamente y se persignó.

    —Sé lo del secuestro. Lo siento mucho. Al parecer su familia está enfrentando grandes problemas repentinamente. Le puedo asegurar que todos los organismos policiales están trabajando diligentemente para encontrar a su hermana.

    El padre Teo respiró profundamente varias veces antes de responder.

    —¿Sería posible ir a ver a Diego ahora?

    El teniente Flores se quedó en silencio un momento.

    —Sí, dadas las circunstancias, estoy seguro de que hay muchas diligencias que hacer respecto a los niños. Me pondré en contacto con la prisión y haré que autoricen su visita.

    El padre Teo se levantó, sintiéndose repentinamente aturdido, con la mandíbula apretada y los ojos clavados en la pequeña estatua de Jesús que tenía en su escritorio.

    —Voy para la cárcel ahora.

    Después se obligó a llamar a su hermano Eduardo y a su padre, Alfonso. Terminó cada llamada diciendo yo te llamo en cuanto sepa algo.

    El padre Teo se fue rápidamente por el pasillo y cruzó el campus de la catedral hasta llegar a su auto. Una vez afuera, de pie junto al auto miró hacia arriba unos momentos, orando por su hermana, por Diego, y por sus hijos. Luego subió a su desvencijado Toyota y se dirigió a la prisión.

    El padre Teo estuvo sentado durante treinta minutos en la sala de espera de los visitantes, hasta que los guardias que escoltaban a Diego irrumpieron por la puerta del lado de los prisioneros empujando a Diego hacia delante y lo sentaron bruscamente en una silla. Uno de ellos le dijo: ¡Quédate sentado y cállate! y agitó un dedo bajo la nariz de Diego. El padre Teo se trasladó rápidamente a la cabina frente a Diego y se sentó en la silla de plástico duro en el estrecho recinto.

    —Teo, ¿cómo está mi familia?

    Diego tenía una expresión grave y parecía haberse encogido físicamente desde la última vez que Teo lo había visto, solo tres días antes. Su buen humor informal de costumbre había sido sustituido por una expresión pálida y tensa. Tenía los ojos llorosos y miraba solo indirectamente al padre Teo; Diego no podía mirarlo a los ojos más de un momento. Sus ojos, oscuros y hundidos, recorrían lentamente la sala intensamente iluminada: piso, paredes, techo, el padre Teo.

    —No hemos tenido ningún contacto con los secuestradores de Tina. Estamos haciendo todo lo posible por encontrarla. Eduardo y yo estamos removiendo cielo y tierra para hallarla. Los niños la extrañan y están alterados, como es de esperar. ¿Cómo estás tú?

    —Estoy muy deprimido y me muero de miedo. Estoy muy agradecido de ti y de Eduardo —bajó la cabeza y nerviosamente verificó la posición de los guardias—. Teo, por favor, haz todo lo posible para que me retiren estos cargos y sácame de aquí de alguna manera.

    —Por supuesto que estás deprimido. Cualquiera lo estaría en estas circunstancias. Mi padre está hablando con los abogados en estos momentos. Tu arresto ha sido un tremendo golpe para todos nosotros.

    —Estoy avergonzado y estupefacto por mi arresto también, Teo. Por favor, diles a mi madre y a los niños que los amo, pero no quiero que vengan. Verme en este lugar solo empeorará las cosas para ellos. ¿Sabes algo sobre los cargos en mi contra?

    El padre Teo se mordió el labio. Vaciló mientras una gran cantidad de recuerdos familiares felices inundaron su mente: la boda de Diego y Tina, el nacimiento de sus tres hijos, y muchas reuniones familiares.

    —Te acusan de asociarte con narco criminales, blanquear sus ganancias ilegales, ayudar a los sicarios del cártel, dándoles refugio, de participar en una conspiración criminal y aceptar ayuda financiera del cártel de Sinaloa. Todavía estoy en estado de shock, Diego. No lo entiendo. ¿Hay algo de verdad en esto?

    Diego se retorció en su asiento y bajó la cabeza hasta la encimera de fórmica de la pequeña cabina.

    —Oh, Dios mío— dijo en voz alta, y los presos más cercanos de su lado de la barrera se voltearon en su dirección. Cuando se enderezó, sus manos se aferraban a su corazón. Las lágrimas rodaban por sus mejillas.

    —¿Necesitas atención médica? El padre Teo vio como Diego apartaba las manos de su pecho y sacudía la cabeza con vehemencia indicando que no.

    —Entonces vamos a orar, Diego. Padre nuestro, gracias por tus abundantes dones a nuestro pueblo y nuestras comunidades. Ayúdanos en nuestro momento de desesperación a encontrar a Tina. Ayuda a nuestro hermano, Diego, a que le retiren estos cargos. Haz volver a ambos padres a sus hijos que los aman y aprecian. En nombre de Cristo, amén. El padre Teo mantuvo la cabeza baja durante unos momentos después de haber terminado.

    Diego miró al padre Teo orar. Tan pronto como vio que la oración había terminado, tosió nerviosamente.

    —Teo, por favor, sácame de aquí.

    Mientras los guardias venían a buscar a Diego, Teo le dijo:

    —Estamos haciendo todo lo que podemos. Vete en paz. Se puso de pie, mirando a Diego, mientras su mente buscaba posibles soluciones para las dos horribles situaciones en su familia. Miró a los guardias llevarse a Diego con las manos fuertemente apretadas por delante y apretó la mandíbula con determinación, obligándose a no llorar. Teo sacudió la cabeza bruscamente, tan pronto como Diego desapareció de la habitación.

    CAPÍTULO 2

    Una muerte injusta (6 de

    enero)

    El Dr. Eduardo de la Vega manejó suavemente su cupé Mercedes-Benz Clase CLS marrón en el polvoriento camino de la granja. Al frente vio un grupo de patrulleros, una ambulancia blanca y una camioneta de doble cabina con una alta antena de radio. Respiró profundamente, y dado que había recibido la llamada telefónica de la policía tan solo una hora antes, las imágenes de su hermana seguían apareciendo en su mente como una continua presentación de diapositivas. Aunque el hecho de que pudiera ser su cuerpo era solo una posibilidad, aun así lo invadía un irremediable pesimismo.

    El Dr. De la Vega frenó hasta detenerse detrás de un auto de la policía federal e inmediatamente vio que tres hombres se le acercaban. Salió de su Mercedes en un suave y ágil movimiento, permitiendo que la puerta se cerrara detrás de él, y tan pronto como se cerró, los hombres estaban frente a él.

    —Dr. De la Vega, soy el Teniente César Garzón, detective de Culiacán. Ellos son Gilberto Márquez, Teniente de la policía de Culiacán, y Gabriel Flores, Teniente de la policía federal. A los tres los superiores nos han encargado la búsqueda de su hermana. Lamentamos sinceramente las circunstancias por las que lo hemos llamado.

    César Garzón, quien era unos ocho centímetros más bajo que el Dr. De la Vega quien superaba un metro noventa, miró calmada y respetuosamente al doctor a través de sus apacibles ojos verdes.

    —¿Dónde está el… Antes de que el Dr. De la Vega pudiera terminar su pregunta, el Teniente Garzón señaló el lugar y simultáneamente dio un paso hacia la cuadrada y sucia casa de adobe.

    A medida que los hombres caminaban hacia el edificio de color gris pálido, el Dr. De la Vega descartó la oferta de una mascarilla quirúrgica.

    —Teniente Garzón, ¿cuándo encontraron el cuerpo?

    El grupo se detuvo en la puerta del frente para permitir que Garzón contestara la pregunta. Del interior del edificio salía un olor ácido nauseabundo que hacía que Márquez y Flores hicieran muecas y sostuvieran sus mascarillas quirúrgicas sobre sus narices. La puerta de madera y hecha astillas colgaba de su bisagra superior; la habían empujado completamente para abrirla y ponerla plana contra la pared, asegurando su posición con una piedra grande.

    —El supervisor de la granja, el hombre de allá con sombrero crema, camisa azul oscura y jeans encontró el cuerpo a las ocho y media esta mañana mientras estaba en su rutina habitual, inspeccionando cultivos, riego y demás. Él dice que sintió algo tan pronto como se detuvo aquí; vio la puerta entreabierta y entró. ¿Está listo señor? —El Teniente Garzón asintió con la cabeza dirigiéndose a los hombres—. ¡Hagámoslo!

    El cuerpo yacía bajo una lona de plástico azul. Un oficial de policía uniformado estaba parado al fondo de la habitación justo fuera de la luz que provenía de la puerta abierta. Numerosas botellas de cerveza y licor cubrían el piso y la habitación olía a alcohol rancio, ceniza, orina y putrefacción.

    El Teniente Detective Garzón quitó la lona de plástico de la cabeza del cadáver. El Dr. De la Vega se inclinó de inmediato, con una rodilla sobre el piso de tierra. Para estar seguro de su identificación, se acercó a unos cinco centímetros de la cara hinchada y amoratada de la víctima, y casi al instante, se paralizó en esa posición. Un estremecimiento violento rodó por todo su cuerpo. El Teniente Márquez ayudó al doctor a levantarse y lo acompañó hasta afuera. El Dr. De la Vega se quedó ahí por dos o tres minutos, encorvado, con las manos sobre sus rodillas, respirando profundamente en medio del completo silencio del grupo reunido.

    Finalmente se enderezó y aceptó una botella de agua fría que le ofreció el Teniente Márquez. Los tres detectives mantenían sus ojos enfocados en él.

    —Es mi hermana, Cristina Florentina De la Vega Sánchez —dijo el Dr. De la Vega con voz temblorosa—, todos la llamaban Tina. ¿Saben cómo murió?

    Márquez asintió; su cara redonda y mejillas abultadas se movieron lentamente hacia arriba y abajo.

    —Sí, ella recibió un disparo en la parte posterior de la cabeza.

    El Dr. De la Vega asintió y se apartó para fijar su mirada en el distante horizonte.

    —¡Gracias, detective! En el rostro de ella puedo ver también que la golpearon mucho; debe haber muerto atormentada y torturada, casi con toda seguridad.

    —Lamentamos mucho su pérdida, doctor. ¿A dónde debe el personal de la ambulancia llevar el cuerpo?

    Márquez, pequeño y delgado, se mantuvo muy cerca al lado de Eduardo como para soportar su peso si era necesario.

    El rostro del Dr. Eduardo de la Vega entumeció.

    —Llévenla al Hospital de Culiacán. Quiero una autopsia —de repente miró hacia arriba y puso las manos juntas como si estuviera rezando—. ¡Ah, qué trágico error ha cometido Dios aquí!

    Garzón hizo un gesto al personal de la ambulancia señalando el cuerpo.

    —Necesitamos hacerle unas preguntas, doctor. ¿Se siente bien para conducir de nuevo hasta la sede de la policía federal? Si no, uno de nuestros oficiales puede conducir su auto. Garzón puso su mano sobre el hombro de Eduardo.

    —Tomaré la oferta de un conductor. Debo hacer algunas llamadas. A medida que Eduardo se dirigía a su auto, sus ojos recorrieron los grandes campos de tomate, el cultivo no muy maduro todavía.

    El Detective Garzón hizo un gesto a un oficial uniformado para que se acercara.

    —Por supuesto. Santos conducirá por usted.

    Eduardo lanzó las llaves a Santos y se subió al asiento del acompañante; pulsó el botón de discado rápido para llamar a su hermano gemelo, el Padre Teodoro.

    —Teo, el cuerpo es el de Tina. Acabo de verla por mí mismo y le confirmé a la policía —pausó por varios segundos mientras escuchaba el pesar de su hermano—. Ella tuvo una muerte horrible. ¿Podrías llamar a papá e ir donde los niños? Yo estaré ahí tan pronto como pueda; debo hacer una declaración formal para la policía y los arreglos en el hospital. Eduardo colgó y estuvo en silencio por varios minutos antes de marcar el número pregrabado de su socio principal de la clínica, el Dr. Oscar Padrón.

    —Oscar, el cuerpo es el de mi hermana. Eduardo escuchó la rápida respiración de Oscar, y su mudez momentánea.

    —Eduardo, estoy profundamente conmocionado… estoy desorientado por completo. ¡Por Dios, lo siento mucho!

    —¡Gracias, Oscar! Sé que tú también la amabas; todos amaban a Tina.

    Eduardo hizo una pausa otra vez mientras Oscar preguntaba si habría algo que él pudiera hacer.

    —Al momento no hay nada que puedas hacer. Teodoro está avisando a la familia, yo estoy de camino a la sede de la policía para hacer la declaración formal y responder sus preguntas. Me mantendré en contacto.

    La siguiente conversación de Eduardo fue con su hermano adoptivo, el Flaco Salas. Gaspar Salas era un niño pequeño triste y sobreviviente del abuso cuando Alfonso, padre de Eduardo y Teo, lo conoció hace muchos años. Era amado y conocido por todos como ‘Flaco’; ahora manejaba los muchos aspectos del negocio de la familia De la Vega, y Alfonso, su padre adoptivo, al igual que sus hermanos adoptivos, el Dr. Eduardo y el Padre Teodoro de la Vega, le tenían mucha confianza por sus agudos instintos.

    Para cuando Eduardo había terminado de hablar con Flaco, Santos se había estacionado en uno de los espacios de parqueo de la sede de la policía en la Avenida Emiliano Zapata. El bloque de hormigón de una sola planta y la construcción de yeso estaban pintados de un tono pálido de color beige; el estacionamiento era estrecho. Santos se metió en el espacio designado para el Teniente Márquez, devolvió las llaves a Eduardo y acompañó al Dr. De la Vega a la sala de conferencias donde Márquez, Garzón y Flores estaban sentados tranquilamente tomando un café. Se levantaron cuando el Dr. De la Vega entró a la habitación.

    —Por favor, siéntese. ¿Le sirvo un café?

    Garzón se levantó inmediatamente y caminó hacia el fondo de la sala de conferencias donde estaba la cafetera sobre un pequeño mostrador.

    —Solo, por favor, Teniente —Eduardo se acomodó en la silla de malla de alambre negro de la sala—. Caballeros, estoy realmente desconsolado. Mi hermana era muy amada… De repente dejó de hablar y juntó sus manos frente a él sobre la mesa de la sala de conferencias, con su cabeza ligeramente inclinada.

    Garzón sonrío con simpatía.

    —Dr. De la Vega, debe entender en base a nuestra presencia, que los superiores consideran de suma importancia el arresto de los responsables del homicidio de su hermana. Sabemos también que habrá un gran público afuera en la comunidad esperando ver lo que sucede con este caso. Su hermana fue secuestrada hace tres días y medio. ¿Tiene usted, o alguien en la familia, alguna idea en absoluto sobre quién hizo esto y por qué?

    —No —Eduardo se quitó las lágrimas—, dimos aviso por varios canales de que pagaríamos el doble de los doscientos mil pesos que nos pidieron. Avisamos a nuestros abogados, la iglesia y los medios de comunicación; nos mantuvimos en estrecha coordinación con el Teniente Márquez aquí. Nuestro banco puso el dinero en una caja de seguridad. Acudimos a todas las organizaciones y personas que pensamos podían tener posible contacto o influencia con los secuestradores, pero no hubo respuesta. Creo que muchos conocían de mi familia y nuestros recursos, por lo que el secuestro debe tener algo que ver con el marido de Tina, Diego Sánchez.

    —¿Su hermana tenía algún enemigo? —Márquez habló despacio, como si ayudara a consolar al Dr. De la Vega—, lo lamento, debo preguntar.

    —No, en verdad, todos la amaban. Ella tenía muchos amigos —pausó, perdido en sus pensamientos por un momento, y rápidamente preguntó—: ¿cuándo murió?

    —El coronel estima que unas veinte horas antes de encontrar su cuerpo esta mañana.

    El Dr. De la Vega hizo una mueca.

    —¡Esos tontos malditos!

    Garzón se inclinó hacia adelante.

    —Usted mencionó al esposo, Diego Sánchez. ¿Quiénes eran sus enemigos? ¿Algún otro miembro de la familia tenía enemigos o personas que quisieran hacer daño a la familia?

    —Nuestros únicos posibles enemigos serían aquellos en relación con la cosa o persona con quien Diego estaba involucrado. La policía federal lo arrestó ayer; se le acusa de conspiración criminal con el cártel de Sinaloa, entre otros delitos. Esa debe ser la conexión, pero no hemos sido amenazados de ninguna manera como resultado de la detención de Diego. Yo soy cirujano torácico y traumatológico. Mi hermano Teodoro es sacerdote. Nuestro padre, Alfonso, es un empresario y filántropo. Tiene que ser la cuestión esta de Diego.

    Garzón se levantó rápidamente, como si una idea lo hubiera invadido, y salió de la sala de conferencias.

    Márquez se levantó y le sirvió más café a Eduardo.

    —Dr. De la Vega, mientras esperamos la información concerniente al arresto de Diego, déjeme decirle lo que sabemos respecto al secuestro.

    —Por favor, llámeme Eduardo. No hacen falta formalidades aquí.

    —Gracias Eduardo. Sabemos que los hombres que hicieron esto están ligados al cártel de Sinaloa y ahora los estamos buscando sin parar.

    Márquez, el más pequeño de los tres tenientes pero cuya cabeza es la más grande, habló en voz fina de tono agudo.

    —Espero que los encuentren pronto. Nuestra comunidad ya tiene bastante temor respecto a la violencia, y ahora esto.

    Comprendo su aflicción doct… Eduardo, y prometo que haremos nuestro trabajo. Los tres hemos sido asignados para trabajar en este caso; ya tenemos algunos nombres y direcciones. Encontraremos a los que hicieron esto.

    Márquez miró a Garzón al verlo entrar en la sala de conferencias.

    —Háblenos sobre su hermana. Mientras más detalles tengamos, mayor es la probabilidad de que encontremos alguna conexión con los sicarios. Alguien tuvo que haber estado cuidado el apartamento de ella, por ejemplo.

    Eduardo miró la hora, pero la expresión de su rostro fue la misma. Se dirigió al Teniente Márquez con una sonrisa forzada.

    —Tina tenía treinta y seis años, un largo cabello negro ondulado y una sonrisa maravillosa. Se quedaba en casa con los niños y a veces se reunía con sus amigas para almorzar. Se ofreció en la Catedral para servir por varias horas a la semana; era tranquila pero fuerte en el sentido de que era sagaz en verdad, y lo digo sin temor a equivocarme… Tina era valiosamente hermosa. Era la mejor cuando se trataba de escuchar y siempre tenía una respuesta amable, considerada y sensata, aun para los problemas más preocupantes. No sé qué más decir… era la madre y hermana perfecta.

    —Sabemos que usted debe sentirse tremendamente preocupado —Márquez garabateó en su libreta de notas; solo de vez en cuando escribía alguna palabra clave—. Háblenos acerca del esposo y la familia de Tina.

    Eduardo se repantigó en la silla giratoria; sus piernas estiradas bajo la mesa, su barbilla casi tocando su pecho.

    —Claro. Tina se casó con Diego Sánchez hace unos diez años. Parecía que eran felices. Tenían tres hijos: Diego Jr., Roxana y Laura. Además de sus hijos y esposo, le sobreviven sus hermanos gemelos, el Padre Teodoro y yo, y también tenemos un hermano adoptivo, Gaspar Salas conocido como Flaco, quien administra los negocios familiares. Todos la apreciábamos. Mi hermano y yo habríamos hecho cualquier cosa por ella, al igual que nuestro padre, Alfonso, y la madre de Diego, Silvia, quien vive en el mismo apartamento. Mi hermano y yo somos dieciocho meses mayores que Tina. La amamos desde el momento que nació, y en muchos aspectos la admirábamos. Ella sencillamente no tenía enemigos.

    Garzón escuchaba con paciencia.

    —Usted hace que lamente no haberla conocido. Usted y su hermano estaban en el apartamento la noche que fue secuestrada, ¿no es así? Por favor trate de recordar la visita. ¿Vio algo del todo inusual?

    Flores miró a Garzón; su ceja única sobre los ojos hundidos, extendida casi de una oreja a la otra, lo dejaba con un aspecto permanente de gran intensidad.

    —No. Mi hermano y yo, al igual que casi todos los demás en Culiacán, somos cautelosos en todo momento. Tenemos cuidado de los extraños o cualquiera que parezca fuera de lugar. No vimos a ningún joven dando vueltas por ahí, por ejemplo, y ciertamente a nadie que hubiera parecido una amenaza en lo más mínimo. Díganme, ¿qué información tienen respecto a Diego, mi cuñado?

    Garzón abrió una carpeta de archivos que había llevado a la sala de conferencias.

    —Tras meses de investigación, la policía federal detuvo al Señor Diego Sánchez ayer mientras se encontraba en su oficina en el segundo piso del hotel que tiene y administra. Los policías federales entraron en masa, plenamente equipados con armas automáticas, listos para cualquier tipo de resistencia. Un fiscal federal y un fiscal de la ciudad fueron con ellos. Los oficiales detuvieron a Diego y lo llevaron para interrogarlo. Los fiscales y dos oficiales de policía incautaron todos los archivos y su computadora y los trajeron aquí. Los detectives asignados al caso de Diego están al momento revisando estos documentos y los archivos en la computadora en busca de evidencia. Los cargos actuales implican el lavado de dinero y la complicidad con el cártel de Sinaloa por proveer un refugio seguro para los narcos. Para mí, la evidencia parece ser sustancial —el Teniente Márquez lo confirma visualmente con sus colegas—, si se filtró la noticia acerca del inminente arresto de Diego, eso ciertamente explicaría el secuestro de Tina, pues mientras el cártel la tuviera en su poder, Diego no podría testificar en contra de ellos. ¿Qué piensa usted, Eduardo?

    —No creo que él podría testificar en contra de ellos bajo ninguna circunstancia; Diego no es una persona muy fuerte. La información de la detención de Diego debió haber llegado al cártel.

    Márquez volteó su cara redonda para mirar a sus colegas.

    —Sabemos que hay colaboradores dentro de la policía que dan información al cártel, pero encontrar la fuente será muy difícil. En el entorno actual, un visitante o preso puede haber escuchado algo, e informó al cártel por dinero. Lamento mucho si es eso lo que ha pasado.

    Eduardo miró fijamente a Márquez por unos minutos; su rostro tenso por la ira.

    —¿Un par de palabras imprudentes dieron lugar a la muerte de mi hermana? ¡En quién confiamos! —hizo una pausa mientras miraba con dureza a Márquez—. ¿Algo más que deba saber?

    Márquez sonrío forzadamente.

    —Lamentamos mucho su pérdida, Dr. De la Vega. Parece que no tenemos nada más al momento. Lo llamaremos cuando sepamos algo nuevo.

    *     *     *

    Apenas Eduardo salió de la sala de conferencias, Gabriel Flores golpeó la palma de su mano sobre la superficie de la mesa.

    —Esto demuestra que sin importar quién eres en este país, cuánto dinero tienes, cuán respetado eres, aun así los narcos pueden acabar contigo.

    César Garzón consideró rápidamente la expresión animada pero sin sentido de Flores respecto a la situación actual de Culiacán.

    —¡Eso es cierto, Gabriel! Sin embargo, tenemos un trabajo que hacer. Tenemos que respetar las expectativas de esta familia, los De la Vega. El Dr. Eduardo parece un buen tipo, normal y corriente, pero mis superiores ya me han dicho que es una persona con poder y con fondos y amigos sin fin. Es conocido como el Dr. Zorro. Los De la Vega son conocidos por todo mundo y son fabulosamente ricos, lo que da a su apellido una influencia considerable. En resumidas cuentas, muchachos, debemos hacer todo esfuerzo aquí; necesitamos resolver este caso pronto. Apenas cualquiera de ustedes sepa algo, recuerde contactarme inmediatamente.

    Gilberto Márquez se levantó bruscamente de la mesa y comenzó a juntar sus papeles y a meterlos de nuevo en una carpeta de archivos.

    —La gente también esperará las últimas noticias, César. El momento que me enteré a quién habían secuestrado, supe que habría presión. A mis jefes no les agrada el hecho de que esté muerta porque el interés será aún mayor, eso sin mencionar a los políticos que rebuznan ante la prensa sus profundas preocupaciones mientras culpan a la policía.

    Gabriel Flores suspiró profundamente.

    —Me pregunto qué es lo que hará esta familia. Nunca se sabe, pero mi padre siempre decía que los De la Vega son descendientes, según se dice, del gran Zorro. Ellos golpearán el cártel con furia si los narcos lastimaron a un De la Vega. ¡Yo mismo derribaría el cártel si tan solo fuera tan guapo, rico, talentoso y valiente como el Dr. Zorro!

    Los hombres rieron.

    CAPÍTULO 3

    Organización del funeral de

    Tina (6 de enero)

    Al tercer día luego de encontrar el cuerpo de Tina, el Padre Teodoro se sentó al escritorio, tomando notas para el funeral, la procesión, la sepultura y la misa de honras. Unos minutos tras una larga conversación telefónica con su padre acerca de estos detalles, el Padre Teodoro se encontró a sí mismo en su humilde oficina recibiendo consejos de Monseñor Carino.

    —Teodoro, debe permitirme hacer la oración de la sepultura, y por supuesto, debo hablar en la misa de honras también.

    La hinchada nariz rojiza de Monseñor Carino se balanceaba de arriba a abajo mientras hablaba. Su cuerpo delgado no llenaba su traje y camisa negra, ni su cuello clerical.

    Teodoro estaba sentado detrás de su escritorio mirando directamente al mayor.

    —Es muy gentil y amable de su parte ofrecerse, Monseñor.

    —Pienso que sería lo mejor, en realidad. Usted no debe salir y exponerse ahí afuera, que es lo pasaría si dirige el servicio. Jamás se sabe qué harán estos narcos locos. Debemos protegerlo.

    Carino movió su cabeza de arriba para abajo como si estuviera de acuerdo con sus propias palabras.

    —Tiene razón, definitivamente. Mis hermanos han arreglado lo de la seguridad, pero probablemente es mejor no dar a los narcos un blanco fácil.

    El monseñor finalmente logró hacer una leve sonrisa fugaz.

    —Bien, esto está listo. Sabe, sigo escuchando estos disparatados rumores —Carino se inclinó con complicidad hacia Teodoro—; uno de los rumores lo escuché directamente de un funcionario de la ciudad que está en una posición de saber acerca de estas cosas. Esto es estrictamente confidencial, Teodoro. El hombre dijo que Diego y toda su familia están marcados para la muerte.

    Teo frunció el ceño y tomó su rosario, haciendo una oración silenciosa mientras tocaba cada cuenta.

    —Ruego a Dios que ese no sea el caso. Mi familia ha contratado seguridad de veinticuatro horas para que vigilen a los niños. Nuestra familia está tan segura como cualquier otra en esta ciudad. Hay muchos rumores disparatados flotando en el aire.

    El Monseñor miró directamente a los ojos de su subordinado.

    —Espero que estés en lo correcto, por supuesto. Desde que se encontró el cuerpo de tu hermana, ha habido una campaña incesante de susurros y amenazas. No me puedo imaginar el impacto que causa esto en tu familia. Jamás se sabe con estos narcos locos; los niños podrían ser los siguientes.

    El Padre Teo miró directamente a los ojos negros del Monseñor.

    —Bien, pues el chisme ha sido a la vez ofensivo y triste, eso es seguro. Estamos preocupados por los niños, pero hemos tomado toda precaución. Con el padre en la cárcel y la madre asesinada, los niños están totalmente conmocionados. Cuando estén listos para regresar a la escuela tendremos que ser muy cuidadosos con ellos porque también escucharán los rumores.

    —Escuché de parte del amigo de un sacerdote en Los Mochis que a Diego lo matará el cártel; solo es cuestión de tiempo.

    La insinuación de una sonrisa se formó en los labios de Monseñor.

    Teo mantuvo la calma.

    —He oído estos mismos fenómenos de mensajes susurrados por los demás; los escucho con paciencia, pero creo que nadie excepto El Gris y sus tenientes tienen una idea de lo que sucederá. Con Diego en la cárcel, probablemente tengamos menos razones para preocuparnos. Él está solo en una celda y no hace nada con los residentes de la cárcel en general. Entre tanto sus hijos y madre están a salvo. Mi familia se está encargando de eso.

    El Monseñor levantó una ceja como dudando de la certeza de Teo respecto a la seguridad de su familia. Escuchó a Teodoro hasta que terminó de hablar y se levantó de repente.

    —Necesitas descansar; te ves exhausto.

    —Estoy pasando cada momento posible con los niños. Mi padre, mi hermano y yo nos esforzamos por asegurarnos de que uno de nosotros esté con ellos en todo tiempo. Es verdad; no he dormido mucho.

    —Te dejo con esa nota entonces, Teo. Esperemos que estés en lo cierto respecto a las amenazas. Aun así, se requiere de vigilancia eterna.

    Cuando el Monseñor cerró la puerta con fuerza detrás de él, el Padre Teodoro inclinó su cabeza para orar por su familia y su fortaleza. Salió a la calle, se metió en su viejo Toyota Corolla y fue a ver a sus sobrinos.

    CAPÍTULO 4

    El santuario (9 de enero)

    Eduardo de la Vega entró en el palacio de gobierno el día después del funeral de su hermana. Sus grandes zancadas le llevaron a través del ornamentado vestíbulo, y subió rápidamente los dos tramos de escaleras hasta el piso donde se encuentran las oficinas de la comisionada de salud, de un médico y un político.

    —La Dra. Belanguer lo está esperando, Dr. De la Vega. Pase, por favor.

    A la secretaria de la comisionada estatal de salud la conocía desde hace tiempo. Anciana y casi escondida detrás de su escritorio y un montón de íconos religiosos, llevaba una blusa blanca con ángeles bordados. Su pelo gris oscuro estaba recogido en un moño y cubierto por un pañuelo negro, asegurado por encima de su gran cara redonda. Sus ojos brillaban cada vez que veía a Eduardo. A cambio recibió una generosa sonrisa y un ligero golpecito en la mano, junto con un guiño disipado.

    La puerta de la oficina de la comisionada se abrió. La Dra. Belanguer sonrió a Eduardo. Sus brazos abiertos para un abrazo, que Eduardo le dio, las manos detrás de su espalda, empujándola hacia delante en un fuerte abrazo mientras la besaba en ambas mejillas. La Dra. Belanguer rió levemente. Ella le hizo un gesto indicándole una de las tres sillas tapizadas de color verde pálido que se agrupan en un rincón de su oficina. Una mesa de centro de madera pesada se interponía entre las sillas. Eduardo dejó que su mano derecha cayera azarosamente en la parte superior de las nalgas de ella.

    —Gracias por recibirme en tan poco tiempo, Luisa. Eduardo se sentó en el sillón más cercano a su escritorio.

    Luisa le observó con atención mientras él se sentaba, antes de trasladarse a la silla del escritorio. Hizo una pausa, mirando directamente a los ojos de Eduardo.

    —En verdad, Eduardo, siento mucho la tragedia de tu familia. Me duele el corazón por la pérdida de tu hermana. ¿Cómo te sientes? ¿Cómo lo está afrontando la familia?

    Al sentarse, el estado de ánimo de Eduardo decayó tan rápido que cuando trató de hablar, solo un sollozo apenas audible escapó de su boca. Demoró un momento para serenarse. Los grandes ojos marrones de su amiga se llenaron de lágrimas mientras compartía ese momento de dolor con él.

    —Eduardo, por favor, ¿cómo puedo ayudarte? Lo digo en serio.

    —Ojalá lo supiera, Luisa. Ojalá lo supiera. Ayer fue el funeral. Mi padre insistió en que fuese privado. Los niños se quedaron en casa con su abuela y un sacerdote amigo de Teo. Gracias al apoyo y a la preocupación por el Padre Teodoro, los dolientes eran en su mayoría sacerdotes y algunos feligreses. Mi padre y el Monseñor Carino estaban preocupados por la seguridad, por lo que enterramos a Tina sin toda la pompa y las formalidades que se merecía, sin muchas de las tradiciones que habíamos mantenido en el funeral de mi madre. Pero claro, mi madre vivió una vida larga y amorosa, y llegó al final de su vida de forma natural. Tenemos que asimilar mucho dolor y guardar mucho luto antes que cualquiera de nosotros pueda sentirse mejor —volvió los ojos hacia el suelo, trazando el dibujo de la alfombra con los ojos antes de recuperar su atención—, llevará tiempo, mucho tiempo, Luisa. Tengo tanta ira. Y, por supuesto, tengo un vacío que quizás lleve conmigo para siempre.

    Miró a través de la ventana de la oficina, fijando sus ojos en un punto de algún lugar por un instante, luego continuó.

    —Lo siento, mi querida amiga. No he venido aquí para arruinar tu día. De hecho, vine a ver si podemos extender el horario de la clínica gratuita de mi barrio.

    —Te mantienes ocupado, ya veo. Eso es bueno. Luisa seleccionó una de varias carpetas de una pila ordenada que estaba encima de la mesa de centro y la abrió, estudiando la primera página por un momento. Miró a Eduardo y sonrió.

    Eduardo le devolvió la sonrisa, al darse cuenta de que Luisa había anticipado de nuevo, de alguna manera, el motivo de su visita. Cuando volvió a hablar, la voz del Dr. De la Vega recobró su firmeza habitual, y su tono entusiasta.

    —Puede ser que también me mantengo ocupado porque me cuesta trabajo dormir. Estoy tratando de organizar el tiempo libre para ir con mi hermano a acampar en las montañas, pero el Padre De la Vega sigue poniendo excusas. Él dice que es demasiado pronto y tenemos que estar aquí por Diego. Pienso que tiene razón, los niños de Tina nos necesitan. Nuestro padre nos necesita.

    —Creo que algo de tiempo libre es una buena idea, francamente. A pesar del problema de Diego, tú y tu familia ya han pasado bastante. Ustedes no deberían tener que lidiar con sus lamentables errores —los ojos de Luisa Belanguer regresaron al documento que tenía frente a ella—, veo que la clínica está abierta actualmente treinta y dos horas a la semana. Creo que podemos extender el horario a cuarenta, por lo menos por un tiempo, hasta que veamos si la demanda de la comunidad lo justifica.

    Al cerrar la carpeta, se acercó y estrechó firmemente la mano de Eduardo bajo la suya. —¿Por qué no voy a tu casa y te hago una buena comida? Creo que nos haría bien tomarnos una o dos copas.

    Eduardo se puso de pie, sosteniendo su mano hasta que ella también se puso de pie.

    —Por un lado, esa es la mejor idea que he escuchado desde que a mi hermana la secuestraron, pero es demasiado pronto para aceptar tal placer en mi vida. Tengo que pasar de alguna forma esta noche larga y oscura de ira. Cuando llegue al otro lado de la oscuridad, voy a aceptar gustosamente tu sugerencia. Él la atrajo hacia sí y la besó suavemente en los labios, le apretó la mano, que sostuvo por un momento antes de abandonar la oficina.

    Ya en la acera, Eduardo se dio cuenta de que había olvidado dar las gracias a Luisa por extender el horario de la clínica. Sacó la ficha que llevaba habitualmente en el bolsillo delantero de la camisa y escribió una nota para ella. Entonces, repentinamente su mano apretó su frente. Una imagen del cadáver hinchado de su hermana pasó ante sus ojos, de forma espontánea. Se detuvo un rato en la acera, momentáneamente paralizado hasta que la respiración regresó a lo normal, y volvió a estar consciente del entorno.

    Cruzó la calle, pasando por el santuario de Jesús Malverde, un bandido ahorcado por sus crímenes en

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