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Yo Tampoco Te Condeno
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Libro electrónico380 páginas5 horas

Yo Tampoco Te Condeno

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Ha escrito varios libros como Sendero Arriba, que es su extensa autobiografa. Sangre en los Rastrojos y Mi Pueblo se Reconcilia son novelas histricas en torno a la Guerra Civil Espaola y la dictadura. La presente obra, Yo Tampoco Te Condeno, es un testimonio personal a Jess de Nazaret a quien considera su Seor y Maestro por haberle inspirado en su jornada existencial. No se trata de un compendio histrico ni de un devocional. Es una obra de inspiracin humana. Analiza de forma racional y crtica varios pasajes bblicos y diversos temas controversiales. En ella el autor prescinde de lo mtico del texto bblico y del dogmatismo teolgico tradicional. Describe la trayectoria del Maestro de Nazaret desde una perspectiva puramente humana de hombre extraordinario que ha traspasado fronteras, pocas y culturas. Su influencia sobre millones de seguidores ha sido de alcance incalculable.
IdiomaEspañol
EditorialXlibris US
Fecha de lanzamiento26 sept 2014
ISBN9781499071542
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    Yo Tampoco Te Condeno - Darío M. Jiménez

    YO TAMPOCO

    TE CONDENO

    Darío M. Jiménez

    Copyright © 2014 by Darío M. Jiménez.

    All rights reserved. No part of this book may be reproduced or transmitted in any form or by any means, electronic or mechanical, including photocopying, recording, or by any information storage and retrieval system, without permission in writing from the copyright owner.

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    Certain stock imagery © Thinkstock.

    Las citas bíblicas son tomadas de LA BIBLIA DE LAS AMERICAS © Copyright 1986, 1995, 1997 by The Lockman Foundation Usadas con permiso.

    Se prohibe toda copia parcial o total de este libro sin permiso escrito del autor

    Rev. date: 09/25/2014

    Xlibris LLC

    1-888-795-4274

    www.Xlibris.com

    672585

    Contents

    Dedicatoria

    Al Lector

    Mi Testimonio

    Capítulo 1    Quién es Jesús de Nazaret

    Capítulo 2    Pinceladas de Jesús de Nazaret

    Capítulo 3    Un Niño Ha Nacido

    Capítulo 4    La Hora Sonó en el Jordán

    Capítulo 5    Las Tentaciones de Jesús

    Capítulo 6    El Mensaje del Reino

    Capítulo 7    ¿Fue Jesús un Revolucionario?

    Capítulo 8    La Fiesta del Amor

    Capítulo 9    Enseñaba en Parábolas

    Capítulo 10    El Visitante Nocturno

    Capítulo 11    Deidad no, Dios sí

    Capítulo 12    La Mujer del Cántaro

    Capítulo 13    La Parábola del Perdón

    Capitulo 14    Orar, ¿Para Qué?

    Capítulo 15    Jesús, Incansable Sanador

    Capítulo 16    Salió el Sembrador a Sembrar

    Capítulo 17    Pescadores de Hombres

    Capítulo 18    Sal de la Tierra

    Capítulo 19    ¿Hizo Milagros Jesús?

    Capítulo 20    Seréis Bienaventurados

    Capítulo 21    Hallaréis Misericordia

    Capítulo 22    ¿Quién Es Nuestro Prójimo?

    Capítulo 23    Marta y María

    Capítulo 24    Ira en el Templo

    Capítulo 25    El Padrenuestro

    Capítulo 26    Jesús y la Mujer

    Capítulo 27    Jesús y los Niños

    Capítulo 28    Jesús y María Magdalena

    Capítulo 29    Jesús y el Divorcio

    Capítulo 30    Jesús Ante el Pecado

    Capítulo 31    La Higuera Estéril

    Capítulo 32    Jesús y la Religión

    Capítulo 33    ¿Resucitó Jesús?

    Referencias

    Dedicatoria

    A

    Carmen, Darivette y Paquirri

    Con Cariño Eterno

    Al Lector

    E ste libro es para ti, amado lector. Quizás ha llegado a tus manos por mera casualidad. Tal vez te llamó la atención su atípico título y te dio la curiosidad de hojearlo. Es posible que un amigo te lo haya recomendado. Tal vez te encuentras algo confundido después de escuchar las mismas cosas en torno al misterio de Jesús de Nazaret. Por eso, buscas algo distinto que ilumine tu espíritu en tu jornada existencial.

    Te invito a que lo leas en su totalidad. Hazlo con una actitud crítica y abierta. Probablemente, encontrarás algunos enunciados y valores que te extrañen e, incluso, que no te convenzan. Hallarás frases que chocarán frontalmente con algunas de las llamadas verdades teológicas que quizás tú has aceptado. Sin embargo, creo que encontrarás también muchas ideas nuevas y actitudes atrevidas, tradicionalmente poco comunes, que podrán enriquecer tu espíritu y crear en ti un nuevo paradigma cristiano.

    El que escribe este libro no es un ateo ni un agnóstico. Es un cristiano progresista no afiliado que se ha atrevido a escribirlo desde una perspectiva racional. Es mi testimonio personal al Maestro Jesús de Nazaret a quien admiro y trato de emular en mi existencia. El objetivo de este libro no es confundirte sino ofrecerte ideas que te vuelvan a ilusionar y fortalezcan tu vida espiritual desde una perspectiva racional y humana. De esta forma, creo que el cristianismo volverá a rescatar el proyecto que El Maestro inició y se propuso: el cambio existencial de cada persona. Los que se atrevan a aceptar el nuevo paradigma podrán dar pasos firmes hacia un mundo mejor como exigen las más nobles aspiraciones y más sublimes ideales de la mente humana.

    Que disfrutes su lectura……………..El Autor

    Yo Tampoco Te Condeno

    Darío M. Jiménez

    www.pensarycreer.org

    dario3142@yahoo.com

    dario3142@gmail.com

    20643 Mallard Pkwy

    Orlando, Fl. 32833

    Tel 407-963-6288

    Mi Testimonio

    L a mayor parte de los humanos pasan por la vida sin hacer historia. En contraste con esta mediocridad de la mayoría, destaca un hombre excepcional que, en opinión de muchos, ha escalado las más altas cumbres de grandeza a la que el ser humano puede y debe aspirar. Por algo este hombre ha marcado un antes y un después en la historia conocida y narrada. El ha influido y cambiado la vida de millones de seres humanos y de civilizaciones y naciones enteras como ningún otro hombre jamás consiguió. Su huella ha trascendido el tiempo y el espacio.

    No hace falta tener mucha imaginación ni estudio para acertarlo. Se trata de Jesús de Nazaret, el Hombre que vivió en Palestina en las primeras tres décadas de nuestra era. De este hombre quiero yo escribir. Y lo hago desde la más profunda modestia, sabiendo de antemano que no voy a decir de él nada que ya otros no hayan dicho. No pretendo tampoco dar con la clave del misterio de su vida que explique el impacto que El ha tenido sobre tantos millones de admiradores y seguidores a través de dos mil años.

    No escribo este libro como un compendio histórico ni como un devocional para creyentes. Creo que la fe es un valor personal, por tanto, intransferible. Opino que la mejor forma para escribir sobre Jesús de Nazaret es desde la experiencia espiritual y personal. Creo que cada creyente cristiano podría escribir su propia versión sobre Jesús de Nazaret. Este es precisamente mi objetivo en este libro. Sólo me interesa escribir acerca del Hombre porque me permite emularlo por ser de mi raza humana y cargar las mismas miserias que yo. No puedo admirar ni emular a un dios estratosférico e inaccesible al hombre mortal.

    Por ello, trataré simplemente de exponer algunos hechos y enseñanzas de aquel Hombre a la luz de mi razón, dejando a un lado lo que entiendo que es mito, dogma o invento humanos. Así, constataré los aspectos de su testimonio de vida y mensaje que a mí me han cautivado y ayudado a crecer en mi jornada existencial a través de la razón y de la fe. Dejaré a un lado las controversias teológicas de los exégetas y estudiosos que perpetúan debates estériles con teorías irrelevantes que no aportan nada al objetivo esencial de crear un mundo mejor. Desde el respeto, ignoraré las creencias, los dogmas y normas canónicas y morales que la jerarquía cristiana ha inventado durante más de dos milenios con el objetivo de perpetuar sus propios intereses. Pasaré por alto los enfoques fundamentalistas y las medias verdades que han desvirtuado radicalmente el mensaje evangélico, que han abortado la habilidad de pensar de sus seguidores y anulado la capacidad que la naturaleza ha regalado al hombre para auto dirigirse hacia el pleno desarrollo y el logro de su felicidad dentro de las limitaciones de su vida.

    En estas páginas me propongo exponer los pasajes que creo son más significativos y que mejor reflejan la esencia del testimonio y mensaje del Maestro según la narrativa de los textos bíblicos. Yo Tampoco Te Condeno es, ante todo, un testimonio personal. Lo he escrito desde la vivencia que me ha permitido crecer como ser humano. Está guiado por mi propia experiencia de fe, que ha evolucionado grandemente a través de los años. Mi primer encuentro espiritual y cautivador con él sucedió durante los estudios de filosofía a mis 18 años. Desde entonces, y a pesar de los muchos vaivenes en mi travesía y de mi espíritu inquieto e idealista, mi fascinación por él y mi aspiración a seguirlo como modelo de vida han permanecido firmes en mí, me han inspirado día a día y han marcado profundamente mi jornada existencial.

    A través de estas líneas, deseo saldar algo de mi deuda y constatar mi humilde reconocimiento a ese Señor y Maestro que un día conocí y bajo cuya inspiración he tratado de explorar mi camino existencial a través de la fe. A pesar de mi zigzagueante trayectoria, no he dejado de admirar e intentado emular, a veces jadeantemente, al Maestro y Señor, Jesús de Nazaret. Sea este libro mi humilde pero sincero testimonio. Mi vida hubiera sido mucho menos vida sin su inspiración mística. A través de él, mi persona ha sido transformada, enriquecida y muy bendecida.

    Capítulo 1

    Quién es Jesús de Nazaret

    E l pueblo judío vivió por más de un milenio con la esperanza del Mesías. Así lo confirman varios de los libros del Antiguo Testamento, concretamente los libros proféticos. El mesianismo forma parte de la idiosincrasia nacional de pueblo, junto a su templo, su etnia y su cultura. Su filosofía cúltica rebosa con esta añoranza del pueblo por el Mesías Prometido. El habría de liberar al pueblo hebreo de tanta opresión y persecución y lo llevaría a la cima de grandeza y estabilidad, tal y como amerita a una raza que ellos consideran ser el Pueblo Elegido por Dios.

    Este Mesías era esperado al modo de los grandes libertadores político sociales de la historia. Su grandeza había de consistir en poderío material y militar, para superar el poderío de asirios, persas, babilonios, romanos y demás pueblos que saquearon Palestina y que enviaron a sus habitantes al exilio. Ese fue el devenir del pueblo hebreo desde que Abrahán, llamado por Iahveh, salió de Ur de Caldea rumbo a la orilla del Jordán, zona que sería desde entonces llamada Tierra Prometida. Aspiraban a tener un reinado apoteósico que se asemejase al de Salomón.

    Toda la historia del pueblo judío gira en torno a tres grandes ejes: su monoteísmo, las invasiones extranjeras y la exclusividad de ser el Pueblo Elegido por Iahveh. Es un hecho histórico que Israel fue el primer pueblo de la antigüedad que se consideró monoteísta. Sin embargo, en la práctica, ese monoteísmo fue más bien una aspiración que una convicción. Puede constatarse que la experiencia del pueblo probó ser politeísta en muchos momentos, tanto en tiempos patriarcales como en el exilio desde Egipto o Babilonia hacia la Tierra Prometida. El politeísmo era común en los demás pueblos de su entorno geográfico y del mundo conocido. De hecho, el libro del Éxodo narra cómo el pueblo estaba adorando al becerro de oro cuando Moisés bajó del monte Sinaí con las tablas de la ley recibidas de su dios Iahveh.

    En segundo lugar, su historia refleja una continua persecución y sufrimiento como consecuencia de las invasiones de pueblos vecinos. Esto les ha creado un sentimiento de paranoia nacional morbosa. Anhelan ser libres para poder realizar su destino nacional. Por último, tienen la obsesión de ser el Pueblo Elegido por Iahveh para llegar a ser una nación grande, algo que ha determinado su cultura etnocéntrica. Existe entre ellos una gran resistencia a mezclarse en matrimonio con gentes de otras razas y una obsesión a ayudarse mutuamente. Estos factores, la paranoia y el etnocentrismo, les ha marcado como raza especial desde los tiempos patriarcales.

    Naturalmente, esta fijación dista mucho de ser cónsona con el paradigma mesiánico de universalidad en la que caben todos los seres humanos bajo un mismo orden, una misma ley natural y la integración de todos los pueblos con un mismo objetivo de llegar a la plenitud y a la felicidad de cada ser humano que habite el cosmos en cada momento puntual de su devenir imparable.

    Cuando Palestina estaba dominada por Roma, esta esperanza mesiánica debía de confirmarse en algún momento más bien inminente que lejano en el tiempo. Sin embargo, el tipo de Mesías que el pueblo esperaba nunca llegó. El pueblo hebreo, proclamado y aceptado como Estado por la comunidad de Naciones Unidas en 1948, se convirtió en el Estado de Israel. Hoy aún sigue esperando por su Mesías. De hecho, muchos judíos todavía hoy practican el rito de darse golpes de cabeza en el muro, llamado de las Lamentaciones, residuo del viejo templo de Jerusalén. Dicho gesto simboliza su esperanza y deseo de que finalmente venga el Mesías Prometido.

    Por el contrario, para un sector del pueblo hebreo, así como para muchos llamados gentiles, el Mesías Prometido por los profetas, esperado y añorado por el Pueblo Elegido, sí llegó, precisamente durante la dominación romana de Palestina. Reinaba en Roma el Emperador Augusto. Ese fue el preciso momento en que la historia quedó fragmentada en dos. Aquí es que comenzó la Nueva Era que habría de marcar un antes y un después en el modo de narrar el devenir humano en el mundo occidental. Dicen los evangelios que cuando esto sucedió "toto orbe in pace composito" (todo el mundo se hallaba en paz). Era la paz augusta que algunos señalaron como preludio del nuevo amanecer en el mundo.

    Este evento sucedió en Palestina hace dos mil años. Vino al mundo un hombre llamado Jesús. Nació en un pequeño pueblo de Judea, Belén, y fue criado por sus padres en una desconocida aldea, Nazaret, en la región de Galilea. Sus padres fueron José y María. Nada sabemos de su infancia. Podemos asumir que fue un niño normal, que jugaba con los demás niños y que asistía a la sinagoga con sus padres. Parecía ser un hombre más, un aldeano, un hijo de José, el carpintero del pueblo, el que hacía las puertas, los bancos, las cunas, los ataúdes y demás artefactos domésticos. Nada en él parecía extraordinario ni misterioso. No debió ser un niño prodigio como algunos libros apócrifos nos lo han querido pintar. El único prodigio fue el no hacer prodigios, ser un niño normal como los demás. Así trascurrió su infancia, sin trascendencia mayor. Era un niño más en una insignificante aldea.

    Ya de adulto, a partir de los treinta años, se dedicó a recorrer Palestina y Judea, predicando. Pronto se asociaron a él algunos pescadores y gentes aldeanas. Un día, trajinando con las redes en el mar de Tiberíades, les hizo a sus amigos pescadores esta pregunta: ¿y vosotros, quién decís que soy yo? Uno de aquellos aldeanos, Pedro, tal vez el más atrevido, dio una respuesta extraña. Le dijo que era el Cristo, el Hijo de Dios. (Luc. 9, 22). En aquel momento nadie de aquel grupito pensó en que podría tratarse del Mesías, tan esperado por el pueblo judío. Quizás aquellos pescadores no tenían todavía una visión clara que les permitiera identificarlo. Será más tarde la fuerza de su propia fe fortalecida con el espíritu del Maestro la que les moverá a creer.

    Por entonces, todo pareció quedar como una simple tertulia entre amigos. Ninguno de aquellos pescadores tenía estudios, ni poseía tierras o bienes materiales a los que apegarse. No tenían poder ni títulos honoríficos o lo que el mundo denomina educación. Nadie podía sospechar que aquellos desconocidos aldeanos y pescadores habrían de ser claves en el inicio de la evangelización del mundo hasta postreramente dar sus vidas por el ideal que su amigo, el Maestro, les había inculcado durante los escasos tres años en que le siguieron en sus correrías por su Palestina natal.

    Durante este tiempo, acompañado por estos amigos, él cruzó los caminos de Judea y Galilea, recorrió las riveras del Jordán, surcó el lago Tiberíades, subió a las pequeñas montañas palestinas y acampó en valles y llanuras de esta inhóspita y árida tierra del Medio Oriente. Al visitar las aldeas, se encontró con muchas gentes que le escuchaban y hasta le seguían. Unos lo hacían por curiosidad. Ya se sabe que la gente se aburre de lo monótono y es atraída por todo lo que aparezca como novedoso e inusual. Los latinos decían asueta vilescunt (la costumbre envilece).

    Otros se juntaron a él por los panes y los peces que él pudiese ofrecerles. Es la ley de la mezquindad natural humana. Los más ambiciosos quizás le seguían porque aspiraban a ser algo en el reino esperanzador que el proponía. Tal vez, los menos ansiaban un cambio en el devenir de sus vidas miserables, a tono con el mensaje cautivador que él les proponía. Pocos eran los que le seguían porque predicaba palabras de vida eterna.

    Me temo que esto no difiere demasiado de lo que ocurre con los llamados creyentes cristianos de nuestros días. Las motivaciones comunes, al menos en la inmensa mayoría de casos, para seguir una religión o formar parte de una iglesia cristiana son demasiado triviales y carecen de genuino deseo de esa transformación interior que las instituciones religiosas pregonan como su objetivo principal, aunque luego dejen de cumplir.

    Para unos, aquel Jesús era un idealista y rebelde social que, inconforme con el status quo, buscaba el mundo ideal y perfecto. Para otros, era un reformador social que luchaba por crear una sociedad más justa. Para algunos, era un mago que hacía algunas cosas extrañas típicas entre prestidigitadores y agoreros que tanto abundaban por entonces por aquellos lares. Para otros, era un soñador o un loco atrevido, tal vez con ansias de notoriedad y grandeza. Los pobres, necesitados de comida y de dinero para subsistir, no acababan de entender su mensaje de mansedumbre y de pobreza de espíritu. Se quedaban perplejos ante aquel extraño mensaje que les debía sonar poco menos que a música celestial.

    Los poderosos le ironizaban o le temían porque se presentaba como una amenaza, ya que él daba la impresión de repudiar la riqueza material a la que ellos estaban tan apegados. Hasta le odiaban porque él proponía un nuevo orden de cosas que hacía tambalear sus feudos de poderío, materialismo y control social. Los más cultos e inteligentes lo ignoraban o lo despreciaban porque predicaba unas ideas que chocaban frontalmente con el sistema tradicional de valores a los que ellos estaban tan acostumbrados. Los romanos, dueños del poder político y guardianes de la paz social, lo consideraban como un elemento peligroso, por ser un revolucionario y agitador de masas. Le miraban de reojo al advertir que podía ser una amenaza para la estabilidad social en aquella colonia romana.

    Aún los líderes religiosos, considerados los intérpretes del Tora y los auténticos mensajeros del Reino de Dios, lo miraban con recelo como una amenaza, ya que el reino predicado por él contradecía sus intereses mezquinos, egoístas y autoritarios en el templo y en el sanedrín. Por ello, los romanos y los líderes religiosos se confabularon para perseguirlo hasta hacerlo cargar con la cruz destinada a los malhechores y hacer que muriese ignominiosamente clavado en ella en el monte Gólgota. En definitiva, el Maestro fue siempre un incomprendido.

    Otro tanto ocurre hoy con quienes son verticales e íntegros en sus testimonios y en su búsqueda de la verdad racional. Los que controlan el poder premian la obediencia ciega y el servilismo mezquino a su autoridad y castigan y condenan a quien cuestiona o a quien difiere de la misma. En esto, el mundo, al menos en una mayoría de casos, sigue siendo igual de mezquino, hipócrita y miserable que hace dos mil años, inclusive en las esferas religiosas y cristianas. Uno se pregunta a veces a qué Jesús siguen algunos líderes religiosos de estas instituciones.

    Cuando, en aquel sombrío primer Viernes Santo de la historia, fue colgado injustamente en la presencia timorata de uno de sus amigos, de su madre y de otras pocas mujeres, nadie hubiese apostado ni un duro en favor del Nuevo Reino que aquel hombre había predicado. Nadie dudaba que, detrás de aquella losa del sepulcro prestado por José de Arimatea, donde su cuerpo fue puesto, quedarían también enterradas todas las osadías, las quimeras y los sueños de aquel exaltado de Nazaret. El silencio terminaría por ahogar las lágrimas de dolor de su madre y de los más allegados suyos. El olvido, como ocurre tantas veces con la gente buena, sería el pago que el mundo le tenía reservado por su valentía y verticalidad ante la humanidad corrompida por la maldad del orgullo, del poder, del vicio y del dinero. Es la historia eterna de la corrupción humana. Es la historia del hombre mortal, la misma que no parece cambiar.

    Sin embargo, irónicamente, veintiún siglos después, el mundo que tanto le ignoró y le despreció en vida, sigue girando en gran medida en torno a él. Los historiadores continúan narrando los hechos humanos a partir del nacimiento de aquel nazareno. Muchos, es cierto, siguen sin creer en él, son agnósticos y aún niegan su existencia histórica. Sin embargo, no tienen más remedio que aceptar el enorme impacto que aquel Hombre enigmático supuso para un gran segmento del mundo occidental y en gran medida de la humanidad que ha existido a partir de él.

    ¡Cuántos ríos de tinta han venido derramándose en torno al hombre de Palestina! ¡Cuántos militares han empuñado sus armas, como los cruzados o inquisidores, para causas, a veces distorsionadas ciertamente, en torno a él! ¡Cuánto dinero y energía han dedicado muchas generaciones durante dos milenios para construir catedrales majestuosas, iglesias o templos esbeltos con el único fin de congregarse en su nombre para alabarle, predicar su Palabra o llevar a cabo ritos de iniciación, de sanación y de celebración de su Reino! ¡Cuánto arte, especialmente pintura, escultura y música, ha girado en torno a su persona evocadora y enigmática! ¡Cuántas almas han abandonado todo por seguir su ideal, encerrándose en un convento contemplativo o entregando sus vidas heroicamente por los demás en las más difíciles e inhóspitas tierras misioneras! ¡Cuántos enfermos y moribundos invocan su nombre ante la inminencia de su muerte! ¡Cuántos no han llegado al arrebato y hasta el delirio fanático por seguirle a él! ¡Cuántos, en fin, han llegado hasta dar sus vidas en aras de su causa, muriendo como mártires, al igual que hicieron aquel puñado de humildes seguidores de Tiberíades! Nadie puede pasar por alto, en estos tiempos de materialismo y libertinaje, que todavía hay en el mundo más de un billón y medio de creyentes que dicen ser cristianos. No hay argumento válido que contradiga estos datos.

    Por todo lo anteriormente dicho, existe una pregunta obvia que nosotros nos hacemos. ¿Quién es ese Hombre enigmático y misterioso que tanto ha significado en la historia humana de los últimos dos mil años? Por razones muy diversas, algunas contradictorias y excéntricas, ese Hombre sigue siendo punto de referencia en demasiadas vidas como para que el mundo lo ignore. Algunos querrían abolir su nombre y su mensaje de los valores sociales propios de la sociedad laica consumista y egoísta. Nosotros, desde luego, sin ser fanáticos, ni lo podemos ni queremos ignorar a ese Hombre de Nazaret, Señor y Maestro.

    La misma pregunta que él hizo a sus doce amigos, se la han hecho otros muchos hombres y mujeres a lo largo de estos veintiún siglos. La contestación que ellos dieron a la misma ha sido muy diversa, naturalmente. De esas respuestas fluyeron los resultados más contradictorios, a tono con el testimonio de sus mismas vidas. Así surgieron terribles odios e inmensos amores, profundos miedos e inspiradoras ilusiones, bochornosas mezquindades y enormes generosidades, innumerables santos y otros muchos malvados, cuantiosos villanos y también una larga constelación de héroes cuya memoria ni siquiera la muerte ha podido borrar de la faz de la tierra. Ahí está la historia para reconocerlo. ¿Alguien podrá negar todavía la existencia y enorme influencia de aquel Hombre? Sería pueril el negarla. Se podrán debatir muchos aspectos de la vida y mensaje de aquel Palestino, pero sólo un necio se podría atrever a negar que aquel Hombre llamado Jesús de Nazaret, sí existió. Las quimeras no hacen tanta historia.

    Durante estos veintiún siglos han existido muchas formas y enfoques para analizar la persona de aquel Hombre llamado Jesús de Nazaret. Surgieron teorías y dogmas, movimientos fanáticos y religiosos e institucionales, así como todo tipo de intentos individuales que trataron de llegar hasta la esencia de la vida y mensaje del Maestro. Se le ha venido estudiando desde la perspectiva del hombre, como un dios encarnado al estilo de las divinidades míticas comunes en otras religiones exotéricas, o como la plena realización del ideal divino en un ser humano. Se le ha analizado como un rebelde social o revolucionario, como un excéntrico, o como un mago, aventurero o loco.

    Me temo que todos los intentos de llegar a comprender enteramente su persona y mensaje fueron incompletos, fragmentados e insuficientes. Todavía hoy Jesús de Nazaret sigue siendo el eterno incomprendido. La inmensidad que el Maestro encarnó supera la limitación de cualquier intento de enmarcarlo dentro de los modelos convencionales humanos. Por eso, nosotros no intentaremos ni estudiarlo teóricamente ni mucho menos, abarcarlo en su plenitud. Nos limitaremos a asomarnos a su enormidad y unirnos, desde la más profunda humildad, a tantos millones de seguidores que le trataron de emular en el pasado y hasta otros más que hoy lo siguen reconociendo como su Maestro y Señor.

    Cada época ha entresacado su propia forma de ver al Hombre de Nazaret. Para los judíos anteriores a su venida, el Mesías habría de ser un hombre poderoso, con grandes recursos militares y materiales que habría de alzarse con la hegemonía en el mundo. La primera comunidad cristiana prefería concebir a Jesús como el Salvador que con su inminente segunda venida liberaría al mundo de la abominación del pecado y de la injusticia hasta restaurar todo a la plenitud del Nuevo Reino. Durante la era patrística, que fue la era de la definición teológica a debatir en los grandes concilios, Jesús era considerado como el Ser único, el Dios hecho hombre, nacido de una virgen, que portaba doble naturaleza, humana y divina, pero que encerraba una sola persona. Era la segunda persona de la trinidad divina que proclama las tres personas pero un solo dios. La definición de Jesús, el Cristo, fue el objetivo de tantos padres y teólogos que declararon anatema a quien no siguiese su doctrina dogmática.

    Para los bizantinos de los siglos siete al diez, Jesús era el rey que juzga y condena en el trono celestial, el Señor creador del mundo o Pantocrator. Para el tiempo feudal, era el caballero bajo cuyo patrocinio había que empuñar las armas hasta conseguir reconquistar los santos lugares de Tierra Santa de manos del mundo infiel musulmán y establecer el Nuevo Reino al que Dios tiene predestinado a la humanidad entera. El objetivo de aquel cristiano era ser vasallo del Gran Capitán y Caballero, Jesucristo.

    Durante los tiempos del Renacimiento y la Reforma Protestante, se trataba del Jesús al que cada cual habría de llegar solo a través de la fe hasta conseguir la salvación eterna. La contra reforma católica haría hincapié en la contemplación mística del Cristo en la cruz y del Cristo resucitado. Más recientementeos, ciertos movimientos de juventud han preferido agarrarse a un Cristo Superestrella o Superhombre o a un Cristo simbolizado por el signo de la paz. Era para ellos el Jesús Mesías, el Jesús Hijo de Dios.

    Así, cada época se ha circunscrito a un modelo de Jesús que cuadrase con la experiencia histórica y social del momento. De igual manera, cada individuo, cada creyente, busca un Jesús que llene sus aspiraciones y sus más íntimos deseos. Ya no se debe tratar tanto de teorizar en torno a la historia o descripción humana de la persona o del mensaje. El seguidor o admirador del Maestro habrá de proponerse contestar de forma personal a la pregunta inicial que él hizo un día a sus discípulos: "y tú, quién dices que soy yo?"

    Por eso, me he propuesto escribir estas páginas desde la más profunda humildad. Soy sabedor de la inmensidad que encierra el Maestro de Nazaret y de que mi limitación es demasiada como para tratar de comprenderlo y, mucho menos, de abarcarlo. Mi deseo al escribir estas líneas es doble. Primero, el de expresar mi admiración y, segundo, el mostrar mi gratitud. Mi vida cambió grandemente a partir del momento en que le conocí durante los años de seminario en mi natal y noble Reino de Navarra.

    Por ello, escribo estas líneas como un sencillo testimonio que emana de mi racionalidad, de mi inmensa gratitud y de mi fe cristiana, por revolucionaria y atípica que pueda parecer a algunos. Comprendo y acepto que mi trayectoria personal dista demasiado como para considerarla cercana al ideal propuesto por él. Lo que sí es cierto y afirmo con rotundidad es que mi vida ha venido cambiando sustancialmente desde el momento en que conocí a quien considero mi Maestro y Señor. Si mi historia refleja demasiadas debilidades e incoherencias, es debido a mis limitaciones. En todo caso, creo que mi existencia hubiera sido mucho más irrelevante de no haber conocido a Jesús de Nazaret. Por esto, desde lo más profundo de mi ser, proclamo y grito: ¡Salve, Maestro y Señor!

    Capítulo 2

    Pinceladas de Jesús de Nazaret

    A ntes de comenzar a esbozar someramente algo del mensaje y testimonio personal de Jesús de Nazaret, hemos de plantearnos una pregunta sencilla: ¿Podemos describir algunas pinceladas en torno a la persona de Jesús de Nazaret? Me temo que la respuesta es tan abarcadora como los incontables hombres y mujeres que, a través de dos mil años, han tratado de buscar la esencia de aquel palestino, complejo y enigmático a la vez, que tanta huella ha dejado tras de sí en millones de corazones humanos a largo de más de dos milenios.

    ¿Qué hay detrás de aquella mente despierta, valiente y llena de luz? ¿Qué se esconde en aquel corazón generoso y heroico? ¿Qué fuerza mágica tienen sus palabras, sencillas y a la vez impactantes y cautivadoras, que resonaron por los campos palestinos, en la ladera del monte Tabor o en la ribera del

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