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El estrés como metáfora: Estudio antropológico con un grupo de operadoras telefónicas
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El estrés como metáfora: Estudio antropológico con un grupo de operadoras telefónicas
Libro electrónico955 páginas14 horas

El estrés como metáfora: Estudio antropológico con un grupo de operadoras telefónicas

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En la trama compleja del ámbito laboral, el estrés se manifiesta a través de dos metáforas en aparente contradicción: puede ser porque las ideas del trabajo y el éxito que generan estrés van contra la improductividad y también considerarse como un estigma que origina un proceso de exclusión.
IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento17 ago 2021
ISBN9786075393858
El estrés como metáfora: Estudio antropológico con un grupo de operadoras telefónicas

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    El estrés como metáfora - Josefina Ramírez Velázquez

    AGRADECIMIENTOS

    Este libro es resultado del proyecto de investigación titulado La construcción social de la enfermedad que desarrollé siendo investigadora de la Dirección de Antropología Física (DAF) del INAH, y de la cual recibí financiamiento durante los años 2001-2007. En este sentido es preciso agradecer el apoyo brindado, subrayando que éste fue posible gracias a que el entonces director de la DAF, el maestro Xabier Lizarraga, aceptó las ideas que aquí se presentan, y reconoció la importancia de impulsar una antropología física, reflexiva y crítica. Esto quiere decir repensar y formular nuevas maneras de abordarla, al concebir como idea nodal que los cuerpos no son sólo biología, sino actores sociales que producen significados en la interacción humana, compleja y estratificada. Así, la experiencia del trabajo en relación con el cuerpo, la enfermedad, el estrés y las emociones que en conjunto producen, constituyen elementos fundamentales para la comprensión del fenómeno antropofísico investigado.

    También quiero expresar un reconocimiento importante al sindicato de Telefonistas de la República Mexicana (STRM) gracias al cual se me abrieron las puertas para llevar a cabo la investigación. Particularmente a Liliana Durán, coordinadora de la sección de Tráfico, quien acompañó en un principio el trabajo de campo y lo apoyó en todo momento, e incluso compartió las ideas nodales para la explicación del estrés. A gloria Olvera, telefonista de corazón, de lucha constante y de entrega colectiva, por brindar una amplia mirada de lo que es ser operadora telefónica. A Eduardo Torres del Comité de Prensa, quien gentilmente facilitó algunos materiales gráficos que ilustran, en la presente obra, las transformaciones de la telefonía y de sus principales actores.

    Imprescindible mi gratitud para Rosario Ortiz, mujer, telefonista y coordinadora de la Red De Mujeres Sindicalistas, quien impulsó de manera sensible y comprometida la investigación sobre el estrés con mujeres trabajadoras.

    De manera muy especial deseo reconocer a las operadoras que aceptaron participar en la investigación y me permitieron entrar en sus vidas a través de sus relatos, al describir sus cotidianidades, sus cuerpos, sus emociones y mostrando el claroscuro del trabajo para hacer comprensible el proceso complejo que implica ser trabajadora y ser mujer.

    Espero finalmente que esta sea una contribución que la antropología les hace, para que ellas transformen lo que consideren, necesiten y se propongan.

    PRÓLOGO

    La presente investigación enfocó el tema del estrés laboral. En 1999 un grupo de mujeres trabajadoras aglutinadas en la Red de Mujeres Sindicalistas difundió en distintos medios sindicales la idea de que existen diversos problemas de salud cuyo peligro es negado tanto por las empresas como por la legislación, entre los cuales se citaba al estrés como uno de los padecimientos más comunes, extendido entre una gran variedad de ramas y oficios (maquila, manufactura, conductoras y taquilleras del metro, empleadas bancarias, operadoras telefónicas) sin que la ley lo reconozca, más que en el caso de los pilotos aviadores. Este grupo de mujeres se dio a la tarea de buscar un reconocimiento legal para que el estrés fuera considerado enfermedad profesional.

    Desde nuestra perspectiva, tal postura constituyó en sí misma un hecho social de suma importancia que requería ser descifrado.

    ¿Qué significa este reconocimiento?, ¿qué significa el estrés y para quién? Fueron las primeras preguntas que formulamos y que orientaron la intención de entender el estrés desde una perspectiva teórica y además desde la propia experiencia de un grupo de operadoras telefónicas.

    La presente investigación da cuenta de un proceso de elaboración teórica, conceptual y metodológica que pondera la importancia de descifrar la enfermedad desde el significado social y desde la experiencia de un grupo de operadoras que consideraron sufrir de estrés. Para ello realizamos una copiosa revisión bibliográfica que permitió ubicar el problema teórico-conceptual, consolidando con ello la base de mi propia argumentación para fundamentar el estudio del estrés desde una perspectiva sociocultural.

    Conjuntamente elaboramos un modelo interpretativo para el estudio del estrés, considerando claramente la perspectiva de los propios actores sociales que, para el caso, se concentraron en 12 operadoras de la empresa Telmex.

    Su experiencia, sus nociones y sus valoraciones sobre el estrés fueron captadas aplicando una metodología variada que igualmente puso atención en la realización de una etnografía del centro laboral y las formas de trabajo, en la aplicación de un cuestionario para captar de manera central ciertos tópicos de salud-enfermedad-atención, en la entrevista semiestructurada cuyo objetivo era articular lo individual, familiar y laboral y en registros fotográficos. Todas estas estrategias metodológicas se lograron durante casi un año de trabajo de campo realizado en un centro laboral de dicha empresa telefónica.

    Más allá de enumerar los diversos y complejos resultados que obtuvimos en esta investigación, nos gustaría sintetizar las imágenes con las que nos quedamos para hablar del presente trabajo. En la trama compleja del ámbito laboral, el estrés se manifiesta a través de dos metáforas en aparente contradicción. O da estatus, dado que en nuestro mundo neoliberal la idea de trabajo y logro de metas asociado al éxito pulsa la de productividad contra la holgazanería que se refiere a improductividad, a valores perdidos, donde no hay futuro, no hay progreso, no hay incremento económico ni cambio de condición social; o bien se desdibuja, en la medida en que en el medio laboral toda enfermedad se encuentra bajo sospecha y el estrés, considerado desde el saber profesional como una reacción corporal de sujetos con determinada personalidad, se convierte entonces en un estigma a partir del cual se puede iniciar un proceso de exclusión.

    En el moderno proceso de la telefonía asistimos, desde la mirada y experiencia de un grupo de operadoras, a un paulatino proceso de degradación de la persona hasta despojarla de sus más caros anhelos de asistencia social y expresividad lúdica y emotiva. Leer para no ser comida por la máquina, hacer crucigramas, alegar la violencia de los clientes y las llamadas obscenas que minan la autoestima, y llorar como respuesta ante el hostigamiento cotidiano de las supervisoras que arremeten con la idea de desaparición de la categoría de operadora telefónica son metáforas de resistencia que muestran a plenitud diversas emociones como característica esencial del lado humano.

    No obstante, en esa compleja urdimbre, el silencio de las operadoras no es pasividad ni conformidad ante un mundo injusto y cada vez más degradante generado por la productividad, el control de calidad y el logro de competitividad que requiere de máquinas que respondan eficazmente a tareas programadas en un tiempo específico. El silencio es más bien autocontrol, un remedio personal para no ser catalogadas incapaces y débiles en el manejo de las adversidades, dado que, ser una persona estresada es tener tics, manías, estar de malas, perder el control y ser culpable de sus propias circunstancias.

    El estallido muestra entonces el punto cumbre de las tensiones.

    Estallar es manifestar ¡este trabajo apendeja!, es escupir a las computadoras en un acto de coraje y rebeldía, es escenificar una riña por cosas que se creen injustas, es verbalizar el coraje ante la improductividad de las otras, es llevar los conflictos cotidianos a las asambleas sindicales para que a modo de catarsis logren resolverse, es la manifestación de la histeria colectiva ante la amenaza del fin de la operadora, es tener comportamientos extraños, como agresividad, aislamiento y ensimismamiento que se manifiestan también por medio de cólera, ira o envidia.

    Estallar es también llevar las tribulaciones del trabajo a la familia y gritarles a los hijos y al marido, pero también es aislarse y no estar disponibles física ni emocionalmente para ellos. En sentido inverso, es llevar las angustias de la familia al trabajo y ocultarlas, puesto que las normas institucionales así lo exigen, aunque en el momento de la explicación, las preocupaciones y angustias familiares sean utilizadas para definir el estrés como incapacidad de las operadoras para lidiar con las exigencias del dominio familiar y no como un diagnóstico médico.

    En esta investigación he dado cuenta de diferentes metáforas que se expresan como vehículos de comprensión sobre el proceso de estrés que ha mostrado a las operadoras en las transformaciones de su cuerpo, de su yo y de su vida social en general.

    No obstante, cualquiera podría preguntarse: y eso ¿de qué sirve?. Considero que los relatos que presentamos en este estudio que tejen un fenómeno muy complejo son quizá el mejor aporte para reconocer que el asunto del estrés no puede explicarse desde la teoría psicogenética y la de la culpa, que bastante han sido cuestionadas por responsabilizar únicamente al trabajador de sus circunstancias de enfermedad, ni simplificarse en los métodos de estudio tradicionales de la salud en el trabajo y, menos aún, descansar en la responsabilidad del trabajador todo lo concerniente a las formas en las que ella o él van disminuyendo su salud.

    La importancia de un estudio como éste que recupera el significado que para los actores tiene el estrés, pero explicitando los procesos que implica y los resultados que genera, ha cumplido su función al trascender el nivel individual, colectivizando la experiencia, mostrando con cierta nitidez cómo desde la narrativa de las operadoras se advierte una lógica de explicación causal sociopolítica, definida por sentimientos de pérdida, injusticia social y problema moral. Desde mi punto de vista esto ayudará a no seguir estudiando el estrés tan sólo como una reacción neurohormonal, cuya perspectiva contribuye a reafirmar una noción psicologizada y naturalizada de éste.

    INTRODUCCIÓN

    Esta investigación versa sobre el estrés y más concretamente sobre el estrés de un grupo de operadoras telefónicas.

    El tema surgió al advertir el creciente interés que en muchos ámbitos laborales se muestra por explicar, hoy en día, que la mayoría de los problemas de salud se deben al estrés. De modo que fue menester buscar en el medio laboral su magnitud, trascendencia y vulnerabilidad¹ en diversos conjuntos de trabajadores, para poder definir un problema a investigar.

    De esa primera indagación advertí, para nuestro país, la escasa si no es que nula, investigación epidemiológica que podía clarificar tales circunstancias, pero en su contraparte encontré que algunos grupos de mujeres organizadas sindicalmente (trabajadoras de la maquila, manufactura, conductoras y taquilleras del metro, empleadas bancarias, operadoras telefonistas), al tiempo que denunciaban sus condiciones laborales, clamaban porque se reconociera al estrés (entre otras enfermedades) como un problema de salud laboral.²

    Elegí investigar el estrés, considerado así por un grupo de operadoras telefónicas, por tres razones:

    Primera, porque su estudio requiere de una perspectiva complementaria que vaya más allá de la biopsicosocial, pues ésta acentúa el estrés como un problema de naturaleza biológica, y no logra abordarlo como proceso en el que influyen determinantes sociales, culturales, económicos y políticos.

    Segunda, porque, pese a que numerosas investigaciones sociológicas se han llevado a cabo entre los telefonistas, indicando incluso que los procesos de modernización han generado problemas de salud como el estrés, poco se sabe sobre cuáles son los grupos vulnerables, de qué manera se expresa dicho problema y cómo los trabajadores responden ante él.³

    Operadoras de lada nacional (020) trabajando con sistema digitalizado en la sala de San Juan. Archivo fotográfico de Josefina Ramírez Velázquez, 2001.

    Tercera, porque considero que la salud laboral debe explicarse también como un proceso de construcción social que tienda a observar las diferencias por género y articule el trabajo y la familia, dado que estos espacios son generadores de prácticas y representaciones sobre la salud, enfermedad y su atención.

    En esta investigación nos propusimos describir y analizar los diferentes procesos por medio de los cuales un grupo de operadoras identifica, describe, denomina y maneja determinado espectro de síntomas físicos y estados emocionales bajo la noción de estrés. Esto necesariamente conducía a indagar las principales nociones, explicaciones y acciones que se elaboran al respecto relacionándolas con el tipo de agentes que perciben como provocadores y los recursos con los que cuentan para manejarlo.

    Intento demostrar que el estrés es un hecho social. Como tal surge a partir de representaciones y prácticas que las operadoras ponen en acción para dar significado a las situaciones y relaciones en las cuales se encuentran inmersas.

    Tales representaciones y prácticas se crean en una compleja concepción construida desde la experiencia corporal que se extiende en un andamiaje de metáforas, dependiendo del contexto y de su momento histórico. Es decir, el estrés es no sólo un malestar físico sino también social y político, que va más allá del cuerpo y del ámbito laboral; es el reflejo no sólo de lo que las personas experimentan a nivel corporal o de lo que viven en una esfera de su vida, sino que además surge de manera compleja y relacional, a partir de diferentes circunstancias que enfrentan ya sea en el ámbito laboral o extralaboral y que se expresan en los niveles social, cultural e ideológico.

    En esta investigación nuestra preocupación fue en un doble orden. Por un lado fundamentar la pertinencia del estudio del estrés desde un marco sociocultural, generando una amplia argumentación que sirviera para el análisis de la enfermedad en el ámbito laboral y, en la medida en que lo asumí como un hecho social que significa y representa, nos propusimos dar cuenta de este proceso desde la propia voz de un grupo de operadoras.

    Ellas, tratando de explicar sus propias circunstancias actuales, narraron el origen y proceso de estrés y todo lo que lleva asociado como circunstancias, momentos, situaciones y personas. Describieron momentos importantes de cambio que abarcan un poco más de dos décadas. En la mayoría de los casos su narrativa es vigorosa y decidida y fue la materia prima para explicar un fenómeno que va más allá de su cuerpo.

    Todas las operadoras formularon sus reflexiones a partir de su ser trabajadora. Es ese origen lo que estructura su narrativa y lo que hace que describan el trabajo y todo lo que tiene que ver con su rol de trabajadoras como primer escenario del estrés. Así, durante las primeras entrevistas, sus explicaciones estuvieron dirigidas a dibujar el tipo de trabajo que desempeñan, insistieron en el cambio tecnológico, en la vigilancia y disciplina laboral perfeccionadas gracias a la automatización y, desde luego, a las relaciones laborales descritas como principales causas de estrés.

    No obstante, como se podrá ver, en el proceso de narrar las operadoras van y vienen articulando escenarios, personajes y circunstancias en las cuales se comprenden la vida laboral y la familiar articulada de manera permanente, tanto en el conflicto como en la negociación, la satisfacción y la desesperanza. Lo que buscábamos era dar cuenta de la temporalidad integral de cada una de las operadoras, es decir, no sólo ellas y el trabajo sino ellas y su vida, sin importar una exposición cronológica.

    Esta investigación está conformada por seis capítulos.

    En el primero planteamos los principales elementos que articulamos para darle forma al problema de investigación. Primeramente describimos las preguntas y objetivos de estudio. Argumento la importancia de una adecuación teórica y epistemológica para el estudio del estrés desde el proceso salud/enfermedad/atención (s/e/a) y explico las razones teóricas por las que se estudia desde del punto de vista del actor, trayendo a la discusión el debate generado en la antropología médica que exige una toma de posición del antropólogo/observador sobre la manera en que éste describe y analiza las representaciones y prácticas del otro, es decir, exhorta a definir el marco de referencia desde el cual se analiza la enfermedad.

    En este sentido explico la decisión de abordarlo desde la narrativa, pues es el medio idóneo a través del cual el investigador puede acceder al proceso que lleva a los individuos, en su calidad de enfermos, a conceptuar y entender la experiencia de su enfermedad al contemplar lo inefable, lo abstracto, por vía de lo concreto. Y aquí es donde adquiere importancia la metáfora, pues considero que ésta es el vehículo que nos permite hacer comprensible aquello que aparece confuso y, además, hacernos comprensibles a los demás. Sintetizando la argumentación anterior, presento al final del capítulo los postulados centrales de la investigación.

    En el segundo capítulo, teniendo como eje mi propuesta de análisis desde una perspectiva sociocultural, presento una revisión de los estudios sobre estrés laboral en general y particularmente de aquellos con grupos de operadoras telefónicas realizados tanto para México como para el extranjero. En esta exploración advertimos que las tendencias y modelos de análisis enfocan mayoritariamente factores del ámbito laboral, que si bien se van haciendo cada vez más sofisticados incorporando elementos importantes antes no tomados en cuenta, la perspectiva sociocultural que enfoca al trabajo y la familia como contextos significantes aún está poco desarrollada y, sobre todo, ausente en nuestro país.

    En el tercer capítulo plasmo la ruta metodológica para la obtención de información; por tanto, se centra en la descripción de la trayectoria que se siguió para la elección de la empresa Telmex como lugar de referencia desde el cual se ubican los sujetos del presente análisis. Se establecen los criterios de selección, de actores centrales y secundarios, instrumentos a aplicar y la matriz de datos básicos que se consideró para la obtención de información. Se puntualiza la manera en que se describe y analiza la información, a partir de la elaboración de grupos articulados por características estructurales. Se describen las formas de acceso a los actores sociales y a la información general, que contextualiza el problema. Se puntualiza la duración del trabajo de campo, el tipo de codificación y análisis, así como el tiempo estipulado para ello. Además, se presenta la descripción de los factores que consideramos decisivos para el análisis, presentándose en un esquema explicativo del estrés de las operadoras que subraya la relación actor/contexto y la relación entre varios factores.

    Hernández Juárez informa en sala de tráfico después de la privatización. © Archivo Fotográfico del STRM.

    El cuarto y el quinto capítulos están ordenados a partir de la caracterización de las operadoras en grupos. Ambos capítulos presentan información que articula los tres niveles de análisis a los que hemos hecho alusión desde el inicio, o sea, el individual, el laboral y el familiar.

    En estos dos capítulos hemos mantenido la misma estructura, presentando primeramente la información general que a nivel individual conforma los antecedentes de vida de cada una de las operadoras. En ese mismo apartado damos cuenta de la carrera laboral y de las nociones que manejan sobre su práctica sindical, entre otros elementos que las perfilan. Posteriormente describimos y analizamos los contextos del trabajo y de la familia como mundos significantes, en los que están presentes aquellos dispositivos que las operadoras viven cotidianamente y que constituyen las principales preocupaciones que se formulan como los componentes del estrés. Al final de cada capítulo hemos dejado el apartado conformado por las principales nociones, experiencias corporales y metáforas del estrés. Aunque es posible que al lector le parezca redundante en virtud de que ya en ambos contextos previamente descritos se perfilan sus explicaciones de estrés, lo que queríamos era hacer hincapié en que las representaciones y prácticas de éste no son monolíticas, sino que son estructuras dinámicas que permanecen, se multiplican, se diversifican y en ocasiones se muestran en contradicción.

    Exponiendo primeramente las particularidades del trabajo y la familia, describimos y analizamos a las operadoras como actoras sociales con una posición social, cultural e ideológica desde la cual producen y reproducen metáforas diversas que reflejan normas institucionales. Nuestra idea fue llevar a la práctica una noción epistemológica fundante en antropología y en sociología, es decir, que no existe actor sin contexto. Articulada esta noción a la concepción de metáfora como vehículo de comprensión, la cual desempeña un papel central en la construcción de la realidad social y política, destacamos que nos interesamos no sólo por las metáforas per se, ya que, como lo hemos señalado en otro momento, éstas sólo pueden ser comprendidas cuando son referidas a las condiciones en las que se producen. Por esta razón, aun cuando nuestro objetivo original fue dar cuenta de las ideas, nociones explicaciones que un grupo de operadoras maneja sobre el estrés, dejamos al final este apartado en el que presentamos a las operadoras como productoras de sentido, quienes en el acto mismo de la explicación expresan el sentido de su experiencia y la enuncian nuevamente sintetizada con información que proviene de diferentes ámbitos. Aquí hablan ellas y su cuerpo, mirándose y mirando a las otras.

    Grupo de disidentes al proyecto del Comité Central del sindicato de Telefonistas. © Archivo fotográfico del STRM.

    En el capítulo seis presentamos las conclusiones de la investigación. Explicamos lo que nos propusimos y lo que logramos, hacemos una pequeña síntesis de los elementos más sobresalientes y destacamos lo que consideramos que puede ser un aporte de la presente investigación.

    En la última parte se presenta una extensa bibliografía cuyos temas nodales son enfermedad, estrés, trabajo, familia, representaciones sociales, metáfora, trabajo de telefonistas, todos ellos analizados desde formulaciones teóricas y estudios empíricos que dan cuenta de áreas afines como la antropología médica, sociología, medicina social, psicología social y organizacional.


    ¹ Con magnitud me refiero al tamaño del problema o población que afecta. Con trascendencia, a la ponderación que la sociedad hace del problema de acuerdo con su gravedad y consecuencias. Y con vulnerabilidad, al grado en que el problema puede ser resuelto o atacado.

    ² Tal petición tiene un clamor a nivel internacional y se puede observar en los trabajos de activistas feministas e investigadoras preocupadas por discutir la salud de la mujer asalariada. En nuestro país tal propuesta es el resultado de un curso taller organizado por la Subdirección de Mujeres y Menores en el Trabajo, de la Secretaría del Trabajo y Previsión Social, que ha contado con el apoyo de la Federación de Sindicatos Holandeses y se llevó a cabo en septiembre de 1998.

    ³ Hago la aclaración de que en esta investigación, cuando nos referimos a los trabajadores, lo hacemos incluyendo hombres y mujeres, debido a que en nuestro idioma el genérico es trabajadores. También es preciso mencionar que el presente estudio trata específicamente de las operadoras telefónicas.

    EL ESTRÉS COMO OBJETO DE ESTUDIO ANTROPOLÓGICO

    EL ESCENARIO DEL ESTRÉS Y SU PROBLEMATIZACIÓN

    En nuestro país, desde la década pasada, las noticias sobre salud volvieron los reflectores a las enfermedades crónico-degenerativas y, asociadas a éstas, se encuentra cada vez con mayor frecuencia el estrés.¹

    Sin embargo, mientras para las enfermedades crónico-degenerativas se pueden encontrar referentes de morbimortalidad con relativa precisión, para el estrés sólo contamos con los que asocian experiencias de otros países, sobre todo del mundo laboral y económico (OIT). En ellos se destacan los niveles de marginación y pobreza y la extraordinaria concentración urbana como factores centrales del problema, debido principalmente al decremento en la calidad de vida.

    De ahí procede sin duda la estimación de que México es uno de los países con más altos niveles de estrés en el mundo, hecha en el simposium sobre Manejo actual del estrés en los albores del nuevo milenio, realizado en junio de 2001 en la capital de nuestro país. Uno de los participantes, el Dr. Rodolfo García, jefe del Departamento de Medicina Interna del Hospital Ángeles, destacaba que, si bien no existen estadísticas suficientes para realizar un diagnóstico con bases científicas, a partir de los datos a la mano y de constantes observadas en diversas partes del mundo, México podía ser considerado como una de las naciones con más altos niveles de estrés.²

    Al analizar el estado de la salud mental en nuestro país, De la Fuente (1997) afirma que entre los trabajadores el problema se está incrementando, relacionado en mucho con procesos de cambio a nivel organizacional y tecnológico, pero también a nivel de la sociedad en general. El mismo autor indica que la información sobre la incidencia de estrés en la población no existe aún de manera sistematizada. No obstante, la noción de que afecta a la población se está masificando gracias a los medios de comunicación, como ya lo hemos señalado. En este proceso de comunicación también están incidiendo instancias académicas, como el Departamento de Educación Continua de la Facultad de psicología de la UNAM, que invita a asistir a dicha institución a la gente común y corriente que tenga interés en conocer cómo es su nivel de estrés y cómo controlarlo.

    Telefonistas de la compañía Ericson durante su turno. © Fototeca Nacional del INAH. Fondo Casasola.

    Sin mayor información, las transformaciones socioeconómicas se presentan como el telón de fondo de estos fenómenos de salud, en los que con seguridad la década de 1990 ha puesto como principal escenario el ámbito laboral y en él a las mujeres, en tanto nuevas actoras cuya problemática devela la relación entre desigualdad social, pobreza y género.

    Al atender a los titulares de los diarios en los cuales sale a relucir el estrés, o los resultados de investigaciones que lo aluden, o escuchar conversaciones cotidianas en las que se le considera uno de los grandes problemas asociados a la nueva modernidad, se antoja una pregunta: ¿quiénes y cuántos mexicanos están siendo afectados por ello? Ante la falta de información en ese sentido, es menester reorientar la mirada para saber antes que nada qué es el estrés y por qué se insiste tanto en él como patología.

    Ubicado en el mundo laboral encontramos que el estrés, identificado universalmente con el trabajo industrial y las sociedades desarrolladas, pese a su difícil definición, se describe (McDonald 1981) como:

    las reacciones más comunes a la sobrecarga de agentes estresantes que se manifiestan en síntomas como dolores de cabeza, espalda y cuello, calambres, tensión en los músculos de la mandíbula, dificultad para conciliar el sueño y cansancio al despertar, trastornos digestivos, reacciones tales como fatiga, irritabilidad, poca concentración, aburrimiento, ansiedad, disminución de la autoestima, sentimientos de irrealidad y depresión, así como cambios en la conducta: aumento en el consumo de tabaco, alcohol, drogas y tranquilizantes; impulsividad y accidentes, y como efectos sociales deterioro de las relaciones con los demás y aislamiento.

    Con tal definición empezábamos a entender por qué el estrés era anunciado en diarios y revistas como concepto peculiar de la sociedad industrial moderna, mal del siglo XX o ¿padre de todos los males?,³ enunciados que si lo ubican históricamente, no lo aclaran, aunque contribuyen a la difusión y popularización del problema.

    Describir y analizar el fenómeno del estrés desde estos escenarios tan disímiles y poco claros no es una cuestión menor, dado que, advertida por algunos de sus estudiosos (Young, 1980; Pollock, 1984; Bermann, 1990) como fenómeno social, cultural e ideológico, debe considerarse a la vez la difusión de su existencia, que también cumple una función social.⁴ Estos autores apuntan diversas cuestiones de orden conceptual, metodológico y epistemológico y concuerdan en subrayar la naturaleza imprecisa del concepto, originado a partir de investigaciones de laboratorio de física e ingeniería, incorporado a la esfera de la biología humana para explicar la enfermedad.

    Young (1980), discutiendo la manera en que se construye el discurso sobre estrés, apunta que entre los investigadores no hay acuerdo sobre su definición o sobre sus propiedades esenciales, y subraya que es una noción imprecisa e ideologizada, que a la vez ha sido manipulado desde una visión psicologista, obligando a quienes se aproximan a su estudio a esclarecer la función que ha cumplido su empleo.

    Esta consideración nos previene de no perder de vista que la concepción del estrés, explicado a partir de un modelo neurohormonal desarrollado por Selye en 1936, tiene una estrecha relación con los esfuerzos de la farmacología para dotar, durante la posguerra, de medicamentos que lo atendieran. Bermann (1990) señala que se puede establecer un paralelo entre la aparición del concepto, su creciente aceptación acrítica y su difundida vigencia actual, con la expansión y desarrollo del potencial tecnológico de la industria farmacéutica en general y el consumo de psicofármacos en particular.

    Sin ser un elemento central de nuestra tesis, consideramos que estas premisas contribuyen a situar las condiciones en las que el estrés hace su aparición.

    De acuerdo con la mayoría de las explicaciones que se han difundido sobre estrés en nuestro país, advertimos que el escenario al que más se asocia es el del ámbito laboral, en el cual el desempeño de los trabajadores y la productividad son las principales preocupaciones de empresarios y organizaciones sindicales.

    Diversos estudios han mostrado interés en relacionar algunos síntomas, actitudes y cambios en la conducta del trabajador con lo que se ha denominado estrés laboral.⁵ La mirada puesta en tales relaciones se deriva principalmente de sus consecuencias sobre la producción, ya que se considera causante de incapacidades, ausentismo y accidentes de trabajo (Córdova y Ortiz, 1989; De la Fuente, 1997).

    Si bien la preocupación por el estrés laboral se ha focalizado en grupos obreros, teniendo como antecedente orientaciones conceptuales como desgaste físico y mental y/o fatiga laboral (Laurell, 1993), es más reciente el interés por estudiarlo en otros grupos de trabajadores: las enfermeras (Lara, et al., 1996; rojas, 1998) o los académicos (Aboites, 2001; Rountre, 2003), por ejemplo. En estudios realizados con las taquilleras del metro (garduño y rodríguez, 1994) y las maestras (Garduño, 1996), si bien el objetivo central no era el estrés, se reconoció su importancia debido a las condiciones en las que ambos sectores realizan su trabajo.

    Desde la perspectiva de los trabajadores, el estrés es un problema en aumento. Organizaciones como el Centro de Investigación Laboral y Asesoría Sindical (cilas, A.C.), el Frente Auténtico del Trabajo (FAT), Mujeres en Acción sindical (MAS) y la red de Mujeres sindicalistas han mostrado un interés particular por explicar las circunstancias en que el fenómeno aparece entre las trabajadoras. Para estas organizaciones es claro que el trato despótico, la inequidad en salarios y prestaciones, el hostigamiento psicológico y sexual, las condiciones inadecuadas de trabajo, la falta de seguridad social en algunas empresas, así como aspectos extralaborales, como la doble jornada y la violencia doméstica, afectan la salud de las mujeres que trabajan.

    Algunas de estas organizaciones han desarrollado estrategias para acceder a las problemáticas que distintos conjuntos de mujeres enfrentan respecto a la salud laboral. Una de ellas es la realización del curso-taller Mujer, trabajo y salud, que en 1998 reunió a 20 organizadoras sindicales de distintas ramas, oficios o centros de trabajo.

    Intercambiando experiencias con médicos especializados en salud laboral que presentaron sus trabajos, llegaron a la conclusión de que las enfermedades padecidas por las trabajadoras son de una variedad y gravedad que ni siquiera han sido medianamente estimadas por leyes y autoridades.

    El curso-taller destacó como problemas alarmantes los abortos inesperados y los hijos nacidos con malformaciones, por el contacto con sustancias tóxicas cuyos efectos no son conocidos por las propias trabajadoras y cuyo peligro es negado tanto por las empresas como por la legislación. Pero también se evidenció el estrés como uno de los padecimientos más comunes, extendido entre una gran variedad de ramas y oficios (maquila, manufactura, conductoras y taquilleras del metro, empleadas bancarias, operadoras telefonistas) sin que la ley lo reconozca más que en el caso de los pilotos aviadores. Se hizo énfasis en que el estrés constituye una enfermedad en sí misma, por sus efectos sobre la conducta y por desatar otros padecimientos, como migraña, gastritis, hipertensión arterial, alteraciones en la columna y osteoporosis, entre otros, además de que con frecuencia es causa de accidentes. Resultados del curso-taller, denominado Mujer, trabajo y salud.

    Probablemente la exigencia de reconocimiento se construye entre la experiencia de las mujeres sindicalizadas y los aportes de activistas y académicas de la perspectiva de género, presentados en resultados de investigaciones sobre salud mental femenina, en los cuales atinadamente se han articulado las condiciones de vida y trabajo de las mujeres en México (Garduño y Márquez, 1993; Lara y Salgado de Snyder, 1994; Rangel, 1998; Lara y Acevedo, 2002). En estos estudios se destaca que el aumento de responsabilidades económicas y de control de la familia, la ausencia y emigración masculina, el conflicto de roles, el papel de cuidadora de la salud familiar, el confinamiento doméstico, las condiciones laborales, los ingresos y horarios, así como la migración femenina generan altos niveles de estrés psicológico y se relacionan con síntomas de depresión, ansiedad y somatización.

    En los estudios que hemos venido realizando hace tiempo, nos hemos inclinado a entender la expresión social de la salud y la enfermedad en grupos caracterizados por su actividad laboral, tales como mineros (Ramírez, 1991) y obreras maquiladoras (Ramírez, 1998). En ellos observamos que los problemas de salud se agudizaban por ciertos estados de tensión expresados por dolores de cabeza, cansancio, irritación, angustia, abatimiento, que con frecuencia se asociaban al tipo de trabajo industrial que ejecuta cada grupo y al ritmo de vida de la sociedad moderna.

    Fueron sobre todo las referencias de las obreras de la maquila las que pusieron de manifiesto la naturaleza poco clara de tales estados de tensión, cuando al mismo tiempo hacían referencia a nervios, tensión y estrés, para describir sus padecimientos. Por ello empezamos a advertir la posibilidad de explorar las diferentes razones por las que emergía esta diversidad de expresiones que crecientemente tendían a englobarse en un solo concepto: estrés.

    Nos resultaba sugestivo observar que desde la perspectiva de las obreras y, ya instalado en el imaginario colectivo de una sociedad como la mexicana, cada vez fuera más común encontrar que el estrés era la explicación de nuestros males.

    Una de nuestras primeras conjeturas fue que el reconocimiento de la existencia del estrés quizá no resolvía el problema, además de que aunada a esta noción está una variedad de modismos como estresado, estresante, estresores para representar padecimientos físicos y estados de ánimo que pueden estar enmascarando las verdaderas causas de enfermedad y la riqueza semántica con la que el individuo expresa sus malestares tanto del cuerpo como de la mente. Develar dicha riqueza semántica fue una de nuestras principales inquietudes, con lo cual la mirada se empezó a posicionar en la articulación de las sensaciones físicas como categorías analíticas y las diversas descripciones que las personas usan para explicarlas.

    La imagen del estrés ha ganado tal popularidad y circula de tal manera en los medios de comunicación, que conviene también interpretar, no sólo por lo mencionado respecto al uso de psicofármacos, sino también por el incremento considerable de técnicas para su control, que se convierten en objetos comerciables para que el sujeto estresado, sometido a estrés, pueda controlar su problema y se relaje. Es necesario tomar en cuenta estos aspectos que a nuestro juicio se relacionan con la responsabilidad del cuidado de la salud, que parece recaer en el sujeto en tanto se presume como suya la tarea de controlar sus emociones y sus mecanismos de adaptación para evitar la enfermedad, y a cuyo servicio se ponen, desde luego, una variedad de mercancías, de libros de autoayuda a técnicas de relajación —yoga, masajes, hipnosis, ejercicios de respiración— sin faltar otras alternativas de atención cuya popularidad ha crecido en ciertos sectores, como la acupuntura.

    En este orden de cosas, el tema del estrés emergía de manera sugerente colocado en el escenario laboral desde mediados de la década pasada, adquiriendo expresiones muy interesantes y complejas que, como antropóloga, me era imposible soslayar.

    Una de estas expresiones decisivas provenía de organizaciones de mujeres, activistas sindicales y académicas que se daban a la tarea de revelar las problemáticas de diversos grupos de trabajadoras, así que junto a la denuncia del hostigamiento sexual aparecía la urgencia de reconocer el estrés como una enfermedad contemporánea y específica de mujeres que trabajan.

    De entre los grupos de trabajadoras en los cuales se centraba la atención elegimos al de las operadoras telefónicas, pues varias referencias (Cooper, 1994, y Messing, 1997) venían evidenciando que el cambio tecnológico y organizacional, las exigencias del puesto de trabajo en conjunto con los problemas de la vida familiar, estaban creando situaciones que generan tensión, cefaleas, irritabilidad y angustia, por causa del estrés. Además, porque de acuerdo con Rosario Ortiz, también militante telefonista y dirigente de la Red de Mujeres Sindicalistas, la salud de las operadoras se estaba deteriorando a causa de las nuevas fórmulas del trabajo, que respondiendo a los nuevos programas de productividad imponen jornadas prolongadas, ritmos repetitivos, monotonía y vigilancia extrema. Trabajando arduamente para incidir en las iniciativas de reforma a la Ley Federal del Trabajo (LFT) presentadas en la Cámara de Diputados, Ortiz ha propuesto, entre otras cosas, considerar el estrés como enfermedad profesional.¹⁰

    A partir de estas observaciones, la primera pregunta que nos asaltó fue: ¿por qué para los profesionales de la salud como para los trabajadores asalariados, el estrés ha devenido en una problemática importante, si de salud laboral se trata? Y de ahí otras más: ¿qué teorías le dan sustento al estrés?, ¿cómo se ha abordado su estudio? y ¿cuál es la tendencia analítica dominante?¹¹ se trata de inquietudes que sin duda fueron orientando el camino a seguir y que sirvieron para formular la pregunta de investigación, así como para darle forma a nuestros propósitos de estudio.

    Una primera evaluación de los escenarios, los actores y los discursos sobre estrés puso de manifiesto la enorme dificultad que encierra éste no sólo en términos conceptuales sino también teóricos, metodológicos y epistemológicos. Además, el intenso trabajo de búsqueda y consulta bibliográfica evidenció la notable carencia de trabajos sobre el tema para México, y especialmente de estudios de tipo socioantropológico.

    Las interrogantes centrales que orientaron la investigación fueron las siguientes:

    Interrogantes teóricas: ¿Cuáles son los significados socioculturales que las operadoras dan al estrés y a través de qué procesos podemos comprender dichos significados?, a través del estrés ¿se articulan procesos socioculturales que operan tanto en el ambiente laboral como en el familiar? y las metáforas de enfermedad y de su atención ¿posibilitan comprender dicha articulación?

    Interrogantes empíricas: ¿El estrés constituye un problema de salud desde la perspectiva de las operadoras telefónicas?, ¿cuáles son los factores más significativos que les permiten a las operadoras explicar su estrés?, ¿cuáles son los diferentes procesos por medio de los cuales un grupo de operadoras telefónicas identifica, describe, denomina y maneja determinado espectro de síntomas físicos y estados emocionales bajo la noción de estrés? y ¿qué significa el estrés para las telefonistas y qué funciones cumple?

    Para empezar a ordenar las ideas a manera de responder provisionalmente estas primeras interrogantes y formular con ello nuestro objeto de estudio, tomamos como coordenadas dos fundamentos teóricos importantes de la antropología médica.¹²

    El primero alude a la enfermedad, considerada para su análisis como hecho cultural, dado que significa y representa, y como producto sociohistórico. Esto es, cada sociedad y cultura tienen sus propias formas de concebir, experimentar, usar y darle significado al cuerpo y a los hechos que se asientan en él; por tanto, producen sus propias representaciones sobre la naturaleza de éstos, constituyendo así un conocimiento elaborado social y culturalmente.

    El otro fundamento teórico destaca que no existe actor sin contexto. Esto quiere decir que los significados y representaciones que los actores elaboran deben referir siempre el contexto que les da sustento. En relación con actores caracterizados por su actividad laboral, quiero subrayar que el trabajo y la familia deben abordarse como contextos significantes, dado que generan relaciones de poder jerárquicas cargadas de ideología y de significados, desde las cuales emergen creencias, comportamientos, símbolos, conflictos que remiten a las configuraciones que cada actor tiene de la salud, enfermedad y atención.

    En este estudio intentamos demostrar que el estrés es un hecho social. Como tal, surge a partir de representaciones y prácticas que las operadoras ponen en acción para dar significado a las situaciones y relaciones en las cuales se encuentran inmersas.

    Tales representaciones y prácticas se crean en una compleja concepción construida desde la experiencia corporal que se extiende en un andamiaje de metáforas, dependiendo del contexto y de su momento histórico. Esto quiere decir que el estrés es un malestar no sólo físico sino también social y político, que va más allá del cuerpo y del ámbito laboral.

    Con la afirmación de que el estrés tiene una naturaleza polisémica, quiero poner en evidencia que las diferentes metáforas que se expresen acerca de él cumplen la función de interpretar la realidad, de orientar nociones, explicaciones, conductas y relaciones sociales que generan cohesión y dan identidad; y también tienen la función de legitimación y fundación del orden social, en cuyo caso se aprecia el gran peso que tiene el saber y práctica médica y la apropiación que los grupos hacen de éste para la explicación de la enfermedad.

    En esta investigación nos propusimos los siguientes objetivos:

    Objetivos generales: Describir y analizar los principales factores socioculturales implicados en la manifestación de estrés, articulando el trabajo y la familia; describir y analizar los diferentes procesos por medio de los cuales ellas identifican, describen, denominan y manejan determinado espectro de síntomas físicos y estados emocionales bajo la noción de estrés.

    Objetivos específicos: describir y analizar el significado que las operadoras le otorgan a la noción de estrés de acuerdo con su estructura de creencias, prácticas y relaciones sociales, generadas en el trabajo y en la familia, y describir y analizar las principales nociones, explicaciones y acciones que como metáforas se describen al respecto, relacionándolas con el tipo de agentes que perciben como provocadores y los recursos con los que cuentan para manejarlo.

    LA ENFERMEDAD COMO PROBLEMA ANTROPOLÓGICO

    El estudio de la enfermedad desde una perspectiva social suele abordarse de manera amplia en áreas como la antropología y sociología médicas. Se trata de áreas cuyos campos de acción se construyen social e institucionalmente y que aun siendo similares muestran diferencias de acuerdo con las perspectivas teóricas, conceptuales y metodológicas que aplican. Quizá las más claras se encuentran en las dimensiones de análisis y actores sociales que cada una aborda para explicar la enfermedad, pues mientras la primera lo hace desde la dimensión sociocultural referida a grupos étnicos, la segunda lo hace a partir de las condiciones económicas y de clase, estudiando la profesión médica y lo que implica en las sociedades consideradas complejas.

    Desde sus incursiones tempranas, la antropología médica se ha interesado en el estudio de una serie de comportamientos rituales referidos a la enfermedad en sociedades no occidentales. No obstante, en los últimos treinta años asistimos a una creciente oleada de discusiones que han culminado en una revisión y precisión de su objeto de estudio, y para ello no sólo han tomado en cuenta lo que la antropología médica debe de ser, sino lo que los antropólogos médicos hacen en la práctica.

    Caudill (1953) es el primero en dar cuenta de cómo la disciplina se resignifica ampliando sus temáticas y actores, poniendo de manifiesto una antropología médica que no sólo da cuenta de la problemática étnica sino que también avanza sobre lo que ocurre en la urbana.

    Para referirse a lo que ocurre en la antropología médica mexicana con relación a su profesionalización, Menéndez (1990), siguiendo a Caudill (1953), a Baer y colaboradores (1986), a Fábrega (1971) y a Young (1982), entre otros, hace una importante reflexión, destacando que, tal como se practica, puede dedicarse a estudiar sistemas médicos globales o problemas específicos que pueden ir desde las prácticas curativas populares hasta el control médico o shamánico, pasando por problemas de enfermedad laboral, descripción de nosologías étnicas o la epidemiología social del cáncer, del susto o del alcoholismo. Desde luego, estas consideraciones que amplían su campo de estudio también hacen inclusivos otros problemas socioculturales y otros actores sociales que van más allá de las prácticas de control de las llamadas enfermedades tradicionales que ocurren en grupos étnicos, desarrollando además sistemas conceptuales centrados en explicar la enfermedad y su atención a partir de particularidades sociales y experienciales (Young, 1982).

    Para explicar la enfermedad, la salud y la atención desde la perspectiva sociocultural y sociopolítica, numerosos antropólogos médicos (Young, 1982; Hahn y Kleinman, 1983; Kleinman y Good, 1985; Waitzkin, 1991; Lindenbaum y Loock, 1993; Good, 1996; Sargent y Jonson, 1996) han subrayado la necesidad de no perder de vista la manera en que la biomedicina ha configurado sus soportes teóricos.

    Young (1982) sostuvo la idea de que la sociología y la medicina occidentales, en la medida en que se consideran con fundamentos científicos, son privilegiadas; por lo tanto, parecieran exentas de una revisión epistemológica. Retomando esta idea, Lock y scheperHughes (1990) se preguntan: ¿cómo podría desarrollarse una antropología de la religión si la cristiandad estuviera exenta del análisis cultural y sus premisas no fueran examinadas y cuestionadas? Estableciendo un parangón con la perspectiva antropológica de la enfermedad y la biomedicina, las autoras, junto con otros antropólogos médicos críticos, se han dedicado a formular una posición teórica alternativa que subraya diferencias epistemológicas fundamentales entre la biomedicina y la antropología.

    En este sentido podemos considerar que la antropología social y particularmente la antropología médica tienen su propia tradición de análisis autocrítico sobre la relación entre cultura, enfermedad, atención e instituciones curativas, cuyo proceder la ha conducido necesariamente a un juicio sobre la práctica y el saber biomédicos.

    Sin que para este estudio sea un tema nodal de discusión, consideramos necesario mencionar algunos elementos que imponen diferencias y que se han teorizado para mostrar una manera propiamente antropológica de explicar la enfermedad.

    Como diferencias, Lock y Scheper-Hughes (1990) destacan que el conocimiento antropológico es fundamentalmente enigmático —toma en cuenta la diferencia, lo extraño, la otredad—, locales en el sentido geertziano, simbólico y obstinadamente relativista. El conocimiento biomédico permanece intrínsecamente universal, objetivo y radicalmente materialista/reduccionista, resultado de su larga herencia cartesiana.

    Desde esta perspectiva subrayamos que la biomedicina se ha desarrollado bajo la consabida razón de poseer el conocimiento universal, objetivo y científico del cuerpo y de la enfermedad, y en consecuencia ha constituido su conocimiento desde la representación objetiva del cuerpo enfermo, a partir de signos y síntomas característicos, definidos por un diagnóstico que concluye en la objetivación de la enfermedad. Así la historia de la enfermedad aparece natural y despersonalizada, individualizada y documentada, más como un proyecto médico que como una historia experienciada y vivida por el o la paciente.

    Estas dos perspectivas ponen de manifiesto dos órdenes de expresión que, según Menéndez y Di pardo (1996), se refieren uno al del signoconstrucción médico y, el otro, al del síntoma experiencia del paciente.

    En las últimas tres décadas, estos dos órdenes de saberes han sido el centro del análisis que ha dado lugar a postulados centrales que hoy rigen la investigación sobre la enfermedad desde la perspectiva sociocultural. Desde nuestro punto de vista es preciso destacar estas discusiones, ya que han generado expresiones conceptuales diferentes que es preciso señalar aunque sea de una manera muy sintética, dado que sirven para ubicar nuestra elaboración conceptual.

    Desde los años setenta, en un marco en el que las consideraciones respecto a las relaciones sociales en las que se encuentran inmersas los procesos de enfermedad habían sido ignoradas o simplemente tomadas en cuenta de manera burda, vio la luz una diversidad de propuestas analíticas que se pusieron en acción en estudios empíricos y teóricos para descifrar las diferencias entre la enfermedad como sistema de creencias y prácticas que elabora el enfermo, y la enfermedad como noción y entidad biomédica (Eisenberg, 1977). Esto quiere decir que la enfermedad como núcleo analítico desprovisto de su carácter biológico y concebido de manera distinta del enfoque biomédico estaba por aparecer.

    Fábrega (1971), desde la antropología, es el primero que elabora una propuesta teórica estableciendo una doble dimensión de la enfermedad, recurriendo a la perspectiva de lo emic y lo etic. Para él lo emic se refiere a esa dimensión de elaboración del paciente, es decir, a su interpretación de la enfermedad, como expresión de un fenómeno subjetivo y para lo cual utiliza el término illness (entendido como padecimiento), mientras lo etic estará refiriéndose a categorizaciones elaboradas desde la profesión biomédica, es decir, aquellas que dan cuenta de la naturaleza objetiva y analítica que distingue con la noción disease (entendido como enfermedad).

    La antropología médica norteamericana se ha apoyado en gran medida en este modelo de análisis illness/disease (padecimiento/enfermedad) a partir de la perspectiva emic que ha generado una gran producción de estudios etnográficos denominados genéricamente como anthropology of illnes (antropología de los padecimientos). Dentro de esta corriente, se distinguen diversas propuestas para abordar el padecimiento, ya sea como significado, construyendo redes semánticas (Good, 1977); como un sistema de creencias y prácticas, considerado como explanatory model of illnes (modelo explicativo del padecimiento) (Kleinman, 1988); definido a partir de la experiencia (Fitzpatrick, 1990) o desde la etnografía de la experiencia (Kleinman y Kleinman 1991); utilizando la metáfora como estrategia que comunica otra parte de sufrimiento insensato e indecible (Kirmayer, 1992; Low, 2000), y como representación, que introduce el dilema epistemológico que plantea cómo los antropólogos han dado cuenta de las representaciones de los otros, referidas a la enfermedad y su atención (Good, 1996b). Estos abordajes, que se ubican en la tradición interpretativa, coinciden en que la enfermedad es una realidad culturalmente construida y centran su punto de atención en el significado.

    El gran aporte de esta tradición de análisis ha sido explorar la relación biología/cultura. Sin embargo, el problema de la enfermedad no se concluye asumiéndola como significado, representación o experiencia, que se refiere a la producción de saberes en los dos órdenes señalados, destacando la importancia de la cultura. Incluso, esta consideración ha requerido una revisión no sólo por el problema conceptual, sino porque atender específicamente la dimensión cultural dejó de lado otros aspectos igualmente importantes.

    Al respecto, muchos investigadores han destacado críticamente que no ha sido suficiente con dar cuenta de las representaciones per se, sino que es indispensable establecer cómo el significado y las prácticas interpretativas actúan recíprocamente con procesos sociales, psicológicos y fisiológicos para producir distintos padecimientos, así como sus trayectorias (Young, 1980; Taussig, 1980; Scheper-Hughes, 1988; Lock y Scheper-Hughes, 1990; Menéndez, 1990, 2002).

    La tensión generada por los estudios que abordan el eje enfermedad/cultura se advierte tanto a nivel conceptual cuanto a la propia validez que muestran (Kleinman, 1977), cuestionada por el excesivo relativismo cultural, pero también por evidenciar aspectos desdibujados de la manera en que se produce la enfermedad, es decir, aspectos ideológicos que se refieren a una estructura de dominación y resistencia (Lock y Scheper-Hughes, 1990, y Young, 1993).

    Young (1982), en un análisis crítico en el cual discute el modelo padecimiento/enfermedad y sobre todo la propuesta del modelo explicativo del padecimiento, destaca que dichas aproximaciones, al centrarse en la perspectiva del individuo, le restan importancia al orden social que moldea y distribuye la enfermedad. Con esto, el autor llamó la atención sobre una anthropology of sickness que tendría como centro de análisis la manera en que se genera todo conocimiento sobre la enfermedad, pero siempre relacionado con el contexto social y político que la produce.

    Esta perspectiva, cuya intención ha sido develar los procesos estructurales que están articulados a la expresión de la enfermedad y su atención, ha producido nuevas interrogantes acerca de las fuerzas políticas y económicas de alcance global que inciden en las expresiones locales de salud, enfermedad y su atención. Dichas interrogantes ponen atención en el eje enfermedad/ideología, es decir, en la preocupación por indagar cómo se produce socialmente la enfermedad, en contraste con aquella perspectiva que se pregunta cómo se construye culturalmente el padecer. Aquí ya no resulta tan importante la distinción padecimiento/enfermedad, sino establecer que la enfermedad es un producto social.

    Otra limitación del modelo padecimiento/ enfermedad fue observada y discutida por Hanh y Kleinman (1983), quienes nos dejan ver que dicho modelo de análisis resultó sumamente simplificado e impreciso, toda vez que asumir que lo etic sólo correspondía al conocimiento biomédico significaba dejar de lado el análisis biológico, social, cultural e ideológico que muestran otras prácticas no occidentales y la consideración de la biomedicina como objeto de estudio antropológico, con lo cual se daba paso a un importante sesgo. Estos autores, desafiando el paradigma biomédico, rompen con la idea de que la perspectiva objetiva sólo está del lado del modelo biomédico y van dando pautas para entender que todo conjunto de creencias y prácticas, para explicar y atender la enfermedad y el cuerpo, se constituye como un sistema de conocimiento con sus propias herramientas teóricas, técnicas e ideológicas. En consecuencia, destacan que la biomedicina, como cualquier conjunto de conocimientos y prácticas sobre la salud, enfermedad y su atención, debe ser analizada como un sistema cultural.

    La literatura anglosajona (Young, 1982) ha mostrado interés en discutir estas diferencias utilizando distintas nociones illness, disease, sickness, para referirse a las diferentes dimensiones en las que se expresa la enfermedad, y healing y curing (Hahn, 1995) para explicar la manera en que se atiende o se actúa, toda vez que para la antropología no sólo son importantes las ideas que los sujetos tienen sobre la enfermedad, sino también la relación que existe entre éstas y sus formas de atención. No obstante, lo más importante de estas elaboraciones teóricas y conceptuales está en destacar que existe un doble ordenamiento de las nociones y explicaciones sobre la enfermedad y su atención en función de saberes (saber de sentido común y saber profesional), que deben ser analizados como expresiones sociales, culturales, ideológicas, económicas de determinados conjuntos sociales.

    En México estas elaboraciones conceptuales han sido discutidas críticamente no por muchos antropólogos interesados en la explicación sociocultural de la enfermedad, desafortunadamente porque, a diferencia de Estados Unidos, el número de antropólogos médicos es menor en nuestro país.

    En general se puede mencionar que el modelo illness/disease es reconocido por aportar algunos elementos necesarios para explicar la enfermedad; no obstante, se advierten sus limitaciones y una de ellas, insoslayable por cierto, es el problema que deriva del hecho de que en español no tenemos la variedad de nociones que refieren o explican la enfermedad y su atención en los dos órdenes apuntados anteriormente. Sobre todo para destacar su diferencia en tanto producción social o construcción cultural como lo hemos anotado arriba.

    Desde este enfoque, una producción muy sólida teórica, metodológica y conceptual es la que ha proporcionado Menéndez (1978, 1986, 1990), quien al revisar el devenir de la antropología médica en América Latina, discute y analiza los logros, aportes y puntos de retraso y propone diversos temas y problemas para la profesionalización del área, más allá de la perspectiva de la etnomedicina, que centró su análisis en los padecimientos tradicionales.

    Si bien es necesario destacar que Menéndez no es el único que ha revisado críticamente el devenir de la antropología médica, dado que también lo hicieron Aguirre Beltrán (1986),¹³ Vargas y Casillas (1989)¹⁴ y posteriormente Campos (1997),¹⁵ desde nuestra perspectiva es quien se ha preocupado por construir un marco teórico conceptual más inclusivo para la argumentación de la manera en que los conjuntos sociales se explican y atienden la enfermedad.

    Menéndez (1990) crea como objeto de análisis el proceso salud/enfermedad/atención (s/e/a) definido como un hecho universal que encierra problemáticas estructurales, manifiestas también en una estructura de significados, ya que salud, enfermedad, muerte y su atención son hechos socioculturales que expresan relaciones de dominación y resistencia (Menéndez, 1994). Al afirmar que es un hecho universal, este autor nos orienta a observar cómo cada sociedad genera sus actividades teóricas, técnicas e ideológicas para enfrentar dicho proceso, produciendo sus propios curadores, que asumen la organización, transmisión y aplicación de estrategias, tanto para la cura como para el control, normativización y legitimación ante los conjuntos sociales (Menéndez, 1979, 1990). Este fundamento analítico sirve para destacar que cualquier grupo social, y no sólo los considerados nativos o las sociedades no occidentales, puede ser analizado a partir de la relación enfermedad/cultura, enfermedad/ ideología (Menéndez, 2002); y para afirmar que la enfermedad, ya sea el susto, el empacho, el estrés o la esquizofrenia, independientemente de que se configuren desde una etiología científica o popular, son hechos sociales que significan y representan diferentes cuestiones y circunstancias que los grupos sociales experimentan dependiendo de su contexto y momento histórico.

    Tomando en cuenta el análisis de la enfermedad en estos órdenes apuntados, la premisa que hemos adoptado como punto nodal es que la enfermedad es un hecho cultural porque representa y expresa pero, además, es un producto sociohistórico. Esto es, que cada sociedad y cultura tienen formas específicas de concebir, experimentar, usar y darle significado al cuerpo y a los hechos que se asientan en él. Y que, por tanto, producen sus propias representaciones sobre la naturaleza de éstos, constituyendo así un conocimiento elaborado social y culturalmente.

    Esta noción de enfermedad nos orienta hacia una nueva manera de pensar y escribir sobre el cuerpo y sobre su experiencia, porque la historia y las relaciones sociales se inscriben en él y, como lo ha señalado Pandolfi (1990), se vuelve memoria fenomenológica que abre una nueva manera de interpretación del dolor, del sufrimiento y del padecer. No obstante, habrá que destacar además que el cuerpo debe considerarse un producto social, es decir, no sólo es un objeto de conocimiento o un texto en el cual se inscribe la cultura, a través del cual se expresa la sociedad, sino mucho más. Definimos al cuerpo como un campo de experiencia perceptual de interacciones afectivas y sensibles, por medio del cual los actores conocen su mundo e interactúan, produciendo significados y negociando y renegociando sus situaciones en un proceso dinámico.

    De la discusión conceptual que se refiere a la enfermedad y al cuerpo en los dos órdenes de saberes que hemos apuntado anteriormente, queremos destacar que, aunque reconozcamos que tanto el saber biomédico como el saber de sentido común pertenecen a dominios distintos, en la vida cotidiana en la que los sujetos tratan y responden a sus circunstancias de enfermedad, se advierte que ambas concepciones son, en muchos sentidos, similares, se traslapan y refuerzan mutuamente. Esto nos conduce a resaltar su naturaleza dinámica, es decir, no se pueden abordar como elementos cosificados sino en permanente movimiento y transacción, dinamizados por la desigualdad socioeconómica, las diferencias socioculturales, de poder y de género.

    A los antropólogos médicos nos interesa justamente resaltar este proceso. Aunque podríamos decir que la gran mayoría de los estudios sobre la enfermedad y sus formas de atención se han enfocado a analizar el síntomaexperiencia del paciente y son escasos los estudios antropológicos que se refieren al signoconstrucción médico,¹⁶ el interés por estudiarlos en relación va en aumento, por lo menos en nuestro país, dado que en países anglosajones hay mayor tradición.¹⁷

    Mujer realizando su labor como telefonista.

    © Fototeca Nacional del INAH, Fondo Casasola.

    Sin importar tanto qué aspecto de los anteriores se enfoque, tal vez conviene destacar que la enfermedad que pretende explicar el antropólogo, cualquiera que ésta sea, debe ser en realidad un pretexto para estudiar relaciones porque el centro del análisis antropológico no es la comunidad ni el sujeto, sino las relaciones que entablan.

    Describir y analizar las relaciones que genera lo que representa y expresa la enfermedad y su atención nos conduce también a tomar en cuenta los puntos de tensión que ello origina. Esto nos sitúa en concordancia con una de las posturas más desafiantes de la antropología médica que postula, como enfatizan Marcus y Fisher (1986:26), que lo importante es explicar la comprensión de la vida social como una negociación de significados.

    Es que quizá, como ha señalado de diversas formas una variedad de autores (Young, 1982; Lock y Scheper-Hughes, 1990; Hahn y Kleinman, 1983; Kleinman y Good, 1985; Waitzkin, 1991; Lindenbaum y Loock, 1993; Good, 1996; Sargent y Johnson, 1996), la tarea de la antropología médica tiene que ir más allá de reconocer que estudia los sistemas médicos alternativos, en tanto que focaliza al otro como paciente y como otra conceptualización diferente de la hegemónica, y se vuelve una tarea mucho más radical al asumir que todo conocimiento relacionado con el cuerpo, la salud y la enfermedad se construye culturalmente, se negocia y se renegocia en un proceso dinámico a través del tiempo y del espacio.

    PARA ESTUDIAR LA ENFERMEDAD EN EL MEDIO LABORAL

    Hemos apuntado que el proceso s/e/a es un proceso en permanente modificación que refiere una doble dimensión (la estructural y la simbólica), dado que

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