Luna de miel
Por Leonard Michaels
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Leonard Michaels es uno de los grandes escritores norteamericanos del siglo xx aunque poco conocido en nuestro país. Sus relatos fueron admirados por Philip Roth y Saul Bellow y en su producción se encuentran obras maestras como este cuento que ahora presentamos, Luna de miel. El origen judío de Michaels, cuyos padres emigraron a EE.UU. desde Polonia, aparece de manera recurrente en este relato (y en sus demás textos) recordándonos en ocasiones a Woody Allen.
Leonard Michaels
Leonard Michaels (Nueva York, 1933 – Berkeley, 2003). Escritor norteamericano de cuentos, novelas y ensayos. Nació en Nueva York. Hijo de padres judíos , hasta los seis años solo habló yiddish. Ya desde su primer libro de cuentos, Going Places, fue considerado uno de los más brillantes escritores de ficción de su época. Sus historias eran urbanas y divertidas. Seis años más tarde escribió I Would Have Saved Them If I Could, una colección de relatos tan potente como la anterior. Su primera novela, The Men’s Club, fue llevada al cine en 1986 por Peter Medak, con guión del propio Michaels y protagonizada por Roy Scheider, Harvey Keitel y Frank Langella. Michaels fue profesor en Berkeley hasta su muerte en 2003.
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Luna de miel - Leonard Michaels
Leonard Michaels
Luna de miel
Traducción de
Aurora Echevarría
019Luna de miel
Un verano, en un complejo turístico para lunas de miel de las montañas Catskill, vi cómo una chica llamada Sheila Kahn se enamoraba del camarero que la atendía. Se había casado unas horas antes en la ciudad y era la primera noche que iba al restaurante. El camarero se inclinó a su lado y le preguntó si quería el bistec o el pollo. Ella lo miró con grandes ojos enfermos. Su marido dijo: «¿Sheila?». Las otras tres parejas sentadas a la mesa, todas recién casadas, miraron a Sheila como si esperaran el remate de un chiste. Ella se quedó ahí sentada como una momia.
El camarero, Larry Starker, un tipo alto de pómulos nórdicos y mirada gris glacial, era considerado peligrosamente guapo. De hecho, había posado para cubiertas de libros baratos, en las que aparecía como un bárbaro teutónico a punto de abusar de una mujer semidesnuda y esposada que se retorcía de terror y placer a sus pies. O encadenado a una columna, viendo acercarse a una reina del látigo enfundada en cuero. Pero el verdadero Larry Starker, de veintidós años, no tenía ni idea de sexo erótico. Había hecho primero en la facultad de Odontología y esperaba tener su propia consulta algún día en Brighton Beach, donde había crecido jugando al balonmano con los chicos del vecindario. Como el resto del personal del restaurante, trabajaba para pagarse los estudios y comprar libros.
Yo tenía dieciocho años y trabajaba de ayudante de Larry. Era mi primer trabajo en un buen complejo turístico. Los tres veranos anteriores había trabajado en un hotel cutre donde, aparte de comidas pesadas y un estanque con un bote de remos, había pocas distracciones, y los miembros del personal del restaurante dormíamos dos en una cama. Los maridos llegaban los fines de semana, montaban una mesa de cartas en el césped y jugaban al pinacle, sin hacer caso a las mujeres y a los niños que habían ido a ver. Mi familia solía pasar todos los veranos en un lugar así y mi padre era uno de esos hombres que jugaban al pinacle. Nunca me llevó a pescar ni a cazar como un padre norteamericano, pero él tampoco iba a pescar ni a cazar. El único lugar al que me llevó fue al cantero, un domingo por la tarde, para encargar su