Mario Muchnik. Editor para toda la vida: Conversaciones con Juan Cruz Ruiz
Por Mario Muchnik y Juan Cruz Ruiz
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La historia de Mario Muchnik, un editor audaz e inteligente, es suculenta desde todos los puntos de vista, y su humor es igual de fecundo que su memoria. Su capacidad de contar es la de un viejo marino, de guerra o de paz, pues conoce sin titubear todas las batallas de la edición y a sus personajes, desde el grumete al capitán. Él a veces ha sido grumete que, durante años, fue capitán de sí mismo en proyectos editoriales que han ido en ocasiones como transatlánticos, y en otras, afortunadamente, como atrevidos paquebotes.
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Mario Muchnik. Editor para toda la vida - Mario Muchnik
Duncan)
tardes felices con muchnik
Reconocimientos
Mario es el hombre que ama todos los libros y que los hubiera publicado todos. Como esto último es imposible, publicó muchos de los que a él le parecieron mejores. Él mismo es en sí un libro extraordinario, una persona que discute consigo mismo y con el mundo, y siempre tiene, a la salida de esas discusiones, más sabiduría y, por eso, mucha más alegría. Esta conversación nació de un impulso: estábamos hablando una tarde, en su casa llena de cuadros (entre ellos, los de Nicole, su mujer inteligente, aguda, una mirada imponente sobre la realidad y sobre el tiempo en que vivimos) y de libros (cuya ubicación él conoce como si fueran hijos o nietos dispersos por la geografía de la casa o del universo), y de pronto me amaneció el instinto del periodista que hace preguntas hasta cuando conversa, y le propuse a Mario que siguiéramos hablando ante una máquina grabadora. A él le pareció bien que lo hiciéramos. Hablamos durante semanas, siempre en horas de la tarde, y alguna vez por teléfono, por las circunstancias que nos impuso la pandemia que nos mantenía a todos en casa.
En ningún momento hubo flotando la idea de que estábamos haciendo un libro sobre Muchnik, sino una conversación con Mario, a la que él se entregó con alegría, generosidad y energía. Cuando ya habíamos avanzado, se me ocurrió que esta conversación (o entrevista: cuando un periodista pregunta, lo que sucede siempre es una entrevista) podría servir para los numerosos jóvenes que, viniendo de otras profesiones u oficios, quieren saber de las experiencias de maestros indiscutibles de este arte de combinar inteligencia y compromiso para dar a la imprenta obras que no pueden estar guardadas en los cajones. A Mario le pareció bien la idea, y el editor al que acudí para hacer realidad el proyecto que se nos había ocurrido mientras hablábamos Mario y yo fue Manuel Ortuño, al que la historia editorial sobre los que garantizan los mejores catálogos le tendría que preparar un monumento. Ortuño dijo sí, y nosotros seguimos conversando, a veces en presencia del propio Ortuño.
Mario fue siempre paciente conmigo, y en todo momento mantuvo ese entusiasmo que ha hecho legendaria también su alegría de contar. En muchos momentos nos emocionamos los dos, como si estuviéramos asistiendo a una conversación a la que, de pronto, se incorporaran seres que ya no están pero que siguen empujando, desde los libros que publicaron o que publicó Muchnik, con la inteligencia que mejoró la vida de miles y miles de lectores en España y en el mundo.
Fui feliz releyendo lo que él me dijo, igual que fui muy feliz oyéndolo contar, y le debo ahora aún más gratitud a este gran editor al que ya amaba y respetaba. A Nicole y a Mario los quiero aún más que antes de entrar en su casa tan generosa. Añado ahora una línea de reconocimiento a Manuel Ortuño y al equipo de Trama editorial: de esta conversación de periodista han logrado, con sus puntualizaciones y con sus apuntes específicamente editoriales (esa selección de frases de Muchnik que al final se recogen son otro regalo del pensamiento de nuestro protagonista), mejorar mi entrega de periodista desmañado. Les muestro aquí mi reconocimiento y mi alegría por hacer este homenaje a la trayectoria de un editor inigualable.
Una breve introducción
Para hacer un retrato de Mario Muchnik, un editor audaz e inteligente, habría que estar con él, como se dice en la canción de Joaquín Sabina, al menos quinientas noches. Su historia es suculenta, desde todos los puntos de vista, y su humor es igual de fecundo que su memoria. Su capacidad de contar es la de un viejo marino, de guerra o de paz, pues se conoce sin titubear todas las batallas, con sus personajes, desde el grumete al capitán, y él a veces ha sido grumete que, durante muchos años, fue capitán de sí mismo en proyectos editoriales que han ido en unas ocasiones como transatlánticos y, en otras, como atrevidos paquebotes.
Es una maravilla escucharle, y es imposible seguirle del todo, pues su cultura, su generosidad y su inteligencia dan por supuesto, sin que eso se compadezca con la realidad, que uno es capaz de estar a su altura. Él te sobrepasa, así que cuando vuelve de la narración de su viaje tú sigues en el mismo sitio, y no solo en las cuestiones prácticas del mundo de la edición, pues es experto en todo lo que ha tocado y, por tanto, también en el universo, a veces tan dañino, de las relaciones humanas o de la Física, que un día creyó que iba a ser su porvenir e incluso su vida. Su padre, don Jacobo, lo rescató de esa pasión, y le dio ejemplo de lo que es un editor: fiesta y trabajo, locura y audacia, inteligencia.
Esta conversación, pues, tuvo que haber dispuesto de quinientas noches o de mil horas, pero se metió por medio la pandemia que nos atacó a todos en la primavera de nuestro descontento, en España y en el mundo, y al cabo de siete u ocho sesiones en las que él a veces se tomó un whisky y el entrevistador tomó Coca- Cola (excepto cuando él tomó whisky), hubo que decidir que ya era hora de pasar a limpio tan esclarecida colección de recuerdos.
Mi oficio fue alguna vez el de editor, pero soy un periodista desde la infancia. Tuve, pues, el honor de ser colega accidental (¿se puede ser colega accidental?) de Mario Muchnik, y guardo de él inmensa gratitud porque me enseñó hasta cuando no hablaba, pues un editor lo es también por sus silencios. Ha escrito varios libros de memorias, en los que puso hoja por hoja muchas de sus vivencias, y también de sus opiniones. Asimismo, Mario es un fotógrafo, así que ha dejado igualmente testimonio gráfico de sus andanzas, que han tenido efecto en los más variados países o saraos. Su colección de retratos, escritos o fotografiados, resultan una suculenta relación de rostros y de hechos (que a veces van juntos) del siglo
xx
y algunos años restantes de las recientes décadas. Esas fotografías suyas son, en su totalidad, en blanco y negro, como el alma humana; de esa mirada, de su modo de lograrla, hay algunos vestigios que llegan al vértigo de la pintura, como ese impresionante cuadro en el que muestra, como una obra de arte, la melancolía con la que Julio Cortázar, su amigo, le fue diciendo adiós a todo esto.
Confieso que me divertí tanto como en una película de los hermanos Marx incluso cuando Mario contaba historias como de Ingmar Bergman, porque no hubo, en ninguna de sus fértiles excursiones por la memoria, nada que obstaculizara su buen humor e, incluso, su capacidad para acusar y para perdonar a la vez viejas ofensas, que tuvo tantas.
Habíamos reído nosotros mismos leyéndole esos libros de su amplia autobiografía editorial (sobre todo Lo peor no son los autores, que no es solo autobiográfico sino que es inteligentemente autocrítico), pero este concentrado de Mario es aún más redondo. Porque en él se asocian ahora la autoridad del tiempo con la inteligencia con que nació, heredada de don Jacobo y de la vida, que le permite quitarle importancia a lo que desde el origen de los sucesos sin duda no la tenía. Ese carácter saludable, risueño, lleno también de fe y de esperanza en un oficio al que él ha dedicado su vida hasta cuando le fue esquivo, da de sí una mirada fantástica, de la que fuimos testigos de privilegio su mujer, Nicole, inteligente como su pintura y sus opiniones, el editor Manuel Ortuño y quien suscribe las numerosas preguntas que el maestro respondió como si en su cerebro funcionara una maquinita de recordar hasta el más mínimo detalle.
Tuvimos una cómplice más, Rosa López, amiga y partícipe de antiguas batallas, que asumió una tarea que no era fácil. Pues igual que sucede con las personas que dominan con su memoria y su gracia las tertulias (me acuerdo de Manuel Vicent, de Fernando Fernán Gómez y de Rafael Azcona), Mario es capaz de estar ahora en Estambul y en seguida naciendo en Buenos Aires, de modo que reflejar ese mundo atiborrado de coincidencias que no conocen límites, ni de espacio ni de tiempo, requiere un ejercicio de enorme equilibrio para que no se te escape por las esclusas del caos la conexión que tienen entre