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EKKLESIA: Redescubriendo el instrumento de Dios para la transformación del mundo
EKKLESIA: Redescubriendo el instrumento de Dios para la transformación del mundo
EKKLESIA: Redescubriendo el instrumento de Dios para la transformación del mundo
Libro electrónico393 páginas7 horas

EKKLESIA: Redescubriendo el instrumento de Dios para la transformación del mundo

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UN MANUAL PARA LA IGLESIA DE ESTE SIGLO

Lo que ocurre cada semana en las iglesias es maravilloso: milagros, salvación y restauración. ¿Qué hay que hacer para que eso ocurra diariamente en la ciudad, como lo vemos en el libro de Los Hechos? Es este libro intrigante, el Dr. Edgardo Silvoso escudriña las Escrituras para redescubrir el diseño

IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento23 ene 2021
ISBN9781916417175
EKKLESIA: Redescubriendo el instrumento de Dios para la transformación del mundo

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    EKKLESIA - Dr. Edgardo Silvoso

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    La Iglesia: Una propuesta radical

    De algo menos a algo más

    La palabra Ekklesía, en el manuscrito griego de la Biblia, es traducida como iglesia en la versión en español. En lo que respecta a la Iglesia como institución y a su introducción en los Evangelios es por demás intrigante que Jesús no haya dicho, Yo edificaré mi Templo o Yo edificaré mi sinagoga, las dos instituciones judías religiosas más prominentes de aquellos tiempos. En cambio, Él dijo, Yo edificaré mi Ekklesía. Y al hacer eso Él escogió una entidad secular dado que la ekklesía, en los días de Jesús, no era una institución religiosa sino una secular, que fue desarrollada originalmente por los griegos y luego adoptada por los romanos para gobernar sus imperios. ¿Por qué escogió Jesús algo secular en vez de una de las dos entidades religiosas en existencia? ¡La respuesta es fascinante, desafiante y empoderadora!

    Hoy en día, cuando escuchamos la palabra iglesia, generalmente nos imaginamos un edificio solemne con una cruz emplazada en un lugar prominente, con púlpito, bancos, sacerdotes o pastores, coro, grupos de adoración, ujieres y miembros.

    De ninguna manera menosprecio esos conceptos ya que los mismos reflejan expresiones muy valiosas de la forma y el lugar donde los cristianos practican su fe. Sin embargo, en los días cuando Jesús caminó sobre esta tierra, Ekklesía —la palabra griega que es traducida como iglesiano tenía una connotación o naturaleza religiosa en lo absoluto. Tanto es así que cuando Jesús la usó en el Evangelio de Mateo, esta palabra ya había estado en uso por siglos tanto en el imperio griego como el romano para referirse a una institución secular que operaba en el mercado³ con atribuciones de gobierno.

    Cuando Jesús escogió la palabra Ekklesía para introducir su entidad redentora, ninguno de sus discípulos la hubiese considerado aceptable y mucho menos redimible —como veremos luego— ya que la ekklesía romana era una institución pagana que constituía además un baluarte extranjero en Israel.

    Es verdad que la palabra Ekklesía aparece en la versión Septuaginta, la traducción al griego del Antiguo Testamento, para referirse a asambleas religiosas pero la que Jesús usó tiene que ver con la versión secular originada en Grecia y posteriormente adoptada por los romanos. ¿Cómo evolucionó, entonces, esta institución de origen secular para llegar a convertirse en la expresión religiosa con la que estamos tan familiarizados hoy día? Y, más aún, ¿cómo mutó de su rol central en el mercado donde le marcó el paso a la sociedad, tal como lo leemos en el Nuevo Testamento, al nivel social menos relevante y exclusivamente etéreo que tiene hoy, que se la identifica con un edificio y con lo que sus miembros hacen dentro de esas cuatro paredes?

    Diferente a la Iglesia contemporánea

    Los ejemplos de la Iglesia del Nuevo Testamento son muy diferentes de la noción contemporánea de que la iglesia es un lugar, un edificio adonde sus miembros concurren, usualmente, una vez por semana. En las Escrituras, el uso de la palabra Iglesia siempre describía a personas, nunca a edificios. Los creyentes no iban a la iglesia, sino que ellos eran la iglesia y cuando se reunían en el Día de Reposo, lo hacían como una asamblea magna donde eran equipados para llevar la presencia y el poder de Dios a sus esferas de influencia en la ciudad y en la región donde vivían.

    Más precisamente el uso de la palabra Ekklesía en el Nuevo Testamento consistentemente describe una asamblea de gente que opera las 24 horas del día, los 7 días de la semana ...de casa en casa..., por toda la ciudad, como un organismo transformador y no como una institución estática (Hechos 2:46; 5:42). Su objetivo siempre fue la transformación no sólo de personas sino también de la sociedad, en vez de ser una estación de trasbordo de almas salvadas rumbo al cielo.

    La Iglesia del Nuevo Testamento era tan vibrante y expansiva que le hizo frente y derrotó a las poderosas instituciones políticas y religiosas que trataron de aniquilarla desde su inicio. Su vitalidad y vigor fueron tales que en cuestión de semanas llenó a toda Jerusalén — la ciudad que crucificó a su fundador— con la doctrina de sus apóstoles (ver Hechos 5:28), e hizo que miles de nuevos convertidos engrosaran sus filas, confesando públicamente que Jesús es, en verdad, el Hijo de Dios.

    Su capacidad de crecimiento fue tal que dos años después de que Pablo plantara la Ekklesía en la ciudad de Éfeso, todos los que habitaban en [la provincia Romana de] Asia oyeron la palabra del Señor Jesús (Hechos 19:10). Éste fue un logro nada pequeño, ya que la población de esa región excedía el millón de personas. Y no mucho tiempo después, Pablo declaró con certeza: desde Jerusalén, y por los alrededores hasta Ilírico, todo lo he llenado del evangelio de Cristo (Romanos 15:19). Esa área cubre una distancia de 2200 kilómetros con una superficie de alrededor de 777.000 kilómetros cuadrados. Esa saturación llevó a Pablo a tener que fijar su mirada en España, que distaba unos 5800 kilómetros de Jerusalén, el lugar donde nació el cristianismo (versículos 18-24), como su próximo objetivo ya que no tenía más campo en las regiones intermedias.

    Lo que hace que todo esto sea asombrosamente notable es que la Ekklesía que Jesús anunció en Mateo 16 logró todo esto sin apoyo militar o gubernamental. Fue, en cambio, un masivo movimiento de personas que avanzó victoriosamente de región en región como la contracultura del statu quo existente.

    La magnitud de esa expansión en tan breve tiempo es difícil de imaginar y mucho menos de emular, o de siquiera concebir como la norma hoy en día ya que todo eso se logró sin contar con los seminarios, edificios o ministros profesionales que tenemos hoy. Más aún, con la excepción de algunas epístolas pastorales que circularon regionalmente, tampoco contó con el Nuevo Testamento⁵ y sólo gozó de acceso ocasional a los escritos del Antiguo Testamento, sobre todo en regiones no judías. Y aún así era tan vibrante y poderosa que, en vez de ser un punto más en la agenda de la sociedad, ¡la Ekklesía fue la que determinó la agenda social en donde se la plantaba!

    Un chequeo de la realidad muy necesario

    Al comparar esos logros con nuestra menor relevancia social hoy en día, nos vemos obligados a plantear otras preguntas: ¿Dónde está la influencia de la Iglesia contemporánea frente al caos social, económico, político y moral que está causando tanto estrago en el mundo? Y, ¿dónde se encuentra la Iglesia hoy en relación con el victorioso clímax que se describe en Apocalipsis 21:24-27, donde, guiadas por sus gobernantes, una procesión de naciones salvas —no sólo de gente sino también de naciones — traerá el honor y la gloria de esas naciones como un regalo de bodas a Jesús?

    Nada es más maravilloso que lo que ocurre dentro de las cuatro paredes de la iglesia: salvación, sanidades, arrepentimiento, liberación, reconciliación, restauración, enseñanza bíblica y adoración sublime. Por eso es que el domingo es el mejor día de la semana para los creyentes. Sin embargo, la pregunta que se impone es, ¿cómo hacer para que eso tan hermoso y transformador que ocurre semanalmente dentro de un edificio se dé diariamente en toda la ciudad? Porque eso es lo que se ve en el Libro de los Hechos y en la historia de la Iglesia durante los primeros tres siglos. A la luz de esta discrepancia, que presentamos como un desafío y no como una descalificación de lo hermoso que tenemos hoy en la Iglesia, es necesario reconocer que algo nos está faltando. De ser así, ¿qué es?

    No es mi intención menospreciar o menoscabar en lo absoluto a la Iglesia tal cual es hoy. Sus pastores y ministros son personas por demás sacrificadas que ayudan al prójimo día tras día y semana tras semana. Al contrario, yo estoy incondicionalmente comprometido con la Iglesia tanto como miembro y como líder. Tan es así que nadie puede integrar nuestro equipo ministerial a menos que sea miembro activo de una iglesia local.

    No obstante, sí destaco la necesidad de señalar constructivamente que, para poder cumplir la misión que Jesús le asignó, la Iglesia debe recuperar lo que la empoderó tanto en sus inicios para reinyectarlo no como un programa ocasional sino como un estilo de vida avasallador.

    Es por eso que en este libro, en vez de usar la palabra Iglesia, con sus ricas connotaciones religiosas y tradicionales, he escogido la que se encuentra en los manuscritos originales —Ekklesía— en esta búsqueda por redescubrir esta entidad que Jesús nos aseguró que prevalecería contra las Puertas del Infierno para que no sólo las personas sino también las naciones y sus gobernantes sean salvos.

    Es necesario reconocer que algo nos está faltando.

    Además, en lugar de deletrearla como ecclesía, he escogido deliberadamente hacerlo como E-k-k-l-e-s-í-a—con doble k—debido a que muchos lectores están inclinados a asociar la primera palabra con lo eclesiástico, un término que se utiliza para describir actividades exclusivamente religiosas, lo cual opacaría el objetivo transformador de lo secular para el cual la Ekklesía fue diseñada, como se verá más adelante.

    ¿Por qué Jesús enseñó tan poco sobre la Iglesia?

    Uno tiende a suponer que durante su ministerio terrenal Jesús pasó muchísimo tiempo dictando cátedra sobre la Iglesia, explayándose acerca de su naturaleza y de cómo plantarlas y hacerlas crecer. Si este es tu caso, prepárate para ser sorprendido porque, en lo que respecta a los cuatro Evangelios, Jesús usó la palabra traducida como iglesia en nuestras Biblias solamente tres veces (ver Mateo 16:18 y 18:17). ¡Sí! solamente tres es la suma total de sus alusiones en los Evangelios a esta importantísima institución. ¿Por qué?

    Antes de contestar esa pregunta hay que agregar una segunda pregunta, que es por demás desafiante. Todos reconocemos el rol vital que ha tenido y sigue teniendo el plantar iglesias para evangelizar y discipular. Sin embargo, es intrigante que en las Escrituras no haya ni un mandamiento ni instrucciones acerca de cómo plantar una iglesia. Esto no significa que no se las haya plantado, porque en el Nuevo Testamento muchísimas iglesias fueron establecidas a lo largo y a lo ancho del Imperio Romano y aún más allá; ni que no debamos plantarlas hoy porque plantar iglesias es el motor de la Gran Comisión.

    Tampoco significa que la Iglesia no sea una pieza esencial en el plan de Dios porque Pablo la describe como la casa de Dios... la iglesia del Dios viviente, columna y baluarte de la verdad (1 Timoteo 3:15). Además, Pablo enseñó exhaustivamente acerca de cómo gobernarlas. Aún así, cabe preguntarse ¿por qué Jesús, su fundador, enseñó tan poco acerca de ella, y por qué ni Él ni sus apóstoles dejaron instrucciones específicas acerca de cómo plantarlas? Esto es por demás enigmático.

    Asimismo, la forma en que se escogieron sus líderes en el Nuevo Testamento nos desafía aún más. Hoy consideramos determinadas epístolas, como las que Pablo escribió a los Filipenses y a los Tesalonicenses, madera de primera calidad con la cual confeccionar el mobiliario teológico de la Iglesia. Sin embargo, es sorprendente que Pablo, quien plantó esas iglesias, haya pasado apenas cuatro días en Filipos y ni siquiera tres semanas en Tesalónica y que no obstante su corta estadía, al marcharse haya dejado establecidas iglesias dinámicas en ambas ciudades con un liderazgo local competente. ¡Y todo eso en tan poco tiempo! ¿Cómo lo logró?

    En la actualidad, somos muy meticulosos cuando se trata de plantar una iglesia, y mucho más cuando se trata de designar a sus ancianos o sobreveedores, de modo que a menudo nos lleva años hacerlo. Yo no tengo objeción alguna a ser minucioso en este asunto, ya que Pablo nos amonesta en un pasaje en el que enseña sobre el gobierno de la iglesia: No impongas con ligereza las manos a ninguno (1 Timoteo 5:22). Sin embargo, el hecho que no debe pasarse por alto es que el principal plantador de iglesias en el Nuevo Testamento no sólo lo hizo dejando establecido un liderazgo competente; y que esas congregaciones, bajo la supervisión de los líderes que Pablo escogió en tan poco tiempo, son los modelos que nosotros procuramos emular, pero lamentablemente sin el mismo resultado.

    Este contraste entre lo que Pablo hizo tan magistralmente y lo que nosotros intentamos replicar dispara otra pregunta por demás desafiante: ¿Qué clase de iglesias son las que plantó? La respuesta a estas inquietantes preguntas la encontré, luego de mucha oración y estudio de la historia y de la Palabra de Dios, en el origen secular de la ekklesía. Esto me permitió ver, no sin cierta sorpresa, lo que Jesús realmente tuvo en mente cuando introdujo su versión de la Ekklesía: su intención fue adoptar o apropiarse de un concepto secular existente para impregnarlo con el ADN del Reino de Dios.

    Llegar a entender que las raíces y la función de la ekklesía son de carácter secular —algo que antecedió al uso que hizo Jesús del término— es la clave para redescubrir la Iglesia tal como Jesús la concibió. ¿Por qué? Porque como veremos a continuación, Él la diseñó para operar en el mercado como un movimiento de personas y no como una institución religiosa confinada a cuatro paredes.

    El génesis de la Ekklesía

    En los días de Jesús, había tres instituciones claves en Israel: el Templo, la sinagoga y la ekklesía. Erróneamente se supone que las tres eran religiosas pues en realidad sólo el Templo y la sinagoga lo eran. La ekklesía no era religiosa en lo absoluto, ya que se inició como una asamblea de ciudadanos para gobernar las ciudades-estados en el Imperio Griego. La ekklesía griega estaba constituida por hombres mayores de 18 años que habían militado en el ejército dos años como mínimo. Como tales eran personas sustancialmente comprometidas con el establecimiento y el bienestar de la ciudad-estado en la que residían.

    Con el tiempo, la ekklesía llegó a tipificar una asamblea de ciudadanos debidamente constituida con autoridad gubernamental. Subsecuentemente los romanos asimilaron este concepto⁶ cuando reemplazaron a los griegos en la escena imperial. Debido a esta familiaridad con el concepto de la ekklesía, la gente en los días de Jesús sabía con perfecta claridad que la misma era una institución de gobierno secular porque la veían en acción todos los días. Es por eso que Jesús no tuvo que explayarse sobre el asunto ya que era por demás conocido.

    La intención de Jesús fue apropiarse de un concepto secular existente para impregnarlo con el ADN del Reino de Dios.

    Cuando los romanos conquistaban un nuevo territorio, tomaban a personas idóneas y las romanizaban, es decir, les inculcaban la cultura, las normas, el idioma y la vestimenta de Roma, para luego nombrarlas ancianos, sobreveedores, en la ekklesía que establecían en esa región. Su objetivo era muy específico: debían hacer que se acatasen las leyes de Roma hasta que todo reflejara la cultura y la forma de gobierno romanas.

    Un claro ejemplo de cómo operaba la ekklesía secular en el Nuevo Testamento lo encontramos en el Libro de los Hechos, cuando los compañeros de Pablo, Gayo y Aristarco, fueron llevados por la fuerza por una turba al teatro de Éfeso (una colonia romana) a raíz de la queja formulada por el sindicato local de plateros. La palabra traducida como asamblea en este pasaje es la misma que se traduce como iglesia en otras partes en el Nuevo Testamento (ver Hechos 19:32, 39).

    Aquí la palabra ekklesía se emplea dos veces para describir a la multitud y la tercera vez, a la corte misma, lo cual indica que se la empleaba para referirse a un grupo de personas reunidas en asamblea para asuntos de gobierno. De hecho, cuando el funcionario romano despidió a la asamblea [ekklesía], lo hizo advirtiéndoles que la manera en que se había convocado y conducido corría el riesgo de ser considerada ilegal (Hechos 19:41). Nótese que la palabra asamblea aquí es la misma que se traduce como iglesia 112 veces en el Nuevo Testamento. Este modelo de ekklesía es precisamente el que Jesús escogió para emular y cooptar conceptualmente, como veremos más adelante en mayor detalle.

    En ese contexto es muy revelador que Jesús no haya dicho, "Yo edificaré mi Templo" ni "Yo edificaré mi sinagoga", las dos principales instituciones religiosas en Israel. De haber querido escoger lo religioso, Él hubiese dicho: Yo restauraré y aun incrementaré la gloria original del Templo para que jefes de estado vengan a Jerusalén, como lo hizo la Reina de Saba, hasta que todos los gobernantes del mundo hayan doblado su rodilla ante el Dios que se adora aquí. O Él podría haber declarado: Yo edificaré una red mundial de sinagogas para que el Evangelio esté al alcance de la gente en todas las naciones. En cambio, Él anunció: "Yo edificaré mi Ekklesía". Para entender el profundo significado de esta elección hay que destacar en qué se diferenciaba la Ekklesía de Jesús del Templo y de la sinagoga.

    El Templo era un edificio religioso en el que residía la presencia de Dios y adonde la gente concurría a ofrecerle sacrificios por medio de los sacerdotes. La sinagoga era también un lugar religioso donde los judíos se reunían una vez a la semana para leer las Escrituras, confraternizar y orar bajo la supervisión teológica de los rabinos. Contar con un edificio adonde sus miembros concurrieran era esencial para que tanto el Templo como la sinagoga pudiesen funcionar.

    Pero cuando llegó el momento de introducir Su entidad transformacional, Jesús no escogió a ninguna de esas dos instituciones. En cambio, Él declaró que edificaría Su Ekklesía, eligiendo un concepto que, tanto en el Imperio Romano en general como en Israel por estar bajo su yugo, se utilizaba para describir a una institución de gobierno secular.

    El Señor no descartó todos los componentes del Templo ni de la sinagoga, sino que asimiló algunos de ellos a Su Ekklesía. Por ejemplo, del Templo Él retuvo la adoración y la presencia residente de Dios, y de la sinagoga el rol central de las Escrituras y de la confraternidad entre sus miembros. Sin embargo, el Templo y la sinagoga difieren radicalmente de la Ekklesía de Jesús es en lo que se refiere a constitución, ubicación y movilidad. El Templo y la sinagoga eran instituciones estáticas que funcionaban en edificios a los que sus miembros debían concurrir en ocasiones específicas bajo el tutelaje de líderes religiosos, mientras que la Ekklesía de Jesús, según se la ve en el Nuevo Testamento, es un movimiento de gente de Dios, dinámico en vez de estático, que no depende de un edificio y que fue diseñado específicamente para operar las 24 horas del día, los siete días de la semana, en el mercado, a los efectos de impactar a todos y a todo.

    El Conventus: un fascinante paralelo

    La versión romana de la ekklesía ya era bien conocida en los días de Jesús, algo que es clave tener en mente para el tema que estamos tratando. Sin embargo, también había otra institución secular contemporánea de la ekklesía romana que es de suma importancia destacar: el Conventus Civium Romanorum, o, abreviado, el Conventus. Según el erudito bíblico Sir William Ramsay, cuando varios ciudadanos romanos se juntaban en algún lugar, pero sobre todo en los territorios todavía no conquistados, esa reunión se constituía en un Conventus. ¿Qué era el Conventus? Cuando por lo menos dos o tres ciudadanos romanos se reunían, el poder y la autoridad del emperador estaba en medio de ellos. Aunque la distancia geográfica los separaba de Roma y del emperador, el Conventus automáticamente incorporaba todo lo que Roma representaba en medio de ellos. El Conventus era la ekklesía romana en un microcosmos.

    Un ejemplo de cómo operaba el Conventus se ve en Hechos 16, cuando los magistrados romanos entraron en pánico al darse cuenta de que habían azotado y puesto en la cárcel a un conciudadano (Pablo) sin el debido proceso judicial que les correspondía a los romanos. En otra ocasión, un centurión y su comandante exhibieron similar preocupación al descubrir que Pablo, a quien estaban por azotar, era un ciudadano romano (ver Hechos 22:24-29). Evidentemente, cuando dos o tres ciudadanos romanos se conectaban, las leyes (y la protección) del emperador regían esa reunión.

    La Ekklesía de Jesús es un movimiento de gente de Dios que fue diseñado para operar las 24 horas del día en el mercado para impactar a todos y a todo.

    Esto es por demás relevante porque en Mateo 18, luego de describir la autoridad que le ha sido confiada a los miembros de la Ekklesía para atar y desatar (palabras del ámbito jurídico que significan prohibir o permitir con respaldo legal) a los efectos de que la voluntad de Dios se haga en la tierra, Jesús declaró que donde están dos o tres reunidos en mi nombre, allí estoy yo en medio de ellos (versículo 20). Así es exactamente como el Conventus Romano ejercía la autoridad que le había sido delegada por el emperador. Jesús también puso Su autoridad a disposición de Su Ekklesía pero en una dimensión mayor porque estipuló que "...todo lo que atéis en la tierra, será atado en el cielo; y todo lo que desatéis en la tierra, será desatado en el cielo" (Mateo 18:18).

    Al preferir el modelo de la Ekklesía en vez del Templo o de la sinagoga, Jesús escogió una entidad mejor equipada para tener éxito no tan sólo en una nación religiosa como Israel, donde Él ministró personalmente, sino también en las sociedades paganas adonde Él habría de enviar a sus discípulos. Su objetivo final no fue, ni tampoco lo es hoy día, reproducir o expandir instituciones religiosas, sino que fue, y sigue siendo, que no sólo las personas sino también naciones sean discipuladas por medio de la incorporación de la levadura de Su Reino en su fibra social a través de la Ekklesía.

    Una vez que se entiende que Jesús deliberadamente escogió un concepto secular con el que sus discípulos y sus contemporáneos ya estaban familiarizados, se puede ver por qué Él no tuvo que enseñar tanto acerca de la iglesia, o Ekklesía, ya que no había necesidad de explicar lo que ya todos entendían. Para la gente que vivía bajo el Imperio Romano, incluido Israel, la ekklesía era un concepto tan familiar como lo es el congreso o el parlamento para los que viven en una democracia, o el directorio para los que trabajan en una empresa. Ni Jesús ni los escritores del Nuevo Testamento tuvieron luego la necesidad de explicar a sus audiencias lo que ya era ampliamente reconocido por todos como una asamblea de gente empoderada para tomar decisiones que regían a la sociedad.

    Por otro lado, sí fue menester que Jesús enseñara extensamente sobre el Reino de Dios o su equivalente, el Reino de los Cielos, porque ése era el nuevo factor de la ecuación. Tanto es así que Él hizo referencia al Reino más de cincuenta veces en los Evangelios.

    Tornando mesas en púlpitos

    El crecimiento súper rápido de la Ekklesía en el Nuevo Testamento fue posible porque Jesús la hizo desplazarse sobre carriles sociales ya existentes, a saber: las comidas, algo de lo que la gente participaba todos los días. Esto se ve en la primera descripción de la asamblea (Ekklesía) después de Pentecostés, donde leemos que los creyentes, "...perseveraban en la doctrina de los apóstoles, en la comunión unos con otros, en el partimiento del pan (comidas) y en las oraciones" (Hechos 2:42). Esto no es algo que ocurrió sólo una vez, o esporádicamente, ya que uno de los ejemplos más comunes de una reunión de Iglesia Primitiva es el de creyentes que comparten una comida, lo cual, al agregarle la doctrina de los apóstoles para conocer y hacer la voluntad de Dios, lo elevaba al nivel de una asamblea. Esas comidas eran por tradición un foro inclusivo en el que los visitantes y los vecinos, incluso los gentiles, eran bienvenidos (no como el caso del Templo o la sinagoga), y esta característica insertaba a la Ekklesía en el seno de la vida cotidiana de la ciudad como un foro incluyente en vez de aislarla de ella.

    Al determinar que la Ekklesía se desplazara sobre carriles sociales ya existentes (comidas), Jesús tornó las mesas en púlpitos y los hogares en foros del Reino donde los no creyentes eran bienvenidos para ser evangelizados de una manera no religiosa. Es por eso que los archienemigos acusaron a los discípulos, sólo algunas semanas después de Pentecostés, de haber llenado a Jerusalén de (su) doctrina (Hechos 5:28). La saturación de una ciudad con las enseñanzas apostólicas se logró no porque toda Jerusalén concurriera a un servicio religioso o a una campaña evangelística sino porque la Ekklesía había permeado permanentemente toda la ciudad, al punto de que la gente ponía a sus enfermos en las veredas esperando que al menos la sombra de Pedro los sanara, algo que convirtió a Jerusalén en una sede evangelística (ver Hechos 5:15-16).

    Para la gente del Imperio Romano, la ekklesía era un concepto tan familiar como lo es el congreso o el parlamento para los que viven en una democracia.

    Esta saturación se logró, en primer lugar, porque Jesús no confinó a sus seguidores a operar exclusivamente dentro de edificios, ni tampoco los limitó a un rígido programa de reuniones centralizadas. Por el contrario, eran sus discípulos y no los edificios los que constituían su Ekklesía (aún cuando tan sólo dos o tres estuviesen presentes porque allí Su presencia se manifestaba en medio de ellos). Y, en segundo lugar, porque la Ekklesía de Jesús, en el Nuevo Testamento, no era un tanque esterilizado y antiséptico donde sus discípulos almacenaban y aislaban a los convertidos pescados en el turbulento y convulsionado mar de la vida, hasta que llegase un barco frigorífico para transferirlos a un puerto celestial donde iban a ser procesados. Al contrario, su Ekklesía, ya sea en la expresión embrionaria del Conventus, o en una versión más expansiva, fue diseñada por Jesús como el medio para inyectar la levadura del Reino de Dios en la masa de la sociedad para que, primero las personas, luego las ciudades y, finalmente las naciones, fuesen discipuladas (ver Hechos 1:8, 5:28, 19:10; Romanos 15:22-24, Apocalipsis 21:24-25).

    Así como Roma llevó su presencia, su poder y su cultura a los lugares más remotos del Imperio, Jesús diseñó Su Ekklesía para que llevase Su presencia, Su poder y la cultura del Reino de Dios a todo lugar pero con una adición que le otorgó una ventaja decisiva sobre la ekklesía romana: Su Ekklesía recibió autoridad para legislar tanto en el reino de lo visible como en el de lo invisible para que las Puertas del Infierno no prevalezcan en ninguna de esas esferas.

    En el corazón de todo clamor para que venga un poderoso avivamiento hay siempre un intenso deseo de encontrar la senda que nos lleve a experimentar la majestuosa y poderosa Ekklesía que Jesús estableció y de la que leemos con admiración y celo santo en el Libro de los Hechos: una asamblea de gente redimida desbordante de poder y libre de toda limitación o confinamiento humano o estructural. Esta es la travesía en la que estamos embarcados en este libro. Permíteme compartir en el próximo capítulo cómo llegamos hasta aquí y hacia dónde nos dirigimos.


    ³ Cuando uso la palabra mercado en este libro no me refiero a la feria abierta o un negocio donde se vende comida o mercadería, como es muy común en el mundo hispano parlante, sino a la traducción de la palabra del inglés marketplace, la cual yo defino como la combinación del comercio, la educación y el gobierno que constituyen las arterias por las que fluye la vida cotidiana en la ciudad y en la nación.

    ⁴ Cada vez que escribo la palabra ekklesía con e minúscula, me refiero a la versión secular pero cuando lo hago con E mayúscula me refiero a la Ekklesía que Jesús introdujo en Mateo 16:18.

    ⁵ El Nuevo Testamento no fue compilado y reconocido como tal hasta el año 325 por el Concilio de Nicea.

    ⁶ Los romanos conquistaron a los griegos pero la cultura griega conquistó a los romanos, haciendo que el Imperio Romano fuese culturalmente helenista.

    ⁷ Para más información sobre esto, ver Young-Ho Park, Paul's Ekklesia as a Civic Assembly: Understanding the People of God in Their Politico-Social World (Mohr Siebeck, 2015).

    Blue Letter Bible Lexicon: Strong's G1577, s.v. ecclesia,

    https://www.blueletterbible.org/lang/lexicon/lexicon.cfm?strongs=g1577.

    2

    La Transformación es como el amanecer

    Del amanecer al pleno día

    La Transformación es un proceso diseñado por Dios para que vaya gradualmente en aumento. Es como la luz de la aurora que al comienzo es débil pero que luego va aumentando en intensidad hasta brillar con total esplendor al mediodía. Sin embargo, ese amanecer, en lo que respecta a la transformación, no se dará, y el sendero permanecerá intransitado, a menos que se den pasos de obediencia en la dirección correcta.

    La transformación es un proceso que cambia los paradigmas para revelarnos lo que no hemos visto y así poder hacer lo que no hemos hecho aún. Para que esto suceda debemos cambiar de paradigmas. De lo contrario, seguiremos haciendo lo que siempre hicimos sin llegar a ver nada nuevo.

    No estoy hablando de alterar las verdades fundamentales de la fe, tales como la deidad de Cristo, la esencia de la expiación, el carácter de Dios, la infalibilidad de las Escrituras, o la centralidad de la Iglesia como el cuerpo de Cristo. Estas doctrinas son los pilares de la fe y, como tales, nunca deben cambiar. Sin embargo, en lo que respecta a nuestra comprensión del alcance de la Expiación —es decir de todo lo que Cristo redimió en la Cruz— y del rol de la Iglesia como Su agente de transformación en el mundo, ¿qué es lo que no hemos captado aún que impide que la voluntad de Dios sea hecha en la tierra como era común y corriente en el Libro de los Hechos, algo que Jesús nos aseguró que debería suceder para que las naciones fuesen transformadas (ver Apocalipsis 12:11; 21:24-27; 1 Juan 4:4)?

    Nuestra travesía en cuanto a la transformación de las ciudades y las naciones, y no sólo de las personas, ha sido inspirada y enmarcada por la metáfora del amanecer descripto en Proverbios 4:18: Mas la senda de los justos es como la luz de la aurora, que va en aumento hasta que el día es perfecto. Para mí, todo empezó de una forma por demás traumática cuando en 1980, a la edad de 34 años, los médicos me informaron que me quedaban como máximo dos años de vida. Conscientes de que el tiempo era amenazadoramente corto, mi esposa Ruth y yo, junto con nuestras hijas Karina, Marilyn, Evelyn y Jesica (de 10, 8, 4 y 2 años de edad en ese momento), decidimos dedicar a Dios nuestra casa de fin de semana emplazada en un campo de 14 hectáreas en las afueras de San Nicolás, mi ciudad natal en Argentina, como sede para una capilla de oración.

    Con el correr del tiempo, ese lugar se convirtió en un centro de retiros espirituales, pero la pieza central ha sido desde el mero comienzo esa capilla de oración. Lo que nos llevó a erigirla fue darnos cuenta de que en un radio de 160 kilómetros había, en ese momento, 109 pueblos sin un testimonio evangélico. Dada la severidad del diagnóstico médico, fue mi deseo —con el apoyo de mi familia— que,

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