Por qué y cómo se hace la ciencia
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Pere Puigdomènech
Licenciado en Ciencias Físicas por la Universidad de Barcelona y doctor en Ciencias Biológicas por la Universidad Autónoma de Barcelona. Tras una estancia en el Instituto Max-Planck de Berlín, ingresó en el CSIC en 1981. Ha trabajado en el Instituto de Biología Molecular de Barcelona, del que fue director hasta 2002. Ha sido también director del Centro de Investigación en Agrigenómica (CSIC-IRTA-UAB-UB) de Barcelona entre 2003 y 2013. Sus trabajos de investigación recientes han estado relacionados con la regulación de los genes y la genómica de las plantas cultivadas. Ha publicado 185 artículos científicos y centenares de artículos de divulgación en revistas internacionales y medios de comunicación. Es miembro del Institut d’Estudis Catalans (del que preside la Sección de Ciencias Biológicas), de la Real Academia de Ciencias y Artes de Barcelona, de la Academia Europaea, de EMBO, del Consejo Ejecutivo de ALLEA, del Comité Científico del INIA y del Comité de Ética del INRA-CIRAD, además de varias academias europeas. Ha sido presidente del Comité de Ética del CSIC y miembro del Grupo Europeo de Ética de las Ciencias de la Comisión Europea y del Consejo Científico del CNRS francés. Ha recibido la medalla Narcís Monturiol al mérito científico y tecnológico de la Generalitat de Cataluña (1992), el Premio Fundación Catalana para la Investigación (2000), el Premio de la COSCE de divulgación científica (2013) y el Premio Europeo de Divulgación Científica de la Universidad de Valencia (2019). www.puigdomenech.eu
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Por qué y cómo se hace la ciencia - Pere Puigdomènech
Por qué y cómo se hace la ciencia
Pere Puigdomènech
Colección ¿Qué sabemos de?
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© Pere Puigdomènech, 2021
© CSIC, 2021
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© Los Libros de la Catarata, 2021
Fuencarral, 70
28004 Madrid
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www.catarata.org
isbn (csic): 978-84-00-10777-2
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isbn (catarata): 978-84-1352-206-7
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El genio científico completo ha de reunir en sí tres personalidades harto desemejantes: la del minero infatigable y paciente que arranca la hulla de los filones profundos; la del químico práctico, que aprovecha ingeniosamente el material bruto para fabricar espléndidos colores que anilina, y, en fin, la del artista que, combinando diestramente estos colores, sabe pintar los episodios heroicos de la lucha entablada entre el espíritu y la materia, el alcance teórico de los resultados y, en fin, sus ventajas en pro del aumento y comodidad de la vida.
Santiago Ramón y Cajal, Charlas de café, 1920
Introducción
Que en una colección de libros que se ha estado ocupando durante más de 11 años de servir al lector o lectora, presentando de forma breve y asequible ideas de la ciencia en sus diferentes facetas, se proponga publicar un texto sobre la ciencia ella misma parece razonable. Puede no serlo tanto escribirlo. La ciencia es una actividad compleja y muy diversa que emplea a millones de personas en el mundo y que tiene un impacto en la manera como pensamos, en la manera como toman decisiones los gobiernos y en la manera como vivimos. Por tanto, describirla en poco más de 100 páginas parece como mínimo un reto difícil, pero por ello mismo puede valer la pena intentarlo.
El texto que sigue trata de responder a preguntas sobre por qué la sociedad dedica esfuerzos en investigación científica, cómo se investiga, quién lo hace y dónde se hace. Trata de describir la evolución de la ciencia en la historia, las funciones múltiples que cumple en nuestras sociedades y cuál es su funcionamiento interno. La ciencia actual es un mundo complejo, con normas estrictas que son las que le dan su credibilidad ante la sociedad. Sin embargo, también la ciencia está sufriendo una gran trasformación por efecto de su misma influencia en la sociedad actual, por efecto de la globalización y de la digitalización de sus actividades. Todo ello no deja de plantear conflictos y de desvelar debilidades, que son las inherentes a toda obra humana.
A lo largo del libro se presentan temáticas que son objeto de debates complejos entre especialistas. A veces en una frase se tiene que hacer un imposible resumen de cuestiones que son objeto de artículos de revistas y de libros enteros. Si alguna de estas consideraciones despierta la curiosidad del lector y le anima a estudiar en profundidad estos temas y participar en su debate, el libro habría cumplido con su objetivo. El punto de vista desde el cual está escrito es el de un profesional de la ciencia que ha dedicado toda su vida a ella. Hay desde luego otros puntos de vista posibles. Sin embargo, esta perspectiva tiene la ventaja de poder trasladar al lector una visión desde dentro de la actividad científica. Es el punto de vista de alguien que está convencido de que la investigación científica es una de las actividades más apasionantes a las que un individuo puede dedicar su vida profesional. Y que también está convencido de que una ciencia rigurosa y viva es un requisito esencial de las sociedades democráticas en el mundo abierto y global en el que vivimos y en las que la reflexión científica es imprescindible para afrontar los retos que tienen ante sí.
Capítulo 1
La aventura de la ciencia
Los orígenes del pensamiento científico
Decir que la ciencia nació, como la democracia, en Grecia, es simplificar mucho la cuestión, aunque la afirmación contiene grados importantes de verosimilitud. Los humanos que hace unos 100.000 años salieron de África para poblar el planeta debieron de plantearse en su vida cotidiana cuestiones que no son tan diferentes a las que nos planteamos nosotros. Necesitaban encontrar comida y agua cada día; necesitaban defenderse de los ataques de animales, incluyendo otros grupos similares a los suyos; deseaban comprender lo que había que hacer cuando alguien enfermaba o tenía un accidente y necesitaba que sus grupos sociales se organizaran de forma armoniosa y pudieran permitir la formación de parejas y el cuidado de los hijos que salieran de ellas, entre muchas otras cuestiones. Todo ello lo hacían apoyándose en las ventajas que les proporcionan las características propias de los humanos que proceden de su desarrollo cerebral y su desarrollo social, y que les han permitido poblar progresivamente todos los rincones del planeta.
La inteligencia para analizar la realidad y hacer predicciones, la capacidad de organizarse socialmente, en particular gracias al lenguaje, y la posibilidad de construir herramientas y de alimentarse de fuentes muy diversas son algunas de las características de los humanos que les permitieron adaptarse y desarrollar con éxito su vida en entornos muy diversos. Ello implica, por ejemplo, una capacidad para interesarse por lo que es desconocido y por tratar de sobrevivir en entornos nuevos con su clima particular y con plantas o animales distintos que comer o de los que defenderse. La curiosidad ha sido desde siempre una característica esencial de la especie humana que le lleva a preguntarse por las razones que hay detrás de los fenómenos que observamos.
En la gran mayoría de las sociedades de las que tenemos noticias históricas hemos encontrado vestigios de que sus miembros estaban interesados por los movimientos de los astros. Los podemos imaginar observando el cielo en las noches estrelladas, que podemos suponer que eran entonces diáfanas, y preguntándose por la razón de la inmensidad de las estrellas, por los movimientos del Sol, la Luna y los planetas, y por fenómenos que parecían llevar algún mensaje en ellos, como los eclipses o los meteoritos. Habían observado también que estos movimientos estaban relacionados con las estaciones del año, lo que era importante para saber cuándo se producían las migraciones de los animales o la floración de las plantas, así como la producción de los granos y frutos de los que se alimentaban. Del cielo recibían mensajes que se esforzaban por desentrañar y por ello en todas las civilizaciones se han construido observatorios y calendarios que pueden ser muy precisos y complejos. La búsqueda de explicaciones sobre el mundo en el que vivían dio lugar a mitos que se transmitían de forma oral gracias a los lenguajes articulados que habían desarrollado. Nos han dejado muestras de la complejidad de sus creencias en manifestaciones de arte como las pinturas o esculturas que realizaban. Por tanto, observación de los fenómenos materiales y formulación y transmisión de explicaciones teóricas probablemente se dieron de una forma u otra en todos los momentos de la evolución de las sociedades formadas por Homo sapiens.
En cuanto las sociedades se hicieron complejas, sus miembros desarrollaron sistemas para almacenar y transmitir la información en forma de lenguaje escrito, lo que posibilita que se acumule el conocimiento de que disponía el colectivo que a menudo incluye mitos fundacionales de la sociedad y del mundo. Aparecen las creencias religiosas que se convierten en sistemas de pensamiento articulados y que sirven a la vez para responder a grandes cuestiones sobre el universo y para cohesionar las sociedades que se iban haciendo cada vez más complejas. Tenemos también constancia de que para llevar a cabo las transacciones comerciales que se habían vuelto necesarias en las sociedades en que había oficios especializados había que medir y contar. En todas las sociedades neolíticas complejas, hace seis o siete milenios, aparecieron sistemas de escritura con signos matemáticos para realizar operaciones de dificultad creciente.
Es cierto, sin embargo, que si hemos de buscar textos que describan elaboraciones intelectuales que podamos identificar como textos originales de la ciencia, debemos remitirnos a la Grecia clásica. La cultura griega la podemos comenzar a datar a partir de Homero y sus grandes epopeyas, cuyo incierto nacimiento podría darse hacia el año 800 antes de nuestra era. Entre este momento y la gran época dorada de la Atenas, hacia el año 500 a. C., existieron un conjunto de pensadores muchos de ellos en la costa griega de la actual Turquía de los que sabemos que formularon teorías sobre los fenómenos de la materia como Tales de Mileto, que propusieron reglas matemáticas como Pitágoras o soluciones para cuando se presentan enfermedades como Hipócrates. Justo antes de la gran época clásica hubo filósofos que propusieron teorías que nos suenan tan actuales como la evolución de los animales y la especie humana de Anaximandro o la teoría atómica de Demócrito.
Pero es sobre todo a los grandes filósofos clásicos griegos como Sócrates, Platón y muy en particular Aristóteles a quienes debemos la formulación de teorías sistemáticas de lo que se llamaría la filosofía natural que nos acompañaría hasta más allá del Renacimiento. Baste recordar que entre sus libros se encuentran los dedicados a la lógica, la física o la biología que quizá fue él el primero en nombrar así. Por tanto, hay una parte de exactitud en atribuir a la Grecia clásica el nacimiento de la ciencia. La fecundidad de este periodo es extraordinaria no solo en ciencia sino en filosofía, incluyendo la ética y desde luego en política, ya que se desarrolla en este tiempo lo que, con sus limitaciones, será el primer sistema democrático que conocemos. Tras esta época especialmente creativa encontramos también nombres relevantes que prolongan el esfuerzo del pensamiento humano a través de los periodos helenístico y romano. Baste recordar el de Arquímedes, que traslada el conocimiento de la mecánica al desarrollo de máquinas de uso diverso; el de Euclides, fundador de la geometría; el de Eratóstenes, el primero en proponer y medir la redondez de la Tierra, o el de Galeno, cuyo nombre estará ligado a la práctica de la medicina para siempre. En tiempos romanos podemos mencionar una obra como De rerum natura, en la que Lucrecio realiza una síntesis del enfoque de lo que era la filosofía natural desde la visión del epicureísmo, una de las escuelas que aparecieron con posterioridad a la filosofía clásica.
La ciencia moderna
Para que la aventura de la ciencia continúe su camino, como para muchos otros aspectos de la cultura, de la época romana debemos saltar hasta el Renacimiento para seguir el rastro del camino que nos lleva a la ciencia moderna. En el periodo intermedio hay contribuciones de los filósofos medievales, de la ciencia y la medicina árabe o de la matemática india, entre otras, pero es en la Europa renacentista donde encontramos otra época fecunda en ideas para la ciencia. En esta época no se produce simplemente una recuperación de las ideas de la época griega y helenística que en