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Restaura Tu Vida Deshecha
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Libro electrónico341 páginas6 horas

Restaura Tu Vida Deshecha

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Información de este libro electrónico

Gordon McDonald, basado en su propia experiencia, hace mucho más que enredarse en un análisis filosófico. Comparte la historia de un proceso de restauración guiado por el Espíritu, la angustia de la confesión y el arrepentimiento por el cual se puede restaurar un mundo hecho añicos. Es por eso que este libro, nacido de un trabajo indescriptible, es un mensaje que necesita todo cristiano --sin excepción-- que lucha contra la impía trinidad del mundo, la carne y el diablo. Es un poderoso testimonio de Jesucristo, no solo como Redentor de pecadores sino como Reconstructor de vidas quebrantadas. El contenido de Restaura tu vida desecha es una notable evidencia de que «donde el pecado abunda, la gracia de Dios sobreabunda».
IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento20 abr 2021
ISBN9781941538821
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    Restaura Tu Vida Deshecha - Gordon McDonald

    cover.jpg

    MANTÉNGANSE ALERTA;

    PERMANEZCAN FIRMES EN LA FE;

    SEAN VALIENTES Y FUERTES.

    —1 CORINTIOS 16:13 (NVI)

    Restaura tu vida desecha por Gordon MacDonald

    Publicado por Casa Creación

    Miami, Florida

    www.casacreacion.com

    ©2020 Derechos reservados

    ISBN: 978-1-941538-81-4

    E-book ISBN: 978-1-941538-82-1

    Desarrollo editorial: Grupo Nivel Uno, Inc.

    Diseño interior: Grupo Nivel Uno, Inc.

    Publicado originalmente en inglés bajo el título:

    Rebuilding Your Broken World

    por Thomas Nelson

    Copyright © 1990 Gordon MacDonald

    Todos los derechos reservados.

    Todos los derechos reservados. Se requiere permiso escrito de los editores, para la reproducción de porciones del libro, excepto para citas breves en artículos de análisis crítico.

    A menos que se indique lo contrario, el texto bíblico ha sido tomado de la versión

    Reina-Valera © 1960 Sociedades Bíblicas en América Latina; © renovado 1988 Sociedades Bíblicas Unidas. Utilizado con permiso. Reina-Valera 1960™ es una marca registrada de American Bible Society y puede ser usada solamente bajo licencia.

    Impreso en Colombia

    20 21 22 23 LBS 9 8 7 6 5 4 3 2 1

    Contenido

    Prefacio 4

    Introducción 6

    Primera parte:

    La trágica realidad de las vidas quebrantadas

    Capítulo 1: Vidas deshechas 15

    Capítulo 2: Muestra de una vida quebrantada 30

    Capítulo 3: El impenetrable espacio aéreo 44

    Capítulo 4: ¿Por qué se deshace una vida? 53

    Capítulo 5: El lado oscuro de la vida 65

    Capítulo 6: El dolor de los que llevan la carga de un secreto 76

    Capítulo 7: Implosión 84

    Segunda parte:

    ¿Por qué se quebranta una vida?

    Capítulo 8: Ambientes poco propicios 101

    Capítulo 9: Anillos y bajas temperaturas 110

    Capítulo 10: Cuando los aludes de barro y las inundaciones

    invaden 123

    Capítulo 11: La carga que acarreamos 137

    Capítulo 12: En puntillas de pie sobre la telaraña 150

    Tercera parte:

    El proceso de reconstrucción

    Capítulo 13: Cómo liberar al corazón atado 166

    Capítulo 14: Los principios del «arrecife de paz» 178

    Capítulo 15: Más principios del «arrecife de paz» 188

    Cuarta parte:

    Los que ayudan a reconstruir

    Capítulo 16: Regala una cartera de verano 200

    Quinta parte:

    Cómo prevenir el quebrantamiento de una vida

    Capítulo 17: El principio de Bradley 216

    Sexta parte:

    Reconstruye tu vida deshecha

    Capítulo 18: Reconstruye 236

    Séptima parte:

    Algunos comentarios personales

    Epílogo: Termina la carrera 250

    Prefacio

    En mi temprano inicio en el pastorado, leí un sermón muy conmovedor y alentador escrito por el elocuente escritor y predicador escocés Arthur Gossip. Después de la dolorosa muerte de su esposa, le preguntó a su congregación y a sí mismo: «¿Qué pasa después que la vida se desploma?». Cuando por cualquier razón tu mundo particular se hace pedazos, ¿es posible hacer algo más que sobrevivir? Si toda la estructura de tu existencia se hace añicos como un jarrón de porcelana que se estrella contra el piso, ¿se pueden volver a unir los trozos? Y, acaso, por algún milagro creativo, ¿pueden unirse para formar un nuevo objeto útil y bello? Este es precisamente el problema que Dios trata en el libro de Jeremías cuando le dio una orden precisa a su siervo: «Levántate y vete a casa del alfarero, y allí te haré oír mis palabras. Y después descendí a casa del alfarero y he aquí que él trabajaba sobre la rueda. Y la vasija de barro que él hacía se echó a perder en su mano…». Permíteme interrumpir la narración aquí. Cuando el barro maleable resiste el moldeado de las manos del alfarero, ¿se desecha la vasija? ¡Bajo ningún concepto! La narración de Jeremías continúa diciendo: «Y volvió y la hizo otra vasija, según le pareció mejor hacerla» (Jeremías 18:2-4 rvr1960). El mensaje de la palabra de Dios para nosotros, a través de Gordon MacDonald, es una expresión de gracia refrescante que inspira a la alabanza, a la humildad y a la esperanza. Si hace algunos años me hubiesen preguntado los nombres de diez líderes evangélicos en Estados Unidos, sin duda habría incluido el nombre de mi amigo Gordon MacDonald. Lo he conocido íntimamente desde su infancia. He seguido su carrera con tanto orgullo como si se tratase de un miembro de mi propia familia, un orgullo legítimo que surge de la gratitud a Dios por los dones fructíferos de quien siempre conceptué y considero un siervo escogido. Como director de un importante ministerio entre los estudiantes universitarios, como hombre de iglesia visionario, escritor reconocido, solicitado conferencista y consagrado esposo y padre, es un modelo espiritual, un portavoz dinámico del evangelio. Pero de un día a otro su mundo se derrumbó. Su carrera se desmoronó. Se transformó en un número más de los que se involucran en la batalla sin fin contra el mal. No obstante me regocijo en decirles que ese no es el final de la historia y es por esa razón que este libro es un mensaje de inspiración y esperanza.

    Al ejercitar lo que Dietrich Bonhoeffer llama «una cierta reserva varonil», mi amigo y hermano sabiamente rehúsa satisfacer la curiosidad carnal. Aun así, con una calidez que intenta llegar al alma, usa su propia experiencia para ayudarnos a todos los que —como nosotros— pecamos, sufrimos y luchamos como él.

    A pesar de que no pretende ser psicólogo, escudriña el laberinto de su propia alma —como la nuestra— con una profundidad que nos recuerda a Alexander Whyte o a Oswald Chambers. Nos proporciona un profundo análisis de las causas de nuestra conducta pecaminosa, del porqué de la hipocresía con la que nuestra conducta se contradice con las normas e ideales que sinceramente apoyamos a nivel cognoscitivo. También analiza los factores que conspiran con nuestras inclinaciones para corromper y destruir nuestras vidas. Pero al mismo tiempo se rehúsa a minimizar nuestra responsabilidad frente al pecado.

    MacDonald hace mucho más que enredarse en un análisis erudito. Comparte la historia de un proceso de restauración guiado por el Espíritu, la angustia emocional de la confesión y el arrepentimiento por el cual un mundo derrumbado puede ser reconstruido.

    Por eso este libro, nacido de un trabajo indescriptible, es un mensaje que necesita todo cristiano —sin excepciones— que está solamente santificado imperfectamente y que lucha contra la impía trinidad del mundo, la carne y el diablo. Este es un poderoso testimonio de nuestro Señor Jesucristo, no solo como Redentor de los pecadores sino como Reconstructor de mundos quebrantados; es una notable evidencia, en este siglo, acerca de una verdad central del Nuevo Testamento: donde el pecado abunda, la gracia de Dios sobreabunda.

    Vernon Grounds

    Seminario de Denver

    Introducción

    PENSAMIENTO:

    «Considera que soy un paciente del hospital en el cual estás, que solo ha sido ingresado un poco antes y que pudiera darte algunos consejos».

    —C. S. Lewis

    Cuando era mucho más joven tuve la oportunidad de competir en carreras de campo y pista. Ahora, hace décadas que no escucho el disparo de la arrancada para salir esperanzado rumbo a la meta.

    Pero el amor por ese deporte no ha disminuido a pesar de que ahora apenas salgo a caminar. Es por esa razón que en los últimos años dos circunstancias dramáticas llamaron mi atención.

    La primera es la representación cinematográfica de una competencia que se llevó a cabo hace sesenta años. Eric Liddell, el protagonista de Carrozas de fuego salió con el grupo de corredores que lideraba la carrera. De pronto perdió el equilibrio y cayó pesadamente en el carril de la pista interior. La cámara hizo una toma de aproximación cuando él levantaba la cabeza para mirar a los demás corredores que seguían adelante sin mirar atrás.

    Esa toma apenas duró uno o dos segundos, pero desde mi punto de vista, parecía que había durado varios minutos. ¿Se volvería a levantar? Y si lo hacía, ¿podría terminar la carrera?

    ¡Se levantó y comenzó a correr! La audiencia del cine donde estaba, espontáneamente empezó a alentarlo mientras que Liddell con su apariencia desgarbada corría precipitadamente detrás del distante grupo de corredores. ¿El resultado? Tomó la delantera y ganó.

    La otra carrera en la que a veces pienso ocurrió hace unos años. Dos de las mejores atletas femeninas estaban compitiendo en los Juegos Olímpicos de Los Ángeles. Millones de personas en todo el mundo estaban fascinados por la rivalidad que había entre ellas y observaban el momento cuando el grupo de corredoras dejaba sus marcas. Durante los primeros mil metros corrían hombro a hombro. Era obvio que trataban de controlarse una a la otra con el fin de prepararse para el momento estratégico cuando cada una haría el máximo esfuerzo posible por tomar la delantera. Y, de repente, con una velocidad tal que ni en cámara lenta se pudo captar, una de ellas cayó sobre el carril de la pista interior —como Liddell— sesenta años atrás.

    Sin embargo, esta vez fue diferente: la corredora no se levantó. Como en la película, la cámara hizo una toma de aproximación enfocando su rostro desfigurado por el dolor y la rabia —por la inminente derrota—, mientras que el resto de las corredoras seguía adelante. ¿Pudo haberse levantado, luchar contra el dolor y la desilusión con el objeto de superar sus límites psicológicos y reincorporarse a la competencia? No lo sé. Tal vez ni ella misma lo supo. Por dicha, tuvo la oportunidad de correr en la siguiente temporada y demostró que era la mejor en su categoría.

    Las imágenes de esos dos corredores yaciendo sobre el césped están profundamente esculpidas en mi mente. Para mí, son símbolos visuales de lo que sucede en «la carrera de la vida» cuando el hombre y la mujer se derrumban, ya sea debido a una terrible decisión o a las determinaciones que hayan hecho o por haber sido abatidos y perturbados por la decisión que otros tomaron.

    Aquellos que han caído en el carril de la pista interior de la vida, también tienen que hacer una decisión similar a la de los atletas. ¿Volverán a levantarse o se quedarán desplomados lamentándose por su suerte?

    Tengo un nombre para las personas que pasan por esa situación. Las llamo «personas de vidas quebrantadas», porque eso es exactamente lo que les ha pasado. Después de años de sueños, preparación y lucha, por lo general, caen a causa de su propia iniciativa. El mundo que con cuidado habían construido de pronto está hecho pedazos, y las únicas preguntas que quedan son del tipo de las que se hacía el corredor: ¿Se volverán a levantar? ¿Reconstruirán su vida deshecha?

    Tengo un alto grado de sensibilidad por la gente de vida quebrantada (o persona quebrantada) puesto que soy parte de aquellos que al reflexionar en su historia pasada se lamentan en extremo por un hecho o una serie de acontecimientos que ofendieron terriblemente a Dios.

    Lo que llamo conexión de gente quebrantada, no es un cuerpo formal o necesariamente visible de hombres y mujeres; simplemente me refiero a la masa de personas que viven con cierta clase de sufrimiento. No es el sufrimiento que surge a consecuencia del despojo, la injusticia, la persecución, una dolorosa enfermedad o la pobreza. Esta gente que menciono sufre por heridas que se han hecho a sí mismos: errores, malas elecciones; otra palabra podría ser mal comportamiento. La palabra más dura y descriptiva para esas acciones que producen sufrimiento es pecado.

    Cuando Dios formó la nación que luego sería llamada Israel, una de las cosas con las que primero trató —a través de su líder Moisés— fue con el tema del comportamiento. Hay diez leyes inviolables, principios no negociables, que se crearon para identificar la conducta humana que honraba a Dios y la que deshonraba y ofendía tanto a Dios como a la comunidad. Lo que yo llamo mal comportamiento y la Biblia califica como pecado resulta del quebrantamiento de aquellas leyes y sus derivados.

    En la mayoría de las circunstancias, ahora y entonces, cuando ocurre el pecado, surgen dolorosos resultados. Pueden venir directamente de la mano de Dios. Este es el caso de numerosos ejemplos de la Biblia: personas que caían repentinamente, y sin aviso previo, de una forma tal que era evidente que el juicio era de origen divino. En otras situaciones, las consecuencias del mal comportamiento se manifiestan a través de otras personas, como por ejemplo: la invasión enemiga contra una nación en pecado, o la injusticia impartida a una persona o una familia por un líder, o el pronunciamiento —hecho por un profeta o un apóstol— en contra de un rey errático o una iglesia carnal.

    Muchas veces las consecuencias simplemente se manifiestan en los acontecimientos posteriores al mal comportamiento. Las leyes de Dios deben obedecerse porque proceden de él y porque en el esquema de la vida tienen algún sentido. Cuando son violadas, casi siempre, traen como consecuencia la barbarie: personas que se hieren, que se roban, se calumnian y hasta se matan. De todo ello surge el dolor, la pena, el enojo, la amargura y la venganza.

    La mala conducta, por lo general, acarrea malas consecuencias de inmediato, aun así algunas personas parecen salir airosas de la situación. Parece que van por la vida sin darse cuenta de que están huyendo de los delitos cometidos. Parece que no tienen que rendir cuentas a nada ni a nadie.

    En el Salmo 73 el escritor parece estar confundido frente a este hecho:

    Sentí envidia de los arrogantes,

    al ver la prosperidad de esos malvados.

    Ellos no tienen ningún problema;

    su cuerpo está fuerte y saludable.

    Libres están de los afanes de todos;

    no les afectan los infortunios humanos.

    Por eso lucen su orgullo como un collar,

    y hacen gala de su violencia.

    ¡Están que revientan de malicia,

    y hasta se les ven sus malas intenciones!

    Son burlones, hablan con doblez,

    y arrogantes oprimen y amenazan.

    Con la boca increpan al cielo,

    con la lengua dominan la tierra.

    Por eso la gente acude a ellos

    y cree todo lo que afirman.

    Hasta dicen: «¿Cómo puede Dios saberlo?

    ¿Acaso el Altísimo tiene entendimiento?» (vv. 3-11).

    El salmista está confundido porque él no se escapa de nada. Todo mal comportamiento de su vida parece estar bajo el escrutinio de Dios, de manera que cuando es hallado en falta, paga por ella. Para él, la forma en que Dios trata con la humanidad es incongruente, caprichosa y hasta un poco injusta, desde su punto de vista finito.

    Es verdad. Al estudiar en la Biblia los por qué y los cómo de Dios al orquestar la disciplina y el castigo de la gente que se comporta mal nos encontramos con resultados no convincentes. Un hombre asesina y sigue por la vida con la continua bendición de Dios; otro recoge leña en el día sábado y es ejecutado. Un rey trae juicio y total destrucción a su ciudad a causa de su maldad, pero se arrepiente y vive hasta una larga vejez. Un soldado esconde parte del botín en su tienda y lo apedrean por eso.

    Todo ello sugiere que nadie puede juzgar una clase de comportamiento por las consecuencias que genere. La conclusión: Todo mal comportamiento es serio y es pecado a los ojos de Dios; y nadie sabe qué consecuencias pueden desencadenarse cuando una persona pasa los límites del buen comportamiento.

    Ninguno de nosotros puede discutir el hecho de que en la gran mayoría de los casos hay consecuencias visibles y destructivas cuando la gente opta por el pecado. En algunas ocasiones la consecuencia es la devastación total de lo que alguien adquirió ya sea en forma de reputación, responsabilidad y aun seguridad material. Se pierde la integridad, el respeto y la credibilidad. Pueden disolverse las relaciones, generar divorcios y relaciones quebrantadas. Aun las autoridades gubernamentales nos pueden negar el derecho a ejercer nuestra vocación. Todo eso constituye nuestro mundo personal, lo que al ser desintegrado en pequeñas piezas y empeorado por el mal comportamiento genera esas consecuencias.

    Cuando explotó la planta nuclear de Chernóbil, en la Unión Soviética, no solo sufrieron los dirigentes de la empresa. Miles de los que vivían en las cercanías perdieron sus hogares y el abastecimiento alimenticio de millones fue afectado por la propagación de la radiación. Así son las cosas, la experiencia de una vida quebrantada no solo afecta a la persona que se comporta mal; las consecuencias amenazan a muchas personas inocentes que viven con la persona que ha fracasado. Puede haber muchas pérdidas cuando alguien comete un hecho pecaminoso, y esas pérdidas pueden extenderse entre muchas de nuestras relaciones y aun por generaciones.

    Por supuesto, en el sentido estricto de la palabra, todos somos personas con vidas quebrantadas si creemos lo que la Biblia dice en cuanto a que todos hemos pecado o nos hemos comportado mal. Pero en este libro tengo que trazar una línea para identificar hechos o conductas humanas que han generado consecuencias inusuales como escándalos, pérdidas mayores o un dolor grande que perdura en el tiempo. Es más, a partir de aquí dejaría la definición a consideración del lector.

    Yo soy una persona con una vida deshecha porque hace unos años traicioné el compromiso del matrimonio. Por el resto de mi vida tendré que vivir sabiendo que les provoqué un gran dolor a mi esposa, a mis hijos, a mis amigos y a todos aquellos que habían confiado en mí por muchos años.

    Este es un testimonio del tiempo difícil que mi matrimonio con Gail pasó y de cómo nuestra relación no solo sobrevivió la tormenta sino que se fortaleció en el proceso de la reconstrucción de nuestro mundo quebrantado. Esa reconstrucción —nuestros días oscuros— comenzó mucho antes de que la noticia de mi pecado fuese de conocimiento público. Se centró en los hechos del arrepentimiento, el perdón, la gracia y la elección de nuevas formas de conducta. También nos proveyó un amor que por su costo generó lazos de acero.

    Restaura tu vida desecha no es una autobiografía del mal comportamiento. No es un estudio sobre la autocompasión y la excusa. Comienza con la premisa de que todo individuo que se comporta mal debe presentarse delante de Dios con sensibilidad y reconociendo su responsabilidad. Nada tiene sentido en este libro si antes no se entiende este principio.

    No quiero que me malinterpreten cuando escribo acerca de la triste dinámica del mal comportamiento. Cuando hablo respecto de las circunstancias en las que una persona tiende a comportarse mal, no quiero que el lector piense que estoy culpando a las circunstancias. Pero como dice C. S. Lewis, puedo ofrecerles algún consejo acerca de lo que pasa en el hospital; por tanto, es necesario meditar en el contexto que a menudo rodea las decisiones pecaminosas que hace la gente.

    Este es el libro que más me ha costado escribir. A veces me parecía que había poderes malignos que resistían cualquier esfuerzo que hacía para escribir acerca de la gracia restauradora. Y si en realidad ese era el caso, entonces debo asumir que alguna de las palabras que hay aquí, palabras de consuelo y de gracia, pueden ser útiles para otros.

    Lo he escrito porque me doy cuenta de que hay muchas personas cuyas vidas están deshechas. Muchos me han escrito, algunos me han llamado por teléfono al encontrarlo y otros tantos me han visitado. Percibo que hay muchísima gente que ha pasado por esta situación, y se preguntan las mismas cosas una y otra vez. ¿Voy a poder reconstruir mi vida? ¿Tengo algún valor? ¿Podré volver a ser útil? ¿Hay vida después de una caída de este tipo?

    Mi respuesta es sí. Y en esto consiste la gracia. Una gracia perdonadora, maravillosa y sanadora que dice que todas las cosas pueden ser nuevas… Y me gustaría hablarles acerca de la gracia que recibí de Dios y de muchos otros.

    Cuando era niño, una vez se me cayó una lámpara que era muy apreciada por mis padres. Uno de sus costados de cerámica se agrietó al caer al piso. Como en ese momento estaba solo, la volví a poner en la mesa de tal modo que no se viera la grieta. Pasó el tiempo y cada mañana me despertaba con el temor de que ese día descubrieran la lámpara rota, por lo que tendría que enfrentar la ira de mis padres.

    Cada vez que alguno de ellos se acercaba a la lámpara, yo temblaba. Me imaginaba sus reacciones cuando llegase el momento del inevitable descubrimiento. Mientras más se demoraba la confrontación, peores eran las consecuencias que imaginaba en mi mente.

    Llegó el día en que mi mamá quiso desempolvar la lámpara y descubrió lo sucedido. «¿Hiciste esto?», me preguntó. Solo pude decirle que sí, explicándole lo que había pasado.

    Sin embargo, ella no me dijo nunca ni una palabra. La llevó a la cocina, pegó las piezas para que se viera mejor y unas horas después volvió a ponerla en su lugar. La grieta seguía ahí, pero la lámpara había sido reconstruida, y siguió cumpliendo su propósito durante muchos años.

    Las vidas quebrantadas pueden tener cicatrices que nos recuerdan el pasado; esa es la realidad. Pero a veces la gracia de Dios es como el cemento que mi mamá usó con la lámpara. Los bordes pegados se hacen más fuertes que la superficie original.

    Al inicio de cada capítulo en este libro, incluyo un pensamiento de los muchos que han llegado a ser muy importantes para mi proceso de restauración. Los comparto con todos los que han pasado por esto, hombres y mujeres cuyas lámparas quebradas aun no han sido descubiertas o están viviendo los momentos posteriores al descubrimiento. Quiero que ellos sepan lo que yo he experimentado a través del amor y el afecto de muchos hombres de Dios: Las vidas deshechas pueden reconstruirse.

    Tal vez tendría que haber comenzado esta introducción con unas palabras que pueden ser familiares y que han sido parte de Alcohólicos Anónimos (AA): «Mi nombre es Gordon y soy una persona con una vida quebrantada». La tradición de AA dice que cualquiera que habla en una reunión de alcohólicos generalmente debe empezar diciendo: «Soy fulano y soy alcohólico. Sorbí el último trago el…». Creo que tendría sentido presentarnos en una forma similar en la comunidad cristiana: «Me llamo Gordon y soy un pecador». Eso es lo que tenemos en común cuando nos reunimos con Jesús. Esta declaración no nos presenta de una forma atractiva, pero es que no somos nada atractivos hasta que acudimos al pie de la cruz. Es entonces cuando empiezan a ocurrir cosas maravillosas y las vidas deshechas se pueden comenzar a restaurar.

    Tal vez hay pocos corredores que nunca se hayan caído en una carrera. Muchos de ellos pueden contar historias de los momentos agonizantes, historias íntimas de la batalla: abandonar la carrera e irse al vestuario o levantarse y seguir. Este libro está escrito por un corredor que se cayó en la carrera pero que ha determinado levantarse para volver a la carrera de la vida.

    Nadie me ayudó más a escribir este libro que Gail, mi fiel compañera en estos veintisiete años de matrimonio. Hemos discutido cada párrafo, orado por cada capítulo y hemos eliminado del manuscrito cualquier evidencia de autocompasión o excusa. Al escribir hemos vivido hermosos momentos de compañerismo. Realmente la amo y la admiro. Ella es más que una amiga.

    Después de Gail está el aliento de nuestros hijos, mi hermano, nuestros padres, los ancianos y el pastor de la iglesia «Grace Chapel» de Lexington, Massachusetts, y también el de los hombres a quienes —junto a Gail—, dediqué este libro: los ángeles, ese extraordinario equipo de hombres de Dios que hace un tiempo nos rodearon —a Gail y a mí— y determinaron que había una vida que debía restaurarse. Por último, Víctor Oliver ha sido mi amigo y editor por muchos años. Me ayudó como escritor, algo que nunca olvidaré. A todos ellos les debo mi vida.

    Gordon MacDonald

    Canterbury, New Hampshire

    Mayo de 1988

    Primera parte

    La trágica

    realidad de

    las vidas

    quebrantadas

    Capítulo 1

    Vidas deshechas

    PENSAMIENTO # 1:

    Las vidas deshechas no son poco comunes; esto le puede pasar a cualquiera de nosotros. Cuando sucede, a veces no podemos controlar el daño.

    A algunas personas les encantan las películas de catástrofes. A mí no. Pero he visto parte de algunas cuando me he quedado viendo televisión por la noche, en ocasiones, debido a la falta de sueño. Sospecho que la mayoría especula con el mismo miedo: la amenaza de la destrucción masiva de algo que pensamos que normalmente es indestructible. Por eso hay películas sobre transatlánticos que se hunden, grandes ciudades que se desintegran por terremotos o naciones enteras invadidas repentinamente por insectos gigantescos o reptiles prehistóricos.

    Hay versiones de ciencia ficción con ese mismo tema: un objeto del espacio, una estrella o un meteorito descubierto mientras se dirige hacia nuestro planeta. Si no se altera el curso de ese visitante amenazante, la tierra y todas sus formas de vida serán destruidas. Por eso la misión de los protagonistas de esas películas es encontrar la manera de prevenir esos desastres. Otra versión de ese mismo tema trata del personaje mafioso y diabólico que amenaza a la población mundial con la explosión de un dispositivo secreto a menos que se cumplan sus demandas. Solo el villano sabe dónde está la bomba y cómo funciona. Por lo general, el héroe o los héroes de la película, localizan y desconectan el arma antes que sea detonada. Pocas películas van más allá de eso, por lo que uno se divierte más de lo que se asusta mientras que se desarrolla la trama y concluye con el final predecible: todo sale bien.

    Recuerda, sin embargo, que me refiero a películas antiguas, de ese tipo que siempre tienen un final feliz. No recuerdo haber visto ninguna que permita que el meteorito o el villano logren su cometido y destruyan la tierra. Pero, como no

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