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Cuando íbamos a ser libres: Documentos sobre las libertades y el liberalismo en Chile (1811-1933)
Cuando íbamos a ser libres: Documentos sobre las libertades y el liberalismo en Chile (1811-1933)
Cuando íbamos a ser libres: Documentos sobre las libertades y el liberalismo en Chile (1811-1933)
Libro electrónico788 páginas11 horas

Cuando íbamos a ser libres: Documentos sobre las libertades y el liberalismo en Chile (1811-1933)

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En Chile "no hay liberalismo, todos son conservadores", afirmaban los editores de un periódico obrero de Iquique a inicios del siglo XX. "No habiendo elecciones, no hay para qué buscar ideas liberales" había dicho otro publicista, en Copiapó, cinco décadas antes.

Aunque la trayectoria de los liberales chilenos resulte opaca y en algunos pasajes hasta superflua, no sucede lo mismo con la historia del problema de las libertades y las reflexiones sobre el liberalismo como promesa de emancipación. Esa historia y dichas reflexiones han sido parte de discusiones sustantivas que desbordan los límites con que usualmente se dibuja el campo liberal. Cuando íbamos a ser libres reúne y contextualiza una serie de documentos escritos en Chile entre 1811 y 1933 que da cuenta de los proteicos usos de la libertad como concepto político-filosófico y del liberalismo como corriente político-ideológica. Se trata de una compilación que visibiliza autorías y asuntos generalmente desestimados en las reconstrucciones canónicas, y ese criterio permite demostrar que la defensa de las libertades no ha sido patrimonio exclusivo del liberalismo y que esta corriente tiene una historia más disputada de lo que se sostiene.

Mirando de reojo el presente, Cuando íbamos a ser libres reinstala preguntas ineludibles para sociedades que vuelven a pensar sus libertades mientras la intervención gubernamental se expande al amparo de las crisis en curso.
IdiomaEspañol
EditorialFCEChile
Fecha de lanzamiento1 mar 2021
ISBN9789562892247
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    Cuando íbamos a ser libres - Andrés Estefane

    Primera edición, FCE Chile, 2021


    Estefane, Andrés (ed.)

    Cuando íbamos a ser libres. Documentos sobre las libertades y el liberalismo en Chile (1811-1933) / ed., present. y comp. de Andrés Estefane ; comp. de Susana Gazmuri, Juan Luis Ossa, Francisca Rengifo, Claudio Reyes. – Santiago de Chile : FCE, UAI, 2021

    478 p. ; 23 × 17 cm – (Colec. Historia)

    ISBN: 978-956-289-222-3

    1. Liberalismo – Historia – Chile - 1811 – 1933 2. Chile – Política y gobierno – Siglos XIX-XX 3. Chile – Historia política – Siglos XIX-XX

    I. Gazmuri, Susana, comp. II. Ossa, Juan Luis, comp. III. Rengifo, Francisca, comp. IV. Reyes, Claudio, comp. V. Ser. VI. t.

    LC JC574.2 Dewey 320.510983 E582c


    Distribución mundial para lengua española

    © Andrés Estefane

    Compilación: Susana Gazmuri, Juan Luis Ossa, Francisca Rengifo, Claudio Robles y Andrés Estefane

    D.R. © 2021, Universidad Adolfo Ibáñez

    Diagonal Las Torres 2640, Peñalolén, Santiago, Chile

    D.R. © 2021, Fondo de Cultura Económica Chile S.A.

    Av. Paseo Bulnes 152, Santiago, Chile

    www.fondodeculturaeconomica.cl

    Comentarios: editorial@fcechile.cl

    Teléfono: (562) 2594 4132

    Fondo de Cultura Económica

    Carretera Picacho-Ajusco, 227; 14738 Ciudad de México

    www.fondodeculturaeconomica.com

    Coordinación editorial: Fondo de Cultura Económica Chile S.A.

    Cuidado de la edición: Gloria Alarcón

    Diseño de portada: Macarena Rojas Líbano

    Fotografías de portada: Superior: Cerro Santa Lucía, Santiago, 1874. Autor no identificado. Colección Museo Histórico Nacional. Inferior: El burrero, Valparaíso, 1900. Autor: Harry Olds. Colección Museo Histórico Nacional.

    Se prohíbe la reproducción total o parcial de esta obra —incluido el diseño tipográfico y de portada—, sea cual fuere el medio, electrónico o mecánico, sin el consentimiento por escrito de los editores.

    ISBN edición impresa: 978-956-289-222-3

    ISBN edición digital: 978-956-289-224-7

    Diagramación digital: ebooks Patagonia

    info@ebookspatagonia.com

    www.ebookspatagonia.com

    ÍNDICE

    Presentación, Andrés Estefane

    DOCUMENTOS

    Acordaos que sois hombres de la misma naturaleza que los condes, marqueses y nobles

    Proclama revolucionaria del padre franciscano fray Antonio Orihuela. Sesiones de los Cuerpos Legislativos de la República de Chile, 1811

    El equilibrio de que nace la libertad

    De las diversas formas de gobierno. Aurora de Chile, mayo de 1812

    ¿Qué fuera de las cosas humanas si de cuando en cuando no se conmoviesen?

    Sin título. Aurora de Chile, agosto de 1812

    Habrá desde hoy entera y absoluta libertad de imprenta

    Decreto de la Junta de Gobierno, con acuerdo del Senado, sobre la libertad de la prensa. Sesiones de los Cuerpos Legislativos de la República de Chile, junio de 1813

    Ninguno puede apetecer lo que no conoce

    Sin título. El Amigo de la Ilustración, 1817

    Las ideas imperfectas de libertad

    Libertad. El Duende de Santiago, junio de 1818

    Libertad, propiedad, seguridad e igualdad

    Política. Gazeta Ministerial de Chile, junio de 1819

    Montesquieu dice

    La distribución de poderes en la Constitución. El Cosmopolita, septiembre de 1822

    Todo el tino del comercio

    Libertad y código mercantil. Sesiones de los Cuerpos Legislativos de la República de Chile, octubre de 1822

    Articulistas calumniosos, libelistas infamantes, escritores de taberna

    Libertad de imprenta. Clamor de la Patria, mayo de 1823

    El sagrado derecho de propiedad

    Esclavitud. Sesiones de los Cuerpos Legislativos de la República de Chile, julio de 1823

    Un estado colonial diferente

    Sobre la protección de industria y comercio del país. Sesiones de los Cuerpos Legislativos de la República de Chile, octubre de 1826

    Sucede muchas veces que unos libran donde vemos a otros estrellarse

    Del federalismo y de la unidad. El Verdadero Liberal, enero de 1827

    ¡Libertad! ¿Para quiénes?

    Renuncia del diputado por Rere a sus comitentes. Sesiones de los Cuerpos Legislativos de la República de Chile, marzo de 1827

    Planes secretos para vengarse

    Proclama. Los liberales de Santiago, a los de todos los pueblos de la República. El Mercurio de Valparaíso, enero de 1828

    Lo que se deben a sí, y lo que deben a la sociedad

    Igualdad social. La Clave, abril de 1828

    El poder contra la libertad

    Prospecto. El Espectador Chileno, agosto de 1829

    Encadenar la libertad de que abusaron

    Intolerancia. El Crisol, octubre de 1829

    La libre convención de los contrayentes

    Interés del dinero. Sesiones de los Cuerpos Legislativos de la República de Chile, junio de 1832

    La libertad consiste en hacer todo lo que es bueno y nada de lo que es malo

    Donde mora la libertad allí es mi patria. El Cosmopolita, mayo de 1833

    Un manantial de mil males

    De la libertad de imprenta y de sus abusos. El Araucano, noviembre y diciembre de 1835

    Para llamarnos un pueblo libre y constituido

    Policía y administración de Justicia. El Araucano, enero de 1836

    Un solo día es suficiente para envolver en ruinas el estado más formidable del universo

    Presidente de la República. El Republicano, junio de 1836

    Dos cubitos de marfil

    Proyecto sobre la Ley de Imprenta. El Diablo Político, junio de 1839

    Donde la igualdad no existe, la libertad es mentira

    Cartilla republicana. Al Diario de Santiago Número 154. El Pueblo, enero y febrero de 1846

    ¿Cuál es el gobierno liberal?

    El Maestro Pascual. Valparaíso, c.1846

    No habiendo elecciones, no hay para qué buscar ideas liberales

    El liberal, por Jotabeche. El Copiapino, julio de 1846

    Los derechos de propiedad que tienen los indígenas

    Propiedad indígena. Congreso Nacional, Cámara de Diputados, Sesiones Ordinarias, julio de 1847

    La mezquindad y ambición de la Europa

    Memoria sobre la libertad de comercio, leída ante la Facultad de Leyes y Ciencias Políticas por Vicente Sanfuentes. Anales de la Universidad de Chile, 1847

    La libertad del padre

    Memoria sobre la institución de las legítimas, leída ante la Facultad de Leyes y Ciencias Políticas, por don José Agustín Barros y Varas. Anales de la Universidad de Chile, 1847

    Agita a ese pueblo entumecido, remuévelo hasta que despierte

    El año 10 y el año 50. Fantasía política. El Amigo del Pueblo, abril de 1850

    Ni atar las manos al banquero so pretexto de impedirle cometer abusos

    Bancos de circulación, por Jean Gustave Courcelle-Seneuil. Revista de Ciencias y Letras, 1857

    Para la propiedad no hay mares, ni montañas

    La propiedad literaria. Memoria presentada a la Facultad de Leyes por don Vicente Reyes para obtener el grado de Licenciado en dicha Facultad. Anales de la Universidad de Chile, 1857

    Latentes contradicciones

    El gobierno socio de la Empresa del Ferrocarril de Valparaíso. El Ferrocarril, enero de 1858

    Felices los que nacieron más allá del alcance de los palos

    Abolición de la pena de azotes. La Gaceta de los Tribunales, abril de 1858

    Es un dolor que los hombres se afanen tanto en gobernar mal

    La política del libre cambio o nueva política comercial, por Demetrio Rodríguez Peña. Revista del Pacífico, 1861

    Estamos legislando para un territorio donde nada hay

    Compra de terrenos en el territorio de Arauco. Congreso Nacional, Cámara de Diputados, Sesiones Ordinarias, julio de 1865

    Católico, anhelo para mi religión completa libertad

    Elogio de don Pedro Francisco Lira; reforma de nuestra Constitución. Discurso leído por don José Nicolás Hurtado en el acto de su incorporación a la Facultad de Leyes y Ciencias Políticas. Anales de la Universidad de Chile, julio de 1870

    ¿Por qué entonces te niegan la libertad de elegir?

    Prólogo a La esclavitud de la mujer (Estudio crítico por Stuart Mill), por Martina Barros Borgoño. Revista de Santiago, 1872

    Las mayorías deciden y dan la ley, pero oyendo a las minorías

    La representación de las minorías. Memoria de prueba para optar al grado de Licenciado en la Facultad de Leyes y Ciencias Políticas, por don Federico Errázuriz. Anales de la Universidad de Chile, 1873

    Cuarenta y ocho horas

    Infanticidio. Congreso Nacional, Senado, Sesiones Ordinarias, julio de 1874

    Para nosotros, la patria está antes que la ciencia

    Contra el torrente. La Industria Chilena, septiembre de 1875

    El becerro de oro del libre-cambio

    Debate sobre las trilladoras chilenas. Boletín de la Sociedad Nacional de Agricultura, abril, mayo y julio de 1876

    El hombre, su secular usurpador

    Selección de La Mujer: Historia, Política, Literatura, Artes, Localidad, mayo, junio y julio de 1877

    El origen mismo de los servicios que presta el Estado

    Revista de la prensa, Valentín Letelier. El Atacama, agosto de 1877

    Los liberales son conservadores y los conservadores son liberales

    Vacunación obligatoria. Congreso Nacional, Cámara de Diputados, Sesiones Ordinarias, junio de 1880

    La organización disciplinaria del liberalismo

    À tout seigneur tout honneur y Disciplina política. El Heraldo, mayo y junio de 1881

    ¿Se comprende un soberano ateo nombrando obispos?

    Independencia civil y religiosa. El Ferrocarril, agosto de 1882

    La libertad liberticida

    El gran meeting. La Ley de Cementerios ante la opinión pública. En Las reformas teológicas de 1883 ante el país y la historia, 1884

    Me mantendré en mis cinco

    Cartas de Domingo Santa María a Francisco Ugarte Zenteno, Alberto Blest Gana y Eusebio Lillo, agosto de 1883 y agosto de 1884

    Abolir la propiedad sería volver a la barbarie de los patagones y fueguinos

    Crónica del mes (Liberty and Property). Revista Económica, julio de 1887

    Errados consejos

    Crónica del mes (El Informe de la Sociedad de Fomento Fabril sobre el proyecto de reforma del impuesto aduanero). Revista Económica, 1887

    El porvenir del liberalismo pertenece al Partido Radical

    El liberalismo. Estudios sociológicos, por Juan S. Lois. Revista del Progreso, 1889

    En evidente perjuicio de la mujer

    Derechos civiles de la mujer. Memoria presentada para optar al grado de Licenciado en la Facultad de Leyes y Ciencias Políticas, por don Guillermo Echeverría Montes. Anales de la Universidad de Chile, noviembre 1892–abril 1893

    Nadie es dueño de la vida de un hombre

    La pena de muerte, por Justiniana. La Mujer, Curicó, primera quincena de noviembre, 1897

    Los individualistas intransigentes

    La misión civilizadora del Estado ante las escuelas individualista y socialista, por Tomás A. Ramírez Frías, 1901

    En Chile no hay liberalismo

    En Chile no hay liberalismo. Todos son conservadores. El Grito Popular, agosto de 1911

    El moderno concepto de liberalismo

    Selección de La Revista Liberal, agosto, septiembre y octubre de 1913

    Por razones de solidaridad social

    El liberalismo político, por Gustavo Silva, 1914

    ¿Pueden acaso estas cuestiones ser dirimidas por la ciencia pura?

    El liberalismo individualista, y el nacionalismo, el libre cambio y la protección, bajo su aspecto científico. Conferencia dada en la Extensión Universitaria, por Guillermo Subercaseaux, 1915

    Solo puede estimarse libre aquel que no vive pendiente del buen querer ajeno

    Valentín Letelier, Génesis del derecho y de las instituciones civiles fundamentales, 1919

    El error más odioso, dilatado y trascendental

    Una encuesta sobre el sufragio femenino. Revista Chilena, mayo de 1920

    Los descendientes de los antiguos pipiolos

    El liberalismo y su misión social, por Gabriel Amunátegui, 1933

    Bibliografía

    PRESENTACIÓN

    A

    NDRÉS

    E

    STEFANE

    Este libro reúne más de 60 documentos que refieren a las ideas de libertad y al liberalismo como corriente política en Chile desde la independencia hasta las primeras décadas del siglo xx. Se recogen aquí editoriales, artículos de prensa, discusiones parlamentarias, memorias de grado, conferencias, correspondencia, ensayos, proclamas y discusiones programáticas significativas para el campo liberal. En ningún caso se trata de una compilación apologética, pues su propósito es explorar la variedad de usos e interpretaciones de la libertad como concepto político-filosófico y del liberalismo como corriente político-ideológica. Una primera advertencia para este ejercicio es que la reflexión sobre las libertades no fue patrimonio exclusivo del liberalismo; una segunda advertencia es que el liberalismo —desde donde se elaboraron reflexiones sustantivas sobre las libertades— fue una credencial reclamada por diversos actores políticos mientras intervenían sobre los conflictos que los constituían como tales. Es por esto que los lectores encontrarán aquí críticas y defensas entre diversas comprensiones de la libertad, elaboraciones reposadas y escritos urgentes sobre quiénes podían describirse como liberales, ensayos de delimitación conceptual y lecturas reacias a reconocer bordes en la definición de identidades políticas, así como reflexiones privadas y públicas que, cuando no acusaban suplantaciones o embargos, intentaban afanosamente fijar aduanas para el uso de los motivos y doctrinas liberales. Esta variedad de registros y objetivos permite observar un panorama intelectual altamente contingente, y que sitúa el problema de la libertad y la trayectoria del liberalismo en sus diversos acoples con el proceso político chileno.

    La cronología es uno de los aspectos en que esta compilación sigue visiones convencionales. El punto de partida coincide con los debates en torno a la organización de las primeras instituciones políticas autónomas en el país. Si bien esta opción puede ser criticada por desatender la presencia de estos conceptos en el período tardo-colonial, la decisión responde al reconocimiento de aquellos problemas donde los temas de la libertad determinaron disensos políticos de urgente resolución una vez asimilado el alcance de la crisis de la Monarquía española. Con esto se indica que la superación de la condición colonial fue una experiencia central para comprender bajo qué términos se comenzó a conjugar aquí, y en todo el continente, el lenguaje de las libertades. De ahí que los primeros artículos de esta compilación den cuenta de la forma en que la comprensión de ese arsenal discursivo fijó el horizonte de lo que podía o no significar la independencia, el gran tema de fondo de este primer período, así como de los principios que iban a determinar la fisonomía de las nuevas instituciones cuando el quiebre fue irreversible.

    También se siguió la cronología convencional al definir el punto de corte, situado a inicios de la década de 1930, cuando la crisis económica, la modificación global de los ejes del conflicto político y la emergencia de los partidos de masas probaron la impertinencia del liberalismo en la forma que se le había conocido. Tal como se admitió en el documento que cierra esta compilación —una conferencia pronunciada en la Convención Liberal de 1933—, los problemas que debían enfrentar los liberales ya no tenían que ver con garantizar los derechos del individuo ni con las cuestiones teológicas. Los desafíos provenían de la aguda crisis social interna y la radical transformación del mundo de entreguerras, vectores que fraguaron ese escenario de incertidumbre y vacilaciones que los liberales debían afrontar con originalidad. Ante todo, debían tener conciencia de que asistían al parto de una era que demandaba un nuevo encuadre para las libertades. Ese testimonio, uno de los tantos que se pueden encontrar en la época, es asimismo revelador de la forma en que en medio de esta crisis los liberales volvieron a su historia para retomar el impulso arrebatado por las borrascosas fuerzas que abrieron el siglo xx.

    En varios sentidos, esta compilación es una versión de ese recorrido, pero una versión probablemente inoportuna o al menos incómoda para las sensibilidades liberales de inicios del siglo xx. Si hay algo que los documentos de esta serie boicotean son las fantasías de genealogías claras o visiones coherentes de ese pasado. Lo que busca esta secuencia es simple: mostrar cómo las ideas de libertad y liberalismo —separadas o a veces fundidas— estuvieron en juego o se pusieron al servicio de los debates más relevantes de cada período. Como ya se sugirió, aquí no solo se escucharán voces propiamente liberales, sino actores que vocalizaron motivos liberales o se aferraron a los proteicos significados de la libertad para moldear las fronteras siempre móviles de la política. Que esos significados nunca estuvieran reducidos al liberalismo es lo que explica el subtítulo de la compilación. Dicho de otro modo: en lo que refiere a las libertades, esto se trata más de usos que de conceptos puros, y ello también aplica para la trayectoria del liberalismo como corriente. Si hay algo interesante que decanta de este recorrido, es la pluralidad de actores y la multiplicidad de objetivos que asistieron a la disputa por los significados de estos conceptos, así como la diversidad de identidades políticas fraguadas en torno a ellos.

    Conviene precisar qué tipo de fuentes históricas han sido consideradas para esta edición, esto a modo de explicar por qué unas y no otras, y de qué manera las incluidas concurren a la descripción de la historia del liberalismo en Chile. Desde luego que esta selección reivindica la importancia de rastrear los entornos institucionales, los debates de largo plazo y los intereses que mediaron en la aclimatación de los motivos liberales. Tal como indicó Hugh Stuart Jones en su estudio sobre las variedades del liberalismo europeo, la investigación empírica nos ha hecho cada vez más conscientes de que los movimientos y doctrinas liberales han sido profundamente influidos por los contextos nacionales.¹ Con esto no se pretende —conviene siempre aclararlo— avanzar hacia afirmaciones que resalten lo excepcional en la recepción y uso de estas ideas. Por el contrario, atender a las dinámicas locales mediante una lectura históricamente situada de la articulación entre ideas y política, permite superar los esquematismos difusionistas y también contener las derivas nativistas que imposibilitan comprender las dinámicas y alcances de la circulación global de ideas. Sobre todo, posibilita mirar en su justa proporción influencias y préstamos que por falta de investigación —o mera repetición de prejuicios— suelen magnificarse.²

    El objetivo de atender a las dinámicas locales fue cubierto mirando más allá de las fronteras ya dibujadas por los grandes textos, los testamentos políticos de figuras tutelares y los conflictos emblemáticos. Una pesquisa que recorre territorios menos visitados y sacude los pliegues del discurso y la práctica política, permite afirmar que el panorama del liberalismo en Chile es menos nítido y convencional de lo que se ha querido. Basta recordar dos elementos. Primero, que ese liberalismo debió acomodarse y negociar con una sólida y ubicua cultura católica, de enorme peso político y simbólico, por no mencionar su decisiva musculatura burocrática y dispersión territorial, herramientas con los que planteó enfrentamientos de alta sofisticación en la disputa del sentido común de lo moderno. Segundo, ese mismo liberalismo cobijó y convivió durante gran parte del siglo xix con tendencias corporativistas y agendas políticas parciales de notoria relevancia, que no tuvieron problemas para combinarse orgánicamente con los componentes individuales de la corriente, configurando actores y vocerías situadas a distancia y a veces en oposición a los lugares de reproducción de un liberalismo, digamos, doctrinario. En el fondo, se trata de aceptar la desestabilización de las fronteras ideológicas, cuestión a estas alturas poco problemática, pero también de asumir las implicancias de dicha disolución en la posibilidad de sostener genealogías nítidas (donde probablemente haya algo más de resistencia).³

    Por lo anterior, aquí decidimos poner énfasis en aristas y escenarios menos familiares, esto para enriquecer el radio temático donde se suele observar el problema de las libertades y el liberalismo. En concreto, se visibilizan actores y espacios de producción de pensamiento generalmente desestimados en las reconstrucciones en uso. Es por ello que en esta compilación no predominan los nombres más frecuentes ni los conflictos más gravitantes, sino autores y debates que una visión canónica consideraría de segundo o tercer orden por desconocer su relevancia para la comprensión de los problemas que definieron este panorama ideológico. Se trata, en suma, de una reconstrucción del problema en clave menor, donde menor en ningún caso sugiere irrelevancia o trivialidad, sino más bien un énfasis en escenas cotidianas y funcionales —menos agónicas y, por ello, no tan memorables— que en su acumulación también terminaron jugando un papel importante en la forja del sentido común liberal.

    El resultado es el desborde del canon. Si siempre escuchamos de José Miguel Infante, Francisco Bilbao, Santiago Arcos, José Victorino Lastarria o José Manuel Balmaceda, por nombrar figuras icónicas, en esta compilación también aparecen Antonio de Orihuela, Nicolás Pradel, Juan Nicolás Álvarez, Santiago Ramos (El Quebradino) y otros que representaron visiones discordantes e irreverentes dentro de la trayectoria liberal. Aparecen también políticos e intelectuales ineludibles en su época, pero cuyos nombres no resuenan con igual intensidad en las retrospectivas usuales, como Vicente Sanfuentes, Demetrio Rodríguez, Tomás Ramírez, Manuel Egidio Ballesteros y Gustavo Silva. Una figura emblemática como Ramón Freire aparece aquí menos libertario de lo que a veces se quiere. Es cierto que en varios pasajes se cita a Courcelle-Seneuil, pero también a André Cochut y Miguel Cruchaga, y con él a los discípulos del primero. Valentín Letelier suele ser una figura incómoda en la trayectoria liberal por su robusta concepción del Estado, pero aquí aparece con propiedad definiendo los contornos del liberalismo, y lo hace junto al médico Juan Serapio Lois, otro ilustre olvidado, quien además tuvo la osadía de convertir a Copiapó en una de las capitales continentales del positivismo. Dado que aquí no solo hablan los liberales, hay también espacio para sus críticos y para figuras que la historia liberal desconoce, pero que de igual modo hicieron suyos los temas de la libertad. De ahí que aparezcan algunos editores allegados al círculo de Diego Portales; que veamos a Manuel Montt reflexionando sobre la propiedad indígena años antes de encabezar, desde la presidencia, la violenta ocupación de esas mismas posesiones; que asistamos a la descripción de la transición al nacionalismo de Guillermo Subercaseaux, otrora firme defensor de las convicciones liberales en materia económica, y también las agudas críticas de Luis Emilio Recabarren, ilustrando con firmeza lo que el socialismo tenía que decir a los liberales sobre la libertad.

    La nómina anterior tiene un evidente sesgo de género, y en esta compilación hay un esfuerzo por intervenir sobre ese límite. Nuevas investigaciones, producidas por una generación de académicas y académicos que han removido las inercias de sus respectivos campos, han mostrado que en este período la presencia de mujeres en la esfera editorial fue más dinámica y significativa de lo que sabíamos, y en ese empuje han ampliado el espectro de los archivos y con ello los márgenes de lo decible. Gracias a la identificación minuciosa de periódicos y proyectos editoriales sostenidos por mujeres se han recuperado escenas de discusión e impugnación del orden masculino que desmoronan los espejismos de consenso. La grieta que abrieron se describe con nitidez. Dada la subordinación de la mujer tanto en el ámbito privado como en el público, ellas tuvieron mucho que decir sobre el significado y los límites de las libertades; asimismo, en su lucha por la educación, el reconocimiento de sus derechos civiles y políticos, y en el combate a los prejuicios sociales que imposibilitaban la igualdad, probaron la verdadera extensión de las promesas de emancipación inscritas en el liberalismo. Junto al ineludible prólogo que Martina Barros Borgoño firmó en 1872 para preparar la recepción de su traducción de The Subjection of Women de John Stuart Mill, se incluyen aquí editoriales y una carta aparecidas en el semanario La Mujer: Historia, Política, Literatura, Artes, Localidad (1877), editado por Lucrecia Undurraga; también una reflexión de 1897 sobre la pena de muerte, publicada en un impreso de igual nombre, pero editado en Curicó, y un par de memorias de grado —firmadas por hombres— que acusaban las formas en que la subordinación legal de la mujer reproducía la dinámica patriarcal al interior de la familia. Las respuestas a un cuestionario sobre el sufragio femenino que circuló en 1920 hace las veces de balance de las zonas grises del liberalismo respecto a la situación de las mujeres.

    Parte de esas zonas grises emergieron al aplicar los primeros criterios para la selección de documentos. El norte fue poner atención en aquellas piezas que abordaran motivos transversales al problema de las libertades y a las diversas comprensiones del liberalismo: igualdad civil y política, derechos individuales, naturaleza y límites del poder del Estado, abolición de los privilegios, propiedad privada y libertad comercial. Aunque estuviesen asociados de forma oblicua a los motivos anteriores, se contempló también documentación relevante para la comprensión de las cuestiones teológicas y la descentralización territorial del poder, entendidos como conflictos centrales para la articulación de la defensa de las libertades y la forja de la identidad de los partidos políticos liberales. El resultado es indicativo del espesor de los problemas en los que estos conceptos cumplieron alguna función. La igualdad civil y política nos llevó a la desigualdad entre los sexos, y ello a los pasadizos que conectaban la subordinación de la mujer al interior de la familia con su postergación en la esfera pública. El tema de la propiedad privada iluminó el debate sobre los límites a la voluntad de un padre al momento de testar, los desafíos conceptuales y políticos que la propiedad indígena impuso al derecho liberal, y las jabonosas preguntas sobre la producción y consumo de bienes culturales. En lo que respecta a derechos individuales, emergieron debates esperables, como la libertad de imprenta y la esclavitud, pero también otros menos explorados, como la legitimidad de la pena de muerte, el uso de la tortura por parte de funcionarios del Estado o las disparidades de clase en el acceso a la justicia. Desde luego que el tema de la libertad política resulta transversal al período que cubre esta compilación, pero fue especialmente relevante durante las décadas que siguieron a la independencia. También son interesantes las evaluaciones sobre la libertad comercial, en particular por la forma en que su observancia tensionaba la aspiración a la independencia económica de un país con historia colonial. El recurso a la libertad como resistencia al poder —en sus diversas manifestaciones— aparece en encuadres predecibles y también en algunos curiosos, como el rechazo a un proyecto de vacunación obligatoria que fue caricaturizado como parte de una conspiración autoritaria orquestada por médicos y burócratas del Estado.

    Durante décadas —y esto como efecto residual de una atávica condescendencia política y moral hacia Latinoamérica— este continente fue entendido como tierra estéril para la recepción del liberalismo. La pervivencia de formas pre-modernas tanto en la producción económica como en la organización social y el régimen de propiedad; la hegemonía espiritual y política de la cultura católica, reducida a sustrato de tradicionalismo; los resabios estamentales dentro de sociedades racialmente jerarquizadas; las sucesivas oleadas de caudillos y gendarmes; el peso social y material de corporaciones empeñadas en trabar el librecambio; la dificultad para consolidar sistemas políticos disciplinados y comprometidos con la integración de las economías regionales al mercado global; el desprecio a la población indígena, entendida como obstáculo y enemiga del progreso; en fin, las pesadas cadenas que acusaban una disonancia irreductible entre las formaciones sociales latinoamericanas y el horizonte utópico de modernidad política, fueron considerados factores irremontables y razones evidentes para lamentar que América Latina no pudiese disfrutar de los regalos que manaban de las fronteras de la civilización. Esto puede sonar a caricatura, o a una queja de otra década, pero en nuestros tiempos siguen apareciendo analistas que vocean desde prestigiosos medios internacionales, con tono serio y referencias bibliográficas, opiniones de este calibre.⁶ Sería ingrato afirmar que esta compilación es un antídoto, pues no es ese su propósito y porque es mucho más que eso. Lo que se propone aquí es un recorrido que reconoce la porosidad ideológica, que mira las ideas de libertad y lo que se conoció como liberalismo como instrumentos para la intervención en política, que desbarata los purismos y las conjugaciones en singular, y que festina con esas ansiedades cosmopolitas que solo esconden un triste afán de igualación.

    Sería inoficioso agotarnos con la descripción de los escenarios y coyunturas que se abordan en esta compilación. Esa función la cumplen las introducciones preparadas para cada uno de los más de 60 documentos aquí reunidos. Todas responden a estos simples propósitos: ofrecer claves de lectura para entender mejor el momento de cada intervención; dar referencias útiles sobre las autorías o sobre quienes sostenían los medios que reproducían los escritos; aproximar aquello a lo que se alude, pero que está en otra parte; dibujar filiaciones y sugerir parentescos donde el hermetismo lo impide, y también sospechar de lo que se dice. Dado el arco temporal y la variedad de temas que discuten estos textos, para la redacción de cada introducción descansamos en numerosas investigaciones de historiadoras e historiadores, y también de especialistas de otros campos que han estudiado cada momento y sus temas. El mismo papel cumplieron los trabajos referidos a otras latitudes o a la trayectoria transnacional del liberalismo. Si bien hay agradecimientos específicos en el párrafo que sigue, corresponde agradecer aquí los bien documentados aportes —producto de largas jornadas de pesquisas— de todas las investigadoras e investigadores mencionados en la bibliografía. En tiempos donde la mercantilización de la imaginación histórica parece haber naturalizado la apropiación impune del trabajo ajeno, conviene insistir en este básico gesto de reconocimiento. Ninguna de estas introducciones, cuyas limitaciones corren por nuestra cuenta, hubiese podido ser escrita sin los trabajos citados al final, que ofrecen además un buen marco de referencia para quienes deseen profundizar en problemas específicos. Los lectores notarán también que cada documento va antecedido de un título. Esos títulos no son de fantasía ni un artilugio editorial, sino que corresponden a frases o expresiones extraídas de los mismos documentos y que capturan el sentido de cada intervención. En eso hubo respeto irrestricto a la fuente.

    Cuando íbamos a ser libres. Documentos sobre las libertades y el liberalismo en Chile (1811-1933) es resultado de un proyecto colectivo desarrollado en el Centro de Estudios de Historia Política de Universidad Adolfo Ibáñez. Al igual que la colección Historia política de Chile, 1810-2010 —publicada hace un par de años también por el Fondo de Cultura Económica—, esta compilación contó con el patrocinio de Juan Andrés Camus, Patricia Matte Larraín y Rafael Guilisasti Gana, a quienes agradecemos una vez más su indispensable apoyo.⁷ Van también nuestros agradecimientos a Leonidas Montes, Ignacio Briones y Soledad Arellano, quienes como sucesivos decanos y decana de la Escuela de Gobierno, nos brindaron el tiempo requerido —más del que les habíamos advertido— para preparar esta publicación. Lo mismo para Rafael López Giral, del Fondo de Cultura Económica en Chile, no solo por acoger esta propuesta en tiempos difíciles, sino también por sus recomendaciones de avezado editor, que sacudieron esta compilación de su desabrido tono inicial. En el proceso de recopilación de documentos, cuyo total superó con creces el número de piezas aquí publicadas, participamos los investigadores Susana Gazmuri, Juan Luis Ossa, Francisca Rengifo, Claudio Robles y Andrés Estefane. En la coordinación, que siempre hace todo posible, estuvieron Nicole Gardella y Carolina Apablaza. Aunque nuestras trayectorias vitales y laborales nos localizan hoy en instituciones distintas, esta publicación testimonia memorables jornadas de trabajo conjunto. A todas y todos, el debido reconocimiento.

    Como es norma en el trabajo académico, este proyecto tampoco hubiese sido posible sin la ayuda de un verdadero ejército de jóvenes investigadores —que con el paso de los años se transformaron en colegas, sin dejar de ser jóvenes— cuya rigurosidad e intuición contribuyeron a enriquecer enormemente el repertorio documental que terminamos acumulando. Van nuestros agradecimientos a Fernando Candia, Sebastián Hernández, Diego Hurtado, Francisca Leiva, Gabriela Polanco, Macarena Ríos y Diego Romero. Diego Hurtado preparó además un sólido ensayo bibliográfico que sirvió de guía para conocer mejor el terreno que estábamos pisando. Hacia el final, Macarena Ríos asumió la tarea de revisar una versión preliminar de la compilación. Diego Romero y Violeta Pino transcribieron con celeridad documentos que reclamaron un lugar casi entrando a imprenta, permitiéndonos subsanar groseras omisiones. Agradecemos también a los académicos Joaquín Fernández Abara y Cristóbal García Huidobro, quienes compartieron con generosidad valiosos documentos de sus propias investigaciones durante la etapa de pesquisa. Felipe Pérez Solari nos dio un par de pistas jurídicas, sin saberlo. Marcelo Casals leyó una versión primera, infinitamente más tosca, de esta presentación, y desde ahí siempre estuvo alerta para recomendar textos referidos a este asunto. También agradecemos a Gabriel Cid, Vasco Castillo y Nicolás Lastra por facilitarnos varios documentos reunidos en el Archivo Digital de Historia de las Ideas Políticas que sostiene el Programa de Historia de las Ideas Políticas en Chile de la Universidad Diego Portales. Carla Ulloa Inostroza nos envió un artículo de su autoría difícil de localizar en medio de la pandemia, y también nos beneficiamos de la valiosa Antología crítica de mujeres en la prensa chilena del siglo xix que preparó junto a Verónica Ramírez y Manuel Romo, citada en la bibliografía.

    Documentos

    ACORDAOS QUE SOIS HOMBRES DE LA MISMA NATURALEZA QUE LOS CONDES, MARQUESES Y NOBLES

    En el marco de los conflictos generados por la elección de representantes al primer Congreso Nacional, fray Antonio de Orihuela —cercano a los artesanos de Concepción— redactó en 1811 esta encendida proclama que perturbó a varios de sus contemporáneos. Si este texto es frecuentemente citado por la frontalidad con que describe el conflicto social en medio de los primeros intentos por asentar instituciones autónomas, debería ser también reconocido por la forma en que emplea principios liberales para explicar esa tensión. Libertad e igualdad parecen aquí indisociables y se las entiende en su sentido más radical. Es desde ahí, por ejemplo, que Orihuela esboza un riguroso criterio para defender la revocabilidad de la representación política. Esta lectura anti-aristocrática de los principios liberales es una buena entrada para aproximarse al rico y diverso pensamiento que se abre con la crisis del Imperio Español.

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    Proclama revolucionaria del padre franciscano fray Antonio Orihuela, 1811

    Sesiones de los Cuerpos Legislativos de la República de Chile (Santiago: Imprenta Cervantes, 1887), tomo

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    , pp. 357-359

    Pueblo de Chile: mucho tiempo hace que se abusa de nuestro nombre para fabricar vuestra desdicha. Vosotros inocentes cooperáis a los designios viles de los malvados, acostumbrados a sufrir el duro yugo que os puso el despotismo, para que agobiados con la fuerza y el poder, no pudieseis levantar los ojos y descubrir vuestros sagrados derechos. El infame instrumento de esta servidumbre que os ha oprimido largo tiempo, es el dilatado rango de nobles, empleados y títulos que sostienen el lujo con vuestro sudor i se alimentan de vuestra sangre. Aunque aquella agoniza, estos existen más robustos y firmes apoyados en vuestra vergonzosa indolencia y ridícula credulidad. Afectaron interesarse por vuestra felicidad en los principios, para que durmieseis descuidados a la sombra de sus lisonjeras promesas, y levantar luego sobre los escombros de vuestra ruina el trono que meditaban a su ambición.

    No soy yo, infelices, el que os engaña. Abrid los ojos y cotejad las flores en que se ocultaban estos áspides en los papeles que circulaban el año pasado, con el veneno mortal que ahora derraman sobre vuestra libertad naciente, y no llegará tarde el desengaño. Leed, digo, los papeles con que os paladeaban entonces para haceros gustar después la amarga hiel que dista ya poco de vuestros labios, y palparéis su perfidia. Todas sus cláusulas no respiraban sino dulzura, humanidad y patriotismo: ¡qué compasión de los miserables hijos del país, que se hallaban sin giro alguno para subsistir, por la tiranía y despotismo del gobierno!, ¡qué lamentarse de los artesanos, reducidos a ganar escasamente el pan de cada día, después de inmensos sudores y fatigas; de los labradores que sinceramente trabajan en el cultivo de pocas simientes para sus amos y morir ellos de hambre, dejando infinitos campos vírgenes, porque les era prohibido sembrar tabaco, lino y otras especies, cuya cosecha hubiera pagado bien su trabajo; de los pobres mineros, sepultados en las entrañas de la tierra todo el año para alimentar la codicia de los europeos!, ¡qué lamentarse por la estrechez y ratería del comercio, decaído hasta lo sumo por el monopolio de la España! ¿Qué no se debía esperar de estas almas sensibles, que al parecer se olvidaban de sí mismas por llorar las miserias ajenas? Ellos estampaban que todo pedía pronto remedio, y que al pueblo solo competía aplicarlo, porque la suprema autoridad, decían, reside en él únicamente. El pueblo, en su opinión, debía destronar a los mandones, para dictar él leyes equitativas i justas, que asegurasen su propia felicidad. El pueblo, repetían, no conoce sus derechos, y estos son de muy vasta extensión. ¡Oh pueblos engañados! Vosotros creísteis a estas sirenas mentirosas que abusaban de vuestro nombre para descuidaros con la lisonja, y haceros víctima de su ambición, después instrumento de sus maquinaciones pérfidas. Miradlo patente desde el primer paso que se dio para vuestra imaginaria felicidad.

    La nobleza de Santiago se arrogó así la autoridad que antes gritaba competir solo al pueblo (como si estuvieran excluidos de este cuerpo respetable los que constituyen la mayor y más preciosa parte de él), y creó una junta provisional que dirigiese las siguientes operaciones. Por fortuna, se equivocaron en la elección de uno de sus vocales, creyéndolo adicto a sus ideas (hablo del dignísimo patriota don Juan Rozas, único que podía conservar intactos los derechos inviolables del pueblo); pero era solo, y aunque se sostuvo al principio contra el torrente de la iniquidad a fuerza de sus extraordinarias luces, al fin ahogó sus populares sentimientos la multitud de espíritus quijotescos, poseídos del vil entusiasmo de la caballería. Fue consiguiente a este proceder la instrucción que circuló por los pueblos para arreglo de la elección, en que, dándoles voto, y voto a solo los nobles opresores (los más de ellos sarracenos), se priva de su derecho al pueblo oprimido, más interesado sin duda en el acierto de las personas que habían de representar sus poderes en el Congreso Nacional. Ved aquí en este solo pueblo de Concepción patentes ya las funestas consecuencias de la instrucción maldita en la elección del conde de la Marquina, del magistral Urrejola y del doctor Cerdan, sujeto a la verdad que... Pero antes de pasar adelante, analicemos sus cualidades y prendas personales, para que salgan a la luz del mundo en este hecho los errores a que está sujeta la elección de la nobleza, por la pasión infame de sostener a toda costa el oscuro esplendor que la distingue.

    Ninguno más inepto para desempeñar cualquier encargo público que el conde de la Marquina. Lo primero por conde. En las actuales circunstancias, los títulos de Castilla que, por nuestra desgracia, abundan demasiado en nuestro reino, divisan ya en la mutación del gobierno el momento fatal en que el pueblo hostigado de su egoísmo e hinchazón, les raspe el oropel con que brillan a los ojos de los necios, y como ellos aman tanto esta hojarasca, que solo puede subsistir a la sombra de los tiranos, derramarán hasta la última gota de su sangre por sostenerlos. Su escaso mayorazgo, aun estando la España en pie, apenas le daba para mantenerse, y se veía precisado a recurrir a medios tan indecorosos como sacrílegos. Ahora, pues, que no existe aquel ¿qué había de hacer sino vender con infamia los sagrados derechos que le confió su pueblo, por la comandancia de infantería? Lo tercero, ignorante caprichoso, lleno de ambición, sarraceno.

    El magistral Urrejola es un sujeto cuya sola figura es bastante para descubrir su carácter vano, arrogante y presumido, perjudicial al pueblo que representa, indecoroso al estado en que se halla e infiel a los deberes de su cargo. Todo el mundo sabe que sus miras no son otras que engañar con ridículas hipocresías a los incautos, para conseguir como el lobo de Cuenca, a quien afecta imitar, algún rebaño de tristes ovejas a las que devore su ambición. ¿Qué hará por vosotros, engañados concepcionistas, un egoísta tal sino entregaros víctimas de quien favorezca sus ideas? Su adhesión a los sarracenos es innegable. Ellos lo hicieron diputado pagando o afianzando las deudas que había contraído con la caja en el manejo infiel de la cruzada, o en no sé qué otros ramos, y lo imposibilitaban para el empleo. Pues a ellos y no a vosotros atenderá en el Congreso.

    Cerdan, ni es menos ambicioso, ni menos presumido y egoísta que el anterior. Sus intereses particulares pesan más en la balanza viciada de su amor propio, que los de todo un pueblo entero, que abandonará ignominiosamente a los insultos del sarracenismo, al menor envite con que le brinden nuestros enemigos.

    Tales son, indolentes concepcionistas, las personas que os representan. No los elegisteis vosotros, es verdad, pero sufristeis que os las eligiesen la intriga, el soborno i el interés particular de los nobles, de los rentados y de los sarracenos, para que, a vuestro nombre y al abrigo de vuestros derechos, asegurasen su distinción y autoridad sobre vosotros mismos, sostuviesen sus empleos y rentas, y favoreciesen el partido de la opresión injusta que principiáis a sacudir. ¿Y podréis negar estas verdades, aunque tristes? Ojalá no estuvieran tan patentes. Reconoced el semblante de los sarracenos, y encontraréis en la complacencia que se les revierte, una prueba nada equívoca de las ventajas que ya alcanzan por estos medios en el Congreso. Recorred las tropas patrióticas en que fundabais vuestras esperanzas, y veréis a su frente, con ceño amenazador, a los mismos que formaban el yugo de vuestra servidumbre, y aun a los cómplices del vil Figueroa que atentó contra nuestras vidas. ¿Queréis más? Oíd: No contentos los nobles intrigantes de Santiago con haber coartado la autoridad de los pueblos en la elección de diputados representantes, para que recayesen en los de su facción, cuando vieron que esta precaución, que había tomado su malicia, no era suficiente a entregar al partido de la iniquidad, porque algunos pueblos menos ciegos pusieron los ojos en personas fieles i escrupulosas en el desempeño de su obligación, echaron mano de otro arbitrio, tan legal e injurioso a la libertad e igualdad popular, como el primero. Este fue añadir seis diputados más de los estipulados por Santiago, para con este exceso sofocar el número de los virtuosos y fieles patriotas. Protestaron estos con energía contra un proceder tan injusto y malicioso, haciendo ver que sus representantes eran defraudadores de sus derechos, y no consentirían jamás subordinación a las resultas de una providencia tan ilegítima y violenta; y cuando debía esperarse que suscribiesen a una protesta tan justa todos los diputados de los pueblos agraviados, la mayor parte no atiende a otra cosa que a las ventajas que les resultan de acogerse a los alícuos [sic], para cooperar a su perdición, y a la de los inocentes que le confiasen sus poderes. Los de Concepción se cuentan los primeros en el número de estos traidores. ¿Y aun descansáis tranquilos en la necia confianza que os constituye víctimas de las maquinaciones de estos pérfidos?

    Yo oigo ya vuestras tímidas voces y frías disculpas. Ya están electos, decís, ya están recibidos en el Congreso; ya les dimos nuestros poderes; nos engañaron abusando de nuestro sufrimiento; nos venden a sus intereses; pero ¿qué haremos?, ¿qué remedio? El remedio es violento pero necesario. Acordaos que sois hombres de la misma naturaleza que los condes, marqueses y nobles; que cada uno de vosotros es como cada uno de ellos, individuo de ese cuerpo grande y respetable que se llama Sociedad; que es necesario que conozcan y les hagáis conocer esta igualdad que ellos detestan como destructora de su quimérica nobleza, levantad el grito para que sepan que estáis vivos, y que tenéis un alma racional que os distingue de los brutos con quienes os igualan, y os hace semejantes a los que vanamente aspiran a la superioridad sobre sus hermanos. Juntaos en cabildo abierto, en que cada uno exponga libremente su parecer, y arrebatadles vuestros poderes a esos hombres venales, indignos de vuestras confianzas, y sustituidles unos verdaderos y fieles patriotas que aspiren a vuestra felicidad, y que no deseen otras ventajas ni conveniencia para sí que las que ellos mismos proporcionen a su pueblo. No os acobarde la arduidad de la empresa ni temáis a las bayonetas con que tal vez os amenacen. Aquella tiene mil ejemplares en la historia, y su feliz éxito en todos tiempos debe animaros a volver por vosotros mismos: y estas las manejan unos miserables que deben interesarse tanto como vosotros en el sistema que va a ser arruinado por los infames si no lo remediáis pronto.

    Mirad:

    Entre las instrucciones que deis a vuestros representantes, sea la primera que procuren destruir a esos colosos de soberbia, que como terribles escollos hacen ya casi naufragar la nave de nuestro actual gobierno. Ya veis que hablo de los títulos, veneras, cruces y demás distintivos con que se presentan a vuestra vista esos ídolos del despotismo, para captarse las adoraciones de los estúpidos. Esparta y Atenas, aquellas dos grandes repúblicas de la Grecia, émulas de su grandeza, terror de los persas y demás potencias del Asia, y los mejores modelos de los pueblos libres, no consentían otra distinción entre sus individuos que la que prestaban la virtud y el talento, y aun cuando estas brillaban tanto, que lastimaban algo la vista de la libertad, eran víctimas sus dueños, aunque inocentes, del celo popular. No os quiero tan bárbaros, pero aun os deseo más cautos.

    No olvidéis jamás que la diferencia de rangos y clases fue inventada de los tiranos, para tener en los nobles otros tantos frenos con que sujetar en la esclavitud al bajo pueblo, siempre amigo de su libertad; y ya estamos en el caso en que ellos deben cumplir con esta ruin obligación. La antigua Roma echó los fundamentos de su grande imperio sobre la igualdad de sus ciudadanos, y no dio el último estallido hasta que la hizo reventar el exorbitante número de barones consulares, augures, senadores, caballeros, etc. En la América libre del norte no hay más distinción que las ciencias, artes, oficios y factorías a que se aplican sus individuos, ni tienen más dones que los de Dios y de la naturaleza, y así se contentan con el simple título de ciudadanos. Pero ¿para qué necesitamos de ejemplos? ¿No bastará la razón para alumbraros?

    Con vosotros hablo, infelices, los que formáis el bajo pueblo. Atended:

    Mientras vosotros sudáis en vuestros talleres; mientras gastáis vuestro sudor y fuerzas sobre el arado; mientras veláis con el fusil al hombro, al agua, al sol y a todas las inclemencias del tiempo, esos señores condes, marqueses y cruzados, duermen entre limpias sábanas y en mullidos colchones que les proporciona vuestro trabajo; se divierten en juegos y galanteos, prodigando el dinero que os chupan con diferentes arbitrios que no ignoráis; y no tienen otros cuidados que solicitar con el fruto de vuestros sudores, mayores empleos y rentas más pingües, que han de salir de vuestras miserables existencias, sin volveros siquiera el menor agradecimiento, antes sí desprecios, ultrajes, baldones y opresión. Despertad, pues, y reclamad vuestros derechos usurpados. Borrad, si es posible, del número de los vivientes a esos seres malvados que se oponen a vuestra dicha, y levantad sobre sus ruinas un monumento eterno a la igualdad.

    EL EQUILIBRIO DE QUE NACE LA LIBERTAD

    En medio de la crisis imperial y el establecimiento de las primeras instituciones autónomas en el país, la Aurora de Chile fue un espacio clave de reflexión e intervención política. En este artículo, mezcla de teoría y ejercicio comparativo, Camilo Henríquez señala que la libertad solo parece estar a resguardo allí donde se ha asentado el principio del gobierno mixto, aquel que combina las ventajas y contiene los vicios de los tres regímenes concebibles para su tiempo: la monarquía, la aristocracia y la democracia. Esa mezcla, que debía ser aclimatada con paciencia en la observación de los factores locales, ofrecía mayores garantías para la felicidad pública que la adopción de cualquiera de las tres formas simples de gobierno. Esta intervención se publicó en un momento de álgidos debates en torno al principio de representación política (derivado de los abiertos conflictos provinciales entre Concepción y Santiago), estando todavía fresco el recuerdo de los golpes militares liderados por José Miguel Carrera, que interrumpieron el funcionamiento del Congreso Nacional a meses de su inauguración, y cuando se aproximaba el plazo establecido por ese mismo Congreso para la promulgación de una nueva constitución.

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    De las diversas formas de gobierno

    Aurora de Chile, Santiago, 28 de mayo de 1812, Núm. 16

    De los gobiernos simples y regulares

    Las leyes constitutivas de los gobiernos dan a conocer su forma, mas debe advertirse que a veces los Estados se apartan en la administración actual del método que propiamente conviene a su constitución, sin hacer una variación esencial; así en las democracias suele el pueblo confiar a algunas personas el examen y decisión de algunos negocios públicos de suma importancia, y parece, entonces, que se rigiese el Estado por leyes aristocráticas; pero como estas personas encargadas de una parte de la administración, no gozan más que de una autoridad precaria, que deponen a voluntad del pueblo, el Estado no deja de ser democrático. Un Estado en que todos los ciudadanos son regidos por una sola voluntad, es decir, en que el poder supremo no está dividido, y se ejerce por una sola voluntad en todas las partes y negocios públicos, es el modelo de los gobiernos simples y regulares. Él es susceptible de tres formas.

    Cuando la soberanía reside en la asamblea general de todos los ciudadanos, de modo que cada uno de ellos goza del derecho de sufragio, resulta el gobierno democrático.

    Cuando el poder soberano está en las manos de una Cámara, o de un Consejo compuesto únicamente de algunos ciudadanos escogidos, resulta una aristocracia.

    Si la soberanía reside plena, única, y exclusivamente sobre la cabeza de un solo hombre, resulta una monarquía.

    El soberano recibe pues diferentes denominaciones, según la diferente forma de gobierno. En la democracia el soberano es el pueblo; en la aristocracia lo son los principales del Estado; en la monarquía lo es el monarca o rey.

    Tratemos de cada una de estas formas

    El gobierno democrático es el más antiguo de todos. Es verosímil en efecto que cuando en los primeros tiempos renunciaron los hombres al estado de libertad natural, se reuniesen con el fin de gobernar en común y dirigir juntos los negocios de la sociedad. Los padres de familia fatigados de las incomodidades de una vida como solitaria, en que solo podían contar con la defensa de sus domésticos, pero acostumbrados a dominar como soberanos en sus casas, y no conociendo algún superior sobre la tierra; es verosímil que no olvidasen tan pronto las dulzuras de la independencia, que consintiesen en sujetarse espontáneamente a la voluntad de uno solo. Sostener la opinión contraria es no conocer a los hombres. Así los primeros estados que se vieron en el mundo fueron sin duda populares. No podemos afirmar cuál gobierno siguió al popular, si el aristocrático o el monárquico. Sea lo que fuere, la historia nos representa a los estados pasando alternativamente de la democracia a la monarquía, de la monarquía a la democracia, y la aristocracia ocupando como el interregno de estas dos formas, y haciendo siempre un gran papel en las dos restantes. Parece que la falta de luces y de virtudes originó el trastorno de los gobiernos, y que las pasiones han sido la única causa de las revoluciones políticas. Es de creer que en el gobierno popular, disgustados los hombres del tumulto de las asambleas, del imperio de los entusiastas, y de los fanáticos sobre la ciega muchedumbre, de la influencia de la intriga en las deliberaciones públicas, amaron más sujetarse a la voluntad de uno solo. Es también de creer que algunos particulares con la esperanza de una brillante y pronta fortuna vendiesen los intereses del pueblo a algún extranjero, u otro que reuniese un gran poder y crédito a grandes pasiones. La historia además nos presenta la monarquía introduciéndose en muchas partes por la fuerza de las armas. Un capitán feliz en los combates recibió el cetro de la mano del ejército y de la victoria. Después, la falta de talentos y de virtudes precipitaba del trono a los monarcas; y el poder que caía de sus débiles manos pasaba a los principales o a todo el pueblo, de quien traía su origen. Igualmente es cierto que vastas colonias se erigieron en repúblicas, después de más o menos oscilaciones, y convulsiones.

    El carácter distintivo de las democracias bien ordenadas, es el establecimiento de una magistratura, que expida en nombre del pueblo los negocios ordinarios, y que examine atentamente los más graves, a fin de que cuando ocurra alguno de gran consecuencia convoque e informe al pueblo, y expongan la resolución a su sufragio. El pueblo no puede por sí mismo expedir todos los negocios.

    El carácter distintivo de la aristocracia es que la soberanía está confiada a un orden de ciudadanos exclusivamente, sea con respecto a su extracción, sea con respecto a su opulencia. Cuando el orden es muy extenso, se elige una magistratura encargada de los negocios ordinarios lo mismo que en los gobiernos populares, y todo el orden soberano decide exclusivamente en los asuntos de gran consecuencia.

    Todas estas formas de gobierno están expuestas a gravísimos inconvenientes; todas están sujetas a grandes vicios, más o menos perniciosos; así como no hay individuo alguno que no esté expuesto a un gran número de incomodidades y molestias; de modo que un gobierno que por su forma y constitución tiene menos vicios, debe considerarse como el más perfecto, y los pueblos deben estar tranquilos y satisfechos con él. La perfección absoluta solo existe en los cielos.

    Los defectos de los estados se dividen en defectos de las personas, y defectos de los gobiernos, esto es, o personales o propios del sistema. Los defectos personales en la monarquía son la falta de luces y virtudes en el rey: cuando no es el bien público el único blanco de sus operaciones, cuando entrega el pueblo a la ambición y avidez de sus ministros; cuando trata a los vasallos como esclavos; cuando los expone a guerras injustas; cuando disipa las rentas del Estado, etc.

    La intriga, la corrupción, los caminos oblicuos para introducir en el Senado a hombres pérfidos, la preferencia concedida a la incapacidad sobre el mérito y el amor público, la desunión de los hombres principales, las facciones, la dilapidación del tesoro público; son los defectos personales que más se han notado en las aristocracias.

    Cuando la ignorancia, la intriga audaz y la envidia dominan en las asambleas; cuando la inconstancia y el capricho hace y deshace leyes, eleva y abate a los ciudadanos, se dice que están corrompidas las democracias.

    Los defectos de los gobiernos consisten en general en que la constitución no conviene al carácter y costumbres del pueblo, o a la situación del país; o bien, en que la misma constitución ocasiona conmociones intestinas o la guerra exterior. Es también vicioso un sistema cuando las leyes hacen tarda y difícil la expedición de los negocios públicos, o en fin, cuando encierran máximas y principios directamente contrarios a la buena e ilustrada política.

    De lo expuesto se colige que la formación de una constitución es la obra maestra de los grandes genios; que exige una filosofía profunda, una consumada prudencia, y vastos conocimientos de la historia.

    La triste experiencia de los defectos y males de los gobiernos simples indujeron a los hombres a imaginar aquellas formas de gobierno, que llamaron mixtas, en que se han adoptado las ventajas de las simples, poniendo un sumo estudio en evitar sus defectos; en que se han dividido los poderes y funciones de la soberanía; se han puesto trabas a la autoridad; y en fin, presentan reunida la imagen de la monarquía, la aristocracia y la democracia. Los últimos siglos pueden gloriarse con dos grandes y magníficos inventos en política y legislación, el uno es de la Europa y el otro de la América; ambos establecen la libertad sobre las bases de un sistema acomodado a la situación geográfica, a las costumbres y carácter nacional. El uno es el de la Gran Bretaña, el otro el de los Estados Unidos. Estos dos grandes pueblos llegaron a su actual prosperidad después de dilatados infortunios, oscilaciones y combates. La tiranía condujo la libertad a la gran isla, que ha sabido reírse del furor de las olas del océano, y de la rabia impotente de sus opresores. Un estado colonial precedió a la soberanía, libertad y dicha de los Estados Unidos. El asilo de la libertad fue profanado por el despotismo; y una guerra de once años, coronada por la victoria, ilustrada por acciones magnánimas e inmortales, adquirió a aquellos patriotas la dignidad de hombres libres. En la América se vio por primera vez al hombre en el libre ejercicio de sus derechos, eligiendo la forma de gobierno bajo la cual quería vivir. La razón y la libertad concurrieron a formar aquella constitución admirable que hace honor a la filosofía, y de que daremos una breve idea.

    Todos saben que los amigos de la libertad poblaron las colonias inglesas cuya confederación ha formado aquella república poderosa. Hombres escapados de la persecución e intolerancia prefirieron los peligros e incomodidades de los desiertos americanos a la esclavitud moral de la Europa. Sus hijos herederos de sus sentimientos, principios y carácter, cuando se hallaron en la precisión de separarse de la madre patria y crear estados independientes, delegaron la soberanía del pueblo a sus representantes bajo las restricciones especificadas en su código constitucional. No admitieron distinción de rango, ni privilegios exclusivos; y fijaron para siempre la libertad, seguridad y dignidad popular en su célebre declaración de derechos. El Congreso está revestido del poder de arreglar el comercio, declarar la guerra, hacer la paz, imponer contribuciones, etc. El Poder Legislativo reside en el Senado y Cámara de Diputados; el Poder Ejecutivo en el Presidente; el Judicial en las cortes o tribunales de justicia, independientes de los dos primeros. Los diputados se eligen por el pueblo cada dos años a razón de uno por cada treinta mil; los senadores se eligen por el Poder Legislativo de cada Estado a razón de dos por cada Estado; sus oficios duran seis años.

    El Presidente y vicepresidente se eligen por electores nombrados por el pueblo para este caso especial; duran sus empleos cuatro años. Todos pueden ser reelectos. Los empleados civiles y militares son nombrados por el Presidente. Este magistrado representa a los Estados Unidos, y majestad del pueblo en todas sus relaciones con las potencias extranjeras. No goza de tratamiento especial, y él, lo mismo que todos los funcionarios públicos, pueden ser acusados, juzgados y sentenciados por traición, cohecho y otros altos crímenes.

    La forma de gobierno de cada Estado es la misma que la del gobierno central: retiene todos los poderes de una soberanía independiente que no estén cedidos expresamente al gobierno central; pero este dirime las diferencias que pudiesen nacer en algún tiempo entre los estados. La forma de esta república federativa, compuesta, y al mismo tiempo una e indivisible, y que presenta un orden nuevo en las relaciones políticas de los estados, es digna de estudiarse en su misma constitución.

    El gobierno británico es un medio entre la monarquía, que se encamina a la arbitrariedad, la democracia, que termina en la anarquía, y la aristocracia, que es el más inmoral de los gobiernos, y el más incompatible con la felicidad pública. Es pues un gobierno mixto en que estos tres sistemas se templan, se observan, se reprimen. Su acción y reacción establecen un equilibrio de que nace la libertad. El Poder Ejecutivo reside en el monarca; el Legislativo en la nación. Si la muchedumbre ejerciese por sí esta alta prerrogativa, tal vez se originaran convulsiones y medidas imprudentes; para evitarlo, el pueblo habla, reflexiona, discute, delibera por medio de sus representantes, elegidos por él mismo. Pudiera resultar una lucha continua entre el rey y el pueblo, nacida de la división de los poderes; para obviar este otro obstáculo, se ha sostenido un cuerpo intermediario, que debe temer la pérdida de su gloria y privilegios si el gobierno degenera en puramente monárquico o democrático; este cuerpo es la alta nobleza, que uniéndose a la parte más débil, conserva el equilibrio. La porción de la autoridad legislativa, que recobró el pueblo, le está asegurada por la facultad exclusiva de imponerse las contribuciones. El rey expone a la Cámara de los Comunes las necesidades extraordinarias del Estado; la Cámara ordena lo que juzga más conveniente al interés nacional, y después de reglar los impuestos, se hace dar cuenta de su inversión. En fin, el gran garante de la libertad británica es la indefinida libertad de la imprenta: ella es la que hace públicas todas las acciones de los depositarios de la

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