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Conjuntos geopolíticos, regionalización y procesos de integración en el siglo XXI
Conjuntos geopolíticos, regionalización y procesos de integración en el siglo XXI
Conjuntos geopolíticos, regionalización y procesos de integración en el siglo XXI
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Conjuntos geopolíticos, regionalización y procesos de integración en el siglo XXI

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Conjuntos geopolíticos, regionalización y procesos de integración en el siglo XXI , es el título del número 8 de l Colección IUS COGENS: Derecho Internacional e integración. Cuenta con 14 contribuciones arbitradas que, según su temática, componen los cuatro apartados de este volumen.

El primero, dedicado a los debates inacabados del derecho internacional público, el segundo se ocupa de los conjuntos geopolíticos, el tercero, dedicado a la descentralización de competencias a organismos regionales; la cuarta y última parte, se refiere a la integración y las integraciones.

Por el apoyo decidido en la convocatoria de este año merecen mención especial el Instituto de Estudios Superiores de América Latina (IHEAL, por su sigla en Francés , de la Universidad Sorbonne Nouvelle Paris, 3. La Universidad Nacional de Costa Rica, el Instituto Centroamericano de Administración Pública y a la Universidad de América, y por su apoyo permanente y compromiso con nuestras acciones académicas no podemos olvidar a la comisión Europea en Colombia, la Academia Diplomática Augusto Ramirez Ocampo del Ministerio de Relaciones Exteriores de Colombia, el Instituto Internacional de Altos Estudios Sociales, IDAES, con sede en Lima, y la Red Internacional de Centros Universitarios y de Investigación de Expertos en Proceso de integración.

Así, en un año atípico, acogemos un fruto más de la perseverancia de la Catedra Jean Monnet de la Universidad Externado de Colombia y de la creciente demada de estudiantes y académicos -propios y ajenos- de estudios referidos a los principios fundamentales y a las normas generales del derecho internacional y de la integración que, solo en el marco de está colección completa 131 capítulos de Investigación.
IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento21 oct 2020
ISBN9789587904680
Conjuntos geopolíticos, regionalización y procesos de integración en el siglo XXI
Autor

Varios autores

<p>Aleksandr Pávlovich Ivanov (1876-1940) fue asesor científico del Museo Ruso de San Petersburgo y profesor del Instituto Superior de Bellas Artes de la Universidad de esa misma ciudad. <em>El estereoscopio</em> (1909) es el único texto suyo que se conoce, pero es al mismo tiempo uno de los clásicos del género.</p> <p>Ignati Nikoláievich Potápenko (1856-1929) fue amigo de Chéjov y al parecer éste se inspiró en él y sus amores para el personaje de Trijorin de <em>La gaviota</em>. Fue un escritor muy prolífico, y ya muy famoso desde 1890, fecha de la publicación de su novela <em>El auténtico servicio</em>. <p>Aleksandr Aleksándrovich Bogdánov (1873-1928) fue médico y autor de dos novelas utópicas, <is>La estrella roja</is> (1910) y <is>El ingeniero Menni</is> (1912). Creía que por medio de sucesivas transfusiones de sangre el organismo podía rejuvenecerse gradualmente; tuvo ocasión de poner en práctica esta idea, con el visto bueno de Stalin, al frente del llamado Instituto de Supervivencia, fundado en Moscú en 1926.</p> <p>Vivian Azárievich Itin (1894-1938) fue, además de escritor, un decidido activista político de origen judío. Funcionario del gobierno revolucionario, fue finalmente fusilado por Stalin, acusado de espiar para los japoneses.</p> <p>Alekséi Matviéievich ( o Mijaíl Vasílievich) Vólkov (?-?): de él apenas se sabe que murió en el frente ruso, en la Segunda Guerra Mundial. Sus relatos se publicaron en revistas y recrean peripecias de ovnis y extraterrestres.</p>

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    Conjuntos geopolíticos, regionalización y procesos de integración en el siglo XXI - Varios autores

    Colombia

    PRIMERA PARTE

    DEBATES INACABADOS DE DERECHO INTERNACIONAL PÚBLICO

    BERNARDO VELA

    Una aproximación crítica a las teorías pos-coloniales

    A critical approach to post-colonial theories

    RESUMEN

    Durante la primera mitad del siglo XX en los pueblos colonizados de Asia y África se formuló un debate sobre la libertad que le dio fundamento a procesos políticos y epistemológicos simultáneos y amalgamados: entre los procesos políticos están los movimientos de liberación cuyas demandas, pese a que eran coherentes con los discursos de derechos humanos que pregonaba Europa, fueron brutalmente reprimidas por los imperios colonialistas hasta producir la ignominia de las guerras de independencia. Entre los procesos epistemológicos está la emergencia de unos nuevos enfoques teóricos que, al socaire de los aportes de los pensadores de Frankfurt, hicieron una crítica del colonialismo que puso en evidencia que se trató de un prolongado e ignominioso dominio que comenzó como un proceso político y militar –conquista– pero que fue seguido por un proceso cultural fundado en la centralización de la historia, esto es, en la imposición hegemónica de una historia oficial que excluyó la memoria de los pueblos vencidos y sometidos mediante una doctrina fundada en prejuicios racistas que se legitimó con los principios y las normas del derecho internacional. En efecto, desde estos nuevos enfoques teóricos –que se han denominado poscoloniales– esa dominación política, cultural y jurídica fue la que propició la exacción de los recursos hasta la depredación mediante prácticas abominables de explotación de los aborígenes y de esclavitud de los negros que condujeron, en no pocos casos, al exterminio de pueblos enteros. No obstante, los enfoques poscoloniales no se quedaron en una reinterpretación lamentable del pasado colonial porque propusieron un reto a los nuevos Estados que, tras superar la tragedia de las guerras de independencia, debieron generar procesos de desarrollo más inclusivos y procesos políticos menos violentos y más democráticos.

    PALABRAS CLAVE

    Colonialismo, descolonización, teoría crítica, teorías poscoloniales.

    ABSTRACT

    Throughout the first half of the XXth century the colonized people of Asia and Africa formulated a debate around freedom which supported the interlaced political and epistemological processes that occurred simultaneously: Among these processes we find the freedom movements whose demands (although aligned with the human right movements being touted across Europe) were brutally suppressed by colonialist empires to the point of generating disgraceful Independence wars.

    Among the epistemological processes we find the emergence of new theoretical approaches, which sheltered by the contributions of the Frankfurt school of though, criticized colonilism and evidenced it as a prolonged and shameful dominance that began as a political and military process (Conquest) but soon followed by a cultural process based on the centralization of history, that is, a hegemonic imposition of an official version of history which excluded the remembrances of the defeated and subdued people though a doctrine anchored around racial prejudices and legitimated by the principles and norms of international law.

    Indeed, with these so-called postcolonial theoretical approaches as background, the political, cultural and juridical dominance favored and propitiated the excessive levy of resources by means of abhorrent exploitation practices of the indigenous people and the slavery of the blacks which more often than not drove the extermination of entire populations.

    However, postcolonial approaches did not stop at the mournful reinterpretation of the colonial past, instead, they posed the challenged to all newly liberated states of creating more inclusive, less violent and more democratic political processes.

    KEY WORDS

    Colonialism, Decolonization, Critical theory, Post-colonial theory.

    INTRODUCCIÓN

    Las reflexiones propuestas en este trabajo se fundan en las tesis de filosofía de la historia propuestas por Arnold Toynbee¹ y en las tesis sobre el poder y las dinámicas sociales propuestas por Bertrand Russell² y ponen en evidencia que el imperialismo y el colonialismo fueron dos expresiones correspondientes de la dinámica social propia del orden global moderno.

    En consecuencia, para comprender los orígenes y las consecuencias atroces de la prolongada práctica del colonialismo es necesario, en primer lugar, estudiar las relaciones políticas de dominación y las relaciones económicas de expolio y dependencia que se establecieron entre los imperios europeos –las metrópolis– y los territorios colonizados –las periferias– y, en segundo lugar, estudiar los principios y las normas del derecho internacional clásico que legitimaron la guerra, la conquista y, de esta manera, esa forma abominable y prolongada de imposición de una civilización sobre otra. En efecto, cuando se estudia el orden global que ha prevalecido a lo largo de ese período que los pensadores de Occidente han denominado modernidad se constata que su característica política esencial es el soberanismo irrestricto o, en palabras de Kant, la anarquía entendida como la ausencia de un orden superior a los Estados-nación³.

    Esto explica que el derecho internacional clásico, entendido como un producto de ese orden político moderno, justificó la prerrogativa de la guerra en favor de los Estados y, en este sentido, justificó las guerras entre los imperios europeos y, además, las guerras de conquista e invasión de los imperios europeos en América, Asia y África que dieron origen al colonialismo porque promovieron unas relaciones de dominación política y unas relaciones económicas de dependencia que se prolongaron durante siglos fundadas en una imposición hegemónica de los valores y los paradigmas de la civilización occidental y, sobre esas bases, en unas prácticas execrables de explotación, expolio, racismo y discriminación que en muchos casos significaron el exterminio de pueblos enteros.

    Ahora bien, el largo sometimiento político y la dependencia económica suscitó en los territorios coloniales la emergencia paulatina de unas demandas de libertad e independencia que, a su vez, generaron dos procesos simultáneos: por un lado, el surgimiento de unos movimientos de liberación y, por el otro, la emergencia de unos enfoques teóricos críticos que son los que guían el presente análisis.

    I. LA HEGEMONÍA DE LA CIVILIZACIÓN OCCIDENTAL

    La historia de la humanidad, dice Toynbee (1963), es el relato de la dinámica compleja que propició el auge y la caída de las diversas civilizaciones. En efecto, lo que propone el genial pensador inglés en su enorme obra de filosofía de la historia es una teoría cíclica de las civilizaciones en la que sostiene que una civilización –que suele caracterizarse por un orden social fundado en unas creencias, unos saberes y unos paradigmas comunes– emerge y prospera cuando supera los desafíos que afronta su existencia y, en el mismo sentido, que una civilización decae cuando es incapaz de hacerlo.

    Desde esta perspectiva, y considerando lo que interesa en estas reflexiones, se puede colegir que los orígenes de la denominada civilización occidental se remontan a lo que sus historiadores denominan Antigüedad, esto es, a ese largo período en el que se consolidó la tradición greco-romana y propició un encuentro civilizatorio con la tradición judeo-cristiana. Si se siguen las tesis de Toynbee se colige, además, que los hitos que marcaron el fin de la Antigüedad son, por un lado, la caída del imperio romano y, por el otro, la paulatina emergencia del imperio árabe que, como los demás imperios que habían logrado establecer su dominio durante un tiempo, hizo prevalecer la herencia preciosa de sus tradiciones, en este caso la tradición persa que se mezcló con las nuevas creencias musulmanas y con los impresionantes desarrollos que los sabios árabes hicieron en las matemáticas, en la literatura, en la medicina, en la higiene, en la navegación… Para comprender la dimensión del imperio árabe basta con advertir que solo treinta años después de la muerte de Mahoma –cuando el Califato Omeya asentado en Siria logró convertirse en la voz suprema del Islam– comenzó la expansión geográfica, lingüística y espiritual más veloz que imperio alguno haya experimentado. En efecto, solo un siglo después este imperio abarcaba el enorme territorio que va desde el río Indo hasta el océano Atlántico, desde el Sahara hasta los Pirineos y que, además, abarcaba toda Asia central. Si se considera solo Europa, se puede decir que además de todas las costas mediterráneas, los árabes ocuparon territorios en el este –en el Cáucaso– y en el oeste –en la península ibérica– pues Abd Al-Rahmán I impuso su dominio sobre el reino visigodo y estableció una dinastía que gobernó Al-Ándalus hasta 1031. Para comprender el auge del imperio árabe en el oeste de Europa resulta útil recordar que en 711 los omeyas prolongaron sus dominios hasta los territorios del denominado Al-Ándalus, estableciendo el poderoso emirato independiente de Córdoba. No obstante, las disputas entre árabes y bereberes que se suscitaron con posterioridad obligaron a Abd Al-Rahmán III a sofocar las revueltas e imponer su autoridad estableciendo el Califato de Córdoba en 929 y trasladando su gobierno a la Medina Al-Zahar. Hay que destacar, en fin, que bajo el dominio que los árabes impusieron sobre la costa mediterránea de Europa durante el período que los historiadores de Occidente denominan Edad Media, hubo en general una convivencia pacífica de los árabes con los cristianos y los judíos (Esparza, 2017; Guichard, 1995; y Sánchez, 1946).

    Sin embargo, como todos los imperios, el de los árabes también fue decayendo como consecuencia de sus propias contradicciones, y esta decadencia abrió espacios a nuevas fuerzas de Occidente que fueron ganando territorios de manera paulatina. En efecto, durante la denominada Edad Media los herederos de la civilización occidental lograron sobrevivir ensimismados en el pequeño continente europeo bajo la égida de la Iglesia Católica y agrupados en pequeños feudos; no obstante, en el período que los historiadores de Occidente denominan renacimiento esos pequeños feudos se fueron unificando mediante guerras y matrimonios hasta alcanzar un nuevo orden político: el Estado-nación, que se convirtió en uno de los instrumentos más eficaces para reestablecer, una vez más, la hegemonía global de la civilización occidental.

    Un buen ejemplo de este renacimiento de Occidente que se expresó, entre otras cosas, en la reconquista de las tierras europeas y los mares aledaños que habían caído bajo el dominio árabe, es la prolongada guerra por el Al-Ándalus –desde 1482– que condujo al triunfo de los reyes católicos –la rendición de Granada de 1492– y que propició el fin del dominio árabe en la península Ibérica y la unificación de uno de los primeros Estados-nación de Europa occidental: España (Esparza, 2017; Guichard, 1995; y Sánchez, 1946). Tiene tanta trascendencia este episodio que, unido al denominado descubrimiento de América, conformaron el punto de partida de lo que los pensadores de Occidente denominan modernidad, esto es, ese período de la historia en el que renació la civilización occidental y en el que, bajo la égida de las creencias, los saberes y los paradigmas que le dieron identidad en la Antigüedad, estableció un orden político caracterizado por la interdependencia.

    La identidad que existe entre la Antigüedad y el renacimiento es la que permite considerar que las reflexiones propuestas por Tucídides en la Grecia clásica sirven para advertir que el orden político moderno se basó en la desconfianza mutua entre los Estados-nación –entre las polis, diría el historiador griego– o, en otras palabras, para advertir que la racionalidad del Estado-nación hace inminente la guerra porque cada uno configura una política en la que prevalecen sus intereses y sus estrategias. La inminencia de la guerra crece, agrega Tucídides, porque cada Estado-nación –cada polis– se fía en exceso de sus propias fuerzas y habilidades para imponerse. Este análisis llevó al historiador griego a sostener una generalidad: el fin principal de las polis es acumular fuerza suficiente para sobrevivir, y este interés, agrega, prevalece en las decisiones políticas haciendo imposible una cooperación de largo plazo. Por esa razón, concluye, lo que los pueblos suelen llamar paz solo son armisticios en medio de una guerra eterna⁴.

    En los términos de Russell (1938) se puede afirmar que el orden político moderno, estructurado en la interdependencia de los nuevos Estados-nación y, en este sentido, en el soberanismo y la anarquía, propició unas relaciones de poder que no siempre alcanzaron un equilibrio que les diera estabilidad. Estas reflexiones coinciden con las que esbozó Kant (1979) en la Ilustración y de acuerdo con las cuales el soberanismo y la anarquía que prevalecen en el orden político moderno promueven una dinámica social determinada por la interdependencia que, más allá de las creencias, los saberes y los paradigmas que les dan identidad, hace de la guerra un mal inminente.

    Esta reflexión política sobre la sociedad moderna también se puede proponer en términos jurídicos y, en este caso, es preciso considerar que el orden global estatalizado e interdependiente que establecieron las potencias occidentales dio origen a los principios y las normas del derecho internacional clásico, esto es, a un orden jurídico que hizo prevalecer la razón de Estado y el soberanismo irrestricto que suponen la ausencia de un orden superior a los Estados-nación –anarquía– y que, en consecuencia, reconoció la prerrogativa de los Estados para hacer la guerra (Vela, 2019).

    En este sentido, hay que advertir que la historia moderna recuerda que las guerras se suscitaron entre imperios occidentales, y que lo hace cantando la gloria de los vencedores. No obstante, como dice Tolstoi (2006), esa historia que enaltece y llena de heroísmo a los políticos y a los militares en aras de los triunfos que propician la prolongación del dominio y que llenan las páginas de los libros, suele dejar por fuera la barbarie generada en las tierras arrasadas y la carnicería atroz de las batallas. En efecto, en Guerra y paz –la obra cumbre de la literatura universal que se publicó en fascículos entre 1865 y 1869– León Tolstoi recuerda los días aciagos de la gesta napoleónica en Rusia y, con la prosa magnifica que le caracteriza, puso en evidencia la dicotomía entre la razón de Estado, por un lado, y los principios de humanidad, por el otro. De esta manera constató, como Kant lo advirtió años atrás, que el soberanismo irrestricto del derecho internacional clásico estaba llevando a la humanidad a un abismo moral que parecía tan profundo como inexorable. No obstante, el genial novelista va más allá para insistir en que las burguesías instrumentalizaron el aparato estatal en beneficio de sus intereses económicos, y que arrojaron a jóvenes soldados a una guerra cruel que se hizo en nombre de la soberanía, pero que en verdad obedecía a los intereses mezquinos de algunos poderosos.

    De la misma manera en la que la historia oficial deja por fuera a los vencidos y a las víctimas de las guerras europeas, también echa al olvido que el poder bélico de los imperios fue el que propició las guerras de conquista de otros pueblos en otros continentes y el sometimiento bajo la modalidad del colonialismo moderno. ¿Cómo se produjo ese proceso?

    II. EL ENCUENTRO CIVILIZATORIO QUE PROPICIÓ EL COLONIALISMO MODERNO

    Para comprender los orígenes y las consecuencias del colonialismo es necesario, como se advirtió atrás, estudiar las relaciones políticas de dominación y las relaciones económicas de expolio y dependencia que se establecieron entre los imperios –las metrópolis– y los territorios colonizados –las periferias– y que fueron justificadas por los principios y las normas del derecho internacional clásico. En este sentido, hay que advertir que las prácticas abominables y prolongadas del dominio político y de la dependencia económica solo fueron posibles gracias al encuentro civilizatorio entre Occidente y las civilizaciones que habitaban los territorios⁵ de los continentes conquistados porque a partir de entonces las creencias, los saberes y los paradigmas occidentales se impusieron de manera hegemónica. Si se considera el colonialismo impuesto por el imperio español, por ejemplo, se puede advertir que el hito esencial es el denominado descubrimiento del nuevo mundo que fue seguido de las guerras de conquista en los territorios de lo que desde entonces se denominó Las Indias y, mucho tiempo después, América⁶. Esta dinámica social se expresó, en primera instancia, con unas guerras de conquista mediante las cuales España sometió a los pueblos aborígenes; en segunda instancia, mediante las prácticas políticas de dominación y las prácticas económicas de la explotación de las personas y expoliación de las riquezas y los recursos naturales.

    En términos generales, se puede sostener que un encuentro civilizatorio produce procesos de mestizaje y de sincretismo pero, fundamentalmente, la imposición de los valores y paradigmas de la civilización vencedora sobre la sometida. Además, como lo sostuvo Walter Benjamín (2000), quien impone la hegemonía centraliza la historia y, de esta manera, excluye o minimiza la memoria de los pueblos vencidos y sometidos. En este sentido, se puede afirmar que la historia del colonialismo ingresó en la historia oficial de Occidente legitimando las guerras de conquista y la dominación que en algunos casos condujeron al exterminio de pueblos enteros y, además, minimizando la barbarie que se expresó en la explotación de las personas, en la expoliación de las riquezas naturales, en las exacciones desmesuradas y en la esclavitud. En otras palabras, la historia oficial del colonialismo excluyó la memoria de los pueblos sometidos.

    Ahora bien, también hay que considerar que la civilización occidental logró esta centralización de la historia gracias a los desarrollos de la ciencia y la tecnología que mejoraron las comunicaciones y, de esta manera, propiciaron dos procesos adicionales: en primer lugar, la lenta decadencia del sistema económico fundado en la tenencia de la tierra, en cuyo entorno se configuró la sociedad señorial –el denominado viejo régimen– y, al mismo tiempo, la paulatina emergencia del capitalismo que propició con posterioridad las revoluciones industriales. En segundo lugar, los desarrollos de la ciencia y la tecnología que mejoraron las comunicaciones, que propiciaron la imposición del colonialismo y que generaron una reducción del mundo entre bárbaros y civilizados. En efecto, gracias a esta reducción del mundo la civilización occidental impuso el eurocentrismo y, de esta manera, divulgó y justificó el prejuicio según el cual los valores de su civilización eran superiores a los de los territorios sometidos. La civilización europea, dice Galtung, se entendió a sí misma como una civilización universal y, desde esta perspectiva, impuso sus valores y paradigmas de manera hegemónica en los territorios conquistados fundada en un mito sobre la nobleza y superioridad del blanco y el vicio e inferioridad de los aborígenes (1980, p. 134). Eric Hobsbawm, con un sentido parecido, sostiene que los imperios de Europa occidental impusieron su superioridad cultural y tecnológica y, sobre esas bases, transformaron y gobernaron el mundo mediante el modelo de desarrollo capitalista que globalizó sus reglas y sus contradicciones. De esta manera, mientras esas metrópolis industrializadas acumulaban capitales, en buena parte a costa del sacrificio de las periferias, la humanidad avanzaba hacia un imperialismo económico que fue la antesala de esa gran guerra anunciada (1995, p. 204).

    Si se siguen las tesis de Benjamín, Galtung y Hobsbawm se puede colegir que el colonialismo moderno, que impone un modelo político-económico fundado en el sometimiento de las personas a la servidumbre y la esclavitud, promovió una doctrina sobre la nobleza y la civilización del blanco y sobre el vicio y la barbarie de los aborígenes⁷. Civilización y violencia no son, en consecuencia, cosas necesariamente opuestas. Marcuse sostiene, en este sentido, que la violencia está en las bases de la racionalidad moderna porque el proceso de modernización supone la construcción y legitimación de un orden político que garantiza los derechos de apropiación privada de los medios de producción con base en la represión, la dominación y la explotación de los seres humanos (1973, p. 79). Los colonizadores, agrega Dosil Mancilla, se lanzaron a explorar tierras desconocidas de África, América y Oceanía. Con la excepción de algunos de los grandes navegantes de la época que apreciaron las culturas denominadas precolombinas, los religiosos, soldados y comerciantes, en su afán de buscar fortuna y de civilizar a los pobladores indígenas, los sometieron a la exacción y al trabajo forzoso y, de esta manera, impusieron la civilización europea con todas sus paradojas y contradicciones (1998). En efecto, la imposición de la hegemonía de Occidente suele ser presentada como el eurocentrismo que ha quedado bien representado con la trama de la genial novela de Daniel Defoe, pues todos sus lectores saben quién es Robinson Crusoe, cuál es su procedencia, cuál es su forma de pensar, cuáles sus ritos y creencias… no obstante, pocos se preguntan por el aborigen que apareció en la isla un día que, de acuerdo con la noción y división del tiempo que tienen los europeos, era viernes… así, el aborigen fue denominado Viernes por Robinson…

    Lo mismo que ocurrió con la cultura y las tradiciones de los pueblos aborígenes y con los territorios que ellos habitaban, pues fueron considerados extensiones físicas de los imperios europeos y, por esa razón, fueron nombrados por el colonizador –Nueva España, Nueva Granada, Nueva Inglaterra, Nueva Francia–. De esta manera, los aborígenes fueron instrumentalizados en beneficio de su orden económico o, en otros casos, fueron desplazados y, en no pocas ocasiones, extinguidos. Este proceso puede explicarse mejor con las reflexiones que propuso Miguel Rojas-Mix sobre el encuentro entre Pizarro y los Incas, que terminó con la imposición de las fuerzas españolas sobre un imperio que a la sazón estaba en guerra civil: al finalizar la guerra de conquista, dice Rojas-Mix (1991), Atahualpa –el vencido– fue condenado porque Pizarro –el conquistador o, en este caso, el imperio español– lo encontró culpable del delito de ser otro. Esto solo se explica, agrega, si se considera que era necesaria una máscara para ocultar la voracidad de los españoles por los metales preciosos que abundaban en el denominado Nuevo Mundo. Atahualpa, como se sabe, resultó acusado de idolatría, de poligamia y hasta de incesto, y fue condenado a la luz de esos valores o principios que no pertenecían a su civilización o, en otras palabras, el emperador Atahualpa fue condenado por practicar una cultura diferente.

    Esta reflexión permite colegir que los procesos civilizatorios que están detrás de las guerras de conquista, de las prácticas execrables e ignominiosas de la colonización y de la tragedia de millones de personas que significó la esclavitud, se realizaron gracias a la pretendida universalidad de los valores de la civilización occidental, a los mitos del derecho divino que se divulgaron en el renacimiento cuando España y Portugal fueron las potencias del mundo⁸ y a los posteriores fundamentos pseudocientíficos sobre la superioridad del hombre blanco⁹. Las corrientes del positivismo que emergieron con posterioridad insistieron en la universalidad de los valores de la civilización occidental y en la supuesta superioridad biológica del hombre blanco y, de esta manera, justificaron los prejuicios sociales que legitimaron la explotación de los seres humanos en favor de un modelo económico capitalista que para entonces solo se estaba decantando. La geopolítica de los países colonizadores como España frente a sus colonias era, dice Agnew, una geopolítica civilizatoria porque para justificarse hizo prevalecer la tesis de la superioridad de la civilización moderna (2005, p. 11y ss.).

    Esto explica dos cosas: la primera, que las guerras de independencia de los países latinoamericanos, inspiradas en las ideas de la Ilustración, hayan logrado romper con los lazos políticos de la dominación española pero que, al mismo tiempo, hayan prolongado las prácticas de discriminación y de exclusión social –incluso la esclavitud– que ya en tiempos republicanos eran funcionales al nuevo orden económico liderado por Inglaterra al que se debían adherir como exportadores de materias primas. La segunda cosa que se explica con la novedosa justificación científica de la superioridad del hombre blanco y de los valores y paradigmas de la civilización occidental es la prolongación del colonialismo en África y en el sudeste asiático.

    En otras palabras, en aras de la civilización de los bárbaros, los europeos justificaron los métodos violentos, universalizaron sus principios y valores e impusieron las etapas de su historia y las paradojas de su proceso colonial. Y una de las paradojas de la colonización que España propició en nombre del cristianismo consistió, precisamente, en la explotación de los indígenas y en la esclavitud. Por esa razón, Eduardo Galeano (1991) sostiene que … cuando ellos llegaron tenían sus biblias y nosotros teníamos las tierras. Nos pidieron entonces que cerráramos los ojos y rezáramos. Cuando los abrimos, nosotros teníamos sus biblias y ellos nuestras tierras…. Galeano profundiza en su análisis agregando que la empresa imperial española en América –como las otras que se llevaron a cabo con anterioridad o las que se realizaron con posterioridad– fue una guerra de conquista seguida de una colonización que necesitaba garantizar la usurpación y el despojo. Esas empresas no pueden considerarse, pues, como un acto de descubrimiento, sino como un acto de encubrimiento. En efecto, Galeano sostiene que la conquista seguida del colonialismo no debe considerase un hallazgo, o la revelación de la existencia de un nuevo mundo, sino un acto de dominación que mediante coartadas ideológicas escondió los medios violentos de los que se valió el imperio español para usurpar y despojar y, además, para convertir esa arbitrariedad en derecho (1991).

    Es preciso agregar que la idea de un descubrimiento y conquista que condujo al colonialismo, entendido como un encuentro civilizatorio en el que una civilización se impuso sobre otra, también es tratado de manera muy profunda por otros autores como Fanon (1962 y 2007), Mignolo (2007, 2003 y 1994), Bhabha (2017), Said (1993), Spivak (1990) o Césaire (2006) cuyos análisis, pese a que se fundaban en perspectivas teóricas muy diferentes, propusieron análisis que tienen dos objetivos: en primer lugar, resignificar la historia moderna y comprender, entre otras cosas, el efecto que tuvo el conocimiento producido por lo países colonizadores sobre los países colonizados y sus habitantes, las tesis sobre la inferioridad de los pueblos colonizados o el papel del derecho internacional clásico para legitimar y mantener ese statu quo¹⁰ y, en segundo lugar, estudiar el proceso de descolonización y las secuelas que se han prolongado hasta nuestros días y, entre esas, las dinámicas que sirvieron de base para establecer la dominación política, las estructuras económicas que generaron la dependencia, las prácticas racistas fundadas en la superioridad de la civilización europea y, claro, las dificultades que afrontaron y siguen afrontando los países que sufrieron el yugo colonial para reconstruir, tras su independencia, su identidad cultural para dignificar su memoria.

    Los prejuicios racistas se legitimaron, en los primeros siglos de la modernidad, con las tesis del derecho divino. Los posteriores desarrollos de la ciencia hacían pensar que quedarían abolidos los prejuicios sociales fundados en el determinismo. No obstante, esos prejuicios siguieron existiendo con mayor fuerza porque adquirieron una supuesta comprobación empírica. En este sentido, se puede advertir que la ciencia fue instrumentalizada al servicio de la política y, como en tantas otras ocasiones, legitimó la discriminación, la exclusión social y la esclavitud que, a su vez, estaban al servicio de unos intereses sociales y de unas prácticas económicas particulares. En efecto, el prejuicio referido a la inferioridad de unos seres humanos no se produjo a pesar del desarrollo científico, sino en nombre de la ciencia y, por esa razón, cuando los europeos ya habían establecido su dominio militar y comercial en el mundo entero, y cuando prevalecía la idea según la cual las ciencias podían explicar y sistematizar todo tipo de realidad para volverla conocimiento positivo, Spencer (1942) creó el denominado darwinismo social, esto es, un supuesto fundamento científico que consideraba que la raza blanca tenía el más alto grado de progreso y evolución. A los discípulos del denominado darwinismo social debemos atribuirles, dice Dosil Mancilla, la fundación de esta nueva teoría basada en la creencia de que la lucha por la supervivencia operaba en todas las esferas de la vida, tanto biológicas como sociales (1998, pp. 22 y ss.).

    Por las razones expuestas, la comprensión del colonialismo moderno no se puede reducir a una guerra de conquista, sino al proceso que le sigue a la conquista, esto es, a la imposición de la lengua y, por este camino, a la imposición de los valores y paradigmas de la civilización occidental –el que denomina, domina, dicen los lingüistas– que es, a su vez, la base de la prolongada dominación política y de la imposición de unas relaciones económicas de dependencia. Se puede agregar, en términos de Max Weber, que ningún dominio se prolonga en el tiempo si solo se funda en el poder militar o, en otras palabras, que para que un dominio se prolongue son necesarios procesos culturales que permitan legitimar el orden que se ha impuesto¹¹.

    Hechas estas consideraciones, el colonialismo debe ser definido como un encuentro civilizatorio que generó un sincretismo, esto es, un proceso de mezcla –se podría decir mestizaje– de culturas diferentes que confluyeron en un mismo tiempo y lugar y que produjeron una cultura nueva con carácter propio. No obstante, el sincretismo también se refiere al proceso negativo de transculturación que, en el ámbito específico del estudio que se propone en este trabajo, se hizo evidente en la radicalización de las prácticas relativas al denominado eurocentrismo, esto es, la imposición de la lengua, los valores y los paradigmas de la civilización occidental mediante la centralización de la historia y la minimización de la memoria de los pueblos sometidos.

    III. LA EMERGENCIA PAULATINA DE LOS SABERES POSCOLONIALES

    La experiencia del colonialismo y el estudio de los procesos de independencia generaron una crítica sistemática del orden global soberanista, anárquico e inestable en cuyo contexto se estableció el colonialismo, una crítica del derecho internacional clásico cuyos principios y normas justificaron la guerra y, de esta manera, la dominación colonial y, además, un análisis del proceso político que se fue decantando en los territorios coloniales hasta tomar forma en las demandas autonomistas que propiciaron los procesos de independencia. No obstante, lo más importante de esos saberes críticos es que terminaron dando forma a unos nuevos enfoques teóricos que se han denominado poscoloniales y que han propuesto un reto a los investigadores que consiste en hacer un estudio del destino que tuvieron esos países convertidos en Estados independientes.

    Estos enfoques poscoloniales, en efecto, hacen parte del conjunto de enfoques teóricos que le dan hilo conductor al presente trabajo y que consideran que el imperialismo y el colonialismo son procesos correspondientes –biunívocos, se podría decir aludiendo a ese tipo de relación matemática– del orden global moderno que se expresa en los principios y en las normas del derecho internacional contemporáneo que lo justifican. En efecto, las dinámicas sociales del mundo moderno propiciaron la emergencia y la consolidación de una correspondencia –o correlación directa– entre los imperios europeos –el norte, o las metrópolis– y las colonias –el sur, o la periferia– que tuvo origen en los encuentros civilizatorios y que, en consecuencia, estuvo determinada por la imposición de los valores y paradigmas de Occidente, por la dominación política imperial y por la imposición del modelo de desarrollo capitalista. Desde esta perspectiva, se puede colegir que la explotación de los aborígenes, la esclavitud de los africanos y el expolio de las materias primas en las colonias –o en el sur, o en la periferia– fueron esenciales para que emergieran la industrialización y el poder de las élites burguesas en los imperios –o en el norte, o en las metrópolis–.

    No obstante, esa correspondencia se fue rompiendo en la medida en la que en los territorios coloniales emergían voces críticas, muchas de ellas formadas en las academias de las metrópolis, que proponían la emancipación, que buscaban dignificar la memoria de los pueblos sometidos, que insistían en frenar por fin el expolio de sus recursos y que hacían un llamado para construir una nueva forma política que produjo, poco a poco, la emergencia de los saberes críticos del poscolonialismo que se pueden proponer en dos grupos de preguntas: en el primer grupo las preguntas recurrían a los desarrollos morales que se habían alcanzado entonces en el orden global y se cuestionaban si los imperios colonialistas estaban dispuestos a considerar las razones de justicia que encarnaban las demandas de libertad de las colonias: ¿habría entonces un proceso de construcción pacífico de la autonomía de los pueblos sometidos, o era necesario usar la fuerza para alcanzar la independencia? No obstante, el segundo grupo de preguntas se refería a los líderes de esos movimientos independentistas y de la descolonización: ¿estaban ellos a la altura de las circunstancias y propiciarían tras la independencia de sus países la creación de un nuevo orden menos violento, más libre y más unido capaz de insertarse en el orden global y de afrontar, de manera creativa, las dificultades propias de la estructura anárquica e inestable de un mundo en el que prevalecen las potencias, en el que se imponen las racionalidades del capitalismo excluyente y en el que son sometidos los países más débiles?

    El poscolonialismo es un saber que enriqueció los debates de las ciencias sociales y que, como toda postura crítica, se convirtió en una herramienta para estudiar las dinámicas sociales propias del mundo moderno y, en el sentido que interesa a este trabajo, en una herramienta para estudiar las relaciones internacionales y los principios y las normas que las regulan. Por esa razón, es preciso comprender que el poscolonialismo debe ir más allá de la historia oficial porque solo de esa manera se puede recuperar la memoria de los pueblos que fueron vencidos y sometidos y, además, estudiar las injusticias y las atrocidades que cometieron los imperios coloniales de manera prolongada. En efecto, más allá de una sumatoria de los numerosos episodios lamentables del prolongado e ignominioso proceso de colonización, las tesis poscolonialistas nacieron de la resiliencia de los pueblos sometidos y, en consecuencia, buscan superar el discurso deplorable de las culpas para construir un discurso de la dignidad. En este sentido, una de las preguntas esenciales del poscolonialismo es: ¿pudieron los pueblos colonizados superar las taras de un pasado de sometimiento que centralizó la historia y, de esta manera, pudieron recuperar su memoria?

    El estudio del proceso del colonialismo debe considerarse de suma importancia para el análisis de las relaciones internacionales porque fue seguido de movimientos políticos de descolonización que propiciaron la emergencia del mayor número de Estados que hoy conforman el orden global. A la vez, ese proceso emancipador también propició la conformación de un saber que, como los enfoques de los pensadores de Frankfurt¹², propuso un análisis crítico del orden global moderno, estatalizado, anárquico e inestable en el que el imperialismo y el colonialismo se deben considerar como procesos correspondientes de la misma dinámica social fundada en la guerra y legitimada por los principios y las normas del derecho internacional clásico. En otras palabras, el poscolonialismo es un enfoque crítico que impone a los estudiosos dos obligaciones epistemológicas: la primera tiene que ver con la historia y consiste en que los estudiosos deben realizar una investigación de los hechos abominables del colonialismo que haga visible la verdad que dignifica la memoria de los pueblos; la segunda consiste en validar este enfoque para aproximarse al estudio de otros procesos de colonización, pues solo de esta manera se puede constatar si tras los procesos de emancipación los pueblos tuvieron la resiliencia necesaria para superar los traumas del pasado y, sobre esas bases, constatar si pudieron construir un orden social coherente con las demandas de libertad y de justicia que se enarbolaron por parte de los movimientos independentistas.

    Se puede inferir, en consecuencia, que ese nuevo saber suscitó una cuestión esencial que sirve de hilo conductor a este capítulo: ¿pudieron los nuevos Estados independientes –los latinoamericanos y, un siglo y medio después, los asiáticos y los africanos– asumir con creatividad el reto de la independencia y transformar el viejo orden? En otras palabras, ¿pudieron adueñarse de sus propios procesos para dignificar su memoria frente a la hegemonía imperial y frente a los prejuicios raciales y a la ficción de la superioridad del hombre blanco que estaban en la entraña cultural de la dominación colonial?

    Para responder a esa cuestión en este artículo se propone un estudio que abarca, en primer lugar, un análisis de las atroces guerras de conquista y de las ignominiosas prácticas coloniales con las que las potencias del centro sometieron a los pueblos de la periferia; en segundo lugar, un análisis del precario destino de los países de América Latina tras su emancipación; en tercer lugar, un análisis del sometimiento colonial de los países africanos y asiáticos que se prolongó hasta después de las denominadas guerras mundiales; en cuarto lugar, un análisis de los acuerdos de las potencias triunfantes en favor de la cooperación y del establecimiento del derecho internacional contemporáneo que conformaron el nuevo contexto global en el que emergieron los movimientos emancipadores y las guerras de independencia¹³.

    IV. ENFOQUES DIFERENCIADOS EN LAS TESIS POSCOLONIALES

    Entre las ideas libertarias de los pueblos colonizados hay diferencias esenciales. Están, en primer lugar, las ideas pacifistas que se honran y se siguen en estas reflexiones y que fueron propuestas por Mahatma Gandhi como una exhortación ética –el satyagraha– que consistía en un llamado a las poblaciones de los territorios coloniales a no recurrir a los medios violentos –las guerras de independencia– y, en cambio, a invocar las razones de la justicia para demandar frente al imperio británico el respeto de la dignidad humana y el respeto de la libertad de la India. En otras palabras, se trataba de una acción no violenta pero libertaria y valiente que contrastaba con el brutal poder colonial del imperio británico y que, por su fuerza ética, lo deslegitimaba (Gandhi, 1983).

    La independencia de la India fue, pues, el hito que le dio fundamento filosófico a las tesis poscoloniales que se proponen en este trabajo y que permiten un análisis muy cercano al que se logra cuando se consideran los paradigmas de la teoría crítica y, en general, de las tesis posestructuralistas porque está dirigido a considerar que el imperialismo y el colonialismo son dos caras de un orden global fundado en el soberanismo irrestricto basado en la guerra y en la dominación. En otras palabras, Gandhi hizo una crítica de la racionalidad prevaleciente y de sus paradigmas y, en relación con el orden global y los principios y las normas que lo regulan, porque considera que la historia oficial y el derecho internacional hacen énfasis en la gloria de las civilizaciones que triunfan y, en consecuencia, minimizan la memoria de los pueblos derrotados, sometidos y aniquilados. No obstante, lo paradigmas del poscolonialismo se constituyeron como un nuevo saber que puso un reto a los nuevos Estados independientes porque, como saberes críticos, tenían que convertirse en instrumentos útiles para comprender la realidad de los países de la periferia y, al mismo tiempo, en herramientas para transformarla. Tal como lo sostuvo Gandhi, la paz es hija de la justicia porque … es absolutamente imposible concebir un mundo con gobiernos no-violentos, mientras siga existiendo el abismo que separa a los ricos de los demás millones de seres con hambre (1983, p. 187).

    No obstante, considerando que no todas las aproximaciones teóricas en favor de la independencia siguen las perspectivas de Gandhi, aquí también se consideran los enfoques más pragmáticos de quienes, como Fanon¹⁴, estaban en favor de una justificación de la guerra como medio para alcanzar el fin de la independencia. En fin, también se estudia el proceso que llevó a las Naciones Unidas a tomar partido, de manera tibia y tardía, en favor de la descolonización porque esta organización jugó un papel fundamental en la construcción del precario destino que hasta ahora han tenido los países de la periferia.

    Las reflexiones propuestas hasta este punto del análisis permiten inferir que el orden global moderno fue una estructura estatalizada, soberanista, anárquica e interdependiente en cuyas dinámicas prevalecía la inestabilidad y en el que con mucha frecuencia se suscitaron conflictos bélicos entre los imperios europeos. Ese orden global estaba regulado por los principios del derecho internacional clásico cuyas normas justificaban la guerra y, por esta vía, las conquistas y la colonización que propiciaron la universalización de los valores y los paradigmas de Occidente. Por esa razón, Toynbee (1963) sostiene que el denominado mundo moderno fue el escenario de la hegemonía de la civilización occidental y, a la vez, el contexto que propició sucesivas guerras entre imperios que se manifestaron, entre otras cosas, en la repartición colonial de los territorios del Planeta.

    V. LAS TESIS POSCOLONIALES COMO UNA TEORÍA CRÍTICA DEL ORDEN GLOBAL

    El estudio crítico del colonialismo en América Latina generó un saber incipiente, pero muy novedoso que, con posterioridad, fue denominado poscolonialismo que estudia los procesos culturales, políticos, económicos, religiosos que nacieron de un orden global caracterizado por una dinámica de dos caras: el imperialismo y el colonialismo. Desde esta perspectiva novedosa se colige que las relaciones políticas de dominación y las relaciones económicas de explotación y expolio propias del colonialismo solo se consolidaron porque fueron precedidas de un encuentro civilizatorio –el denominado descubrimiento de América– y de unas guerras de conquista mediante las cuales una civilización –Occidente– se impuso de manera hegemónica sobre la otra –los pueblos aborígenes de lo que a partir de entonces se denominó América–. Esta imposición hegemónica, que se tradujo en una relación entre metrópolis y periferias, le permitió a los imperios colonialistas centralizar la historia hasta dar forma a una historia oficial que excluyó o minimizó la memoria de los pueblos vencidos y sometidos. En efecto, la conquista es un proceso previo en el que la fuerza militar es fundamental, mientras que el colonialismo es el proceso mucho más prolongado en el tiempo que sigue a la conquista y que se basa en una imposición cultural y racista que se expresa como una dominación que propicia la explotación de las personas, la expoliación hasta la depredación de los recursos y el control estratégico de los territorios coloniales en favor de los imperios colonialistas.

    Si se siguen las reflexiones propuestas se puede colegir que el colonialismo es la otra cara del imperialismo y, en este sentido, que el orden global que estableció la sociedad moderna a partir del renacimiento se puede caracterizar por una correlación directa entre, por un lado, el absolutismo político y el mercantilismo económico de las metrópolis europeas –España y Portugal y, a la saga, Inglaterra y Francia– y, por el otro, el colonialismo esclavista de las periferias –en América, Asia y África–. No obstante, esa correlación de fuerzas legitimada por el derecho internacional clásico se fue transformando a lo largo de la modernidad, y el primer hito que debe considerarse se encuentra en la Ilustración, cuando Inglaterra se fue imponiendo como una potencia mundial hegemónica gracias a la primera revolución industrial y la consolidación del capitalismo. El segundo hito que explica la transformación de esa correlación de fuerzas se produjo a mediados del siglo XIX, con la segunda revolución industrial y la emergencia de Estados Unidos y Alemania como nuevas potencias económicas, porque entonces se configuró un orden global caracterizado por el imperialismo económico bajo cuyas dinámicas emergió un colonialismo de nuevo cuño en el que la esclavitud fue declinando de manera paulatina en favor de prácticas laborales que requerían de obreros libres y de la figura de la remuneración.

    Este proceso de consolidación del capitalismo explica dos cosas fundamentales sobre los países de la denominada América Latina que ya se estudiaron en otro trabajo (Vela, 2016, capítulos II y III): en primer lugar, que pese a que sus procesos de independencia se fundaron en principios liberales, en sus prácticas económicas prolongaron la esclavitud durante toda la primera mitad del siglo XIX; en segundo lugar, que pese a que los países del Norte hacían esfuerzos dirigidos a participar en ese nuevo proceso económico promoviendo el desarrollo de la ciencia y la tecnología, los países de América Latina insistían en mantener gobiernos autoritarios que reproducían la estructura social señorial y, en consecuencia, prolongaban el modelo económico fundado en la producción de materias primas que, a la sazón, era compatible con las demandas de la industrialización de las metrópolis. Los países del África y del Asia también participaron de la consolidación del capitalismo porque, de la misma manera que en América Latina, los desarrollos de la industrialización de las metrópolis acentuaron su vocación agrícola y minera. No obstante, en este caso hay que agregar que siguieron sometidos al colonialismo europeo hasta la segunda mitad del siglo XX, lo que acentuó aún más su dependencia y atraso. Se trataba, pues, de una transformación de las estructuras de la dominación impuestas por la civilización occidental bajo cuya hegemonía se unificó la historia oficial y se impuso el modelo de desarrollo.

    Sobre esas premisas, se puede colegir que el colonialismo es un proceso largo que se transformó empujado por las dinámicas del orden global y que estuvo lleno de paradojas, empezando por una contradicción esencial de muchos de los imperios europeos que proclamaban las ideas libertarias de la Ilustración pero que, al mismo tiempo, mantenían colonias y promovían la esclavitud, fundada en los prejuicios racistas que eran justificados por supuestas comprobaciones empíricas, pero que ocultaban las tesis supremacistas de los blancos que aún hoy siguen vigentes y que tienen influencia entre muchos tomadores de decisiones de política pública. La otra contradicción esencial del proceso de colonización se suscitó como consecuencia del desarrollo del capitalismo porque bajo sus premisas los esclavos dejaron de ser rentables y, de esta manera, la esclavitud cedió el paso a las tesis referidas al hombre libre, esto es, al obrero independiente que resulta más eficiente y menos oneroso que el esclavo porque no pertenecía al capitalista y porque, en consecuencia, este lo contrata a destajo solo cuando su proceso productivo requería de mano de obra. No obstante, frente al declive de la esclavitud los imperios colonialistas –como Estados Unidos y el Reino Unido– empezaron a promover retornos de personas negras a África fundados en las tesis del liberalismo económico pero, en el fondo, movidos por tesis racistas y, en este sentido, por su incapacidad para tolerarlos como seres humanos libres.

    Ahora bien, si a la luz de los paradigmas del liberalismo económico la esclavitud estaba perdiendo sentido, hay que agregar que el colonialismo también lo perdía generando otras paradojas porque en algunos casos el balance entre costos y beneficios resultaba negativo. Esta situación se puede constatar, sobre todo, en las colonias africanas porque las metrópolis no llevaron inversiones que generaran procesos de acumulación capitalista primaria y porque, en consecuencia, el atraso tecnológico frente a las otras colonias era considerable. No obstante, este balance económico negativo que producían algunas colonias africanas no significó el fin del dominio colonial porque los imperios europeos tenían otro tipo de intereses estratégicos.

    El final de este proceso convulso ocasionado por el imperialismo económico, que también es el final de la hegemonía inglesa en el mundo, se puede marcar pocos años después, en los inicios del siglo XX y con el estallido de la gran guerra –la denominada primera guerra mundial¹⁵-, un conflicto bélico de dimensiones inusitadas que solo se puede explicar, como se ha dicho, por la interdependencia y la anarquía que prevalecía en el orden global, por la globalización del capitalismo y sus contradicciones, por el derecho a la guerra que era justificado por los principios del derecho internacional clásico y, como lo advierte Shilington, por las disputas asociadas al colonialismo (2005, p. 301).

    El colonialismo se debe entender, pues, como un proceso de la sociedad moderna legitimado por el derecho internacional clásico que comenzó tras el denominado descubrimiento de América y, en este sentido, con las guerras de conquista que propiciaron un encuentro civilizatorio en el que se impusieron los valores de la civilización occidental y una historia oficial. De esta manera, las prácticas colonialistas justificaron el sometimiento político, la explotación de los aborígenes, la apropiación de los recursos naturales y la exclusión de la dignidad y la memoria de las personas y de los pueblos sometidos. Además, como lo demuestran muchos episodios de la historia moderna, esas prácticas se tornaron tan atroces que produjeron el exterminio de pueblos enteros y la depredación de los recursos naturales. Por otro lado, el colonialismo también propició una nueva forma de esclavitud fundada en el racismo porque el comercio de las personas negras fue aceptado y ampliamente difundido por los europeos en sus colonias mediante discursos de derecho divino y, con posterioridad, mediante discursos pseudocientíficos que justificaron el predominio blanco, prejuicio que también sirvió para justificar la servidumbre de los pueblos nativos. La esclavitud solo fue transformándose de manera tardía y no por razones humanitarias sino porque se fueron imponiendo los principios del modelo de desarrollo capitalista.

    En otras palabras, el colonialismo obedece a la racionalidad del orden global que propician los valores y paradigmas de Occidente y a las disputas de los imperios; no obstante, el colonialismo se fue transformando con las dinámicas políticas y económicas impuestas por la sucesión de la potencias y, como se puede constatar en los países de África, fue cobrando un fuerte carácter que correspondía a la fragilidad del orden económico global y, en este sentido, a muchas variables como, en primer lugar, la necesidad de satisfacer las demandas del capitalismo que, a su vez, dependía del comportamiento de los mercados globales; en segundo lugar, al incentivo que generaba el excedente que produce la explotación libre de los recursos naturales en territorios coloniales; en tercer lugar, a las grandes inversiones europeas en tierras coloniales y al balance favorable que se producía en la división del trabajo entre países productores de materias primas y países industrializados y, en fin, a las crisis económicas y depresiones como la que propició el proteccionismo inglés entre 1873 y 1896. Keynes afirma, en este sentido, que la denominada primera guerra mundial fue el producto de la anarquía política que propiciaron los conflictos entre imperios que se unieron a las racionalidades del imperialismo económico que dependía, entre otras cosas, de las materias primas baratas producidas en las colonias que debían ser transportadas por rutas marinas en disputa (1987, p. 9 y ss.).

    No obstante, este análisis del colonialismo que hace énfasis en sus procesos económicos no puede dejar fuera las variables políticas derivadas de la disputa entre los imperios y, de manera específica, los criterios estratégicos que en muchos casos llevaron a las potencias a mantener un dominio colonial o un control territorial, pese a que en esos contextos capitalistas dejó de ser rentable.

    VI. EL TRATADO DE VERSALLES PROLONGÓ EL COLONIALISMO

    Tras la denominada primera guerra mundial fue emergiendo un orden global que no

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